La Iglesia Restaurada

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en las granjas bien cuidadas, que pronto adornarán los valles de California y piensa que tu mano participó en la realización de todo ello" 1 7 .

El 9 de octubre llegó a Santa Fe el primer destacamento del batallón. Esta es la ciudad más antigua del sudoeste, en aquella época con 6,000 habitantes, y un importante centro comercial entre México y los Estados Unidos. El general Kearny había entrado a Santa Fe sin oposición y había tomado la ciudad en el nombre de los Estados Unidos. Dejando encargado al coronel Doniphan, Kearny había proseguido hacia el oeste. Doniphan había mostrado amistad hacia los mormones en los p r o b l e m a s de Misurí, cuando el batallón entró a la ciudad, el coronel hizo que se disparara un saludo de cien cañonazos en su honor. En Santa Fe el teniente coronel P. St. George Cooke, nombrado por Kearny antes de su salida, tomó el mando del batallón. Hablando de la condición de éste, al tomar el mando, Cooke dijo: "Todo se conjuró para desanimar la extraordinaria tarea de hacer marchar a ese batallón mil setecientos kilómetros, la mayor parte del tiempo a través de desiertos desconocidos, sin caminos ni veredas, y con una caravana de carretas. "Estaba integrado también por familias; algunos eran demasiado viejos y frágiles, y algunos demasiado jóvenes; se hacía embarazoso por las muchas mujeres; era indisciplinado; estaban demasiado cansados por haber viajado a pie desde Nauvoo, Illinois; su ropa era muy escasa; no había dinero para pagarles, ni ropa que darles; y sus muías estaban completamente agotadas. El departamento del comisario no tenía fondos y su crédito era malo; además los animales eran escasos. Los que se pudieron conseguir eran de calidad muy inferior y empeoraban cada hora a causa de la falta de forraje o pasto" 1 8 .

Se inspeccionó luego el batallón y se encontró a 86 hombres enfermos o incapaces de resistir la marcha que restaba. Estos, junto con casi todas las mujeres fueron enviados a Pueblo, para reunirse con los que ya se habían enviado allí para pasar el invierno. Se entendió que el destacamento de Pueblo tendría el privilegio de ir al norte en la primavera para unirse al grupo principal de los santos en su viaje hacia el oeste y viajar con ellos "a expensas del gobierno". Se permitió con mucho recelo, que las esposas de cinco oficiales del batallón acompañaran a la expedición, pero ellas proveyeron su propio transporte.

LA IGLESIA RESTAURADA

Fue en Santa Fe donde el batallón vio el método de irrigación por vez primera. Tyler lo describe así: "Se encontraron canales, con propósitos de irrigación, a lo largo de las orillas del río. Algunos de ellos tenían varios kilómetros de longitud para llevar agua a las granjas, o ranchos como se las llamaba en ese lugar. Ya que había poco o nada de lluvia durante la estación de crecimiento, se hacía que el agua fluyera sobre el terreno hasta que estuviera bien saturado y luego se cerraba hasta que se necesitara de nuevo con el mismo propósito" 1 9 .

Al oeste de Santa Fe El 10 de octubre, el batallón dejó Santa Fe. Las dificultades apenas empezaban. La larga jornada a California a través del desierto sin caminos era suficiente para probar la resistencia del más fuerte de los hombres. A menudo se tenían que cavar pozos para poder obtener agua. La marcha los llevó 360 kilómetros por el río Santa Fe; y luego se dirigieron hacia el oeste a San Pedro, a donde llegaron el 9 de diciembre. En este lugar tuvo lugar la única batalla en que tomó parte el batallón: una pelea contra toros salvajes. En ese lugar abundaban manadas de ganado que se había hecho salvaje. Los animales, por curiosidad, se acercaron a lo largo de la línea de marcha y un gran número de toros furiosos embistieron contra las carretas. Cornaron a varias muías hasta matarlas y voltearon una carreta. El sargento Albert Smith fue embestido por un toro resultando seriamente herido. Amos Cox, de la Compañía D, fue levantado por el aire en los cuernos de uno de los animales y recibió una profunda herida. Se estima que se mataron de veinte a sesenta toros salvajes antes de que los furiosos animales desistieran en sus ataques periódicos. Al dejar San Pedro, el grupo marchó hacia el noreste a Tucson, un pueblo mexicano de cuatrocientos o quinientos habitantes. Cuando estaban a veinticinco kilómetros de distancia, se le mandó decir al capitán Comandurán, al mando de una fuerza mexicana de 200 hombres, que entregara las armas y una prueba de que los habitantes no pelearían contra los Estados Unidos. El capitán rehusó y el ba-


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