CLUB #45: RENACIMIENTO CREATIVO

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CARACTER

texto original: caresse lansberg senior / edición: carlos flores león-márquez retratos: cortesía de aníbal mestre

Caresse Lansberg Senior

Monólogo con Estilo “De mi niñez, debo decir que la guardo en mi memoria como un tiempo feliz, lleno de mucho amor por mis padres. También me recuerdo pegada siempre -como un chiclea mi papá, quien fue mi más grande apoyo e inspiración. La familia viajaba mucho entre los lugares más disímiles: Caracas, en donde vivíamos; Curazao, donde estaba la familia de mi papá; Coro, localidad en que vivían unos tíos y primos muy queridos, y Zürich, Suiza, donde estaba otra parte de la familia de mi mamá. Es un poco surrealista si quieres, pero a mí me encantaba. En cuanto a si existe alguna anécdota de esta infancia que nos haga pensar en que desde entonces tuve vocación por (y para) el arte, debo decir que –sin saber cómo– desde pequeña estuve rodeada por tal disciplina, así como por la música y por muchas otras cosas bellas. Realmente es una maravilla porque ha podido no ser así. Soy muy afortunada. Sin embargo, mi abuela Marcelle de Senior se lleva varios créditos en esto: era esmaltista y escultora, pintaba porcelanas y tallaba maderas. Llegó desde Suiza a Coro con mi mamá de cinco años cuando tenía diecinueve, ya casada con mi abuelo Raimundo Senior a quien conoció cuando estudiaba Botánica en la Universidad de Zürich. Ella estudiaba arte, su padre era escultor y ebanista, de hecho había realizado los espectaculares techos de la Grossmunster, la catedral de Zürich, y los techos del famoso hotel Baur-au-Lac. Así llegó Marcelle al trópico caliente y extraño que era Coro, y se enamoró de los pájaros, de las frutas y de los colores de la naturaleza. Eso la salvó de ver la realidad política y social de la Venezuela de entonces. Vivía en un mundo mágico, y era tan rubia y tan bella que mi abuelo no la dejaba salir porque se atacaba de los celos, ¡así que ella pintaba y sembraba uvas! Y manejaba la finca de la familia desde un caballo blanco de largas crines, llamado Thor, vestida con su atuendo de montar europeo, la melena rubia en una cola, bajo un sombrerito de Panamá y los ojos grises que heredó mi hija Lara Alcántara. Yo la quería tanto y soñaba

en ser como ella: bella, elegantísima, con carácter y muy inteligente. En los viajes a Zürich me llevaba a los museos y comíamos helados en Sprungli. A veces paseábamos por la Banhoffstrasse, hasta la plaza en donde estaba la juguetería más grande de Europa, llamada Franz Karl Webber, que después se convirtió en FAO Shwartz. Allí había un piso de cosas de arte en que comprábamos cuadernos, pasteles y acuarelas. Detrás de la casa de los bisabuelos, que estaba instalada sobre el lago, había una pradera de girasoles, y las dos nos íbamos a pintar, como en las películas, con nuestros banquitos y caballetes que montaba Carlo, el chófer, quien nos llevaba a todos lados. En esos viajes solíamos pasar temporadas en Lugano con la tía Iris, que vivía en una casa fabulosa llamada ‘Villa Romántica’, puesta sobre una isla en medio del lago. Ese plan me encantaba. La tía Iris era una fanática de la moda, y dejaba que me probara todos los trapos y accesorios que guardaba en closets enormes que ocupaban una habitación-vestier llena de espejos.Era también muy bella, divorciada y fumaba con una pitillera de plata y esmalte. Muy sofisticada, escuchaba ópera constantemente Tenía un hijo guapísimo, Francis, que vivía con ella y que siempre andaba con niñas divinas, vestidas para matar. Yo me moría de las ganas de ser grande y salir con él a bailar, pero no such luck! Ya adolescente, y en Caracas, iba al colegio y me distraía en las clases pintando lo que fuera en los cuadernos, todo menos las fórmulas de física, química y –¡horror de horrores!– matemáticas. Mientras que las clases de Historia que dictaba María de Lourdes Carbonell eran lo máximo. También me encantaba la Biología, disectar ranas y otros bichos en el laborarorio. Luego, a los dieciséis años, me fui a Inglaterra a estudiar Inglés que, para ese entonces, lo hablaba muy mal. Fueron dos años geniales en los que me descubrí como persona y aprendí de todo: me enamoré de William Shakeaspeare y aprendí a leerlo y disfrutarlo. Él es a la literatura lo que


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