En busca del tiempo perdido

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En Busca del Tiempo Perdido I

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mirar alegre y bondadoso, y el mismo franco y amable exterior. Nada encontraba en ella del aspecto teatral que tanto admiraba en los retratos de las actrices, ni la expresión diabólica que debía corresponder a una vida como sería la suya. Me costaba trabajo creer que era una cocotte, y sobre todo, nunca, me hubiera creído que era una cocotte elegante, a no haber visto el coche de dos caballos, el traje de rosa y el collar de perlas, y de no saber que mi tío no trataba más que a las de altos vuelos. Y me preguntaba qué placer podía sacar el millonario que le pagaba hotel, coche y alhajas, de comerse su fortuna por una persona de modales tan sencillos y tan correctos. Y, sin embargo, al pensar en lo que debía ser su vida, la inmoralidad de la vida aquella me turbaba mucho más que si se hubiera concretado ante mí en una apariencia especial, por ser tan invisible como el secreto de una novela, por el escándalo que debió de echarla de casa de sus padres, acomodados y entregarla a todo el mundo, dando pleno desarrollo a su belleza, y elevando hasta el mundo galante y el halago de la notoriedad, a una mujer que, por sus gestos y sus entonaciones de voz, tan semejantes a los que yo viera en otras damas; se me representaba, sin querer, como a una muchacha de buena familia, que ya no era de ninguna familia. Habíamos pasado al despacho, y mi tío, un poco molesto por mi presencia, le ofreció cigarrillos. -No -dijo ella., ya sabe usted que estoy acostumbrada a los que me manda el gran duque. Ya le he dicho que esos cigarrillos le dan a usted envidia. .Y sacó de una pitillera unos pitillos cubiertos de inscripciones doradas en letras extranjeras.. Pero me parece que sí, que he visto en casa de usted al padre de este joven. ¿No es sobrino de usted? ¿Cómo lo voy a olvidar si fue tan amable, tan exquisitamente fino conmigo? .dijo con tono sencillo y tierno. Pero yo, pensando en cómo pudo haber sido la ruda acogida, que ella decía exquisitamente fina de mi padre, cuya reserva y frialdad me eran bien conocidas, me sentí molesto, como si fuera por una falta de delicadeza en que mi padre hubiera incurrido, al apreciar la desigualdad existente entre lo que debió ser por su escasa amabilidad y el generoso reconocimiento que la dama le atribuía. Más tarde, me ha parecido que uno de los aspectos conmovedores de la vida de esas mujeres ociosas y estudiosas es el consagrar su generosidad, su talento, un ensueño siempre disponible de belleza sentimental porque ellas, lo mismo que los artistas, no lo realizan y no lo hacen inscribirse en el marco de la existencia común. y un dinero que les cuesta muy poco, a enriquecer con un precioso engaste la vida tosca y sin devastar de los hombres.

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