DE NUEVO LA VIDA, LA ESPERANZA Caminos de recuperación para las mujeres víctimas de violencia

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DE NUEVO LA VIDA, LA ESPERANZA

Caminos de recuperación para las mujeres víctimas de violencia


DE NUEVO LA VIDA, LA ESPERANZA

Caminos de recuperación para las mujeres víctimas de violencia iSBN: 978 - 958 - 99995 - 7 - 8

Autoras Martha Lucía Uribe de los Ríos Patricia Isabel Uribe Díaz Corrección de textos Casa de la Mujer, Bogotá Ilustración y Diagramación Tonal I Ideas Fotografía Santiago Aguirre


DE NUEVO LA VIDA, LA ESPERANZA

Caminos de recuperación para las mujeres víctimas de violencia

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EL CAMINO SE HACE AL ANDAR

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EL SILENCIO, EL DOLOR Y EL RECUERDO DE LO

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VIVIDO. Las violencias que permanecen ocultas Darnos cuenta, comprender y transformar Caminos para la recuperación Notas

EL DOLOR DE LA VIOLENCIA, UN GRITO DE

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ESPERANZA El dolor que nos dejan las violencias Sentirnos mal por estar mal Sufrimiento no es igual a enfermedad mental Caminos para la recuperación Notas

HACERNOS CARGO DE NUESTRA EXISTENCIA

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El duelo y sus manifestaciones El duelo es un proceso de cambio La decisión de acudir a la ayuda profesional Caminos para la recuperación Notas

CONFIAR DE NUEVO, TEJER RELACIONES Espacios de reencuentro Caminos para la recuperación Notas

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CONTENIDO

PRESENTACIÓN


PRESENTACIÓN

La memoria no es venganza, es justicia

(Neus Català)1

Las violencias contra las mujeres constituyen un problema histórico, social, político y cotidiano en nuestra sociedad. A pesar de su reconocimiento como asunto de derechos humanos y grave problema de salud pública, todavía falta mucho terreno por recorrer para que se le preste la atención que requiere, dada su gravedad, extensión y el silencio que lo vuelve invisible. Las violencias se recrudecen en tiempos de guerra y la que se ejerce contra las mujeres adquiere dimensiones escalofriantes. En el conflicto que vivimos en Colombia, el enfrentamiento de los actores armados se lleva por delante a las mujeres, debido a una intensificación de los factores en los que descansa la violencia: disputa por el poder, el dominio,

1 Del prólogo a “RAVENSBRÜCK. El infierno de las mujeres”, de Montse Armengou y Ricard Belis. Barcelona, 2008.

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confrontación de fuerzas, eliminación del otro considerado enemigo. Miles de mujeres son convertidas en víctimas, asesinadas, torturadas o esclavizadas por lo que representan para cada bando en conflicto, forzadas al desplazamiento junto con hijos e hijas y familiares, sometidas a la violación y el abuso sexual sistemático que convierten sus cuerpos en arma y botín de guerra2. Sabemos que las víctimas principales del conflicto armado son campesinas, indígenas, afro colombianas; mujeres adolescentes y jóvenes obligadas a sumarse a los grupos armados ilegales; novias, hermanas o familiares de actores armados en pugna; trabajadoras por los derechos humanos, habitantes de zonas en conflicto obligadas a entregar a sus hijos e hijas para la guerra; mujeres desplazadas forzosamente para salvar su vida y la de hijos e hijas, viudas, huérfanas. Desde la Corporación Casa de la Mujer de Bogotá nos hemos comprometido por décadas con las mujeres colombianas en un trabajo constante para la construcción de perspectivas y caminos nuevos para salir de la guerra y construir paz. El trabajo conjunto con las mujeres víctimas de las violencias nos ha permitido escuchar sus voces, compartir sus luchas, acompañar sus procesos de recuperación, todo lo cual ha inspirado los textos que componen la Cartilla. A través de sus páginas deseamos se-

2 Corporación Casa de la Mujer. El incumplimiento del Estado Colombiano en la aplicación de la resolución 1325/2000 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Bogotá, 2008, p. 9

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guir contribuyendo para que las mujeres víctimas de violencias puedan no solamente reconstruir sus vidas, sino lograr que la verdad, la justicia y la reparación puedan iluminar de nuevo su camino y el de todas y todos con quienes trabajamos por una sociedad sin opresión, subordinación, explotación, guerra y violencias. En el camino del afrontamiento de las violencias y la reconstrucción de la vida de las víctimas, es necesario echar mano de todos los recursos disponibles para hacer la travesía que nos permitirá recobrar la esperanza, la confianza y la vida. Para lograrlo, recordamos cada día que no pueden arrebatarnos el poder de la memoria, de la imaginación, de las ideas, de la capacidad de desear, de la fuerza de construir con otras y otros. Es lo que nos impide instalarnos en la posición de víctimas en que nos coloca el poder abusivo. La Cartilla no es una colección de recetas o fórmulas que sirvan a todas las mujeres por igual, en todas las situaciones. El camino de vivir y enfrentar nuestros dolores, hacer el duelo, ponernos en paz desde lo más profundo de nosotras, depende de cada una, aunque puede recorrerse por momentos con otras personas de quienes recibimos fuerza, ayuda, ideas, inspiración. Para que logremos cambios, la memoria del dolor de cada mujer víctima tiene que volverse memoria colectiva, conciencia compartida. Por eso la Cartilla pretende inspirar, alentar, iluminar en algo el camino que cada cual desee seguir.

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El texto de la Cartilla está organizado de la siguiente manera: Una reflexión inicial, como punto de partida que da cuenta de la visión que ha animado la realización de todo el texto: EL CAMINO SE HACE AL ANDAR. A continuación, el texto se organiza en cuatro temas, a manera de caminos distintos pero relacionados para iluminar la reflexión. En el primero, EL SILENCIO, EL DOLOR Y EL RECUERDO DE LO VIVIDO, echamos una mirada al panorama abrumador de las múltiples violencias que enfrentamos. Con frecuencia, las estadísticas solo hacen el recuento de los muertos, heridos, desaparecidos y desplazados, pero poco se habla de las violencias que enfrentamos las mujeres y menos de los efectos y destrozos que provocan en nuestras vidas y las vidas de quienes amamos. Todavía, en la sociedad de la información, resultan invisibles. En el segundo, EL DOLOR DE LA VIOLENCIA, UN GRITO DE ESPERANZA, reconocemos que necesitamos mirar de frente nuestros sentimientos, sin ocultarlos ni negarlos, llorar los dolores y las pérdidas. Pero luego de secar las lágrimas de los ojos, las enfrentamos valerosamente para reconocer sus dinámicas y sus efectos y aunar fuerzas para denunciar, trabajar en su superación y transformación, recuperar el ejercicio pleno de nuestros derechos. En el tercer tema, HACERNOS CARGO DE NUESTRA EXISTENCIA, reflexionamos sobre las pérdidas y los duelos y recorremos una senda

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que nos ayuda a realizar los cambios necesarios para superarlos. Recorremos un camino a través de reflexiones, ideas y sugerencias que nos permiten entender el dolor, diferenciarlo de la enfermedad, enfrentarlo y restablecernos corporal, mental y espiritualmente. Por último, el cuarto tema CONFIAR DE NUEVO, TEJER RELACIONES, nos recuerda el poder de la lucha compartida, del trabajo conjunto, la fuerza de la complicidad y la solidaridad en la búsqueda de la justicia, la verdad y la reparación, para avanzar por nuevos caminos, libres de todas las violencias. En cada uno de los cuatro temas mencionados encontramos un espacio que hemos llamado CAMINOS PARA LA RECUPERACIÓN, el cual nos facilita una especie de encuentro con nosotras para escuchar de nuevo palabras que hemos silenciado, rescatar nuevos significados a nuestras historias de vida. Este espacio también nos invita al encuentro con nuestro cuerpo, recuperar en el ritmo de nuestra respiración la fuerza de la vida. No hay un único camino para enfrentar nuestros dolores, este espacio se hace para que cada una de nosotras pueda aventurarse por el camino que desee recorrer y se empeñe en lograrlo. Al final de cada tema o sugerencia, encontramos NOTAS EN EL CAMINO como un espacio para escribir, dibujar, anotar pensamientos, reflexiones, preguntas, ideas, dudas, algo que se quiera releer. Para no olvidar. Para los pensamientos que alientan, dan esperanza, coraje, fortaleza, deseos de vivir y luchar. Para las preguntas que necesiten ser contestadas.

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Tal vez deseemos compartir lo vivido y lo luchado con otras mujeres, con otras personas de la familia, hijos e hijas, con alguien especial, con las personas con quienes se trabaja y lucha diariamente. Con aquellas y aquellos a quienes tambiĂŠn se desea ayudar. La Cartilla es realidad gracias a las mujeres que han confiado en nosotras y al apoyo que durante varios aĂąos nos ha brindado Oxfam Intermon, un especial agradecimiento a Alejandro Matos Director de Intermon en Colombia, por su solidaridad, acompaĂąamiento y por creer que las mujeres tenemos derecho a una vida libre de violencias, a cada una de la mujeres del equipo de trabajo de Intermon a cada una de la organizaciones que hacen parte del proyecto mujeres libres y diversas.

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EL CAMINO SE HACE AL ANDAR

Hay muchas cosas que no sé cómo decir. Faltan las palabras. Pero me niego a inventar otras nuevas. Las que existen deben decir lo que se consigue decir y lo que está prohibido. (Clarice Lispector)

Así como un vendaval hace crecer los ríos y quebradas, pone a rodar piedras que van destruyendo las plantas, los árboles y las flores a su paso, daña las cosechas y hace los caminos intransitables, la experiencia de la violencia –muerte, tortura, desarraigo, violación, abuso – golpea duramente a las víctimas de la guerra y como una tormenta, los sentimientos de dolor, rabia, angustia, miedo, parecen arrasar con la esperanza, los sueños, las ilusiones, la confianza en los otros y en la vida misma. Después del vendaval, sin saber cómo, nuevas hojas tiernas y verdes empiezan a salir por entre las rocas, las grietas del suelo, los pequeños espacios todavía húmedos, afirmando el poder de la vida y la esperanza. Igualmente, en el corazón y en el pensamiento de cada persona, de cada

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mujer que ha sido convertida en víctima por cuenta de quienes consiguen sus objetivos por medio de la muerte, la violencia y el abuso, es posible que la esperanza vuelva a renacer para curar las heridas, para dar nuevas fuerzas al corazón, para pensar y luchar por una nueva vida. Del corazón de cada una y de la mano de otras y otros que luchan a la par, se logra dar sentido de nuevo al presente y al futuro. Una bella canción nos recuerda “caminante no hay camino, se hace camino al andar”3. En el largo camino de rehacer la esperanza, es difícil encontrar una fórmula que le sirva por igual a todas las personas. ]Cada cual necesita encontrar en su propio corazón, a su propia manera lo que le hace bien, lo que ayuda a sanar las heridas, lo que devuelve la esperanza. Por eso encontrar la forma de sanar las heridas del corazón y del ánimo que se producen cuando perdemos algo valioso para nosotras, empieza por darnos cuenta, reconocer qué nos ayuda a cada una, qué

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Juan Manuel Serrat, cantautor español, de un poema de Antonio Machado.

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necesitamos, a quién podemos acudir y con quién podemos contar para andar este camino, a quién queremos llevar de la mano mientras recuperamos el ánimo, la confianza, las ganas de vivir y de seguir luchando.

EL SILENCIO, EL DOLOR Y EL RECUERDO DE LO VIVIDO

Nos hicimos un juramento: que mientras viviéramos, explicaríamos todo lo que habíamos visto y sufrido para transmitirle nuestra experiencia a las nuevas generaciones y, de esta manera, evitar que eso volviera a suceder Neus Català

Nada pasa realmente hasta que no se retiene en la memoria Virginia Woolf

Es más fácil andar que borrar las huellas de los pasos tras haber andado Chaung Tzu

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Para no sentir dolor por algo que nos ha afectado, con frecuencia tratamos de olvidar, de no recordar los hechos violentos y dolorosos que nos han hecho daño. El olvido puede hacernos sentir aliviadas en ciertas circunstancias que nos han traído dolor. Para no volver a alborotar los fantasmas de la violencia sufrida, nos dicen a veces que es mejor no recordar, que recordar lo sufrido no es conveniente porque hace daño. Se intenta con esto que sepultemos y ocultemos lo que nos ha hecho daño, lo que los demás no quieren oír, lo que produce inquietudes y revive los dolores. Otra fórmula que nos han enseñado a repetir es “mejor callar para que el problema no se agrande, para evitar complicaciones”. Cuando hablamos de lo que pasa, cuando protestamos y resistimos, es frecuente que seamos tachadas de conflictivas y problemáticas. Es verdad que puede haber silencios sabios, como el silencio de la prudencia que nos ayuda a no equivocarnos; está también el silencio que necesitamos para pensar, para reflexionar, para estar con nosotras mismas, para orar, para escuchar a los demás, para contemplar el cielo y la naturaleza, para gozar un atardecer… Hay un silencio nos hace cómplices de quienes matan, hieren, torturan, desaparecen, golpean, violan, despojan, amenazan. Es el terrible silencio

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a que son obligadas las víctimas, el silencio del miedo. Ahora sabemos y lo podemos decir, romper el silencio sobre las violencias es el primer paso para enfrentar el dolor, para señalar que no somos las culpables de la violencia que sufrimos, para que se reconozca a la violencia como un problema de nuestra sociedad y no solamente un problema personal de cada mujer. La violencia que nos convierte en víctimas afecta a cada mujer, hombre, niño o niña de distinta manera. Todas las violencias traen dolor y sufrimiento, costos altísimos para sus víctimas. Al mismo tiempo, cada forma en que la violencia se manifiesta, trae consigo repercusiones y efectos distintos.

Las violencias que permanecen ocultas Las violencias contra las mujeres se multiplican y agravan durante los conflictos armados. Aunque no estemos participando como combatientes en los conflictos armados, quedamos atrapadas en la lógica del conflicto. Históricamente, la guerra ha sido asunto de hombres, de manera que la mayoría de muertos en los combates son hombres. Y cuando se utiliza la palabra víctimas, se hace referencia a los muertos o heridos, los

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que aparecen en las estadísticas. A las víctimas mortales, hombres y mujeres, es preciso agregar las miles de víctimas no mortales que pierden todo por la guerra y las que posiblemente no sufren heridas físicas pero sí son enfrentadas a situaciones extremas de dolor que es preciso visibilizar: mujeres, niñas, niños, todas las personas que por diversas circunstancias no participan en los enfrentamientos armados pero que experimentan en carne propia múltiples violencias que difícilmente aparecen en las estadísticas oficiales. Sin contar con que los varones que perecen en la guerra, del bando que sean, son a su vez padres, compañeros, esposos, hermanos, familiares de miles de mujeres que deben enfrentar su ausencia, desaparición, secuestro, tortura y muerte. Es preciso reconocer otros rostros de las violencias silenciadas e invisibilizadas: ♦ Mujeres no implicadas en el conflicto son asesinadas como resultado de los enfrentamientos en las regiones donde habitan. ♦ Aumenta el número de mujeres secuestradas, desaparecidas, ♦ Hijos e hijas que se van, desaparecen, o son reclutados por los actores armados. Sus familiares son ejecutados en su presencia, ven morir y torturar hijas, hijos, madres y padres, vecinos, amigos. ♦ Sufren desplazamiento forzado con sus desarraigos, pérdidas,

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incertidumbres. El desplazamiento forzado en condiciones de pobreza las arranca de todo lo que les es más familiar, cercano, conocido y manejable y las expulsa de sus entornos para engrosar las filas de los marginados en pueblos y ciudades. ♦ Abusos, violaciones, esclavitud sexual, abortos forzados, uniones obligadas generalmente con los jefes de los grupos armados, embarazos impuestos, prostitución forzada.

Las secuelas de la

violación sexual usada en la guerra como arma contra el enemigo para generar terror, amenazar, castigar. ♦ Violencia intrafamiliar, desde la muerte de las mujeres en manos de su pareja hasta las múltiples formas de violencia física, psicológica, sexual, económica. Las violencias en el ámbito del hogar, de la casa, pueden afectar a víctimas de todas las edades, pero las niñas, las mujeres que están permanentemente en el hogar, las ancianas y las que experimentan algún impedimento físico o mental son algunas de las más vulnerables y expuestas a las situaciones de abuso. ♦ A causa de los prejuicios y la homofobia, las mujeres lesbianas y quienes tienen opciones sexuales que no se reducen al modelo heterosexual, también son objeto de abuso, golpes, amenazas, violación y asesinato.

Estas y muchas más son expresiones de las violencias que afectan

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nuestras vidas, la vidas de nuestras hijas e hijos, compañeros, esposos, familias y comunidades. Traerlas a la memoria, contarlas, compartirlas, permite que no se entierren en el recuerdo personal de cada mujer, antes bien, se oigan como una gran voz colectiva que reclama por la justicia, la verdad, la reparación. De esta manera, echaremos mano de todos los recursos posibles para hacer la travesía que nos permitirá reconstruir la esperanza, la confianza, la vida, el poder para trazar nuestros destinos. Es lo que finalmente nos impide instalarnos en la posición de víctimas en que nos coloca el poder abusivo.

Darnos cuenta, comprender y transformar Tomar conciencia de la situación que hemos vivido es una condición importante para hacer los cambios que necesitamos. Hacer conciencia significa darse cuenta, abrir nuestra mente, ir conociendo y reconociendo lo que la violencia significa, lo que nos hace a nosotras, a nuestras familias, a nuestra comunidad y a la sociedad entera. Abrir nuestra mente también puede significar que tengamos que revisar las explicaciones que hasta ahora le hemos dado a la violencia o cómo la hemos

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justificado y cuáles de estas explicaciones nos han hecho resignarnos, creer que es un castigo, una fatalidad o el supuesto resultado de algo que no hicimos o que hicimos mal, lo que nos lleva frecuentemente a la culpa. Este es un trabajo personal y al mismo tiempo colectivo, cuando conversamos y reflexionamos con otras mujeres víctimas de los abusos y las violencias. Así descubrimos ideas poderosas que podemos usar para reflexionar, comprender, abrir los caminos para actuar y cambiar. Las consecuencias, los daños y el dolor de las violencias son diversos y tienen que ver con: Su gravedad y duración. Hay violencias extremas, indecibles, que duran minutos, como presenciar la muerte, la violación o la tortura de un ser querido. Y hay violencias repetidas que duran años y que en ocasiones no tienen efectos visibles pero sí daños enormes que acaban con la esperanza y la autoestima de una persona, como la violencia intrafamiliar. Los actores de la violencia, quiénes abusan, quiénes la ejercen. En ocasiones pueden ser extraños, ajenos, desconocidos amparados por las armas; integrantes de los grupos en conflicto o también de las fuerzas del estado que se olvidan de su compromiso de proteger, se amparan en la impunidad y se aprovechan de quienes no están en capacidad de responder. Frecuentemente, quien ejerce violencia es alguien conocido, familiar, del propio entorno de las mujeres y las niñas, alguien que dice amarnos o a quien decimos amar.

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El horror, el espanto, el dolor y el sufrimiento que produce cada forma de violencia. Este es una de las caras de la violencia que más se oculta, de la que menos se habla, pero cuyos efectos en los cuerpos, las mentes, el corazón, las vidas y las relaciones de las víctimas deben ser enfrentados como condición de la reparación, la justicia y el restablecimiento de su vida y sus derechos. Las diferencias entre las víctimas y sus posibilidades y recursos para afrontar la violencia. Es preciso reconocer múltiples diferencias entre las mismas víctimas, tanto por sus historias, sus condiciones personales, las poblaciones de las que proceden, los recursos de que disponen, cuáles son las condiciones para el restablecimiento de sus derechos, posibilidades de acceso a la justicia, apoyos que reciben. Las prácticas sexistas de quienes administran justicia o trabajan en salud. No siempre nos damos cuenta, pero con el apoyo de otras mujeres y grupos podemos hacer visibles estas prácticas de manera que no puedan ser usadas en perjuicio nuestro. Por ejemplo, en la violencia sexual con frecuencia las mujeres somos culpabilizadas por la violencia que sufrimos y acusadas de incitar o provocar al violador; si denunciamos, es posible que seamos motivadas a retirar los cargos contra los violadores, se trata de infundirnos miedo con las consecuencias penales de la denuncia y lo que éstas pueden causar a nuestras familias, en lugar de disponer de todo el apoyo legal necesario para que nuestros derechos sean restituidos y se sancione el culpable; también se tiende a asustarnos con

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el cuestionamiento público, el señalamiento y la vergüenza que podemos sufrir por denunciar; se le resta importancia al delito de la violación comparándolo con otros supuestamente de más peso, señalando que los jueces no dan abasto y los juzgados están saturados, lo que puede conducir a que desistamos de nuestra denuncia

CAMINOS PARA LA RECUPERACIÓN Para dar pasos adelante en el camino de la recuperación, encontramos ideas poderosas que podemos usar para reflexionar, pensar, comprender, alentarnos a actuar, compartir con otras mujeres.

Podemos:

Nos ayuda pensar y recordar cómo a lo largo de la vida hemos enfrentado las dificultades y problemas para darnos cuenta de las fortalezas que tenemos y lo que nos ha dado resultado para recuperar la alegría, la confianza, el deseo de vivir. Puede ser un trabajo personal, interno, con nosotras mismas

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y al mismo tiempo una labor común, cuando compartimos con otras mujeres y personas que han vivido situaciones parecidas y que han luchado por salir adelante. Por eso vemos que las mujeres se unen, se apoyan en su dolor común para reponerse, denunciar, luchar por la justicia, organizarse, hacer oír sus voces.

Cada víctima de violencia tiene su propia manera de enfrentarse a la situación, de sobrevivir, de darle salida al dolor, de luchar para seguir viviendo. Esto no impide que podamos aprender de las demás, encontrar luces y ánimo en quienes nos rodean o quienes quieren ayudar. En este camino podemos encontrar recursos, modos y ayudas que estamos en capacidad de probar, usar, transformar, para darle salida al dolor y recuperar la esperanza y el ánimo. Contamos con el poder de imaginar y desear otros modos de vivir, otras formas de relacionarnos, una vida libre de todas las violencias.

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Cuando hemos pasado por situaciones extremas de violencia experimentamos muchos sentimientos que tratamos de manejar para protegernos. También puede ocurrir que quedemos como anestesiadas, sin sentir nada, lo que es una reacción que nos protege del trauma sufrido. En otros momentos, sentimos la fuerza para usar todos nuestros recursos y fortalezas para sobrevivir. Nos enfrentamos también a dificultades para conocer y saber con qué ayudas contamos, puesto que el temor, el miedo y la desconfianza pueden ser un obstáculo para solicitar ayuda a otras personas que resultan desconocidas para nosotras. Después de sufrir el trauma que produce un hecho violento, a medida que retomamos las tareas de cada día y asumimos los retos de las nuevas situaiciones que vivimos, podemos ir sintiéndonos mejor. Sin embargo, muchas mujeres, niñas, niños y víctimas de las violencias y el desarraigo, pueden tratar de sobrevivir ignorando y negando su dolor sin reconocer que sus estados de ánimo o sus angustias y preocupaciones son efecto de la misma violencia sufrida.

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Los dolores y las angustias no tramitados, no enfrentados, pueden enfermarnos física y psicológicamente. Pueden a la larga producirnos dolores y molestias corporales permanentes que vuelven a aparecer cuando estamos estresadas por alguna situación que nos preocupa. La tristeza, el desánimo, el enojo son como voces y señales de que necesitamos hacer algo por nosotras mismas y nos conviene escuchar a nuestro cuerpo y nuestra razón. Es necesario estar atentas cuando buscamos estar bien recurriendo al uso de sustancias que nos producen adicciones y dependencias físicas y psicológicas como alcohol, pastillas para dormir, otras drogas.

Si sentimos que a pesar de nuestros esfuerzos no logramos recuperarnos y que cada día que pasa estamos empeorando, la ayuda de otras personas es una alternativa a considerar. Conversar con otras personas para saber quiénes prestan ayuda y solicitarla puede ser un camino a seguir. Para ello, identificamos grupos, organizaciones o personas que en cada comunidad se ocupan de orientar, proveer servicios de salud, asegurar recursos para las víctimas, realizar trabajo educativo o terapéutico. Estos apoyos nos

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permitirán conocer nuestros derechos, reconocernos como víctimas de la violencia y la guerra, entender que somos ciudadanas con derechos para tomar parte en las decisiones que nos afectan, obtener la ayuda que necesitamos para mejorar física y emocionalmente. Una de las situaciones que se experimenta luego de haber vivido una situación traumática de violencia es que nos asaltan los recuerdos, las imaginaciones y los temores. A veces, por cualquier detalle, nos viene a la memoria algo de lo vivido, como una especie de película de la cual no podemos zafarnos fácilmente y quedamos presas del sobresalto, la incertidumbre, la amenaza, la tristeza. Puede suceder que día a día nos sintamos tensas, estresadas, cansadas, sin ánimo. Como si nuestro cuerpo hablara y nos pidiera ayuda. Afortunadamente, en la mayoría de los casos es posible ayudarnos con algunas prácticas sencillas, fáciles de aprender, para bajar la tensión, liberar estrés y darnos tranquilidad y descanso. La primera de ellas y la más básica es LA RESPIRACIÓN. Lograr una buena manera de respirar es el comienzo de la recuperación corporal por sus efectos positivos, tanto en el cuerpo como en el estado de ánimo. Nos detendremos un momento en su explicación.

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Respiramos maneras.

de

Hacemos

varias una

respiración rápida y poco profunda que se conoce porque al aspirar aire – inhalar-, el pecho sube y baja cuando lo expulsamos –exhalar-. Esta respiración no lleva el suficiente oxígeno que necesitamos en nuestra sangre para que llegue a todo el cuerpo y especialmente al cerebro. Otra forma de respiración, llamada profunda, lleva el aire hasta la parte inferior de los pulmones que es más ancha que la parte superior y por tanto logramos que entre más oxígeno al cuerpo. Se llama también respiración abdominal y es la que podemos ver en los bebés y los niños. La respiración profunda y lenta es muy útil cuando sentimos miedo y ansiedad. Además, cuando nos concentramos en respirar lenta y profundamente, nos estamos ayudando a liberar nuestra mente de pensamientos que nos angustian inútilmente. Un pequeño ejercicio para aumentar nuestro control sobre la respiración:

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Puedo jugar con mi respiración. Cierro los ojos y empiezo a respirar lenta y profundamente. Mientras respiro, me imagino que cuando tomo el aire, va recorriendo todas las partes de mi cuerpo, desde los pies hasta la cabeza y que mi cuerpo se ilumina completamente. Y cuando sale el aire, el miedo se va con él y mi cuerpo queda libre. Hago una última respiración profunda y lentamente abro mis ojos.

Otras ideas para respirar y relajarme:

Cuando me sienta abrumada por los recuerdos o por la falta de mis seres queridos o en momentos de cansancio muy grande, tristeza, angustia. Si estoy en un lugar que me permita algún contacto con la naturaleza, como un prado, un pedazo de cielo donde mirar. Percibo lo que me rodea: el viento en mi cara, el aire que entra por la nariz y llena mis pulmones, una música que me agrada y me trae buenos recuerdos, el sol que calienta….

También puedo hacerlo con los ojos cerrados.

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FORTALEZAS PARA SUPERAR EL DOLOR DE LA VIOLENCIA Sentirme viva Ser conscientes de las sensaciones que experimentamos en nuestro cuerpo es un primer paso para reconocer la vida. Empiezo por relajarme haciendo un corto ejercicio de tensión y distensión a través del ritmo de la respiración. Cuando inhalo, tensiono todo el cuerpo, apretando con fuerza. Cuando exhalo, suelto y relajo mi cuerpo. También puedo hacerlo tensionando y distensionando cada una de las partes de mi cuerpo, empezando por los pies. Estando completamente relajada, me imagino la siguiente escena: “Una tarde mientras caminaba por el bosque se produce una gran tempestad con rayos, centellas y lluvia sin parar. Busco un refugio mientras la lluvia cesa y los rayos ya no se oyen. Me tranquilizo, ha llegado el ocaso y con él todo ha vuelto a la calma. En ese momento de calma soy consciente del aire, los olores y las tonalidades de los diferentes verdes de la vegetación. Me quedo un momento disfrutando del paisaje, de lo que veo y siento. Respiro profundamente y luego me pregunto: ¿Cómo se relaciona este ejercicio con mi historia de vida? A continuación escribo una frase, un pensamiento que me dé fuerzas para seguir viviendo:

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Cada vez que realice este ejercicio puedo agregar una nueva frase o pensamiento:

Otras pråcticas que nos permiten utilizar nuestra capacidad de imaginar‌.

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UN LUGAR INTERIOR PARA EL DESCANSO

Uso mi imaginación para ayudarme a crear una imagen, una representación mental de un lugar que sea especial para mí, donde pueda encontrar tranquilidad, paz y descanso. Al principio puede darme algo de trabajo concentrarme e imaginar el lugar, pero con las repeticiones puedo ir creando con gran detalle ese lugar especial, llenándolo de color, luz, objetos queridos. Como es un lugar interior, a partir de la imaginación, puedo entrar en él cuando desee, no importa si estoy rodeada de gente como cuando voy en el bus o esperando que me atiendan en algún lugar. PASOS…. • Ayuda cerrar los ojos (si se puede) • Escojo un lugar que sea especial y que me despierte sensaciones agradables. Puede ser un lugar que conozca, donde haya estado antes o que haya querido especialmente. • Lo voy detallando, como si lo pintara o como si fuera a arreglarlo para estar ahí. Me fijo en los detalles: si es abierto o cerrado. Cómo es su luz. Cómo es su clima. Si hay música, flores, aromas, sonidos. Cuáles son sus colores. Qué objetos o cosas queridas deseo tener ahí. Dónde están colocadas. • Dónde me ubico. En qué posición me gusta estar ahí. Si estoy quieta o prefiero moverme y caminar. Qué me gusta hacer mientras estoy en ese lugar.

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•• Me quedo ahí por un rato disfrutando de todo lo que veo, de lo que siento, en silencio. •• Respiro despacio y profundo y salgo de nuevo. •• Puedo volver a mi lugar especial cada vez que lo necesite. •• Si deseo, puedo dibujarlo en mi cartilla. •• La práctica de crear imágenes que sean especialmente significativas que sirvan de ayuda para relajarse, calmar la tensión y disminuir el estrés, es de gran ayuda. Mientras más se practica, mejores efectos se consiguen.

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AS NOT

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EL DOLOR DE LA VIOLENCIA, UN GRITO DE ESPERANZA

Los troncos con ramas secas tienen siempre alguna florida Proverbio

“Tenemos escondido el dolor”4 Cualquier emoción, incluso la cólera, lleva aparejados el conocimiento y la perspicacia, algo que algunos llaman esclarecimiento Clarissa Pinkola

Hablemos del dolor. Hay dolores físicos que son ocasionados por alguna afección de nuestro cuerpo que podemos ver como “un aviso” para que prestemos atención a su origen y podamos librarnos de él, recuperar nuestro bienestar. Estos dolores los ubicamos en una determinada parte del cuerpo pero afectan nuestro bienestar general y pueden producir 4 Juana Alicia Ruiz, una de las mujeres sobrevivientes de la masacre de los Montes de María

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otros efectos como temor y preocupación, lo que significa que el dolor corporal también está relacionado con algún grado de sufrimiento psicológico. Hemos experimentado también otro tipo de dolor que se manifiesta en nuestro cuerpo, pero que no es fácil de localizar, es el dolor emocional, que está asociado a nuestras historias de vida; comúnmente lo llamamos dolor del alma, sufrimiento o malestar psicológico. Todas hemos vivido este tipo de dolores, los cuales se manifiestan y expresan de diferentes maneras según nuestra historia de vida.

El dolor que nos dejan las violencias Uno de los aspectos menos visibles y más silenciados en relación con las violencias que vivimos, es el sufrimiento y el dolor que producen. El dolor es una experiencia humana que hace parte de la vida de todas las personas en numerosas situaciones que nos lesionan de manera íntima, personal, desencadenando esa experiencia sensible que llamamos dolor. Un buen ejemplo es el dolor que acompaña la pérdida de un ser querido, bien sea porque se ausenta, se termina una relación amorosa o fallece. Un dolor que no es considerado anormal, sino que constituye la expresión de un hecho inevitable que lleva a la elaboración y aceptación de la pérdida; es un dolor que no se cura de un día para otro, se necesita un tiempo para poder procesarlo. En ocasiones este dolor viene de la mano con sentimientos de angustia, desazón. Sentimos que no hay nada

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ni nadie remplace a la persona que hemos perdido. Sin embargo, cuando la pérdida es producto de una acción violenta y no de lo que llamamos muerte natural, tenemos que lidiar con la carga adicional que supone la vivencia del abuso, la impotencia, el miedo y la rabia que produce la crueldad de quien tortura y arrebata violentamente la vida de quienes amamos. Adicionalmente, cuando nos enfrentamos al desaparecimiento sin poder saber qué ha pasado con los hijos, las hijas, los compañeros o personas que amamos, la vivencia del duelo provocado por la pérdida se dificulta aún más porque tenemos que enfrentar el peso de la incertidumbre y la angustia de una espera permanente. Las separaciones violentas, las pérdidas, las amenazas, los ataques y vejaciones a nuestra integridad corporal y a nuestra dignidad, dejan un profundo dolor que llamamos psicológico. Este dolor se impone, no lo escogemos, desbarata y desordena nuestra vida, cambia todas

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las referencias conocidas de espacio, tiempo e identidad, de quienes somos para nosotras y para los demás. Por eso, al mismo tiempo que lo experimentamos, sentimos la urgencia de acabarlo, disminuirlo, transformarlo, librarnos de él. Pensemos un momento en el dolor ocasionado por el desplazamiento forzado. Fuimos obligadas a salir del sitio donde crecimos, vimos nacer y crecer a nuestros hijos e hijas, fuimos desplazadas en contra de nuestra voluntad. Estas pérdidas se viven como un desgarramiento que no se puede nombrar, por la pérdida violenta de personas, espacios, objetos y bienes a los cuales estamos vinculadas, que tienen diferente valor para nosotras. Por eso el dolor está profundamente relacionado con el amor. Por efecto de la violencia política, hemos llegado a otros espacios que son extraños a nosotras y a nuestras familias, es el dolor del desarraigo, del despojo, de lo que se vuelve irrecuperable. También hemos sentido el dolor por la separación de los seres queridos, familiares, amigos y amigas que han tenido que huir por la violencia, su presencia habita nuestros recuerdos. Pensamientos e imágenes de las atrocidades vividas nos invaden, atormentan nuestros cuerpos, amordazan la voz. Sentimos que enloquecemos y es el dolor el que nos retiene para no enloquecernos. Por eso nuestros primeros recursos son el grito, el silencio, las lágrimas, la palabra. Hay miles de mujeres colombianas con la misma historia, que han vivido

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estos dolores, han sido golpeadas, heridas, violadas y utilizadas como objeto de venganza, castigo y humillación para el que se considera enemigo. Los episodios dolorosos vividos por ese tipo de violencia hacen que en momentos críticos, nuestro cuerpo se trasforme y la imagen que veamos ante el espejo sea la de una mujer frecuentemente angustiada, agotada y temerosa, luchando con todas nuestras fuerzas para sobrevivir. El dolor psicológico, el sufrimiento, el malestar del cuerpo y del ánimo también pueden acompañarse de sentimientos de culpa; nos reprochamos, nos culpamos por creer que de pronto, “si hubiera dicho”… “si hubiera hecho”… tal vez las personas queridas se habrían salvado, o no nos hubiera pasado nada… Quien ataca, persigue, mata, viola, nos pone en situación de víctimas. Y la víctima, precisamente por serlo, no tiene que culparse o disculparse. Tenemos derecho a buscar justicia, reparación. El perdón es una opción que nos permite recuperarnos, dejar atrás el sufrimiento y construir en el presente, seguir adelante. Porque quedarnos en el sufrimiento, la tristeza, el autorreproche, no nos permite salir de la condición de víctimas. La violencia y el dolor se mantienen y reviven cuando las mujeres no recibimos respuestas a nuestras preguntas por los seres queridos muertos y desaparecidos o cuando buscamos justicia y reparación. Nos enfrentamos a la falta de voluntad política para que las situaciones de violencia no sean acalladas, para que se reconozca y sancione a los culpables.

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Este silencio contribuye a dejar solas a las víctimas con “su problema” como si fuera un asunto meramente personal, cuestión de supuesta mala suerte por estar relacionada con alguno de los actores del conflicto, o como se dice, un “daño colateral”, es decir, una consecuencia de la guerra, un asunto privado que cada cual debe enfrentar como pueda. El dolor por la ausencia de verdad y justicia se puede convertir en ocasiones en desesperanza e impotencia, cuando sabemos incluso que muchos de los que tienen la obligación de proteger y garantizar nuestra seguridad y derechos, se han aliado en el terror con los agresores. Silencio culpable e impunidad vienen a empeorar la situación para miles de víctimas.

Sentirnos mal por “estar mal” Entre los múltiples sentimientos que podemos experimentar en situaciones de violencia están la vergüenza, la culpa, la desvalorización de

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nosotras mismas, “sentirnos mal por estar mal”5. Estos sentimientos nos inmovilizan y nos impiden encontrar el camino para superar el dolor. Cuando empezamos a comprender nuestro dolor, nos estamos dando un espacio para el reconocimiento de nuestros sentimientos y malestares, el dolor es también un aviso, llamado a encontrarnos con nosotras mismas. El dolor por todas las formas de violencia es muy difícil de poner en palabras. El silencio que sigue al golpe, que se instala en el corazón y en el ánimo de la víctima por lo brutal y atroz de la pérdida, de los ataques, del poder ejercido por otro y que la deja sin posibilidad de defenderse. El silencio y el grito remplazan la palabra en estos momentos críticos. El silencio de quien se calla ante lo inevitable, ante la comprobación de que las palabras no alcanzan, más bien las sentimos huecas y pobres. El silencio extremo de una persona que se cierra para no despedazarse, para no enloquecer. O el grito y el llanto que aprendemos a ocultar. Adicionalmente, nos enfrentamos a la creencia extendida de que a las mujeres nos gusta sufrir, o que nos peguen, o que nos violen, o que nos humillen. Nos damos cuenta que en muchas ocasiones, las mujeres estamos dispuestas a denunciar la injusticia cometida contra otras personas, pero no la que se comete contra nosotras. Romper el silencio es iniciar el proceso de recuperación. El miedo paraliza pero también empuja. La rabia puede contribuir a la destrucción o dar coraje para actuar. Depend5 Expresión que suelen emplear algunas mujeres ante las dificultades para afrontar sus sentimientos producto de la experiencia de violencia.

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iendo de camino que sigamos, el sufrimiento puede acabar con nosotras o puede fortalecernos. Las reacciones, los pensamientos, los sentimientos y las maneras de actuar y sobrevivir de cada mujer frente a las atrocidades de la violencia que ha sufrido, no pueden simplemente verse como trastornos, enfermedad mental propia de las mujeres consideradas vulnerables o demasiado emocionales. Sufrir la violencia y enfrentarnos a ella de modos también particulares y subjetivos, no es lo mismo que “estar loca”, “demente”, “neurótica”. Cada mujer víctima de violencia trata de sobrevivir y lidiar con el dolor y si recibe el apoyo que necesita y el trato digno como persona con derechos, tiene más posibilidades de sentirse mejor y continuar adelante reconstruyendo su vida.

Sufrimiento no es lo mismo que enfermedad mental El dolor, la tristeza, la rabia, la impotencia y la desesperanza que no logran ser tramitadas pueden llegar a enfermarnos. Esto es distinto a creer que sufrimiento es igual a enfermedad mental. Es una confusión de la que nos tenemos que cuidar porque en ocasiones se pueden interpretar las reacciones al trauma como trastornos de conducta que se tratan como enfermedad mental. Cuando esto ocurre, las consecuencias pueden empeorar nuestra situación y puede ocurrir que nos sintamos presionadas para que tomemos medicamentos de los que podemos empezar a de-

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pender; podemos vernos limitadas y aisladas de nuestro entorno, separadas de nuestros hijos e hijas sin contar con nuestra decisión, lo que contribuye a agravar nuestras presiones; podemos ser estigmatizadas, señaladas como enfermas mentales. Otro efecto puede ser que el malestar no disminuya y los intentos por estar bien parecen no dar resultado, lo que añade una nueva angustia a las que ya se tienen, la de no poder librarnos del sufrimiento. No nos sentimos capaces para levantarnos cada día, realizar las actividades o el trabajo de cada día, nos encerramos, no hablamos con nadie, podemos dejar de cuidarnos, de comer, nos pueden asaltar ideas de quitarnos la vida o empezar a atacar a otros. Estos estados y reacciones, cuando se prolongan en el tiempo y se siente que no se pueden controlar ni manejar, se consideran señales de “depresión”. La palabra depresión se ha vuelto muy popular entre nosotros y se la utiliza frecuentemente para señalar que se está triste por algo, que se está bajo de ánimo o con pocas ganas o energía para encargarnos de las tareas diarias. La tristeza, la rabia y el dolor por la violencia sufrida, los cambios en el ánimo producto del trauma sufrido no pueden considerarse como “enfermedad”. También es necesario tener en cuenta que las situaciones de violencia vividas, ya sea por el conflicto y la guerra, el abuso sexual, la violencia intrafamiliar, pueden hacer reaparecer problemas de salud mental que

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las personas hayan sufrido en otros momentos de su vida. En todas estas situaciones, se requiere de un proceso de atención que respete nuestros derechos, el contexto y las condiciones en que cada mujer está lidiando con los efectos de las violencias que ha sufrido y las posibilidades de recuperación que puede poner a su disposición. Puede ser de gran ayuda reflexionar colectivamente en cuanto al dolor, sus causas y consecuencias, para entender cuáles son las situaciones que lo han originado, para desahogarnos, para darnos cuenta que somos muchas mujeres con la misma historia, que no es un asunto meramente personal sino colectivo. Por más dolorosa que resulte la experiencia de la violencia, es conveniente para nuestra salud mental entender qué sucedió, los hechos que ocasionaron estas situaciones. La construcción de la memoria colectiva es un uno de los pasos para la reparación. Compartir con otras mujeres estas vivencias en un ambiente de acogida, solidaridad y respeto, puede ayudarnos a hablar, a enfrentar nuestros temores. Si lo deseamos y pensamos que puee ayudar, pertenecer y participar en grupo de mujeres con historias semejantes, es otra oportunidad para compartir, interpretar y entender los dolores vividos. Estos espacios permiten construir nuevos significados para lo que estamos pasando y lo que queremos olvidar, tramitar, recordar, dejar atrás, es como tejer un tapiz con las historias de cada una de nostras. A veces no nos hemos dado la posibilidad de demostrar nuestros sentimientos, ya que el proceso de cura empieza por comprender el dolor y los malestares, permitién-

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donos las lágrimas, la expresión de los sentimientos.

Necesitamos romper el círculo, la tenaza del dolor, la rabia, el rencor y el miedo. La memoria de lo vivido no es para quedarnos en el sufrimiento, sino para lograr una conciencia más clara acerca de lo que somos y del mundo que queremos. Para mantenernos atentas a impedir que el monstruo de las violencias pueda atacar de nuevo.

CAMINOS PARA LA RECUPERACIÓN

Pasarán muchas lunas para reencontrar nuevamente el sentido a la vida. A pesar de lo adverso y trágico de las situaciones, siempre hay destellos de esperanza, pero que no llegan de la noche a la mañana. El proceso de restablecimiento, de reconstrucción de la vida, necesita de un tiempo. El adagio popular dice que “el tiempo todo lo cura”. El paso del tiempo ayuda, pero no es suficiente por sí solo. Porque podemos simplemente acallar el dolor, sepultarlo, aprender a vivir cada día con la zozobra, la rabia, el resentimiento, el temor, la incertidumbre.

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El dolor y las consecuencias negativas de la violencia, las tragedias de la guerra, los sentimientos de pérdida y angustia necesitan de un tiempo para ser tramitados, enfrentados y curados. Cuando se sufre la tragedia de la violencia, el dolor, el sufrimiento, conmocionan nuestra existencia. Por ello es tan difícil dejarlo de sentir de una día para otro. En ocasiones, cuando no sabemos qué hacer o no logramos sacarnos el dolor de encima, sentimos que los recuerdos y el peso de lo vivido se quedan en nuestro cuerpo y nuestro corazón como una especie de veneno que nos amarga la existencia y las relaciones con los demás. Sentimos entonces que la tarea de luchar, transformar el dolor y seguir adelante es muy dura y difícil. Necesitamos entonces pensar que no será un camino fácil, y que nos tomará un tiempo. Pero que si se emprende, se logra.

Los dolores se reflejan en estados de ánimo. La tristeza que no nos deja, el desánimo, la incertidumbre, son formas de manifestarlos. Cuando nos damos cuenta de que estos sentimientos nos aprisionan y tenemos la sensación de que todo lo que hacemos no nos ayuda y nos parece que no tenemos salida, que no hay remedio, es legítimo solicitar ayuda. La presencia de quien escucha, de quien comprende y nos an-

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ima a contener el dolor y no dejarnos vencer por él, es un medio valioso para nuestra recuperación. En ocasiones podemos pensar que pedir ayuda es una muestra de debilidad y que realmente nadie puede ayudarnos, que tenemos que luchar solas como sea porque nadie va a comprender aquello por lo que pasamos o inclusive nos van a echar la culpa. No necesitamos a veces grandes cosas. En ocasiones, cuando nos sentimos mal, agradecemos más la compañía silenciosa, cómplice del dolor, de quienes están a nuestro lado, su presencia sin palabras es como una brisa cálida y suave que nos sostiene. Pero también podemos encontrar palabras que nos animan, palabras que nos hace bien escuchar. En ocasiones, conviene estar alerta a ciertas palabras de consuelo que refuerzan las creencias que no nos ayudan porque intentan darnos una solución que no nos aporta: es mejor que no recuerde más, que olvide, debe irse del lugar donde sufrió tanto y coger otros caminos. La ayuda también puede venir de personas profesionales que están preparadas y preparados para trabajar con nosotras en nuestra recuperación física y psicológica, o para acompañarnos en los procesos de denuncia y restitución de nuestros derechos humanos. O que tienen la misión de hacer que logremos justicia. Si necesitamos ayuda psicológica no quiere decir que estemos locas, como a veces se piensa de quienes acuden a los y las profesionales. De

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la misma manera que acudimos a alguien buscando el restablecimiento de la salud corporal cuando tenemos un dolor, una molestia o una alteración en el funcionamiento de nuestro cuerpo, podemos buscar ayuda profesional para poder pasar el duelo que enfrentamos cuando vivimos situaciones extremas de violencia. Solicitar ayuda es un primer paso muy significativo. Este es un punto especialmente sensible para nosotras las mujeres. Las y los terapeutas que se ocupan de los efectos terribles de las violencias, necesitan prepararse para ello porque muchos de los enfoques tradicionales de tratamiento con que se ha manejado la salud mental no se han hecho cargo de la situación de discriminación y subordinación de las mujeres y el panorama de las violencias que enfrentamos no solo por el conflicto armado sino en la familia, en las relaciones de pareja, en la sexualidad, en nuestras posibilidades de decidir sobre nuestro cuerpo, nuestras relaciones, nuestra vida. Muchos de los enfoques psiquiátricos tradicionales lo que hacen es recetar pastillas para aliviar los síntomas sin que las mujeres sean visibilizadas como sujetos de palabra, de derechos, de decisiones.

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Descubrir, imaginar, crear formas

de

restablecer-

nos. Estas herramientas pueden ser: Inmediatas, para el momento en que estamos sintiendo mucho dolor, angustia, ansiedad; cuando estamos solas y no tenemos a quien acudir por el momento; cuando nos sentimos desanimadas, tristes, con miedo, estresadas, sin ganas de cuidarnos o cuidar a nuestros hijos e hijas o quienes dependan de nosotras. Son medios para darnos “primeros auxilios” en momentos difíciles, para recuperarnos corporalmente, para encontrarnos con nosotras. Pueden ser para realizar consigo misma, en silencio y soledad. O pueden ser realizadas con otras personas, en situaciones de grupo, como cuando hacemos rituales, ceremonias, reflexión, relajación en grupo, yoga, masajes. O en situaciones en que aprendemos nuevas cosas para nuestra vida. A mediano y largo plazo para transformar el dolor y el trauma que nos han producido las experiencias de violencia. Son las maneras en que pasamos por el proceso de duelo, volvemos a reconstruir nuestras vidas, a establecer nuevos vínculos con otros, nuevas relaciones, deseos y sueños para luchar, para recuperar la vida y la esperanza.

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EL DOLOR, UN GRITO DE ESPERANZA Permitámonos establecer un diálogo con nosotras mismas, démonos esa posibilidad, no necesitamos grandes recursos para realizarlo. Para empezar, creamos un ambiente tranquilo, en un lugar donde podamos estar en silencio, sin que nos interrumpan, en una postura cómoda, recostadas o sentadas. Abrimos con un ejercicio de respiración, es importante que lo hagamos de forma consciente para encontrar un propio ritmo de respiración que nos resulte fácil de manejar. Esto lo lograremos poco a poco, descubrir nuestro propio ritmo para respirar y para hacer las cosas, es un proceso de aprendizaje, igual que cuando aprendimos a caminar. Por eso no nos preocupemos si al comienzo es un poco difícil, a medida que practiquemos será mucho mejor. Empezamos inhalando, tomando el aire y llenando nuestros pulmones. Lo contenemos un momento. Luego lo exhalamos, lo dejamos salir lentamente. Repetiremos varias veces estos dos movimientos, en forma pausada y continua. Cuando hayamos logrado un ritmo para hacer estos dos pasos, entonces pasamos a un segundo momento. Cuando tomamos el aire, hacemos fuerza y tensionamos todo el cuerpo. Cuando descarguemos el aire, soltamos el cuerpo y nos distensionamos. Hacemos cinco (5) veces este ejercicio con todo nuestro cuerpo, apretando y aflojando al ritmo de la respiración, lentamente, sin afanes.

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Cuando estemos relajadas vamos a hacer un ejercicio de visualización. Nos imaginaremos prendiendo una vela, centrando nuestra atención en la luz que ella emite, los colores que refleja y sus movimientos. Respiramos tranquilamente, e imaginamos que nuestra mente esta al vaivén de ese movimiento de la luz. Luego pensamos en una palabra que nos traiga tranquilidad, sentimiento de bienestar y esperanza. Después respiramos profundamente, volvemos a hacer conciencia de nuestra respiración, sin olvidar la palabra que surgió en nuestra mente. Finalizado el ejercicio de respiración, escribimos la palabra pensada:

Para mí, esta palabra significa: Cada vez que realicemos este ejercicio podemos anotar nuevas palabras que nos dan esperanza y los significados que estas palabras tienen para nosotras.

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EL TIEMPO CALMA EL DOLOR PERO NO LO CURA TODO No olvidar, para no repetir Utilizo signos, figuras o colores para dibujar mi recuerdo de un momento doloroso que no olvidarĂŠ para que no se vuelva a repetir.

Le damos un nombre a este momento, lo describimos con una palabra:

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Este momento estará en mi recuerdo, pero puedo cuidar mi mente y cuerpo para que el dolor y el recuerdo de lo vivido no me habite completamente: Escribo a continuación tres prácticas de autocuidado que me ayudan Escribo a continuación tres prácticas de autocuidado que me ayudan a sentirme bien con mi cuerpo, físicamente. Me comprometo a realizar al menos una cada día.

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Escribo a continuación tres prácticas de autocuidado que me ayudan a esar bien mentalmente. Me comprometo a realizar al menos una cada día, según lo que necesite y que más me ayude.

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DEJAR DE SENTIRNOS MAL POR ESTAR MAL Esta práctica me conecta conmigo y me permite prestar atención a mi cuerpo, mis sentimientos y pensamientos. Para realizarla, necesito un espejo en el que me miro como si fuera la primera vez. •• Observo atentamente las expresiones de mis ojos. •• Observo luego la expresión de mi boca. •• Recorro mi rostro para reconocer las huellas que el tiempo ha dejado en mi rostro. Frente al espejo, me pregunto: ¿Cuál es la huella del dolor que queda en mi rostro? Sin olvidar este ejercicio vuelvo a mi cartilla y dibujo mi rostro señalando las huellas de dolor que he encontrado.

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Identificadas las huellas en mi rostro, pienso un momento cรณmo puedo transformar esas huellas y lo escribo:

Puedo ir dibujando nuevas expresiones que vaya encontrando en mi rostro. Luego puedo anotar pensamientos o ideas sobre lo que dibujo.

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AS NOT

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HACERNOS CARGO DE NUESTRA EXISTENCIA

Más vale encender una sola y minúscula candela que maldecir la oscuridad Proverbio

No sé si las estrellas sueñan o deciden nuestro destino, es impredecible y azaroso como los sueños. Por eso las mujeres y los hombres de nuestro tiempo aún temblamos cada mañana cuando el mundo se ilumina y nos despierta Ángeles Mastretta

Quien logra mover la montaña, comenzó por quitar las piedrecillas Proverbio

Las mujeres hemos desarrollado grandes capacidades, recursos e iniciativas para afrontar las adversidades, como resultado de una vida dedicada, inclusive desde la niñez, al cuidado de los otros; millones de mujeres nos encargamos diariamente al trabajo doméstico, al mantenimiento del

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hogar, el cuidado de hijos e hijas y demás miembros de la familia, especialmente de los que tienen problemas de salud y limitaciones físicas o psicológicas. No obstante su importancia para la familia y la sociedad, frecuentemente el aporte de las mujeres no es reconocido como se merece. Adicionalmente, la educación y la socialización de las mujeres, orientada centralmente al cuidado de los otros, produce efectos en la manera como se constituye nuestra identidad y subjetividad. Uno de estos efectos es que usualmente podemos tener dificultades para ocuparnos de nosotras mismas, puesto que hemos sido educadas para darle prioridad a las necesidades de los demás, máxime cuando nos convertimos en madres. Nos puede ocurrir que somos capaces de desarrollar una gran solidaridad con aquellos que están bajo nuestro cuidado pero dejando para después o ignorando nuestras propias necesidades. Por tanto, cuando sufrimos en carne propia los efectos de las violencias, necesitamos dirigir hacia nosotras la disposición a la ayuda y el cuidado, para atravesar el camino del duelo por las violencias vividas, liberarnos del dolor que sentimos y recuperar nuestras fuerzas. Tenemos una responsabilidad personal en el proceso de duelo para la superación de los traumas vividos, sin olvidar que la lucha por la verdad, la justicia y la reparación es colectiva y requiere de esfuerzos a todos los niveles: personales, familiares, comunitarios, estatales, sociales.

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El duelo y sus manifestaciones Vivir situaciones de dolor indecible nos provoca reacciones, cambios en nuestros pensamientos, sentimientos y modos de actuar que son difíciles de entender y manejar. En el proceso de duelo experimentamos reacciones corporales, físicas, psicológicas y sociales producidas por la vivencia de la pérdida; hay duelos que hacen parte del proceso de la existencia, como son los que vivimos cuando crecemos: por ejemplo, el que se produce por dejar de ser niñas y convertirnos en mujeres, el duelo por una separación de una persona a quien queremos, por la muerte de un ser querido, o por tener que dejar un lugar querido en donde pasamos la mayor parte de nuestras vidas. Otros procesos de duelo desencadenados por las violencias, son impuestos, causados por situaciones y decisiones de poder arbitrarias, como por ejemplo sacarnos a la fuerza de nuestros hogares, ser violadas, abusadas o esclavizadas sexualmente o sufrir la muerte violenta o la desaparición de un ser querido. El duelo es un proceso doloroso que puede desbordarnos y hacernos sentir por momentos que nuestra vida carece de sentido; al mismo tiempo, a pesar del desánimo, hacemos grandes esfuerzos por sobrevivir, dejar atrás el dolor, reconstruir nuestras vidas. Aunque todos los seres humanos transitamos procesos de duelo sin distingos de edad, clase social o sexo, las mujeres, por la forma como

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hemos sido socializadas, hemos tenido más posibilidades de expresar nuestros sentimientos de tristeza, malestar, angustia e incertidumbre cuando vivimos el duelo; la sociedad ha valorado al hombre por su manera de enfrenar la muerte, desvalorizando las expresiones de las mujeres. Las manifestaciones de la vivencia del duelo son variadas dependiendo de la persona y la situación vivida, puesto que todo ser humano tiene su propia historia de vida y sus formas de ver y asumir el mundo. Sin embargo, podemos identificar algunas que se presentan con mayor frecuencia. ♦ Tensión, cansancio, dolor localizado que no se relaciona con un hecho o enfermedad específica (de cabeza, estómago, espalda, cuello, entre otros). ♦ Pérdida de apetito o aumento de las ganas de comer. ♦ Baja de defensas del organismo, lo que nos hace más vulnerables a la enfermedad.

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♦ Dificultades para dormir, alteraciones del sueño, pesadillas, terrores nocturnos. ♦ Sensaciones de letargo, aturdimiento, irrealidad, negación de la pérdida, como si todo fuera un mal sueño. ♦ Sentimientos de tristeza a veces acompañados de ataques intensos de llanto. ♦ Disminución del interés por la vida, manifestado como apatía, aburrimiento, desesperanza, pérdida de la iniciativa por cuidarnos, ocuparnos de alguna actividad o de las tareas diarias, el arreglo personal. ♦ Autorreproches, subvaloración, sentimientos de culpa, miedo, rabia. ♦ Evocación repetida de la imagen de la persona que perdimos o de las imágenes de la situación violenta vivida, hasta el punto de tener sueños que nos alteran mucho. En estos momentos se pueden experimentar emociones intensas como mucho amor a la persona perdida o también desconsuelo profundo, añoranza, nostalgia, rabia contra los otros y consigo misma. A medida que el proceso de duelo avanza, vamos aceptando la ausencia de la persona y podemos recordarla sin dolor y sin angustia. Durante la vivencia del proceso de duelo pueden cambiar nuestras relaciones con las personas con quienes vivimos o nos relacionamos.

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Algunas manifestaciones de esta situación pueden ser: ♦ Irritabilidad, enojarnos con facilidad aparentemente sin un motivo. ♦ Sentir rechazo hacia las otras personas ♦ Aislamiento, no querer hablar ni relacionarnos con los demás. ♦ Temor permanente provocado por la violencia y la persecución, que provoca la pérdida de confianza para relacionarnos. Poco a poco conseguimos que muchas de estas reacciones desaparezcan. Dependiendo de cada persona, algunas de ellas, especialmente las que se relacionan con nuestra vida psicológica, necesitan más tiempo para ser tramitadas, superadas. Si pese a todos nuestros esfuerzos no logramos sentirnos mejor o darnos cuenta de que estamos avanzando, es posible que necesitemos una ayuda adicional por parte de quienes trabajan en salud y en el restablecimiento de las víctimas de la violencia.

El duelo es un proceso de cambio El proceso de duelo significa la transformación de los sentimientos que acompañan al dolor y al sufrimiento físico y psicológico producido por los actos violentos. Estos sentimientos pueden inundarnos de repente, pueden ser intensos, aparentemente contradictorios, encontrados. O pueden abandonarnos, como si quedáramos anestesiadas, sin capacidad para responder, gritar.

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Emociones como el miedo, la rabia, la desolación y la desesperación son reacciones normales, protectoras, que sirven para ayudarnos a huir de los peligros y situaciones extremas o para luchar por nuestra vida e integridad. Miedo y rabia pueden llevarnos a resultados distintos, como una misma moneda que tiene dos caras. El miedo y la rabia nos ayudan a protegernos o pueden contribuir a paralizarnos y hacernos daño. Son fuerzas que podemos usar de manera constructiva o destructiva, para nosotras y para los demás. Descubrir los propios miedos, los terrores que hemos acumulado después de las experiencias traumáticas, ayuda a ponerlos en palabras. Este es un paso importante para superarlos. Poco a poco nos vamos sintiendo con fuerzas para enfrentar el miedo a quienes nos han hecho daño, al presente incierto y al futuro, a la amenaza de que las violencias vuelvan a repetirse. La rabia contenida, guardada, negada, nos va envenenando, nos puede destruir o llevarnos a hacer daño a otros. La rabia es difícil de manejar so-

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bre todo cuando se junta con otros sentimientos como la impotencia, el miedo, el resentimiento; estas emociones se acompañan de pensamientos negativos, de muerte, pesimismo y amargura o pueden llevar a que sintamos una ansiedad permanente que hace muy difícil la vida diaria y las relaciones con los demás. La ansiedad se experimenta generalmente como estar nerviosa, tener temor constante, sentirse amenazada sin saber por qué y por quién, insegura. Vivir frecuentemente la sensación de tragedia, pavor, fatalidad y no poder librarse de ella. Sentirnos por momentos incapaces de desenvolvernos en ciertas situaciones, como si no pudiéramos tomar ninguna decisión, de manera que vamos perdiendo la confianza en nosotras mismas. La ansiedad se expresa también corporalmente, puede impedirnos el sueño, el descanso, causar pesadillas, terrores nocturnos, llanto, dolores de cabeza, pérdida de apetito o deseos de comer mucho. Por eso, la ayuda inmediata, la atención por parte de quienes pueden dar una mano es muy importante para poder sobrevivir y darle algún manejo a los efectos que nos provoca. Al mismo tiempo, las personas tenemos muchas fortalezas y recursos personales que no conocemos y que se revelan precisamente en situaciones extremas. Esto hace que podamos reaccionar para protegernos y salvarnos e inclusive para ayudar a otros en las situaciones dolorosas.

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El apoyo emocional para hacer nuestros duelos permite: ♦ Reconocer y enfrentar los sentimientos que angustian, paralizan o empujan a hacer cosas destructivas. Encargarnos del dolor. ♦ Disminuir el estrés y el sufrimiento producido por la experiencia de violencia, es decir, hacer el paso por ese dolor hasta dejarlo atrás. ♦ Aumentar la capacidad para visualizar, reconocer y transformar las experiencias dolorosas, expresar y trabajar los sentimientos. ♦ Protegernos de los efectos negativos que produce una angustia, temor o rabia permanentes que se sienten abrumadores y difíciles de manejar. ♦ Construir nuevos significados para lo que estamos viviendo y lo que deseamos vivir. Para lograrlo nos podemos apoyar también en el sistema de creencias religiosas, personales y culturales que tenemos. ♦ Desarrollar y fortalecer nuestra capacidad para que lo vivido y lo perdido no nos impidan volver a disfrutar lo presente, las nuevas realidades, deseos, sueños, esperanzas. Lo que le sucede a muchas mujeres, a muchas personas que han experimentado grandes sufrimientos es que logran transformarlo, fortalecerse y desarrollar una compasión y una comprensión especial frente al dolor de los otros. Por eso es común que terminen ayudando a los demás, orga-

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nizando la comunidad, buscando ayuda para quienes la necesitan. El hecho del pasado no puede modificarse, pero sí nuestra manera de verlo, tramitarlo, entenderlo y usarlo para tener más conocimiento, sabiduría y ánimo para encarar el presente. El tiempo no cura todas las heridas pero puede hacer que el dolor disminuya y hacer borrosos algunos recuerdos. Para resarcirse, el mal perpetrado necesita ser reconocido, denunciado, reparado. Y para hacerlo, es preciso valorar las memorias, conversar, reunirse, aliarse. Tener claros nuestros derechos. Ir fortaleciendo otras maneras de pensar, cambiar nuestros pensamientos, tener más conciencia de ellos. Para poder enfrentar lo vivido necesitamos a su vez tranquilidad para hablar, para contar, para hacer memoria, para volver a encontrar la esperanza. Como en ocasiones encontramos algún alivio en el olvido, creemos que la mejor medicina para el dolor que nos han traído las violencias es tratar de olvidar lo ocurrido. Pero el recuerdo doloroso puede venir en cualquier momento y amenazarnos de nuevo con su cuota de miedo, incertidumbre, desconfianza, rabia, desesperanza. Por eso, contrario a lo que se cree, recordar y hablar nos ayuda a sanar, porque podemos darle una vía de salida al dolor y hacer lo que necesitamos para recordar sin sufrir. Esto es lo que se llama “hacer el duelo”. Pasar por el proceso de duelo no consiste solamente en llorar, rabiar, dolerse, hablar. Hacer el duelo es también volver a encontrarle significa-

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dos nuevos a la vida, reconocer la valentía y la fuerza que hemos tenido para superar la violencia, para escapar de los agresores, protegernos y proteger a nuestros hijos, hijas o seres queridos, ser capaces de seguir adelante, volver a soñar, a ilusionarnos, a enfrentar los temores y luchar para construir un mejor futuro. Hacer el duelo es como reescribir nuestras vidas, abrir los ojos y el corazón a otras realidades posibles.

La decisión de acudir a la ayuda profesional Podemos rechazar la idea de pedir ayuda por distintas razones: si hemos tenido una experiencia desagradable cuando en otros momentos hemos solicitado; si creemos que la necesidad de ayuda es muestra de debilidad, de que no somos capaces de lidiar con nuestros problemas; si no sabemos a quién acudir, no podemos cubrir su costo y no conocemos muy bien cómo funciona el sistema de salud; si tememos que alguien pueda aprovecharse de la petición de ayuda para lograr favores sexuales; si para nosotras es muy difícil hablar de lo que nos ha ocurrido o nos está pasando; si tememos que nos hospitalicen y nos aíslen de nuestros hijos e hijas o familia. Adicionalmente, situaciones como el desplazamiento forzado y la tarea de organizarnos en espacios desconocidos y carentes de lo básico para sobrevivir, hacen aún más difícil acceder al sistema de salud para ser atendidas o a la justicia para lograr la reparación debida. Por otra parte, en primera instancia, las mujeres tenemos la capacidad de generar formas de comunicación que nos posibilitan identificar recursos,

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grupos de ayuda, instituciones y personas de la comunidad que pueden asistir a quienes más lo necesitan. Adicionalmente, la organización de las mujeres para luchar juntas nos proporciona espacios de aprendizaje para reconocer nuestros derechos y exigirlos. Cuando solicitamos ayuda porque sentimos que no estamos bien, es preciso estar atentas a que se nos respeten nuestros derechos y nuestra capacidad de decidir. Por tanto, conviene tener en cuenta: ♦ El lenguaje, la forma de hablar y los términos que utilizan las mujeres para referirse a su sufrimiento no son los mismos que utilizan los profesionales de la salud. Si los profesionales de la salud ignoran las condiciones en que la mujer ha experimentado las violencias, el abuso, la violación, la muerte, tortura y desaparecimiento de sus seres

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queridos, entonces pueden simplemente considerar lo que sentimos como si estuviéramos enfermas mentalmente o ser tratadas como desequilibradas, demasiado emocionales, incapaces de tomar decisiones sobre nuestra propia vida. ♦ Solicitar todas las explicaciones suficientes cuando tenemos dudas sobre lo que los profesionales de la salud van a hacer o sobre lo que esperan que hagamos. ♦ No aceptar presiones, tenemos derecho a tomar decisiones y conversar con el o la profesional acerca de cómo nos sentimos y en qué estamos en desacuerdo. ♦ Tenemos derecho a la privacidad y a que se acepte que hay cosas que queremos decir de forma confidencial. ♦ Como mujeres adultas, tenemos derecho a tomar decisiones sobre nuestro cuerpo y salud sin que los profesionales de la salud nos pidan que “llevemos al esposo para pedirle autorización”. ♦ Escuchar sin juzgar, regañar. Apoyar la búsqueda personal de otras ayudas o motivar para que cada mujer pueda modificar las formas dañinas de hacer frente al dolor por otras que le permitan ganar en poder, fortaleza, autonomía. Algunas de estas formas inconvenientes de afrontar el sufrimiento pueden ser el uso de alcohol y otras drogas. ♦ La vergüenza, el temor y el miedo que significan para muchas mu-

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jeres hablar de la violencia que han sufrido, de la violación, la tortura y el abuso sexual, por ejemplo, deben ser comprendidos por los profesionales para que no sean interpretadas negativamente en contra de las mujeres señalándolas como “víctimas poco colaboradoras”. ♦ Vemos y percibimos el sufrimiento y las dificultades que nos acosan de manera distinta a como los ven y los entienden los y las profesionales de la salud como médicos y médicas, psiquiatras, psicólogos y psicólogas, enfermeras y enfermeros. Las mujeres y en general todas las personas interpretamos nuestro sufrimiento psicológico en términos propios de nuestra cultura, historia, tradición y creencias. Un ejemplo es que usamos distintos nombres para hablar de él: pena moral, sufrimiento espiritual, castigo divino, estrés, entre otros. Poder compartir creencias, tener otras formas de ver y de interpretar lo vivido, conocer cuáles son los derechos que se tienen, permiten avanzar en la restauración y control de la propia vida. Tendemos a apoyarnos en nuestros propios valores, los conocimientos ancestrales y familiares sobre el cuerpo y la salud, las medicinas antiguas y caseras, las tradiciones y apoyos de la comunidad, las ceremonias y ritos para elaborar el duelo, lo que con frecuencia no es tenido en cuenta ni valorado suficientemente por los profesionales de la salud. Algunos de estos recursos son la medicina natural, la homeopatía, la acupuntura, la bioenergética, los grupos de autoayuda, el uso de hierbas y productos

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naturales, los masajes, la relajación, la práctica del yoga, la oración, los ritos y ceremonias propios de cada cultura para invocar la ayuda divina, la sanación.

CAMINOS PARA LA RECUPERACIÓN

Cada forma de darnos cuenta

de

nuestros

sentimientos y nuestras emociones, cambia según el momento, el lugar y lo que estemos viviendo. A veces queremos recordar, otras veces lo evitamos porque nos duele hacerlo. En algunas ocasiones queremos la ayuda de otras personas y en otras podemos pensar que nadie puede entender lo que estamos pasando. Nos aconsejan que hablemos pero podemos sentir que hablar es muy peligroso, que alguien puede aprovecharse, que es mejor esconder y sepultar nuestros sentimientos. A veces queremos luchar y otras veces queremos dejar de hacerlo. A veces la rabia y el desaliento no nos dejan pensar con claridad y otras veces la esperanza de que todo va a mejorar nos vuelve a traer el sol como después de un aguacero.

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En la vida cotidiana podemos abrir espacio para pequeñas prácticas que nos alientan y hacen menos pesada la carga sobre todo en estos momentos críticos. A pesar de las múltiples ocupaciones, dedicar conscientemente un tiempo para descansar, encontrar o hacer algo que nos divierta, que nos haga sentir contentas, que nos dé un respiro. Básicamente consiste en concentrarnos en imágenes mentales en un espacio específico, pensar una situación y encontrar modos creativos de manejarla. O en crear con la imaginación nuevas situaciones, sueños, sentimientos. También se lo llama Visualización o Focalización porque permite abrir la mente a nuevos lugares y mundos con solo pensar en ellos y concentrarnos en algún aspecto que queramos trabajar a partir de recursos como una canción que nos inspire, que podamos cantar y disfrutar, ya sea en voz alta o en silencio. También la podemos usar para trabajar sentimientos que nos están agobiando mucho. Por ejemplo, para identificar y reconocer la rabia. Podemos focalizarnos en tres pasos:

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1. Pensar en un momento o situación en que hayamos experimentado mucha rabia. 2. Pensar qué se ha hecho de positivo para enfrentar la rabia sin hacernos daño ni hacerlo a los demás. 3. Pensar qué hemos hecho en esa situación que haya sido destructivo para nosotras mismas o para los demás. Algunas prácticas para la autoayuda:

Transformación de la ira, la rabia, el enojo6 Puedo pensar en la ira y el enojo como si fuera un fuego, una llama. El fuego es una fuerza activante, una fuerza que cambia una cosa en otra. Transforma la greda en florero y el trigo en pan. Por el fuego, el calor y la presión de la tierra se forman hermosos cristales. La oportunidad de aprender a mantener el fuego, a trabajar con la energía de la transformación, es uno de nuestros dones. El poder de nuestra ira puede ser la fuerza que impulsa importantes cambios en nuestras vidas. El poder de la ira puede habernos permitido vernos a nosotras mismas como sujetos con nuestros propios pensamientos, sentimientos y creencias. Puede haber sido la ira la que nos ha ayudado a abandonar situaciones incómodas, intolerables.

6. Tomado y adaptado del Programa de Salud Mental Popular para Mujeres “Rehaciendo nuestras conexiones”, de Carolyn Lehmann, Peggy Moran y Mónica Hingston (Santiago de Chile).

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Necesitamos recordar que la ira es parte de un proceso, debe mantenerse siempre en movimiento, no quieta, contenida y negada. Un buen modo de empezar es verla como una forma de ENERGÍA. Puede que nos cueste trabajo porque todavía pensamos que “la ira es mala, es un pecado, no se ve bonita en una mujer”. Cuando entendemos la ira como energía, vemos que puede cambiarse, que puede transformarse en otra cosa. Necesitamos el valor para explorar la ira, la rabia, el enojo, para entenderla y apreciarla. Cuando la enfrentamos y la conocemos, podemos determinar qué formas de expresión queremos que tenga en nuestra vida.

Explorar la rabia Para hacerlo, puedo realizar los siguientes pasos:

•• Respiro profundamente y me relajo lo más que pueda. Inhalo, sintiendo que llevo el aire hasta la planta de mis pies y dejo su energía en cada parte de mi cuerpo. La energía de la Tierra está fluyendo por mi cuerpo.

•• Ahora, recuerdo un momento en que he estado muy enojada, con rabia, presa de la ira. Recuerdo vívidamente. ¿Cómo la expresé? ¿Grité? ¿Lloré? ¿Controlé la voz y acallé todo lo que sentía? ¿Actué como si no hubiera estado enojada, tratando de esconder mis sentimientos? Siento la ira en mi cuerpo en este momento. ¿Me doy cuenta de lo que siento en mi cuerpo en este momento? En mi cara, en mis manos, en otras partes del cuerpo?

•• Ahora, alejo el recuerdo de mí, no pienso más en la situación vivida. Me concentro en mi cuerpo para darme cuenta dónde hay

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tensión y tirantez. Entonces respiro profundamente y llevo el aire a esas partes de mi cuerpo que están tensas. Cuando exhalo, pienso que mando mis sentimientos a la Tierra. Siento que se confundirán con la energía de la Tierra. Cuando vuelvo a inhalar, tomo esta nueva energía en el aire que entra por mis pulmones y cojo nueva fuerza para vivir.

•• Respiro profundamente, inhalo energía y exhalo con el aire toda la ira y el enojo. Disuelvo mentalmente todas las imágenes dolorosas. Estoy conectada con La Tierra. Mis acciones son claras y tienen un buen fin. Estoy conectada con La Tierra….

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DESARRAIGO Y PÉRDIDAS El despedirnos es un saber de vida No existen recetas para afrontar el duelo o el desarraigo, sin embargo queremos presentar algunos aspectos que nos pueden aportar para afrontar el duelo: •• •Hacer conciencia del dolor ante la pérdida. •• •Darnos la posibilidad de expresar nuestros sentimientos en vez de reprimirlos. •• •Transformar la actitud enjuiciadora hacia nosotras mismas por una actitud cálida, comprensiva. •• •Buscar espacios de comunicación con otras personas cercanas a nosotras. •• •A pesar de las cargas cotidianas lograr tener un tiempo para descansar y aliviarnos de la sobrecargarme y de la fatiga. •• •Cuando los sentimientos que el duelo nos sobrepasan y sentimos que nuestra vida carece de sentido buscar ayuda. Escribo otras ideas que me han servido para afrontar el dolor del desarraigo:

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HACERNOS CARGO DE NUESTRA EXISTENCIA Y NUESTRAS DECISIONES Tomar las riendas de nuestra existencia Realizo un dibujo de UNA COMETA, que me represente a mi misma. Pienso en la forma que quiero darle, en los colores que le pondré.

Reflexiono: ¿Si suelto mi cometa que le pasará?

¿Cómo hacer para sostener mi cometa y dejarla seguir volando?

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CONFIAR DE NUEVO, TEJER RELACIONES

Una palabra salida del corazón da calor durante tres inviernos Proverbio

Ante lo indecible y lo inexplicable del dolor, un ser que sufre y otro que acoge su sufrimiento permite que sea gritado, llorado y gastado a fuerza de lágrimas y palabras (Juan David Nasio)

La calidez, la complicidad y hermandad son las notas que nos permiten encontrar un sonido a la amistad

Las mujeres conocemos la fuerza que crea el trabajo conjunto, la solidaridad y los vínculos. La violencia no solamente rompe las redes que hemos tejido en los lugares, los pueblos y las comunidades en las que ha transcurrido nuestra vida. Los actos violentos, las complicidades de la

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guerra y el miedo atentan contra la confianza que es básica para construir relaciones, para tejer redes con los otros. El miedo a la persecución, las amenazas de muerte, el temor a que nos arrebaten los hijos e hijas afecta nuestra posibilidad de relacionarnos. Al mismo tiempo, el proceso de reconstrucción de nuestra vida y la lucha por nuestros derechos hace necesarias las relaciones, el restablecimiento de la confianza, la solidaridad para luchar por otro presente y otro futuro. Espacios para el reencuentro Para poder hablar, es necesario crear las condiciones para hacerlo. Con frecuencia no se necesitan grandes cosas. Estos “espacios” se van construyendo cuando nos decidimos a hablarle a alguien que nos ha dado la mano y en quien hemos empezado a confiar. Encontramos grupos que trabajan en las. Es posible ir identificando personas con las cuales se puede empezar a hablar para formar una red informal de apoyo con quienes hayan pasado por situaciones similares y que quieran ayudarse a superarlas.

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Contra el dolor del desarraigo, de tener que emigrar forzosamente por miedo a perder la vida o que nos arrebaten los seres queridos, necesitamos volver a construir el sentido de quiénes somos. Poder hablar, conversar con alguien en quien confíe, alguien que esté dispuesta-dispuesto nos puede abrir el camino a la recuperación. Asumir los cambios que se han producido por el desarraigo y el desplazamiento forzado nos pone en la tarea de recuperar lo que sabemos hacer y buscar cómo hacerlo en la ciudad, en el barrio adonde hemos llegado; vamos conociendo poco a poco lo que la ciudad permite, ofrece o dificulta. Podemos hacer uso de los valores, las creencias, los saberes que tenemos y que nos dan fuerza para enfrentar la situación de pobreza, lograr un trabajo que nos permita sobrevivir, restablecer la vida familiar, cuidar los hijos e hijas. Vamos reconstruyendo los lazos que nos animan a luchar. Estamos en capacidad de tejer nuevas relaciones que nos proporcionen cariño, ayuda, amor, ternura, manos amigas que abracen y acaricien. Que curen, que sostengan. Redes y lazos con las y los demás que nos sostienen, respaldan y fortalecen para: ♦ Poder hablar ♦ Superar miedos e inseguridades, dolor, tristeza, rabia y desamparo.

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♦ Aprender, ampliar nuestra conciencia y utilizar nuestros conocimientos. ♦ Recibir y dar apoyo en momentos difíciles y críticos del proceso de recuperación ♦ Descubrir y desarrollar habilidades nuevas y formas de solucionar problemas ♦ Normalizar las actividades que hacemos día a día ♦ Relajarnos, tranquilizarnos, recrearnos ♦ Dar pasos en la dirección que buscamos ♦ Ayudarnos y ayudar a los otros como una forma de ayudarse a sí misma. Redes y lazos con los demás que nos sostienen, respaldan y fortalecen para cambiar lo que necesitamos y sentirnos mejor, restablecernos del dolor vivido. Recobrar perspectivas y esperanzas para el presente y el futuro. Los grupos de apoyo, talleres, redes, son espacios de participación que convocan a las mujeres a la reflexión, el aprendizaje, el trabajo conjunto alrededor de una idea, un objetivo, un propósito que se construye conjuntamente. Son espacios en los que logramos hacer y rehacer lazos de confianza y de

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seguridad para hablar, desahogarnos, compartir el saber, la experiencia y las posibilidades de cambio. En ellos se puede mencionar lo que parece innombrable, el dolor, la culpa, la incertidumbre por un futuro del cual se teme la repetición del horror vivido. Tranquilidad para traer nuestros recuerdos, transformar el dolor en palabras para poder encontrar otros significados a nuestro dolor y no alimentar las culpas ni los reproches. El trabajo grupal organizado para superar los efectos de las violencias facilita expresar la propia interpretación acerca de lo vivido, las ideas y los sentimientos de cada cual en una particular situación de violencia. Reconocer y afianzar o también cambiar la propia manera de ver las cosas; luchar y enriquecerse con las ideas y la propia manera que tiene cada persona de enfrentar la adversidad, contestar preguntas. ¿Quién soy yo en esta situación? ¿Con quiénes me relaciono? ¿Cómo veo mi situación actual? ¿Qué necesito? ¿En qué creo? ¿Cuáles son las ideas y los valores que me sostienen? ¿Cuáles son los sentimientos y los afectos que me fortalecen? ¡Cuál es mi rutina actual? ¿Qué puedo hacer por mí y con otros para transformar lo que vivo actualmente? A las mujeres que han tenido alguna experiencia organizativa les resulta más fácil identificar personas y organizaciones para recibir ayuda, apoyo y respaldo para el resarcimiento de los derechos. Las mujeres que han vivido aisladas, sin salir casi de su entorno familiar, en lugares apartados y que por la violencia se ven obligadas a desplazarse y huir, pueden necesitar un apoyo adicional para establecer relaciones en espacios totalmente

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nina ea, ras

desconocidos para ellas y que pueden resultar muy amenazantes.

CAMINOS PARA LA RECUPERACIÓN En el trabajo conjunto logramos nuestra

recuperar palabra,

confianza, otras de vida;

nuevas

la

desarrollar visiones

nos sentimos capaces de luchar,

fortalecemos nuestra capacidad de defendernos, conocemos nuestros derechos y trabajamos por ellos; aprendemos a participar para cambiar el orden patriarcal que nos sigue imponiendo un lugar inferior y a las mujeres y nos convierte en de múltiples violencias.

El proceso de recuperación de los efectos devastadores de la violencia es un camino hacia el reconocimiento de nosotras mismas; contra la destrucción nosotras nos planteamos “rehacernos”, reconstruir nuestras vidas estando más atentas y conocedoras de los papeles que hemos jugado en nuestra familia, en

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subordinado víctimas


la comunidad, en el país. Por tanto, más conscientes también de lo que queremos y de cómo deseamos vivir y luchar. Un nuevo camino para recorrer. En cierto modo, es un camino que nos lleva hacia nosotras mismas, a reconocernos como sujetos capaces de tomar nuestra vida en las manos; hemos sembrado la vida, hemos traído hijos e hijas al mundo para seguir sembrando la esperanza, no para la guerra. Estos caminos se cruzan con otros miles de sendas por donde transcurre la vida de otras mujeres, caminos distintos, florecidos unos, con espinas y peligros otros, con la muerte y el odio acechando. Por eso construir la vida y la esperanza no puede ser un propósito meramente individual. Es la labor de cada una pero de todas al mismo tiempo. Es decir, es un trabajo profundamente político, que va transformando la vida de todas las mujeres y de toda la sociedad.

Estar atentas a las posibilidades que tenemos pero también a las trampas patriarcales y machistas que todavía se mantienen, no puede ser solo un trabajo en soledad, por eso construimos redes, trabajamos en común, tejemos la esperanza en conjunto con otras mujeres, aprendemos de las demás y aprendemos también a hacer alianzas con otros grupos sociales, con hombres y mujeres con quienes compartimos las luchas por el cambio que necesitamos. Son otros caminos…

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Una práctica de autoayuda, para ser realizada individualmente o en grupos

TEJER REDES DE VIDA Y ESPERANZA TAPIZ DE HISTORIAS DE VIDA DE LAS MUJERES Ahora vamos pintar un tapiz, cuando hablamos de un tapiz hacemos referencia a un paño de lana o de tela que utilizamos para tejer manualmente, para representar algo a través de imágenes, dibujos, signos. Ahora, vamos a dibujar nuestro tapiz a continuación, teniendo en cuenta los siguientes pasos: Recuerdo mujeres con historias similares a la mía. •• Una vez que identifico cada una, las voy a representar con una imagen (por ejemplo: una flor, una animal, un color). •• En cada uno de los cuadros pinto la imagen que representa a cada mujer cuya historia es similar a la mía. •• Por último dejo un cuadro para pintar la imagen que me representa. Cuando termine el tapiz le pondré un nombre:

Cuando las mujeres nos reunimos para desarrollar un arte manual, se produce un efecto mágico, que hacen que broten risas, complicidades, que nos cubramos y nos cuidemos de las inclemencias de la vida.

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YO

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