Premio Homenaje Editorial FIL Guadalajara 2017

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Premio Homenaje Editorial otorgado a Juan Casamayor

Editor de Editorial PĂĄginas de Espuma

31.ÂŞ Feria Internacional del Libro de Guadalajara 27 de noviembre de 2017



El acto de entrega del Premio Homenaje Editorial otorgado a Juan Casamayor, editor de Editorial Páginas de Espuma, tuvo lugar en la 31.ª Feria Internacional del Libro de Guadalajara el 27 de noviembre de 2017 a las 19:30 horas en el salón Juan Rulfo. La mesa estuvo compuesta por el licenciado Raúl Padilla, Presidente de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Marisol Schulz, Directora General de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la escritora Pilar Adón, el escritor Antonio Ortuño, el editor Daniel Divinsky. El editor Gustavo Guerrero no pudo acudir en último momento y su texto fue leído por Marisol Schulz. El licenciado Raúl Padilla expuso una presentación del Premio e hizo un repaso por la trayectoria de Páginas de Espuma y el editor Daniel Divinsky realizó un brillante y emotivo semblante de los editores y la editorial premiados. A continuación reproducimos los discursos que fueron leídos en el acto. Editorial Páginas de Espuma agradece profundamente cada una de las palabras que compartieron con todos nosotros y que su texto pueda ser leído ahora por todos los lectores.



Pilar Adón *

Existen lugares en el mundo que trascienden su mera esencia geográfica. Lugares que simbolizan y representan mucho más que otros espacios, tal vez cercanos, porque algo (o alguien) les dota de un especial significado y de trascendencia. Cuando atravesamos la puerta del 1º izquierda del número 3 de la calle de la Madera, un inmueble situado en el corazón de uno de los barrios más castizos de Madrid, El Barrio de Malasaña, el Barrio de Maravillas al que cantó Rosa Chacel, entre la calle del Pez y la calle de la Luna, y torcemos a mano derecha en dirección a las oficinas de la editorial Páginas de Espuma, sabemos, sentimos de una manera casi instintiva, que nos estamos adentrando en uno de esos lugares que trascienden su propio espacio. Es el lugar que desde hace casi veinte años constituye el santuario máximo del cuento en español. El lugar al que en un momento u otro nos hemos acercado prácticamente todos los autores que escribimos relato en castellano con la esperanza de quedarnos en él y empezar a formar parte de su estructura y de su historia con nuestros libros. Y en el que hemos podido charlar con Juan Casamayor, que algunas veces bromea diciendo que él y Encarni Molina llevan años viviendo del cuento. Aunque a la vista de su labor constante y ordenada, a la labor constante de ambos, más cabría decir que en buena medida es el cuento en español el que vive y goza de buena salud gracias a ellos. Hace no mucho tiempo, nuestros padres editoriales, quienes nos legaron su sabiduría, producto de años de experiencia, © Pilar Adón, 2017


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consideraban que el cuento era “veneno para la taquilla”, un género que muchos consideraban menor. Una anécdota creativa a la que se entregaba el autor en espera de retos mayores, y un entrenamiento que le servía para hacer prácticas y poner a prueba su talento, en preparación para el gran combate por el título que siempre constituía la novela. El nacimiento de Páginas de Espuma señaló el comienzo de una época nueva en la producción editorial en castellano, y lo hizo desmintiendo esas verdades universales que nos legaron nuestros antecesores. Gracias a los editores de Páginas de Espuma, un género completo se puso de largo, se transformó en género grande, y abrió paso al talento de muchos escritores, diestros en las distancias cortas, cuya existencia hasta entonces había permanecido oculta. Muchos de los que nos acercamos en aquellos primeros años a Páginas de Espuma, escribíamos cuentos como modo de explicarnos muchas cosas. Encontrábamos en el cuento nuestra forma de expresión, y a él nos habíamos dedicado desde el principio. El cuento tiene algo de invocación a las historias que nos han hecho lectores, a las fantásticas historias que escuchábamos de pequeños, y en cierto modo sabíamos que somos quienes somos no solamente gracias a Cervantes, a Proust o a Thomas Mann, sino también gracias a las Ménades de Cortázar, a La dama del perrito de Chéjov, a Un artista del hambre de Kafka, al Aleph de Borges, a Tres rosas amarillas de Carver o al Joyce de Los muertos. ¿Quién haría justicia a esas voces que resonaban en nuestro interior inspirándonos nuestros cuentos? ¿Cómo demostrar que todas esas historias tenían un valor evidente en sí mismas? Gracias a una editorial que parecía existir para que nosotros escribiéramos en ella. La edición independiente comporta riesgo, comporta rastrear en todo momento nuevos caminos, renovar la mirada de 6


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un modo constante. Y acompañar tanto al autor como al lector en su exploración de las voces que utilicen sus propios códigos. De creación y de comunicación. Estas premisas son una constante, y siempre lo han sido, en la labor y la vocación de Páginas de Espuma. Una editorial que ha contribuido como ninguna otra a que el relato adquiriera un lugar preponderante en la edición española a partir de su premisa de construir un catálogo equilibrado entre autores clásicos –Antón Chejov, Maupassant, Poe, Pessoa, Zola– y autores contemporáneos. Una editorial que ha posibilitado que el relato se lea como un género con valor propio. Y que lo ha logrado a base de confianza en el género, de constancia, de mucho trabajo, y arriesgándolo todo desde un principio, cuando en España el relato no tenía la posición fuerte y consolidada con la que cuenta ahora, gracias al esfuerzo y la perseverancia de los editores de Páginas de Espuma. Con la distancia, con la benevolencia que viene de la mano del éxito, tras casi 20 años de labor editorial ininterrumpida, se puede tender a suavizar las dificultades de los inicios. Pero no hemos de olvidar que estamos ante la aventura de unos editores que han logrado hacer de su editorial el baluarte del relato en un país en el que venía a ser el hermano más próximo a la poesía en cuanto a las pocas ventas y en cuanto a la sensación por parte de los lectores de que se trataba de una lectura minoritaria por incomprensible y poco asequible. Páginas de Espuma cambió el panorama que ofrecían las mesas de novedades de las librerías españolas apostando por autores vivos en castellano, y esa firmeza de sus editores en su lucha por reivindicar el cuento en España y por apostar por los autores de aquí y de ahora ha logrado que el género sea no sólo aceptado sino aplaudido y celebrado, y que el relato crezca en España de manera exponencial, en lectores y en ventas. Entrar en Páginas de Espuma implica entrar en un enclave absolutamente literario. Adentrarse en un cosmopolitismo que 7


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remite, simultáneamente, a una chimenea en el hogar. Y empezar a formar parte de una nueva familia, tan acogedora como deberían serlo todas las familias. La relación que se establece con los editores de Páginas de Espuma no es sólo la del respeto que ha de mantenerse en todo vínculo profesional y que lleva a un esfuerzo conjunto por conseguir el mejor libro posible. Lo que se genera desde el principio es una relación de confianza y de cordialidad que perdura a lo largo de los años. Un vínculo de amistad que nace de la absoluta disponibilidad por parte de los editores a la hora de charlar con sus autores, de cogerles el teléfono, de asesorarles, y acompañarles en presentaciones y entrevistas. De su cordialidad, su manera de ser absolutamente serios en lo que hacen y, a la vez, disfrutar de cada segundo de su trabajo con un sanísimo sentido del humor que logra que todo parezca muy fácil. Existe en la editorial una serenidad que se deja compartir. Una confianza inmensa en el trabajo conjunto, que los autores percibimos y que nunca dejamos de agradecer. Un amparo que alienta, que no atenaza, en esa intrincada transferencia en que el editor toma la obra de un autor y la transforma en un libro de su sello editorial. Una dedicación que, con la atención y la vigilancia de cualquier buen guía, anima a seguir creciendo. Unas capacidades que rebosan y que siempre han existido entre los moradores de Páginas de Espuma, quienes, con el máximo esmero, se consagran a cuidar de sus autores, a mimarlos y a velar por ellos. Por tanto, no podemos sino alegrarnos por este reconocimiento tan merecido, dar la enhorabuena a los editores de Páginas de Espuma y, por supuesto, seguir dedicando toda nuestra devoción y nuestras lecturas al relato. Muchas gracias.

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Antonio Ortuño *

Nada tan satisfactorio como hablar de una buena nueva. La Feria Internacional del Libro de Guadalajara anunció, hace ya algunas de semanas, que el Homenaje al Mérito Editorial de este año del señor 2017 va a ser rendido al editor zaragozano Juan Casamayor, fundador y animador, junto con Encarni Molina, de Páginas de Espuma, el sello emblemático del cuento en lengua castellana en nuestro tiempo. Esta, insisto, es una gran noticia, y lo es en varios frentes. El primero, que me apresuro a confesar, es personal: mis tres libros de relatos han sido publicados por Páginas de Espuma y, a estas alturas, tengo el gusto de contarme como amigo de sus editores más allá de todo vericueto literario. Al margen de ello (que a ustedes, amables lectores, puede darles perfectamente igual, si así lo prefieren), el asunto de fondo es que esto me importa porque la editorial se ha convertido, a veinte años ya de su aparición en el mercado, en un baluarte del relato breve frente a esa suerte de blitzkrieg impulsada, sobre todo, por los grandes grupos, para imponer a la novela como el único género literario “vendible”. Páginas de Espuma ha lidiado en el centro de la primera fila de esa resistencia que las casas independientes han organizado, a lo largo de los años, en torno al cuento. Y, hasta ahora, ha salido muy bien librada en el combate. Así, pues, el sello se ha especializado en ir a contrapelo. Si bien no todo lo que publica es cuento (hay ensayo y del bueno, lo mismo que libros de divulgación científica o reflexión sobre © Antonio Ortuño, 2017


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cine), sí que es verdad que lo más emblemático de su producción ha sido y es la narrativa breve. La apuesta se apoya en dos pilares fundamentales: uno, las ediciones de algunos de los principales clásicos del género, bien traducidos (si corresponde), comentados y anotados y, por lo general, al completo: Poe, Chejov, Zolá, Schwob, Pessoa, Balzac, Maupassant, Panero, Unamuno. Y el otro, claro, lo conforma un puñado de autores indispensables del cuento actual en español a ambas orillas del Atlántico: Neuman, Schweblin, Obligado, Tizón, Iwasaki, Giralt Torrente, Shua, Merino, Paz Soldán, Torres, Correa Fiz. Y, desde luego, tampoco falta allí una importante legión mexicana: Samperio, Arriaga, García Bergua, el inolvidable Nacho Padilla, Nettel, Volpi, Serna, Chimal, entre otros. Este catálogo va mucho más allá de un listado de nombres, es una suerte de tablero de navegación del género en dos dimensiones: la clásica y la contemporánea. ¿Cuál es el secreto de Páginas de Espuma? Que ha demostrado que la independencia no equivale a falta de rigor ni a falta de trabajo. En vez de tirarse a la hamaca y quejarse por falta de apoyos, los editores del sello han trabajado como posesos para colocar sus títulos entre libreros, cadenas y prensa, para atraer autores, tanto consagrados como nuevos, para hacer presencia en sitios en que un sello pequeño tiene que esforzarse diez veces más que uno grande para destacar. De un buen editor cabe esperar un criterio exquisito y un trabajo impecable. Si se le combina con la ética de un trabajador, el resultado crece exponencialmente. Por eso, este es un homenaje más que merecido. Querido Juan: Ahora, después de dar estos breves acercamientos a la importancia del trabajo en que han estado empeñados, Encarni y tú, todos estos años, voy a referir aquí algo que tú sabes perfectamente pero que a los amigos que nos acompañan quizá les 10


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sirva para ilustrar mejor lo que significa el trabajo de Páginas de Espuma. Hablo de un sitio en el mundo, en el barrio de Malasaña, en Madrid. Un perímetro que va de la Gran Vía a la Plaza de Santa María, que cuando conocí hace diez años estaba llena de yonquis y ahora de turistas. Y que sube por la calle de la Luna hasta la calle de la Madera, hasta ese portal con el número 3, en mitad del hostal Loyola y los peluqueros. Y allí, al subir las escaleras, está esa otra puerta doble, de la que es tu casa doble, vuestra casa doble. Allí, si uno sube por el pasillo vive la familia Casamayor. Si uno dobla hacia la derecha, aparece en los tres despachos que son las oficinas de Páginas de Espuma, junto a Paul Viejo y Antonio. Si uno regresa de nuevo por el pasillo esta esa sala de televisión con tres sillones y una serie de mesitas bajas en las que uno, cuando la vida le sonríe y publica en Páginas de Espuma, se sienta a dar las entrevistas con la prensa. Allí en donde, por ejemplo, si uno tiene una gripa de miedo, aparece Encarni con un antigripal potentísimo, que en México es, de hecho, ilegal. Y luego apareces tú, querido Juan, con un periodista tras otro, con un plan tras otro para que difundir mejor el libro que uno te puso en las manos. Y vuelve a aparecer Encarni con el quinto café del día, sin pausa, o aparece Paul, con las pruebas de una portada o con una observación editorial agudísima, o Antonio, con una caja que pesa 160 kilos sobre los hombros, porque está llena de ejemplares de Chejov o de Neuman o de Poe. Y el teléfono nunca para de sonar y en él gritan distribuidores, autores, más periodistas, siempre más periodistas porque los conoces a todos, siempre más libreros porque los conoces a todos, siempre más autores porque todos quieren publicar con ustedes. Porque, si uno vuelve a bajar por el pasillo, los encuentra con manuscritos comentados, leídos con una calma y un respeto que casi contradice el ritmo enloquecido del día a día. Porque en ese perímetro el trabajo no 11


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para. Y además es un perímetro móvil, que hace que el despacho de la calle de la Madera se traslade, cada semana, por todo el mapa del idioma, entre Murcia y Barcelona, entre Granada y Guatemala, entre Guadalajara y Buenos Aires, entre Lima y Bogotá. Yo comencé a publicar libros en el año 2006, hace ya once. He tenido la suerte de trabajar con grandes editores y he desfilado por muchos sellos. Pero nunca, jamás, he visto a nadie que trabaje como tú, que acompañe a un autor de tal modo en sus manuscritos y en su vida y con tal fe, desde aquel primer correo que me enviaste, para decirme que si tenía otros ocho relatos tan buenos como uno que me habías leído, me publicarías un libro. Ese correo que, a lo largo de los años, le has enviado a otros tantos escritores a los que, como a mí, les has cambiado la vida. Porque a lo mejor Poe o Chejov han pagado algunas facturas pero tu principal trabajo ha sido construir escritores. Has encontrado inéditos y los has convertido en autores iberoamericanos. Por eso, como escritor, nunca he sido tan feliz como en ese perímetro que está entre la gran vía, la plaza de santa maría de los yonquis y la calle de la Madera, en esos sillones de la sala de entrevistas, mientras ustedes no dejan de trabajar, intentando estar a la altura, responder las mil entrevistas, con el décimo café del cía y con las medicinas nucleares que trae Encarni de la farmacia si uno tose. Todo eso que eres, todo eso que son, todo eso que da Páginas de Espuma, es lo mejor que me ha pasado en el mundo editorial. Y una enorme familia de lectores piensa, por suerte, lo mismo que yo. Enhorabuena por este homenaje, Juan, Encarni. Que vengan muchas más y mucho mejores Páginas de Espuma aún.

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Gustavo Guerrero *

1. “El deber de un editor es escuchar la música de su tiempo porque esa música siempre está buscando algo o a alguien…”, dijo una vez Michael Krüger, el director literario de Hanser Verlag, que recibió este premio en 2009. No sé si Juan Casamayor tiene buen oído (nunca lo he visto cantando o bailando), pero sí me consta que una de sus principales virtudes es la de escuchar con atención y la de saber leer no solo los textos sino los signos de su tiempo. Cuando funda Páginas de Espuma en 1999, en aquel momento de un inquietante tránsito entre dos siglos y dos milenios, el mundo de la edición atravesaba por uno de los períodos más críticos de su historia contemporánea. Nunca antes se había llegado a unos niveles de superproducción semejantes –piénsese que en el solo ámbito hispánico se alcanzaba la cifra de 120 mil nuevos títulos anuales–; nunca antes un solo género, la novela, había logrado imponerse de modo tan unánime y hegemónico; nunca antes se habían visto tampoco tales niveles de concentración empresarial, ya que apenas seis mega-grupos acaparaban más del 60% de la producción mundial. Sumemos a estos datos el hecho de que por entonces, en España y en América Latina, como en otras geografías culturales, las librerías de fondo y los fondos de las librerías empezaban a reducirse como una piel de zapa ante la presión constante de las novedades, pues parecía que ya no había espacio ni tiempo para tantos libros ni para tantas novelas. Simultáneamente, y en consecuencia, la distribución se convertía en un arma deci© Gustavo Guerrero, 2017


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siva en la feroz batalla por la visibilidad a la que se libraban los mega-grupos en su afán por ocupar las vitrinas, las mesas y los anaqueles de los libreros antes que el competidor. Habría muchos otros elementos que añadir para completar este panorama, pero creo que no habría que olvidar que fue también un período de grandes ilusiones y terrores dentro de la industria. En la Feria de Fráncfort del año 2000 se anunció así la muerte inminente del libro de papel y el próximo triunfo del libro electrónico. Con el e-book, según sus promotores, no solo se podrían publicar aún más libros y se podría ponerlos a circular aún más rápido, sino que se habría de generar una transformación radical del negocio que condenaría a desaparecer, a mediano plazo, a toda la cadena del libro de papel, desde el impresor hasta el librero, desde el distribuidor hasta el editor mismo, pues la idea era que el libro electrónico se vendería directamente al comprador a través de gigantescas plataformas de descarga en línea que serían controladas por aquellos consorcios capaces de hacer las inversiones necesarias para crearlas, expandirlas y mantenerlas. Si esta hubiera sido toda la música de aquel tránsito entre dos siglos, se me concederá que alguien que se lanza en ese momento a fundar una pequeña editorial dedicada a la publicación de cuentos, no sólo parece sordo como una tapia sino también bastante temerario e inconsciente. De hecho, como el mismo Casamayor lo rememora en varias entrevistas, lo primero que le espetó su esposa, Encarnación Molina, cuando le anunció el proyecto, fue un muy idiomático “¿Juan, tú estás loco?” –una sospecha que, por lo demás, no tardaría en propagarse entre los distribuidores, libreros y periodistas que empezaron a llamarlo, entre bromas y veras, “el loco del cuento”. Pero lo cierto es que nuestro homenajeado sabía lo que estaba haciendo y tenía mejor oído de lo que muchos pensaban. Recordemos que 1999 es también el año en que se publica el conocido llamado de alerta 14


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de Andrés Schiffrin, La edición sin editores, una denuncia sin concesiones de la deriva monopólica del mundo editorial; recordemos que el año 2000 fue también el año en que se produjo el I Encuentro internacional de Editores Independientes en Gijón y que ese encuentro le dio presencia y voz a un amplio y profundo descontento ante la evolución del paisaje de la edición en nuestra lengua. Allí se expresaron críticas y se hicieron propuestas que ya corrían infusas en los discursos alternativos sobre el presente y el futuro del sector; allí se discutieron temas como la defensa del precio fijo, como el apoyo a la excepción cultural y la necesidad de implementar políticas para sostener la pequeña y mediana librería. Casamayor supo escuchar esta otra música de su tiempo y Páginas de Espuma nace como un lúcido fruto de esa escucha atenta a los silencios, a los vacíos y a las carencias que los drásticos cambios dentro de la industria editorial estaban suscitando entre los lectores y los profesionales del libro a ambos lados del Atlántico. Ser contemporáneo, como enseña Giorgio Agamben, supone no solo ver lo que brilla con más insistencia en una época dada, sino percibir también la luz negra que hace posible ese brillo. En este sentido, crear en 1999 una pequeña editorial para publicar en papel cuentos en Madrid bien podía parecer a la sazón una apuesta anacrónica, pero, hoy por hoy, es ese anacronismo deliberado lo que nos prueba que, como editor, Casamayor entendió mejor la música de su tiempo que un buen número gerentes de mega-grupos que ya han desparecido. Cabría agregar que su participación en el combate por una edición independiente no se limitó en esos años a la fundación de Páginas de Espuma, sino que comportó además una discreta y eficaz defensa de la bibliodiversidad a través de los eventos que coorganizaba con el Gremio de Editores de Madrid y a los que por entonces asistimos, como invitados, varios editores franceses. Mi semblanza no sería justa si olvidara esta 15


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faceta que no todos conocen, pero que forma parte de las primeras imágenes, de los primeros recuerdos que tengo de Juan Casamayor: un joven editor militante, comprometido con un modelo alternativo del oficio y con una muy vieja y muy nueva idea de la literatura que no resume ni se agota en la sola novela. 2. “Editor es el que sabe leer, osa elegir y sabe esperar”, dijo una vez Antoine Gallimard, el director de la centenaria y venerable casa parisina, que recibió este premio en 2000. Como filólogo de formación, Casamayor funda Páginas de Espuma porque es ante todo un lector. Aún más, según suele recordar con orgullo, ya desde la adolescencia era un apasionado lector de cuentos. En su biografía, el descubrimiento temprano de la obra de Julio Cortázar hace las veces de una revelación: gracias a relatos como “El Perseguidor” o “Las babas del diablo”, la fascinación por la literatura se identificó por primera vez con una forma y esta con una vocación. Así como el criminal regresa siempre al lugar del crimen, cada nuevo libro de cuentos que Casamayor edita, bien puede ser entendido como un intento por repetir y compartir aquella experiencia, un intento por recrear la maravilla y la intensidad de esa lectura inaugural. No en vano, cuando hoy le piden que enuncie tres deseos, el primero es poder publicar algún día un título de Cortázar. Páginas de Espuma surge de esta esperanza y se afirma como una empresa destinada a reinstalar el cuento dentro de paisaje editorial y literario del nuevo siglo a través del proyecto de una ambiciosa antología internacional. Se trata de Pequeñas resistencias, un título fundacional dentro de la editorial, cuyo primer volumen sale en 2002. Sus autores son el español José María Merino y el argentino Andrés Neuman, sin lugar a duda uno los escritores emergentes de más claro linaje cortazariano por aquel entonces. A este primer tomo, que, insisto, marca un hito, le seguirán otros cuatro escalonados entre 2003 y 2011, 16


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hasta completar una cartografía sin precedentes del cuento en las dos orillas del español. La antología sienta además una pauta dentro de la línea editorial que ha de seguir Páginas de Espuma, a saber: reunir con sus libros a cuentistas, hombres y mujeres, de varias generaciones, de distintos países y de muy diversos modos de escribir. Así, en el catálogo de la editorial, se le hace un lugar por igual al micro-relato o a la mini-ficción, con títulos como Ajuar funerario (2004) de Fernando Iwasaki o La vida imposible (2014) de Eduardo Berti, y a la novella o nouvelle de texto más extenso, como Días de ira (2011) de Jorge Volpi. Entre ambos extremos, se sitúan un sinnúmero de libro que van del realismo a lo fantástico, del intimismo al relato de terror, o del cuento cómico al más sofisticado erotismo. Casamayor los lee todos no solo porque, para él, el primer compromiso de un editor es con la lectura del manuscrito de sus autores, sino también porque su idea de la edición, de ese acto que convierte a un manuscrito en un libro y lo transforma en un objeto público, se corresponde con un concepto bastante preciso del género del cuento. En efecto, como él mismo lo ha dicho en varias ocasiones, Páginas de Espuma no publica libros con cuentos sino libros de cuentos, o sea, que no saca a la luz un conjunto de textos inconexos dentro de un volumen, sino que construye con ellos, a través de varias campañas de relectura, un todo orgánico y articulado que alcanza cierta unidad y que hace de cada libro una rara obra, a la vez singular y plural. Estoy pensando no tanto en las numerosas antologías temáticas que forman parte del catálogo, sino más bien en libros tan bien estructurados como Siete casas vacías (2015) de Samanta Schweblin o Las visiones (2016) de Edmundo Paz Soldán. A mi modo de ver, una de las razones del éxito de Páginas de Espuma –y entiendo esta palabrita aplicada a la edición como la capacidad de producir 17


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al mismo tiempo un valor literario y económico– procede de esta manera de proponer un concepto menos textual y más operal del cuento, menos individual y más colectivo, acaso una reminiscencia de esa vieja ambición que, como bien sabía Borges, habita en el corazón de todo cuentista y le hace pensar que escribirá algún día un cuento que incluya a todos los cuentos, como el sueño de las Mil y una noches. Es verdad que aquí y allá, en la prensa o en el café, se dice a veces que Casamayor supo encontrar un nicho en el mercado, como quien se topa con una isla en el océano por un golpe de viento o de suerte. Pero la aceptación y el reconocimiento de que gozan sus libros no tienen nada de azaroso ni responden a una simple estrategia de explotación de nichos, o de lo que se entienda por ello. En realidad, lo importante es que lo ha sabido hacer para cambiar desde su editorial la percepción de un género como el cuento y para recrear y renovar una comunidad de lectores en los dos lados del Atlántico. Porque ésta es otra de las razones del éxito: la evidente voluntad panhispánica con que se construye desde un comienzo el catálogo de la editorial en pos de una ampliación de sus públicos. Gracias a las ediciones de Páginas de Espuma, muchos lectores españoles se acercan por primera vez a cuentistas venezolanos, como Juan Carlos Méndez-Guédez, mientras que los latinoamericanos descubren a figuras como Eloy Tizón. Desde un comienzo, Casamayor prestó una particular atención a la manera de editar y de introducir a esta generación emergente en las dos orillas, pues, como lo muestran los distintos volúmenes de la antología Pequeñas resistencia, su objetivo inicial era revivir el interés por el cuento a través de una revisión y una actualización de su corpus contemporáneo. Nuestro homenajeado no se va a conformar, sin embargo, con editar desde Madrid cuentistas recientes de España y América, sino que se va a ocupar también de distribuirlos a 18


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todo lo ancho de la Península y a todo lo largo de nuestro continente. ¿Cuántos recordamos aún al Juan Casamayor que llegaba a la FIL de Guadalajara con sus maletas llenas de libros, allá por 2003 o 2004, y nos anunciaba, con su habitual energía, que pronto viajaría a Bogotá, Caracas o Lima? Hoy en día muchos libros de su editorial ya se venden más en América que en España y no es un secreto que, durante la crisis económica de 2012, Páginas de Espuma no solo consigue sobrevivir sino que se expande a favor de sus resultados americanos. “Un puente no se construye desde un solo lado, sino desde los dos lados”, dijo hace unos meses en Puerto Rico, en la mesa redonda que compartimos con Eduardo Rabasa y Leonora Djament durante el último Congreso de la Lengua. Su editorial, hoy asentada en España, en México y en Argentina, también es joven y nueva por su forma de entender nuestra común geografía cultural como un espacio sin centros ni meridianos hegemónicos, sin ocultas nostalgias por un imperio perdido. Juan Casamayor ha sabido leer, ha sabido elegir y también, como decía Antoine Gallimard, ha sabido esperar. Si el cuento conoce actualmente uno de sus mejores momentos en nuestro ámbito literario, es en parte por el tesón y la paciencia con que editoriales como Páginas de Espuma han ido contribuyendo a relanzar el género, publicando alternativamente a voces consagradas y desconocidas, actualizando y ampliando los corpus, poniendo a circular a los cuentistas entre las dos orillas del Atlántico y sobre todo, y hay que insistir en ello, recreando los cánones desaparecidos y promoviendo nuevas instancias de consagración. Si los tres volúmenes de cuentos completos de Poe, Maupassant y Chejov le aportan así al catalogo de la editorial un sólido horizonte canónico que se había perdido, la asociación de Páginas de Espuma con el Premio Ribera del Duero a partir de 2009 abre el camino a la aparición de otras recompensas internacionales que le otorgan actualmente al 19


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cuento una visibilidad y un valor inesperados. Ciertamente, la hora de ahora es la hora del cuento. Nombres como el de Samanta Schweblin, Vera Giaconi, Liliana Colanzi o Mariana Enriquez lo dicen y lo repiten. Casamayor ha sabido esperar activamente este momento durante muchos años y hay que agradecerle que por fin haya llegado. 3. No quisiera terminar mis breves líneas sin citar por última vez a uno de los editores que han recibido este premio. Se trata de Inge Feltrinelli, la gran dama de la edición europea, que lo recibe en 2006. En cierta ocasión, evocando la memoria de su marido y recordando cómo se ejercía el oficio allá por los años sesenta y setenta del siglo pasado, decía: “Entonces se hacían pocos libros, no existían agentes, el editor era el agente, el editor era el banquero, el enfermero, el secretario del autor. Lo éramos todo. Éramos el psiquíatra, éramos el médico y, en algunos casos, hasta el amante”. No creo que Juan Casamayor haya ido tan lejos, pero sí estoy convencido de que pertenece a esa vieja y noble estirpe del editor que se implica en la vida y la obra de sus autores y teje con ellos una relación única, riesgosa y privilegiada. El no solo los lee y los pública sino que, tratándose de muchos escritores emergentes, también acompaña el desarrollo de sus carreras y los sigue, libro a libro, entre logros y sinsabores. El catálogo de Páginas de Espuma puede ser leído, desde esta perspectiva, como el álbum de un extraña familia que él mismo ha calificado de “familia del aire” y cuyos miembros se llaman Andrés, Pilar, Eloy, Samanta, Fernando o Clara. Nuestro homenajeado los cuida a todos con un celo no solo profesional sino incluso médico, lo que le resulta casi natural en este hijo de un neurocirujano y una generalista. No en vano hablar con él es hablar con alguien que ve síntomas, hace diagnósticos, pide remedios, da ánimo y no pierde nunca la esperanza. “Viendo mi catálogo –me decía hace algunas se20


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manas- veo la fragilidad de mi memoria y la debilidad humana que tengo por cuidar a las personas”. La extensa e inmensa alegría que acompañó en setiembre pasado el anuncio de la concesión de este premio tiene que ver indudablemente con la importancia de su labor, con el éxito de su empresa, con el momento que conoce actualmente el cuento y con muchas cosas meritorias más. Pero creo que lo más importante fue sentir que no se premiaban solamente las cualidades de un editor sino la calidad de un hombre para quien los otros existen y que ha sabido devolverle al oficio una parte de la nobleza, el espíritu de aventura y la humanidad que, como recuerda Inge Feltrinelli, tuvo una vez. Lejos de cualquier nostalgia, me gustaría creer que esta otra forma de anacronismo deliberado hace hoy de Juan Casamayor el más contemporáneo de nuestros contemporáneos; me gustaría creer que su ejemplo no solo nos sirve para reparar el presente sino también, y gracias a este premio, para seguir rescatando nuestro porvenir.

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Juan Casamayor *

Licenciado Raúl Padilla, Presidente de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara Marisol Schulz, Directora General de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara Pasado, presente y futuro de todos los que hacéis posible esta fiesta del libro. Amigos que me acompañáis en esta mesa. Cómplices lectores y lectoras. Gracias a todos por arroparnos en este momento tan feliz para todos los que somos Páginas de Espuma. No puede ser de otro modo, abro un ejemplar de Los anacrónicos y otros cuentos, de Ignacio Padilla, amigo y escritor recordado. Leo su dedicatoria manuscrita fechada en el año 2010: “Para Juan, maestre de esta cofradía, a la que todos amamos, adonde todos volvemos.” Es verdad, Nacho. Amamos lo que hacemos y siempre volvemos, volvemos a hacerlo y volvemos para no dejar de amar. Todo bajo el umbral de una cofradía, pequeña o grande, la secta de palabra escrita. Si un camino de ida y vuelta o si el amor son una forma de entrega, hace más de veinte años decidí convivir con una pasión: la edición y el libro. Dos décadas de camino pueden ser una trayectoria larga o tal vez corta. No obstante, como en un buen cuento, lo importante no radica en la distancia, sino en su plenitud, y una editorial –ahora lo entiendo– es, también, cuestión de plenitud. A mi juicio esta consideración es lo que precisamente nos reúne en este salón. © Juan Casamayor, 2017


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Volvemos. Un año más visito la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en esta edición especial. Lo confieso: vine por primera vez por literatura e intercambios y ahora, cada mes de noviembre, vuelvo por amistad y complicidad. Hace quince años la Feria y su ciudad me recibieron generosos, con un trato cálido y entrañable desde entonces. Puedo afirmar que en este espacio lector se obtiene mucho más de lo que se da. Y esta cita es muestra de ello. En este acto se considera el mérito de un editor y se le otorga un reconocimiento. No voy a ser yo quien establezca en qué reside nuestro mérito editorial justo esta tarde. Sin embargo, desearía compartir con todos ustedes algunas reflexiones sobre la labor editorial y el papel que juega un editor en pleno siglo XXI. ¿Qué es un libro? ¿Una “extensión de la memoria y la imaginación” como afirma Jorge Luis Borges? ¿Qué es un lector? ¿Una “figura mitológica narrada por los editores”, como dibuja Andrés Neuman? Los editores formamos parte de esa memoria y esa imaginación colectivas que constituyen los libros que nos preceden y los que nos sobrevivirán. Incluso somos responsables, en parte, de esa mitología de la que habla con humor inteligente Neuman. El editor se sitúa contiguo a estos dos extremos. Vivir en la lectura y crecer con el libro.

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Homenaje al Mérito Editorial

El editor es ese lector para quien no es suficiente vivir la lectura en la soledad enriquecida y acompañada de la palabra y que, por alguna razón cultural, social o quizá mística, en todo caso irremediable, construye un ecosistema más amplio, habitado por el placer y la reincidencia que para otros supone leer. Bello verbo, leer. El acto de leer nos duplica, nos sueña y nos encuentra. El editor y la palabra. El editor y la lectura. El editor y su familia del aire; familia que se concreta en los escritores que completan un catálogo. La escritura del editor es su catálogo y cada capítulo, o mejor dicho, cada cuento, es una obra y su autor. Más que nunca creo en el compromiso del editor con el aquí y el ahora que me ha tocado vivir y ello se manifiesta en una alianza firme con mi literatura contemporánea, con mi idioma, con la cofradía del español. No soy editor de libros aislados. Siento debilidad y practico una edición en el tiempo y en la obra del escritor, con el que dialogo y debato. Ese es el gran hallazgo que me ha proporcionado mi dedicación: ser testigo de la escritura, ese juego de luces y sombras, de verdad y mentira. Trabajar con la mentira literaria de mis autores es lo más honesto que hecho en mi vida. Antonio Ortuño, el hermano que me acompaña esta noche, lo grita: “Somos unos mentirosos que adornamos, pulimos, deformamos, embellecemos lo repulsivo y lo trocamos en presentable, incluso si intentamos reflejar el lodazal”.

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La obligación de todo editor es infectar al lector de esa mentira y de esa belleza, mostrar, si es necesario, “el lodazal”, aunque se vaya a contracorriente, aunque suponga inventarse un gusto lector, aunque uno se vea abocado, felizmente abocado, a editar cuentos. El ejercicio editorial debería ser una forma de insumisión. Insumisión frente a las censuras de las ideas, frente a los gustos lectores unificados, frente a los obstáculos en el trasiego cultural entre países, frente a límites de una educación basada en principios lectores y críticos. Esta filosofía de edición se expresa a través de mis escritores. Los escritores de dos orillas y un solo compromiso. Un compromiso editorial identificado con una única geografía, diversa y transversal. Me interesan los escritores extranjeros de sí mismos más que los sedentarios. Me atrae el texto que surge de la huida y la búsqueda, el que viene de lo irracional y simbólico y procura finalmente otra vida. Si escribir, como explica la escritora argentina Samanta Schweblin, es entrar en el miedo y salir ileso, editar es aceptar el riesgo y salir vivo para contarla, para compartir el siguiente libro con los lectores. Parte de todo ello lo he atesorado gracias a una construcción editorial hacia y desde Latinoamérica. En ella he descubierto, parafraseando de nuevo a Neuman, que su vitalidad sigue existiendo en el hábito de sus leyendas, en el bochinche de sus esquinas, en las maneras de sus pentagramas, en la sintaxis respondona de sus libros. Y en esa “sintaxis respondona” me siento tan cómodo como desubicado.

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Mi deuda con este compromiso latinoamericano es de tal calado que el editor se empequeñece. Quien les habla ha aprendido a mirar en los trayectos, a comprender que en el fondo no existen dos orillas, a entender que una lengua es muchos idiomas. Vengo de un país que se choca reivindicando las fronteras y las banderas de las naciones. Mi formación en los valores de la vieja Europa ilustrada me ha inculcado por cosa muy accidental haber nacido en esta parte del globo, o en sus antípodas, o en otra cualquiera. Alguno de mis escritores ha reforzado esta idea y me ha ensañado a estar en el mundo como ellos en su escritura, “descolocada, fuera de los límites, extranjera”. Y aunque, como dice Clara Obligado, “no se nace con el estatuto de extranjero, se va adhiriendo a nuestra piel como un abrigo compacto”, instalarse en esta convicción, para la que no hay ida y vuelta, es la mayor trascendencia y la mayor riqueza que me ha dado esta cartografía americana. “Yo no quiero volver, yo no sé volver” escribe el escritor venezolano Juan Carlos Méndez Guédez. Ese conflicto vital y literario es un punto de partida y un punto de destino de m labor como editor. El editor-lector en muchas ocasiones no es un hombre de ideas sino de intuiciones. En un proceso intelectual posterior, probablemente con una parte de pérdida, juega con el acierto y el error de la elección de un texto. Quiero pensar que hoy me he dirigido a ustedes por haber cometido más aciertos que errores en este universo editorial. Si hay un acierto por encima de todos, fue el de identificarnos con ese trance “maravilloso pero aniquilador” como diría Juan José Arreola que es el cuento. De la sentencia “el cuento no vende” a la ocurrencia “vivir del cuento”. Sin duda alguna, este género único e incompara27


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ble, aderezado de exaltación, militancia, resistencia y esfuerzo, nos ha regalado una editorial. Algunos vaticinaron que fracasaríamos antes de empezar, otros que abandonaríamos pronto; la mayoría que estábamos locos. Mejor que nunca recuerdo las palabras de Julio Cortázar: “creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo alrededor es tan insanamente cuerdo”. En fin, este reconocimiento pone de relieve un nombre, sin embargo no creo que un editor haga editorial. A lo mejor uno merece ser responsable de una edición con editor, de convertir un gusto personal en una aventura placentera y rentable llamada Páginas de Espuma. En ese camino de ida y vuelta, en esa entrega, en este viaje, en este momento y en este lugar, no estoy solo. No puedo acabar estas palabras sin agradecer a todos los que me acompañáis y, por encima de todos, como en algunas buenas historias, diariamente hay una persona junto a mí y en este instante también. Gracias a ti Encarni. Y a todos que vosotros que estáis delante, en la otra orilla, en las otras vidas: muchísimas gracias.

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