Cuadernillo AMI 2017

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Celebración de Matrimonio

"Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos." Mt. 5,12

Asociación de

María Inmaculada



Ejercicios Espirituales

Asociación de

María Inmaculada

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Ejercicios Espirituales día Viernes

BIENAVENTURANZAS (Mt 5, 1-12) 1. Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los Cielos 2. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra 3. Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados 4. Bienaventurados los hambrientos y sedientos de justicia, porque ellos serán saciados 5. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia 6. Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios 7. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios 8. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos

HORARIO VIERNES 06:30 pm Llegada y acomodar sus cosas 07:30 pm Comida 08:15 pm Breve introducción al retiro – recomendaciones práctica 08.30 pm Plática 1: Bienaventurados los pobres de espíritu y los mansos 09.30 pm Meditación de las bienaventuranzas 1 y 2 10.00 pm Completas y Descanso SÁBADO 07.30 am Levantada 08.00 am Laudes 08.30 am Desayuno 09.15 am Plática 2: Bienaventurados los afligidos y sedientos de justicia 10.00 am Meditación de las bienaventuranzas 3 y 4 01.00 pm Almuerzo 01.30 pm Descanso 03.00 pm Plática 3: Bienaventurados los misericordiosos y puros de corazón 04.00 pm Exposición del Santísimo, Confesiones y Meditación de las bienaventuranzas 5 y 6 06.00 pm Misa 07.30 pm Comida 2


Ejercicios Espirituales día Viernes 08.30 pm 09.00 pm 10.00 pm

Rosario comunitario Compartir en grupos Completas y Descanso

DOMINGO 07.30 am Levantada 08.00 am Laudes 08.30 am Desayuno 09.15 am Plática 4: Bienaventurados los pacificadores y perseguidos 10.00 am Meditación de las bienaventuranzas 7 y 8 01.00 pm Almuerzo 01.30 pm Descanso 03.00 pm Plática 5: Ustedes son sal de la tierra y luz del mundo 03.45 pm Reflexión 04.30 pm Compartir 05.15 pm Recoger las cosas y Salida

METODOLOGÍA - Durante las pláticas no es necesario que tomen apuntes de todos los contenidos que tienen las pláticas por escrito. Se les sugiere tomar nota de los aspectos que consideren más relevantes o significativos para sus vidas. - Pueden hacer las meditaciones en la Capilla de manera individual (recomendable) o juntarse en grupo, cuidando de no distraer a quienes prefieran estar en silencio. - Los momentos de descanso o de “break” no tienen un horario específico sino que dependerá de cada participante, cuando lo necesite. Habrá permanentemente una mesa con agua, café, infusiones, galletas, caramelos. - La noche del sábado tendrá un énfasis comunitario con el Rosario y un diálogo en grupos. - La misa del sábado será la del domingo para que puedan salir con tranquilidad al final del retiro.

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Ejercicios Espirituales día Viernes

PRIMERA MEDITACIÓN “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” “Bienaventurados los pobres de espíritu…” (Mt 5,3) Así suena la primera de las bienaventuranzas que San Mateo pone en boca de Jesús en el sermón del monte: ser “pobre de espíritu”… he ahí la primera dicha del cristiano. Tratemos de ahondar en el contenido de esta bienaventuranza, que según muchos autores condensa de algún modo el “espíritu evangélico” de todas las demás. El término griego usado deriva del verbo ptósso, que indica el “agacharse por el miedo”, y busca traducir el término hebreo que indica el “estar curvado”, como “escondido”, agachado. En el Antiguo Testamento, los “pobres” son aquellas personas que han sido reducidas injustamente a la miseria, y cuya existencia depende totalmente de la generosidad de los otros, y en primer lugar de la generosidad del mismo Dios. Es lo que expresa, por ejemplo, el Sal 34,7: «Este pobre grita y el Señor lo escucha, lo libra de todas sus angustias». Ser pobre en la Sagrada Escritura no indica sólo una categoría social, sino que porta en sí además una nota fundamental de confianza en Dios . «La palabra usada en el evangelio para indicar a los pobres designa a los indigentes, a los infelices, a los hambrientos, a los que necesitan limosna para vivir» , pero a diferencia de la palabra latina “pauper”, tiene una connotación menos cuantitativa. Los “pobres del Señor”, son aquellas personas encorvadas, plegadas, oprimidas, «que han de doblegarse ante los poderosos» y «que no pueden confiar más que en la providencia de Dios» , quien los escucha y nunca desatiende sus gemidos: «El clamor de los hijos de Israel ha llegado a mí y he visto cómo los tiranizan los Egipcios» (Ex 3,9). Los Salmos convierten esta experiencia en oración: «Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor cuida de mí; tú eres mi auxilio y mi liberación: Dios mío, no tardes» (Sal 40,18). Hay que notar que en esta pobreza no hay nada de idílico o atractivo. Estamos ante la realidad dura y contundente de la carencia, que puede tocar muchos ámbitos esenciales y concretos de la vida: la comida, el vestido, la casa, la educación, el trabajo, el futuro, la salud, la edad, la familia, los afectos y relaciones, etc., carencia dolorosa que lleva a no pocos a la soledad y a la desesperación. Dice un padre dominico: «Existen innumerables formas de pobreza. Se le podría comparar a un vestido hecho a medida, que se adapta a la espalda de todos: a cada uno su pobreza, que muchas veces es más real cuanto más escondida se encuentra» . Jesús declara la dicha de estos pobres, que en la versión de Mateo son llamados más precisamente: “pobres de espíritu”. Esta expresión ha sido interpretada en diversos modos a lo largo de la historia la Iglesia. Por un lado amplía la noción 4


Ejercicios Espirituales día Viernes de “pobreza” más allá de lo material, no para quitarle realismo, sino para mostrar que ésta puede llegar radicalmente al corazón del hombre, al punto donde asume una actitud espiritual desde la fe: «porque no nos hace bienaventurados la penuria de la pobreza, sino la fe de una pobreza devota» . Asimismo, con esta expresión “pobres de espíritu” se pone el acento en la «libre decisión interior que hace entrar voluntariamente al creyente en la condición de pobre», decisión que «nace del amor por la justicia que se traduce en amor generoso a los hermanos» . La pobreza “de espíritu”, entonces, no es sólo la que nos llega simplemente impuesta desde afuera de modo trágico, sino que es aquella que se convierte para cada uno en una invitación a hacernos pobres. Es en este punto donde podemos dejar que la primera bienaventuranza cuestione y ponga en juego lo más radical de nuestra vida: ¿quiero ser rico o ser pobre?, ¿quiero buscar seguridades en mí o apoyarme más bien en otro, reconociendo mi fragilidad, que llega hasta el centro de mi existencia?, ¿quiero acumular y tener, o perder y donar? «La primera bienaventuranza llega a nosotros en el fondo de nuestro corazón y de nuestra existencia. Y nos hace una pregunta muy personal: ¿aceptaremos ser pobres, reconocer nuestra pobreza constitutiva, en toda su verdad? Y al mismo tiempo, ¿osaremos creer que esta misma pobreza nos abre, más allá de toda expectativa, un camino hacia la felicidad y el Reino de los cielos? La pobreza pone al hombre ante una encrucijada: se puede rebelar, escoger el rechazo y el repliegue sobre sí mismo hasta el endurecimiento, o aceptar la prueba y dejarse plasmar por la pobreza, abriéndose a Dios y a los demás. El momento es decisivo» . La lógica paradójica de esta primera bienaventuranza encuentra su plenitud en Jesús, quien “se hace pobre” por excelencia, como ya predica con fuerza el Apóstol Pablo: «Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (2Cor 8,9). Y en su carta a los cristianos de Filipo, recuerda que Jesús «siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2,6-8). La opción de pobreza del Señor Jesús no hace referencia tanto a su situación socio-económica (de hecho era un “carpintero”, es decir, alguien que podría tener una posición incluso acomodada en la sociedad de su época, y durante su vida pública podía estar presente en la mesa de algún rico o poderoso), sino a la renuncia de “hacerse pobre”, de optar por no “poseer” nada para sí mismo, de despojarse, siguiendo así lo más propio de la vida divina, como decía el monje Barsanufio en el siglo VI: «Dios es Dios porque no tiene nada». Se trata, así, de 5


Ejercicios Espirituales día Viernes poner realmente todo lo que somos y tenemos en manos de Dios, para poder entregarnos totalmente a Él y a los demás en un acto de amor. La plenitud de esta pobreza se vive en la Cruz, en el ser despojado Jesús de todo: abandonado por sus discípulos, a quienes había llamado horas antes “mis amigos”, por su mismo pueblo, y por último despojado de la experiencia misma de Dios, que se hace patente en las desgarradoras palabras del Salmo 21 pronunciadas por el Hijo eterno del Padre: «Dios mío, Dios mío… ¿por qué me has abandonado?». San Gregorio de Nisa, recuerda que lo primero que hace el Señor Jesús es invitarnos a la humildad, buscando alejar radicalmente «de nuestro carácter aquello con lo que tuvieron inicio los males: la soberbia» . En esta misma línea se mueven la mayoría de los padres de la Iglesia, como San Agustín, que afirma que en el Sermón de la montaña «son indicados como pobres de espíritu los humildes y aquellos que temen a Dios, es decir, los que no tienen un espíritu que hincha» ; o como San Juan Crisóstomo, que explicando por qué era importante que la pobreza fuese la primera de las bienaventuranzas, señala que «como la soberbia era la ciudadela de todos los males, la fuente y raíz de toda la maldad, Cristo, proporcionando el remedio a la gravedad de la enfermedad, sentó la ley de la humildad como fundamento firme y seguro de toda virtud», y así, «puesta la humildad por fundamento, el arquitecto puede construir con seguridad sobre ella todo el edificio» . La Tradición de la Iglesia ha identificado así muchas veces esta “pobreza de espíritu” con la humildad y con la infancia espiritual: «Pobre y niño se identifican, en el lenguaje evangélico, y, por eso, ambos se presentan como los candidatos indiscutibles del Reino: “Dejad que los niños se acerquen a mí, y no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 19,14). “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5,3). El rico, en sentido bíblico, es el que confía en sí mismo, el que se apoya en sus méritos o en sus bienes, se engríe en su corazón y piensa que con sus riquezas todo lo puede conseguir. El pobre, en cambio, es el humilde que confía absolutamente en Dios. Pobreza, entonces, expresa y significa el estado de un hombre que confía en Dios y se confía incondicionalmente a Él, no sólo a pesar de su propia debilidad e indigencia, sino apoyado precisamente en esa debilidad» . De estos pobres en el espíritu —dice el Señor— «es el reino de los cielos». Es interesante notar que «el uso del presente manifiesta una realidad que está ya en acto y señala el momento preciso en que Dios comienza a ejercitar su realeza sobre cuantos deciden ser pobres» . Lo que en los profetas es una esperanza futura, que debe todavía llegar, se convierte en realidad presente en el anuncio de 6


Ejercicios Espirituales día Viernes Cristo: «a los pobres les es anunciada una buena noticia» (Mt 11,5). Y ¿cuál es esta “buena noticia”? Que ahora a ellos les pertenece un reino: es el anuncio del fin de su pobreza. El «reino de los cielos», que como sabemos es un modo hebreo de hablar del reinado de Dios, de su señorío en la vida del hombre, puede hacerse presente solamente en un corazón pobre, que ha llegado a no considerar lo que tiene como algo propio. Otra exhortación de Jesús en el mismo sermón de la montaña fue tomada muy en serio por los discípulos, para vivir esta misma bienaventuranza: «No acumulen tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Acumulen más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6,19-21). La Iglesia, que es ya anticipación del Reino, vive —y de modo emblemático en sus inicios— de ese espíritu de pobreza, es la reunión de los “pobres del Señor”. Hacer propia la primera bienaventuranza realiza la comunión, testimonia el Reino y responde al designio divino sobre su pueblo, como atestigua el libro de los Hechos: «La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos. Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad» (Hch 4,32-35). Para terminar, quiero recordar tres elementos “prácticos” que el Papa Francisco recomendó a los jóvenes en su mensaje de 2014, buscando responder a la pregunta sobre cómo hacer que esta pobreza de espíritu se transforme en un estilo de vida, que se refleje concretamente en nuestra existencia: «Ante todo, intentad ser libres en relación con las cosas. El Señor nos llama a un estilo de vida evangélico de sobriedad, a no dejarnos llevar por la cultura del consumo. Se trata de buscar lo esencial, de aprender a despojarse de tantas cosas superfluas que nos ahogan. En segundo lugar, para vivir esta Bienaventuranza necesitamos la conversión en relación a los pobres. Tenemos que preocuparnos de ellos, ser sensibles a sus necesidades espirituales y materiales. […] Tenemos que aprender a estar con los pobres. No nos llenemos la boca con hermosas palabras sobre los pobres. Acerquémonos a ellos, mirémosles a los ojos. Pero los pobres —y este es el tercer punto— no sólo son personas a las que les podemos dar algo. También ellos tienen algo que ofrecernos, que enseñarnos. ¡Tenemos tanto que aprender de la sabiduría de los pobres! […] En cierto senti7


Ejercicios Espirituales día Viernes do, los pobres son para nosotros como maestros. Nos enseñan que una persona no es valiosa por lo que posee, por lo que tiene en su cuenta en el banco. Un buen pobre es una persona que sin tener bienes materiales, mantiene siempre su dignidad. Los pobres pueden enseñarnos mucho, también sobre la humildad y la confianza en Dios» . Y termina el Papa diciéndoles: «Queridos jóvenes, el Magnificat, el cántico de María, pobre de espíritu, es también el canto de quien vive las Bienaventuranzas. La alegría del Evangelio brota de un corazón pobre, que sabe regocijarse y maravillarse por las obras de Dios, como el corazón de la Virgen, a quien todas las generaciones llaman “dichosa”. Que Ella, la madre de los pobres y la estrella de la nueva evangelización, nos ayude a vivir el Evangelio, a encarnar las Bienaventuranzas en nuestra vida, a atrevernos a ser felices» .

Trabajo Personal 1. ¿Quiero ser pobre como Jesús o rico y exitoso a los ojos del mundo? 2. ¿Busco seguridades solamente en mí y lo material o me apoyo en otras personas, aceptando mi fragilidad? 3. ¿Prefiero acumular y poseer o estoy dispuesto a perder y donar a los demás? 4. ¿Creo realmente que la pobreza de Jesús es camino de felicidad? ¿Cómo puedo ser feliz siendo pobre?

“Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra” La segunda bienaventuranza se encuentra muy relacionada con una expresión del Salmo 37: «Los mansos, en cambio, heredarán tierra, y se gozarán en la abundancia de paz» (Sal 37,11). Una vez más encontramos a los “pobres del Señor”, a los anawim, pero esta vez en relación con un elemento que hoy para nosotros podría no tener la importancia que en ese momento tenía para un judío: la tierra. El “manso” del Antiguo Testamento, es un “des-heredado”, un “des-terrado”, alguien que no tiene tierra propia. Y recordemos que en la mentalidad hebrea, la tierra es signo de bendición. Un detalle interesante, es el añadido de un simple artículo. Mientras el Salmo 37 dice que “heredarán tierra”, la cita en boca de la predicación de Jesús añade el artículo “la”, haciendo referencia a la promesa precisa de Dios: “heredarán la tierra”, aquella que Dios le prometió a Abraham. Jesús, quien es el único heredero del Padre, renuncia a las ventajas de esta herencia, haciéndose siervo y entregándose por los siervos (cf. Mt 21,38), para que los “desheredados”, los “mansos”, 8


Ejercicios Espirituales día Viernes entren en posesión de esa misma porción por gracia: «para que justificados por su gracia fuéramos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna» (Ti 3,7; ver Rm 8,17). Sigamos profundizando lo que significa ser “mansos” en la Sagrada Escritura. Como recuerda con precisión un exégeta: «…el “manso” es aquel que se encuentra en una condición de no-violencia. Y esta puede ser causada por un factor interior: cualidad moral de la persona (el humilde) = “mansedumbre”; o exterior: estado sociológico negativo (el humillado) = “sumisión”» . Nos cuesta mucho ver en esta mansedumbre y sumisión algo positivo: he aquí la paradoja a la que —quizás hoy más que nunca— nos enfrenta esta bienaventuranza. No pocas veces relacionamos la mansedumbre con la falta de fuerza y vigor, o también con una cierta dejadez, apatía o abdicación de la propia humanidad. «Lo que está en juego es importante porque, más allá de una cuestión de temperamento, se pone en discusión la fuerza y la virilidad de la moral cristiana. Si ésta pone en primer plano la mansedumbre, junto con la humildad, la paciencia y otros comportamientos, ¿no podría dudarse de la combatividad de los cristianos frente a la vida y la sociedad?» . Sin embargo, frente a estas interpretaciones es suficiente colocar aquello que nos muestra la experiencia interior que seguramente todos hemos vivido: «¿Quién ignora el esfuerzo que hay que ejercer sobre uno mismo —cuando se nos sube la cólera, cuando nos muerden la envidia o los celos—, para conservar un poco de sangre fría, de señorío, de mansedumbre en la relación con los demás? […] Lejos de asociarla a la debilidad, ¿la verdadera mansedumbre no es más bien el coronamiento de una larga lucha contra la violencia muchas veces desordenada de nuestros sentimientos, nuestras debilidades y nuestros miedos?» . Lejos de un hombre envilecido, la Sagrada Escritura nos muestra en el “manso” a un hombre victorioso, en armonía consigo mismo y con la realidad que lo rodea, y que en cierto sentido es signo de la humanidad realizada, de santidad. Es así que se dice de Moisés en el libro de los Números que «era un hombre muy manso, más que nadie sobre la faz de la tierra» (Nm 12,3). «Frente a una campaña dirigida a minar su autoridad, Moisés no se defiende a sí mismo y es Dios el que ha de intervenir en su defensa. Es más, él mismo intercede ante Dios a favor de sus propios hermanos Aarón y María, que lo habían convertido en objeto de sus críticas» . La primera posesión, el primer señorío y dominio es sobre uno mismo: esa es nuestra “primera tierra”. San Gregorio de Nisa, comentando esta segunda bienaventuranza, se vale de uno de los significados de la palabra griega traducida por “mansedumbre”, que es “lentitud”, para mostrar la paradoja de este modo de ser cristiano: «grande es la facilidad con la que se va hacia el mal, y la naturaleza es una balanza que prontamente se inclina hacia la peor parte. […] Así la mansedumbre consiste en la 9


Ejercicios Espirituales día Viernes actitud de responder lentamente y sin prontitud a dichos impulsos propios de la naturaleza. […] Por lo tanto, ya que según nuestra naturaleza, es la velocidad para ir hacia los males la que es excesiva, se llama dichosa la condición de quienes son lentos para ese tipo de cosas. En efecto, el ser lentos en este ámbito es evidencia del movimiento veloz hacia lo alto» . Mons. Fulton Sheen hace corresponder esta bienaventuranza con la primera de las palabras de Jesús en la Cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). «Mansedumbre no es cobardía; mansedumbre no es un temperamento fácil, perezoso y difícil de excitar; la mansedumbre no es una pasividad sin carácter que le permite a todos atropellarnos. ¡No! Mansedumbre es auto-posesión. […] El hombre manso no es un hombre que rehúse la pelea, ni tampoco es un hombre que nunca se ponga furioso. Un hombre manso es alguien que nunca haría una cosa: nunca pelearía cuando su engreimiento es atacado, sino solamente cuando un principio está en juego» . De este modo, la “mansedumbre” bíblica incluye esta conjunción de ternura y fuerza, la “mezcla adecuada de fuerza y gentileza”: podría decirse que es la fuerza misma de la debilidad. Y en todo caso se refiere al ejercicio de la fuerza de Dios, y siempre bajo su control. Decía San Juan de la Cruz: «Manso es el que sabe sufrir al prójimo y sufrirse a sí mismo» . Con esto en mente, podemos entender mejor la invitación de Jesús a los que quieren seguirlo: «Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas» (Mt 11,29). De entre todas las virtudes y características que marcan la vida del Señor, Él nos invita a aprender en primer lugar su “mansedumbre”. Jesús es el manso por excelencia: como ya lo mencionamos antes, es quien se despoja de su tierra, de su heredad y sus posesiones, de su “dignidad divina” para llegar —por amor a nosotros— hasta el despojo y destierro máximo: hasta la Pasión y la Cruz. Vamos a meditar en la mansedumbre de Jesús en la Pasión, dejándonos conducir pedagógicamente por la última profecía de Isaías sobre el Siervo Sufriente (Is 53). Sobre la Cruz, dice San Agustín, Jesús revela que la auténtica victoria es la de la víctima. En la “escuela” de la Pasión de Jesús —el Siervo Sufriente— descubrimos de modo emblemático la «mansedumbre y la benignidad de Cristo» (2Cor 10,1). La primera fuente de esa mansedumbre es el sufrimiento mismo: a lo largo de toda la Pasión, Jesucristo «ha padecido los asaltos del dolor físico, llegando hasta la crucifixión, y del sufrimiento moral con la traición de Judas, la negación de Pedro, la fuga de los discípulos, la condena de los judíos, la soledad y el fracaso» . Este dolor y este sufrimiento pueden ser fuente de rebeldía y pueden terminar endureciendo nuestro corazón, pero —como nos enseña el Señor— si son aceptados y acogidos, permiten que superemos el ansia por nosotros mismos 10


Ejercicios Espirituales día Viernes y nuestras comodidades, y forjan a un hombre que se coloca ante los demás consciente de sí mismo y abierto a la benevolencia y a la comprensión paciente. «No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado» (Is 53, 2-4). La segunda fuente de la mansedumbre evangélica es la injusticia. Experimentar injusticia puede llevar a gran pena y rebeldía, especialmente porque viene de un lugar violento y suscita en nosotros naturalmente una reacción violenta, aunque sea en nuestro interior. Es difícil perdonar, cuando somos víctimas de una injusticia. Durante la Pasión, Jesús «prueba el aguijón de la injusticia que se arroja sobre su persona, ya que fue condenado por la respuesta a la pregunta del sumo sacerdote sobre su identidad: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Dios bendito?”. […] Durante ese tiempo Jesús callaba bajo las acusaciones y las burlas, hasta el punto que Pilato nota su silencio y se asombra. El silencio de Jesús se elevaba por encima del ruido, del alboroto de sus adversarios, y mostraba, según los evangelistas, que él dominaba las disputas y los acontecimientos. Tan grande era la fuerza de su mansedumbre» . Volvemos a Isaías: «Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca» (Is 53,7-9). La tercera fuente de la mansedumbre es la experiencia de la propia culpa y del perdón de Dios. En este caso la violencia no nos viene de fuera, sino de adentro de nosotros mismos, de nuestra propia miseria y libertad: es por eso que el pecado que cometemos, y en modo especial el que cometemos pertinazmente, nos acusa, nos endurece y nos conduce muchas veces a la angustia y a la amargura. Es hasta este extremo que se ha querido acercar Jesús en su Pasión: «A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él» (2Cor 5,21). «Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros. […] Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará. Por eso le daré su parte entre los grandes 11


Ejercicios Espirituales día Viernes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes» (Is 53,5-6.11-12). Jesús sale vencedor por su mansedumbre y benevolencia, donándose a sí mismo incluso por la salvación de los que en ese momento lo estaban llevando a la muerte, y así nos ofrece la posibilidad de vivir la mansedumbre dichosa también ante nuestro pecado, por más grave que este sea. El Señor Jesús nos invita a seguirlo por el camino de su mansedumbre. Ser sus discípulos implica acoger —teniéndolo a Él como modelo— su llamado a vivir lo que parecería humanamente imposible: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames» (Lc 6,27-30). Es lo que acoge San Pablo en su carta a los romanos cuando los exhorta: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien» (Rm 12, 21). Es la misma exhortación que hallamos en San Ignacio de Antioquía y que vale para todos los tiempos de la Iglesia: «Ante su ira, sed mansos; ante su presunción, sed humildes» . Por último, esta mansedumbre se traduce en servicio hacia todos: «Jesús, que “no ha venido para ser servido, sino para servir” (Mt 20,28), pide que aprendamos de él “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Esta invitación no se limita a la exigencia de asemejarle en el carácter sino que llama a hacer una opción precisa de servicio a favor del prójimo, imitando a quien, incluso siendo el “Maestro y el Señor” (Jn 13,13), en la comunidad de los creyentes está “como quien sirve” (Lc 22,27)» . María nos puede enseñar como nadie la dicha del ser mansos, ya que ella, con su particular dulzura, refleja como nadie la mansedumbre misma de Dios: «La mansedumbre es, en efecto, un modo de proceder propiamente divino. La violencia es la manifestación de una autoridad que se siente débil: Dios no necesita quebrantar los seres para imponerse. La mansedumbre de Dios no es otra cosa sino su omnipotencia; y la mansedumbre de María, que es la obediencia por excelencia, se confunde en cierta manera con ella. Abandonar sin lucha las pretensiones del amor propio, consentir pacíficamente en lo que piden de nosotros: esto es lo que nos hace conformes a la Santísima Virgen, lo que nos hace heredar su encanto y sus poderes. Porque Dios no niega nada, no puede negar nada a quien se le entrega de todo corazón» . Recemos así también nosotros hoy, con toda la Iglesia, a nuestra Madre: “Virgen única, mansa y dulce entre todas; haz que, libres de nuestras culpas, seamos mansos y castos”.Y guiados por su Corazón Inmaculado, dirijamos al Señor Jesús 12


Ejercicios Espirituales día Viernes la oración de una de las hermosas letanías al Sagrado Corazón: “¡Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo!”.

Trabajo Personal 1. ¿Qué significa para mí ser manso? 2. ¿Soy manso o muchas veces me dejo llevar por la violencia y la injusticia? ¿Confío en el perdón de Dios? 3. ¿Creo en el poder de la mansedumbre como fuerza de la debilidad? 4. ¿Cómo puedo ser manso hoy en mi vida cotidiana? ¿Descubro día a día momentos de sufrimiento o injusticia en los cuales debo optar entre la violencia y la mansedumbre? 5. Jesús nos promete heredar la tierra ¿Anhelo esa tierra? ¿Estoy dispuesto a sacrificarme por alcanzarla?

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Ejercicios Espirituales dĂ­a Viernes

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Ejercicios Espirituales día Viernes

COMPLETAS Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (Se hace la señal de la cruz mientras se dice:) V/. -Dios mío, ven en mi auxilio. R/. -Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Examen de conciencia Hermanos: Llegados al fin de esta jornada que Dios nos ha concedido, reconozcamos humildemente nuestros pecados. (Todos examinan en silencio su conciencia. Después se prosigue con la fórmula siguientes:) Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor. (Si preside la celebración un ministro, él solo dice la conclusión siguiente; en caso contrario, la dicen todos:) V/. Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna. R/. Amén. 15


Ejercicios Espirituales día Viernes

Himno Antes de cerrar los ojos, los labios y el corazón, al final de la jornada, ¡buenas noches!, Padre Dios. Gracias por todas las gracias que nos ha dado tu amor; si muchas son nuestras deudas, infinito es tu perdón. Mañana te serviremos, en tu presencia mejor. A la sombra de tus alas, Padre nuestro, abríganos. Quédate junto a nosotros y danos tu bendición. Antes de cerrar los ojos, los labios y el corazón, al final de la jornada, ¡buenas noches!, Padre Dios. Gloria al Padre omnipotente, gloria al Hijo Redentor, gloria al Espíritu Santo: tres Personas, sólo un Dios. Amén.

Salmo 87: Oración de un hombre gravemente enfermo Ant: Señor, Dios mío, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia. Señor, Dios mío, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia; llegue hasta ti mi súplica, inclina tu oído a mi clamor. Porque mi alma está colmada de desdichas, y mi vida está al borde del abismo; 16


Ejercicios Espirituales día Viernes ya me cuentan con los que bajan a la fosa, soy como un inválido. Tengo mi cama entre los muertos, como los caídos que yacen en el sepulcro, de los cuales ya no guardas memoria, porque fueron arrancados de tu mano. Me has colocado en lo hondo de la fosa, en las tinieblas del fondo; tú cólera pesa sobre mí, me echas encima todas tus olas. Has alejado de mí a mis conocidos, me has hecho repugnante para ellos: encerrado, no puedo salir, y los ojos se me nublan de pesar. Todo el día te estoy invocando, tendiendo las manos hacia ti. ¿Harás tú maravillas por los muertos? ¿Se alzarán las sombras para darte gracias? ¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia, o tu fidelidad en el reino de la muerte? ¿Se conocen tus maravillas en la tiniebla, o tu justicia en el país del olvido? Pero yo te pido auxilio, por la mañana irá a tu encuentro mi súplica. ¿Por qué, Señor, me rechazas, y me escondes tu rostro? Desde niño fui desgraciado y enfermo, me doblo bajo el peso de tus terrores, pasó sobre mí tu incendio, tus espantos me han consumido: me rodean como las aguas todo el día, me envuelven todos a una; alejaste de mí amigos y compañeros: 17


Ejercicios Espirituales día Viernes mi compañía son las tinieblas. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Ant: Señor, Dios mío, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia.

Lectura Jr 14,9 Tú estás en medio de nosotros, Señor; tu nombre ha sido invocado sobre nosotros: no nos abandones, Señor, Dios nuestro.

Responsorio breve V/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. V/. Tú, el Dios leal, nos librarás. R/. Encomiendo mi espíritu. V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

Cántico Evangélico Ant: Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz. (se hace la señal de la cruz mientras se comienza a recitar) Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. 18


Ejercicios Espirituales día Viernes Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Ant: Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz.

Oración Señor, Dios todopoderoso: ya que con nuestro descanso vamos a imitar a tu Hijo que reposó en el sepulcro, te pedimos que, al levantarnos mañana, le imitemos también resucitando a una vida nueva. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén. (se hace la señal de la cruz mientras se dice:) V/. El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una muerte santa. R/. Amén. (Se canta o se dice la siguiente antífona mariana:) Salve, Reina de los cielos y Señora de los ángeles; salve raíz; salve, puerta, que dio paso a nuestra luz. Alégrate, virgen gloriosa, entre todas la más bella; salve, oh hermosa doncella, ruega a Cristo por nosotros.

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Ejercicios Espirituales día Sábado

LAUDES Solemnidad La natividad de San Juan Bautista V/. -Señor, Ábreme los labios. R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio Salmo 94: Invitación a la alabanza divina Ant: Venid, adoremos al Cordero de Dios, a quien Juan mostró con alegría. Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. (se repite la antífona) Porque el Señor es un Dios grande, soberano de todos los dioses: tiene en su mano las simas de la tierra, son suyas las cumbres de los montes; suyo es el mar, porque él lo hizo, la tierra firme que modelaron sus manos. (se repite la antífona) Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. (se repite la antífona) Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; 20


Ejercicios Espirituales día Sábado cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras. (se repite la antífona) Durante cuarenta años aquella generación me asqueó, y dije: “Es un pueblo de corazón extraviado, que no reconoce mi camino; por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso.”» (se repite la antífona) Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno Niño que, antes de nacer, reconoce a su Señor y da saltos de placer bien puede llegar a ser su profeta y precursor. Su nombre será san Juan, su morada, los desiertos; langostas serán su pan; sobre el agua del Jordán, verá los cielos abiertos. Otros le vieron lejano y le anunciaron primero; Juan le ve ya tan cercano que va extendiendo su mano y señalando al Cordero. Está llegando la hora, ocaso de un Testamento, 21


Ejercicios Espirituales día Sábado pero del nuevo la aurora, con la gracia triunfadora de Juan en el nacimiento. La ley vieja en él fenece, la de gracia en él apunta; de dónde claro parece que en este niño amanece libertad y gracia junta. Claro espejo en el Jordán, después que los dos se han visto y abrazos de paz se dan: resplandece Cristo en Juan, y Juan reverbera en Cristo. Juan a Jesús bautizaba, el cielo entero se abría, la voz del Padre sonaba, la Paloma se posaba en gloriosa teofanía. Nunca se podrá acallar la voz que habló en el desierto, aunque le hayan de cortar la cabeza; estará muerto, mas no dejará de hablar. Gloria al Padre muy amado, gloria al Hijo Salvador, que nos libra del pecado, y gloria al que él ha enviado, al Espíritu de Amor. Amén.

Salmo 62, 2 - 9: El alma sedienta de Dios Ant: Le pondrán por nombre Juan, y muchos se alegraran de su nacimiento. Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; 22


Ejercicios Espirituales día Sábado mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. ¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria! Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios. Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos. En el lecho me acuerdo de ti y velando medito en ti, porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo; mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Ant: Le pondrán por nombre Juan, y muchos se alegraran de su nacimiento.

Daniel 3, 57 - 88 . 56: Toda la creación alabe al Señor Ant: Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto. Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos. Ángeles del Señor, bendecid al Señor; cielos, bendecid al Señor. Aguas del espacio, bendecid al Señor; ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

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Ejercicios Espirituales día Sábado Sol y luna, bendecid al Señor; astros del cielo, bendecid al Señor. Lluvia y rocío, bendecid al Señor; vientos todos, bendecid al Señor. Fuego y calor, bendecid al Señor; fríos y heladas, bendecid al Señor. Rocíos y nevadas, bendecid al Señor; témpanos y hielos, bendecid al Señor. Escarchas y nieves, bendecid al Señor; noche y día, bendecid al Señor. Luz y tinieblas, bendecid al Señor; rayos y nubes, bendecid al Señor. Bendiga la tierra al Señor, ensálcelo con himnos por los siglos. Montes y cumbres, bendecid al Señor; cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor. Manantiales, bendecid al Señor; mares y ríos, bendecid al Señor. Cetáceos y peces, bendecid al Señor; aves del cielo, bendecid al Señor. Fieras y ganados, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos. Hijos de los hombres, bendecid al Señor bendiga Israel al Señor. Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor; siervos del Señor, bendecid al Señor. Almas y espíritus justos, bendecid al Señor; santos y humildes de corazón, bendecid al Señor. 24


Ejercicios Espirituales día Sábado Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos. Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo, ensalcémoslo con himnos por los siglos. Bendito el Señor en la bóveda del cielo, alabado y glorioso y ensalzado por los siglos. Ant: Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto.

Salmo 149: Alegría de los santos Ant: A ti niño te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos. Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles; que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey. Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras; porque el Señor ama a su pueblo y adorna con la victoria a los humildes. Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas: con vítores a Dios en la boca y espadas de dos filos en las manos: para tomar venganza de los pueblos y aplicar el castigo a las naciones, sujetando a los reyes con argollas, a los nobles con esposas de hierro. Ejecutar la sentencia dictada es un honor para todos sus fieles. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo 25


Ejercicios Espirituales día Sábado como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Ant: A ti niño te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos.

Lectura Ml 3,23-24 Mirad: os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra.

Responsorio breve V/. Será grande a los ojos del Señor, y se llenará del Espíritu Santo. R/. Será grande a los ojos del Señor, y se llenará del Espíritu Santo. V/. Irá delante del Señor, preparándole un pueblo bien dispuesto. R/. Y se llenará del Espíritu Santo. V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo R/. Será grande a los ojos del Señor, y se llenará del Espíritu Santo.

Cántico Evangélico Ant: A Zacarías se le soltó la boca y profetizó, diciendo: «Bendito sea el Dios de Israel.» Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo, por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. 26


Ejercicios Espirituales día Sábado Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Ant: A Zacarías se le soltó la boca y profetizó, diciendo: «Bendito sea el Dios de Israel.»

Preces (Acudamos confiadamente a Cristo, que envió a su precursor Juan delante de él a preparar sus caminos, y digámosle:) Visítanos, Sol que naces de lo alto. - Tú que hiciste que Juan saltará de gozo en el vientre de Isabel, haz que nos alegremos siempre de tu venida a este mundo. - Tú que, por las palabras y obras del Bautista, nos has señalado el camino de la penitencia, convierte nuestros corazones a la observancia de los mandamientos de tu reino. - Tú que quisiste ser anunciado por boca de hombre, envía al mundo entero heraldos de tu Evangelio. 27


Ejercicios Espirituales día Sábado - Tú que quisiste ser bautizado por Juan en el Jordán, para que se cumpliera así todo lo que Dios quería, haz que nos esforcemos sinceramente en el cumplimiento de la voluntad divina. (Concluyamos nuestras súplicas con la oración que el mismo Señor nos enseñó:) Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.

Oración Oh Dios, que suscitaste a san Juan Bautista para que preparase a Cristo, el Señor, un pueblo bien dispuesto, concede a tu familia el don de la alegría espiritual y dirige la voluntad de tus hijos por el camino de la salvación y de la paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

SEGUNDA MEDITACIÓN “Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados” La aflicción es un dolor tan fuerte que no puede ser contenido y por ello se expresa de modo externo con llanto y lamentos, y que especialmente se hace presente en el luto o en el duelo, con todos sus signos externos: en el rostro y en el 28


Ejercicios Espirituales día Sábado aspecto, en el vestido y en la postura, realidades que no pueden ser simplemente maquilladas cuando el dolor es real y nos posee. Esta “aflicción” es la situación de quienes son objeto de la bienaventuranza que, como dice San Juan Crisóstomo, «parece contraria al sentir de la tierra entera» : Se distingue esta aflicción del “estar triste”, que tiene en griego un verbo propio y que acentúa un sufrimiento más interno. La forma verbal usada por Mateo indica que la aflicción es continua, y traduce el verbo hebreo “abal”, que significa “lamentarse”,“hacer luto” y “llorar”. De ahí que muchos traduzcan “los que lloran”, como es más bien el caso de la bienaventuranza en la versión lucana: “bienaventurados los que hoy lloran”, literalmente “los llorantes”. Y, como dice Chevrot, «en el lenguaje de las lágrimas hay algo sagrado. Sustituye a la impotencia de la palabra para expresar cuanto de indefinible y de inexpresable se contiene en el dolor. Detiene todo diálogo: ante las lágrimas no cabe hacer otra cosa que callarse» . Así como a los anawim, los pobres, así también Dios escucha a sus abalim, los “afligidos”. Esta aflicción y este llanto están presentes constantemente en la historia de Israel, y por eso la misión del Mesías es dirigirse no sólo a los pobres, sino también a los afligidos, y junto con su señorío y reinado, Dios promete también su consuelo. La cita que está detrás de esta bienaventuranza en boca de Jesús es Is 61,1-5, donde el Mesías anuncia el año de gracia del Señor: «El espíritu del Señor Yahvé está sobre mí, porque Yahvé me ha ungido. Me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar el año de gracia del Señor, el día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los afligidos, para ofrecer a los afligidos en Sión que les sea dada diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de aflicción, vestimenta de gloria en vez de espíritu abatido» (Is 61,1-3). En el momento en que Jesús declara dichosos a los afligidos, a los que lloran, las personas que tiene delante suyo están sufriendo por la opresión: externamente, por la dominación del Imperio Romano que ocupó Israel en el 63 a.C., e internamente, por la injusticia de los que están a la cabeza del pueblo, y que sistemáticamente explotan a los más débiles y pequeños, que no tienen a quien recurrir . ¿Cuál es el motivo de la aflicción? ¿Por qué se llora en la Sagrada Escritura? Es en los salmos, donde la temática de la aflicción y el llanto recurren una y otra vez, como parte de la vida y la experiencia que el salmista coloca ante Dios: «Mis lágrimas son mi pan de día y de noche. Y a lo largo del día me repiten “¿Dónde está tu Dios?”. […] Quiero decir a Dios, mi roca: “¿Por qué me has olvidado? ¿Por 29


Ejercicios Espirituales día Sábado qué he de andar triste, bajo la opresión de mi enemigo?”. Mis huesos se quebrantan, mis opresores me insultan, y me repiten a lo largo del día: “¿Dónde está tu Dios?”» (Sal 42,3.10-11). «Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras. Y los que allí nos habían llevado cautivos nos pedían que cantásemos, y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo: “¡Cantad para nosotros alguno de los cánticos de Sión!”. ¿Cómo podríamos cantar un canto del Señor en tierra extraña?» (Sal 137,1-4). El motivo del llanto es en ambos casos la opresión de vivir cautivos en una tierra extranjera, con la experiencia de que Dios parecería haberse olvidado de su pueblo, y por lo tanto se le experimenta lejano. La aflicción que Jesús proclamará fuente de dicha proviene de algún modo de la experiencia de esta lejanía de Dios. Es lo mismo que encontramos en el anuncio de Jesús a sus discípulos de que van a llorar y lamentarse cuando «dentro de poco ya no me veréis» (ver Jn 16,16ss). Con la misma lógica de la “transmutación” de la tristeza en alegría y viceversa que vemos en la bienaventuranza en Lucas, el Señor afirma en este discurso de despedida: «En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16,20). La causa de la aflicción es una vez más la experiencia de la lejanía del Señor, el tener que despedirse de Él. O también el saberse “interiormente” alejado de Él, como Pedro durante la pasión, que «saliendo afuera, lloró amargamente» (Lc 22,62): estaba a unos pocos metros de Jesús, pero en su corazón se sentía muy lejano de Él. Comentando esta bienaventuranza, Santo Tomás de Aquino distingue tres tipos de aflicción, cada una de las cuales recibe un consuelo adecuado de parte de Dios: 1. El sufrimiento y dolor por los propios pecados y por los pecados de los otros, «porque si lloramos a los que mueren corporalmente, mucho más debemos llorar a los que mueren espiritualmente» . El consuelo que Dios concede a los que lloran sus pecados es el perdón de los mismos, es decir, la restauración de la cercanía con Él, el fin de la lejanía, la reconciliación. Quizás en ningún lugar se expresa mejor este reconocimiento como en el Salmo 50, el Miserere: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa». Y donde el salmista implora al Señor su consuelo: «No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación» (Sal 50,3-5.1314). 30


Ejercicios Espirituales día Sábado 2. El dolor y sufrimiento del creyente al verse obligado a vivir en medio de las presentes miserias, lejos de su patria celeste. Y el mismo Santo Tomás cita el Salmo 119: “ay de mí porque mi residencia en el extranjero se ha prolongado” (Sal 119, 5). Y la recompensa de esta aflicción se encuentra justamente en la vida eterna. Para San Gregorio de Niza es lógica la conclusión de que «es, en efecto, imposible, absolutamente imposible, para quien haya examinado escrupulosamente cómo están las cosas, vivir sin lágrimas y considerar que la persona que se encuentra inmersa en los placeres de la vida no esté en una condición de dolor» . 3. El dolor y el sufrimiento del discípulo que sigue al Señor y por ello abandona «las alegrías del siglo», tomando la decisión de estar muerto para el mundo y de que el mundo esté muerto para él, como decía san Pablo: «En cuanto a mí ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!» (Gal 6,14). A este tercer tipo de aflicción —dice el Aquinate— «responde el consuelo del amor divino: cuando alguien se duele por la pérdida de algo querido, recibe consuelo al conseguir algo más querido todavía. Así los hombres son consolados, cuando en vez de las cosas temporales reciben las espirituales y eternas, que es recibir el Espíritu Santo» . Mons. Fulton Sheen, siguiendo estas reflexiones, nos cuestiona así: «¿Y qué de nosotros? ¿Qué bienaventuranza vamos a seguir? ¿Vamos a tomar toda nuestra alegría acá abajo, o vamos a guardar algo para la eternidad? ¿Vamos a huir de la cruz ahora, o la vamos a abrazar? ¿Vamos a planear nuestra vida de modo que al final podamos decir: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”? Si vamos a hacerlo, entonces debemos afligirnos» . Todo esto no elimina la paradoja de esta bienaventuranza, que quizás sea la que más choca con nuestro sentido común: ¿cómo puede ser feliz quien llora amargamente?, ¿cómo puede llamarse dichoso al afligido? Hay un paso ciertamente de valentía en la aceptación del sufrimiento, que indica una cierta grandeza de ánimo, pero eso no nos parece suficiente para proclamar a alguien “feliz”. Y sin embargo es lo que Jesús hace: es a través de la aflicción, del dolor que nos llega hasta los huesos, que Dios se ofrece a alcanzarnos a todos, de modo que nadie quede fuera de la consolación que solamente Él puede traer. «Un Dios que sufre, un Dios que obedece: ninguno hubiera podido inventar semejante cosa; es más, es algo escandaloso a primera vista». Y, sin embargo, «sólo el sufrimiento es universal», visita a todos, de modo que «todo hombre que sufre, llora y se encuentra en el dolor, es visitado por Dios y misteriosamente es atraído por Cristo y por su Espíritu» . Pues «es preciso haber sufrido para llegar a oír dentro de uno mismo las primeras tímidas llamadas de la esperanza» . 31


Ejercicios Espirituales día Sábado Solamente a través de la aflicción se vuelve real, de carne y hueso, el misterio de la Encarnación, Muerte y Resurrección de Cristo. Solamente así se abre para nosotros el camino del Reino de Dios y entendemos qué significa ser “consolados”. «En el Antiguo Testamento la autodefinición de Dios como “consolador” parece calcar la de la revelación del nombre divino» : “Yo soy el que soy” (Ex 3,14) y “Yo soy tu consolador” (Is 51,12a). El verbo “consolar” indica una acción positiva que re-crea las condiciones de bien que se han perdido en la situación de aflicción: «Partieron en llanto, yo los traeré entre consolaciones» (Jer 31,9). Si estamos lejos del Señor, Él nos consuela acercándose a nosotros… Si nos encontramos de algún modo quebrados y divididos, Él nos reconcilia, sana nuestras heridas… Si hay ruptura y desencuentro con nuestros hermanos, Él es capaz de colmar esos espacios y re-crear la comunión también entre nosotros… Podemos decir que la obra reconciliadora de Dios es así una obra de “consolación”. «Y yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad…» (Jn 14,16-17). Este es el consuelo último que Dios nos ofrece: su vida misma, su propio Espíritu, vivir Él en nosotros y nosotros en Él. Solamente quien ha experimentado el consuelo del Amor de Dios, que perdona nuestros pecados y nos reconcilia una y otra vez, que nos transforma en hombres nuevos, puede ser a su vez fuente de consuelo para los demás, como exclama San Pablo: «¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos. Es firme nuestra esperanza respecto de vosotros; pues sabemos que, como sois solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo seréis también en la consolación» (2Cor 1,3-7). Al fin de nuestra vida, encontraremos nuestra morada en la ciudad que baja del cielo, en la Jerusalén celeste, y allí «Dios enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo antiguo ha pasado» (Ap 21,4). Esta bienaventuranza de la aflicción y del consuelo nos invita a mirar la existencia humana en una perspectiva de vida eterna, y hace posible la esperanza, no sólo para nosotros sino para el mundo entero. «Ciertamente —predicaba San Juan Pablo II— la Iglesia no puede cerrar los ojos ante el abundante mal que existe en el mundo. Con todo, sabe que puede contar con la presencia victoriosa de Cristo, y en esa certeza inspira su acción larga y paciente, recordando siempre 32


Ejercicios Espirituales día Sábado aquella declaración de su Fundador en el discurso de despedida a los Apóstoles: “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). La certeza de esta victoria de Cristo, que se va haciendo cada vez más profunda en la historia, es la causa del optimismo sobrenatural de la Iglesia al mirar el mundo y la vida, que traduce en acción el don de la esperanza. […] Hace suyas las palabras del Apóstol Pablo en la carta a los Romanos:“El Dios (dador) de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo” (Rm 15,13). El Dios de la esperanza —concluye el Papa— es “el Dios de la paciencia y del consuelo” (Rm 15,5)» . Recordemos, finalmente, el Corazón de la Inmaculada Dolorosa: en el corazón de nuestra Madre contemplamos la espada que le fue anunciada cuando Jesús era niño, pero que no la hirió completamente sino hasta el momento de la participación plena en la Pasión y Muerte de ese mismo niño, ahora hecho hombre, para que todos y cada uno de los hombres y mujeres que habíamos pecado, pudiéramos ser consolados. «¿Qué hizo ella para merecer las Siete Espadas? ¿Qué crímenes ha cometido para que le arrebaten a su Hijo? Ella no había hecho nada; pero nosotros sí. Hemos pecado contra su Divino Hijo, lo hemos sentenciado a la Cruz; y pecando contra él la hemos herido a ella. En efecto, hemos arrojado en sus manos la mayor de todas las aflicciones, porque ella no estaba perdiendo a un hermano, o a una hermana, o a un padre, o a una madre, o ni siquiera solamente a un hijo —ella estaba perdiendo a Dios. ¡Y qué mayor dolor que ese puede haber!» . La Iglesia por siglos ha cantado también a María como la Bienaventurada Madre afligida: Estaba la Madre dolorosa / junto a la Cruz, lacrimosa / mientras pendía el Hijo. / Cuya ánima gimiente, / contristada y doliente / atravesó la espada. Que María sea nuestro ejemplo de amor en el dolor y nuestro consuelo en la aflicción.

Trabajo Personal 1. ¿Soy afligido? ¿Tengo momentos de dolor y sufrimiento e mi vida? 2. ¿Cómo puede ser feliz el que llora? ¿De qué manera puede haber dicha en la aflicción? 3. ¿Me descubro consolado por Dios? ¿De qué forma experimento el dulce consuelo del Señor Jesús? 4. ¿Busco ser agente de consuelo para otros?

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Ejercicios Espirituales día Sábado

“Bienaventurados los hambrientos y sedientos de la justicia, porque ellos serán saciados” Esta cuarta bienaventuranza, según algunos estudiosos, cierra un “primer ciclo” de las ocho bienaventuranzas, que estaría encabezado por la proclamación de la dicha de la “pobreza” que se presenta bajo diversas formas: la mansedumbre, la aflicción, y ahora también el padecer hambre y sed. Habría, una vez más, un reflejo de la situación social de las personas que Jesús tiene delante y que Él está invitando a ser sus discípulos. Pero además de esta especie de “despliegue de la pobreza”, está en la intención de esta bienaventuranza el hacer recaer también el peso sobre “la justicia”, que podría mejor traducirse por “esta justicia”, ya que el artículo determinativo hace referencia a una justicia que ya debe ser conocida por el lector. «En efecto el artículo determinativo hace referencia a las situaciones de atropello presentadas en las bienaventuranzas anteriores, representantes de todo tipo de injusticia» . El acento, entonces, más que en el hambre y la sed, estaría en la “justicia”, que para el judío nunca es abstracta sino que «se traduce en el auxilio concreto, de parte de Dios y de los hombres, hacia la categorías más débiles: “[Dios] hace justicia a los oprimidos, da el pan a los hambrientos” (Sal 146,7)» . Se ha criticado a Mateo por haber “endulzado” o “espiritualizado” la fuerza de esta palabra de Jesús, que sonaría más cercana a la versión de Lucas: «Bienaventurados ustedes que ahora tienen hambre, porque serán saciados» (Lc 6,21). Pero está claro que esta crítica parte de una noción de “justicia” abstracta, moderna, que no tiene nada que ver con la noción bíblica de justicia. Dirijamos nuestra atención, sin embargo, un momento al hambre y la sed. Descubrimos que en la Escritura, estas realidades —que indican las necesidades fisiológicas más básicas para que una persona pueda mantenerse viva— son muchas veces usadas para expresar otro tipo de necesidades, esta vez espirituales, pero no menos vitales para el creyente. Así, leemos en el Deuteronomio: «Acuérdate de todo el camino que Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos. Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahveh» (Dt 8,2-3). Y también en el profeta Amós: «He aquí que vienen días —oráculo del 34


Ejercicios Espirituales día Sábado Señor Yahveh— en que yo mandaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra del Señor» (Am 8,11). De aquí viene la respuesta de Jesús ante el Demonio, cuando es tentado, y es asimismo lo que le responde a sus discípulos después de haber estado conversando con la mujer Samaritana acerca de su “sed” y del “agua viva”: «Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Jn 4,34). El Salmo 62 canta de modo hermoso: «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo; mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua» (Sal 62,2). Y el Salmo 41 habla de nuestro deseo de Dios como la sed de la cierva que busca corrientes de agua (Sal 41,2-3). Es obvio que nuestro corazón no puede tener “sed”, y sin embargo, ¿de qué otro modo podríamos expresar este profundo e íntimo deseo? Escuchemos a San Agustín comentando las palabras de este salmo: «Ánimo, hermanos, tratad de comprender mi anhelo, haceos partícipes conmigo de este mi deseo; tengamos juntos este amor, juntos tengamos esta sed ardiente, corramos juntos a la fuente para comprender. Suspiremos como el ciervo por la fuente. […] Corre hacia las fuentes, suspira por las fuentes de agua. En Dios está la fuente de la vida, una fuente inagotable; y su luz es una luz que nunca se oscurece. Suspira por esta luz, por esa fuente y esa luz que tus ojos no conocen. Cuando se ve con esta luz, se habilita tu ojo interior; cuando bebes de esta fuente, la sed interior se inflama. Corre hacia la fuente, suspira por la fuente; pero no de cualquier modo, no corras como cualquier animal: corre como el ciervo. ¿Qué significa como el ciervo? No lo hagas con lentitud; corre veloz, anhela con prontitud la fuente. Bien sabemos que el ciervo tiene una singular velocidad» . «Y mirad —dice San Juan Crisóstomo— con qué extremo de encarecimiento lo pone. Porque no dijo: “Bienaventurados los que abrazan la justicia”, sino: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. Con lo que nos dice que hemos de aspirar a ella no como quiera, sino con el más intenso deseo» . Es así que esta bienaventuranza nos invita a volver nuestra mirada interior a lo que anhelamos, a lo que constituye nuestro tesoro, «porque donde está tu tesoro, ahí estará también tu corazón» (Mt 6,21). ¿Estamos hambrientos y sedientos? ¿Y lo estamos de Dios y de su justicia, o son otros nuestros amores? ¿O vivimos más bien con el corazón lleno, saciado y embotado de nosotros mismos y de lo que el mundo nos ofrece? En su reflexión sobre las bienaventuranzas y las últimas palabras de Jesús en la Cruz, Mons. Fulton Sheen vincula la bienaventuranza que estamos meditando con las palabras del Señor:“Tengo sed”. «Toda su misión en la vida fue una misión de celo, un hambre y una sed por la justicia de Dios […]. Y ahora, al final de su 35


Ejercicios Espirituales día Sábado vida, él brama todavía más por justicia. Aquel que se llamó a sí mismo la Fuente de Aguas Vivas y que era en figura la Roca de la que brotó agua cuando Moisés la golpeó en el desierto, ahora deja brotar de su Sagrado Corazón el llamado del pastor a todas las almas del mundo:“Tengo sed”. No era una sed de aguas terrenas, porque la tierra y los océanos eran suyos. Y porque cuando le ofrecieron vinagre y hiel como sedativo para sus sufrimientos, él los rechazó. Era, así, no una sed física sino una sed espiritual la que lo turbaba —la sed de la Bienaventuranza de la Justicia—, una sed insaciable por las almas de los hombres» . Tratemos entonces de entender de qué “justicia” quiere el Señor Jesús que estemos hambrientos y sedientos. En cierto sentido, todos anhelamos el ideal de la justicia, nos parecería absurdo que alguien deseara la injusticia, y sin embargo, la realidad que tenemos ante nuestros ojos día a día es que en el mundo la que reina es más bien esta última. ¡Cuánta injusticia en el mundo! La pobreza con todas sus facetas, las guerras y atentados varios contra la vida, el hambre y la sed de pan y agua, la cultura de muerte en sus mil formas, todo esto nos habla de un ideal de justicia no realizado. ¿Cómo no sentir hambre y sed de que este ideal se lleve a cabo? Un problema es que incluso lo que entendemos por “justicia” se ha ido deformando con el tiempo: desde la concepción antigua —como la de Ulpiano, que decía que «la justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho»— donde se trataba de “dar” al otro, hasta lo que hoy entendemos de modo coloquial como “mi derecho”, es decir, aquello que me es debido, y donde, por lo tanto, el acento está en lo que los otros tienen que darme a mí. Pero la justicia de la que habla Jesús hunde sus raíces en el Antiguo Testamento. «Los conceptos que en las lenguas modernas se traducen por “justicia” se refieren en hebreo a la raíz sdq. […] El sentido original de esta raíz es la de conformidad con una norma. Son justas las cosas que son como deben ser» . Y para el judío no hay duda de que es Dios quien hace que las cosas sean como deben ser. Él es el juez justo, que no tuerce el derecho ni pervierte la justicia (ver Job 8,3). «En Dios la justicia es una de las caras de su misericordia y de su liberalidad, de aquella generosidad que hace que él distribuya con holgura a toda criatura aquello que ella necesita, y le conceda al hombre, en particular, el don de la justicia como voluntad que lo inclina a dar con gusto a Dios y al prójimo lo que les corresponde» . Al respecto cito al Papa Benedicto XVI en su libro sobre Jesús de Nazaret: «En el lenguaje del Antiguo Testamento “justicia” expresa la fidelidad a la Torá, la fidelidad a la palabra de Dios, como habían reclamado siempre los profetas. Se trata del perseverar en la vía recta indicada por Dios, cuyo núcleo está formado por 36


Ejercicios Espirituales día Sábado los Diez Mandamientos. En el Nuevo Testamento, el concepto equivalente al de justicia en el Antiguo Testamento es el de la “fe”: el creyente es el “justo”, el que sigue los caminos de Dios (ver Sal 1; Jr 17,5-8). Pues la fe es caminar con Cristo, en el cual se cumple toda la Ley; ella nos une a la justicia de Cristo mismo» . Elevando nuestra mirada al mismo Señor Jesús, y una vez más, especialmente a su Pasión y muerte en Cruz, tenemos ante nosotros la paradoja de esta “justicia divina”, de la que somos hechos partícipes por la fe. Todo el “proceso” a Jesús, como se muestra especialmente en el Evangelio según San Juan, es en realidad la manifestación del juicio de Dios sobre el mundo, que es ante todo un juicio de misericordia y amor, pero que es un juicio que tiene un precio: la entrega del Hijo. «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). «El que no se ahorró ni a su propio hijo, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» (Rm 8,32). Es sobre esta justicia amorosa de Dios que se apoya toda nuestra vida y misión, que están llamadas a ser a su vez reflejo de esa justicia que nos viene de la fe. Un hermoso ejemplo de esto lo vemos en la predicación de Pedro en la Iglesia primitiva en que se dirige a los judíos y les reprocha la injusta muerte de Jesús, el Justo, y al mismo tiempo les ofrece la salvación por medio de Él. Sobre este pasaje comenta el P. Pinckaers: «La predicación apostólica pareciera, desde entonces, tener que dirigirse a la acusación y a la condena de los Hebreos que han cometido tal injusticia. Los términos usados por Pedro están, en este sentido, llenos de vigor y de franqueza; pero la conclusión del discurso obra un vuelco inesperado: presenta a los culpables el perdón de los pecados mediante la fe en ese mismo Jesús que ellos han crucificado. En vez de arremeter con el anuncio de un castigo justo, he aquí que Pedro les ofrece una misericordia tan grande que, de culpables que eran, los hará justos en el nombre de aquel Jesús que debería haber sido su acusador y que ante ellos se convierte en el signo eficaz de la misericordia y de la justicia de Dios unidas entre ellas. Jesús es llamado “el Justo” y “el Santo” no solo porque lo es ante Dios, sino también porque justifica y santifica a aquellos que creen en él. La Resurrección es más que una declaración de la justicia del Crucificado; es el acto fontal de una justicia que será comunicada misericordiosamente a todos los creyentes» . A los que tienen hambre y sed de esta justicia, se les promete “ser saciados” por Dios mismo. «Escogiendo el verbo “saciar”, en vez de “nutrir”, el evangelista quiere subrayar que los “hambrientos y sedientos” serán abundantemente satisfechos por Dios, quien corresponderá plenamente a su exigencia de justicia» . El verbo es el mismo utilizado en la escena de los panes y los peces, donde «todos comie37


Ejercicios Espirituales día Sábado ron y fueron saciados» (Mt 14,20), pero donde Dios manifiesta que la medida de la saciedad en realidad es la “sobreabundancia” que se genera como fruto de la fe en el Señor. Este pasaje tiene además una clara resonancia eucarística. La Santa Misa el lugar donde “gustamos” la justicia divina. Por un lado, ella es «la celebración diaria del gran banquete al que el señor invita a “pobres y lisiados, y ciegos y cojos” (Lc 14,15-24), esto es, a todo los pobres Lázaros que hay alrededor. En ella se realiza la perfecta “comensalidad”: la misma comida y la misma bebida, y en la misma cantidad, para todos, para quien preside como para el último que ha llegado a la comunidad, para el riquísimo como para el paupérrimo» . María —después del Señor— es la primera hambrienta y sedienta de justicia. El P. Cantalamessa señala que «el mejor comentario a la bienaventuranza de los pobres y de los que tienen hambre es lo que dice María en el Magnificat: “A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada”. Con una serie de poderosos verbos, María describe un vuelco y un cambio radical de partes entre los hombres: “Derribó / exaltó; colmó / despidió sin nada”. Algo, por lo tanto, ya sucedido o que sucede habitualmente en la acción de Dios. Contemplando la historia no parece que haya habido una revolución social por la que los ricos, de golpe, hayan empobrecido y los hambrientos hayan sido saciados de alimento. El vuelco ha sucedido, ¡pero en la fe! Se ha manifestado el reino de Dios y esto ha provocado una silenciosa pero radical revolución» . Pidámosle a Santa María que sepamos conservar siempre esta hambre y esta sed, ese deseo grande en nuestro corazón de la justicia misericordiosa de Dios para el mundo entero. Alegrémonos con Ella, que más de una vez habrá cantado esta justicia con el Salmo 96, que se hizo realidad en su seno: «Una luz se ha elevado para el justo, el gozo para los rectos de corazón. Alegraos, justos, en el Señor, dad gracias a su santo nombre» (Sal 96,11-12).

Trabajo Personal 1. ¿Descubro injusticia en el mundo en que vivo? ¿Veo situaciones injustas en mi vida cotidiana o prefiero cerrar los ojos y el corazón ante el dolor de tantos? 2. ¿Tengo hambre y sed de justicia? ¿Quiero que se haga justicia en el mundo? 3. ¿O vivo más bien con el corazón embotado y lleno de mí mismo y lo que me ofrece el mundo? 4. ¿Estoy sediento de anunciar el Evangelio? ¿Quiero ayudar a saciar el hambre de tantos que no conocer a Jesús?

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TERCERA MEDITACIÓN “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” Con esta bienaventuranza de los misericordiosos se inicia, según algunos autores, un segundo ciclo de las mismas: «luego de haber considerado los posibles efectos del reino de Dios sobre la humanidad (vv. 4-6), el evangelista presenta tres bienaventuranzas (vv. 7-9), ausentes en el evangelio de Lucas, […] que se refieren al comportamiento que brota de la opción por la pobreza: sólo quien ha renunciado a acumular para sí está siempre disponible para ayudar a quienes se encuentran en la necesidad» . Se puede apreciar también otra diferencia: en las promesas que siguen a estas tres bienaventuranzas, «se evoca una relación nueva establecida entre el hombre y Dios: recibirán misericordia (por parte de Dios), verán a Dios, serán llamados hijos de Dios» . Esta bienaventuranza tiene al centro una realidad que es fundamental en toda la Escritura: la misericordia, que en el Antiguo Testamento es otro de los Nombres Divinos, como Él mismo se lo atribuye en Ex 22,26: «porque yo soy un Dios clemente» y como constantemente repiten los salmos y profetas sobre Él: «porque Yahvé, tu Dios, es clemente y misericordioso» (Ne 9,17; ver también Sal 86,15; 103,8; 111,4; 112,4). De aquí que San Gregorio insista, en su homilía sobre esta bienaventuranza, en la misericordia como camino de “deificación”: «sería así clara la consecuencia: uno, aún siendo hombre, si es misericordioso, es juzgado digno de la bienaventuranza divina, porque alcanza la cualidad que le da el nombre a Dios» . En el Antiguo Testamento la misericordia es evocada fundamentalmente por dos palabras, que aparecen con frecuencia en las páginas sagradas: La primera palabra es “rahamim” y podría ser traducida por “sentir compasión”. Ese sentimiento surge del seno materno, de las entrañas —nosotros diríamos el corazón— de un padre o hermano. Es la ternura que se traduce en actos de cariño . Esta palabra la encontramos en pasajes como: «Entonces la mujer de quien era el hijo vivo, habló al rey —porque sus entrañas se le conmovieron por su hijo—, y dijo: ¡Ah, señor mío! dad a ésta el niño vivo, y no lo matéis» (1Re 3, 26); en Jeremías: «¿No es Efraím mi hijo amado? ¿No es un niño encantador? Pues siempre que hablo contra él, lo recuerdo aún más; por eso mis entrañas se conmueven por él, ciertamente tendré de él misericordia—declara el Señor». (Jer 31, 20); o en la voz del salmista: «Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de los que le temen» (Sal 103, 13). 41


Ejercicios Espirituales día Sábado Como señala un autor, esta compasión o misericordia «designa el sentimiento principal que inspira Dios en su obra de salvación» . Es la ternura que expresa Yahvéh en el libro de Oseas, que lo mueve desde dentro, pero que indica al mismo tiempo su verdad en cuanto Dios y Señor: «¿Cómo voy a dejarte, Efraím, cómo entregarte, Israel? […] Mi corazón está en mí trastornado, y a la vez se estremecen mis entrañas. No daré curso al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím, porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo soy el Santo, y no vendré con ira» (Os 11,8-9). La segunda palabra que indica la misericordia en la Escritura es hesed, cuya traducción griega es utilizada en esta bienaventuranza. «La misericordia hacia la infidelidad del pueblo, la hesed, es el rasgo más sobresaliente del Dios de la Alianza y llena la Biblia de un extremo a otro» . Esta palabra indica una relación que une a dos personas y que supone su mutua fidelidad. Ella «contiene una profunda riqueza teológica. De hecho se identifica con la gracia compasiva y misericordiosa de Dios, es decir, con su benevolencia gratuita hacia el ser humano, incluido el pecador» . El Salmo 136, conocido por los judíos como “el gran Hallel”, canta una y otra vez esta misericordia del Señor, explicando a través de ella cada uno de los eventos de la historia de Israel, que se convierte así en una historia de amor con Dios: «porque eterna es su misericordia». Todo el Salmo —recuerda el Papa Benedicto XVI— «se desarrolla en forma de letanía, ritmado por la repetición antifonal “porque es eterna su misericordia”. A lo largo de la composición, se enumeran los numerosos prodigios de Dios en la historia de los hombres y sus continuas intervenciones a favor de su pueblo; y a cada proclamación de la acción salvífica del Señor responde la antífona con la motivación fundamental de la alabanza: el amor eterno de Dios, un amor que, según el término judío utilizado, implica fidelidad, misericordia, bondad, gracia, ternura» . Un pasaje que vale la pena mencionar por su centralidad es Ex 34, donde Dios se presenta de nuevo a Moisés, después de la traición del pueblo, para darle de nuevo las tablas de la ley, signo de la Alianza: «Labró Moisés dos tablas de piedra como las primeras y, levantándose de mañana, subió al monte Sinaí como le había mandado Yahveh, llevando en su mano las dos tablas de piedra. Descendió Yahveh en forma de nube y se puso allí junto a él. Moisés invocó el nombre de Yahveh. Yahveh pasó por delante de él y exclamó: “Yahveh, Yahveh, Dios compasivo y clemente, tardo a la cólera y rico en misericordia y fidelidad”» (Ex 34,4-6, ver Sal 103,7ss). El Señor se revela a sí mismo como un Dios compasivo y clemente, misericordioso y fiel. Esta expresión “rico en misericordia y fidelidad” va a convertirse casi en un estribillo a lo largo de toda la escritura, especialmente en los salmos. Dios es rico de misericordia benevolente y fidelidad verdadera. 42


Ejercicios Espirituales día Sábado Esa es la garantía de la Alianza. Ante la traición y el pecado Dios no abandona. ¿Por qué? Porque es fiel. Dios no traiciona (no nos traiciona a nosotros y no se traiciona a sí mismo), no cambia de opinión, se mantiene tercamente fiel a su Plan de Amor. Toda esta riqueza de la misericordia compasiva y fiel de Dios la vemos presente en Jesucristo. Esta realidad, que en el Antiguo Testamento le pertenece exclusivamente a Dios, en el Nuevo Testamento la vemos hecha carne en la vida y palabras de Jesús. Él es ahora nuestro «sumo sacerdote misericordioso y fiel» (Hb 2,17), capaz de compadecerse de sus hermanos. «Durante la vida de Jesús la misericordia se manifiesta en sus sentimientos hacia los pecadores: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,12-13). Acogiendo a los enfermos, Jesús se opone a la dureza de corazón de los fariseos, como en el episodio de la sanación del hombre de la mano seca:“Entonces, mirándoles con indignación, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: Extiende la mano” (Mc 3,5). Esta misericordia de Jesús no es solamente un sentimiento, sino que se hace real en acciones concretas. En el evangelio según san Mateo, por ejemplo, la misericordia de Jesús siempre se hace presente en un contexto concreto de curación o de ayuda eficaz y gratuita a favor de los más necesitados. Y es lo mismo que Él exige a sus discípulos al llamarlos: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36), que especifica así la “perfección” a la que invita Jesús, y que es a su vez una paráfrasis del famoso: «Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo» (Lv 19,2) . Esta misericordia divina, que el Señor Jesús nos invita a seguir, llega hasta su extremo máximo de compasión y entrega en la Cruz bendita. Allí, Jesucristo mismo realiza una vez más esta bienaventuranza en su carne traspasada. Mons. Fulton Sheen lo ve de modo especial en la palabra dirigida al “buen ladrón”: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43): «Había tres cruces en el Calvario: las cruces de dos ladrones y la Cruz del Buen Pastor. De los tres que colgaban delineándose en el cielo oscurecido, uno era egoísta y pensó solamente en sí mismo, y ese era el ladrón de la izquierda. No estaba interesado ni en el Salvador que sufría pacientemente, ni en el ladrón que imploraba misericordia. No tenía pensamiento sino para sí mismo como se dirigió al Hombre de la cruz del centro: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros”. El ladrón de la derecha, por el contrario, no pensó en sí mismo, sino en los demás: en el ladrón de la izquierda y en Nuestro Señor. Su compasión se dirigió al ladrón de la izquierda porque en esta última hora de su vida no se volvía a Dios ni pedía perdón: “¿Y tú, no temes a Dios, viendo que estás bajo la misma condena?”. También pensó 43


Ejercicios Espirituales día Sábado en el Hombre manso crucificado en medio de los dos, que había recién rezado por sus verdugos, y que era inocente y bueno: “Nosotros en efecto (sufrimos) justamente, porque recibimos la recompensa debida por nuestros actos; pero este hombre no ha hecho mal alguno”. Es interesante preguntarnos por qué el misericordioso Salvador no solamente perdonó al ladrón penitente, sino que incluso le ofreció la Promesa Divina: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. ¿Por qué Nuestro Señor no le dirigió las mismas palabras al ladrón a su izquierda? La respuesta se encuentra en la bienaventuranza de la misericordia […]. Porque el ladrón a la derecha fue misericordioso y compasivo, recibió misericordia y compasión. Porque no pensó en sí mismo, alguien pensó en él» . La formulación con la que se expresa esta bienaventuranza: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia», a veces puede confundir y llevar a pensar que nuestra misericordia precede a la que “alcanzaremos” de Dios. Es lo mismo que ocurre con la petición del Padrenuestro: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». La interpretación de ambas afirmaciones está en la “parábola de los deudores”, en la que Jesús recuerda que nuestra misericordia es posible porque brota de la fuente de la misericordia divina, que es completamente desproporcionada (diez mil talentos contra cien denarios) respecto a lo que nosotros podamos perdonar a nuestro prójimo. «Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, así como yo tuve misericordia de ti?» (Mt 18,32-33). Esto nos recuerda que existe ya una deuda saldada por el Señor, nosotros vivimos cada día de la misericordia amorosa y providente de Dios. Es fundamental para esto no perder nunca el “sentido del pecado” o, mejor dicho, no perder la consciencia de ser pecadores . Para poder recibir y acoger una y otra vez la misericordia divina en nuestra vida, tenemos que tener la capacidad de hacerlo, y eso solamente es posible en un corazón a su vez misericordioso con el hermano: «Si nuestro corazón está lleno de la arena de nuestro ego, ¿cómo puede Dios llenarlo con el fuego de su Sagrado Corazón? […] Así, si deseamos recibir misericordia, debemos, como el buen ladrón, pensar en los demás, porque parece que Dios nos encuentra más fácilmente cuando estamos perdidos en los otros» . La Iglesia entera está llamada a la misericordia. El Cardenal Van Thuân decía lo siguiente: «Sueño una Iglesia que sea una “Puerta Santa”, abierta, que abrace a todos, que esté llena de compasión y comprensión por todos los sufrimientos de la humanidad, tendida a consolarla». Es lo que el Papa Francisco ha destacado tantas veces acerca de la necesidad de una Iglesia que se entienda a sí misma como un “hospital de campaña”, que sea capaz de acoger y sanar las heridas 44


Ejercicios Espirituales día Sábado de todos los que se acerquen a ella. Podemos también nosotros, en donde sea que el Señor Jesús nos llame a servir, hacer carne esta realidad y buscar al prójimo como el buen samaritano, hacernos próximos, cercanos a los que viven en la necesidad. Para ello son fundamentales las obras de misericordia corporales y espirituales. El Papa Francisco, durante el Año Santo de la Misericordia, presentó ante los jóvenes el ejemplo de Pier Giorgio Frassati como un “apóstol de la misericordia”: «Pier Giorgio era un joven que había entendido lo que quiere decir tener un corazón misericordioso, sensible a los más necesitados. A ellos les daba mucho más que cosas materiales; se daba a sí mismo, empleaba tiempo, palabras, capacidad de escucha. Servía siempre a los pobres con gran discreción, sin ostentación. […] Piensen que un día antes de su muerte, estando gravemente enfermo, daba disposiciones de cómo ayudar a sus amigos necesitados. En su funeral, los familiares y amigos se quedaron atónitos por la presencia de tantos pobres, para ellos desconocidos, que habían sido visitados y ayudados por el joven Pier Giorgio» . «Déjense inspirar —concluye el Papa— por la oración de Santa Faustina, humilde apóstol de la Divina Misericordia de nuestro tiempo: “Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarla […] a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos […] a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás hable negativamente de mis prójimos sino que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos […] a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras […] a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio […] a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo” (Diario 163)» .

Trabajo Personal 1. ¿Descubro en el mundo y en la realidad que me rodea situaciones de miseria? 2. ¿Vivo la misericordia con los demás, en especial con aquellos que se encuentran en una situación de mayor miseria física o espiritual? 3. ¿Vivo las obras de misericordia corporales y espirituales? ¿Quiero vivirlas con mayor intensidad? ¿Me compadezco de mi prójimo? 4. ¿Experimento el amor misericordioso de Dios hacia mí? ¿Es Dios compasivo conmigo?

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“Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios” «¿Quién subirá al monte del Señor?, ¿quién podrá estar en su recinto santo? / El inocente de manos y puro de corazón, el que a la falsedad no eleva su alma, ni con engaño jura / Él recibirá la bendición del Señor, la justicia del Dios de su salvación / Esta es la generación de los que le buscan, que busca tu rostro, Dios de Jacob» (Sal 24,3-6). La bienaventuranza que ahora meditamos cita este salmo, que es el único lugar en la traducción griega donde aparece la expresión “puro de corazón”. Este salmo «que se cantaba entrando al templo, enumera las actitudes necesarias para ser admitidos en la presencia del Señor, y condiciona la visión de Dios a la necesidad del “corazón puro”, metáfora de una conciencia limpia que no haya hecho ni haya proyectado el mal» . Es interesante notar que en la versión del Antiguo Testamento en hebreo, se encuentra otro salmo con la misma expresión, pero que al griego ha sido traducido no con el término “pureza” sino “rectitud de corazón”: «¡Qué bueno es el Dios de Israel para los rectos de corazón!» (Sal 73,1). Ya en esta traducción podemos ver una interpretación de la pureza como rectitud, como ausencia de desviación. Y el salmo canta también, versículos más adelante, la esperanza del fruto de la perseverancia en esta rectitud: «Pero a mí, que estoy siempre contigo, de la mano derecha me has tomado; me guiarás con tu consejo, y en tu gloria me acogerás» (v. 24). La pureza necesaria para estar con Dios «se refiere al mismo tiempo al corazón y a las manos, a los sentimientos íntimos y a las acciones» , es decir, al hombre entero, que se debe orientar hacia Dios y su ley. El “corazón”, al que hace explícitamente referencia la bienaventuranza, indicaba en hebreo tanto el órgano anatómico como la interioridad de la persona, en especial la sede de sus pensamientos y deseos. «La pureza de corazón se sitúa […] en la esfera más íntima de la persona, en la consciencia, conocida sólo por Dios, lugar donde nacen las intenciones y los proyectos que delinean los comportamientos del hombre» . La mirada al corazón es justamente lo que distingue la mirada de Dios: «El hombre mira las apariencias, el Señor mira el corazón» (1Sam 16,7). Podemos decir que hay en cada uno de nosotros un “sagrario” en el que se decide la dirección de nuestra vida, para quién vivimos, y es en esa relación con Dios donde se fundamenta la verdad de quiénes somos. La “pureza” a la que la bienaventuranza nos invita, ha sido entendida en el Antiguo Testamento «en primer lugar en sentido ritual, como se puede observar 46


Ejercicios Espirituales día Sábado en las numerosas normas incluidas en el libro del Levítico» . Las prescripciones rituales determinaban que entre lo que podía hacer impuro a alguien se encontraba, por ejemplo: dar a luz, comer ciertos animales y tocar sus cadáveres, tener relaciones sexuales, la lepra, la muerte. Así, el cumplimiento de ciertas normas rituales permitía restaurar el “estado de pureza”. Hay que considerar que «por más materiales que fueran, estas prescripciones sobre lo puro y lo impuro se deben entender en relación a la santidad de Dios, repetidamente traída a colación: “Sed entonces santos, porque yo soy santo” (Lv 11,45)» . Esta consideración de que hay una esfera que es propia de Dios, que le pertenece solamente a él (la esfera de lo absolutamente puro) fue una gran ayuda para conservar la fe monoteísta en Israel, pero también, con el tiempo, fue motivo de caer en un ritualismo material, olvidando lo que estos ritos querían significar. Es así que «los profetas criticarán una pureza vinculada de modo exagerado a observancias materiales; ellos pondrán el acento en la pureza moral, fruto de la justicia y del amor al prójimo» . Así, en el primer capítulo de Isaías escuchamos a Dios en boca del profeta: «¿De qué me sirven a mí, dice el Señor, la multitud de vuestros sacrificios? Estoy harto de holocaustos de carneros, y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. […] Cuando extendiereis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multiplicareis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos. Lavaos, purificaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo» (Is 1,11.13.15-16). Es en este contexto que surge justamente la idea de una purificación del corazón que no tiene que ver con ritos sino con la renovación de la Alianza por parte del Señor: «Y rociaré sobre vosotros agua pura, y seréis purificados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os purificaré. Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne» (Ez 36,25-26). Aquello que en los profetas es anunciado, es exactamente lo que se realiza en el Señor Jesús. Él, que es «más grande que el templo» (Mt 12,6) y «señor del sábado» (Mt 12,8), se convierte en el único Mediador en nuestra relación con el Padre. Como le dice Jesús a la mujer samaritana: «llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,23). Jesús elimina todos los tabúes de su época sobre lo “puro” y lo “impuro”. «Ante todo, con los gestos que realiza: come con los pecadores, toca a los leprosos, frecuenta a los paganos: todas cosas consideradas altamente contaminantes; después, con las enseñanzas que imparte» . Jesús era consciente de la novedad de 47


Ejercicios Espirituales día Sábado su enseñanza, como recuerda el Evangelio de Marcos: «Llamó otra vez a la gente y les dijo: “Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre» (Mc 7,14-15). Aquí «vemos el cambio radical que Jesús ha dado al concepto de pureza ante Dios: no son las prácticas rituales lo que purifica. La pureza y la impureza tienen lugar en el corazón del hombre y dependen de la condición de su corazón» . Esto va a ser mantenido con mucha radicalidad por los discípulos: «Contra el intento de algunos judeo-cristianos de restablecer la distinción entre puro e impuro en los alimentos y en otros sectores de la vida, la Iglesia apostólica recalcará con fuerza: “Todo es puro para quien es puro” (Tt 1,15; Rm 14,20)» . Es así que la pureza que será predicada por los apóstoles es la pureza de la fe, que es realizada en los corazones por el don del Espíritu Santo que se recibe en el Bautismo. Será el mismo Pedro quien reconocerá en el Concilio: «Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio [a los gentiles], dándoles el Espíritu Santo también como a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones» (Hch 15,8-9). El mismo Pedro, en su primera carta, va a enseñar que al agua purificadora del diluvio universal, «corresponde ahora al bautismo que os salva y que no consiste en quitar la suciedad del cuerpo, sino en pedir a Dios una buena conciencia por medio de la Resurrección de Jesucristo» (1Pe 3,21). Quizás hoy la bienaventuranza nos parece una indicación en positivo de lo que se manda en el sexto mandamiento: «No cometerás actos impuros». Pero como se ve, la castidad —o al menos la castidad entendida como referida al ámbito de lo sexual— es tan sólo una de las dimensiones de lo que somos llamados a vivir radicalmente por esta bienaventuranza. Señala el P. Cantalamessa: «La pureza de corazón no indica, en el pensamiento de Cristo, una virtud particular, sino una cualidad que debe acompañar todas las virtudes, a fin de que ellas sean de verdad virtudes y no en cambio “espléndidos vicios”. Su contrario más directo no es la impureza, sino la hipocresía. […] La hipocresía es el pecado denunciado con más fuerza por Dios a lo largo de toda la Biblia y el motivo es claro. Con ella el hombre rebaja a Dios, le pone en el segundo lugar, situando en el primero a las criaturas, al público. “El hombre mira la apariencia, el Señor mira el corazón” (1Sam 16,7): cultivar la apariencia más que el corazón significa dar más importancia al hombre que a Dios» . Es así que, pasando por la purificación de nuestro corazón, trabajo ciertamente arduo y que no termina nunca en nuestra vida terrena, se nos promete que “veremos a Dios”. La promesa es de las más hermosas en estas bienaventuranzas. 48


Ejercicios Espirituales día Sábado ¿Quién no quiere ver a Dios? San Gregorio de Nisa destaca, sin embargo, la contradicción contenida en esta bienaventuranza, al constatar que en más de un lugar la Escritura nos recuerda una y otra vez que a Dios nadie lo puede ver: «A Dios nadie lo ha visto jamás» (Jn 1,18). Y Pablo le recuerda a Timoteo que Dios «habita en una luz inaccesible; a quien ningún hombre ha visto ni puede ver» (1Tm 6,16). Por último, está la famosa afirmación de Dios a Moisés que es como un hito en la aproximación en todo el Antiguo Testamento: «No puedes ver mi rostro; porque nadie puede verme, y vivir» (Ex 33,20). Justamente porque es Él —el «Dios invisible» (Col 1,15)— quien es objeto de la visión prometida, «Mateo no utiliza un verbo que indica el simple “ver” físico, sino “percibir”, que puede ser usado en sentido figurado para la recepción de realidades provenientes de la esfera divina» . No podemos ciertamente “entender” la naturaleza divina, no podemos “aferrar” a Dios, y en ese sentido Él permanece siempre para nosotros inaccesible. Lo que sí podemos es hacerle un lugar en nuestro corazón, dejando que «la Palabra que corta como un arado», extirpe «las malas raíces de los pecados del profundo de nuestro corazón» para purificarnos. «Antes de que hayamos abandonado la condición terrena, que no soportaría la manifestación de su Presencia, podemos desde ahora mismo “ver a Dios”, tomando este verbo en el sentido en que lo empleamos al decir “lo veo” por “lo sé” o “lo comprendo”. Se trata en estos casos de una manera especial de conocer a Dios. […] Una luz, que es seguramente un don de lo alto, nos ha de permitir fundirnos actualmente con el pensamiento y con el amor de Dios: ése es el privilegio de los “limpios de corazón”» . En hebreo, además, la expresión “ver el rostro” significa “tener familiaridad” con alguien, indica una cierta intimidad, como la del amor que Jesús nos promete aquí en la tierra, y plenamente en la visión “cara a cara” en el cielo. Así, podemos recordar que lo que se nos promete aquí es «todo lo que se encuentra en el catálogo de los bienes: la vida sin muerte, la incorruptibilidad eterna, la bienaventuranza inmortal, el reino que no tiene fin, la alegría incesante, la verdadera luz, la voz espiritual y dulce, la gloria inaccesible, el exultar continuo, el bien absoluto. Así de grande es la perspectiva de la esperanza en la promesa de esta bienaventuranza» . En su mensaje a los jóvenes del 2015, dedicado a esta bienaventuranza, el Papa Francisco invitó a considerar algunos elementos prácticos que nos ayuden a vivir la “pureza de corazón” que nos lleva a “ver a Dios”: Primero la confesión: «Todos somos pecadores, necesitados de ser purificados por el Señor. Pero basta dar un pequeño paso hacia Jesús para descubrir que Él nos espera siempre con los brazos abiertos, sobre todo en el Sacramento de la Reconciliación, ocasión privi49


Ejercicios Espirituales día Sábado legiada para encontrar la misericordia divina que purifica y recrea nuestros corazones». Luego la oración personal: «El Señor quiere encontrarse con nosotros, quiere dejarnos “ver” su rostro. Me preguntarán: “Pero, ¿cómo?”. También Santa Teresa de Ávila, […] desde pequeña decía a sus padres: “Quiero ver a Dios”. Después descubrió el camino de la oración, que describió como “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Libro de la vida, 8, 5)». Seguida de la lectura de la Sagrada Escritura: «También les invito a encontrarse con el Señor leyendo frecuentemente la Sagrada Escritura. Si no están acostumbrados todavía, comiencen por los Evangelios. Lean cada día un pasaje». Y cuarto en los hermanos: «Descubran que se puede “ver” a Dios también en el rostro de los hermanos, especialmente de los más olvidados: los pobres, los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los encarcelados (ver Mt 25,31-46)» . Podemos añadir incluso un quinto elemento: la Virgen María. En Ella, nuestra Madre Inmaculada, Mater Purissima, Jesús nos ha hecho un regalo sublime para ser educados y conducidos por este camino de la pureza de corazón. Mons. Fulton Sheen vincula la bienaventuranza que meditamos con la palabra de Cristo en la cruz dirigida a Juan, el discípulo amado: “Ahí tienes a tu Madre”. Con estas palabras nos estaba regalando su Madre a todos nosotros, incluso — vale la pena recordarlo— a María Magdalena, la ex-prostituta que estaba también al pie de la cruz de Jesús: «¿Pero quién está de pie junto a ella? Nada más y nada menos que la Madre Bienaventurada. ¡Qué pareja tan impresionante! ¡Una mujer cuyo nombre pocos meses atrás era sinónimo de pecado y la Virgen Santísima! Si María amó a la Magdalena, ¿por qué entonces no puede amarnos a nosotros? Si hubo esperanza para la Magdalena, entonces hay esperanza para nosotros. Si ella recobró la pureza, entonces también nosotros podemos recobrarla. ¿Pero cómo si no sólo a través de María? Porque ella es llamada Madre Purísima justamente para hacernos puros a nosotros» . Pidámosle a Ella, la Inmaculada, cuyo corazón está libre de toda doblez y de todo egoísmo, que podamos llegar a ser también nosotros “puros de corazón”: «Virgen Inmaculada, mujer del corazón puro, madre del verdadero Amor: ruega por nosotros, ayúdanos a redescubrir la pureza para redescubrir así el amor que el mundo hoy dramáticamente necesita» .

Trabajo Personal 1. ¿Qué significa para mí la pureza de corazón? ¿Qué relación tiene con la rectitud de conciencia y la integridad de la persona? 2. ¿Busco tener un corazón puro y ser recto en mi relación con Dios y las personas? 50


Ejercicios Espirituales día Sábado 3. ¿Vivo preocupado de las formas externas o intento preocuparme por el sentido más profundo de las cosas al momento de juzgar y actuar? 4. ¿Quiero ver a Dios? ¿Tengo un anhelo real de alcanzar la vida eterna? 5. ¿Descubro a Dios en mi prójimo? ¿Cultivo mi vida de oración, la lectura de la Palabra de Dios y mi vida sacramental?

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Completas Solemnidad de la natividad de San Juan Bautista (Se hace la señal de la cruz mientras se dice:) V/. -Dios mío, ven en mi auxilio. R/. -Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya

Examen de conciencia Hermanos: Llegados al fin de esta jornada que Dios nos ha concedido, reconozcamos humildemente nuestros pecados. (Todos examinan en silencio su conciencia. Después se prosigue con la fórmula siguiente:) V/. Tú que has sido enviado a sanar los corazones afligidos: Señor, ten piedad. R/. Señor, ten piedad. V/. Tú que has venido a llamar a los pecadores: Cristo, ten piedad. R/. Cristo, ten piedad. V/. Tú que estás sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros: Señor, ten piedad. R/. Señor, ten piedad. (Si preside la celebración un ministro, él solo dice la conclusión siguiente; en caso contrario, la dicen todos:) V/. Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna. R/. Amén.

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Himno El sueño, hermano de la muerte, a su descanso nos convida; guárdanos tú, Señor, de suerte que despertemos a la vida. Tu amor nos guía y nos reprende y por nosotros se desvela, del enemigo nos defiende y, mientras dormimos, nos vela. Te ofrecemos, humildemente, dolor, trabajo y alegría; nuestra plegaria balbuciente: «Gracias, Señor, por este día.» Recibe, Padre, la alabanza del corazón que en ti confía y alimenta nuestra esperanza de amanecer a tu gran Día. Gloria a Dios Padre, que nos hizo, gloria a Dios Hijo Salvador, gloria al Espíritu divino: tres Personas y un solo Dios. Amén.

Salmo 4: Acción de gracias Ant: Ten piedad de mí, Señor, y escucha mi oración. Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío; tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración. Y vosotros, ¿hasta cuándo ultrajaréis mi honor, amaréis la falsedad y buscaréis el engaño? Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor, y el Señor me escuchará cuando lo invoque.

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Ejercicios Espirituales día Sábado Temblad y no pequéis, reflexionad en el silencio de vuestro lecho; ofreced sacrificios legítimos y confiad en el Señor. Hay muchos que dicen: “¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?” Pero tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino. En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque tú sólo, Señor, me haces vivir tranquilo. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Ant: Ten piedad de mí, Señor, y escucha mi oración.

Salmo 133: Oración vespertina en el templo Ant: Durante la noche, bendecid al Señor. Y ahora bendecid al Señor, los siervos del Señor, los que pasáis la noche en la casa del Señor. Levantad las manos hacia el santuario y bendecid al Señor. El Señor te bendiga desde Sión, el que hizo cielo y tierra. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Ant: Durante la noche, bendecid al Señor. 55


Ejercicios Espirituales día Sábado

Lectura breve Dt 6,4-7 Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado.

Responsorio breve V/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. V/. Tú, el Dios leal, nos librarás. R/. Encomiendo mi espíritu. V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

Cántico Evangélico Ant: Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz. (se hace la señal de la cruz mientras se comienza a recitar) Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Ant: Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos 56


Ejercicios Espirituales día Sábado con Cristo y descansemos en paz.

Oración (Después de las I Vísperas de domingo o de solemnidades que coinciden con el domingo) Guárdanos, Señor, durante esta noche y haz que mañana, ya al clarear el nuevo día, la celebración del domingo nos llene con la alegría de la resurrección de tu Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. (Después de las Vísperas de solemnidades que no coinciden con el domingo) Visita, Señor, esta habitación: aleja de ella las insidias del enemigo; que tus santos ángeles habiten en ella y nos guarden en paz, y que tu bendición permanezca siempre con nosotros. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. (Se hace la señal de la cruz mientras se dice:) V/. El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una muerte santa. R/. Amén. (Se canta o se dice la siguiente antífonas mariana:) Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra. Dios te salve. A Tí clamamos los desterrados hijos de Eva, a Tí suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora Abogada Nuestra, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos, y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

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Ejercicios Espirituales día Domingo

LAUDES XII Domingo del Tiempo Ordinario (Si Laudes es la primera oración del día se reza el Invitatorio) V/. -Señor, Ábreme los labios. R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio Salmo 94: Invitación a la alabanza divina Ant: Pueblo del Señor, rebaño que el guía, venid, adorémosle. Aleluya. Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. (Se repite la antífona) Porque el Señor es un Dios grande, soberano de todos los dioses: tiene en su mano las simas de la tierra, son suyas las cumbres de los montes; suyo es el mar, porque él lo hizo, la tierra firme que modelaron sus manos. (Se repite la antífona) Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. (Se repite la antífona) Ojalá escuchéis hoy su voz: 58


Ejercicios Espirituales día Domingo «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras. (Se repite la antífona) Durante cuarenta años aquella generación me asqueó, y dije: “Es un pueblo de corazón extraviado, que no reconoce mi camino; por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso.”» (Se repite la antífona) Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu, salimos de la noche y estrenamos la aurora; saludamos el gozo de la luz que nos llega resucitada y resucitadora. Tu mano acerca el fuego a la tierra sombría, y el rostro de las cosas se alegra en tu presencia; silabeas el alba igual que una palabra; tu pronuncias el mar como sentencia. Regresa, desde el sueño, el hombre a su memoria, acude a su trabajo, madruga a sus dolores; le confías la tierra, y a la tarde la encuentras rica de pan y amarga de sudores. Y tú te regocijas, oh Dios, y tu prolongas en sus pequeñas manos tus manos poderosas; y estáis de cuerpo entero los dos así creando, 59


Ejercicios Espirituales día Domingo los dos así velando por las cosas. ¡Bendita la mañana que trae la noticia de tu presencia joven, en gloria y poderío, la serena certeza con que el día proclama que el sepulcro de Cristo está vacío! Amén.

Salmo 117: Himno de acción de gracias después de la victoria Ant: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia. Aleluya. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia. Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia. En el peligro grité al Señor, y me escuchó, poniéndome a salvo. El Señor está conmigo: no temo; ¿qué podrá hacerme el hombre? El Señor está conmigo y me auxilia, veré la derrota de mis adversarios. Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres, mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes. Todos los pueblos me rodeaban, en el nombre del Señor los rechacé; me rodeaban cerrando el cerco, en el nombre del Señor los rechacé; me rodeaban como avispas, 60


Ejercicios Espirituales día Domingo ardiendo como fuego en las zarzas, en el nombre del Señor los rechacé. Empujaban y empujaban para derribarme, pero el Señor me ayudó; el Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación. Escuchad: hay cantos de victoria en las tiendas de los justos: “la diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa, la diestra del Señor es poderosa.” No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor. Me castigó, me castigó el Señor, pero no me entregó a la muerte. Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor. Ésta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella. Te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Señor, danos la salvación; Señor, danos prosperidad. Bendito el que viene en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor; el Señor es Dios, él nos ilumina. Ordenad una procesión con ramos 61


Ejercicios Espirituales día Domingo hasta los ángulos del altar. Tú eres mi Dios, te doy gracias; Dios mío, yo te ensalzo. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Ant: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia. Aleluya.

Daniel 3,52-57: Que la creación entera alabe al Señor Ant: Aleluya. Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor. Aleluya Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres: a ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito tu nombre, santo y glorioso: a él gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres en el templo de tu santa gloria: a ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres sobre el trono de tu reino: a ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos: a ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres en la bóveda del cielo: a ti honor y alabanza por los siglos. Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, 62


Ejercicios Espirituales día Domingo por los siglos de los siglos. Amén. Ant: Aleluya. Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor. Aleluya

Salmo 150: Alabad al Señor Ant: Todo ser que alienta, alabe al Señor. Aleluya. Alabad al Señor en su templo, alabadlo en su fuerte firmamento. Alabadlo por sus obras magníficas, alabadlo por su inmensa grandeza. Alabadlo tocando trompetas, alabadlo con arpas y cítaras, alabadlo con tambores y danzas, alabadlo con trompas y flautas, alabadlo con platillos sonoros, alabadlo con platillos vibrantes. Todo ser que alienta alabe al Señor. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Ant: Todo ser que alienta, alabe al Señor. Aleluya.

Lectura breve 2Tm 2,8.11-13 Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

Responsorio breve V/. Te damos gracias, oh Dios, invocando tu nombre. 63


Ejercicios Espirituales día Domingo R/. Te damos gracias, oh Dios, invocando tu nombre. V/. Contando tus maravillas. R/. Invocando tu nombre. V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo R/. Te damos gracias, oh Dios, invocando tu nombre.

Cántico Evangélico Ant: «Lo que escuchéis al oído, pregonadlo desde la azotea», dice el Señor. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo, por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, 64


Ejercicios Espirituales día Domingo para guiar nuestros pasos por el camino de la paz. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Ant: «Lo que escuchéis al oído, pregonadlo desde la azotea», dice el Señor.

Preces Dios nos ama y sabe lo que nos hace falta; aclamemos, pues, su poder y su bondad, abriendo, gozosos, nuestros corazones a la alabanza: Te alabamos, Señor, y confiamos en ti - Te bendecimos, Dios todopoderoso, Rey del universo, porque a nosotros, injustos y pecadores, nos has llamado al conocimiento de la verdad; haz que te sirvamos con santidad y justicia - Vuélvete hacia nosotros, oh Dios, tú que has querido abrirnos la puerta de tu misericordia, y haz que nunca nos apartemos del camino que lleva a la vida - Ya que hoy celebramos la resurrección del Hijo de tu amor, haz que este día transcurra lleno de gozo espiritual - Da, Señor, a tus fieles el espíritu de oración y de alabanza, para que en toda ocasión te demos gracias. Movidos ahora todos por el mismo Espíritu que nos da Cristo resucitado, acudamos a Dios, de quien somos verdaderos hijos, diciendo: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, 65


Ejercicios Espirituales día Domingo como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.

Oración Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

CUARTA MEDITACIÓN “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” Así como la cuarta bienaventuranza (la referida a los que tienen hambre y sed de la justicia) de algún modo incluye las dos que la preceden y que expresan situaciones de sufrimiento humano, así también la séptima bienaventuranza —«Bienaventurados los pacificadores…»— según algunos autores expresa e incluye las dos anteriores, sobre los misericordiosos y los puros de corazón: vivir la misericordia y la rectitud interior se traducirían así en la instauración de la paz. Comencemos por la traducción de la primera parte de la bienaventuranza. «en el Nuevo Testamento, la expresión “constructor de paz” (compuesto por el sustantivo “paz” y por el verbo “hacer/producir”), significa “artífice de paz”,“pacificador”, y corresponde a la expresión hebrea “hombre de paz”, aquél que establece concordia entre los hombres mediante el amor y no con las armas del poder» : «Observa al perfecto, mira al íntegro: el hombre de paz tendrá descendencia; pero los rebeldes serán a una aniquilados, y la posteridad de los impíos extirpada» (Sal 37,37-38). En el Nuevo Testamento, el verbo “hacer paz” o “pacificar” aparece solamente una vez, en la epístola de Pablo a los Colosenses, explicando la obra de reconci66


Ejercicios Espirituales día Domingo liación llevada a cabo por Jesús crucificado: «Pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1,1920). Con este nombre —“pacificadores”— eran llamados los soberanos, y sobre todo el emperador romano. En el tiempo en que Jesús está predicando, la tierra se encontraba todavía gozando de la “Pax Romana”, que duraría hasta la muerte de Marco Aurelio (160 d.C.). Esta paz, sin embargo, estaba basada sobre el poder, y se refiere ante todo a la “ausencia de guerra”. «La raíz hebrea del término “paz” (shlm) cubre una amplia área de significados, todos vinculados al concepto de seguridad, que van desde el “estar sin preocupaciones”,“tener con suficiencia”, hasta “bienestar” / “fortuna”. El término “shalom”, paz, designa todo aquello que contribuye a hacer la existencia sana, armoniosa, segura, “completa”, en una palabra, la felicidad» , el término griego utilizado para traducir dicha “paz” expresa una plenitud que va mucho más allá de la ausencia de guerras o conflictos, llegando incluso a manifestarse con gestos de “gran alegría”. Una cita del primer libro de los macabeos puede darnos una muestra de lo que se entiende por paz en el Antiguo Testamento: «Mientras Simón [Macabeo] gobernó, hubo paz en Judea. Buscó el bien para su pueblo. […] La gente cultivaba en paz sus campos, la tierra producía sus cosechas, los árboles de la llanura daban sus frutos. Los ancianos, sentados en las plazas, comentaban la prosperidad de que disfrutaban, mientras los jóvenes lucían sus gloriosos uniformes militares. Simón procuró alimentos a las ciudades, y las dotó de medios de defensa. Su fama llegó hasta los últimos rincones de la tierra. Restableció la paz en el país, e Israel sintió una inmensa alegría. Cada uno se sentaba a la sombra de su viña y de su higuera; no había nadie que les infundiera miedo» (1Mac 14,4.8-12). Al final del libro de Isaías, Dios promete la paz a Jerusalén, y lo hace a través de expresiones que recuerdan la seguridad y bienestar que solamente puede experimentar un niño en brazos de su madre: «Así dice el Señor: “He aquí que yo extiendo sobre ella la paz como un río y las riquezas de las naciones como un torrente que se desborda; y mamaréis, en los brazos seréis traídos y sobre las rodillas seréis mimados. Como aquél a quien su madre consuela, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén recibiréis consuelo”» (Is 66,12). «Escucharé qué cosa dice Dios, el Señor: él anuncia la paz a su pueblo y a sus santos, para que no vuelvan a la insensatez» (Sal 85,8). El anuncio mesiánico que canta el salmista, es el que se realiza en la Encarnación del Verbo Eterno en el seno de Santa María: «El pueblo que andaba en tinieblas ha visto una gran luz; a 67


Ejercicios Espirituales día Domingo los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos. Multiplicaste la nación, aumentaste su alegría; se alegran en tu presencia, como con la alegría de la cosecha, como se regocijan los hombres cuando se reparten el botín. […] Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, la soberanía reposará sobre sus hombros; y será su nombre Consejero Admirable, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz » (Is 9,6). Esta “paz” es considerada el corazón del Evangelio en la predicación apostólica. Pedro, en Cesarea, cuando en casa del centurión Cornelio tiene que explicar a los gentiles el Evangelio, les dice: «Dios ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la buena nueva de la paz por medio de Jesucristo, que es Señor de todos» (Hch 10,36, ver Ef 6,15). El gran anuncio, la noticia que alegra, el Evangelio (“buena noticia”), es justamente que ha llegado la paz, la verdadera paz, la “paz por medio [a través] de Jesucristo”. Con ello, los apóstoles no hacen sino ser fieles a lo que el mismo Jesús les había enseñado con sus palabras y con sus obras. «Curando a los enfermos, perdonando a los pecadores, Jesús dirá muchas veces: “Anda en paz”. Esta paz comporta la salud recuperada y la reconciliación con Dios (ver Lc 7,50; 8,48)» . Paz que es «el resumen de los bienes que [Jesús] deja en herencia a sus discípulos» , en el momento en que está por dejarlos físicamente: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14,27). Así, la paz es ante todo un don de Dios, que no se refiere a una sola dimensión de la vida del hombre, sino que abraza todas, pudiendo incluso identificarse con la felicidad misma. «Generada por la justicia y por la caridad, es un fruto del Espíritu Santo y es acompañada por la alegría. Es obra de Cristo, quien ha dado muerte al odio en la cruz y ha reconciliado al hombre con Dios. Ella es un nombre divino. El cristiano que la acoge debe trabajar para comunicarla en su vida y en sus relaciones». Algunas veces la palabra utilizada en esta bienaventuranza es traducida por “pacíficos”. Sin embargo «en la proclamación de la bienaventuranza, el uso del término “pacificadores”, a veces traducido como “constructores de paz”, indica que ella no se refiere al carácter de los que son ajenos a todo tipo de lucha, los “pacíficos”, sino que se refiere a la actividad de quienes habitualmente trabajan por la paz. Mientras los primeros, por la propia tranquilidad, evitan toda situación de conflicto, los segundos, por la paz de los otros, están dispuestos a perder la propia» .

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Ejercicios Espirituales día Domingo Ya algunos Padres hacían notar esta distinción, entre una actitud de paz pasiva, y otra activa. Es el caso, por ejemplo de San Bernardo, que comentando esta bienaventuranza afirma: «Hombre apacible es aquel que devuelve bien por bien y, en cuanto de él depende, a nadie le desea el mal. Es paciente quien tiene capacidad de aguante; no devuelve mal por mal y es capaz de soportar al que le perjudica. Es pacífico quien devuelve bien por mal y siempre está dispuesto a ayudar a quien le hace mal. El primero es como un niño, que se escandaliza por lo más insignificante; le va a costar horrores salvarse en medio de este mundo malvado que nada en el escándalo. El segundo, como está escrito, con su aguante conseguirá la vida. Para el tercero, alcanzar la vida es poco, tiene que ganarla para otros muchos. El apacible, en cuando de él depende, tiene paz. El paciente vive la paz. El pacífico suscita la paz y con razón se le honra con el apelativo de hijo, porque se porta como un hijo. Lleno de gratitud por estar reconciliado con su padre, quiere reconciliar también a los demás» . Estos “hacedores de paz” son declarados por Jesús felices, beatos, porque será a ellos a quienes Dios llame sus hijos: “serán llamados hijos de Dios”. El verbo “llamar” «en este caso, tiene el valor de “nombrar”, “reconocer”, “otorgar un nombre” (“Y dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados”) (Mt 1,21). Los “constructores de paz” Dios los puede “llamar” sus hijos en cuanto los “reconoce” como tales» . La única vez que esta expresión aparece en la versión griega del Antiguo Testamento es en Os 2,1: «El número de los israelitas será como la arena del mar, que no se puede calcular ni contar. En vez de ser llamados: “No sois mi pueblo”, serán llamados hijos del Dios vivo». Este atributo “hijos de Dios” no supone en el Antiguo Testamento una participación en la naturaleza divina, sino más bien — justamente como la idea de paz lo indica— la certeza de la protección divina. Es por ello que son llamados “hijos de Dios” el pueblo, los reyes, los justos. ¿Qué quiere decir entonces ser reconocidos por Dios como sus hijos? ¿Quién de entre los hombres puede ser llamado “hijo de Dios”? Tenemos en el Evangelio de Juan una discusión de Jesús con los dirigentes judíos que puede arrojar luces al respecto: «“Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre”. Ellos le respondieron: “Nuestro padre es Abraham”. Jesús les dice: “Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre”. Ellos le dijeron: “Nosotros no hemos nacido de la prostitución; no tenemos más padre que a Dios”. Jesús les respondió: “Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he 69


Ejercicios Espirituales día Domingo salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que él me ha enviado. […] Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira”» (Jn 9,38-44). Se puede llamar “hijo”, en este sentido, a aquel que se asemeja al padre en su vida, mediante su conducta. «A los Judíos que reivindicaban el derecho de ser “hijos de Dios” por el simple hecho de pertenecer al pueblo de Israel, Mateo les hace presente que uno se puede considerar “hijo” solo cuando su comportamiento refleja el del “padre” […]: a una obediencia a Dios basada en la observancia de la Ley, Jesús le contrapone la semejanza al Padre mediante la práctica de un amor semejante al suyo» , que es un amor sin límites: «Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5, 44-45). En el Antiguo Testamento, “al hombre de paz” se le promete como recompensa tener una descendencia. En el Nuevo Testamento, Jesús nos promete que siguiéndolo y trabajando como Él por la paz podemos ser esta descendencia, y no de un hombre sino de Dios mismo . ¿Cuánto estoy dispuesto a perder mi “paz” personal por buscar la paz de los demás? ¿Cuánto soy yo la medida de la paz que estoy dispuesto a perder? La medida es la Cruz de Cristo, que no pocas veces es —y será por siempre— signo de contradicción, signo de la lucha silenciosa de los pacificadores contra la falsa “paz del mundo”. También el Señor Jesús tuvo que hacer la “guerra” —«no he venido a traer la paz sino la espada» (Mt 10,34)—, especialmente cuando tuvo ante sí la oportunidad de “hacer las paces con el mundo” bajando de la cruz como muchos se lo pedían. Hoy tenemos para nosotros el fruto cumplido de la lucha de nuestro Señor hasta el final: «Ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca. Pues por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu» (Ef 2,13ss). Tenemos el ejemplo de muchos santos que han “trabajado por la paz”, incluso en situaciones de lo más desesperadas. Quizás pocos como el hoy San Damián 70


Ejercicios Espirituales día Domingo de Veuster, el apóstol de los leprosos, quien llegó a la isla de Molokai, a donde enviaban a morir a todos los enfermos de lepra. A su llegada, más allá de la enfermedad, lo que encontró Damián fue que la gente vivía sin esperanza y sin paz: «escuchaba la risa de los borrachos, el llanto de los moribundos, los aullidos de los perros salvajes que devoraban a los muertos. Allí no había ley ni protección para nadie. Los niños y las mujeres vivían con temor por la frecuente violencia. […] Se consideraba aquel lugar como un infierno en la tierra». Por años vivió ocupándose de las necesidades espirituales y corporales de sus leprosos. Construyó para ellos iglesia, hospital, enfermería, escuela, viviendas, etc., trabajando incansablemente por ellos. «El Padre Damián transformó aquel infierno con el poder del amor divino en una comunidad de amor y paz» . En el rostro de San Damián de Veuster, desfigurado totalmente por la lepra, ciertamente Dios Padre reconoció finalmente el rostro dolido de su Hijo, y le concedió a este buen soldado la corona de la comunión eterna. Pidámosle a la Virgen María, Regina pacis, nuestra Reina de la paz, que también nosotros podamos ser buenos soldados que luchan por la paz de Cristo, para llegar a ser llamados y reconocidos un día y para siempre como “hijos de Dios”.

Trabajo Personal 1. ¿Estoy dispuesto a trabajar por la paz en la realidad concreta donde me encuentro hoy? 2. ¿Busco la paz y la reconciliación? ¿O soy indiferente con los otros? ¿O quizás incluso conflictivo? 3. ¿Puedo sacrificar mi paz personal por ayudar a construir la paz común? 4. ¿Quiero que Dios me reconozca y me llame su hijo?

“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” Comencemos con una carta dirigida a todos nosotros: «Cíñanse sus cinturas y sirvan a Dios en el temor y la verdad, dejando a un lado las palabras falsas y el error de la multitud, creyendo en Aquel que ha resucitado a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos, y le ha dado la gloria, y un trono a su derecha. A él le está todo sometido, en el cielo y sobre la tierra; a él le obedece todo lo que respira, él vendrá a juzgar a vivos y muertos, y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes 71


Ejercicios Espirituales día Domingo no aceptan creer en él. Aquel que lo ha resucitado de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros, si hacemos su voluntad y caminamos en sus mandamientos, y si amamos lo que él amó, absteniéndonos de toda injusticia, arrogancia, amor al dinero, murmuración, falso testimonio, no devolviendo mal por mal, injuria por injuria, golpe por golpe, maldición por maldición, acordándonos de lo que nos ha enseñado el Señor, que dice: “No juzguen, para no ser juzgados; perdonen y se les perdonará; hagan misericordia para recibir misericordia; la medida con que midan se usará también con ustedes, y bienaventurados los pobres y los que son perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de Dios”» . El autor de la carta es San Policarpo de Esmirna y la escribió a los cristianos de Filipo en el siglo II. Esta carta nos recuerda que ninguna de las palabras de la Tradición de la Iglesia puede ser dejada de lado por ser poco “actual”. Al contrario, quizás hoy más que nunca deberíamos nutrirnos, en medio de la prueba, del testimonio de quienes padecieron esas mismas pruebas y otras mucho peores, antes que nosotros. Desde que el Verbo “se hizo carne y habitó entre nosotros” en la historia de la Iglesia siempre ha habido persecuciones: «Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia…» (Mt 5,10). «Para Mateo, para sus lectores y oyentes, la expresión “los perseguidos a causa de la justicia” tenía un significado profético. Para ellos se trataba de una alusión previa que el Señor hizo sobre la situación de la Iglesia en que ellos estaban viviendo. Se había convertido en una Iglesia perseguida, perseguida “a causa de la justicia”» , o podríamos decir mejor perseguida “a causa de la fe”, que es el equivalente neotestamentario de la “justicia” del Antiguo Testamento. «Los hombres perseguidos a causa de la justicia —afirma el Papa Benedicto XVI— son los que viven de la justicia de Dios, de la fe. Como la aspiración del hombre tiende siempre a emanciparse de la voluntad de Dios y a seguirse sólo a sí mismo, la fe aparecerá siempre como algo que se contrapone al “mundo” —a los poderes dominantes en cada momento—, y por eso habrá persecución a causa de la justicia en todos los periodos de la historia. A la Iglesia perseguida de todos los tiempos se le dirige esta palabra de consuelo. En su falta de poder y en su sufrimiento, la Iglesia es consciente de que se encuentra allí donde llega el Reino de Dios» . Veamos algunas temáticas textuales. En esta octava y última bienaventuranza, se repite la conclusión de la primera:“porque de ellos es el reino de los cielos”, formando una inclusión. De este modo, el evangelista une estrechamente la bienaventuranza de los pobres y la de los perseguidos, mostrando que «se trata de una sola categoría de personas: los “pobres-perseguidos”» . Con esta conscien72


Ejercicios Espirituales día Domingo cia, Policarpo, en la carta que acabamos de leer, cita estas dos bienaventuranzas como si fueran una sola. El seguimiento radical de Cristo supone el abandono de las cosas y de la lógica del mundo y el despojo de toda seguridad humana, para que, auténticamente pobres de espíritu, podamos aferrarnos confiados al Señor. Ese mismo seguimiento radical supone también la disposición a ser fieles en medio de la lucha que necesariamente se desata contra quien camina detrás del Crucificado, quien constituye escándalo y estupidez para el mundo y su mirada. En el capítulo diez de Mateo, los que serán perseguidos —«yo los envío como ovejas en medio de lobos. […] Los entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas; y por mi causa serán llevados ante gobernadores y reyes, para que ustedes den testimonio ante ellos y ante los gentiles» (v. 16ss)— estos mismos son los que han sido invitados a vivir pobres y confiados solamente a Dios: «No se procuren oro, ni plata, ni calderilla en sus fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento» (v. 9ss). ¿Estamos dispuestos a esta radicalidad? ¿Estoy dispuesto a ser ferozmente perseguido? Porque es aquí donde el Señor Jesús nos pregunta: ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar conmigo? ¿Estás dispuesto a ir hasta la muerte? Otra particularidad textual de esta bienaventuranza, es que es la única que tiene como un “apéndice” en los versículos que siguen: v. 11: «Bienaventurados ustedes, cuando los insulten y los persigan y les digan todo tipo de maldad contra ustedes mintiendo, por causa mía». v. 12: «Alégrense y exulten, porque su recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes». Esta segunda parte se convierte en una explicación, no sólo de lo que significa ser perseguidos (es decir, que nos insulten, que hablen mal de nosotros con calumnias, e incluso que nos persigan físicamente), sino sobre todo del “motivo”, de la “causa” de nuestro ser perseguidos: Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia. Bienaventurados ustedes cuando los persigan por causa mía. Jesús se identifica a sí mismo con la “justicia”, que como ya vimos es la expresión veterotestamentaria que indica la fidelidad a Dios y su Alianza. Tanto es así que algunos proponen traducir: “Bienaventurados los perseguidos por su fidelidad”. El Papa Benedicto XVI, reflexionando sobre esta identificación personal de Jesús afirma: «Si bien en las otras Bienaventuranzas la cristología está presente de un modo velado, por así decirlo, aquí el anuncio de Cristo aparece claramente como el punto central del relato. Jesús da a su “Yo” un carácter normativo que ningún maestro de Israel ni ningún doctor de la Iglesia puede pretender para sí. El que 73


Ejercicios Espirituales día Domingo habla así ya no es un profeta en el sentido hasta entonces conocido, mensajero y representante de otro; Él mismo es el punto de referencia de la vida recta, Él mismo es el fin y el centro» . Y esto no puede no interrogarnos acerca de nuestra relación personal con el Señor Crucificado. Quizás este es el momento para re-descubrir en el corazón de cada una de las bienaventuranzas que hemos meditado el verdadero rostro de Dios. ¿Sabemos estar frente al Señor? ¿Nos hemos tal vez acostumbrado a Él? ¿O nos hemos hecho un Dios a nuestra medida? «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1Jn 4,16): nuestra fe no es fe en un ideal o en una institución. Hemos creído en Alguien, en una Persona. Como dice Benedicto XVI en esa hermosa reflexión al inicio de su primera encíclica: «Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» . Por último, este mismo apéndice, refuerza la bienaventuranza, la invitación a gozar, a ser dichoso: «Alégrense y exulten». Es impresionante que en el “ápice” del sacrificio, el Señor nos invite también al extremo del gozo y la alegría, del regocijo, de la felicidad, de la bienaventuranza… «Se podría explicar esta alegría sorprendente como un consuelo y una liberación, la recompensa por las penas y los sacrificios aceptados por Cristo, el premio al amor que ha donado todo. Nos parece, sin embargo, que hay algo más en esta alegría del cristiano perseguido, en el gozo de los que sufren por el Evangelio: es la toma de conciencia de que una vida nueva ha surgido en el fondo de su alma y se expande dentro de ellos, una vida que escapa a la muerte y que es infundida en ellos por Cristo resucitado a quien ellos se han entregado. […] Policarpo [el mismo de la carta] rezará así en el momento de morir: “Señor, Dios omnipotente, Padre de tu Hijo amado y bendito, Jesucristo, […] te bendigo por haberme juzgado digno de este día y de esta hora, de tomar parte, dentro del número de los mártires, al cáliz de tu Cristo, para la resurrección de la vida eterna del alma y del cuerpo, en la incorruptibilidad del Espíritu Santo”. […] La alegría de los perseguidos encierra ya la experiencia de una vida nueva, de la que proviene su fuerza de irradiación» . Esta exhortación del Señor se convierte asimismo en el antídoto preciso contra el miedo, ese miedo del que tanto había prevenido a sus discípulos, recordándoles una y otra vez que si de verdad creen en Él, entonces no puede haber lugar 74


Ejercicios Espirituales día Domingo en sus corazones y en sus vidas para el miedo o el temor. «Jesús les prohíbe ceder al temor porque este es una falta de fe. La suerte de ellos no difiere de la suya propia; pero Él mismo ha arrostrado las oposiciones y los odios. ¿Por qué, pues, han de temblar? Que confíen en Él y sabrán afrontar la malevolencia y el peligro. La adversidad no debe aterrarlos: no es un accidente sino la condición normal de los discípulos que toman en serio su vocación» . «Me parece —dice San Gregorio— que cada una de las cosas esperadas no sea otra cosa sino el Señor mismo. Él mismo es el director de la carrera de los atletas y es la corona de los vencedores; él es aquel que divide la herencia y es la buena heredad; él es la parte buena y quien te dona la parte; él es aquel que te enriquece y es la riqueza misma; él es quien te conduce al deseo de la perla preciosa y es quien está en venta para ti que haces un buen negocio. […] No nos aflijamos por lo tanto de ser perseguidos: alegrémonos más bien porque, siendo arrojados fuera de aquello que es precioso sobre la tierra, somos conducidos al bien celeste, según aquel que ha prometido que bienaventurados son los perseguidos por causa suya, porque de ellos es el reino de los cielos» . El libro del Apocalipsis, presenta a estos “perseguidos por causa de la justicia” que invocan ahora la justicia final de parte del Señor, y se presenta también la respuesta misma de Dios a esa invocación: «Cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los degollados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio que mantuvieron. Se pusieron a gritar con fuerte voz: “¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin tomar venganza por nuestra sangre de los habitantes de la tierra?”. Entonces se le dio a cada uno un vestido blanco y se les dijo que esperasen todavía un poco, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a ser muertos como ellos» (Ap 6,9-11). Son innumerables los testimonios que hoy encontramos de hermanos y hermanas nuestros que día tras día viven en carne y hueso la persecución por causa de Cristo, de su fe en Él. No dejemos de ver en esos rostros concretos, de hombres y mujeres, niños y ancianos, discípulos de Jesús, un signo de nuestros tiempos. Ellos nos enseñan qué significa ser cristianos hoy, también para nosotros, en las circunstancias en las que vivamos. Ellos son ferozmente perseguidos y sin embargo no dejan que su corazón se amargue por el odio, no dejan de ser misericordiosos y de seguir al Señor Jesús hasta las últimas consecuencias, perdonando a los que los persiguen, rezando una y otra vez por ellos, y expresando —a veces con una sencillez y serenidad inexplicables sin los ojos de la fe— la auténtica alegría cristiana.

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Ejercicios Espirituales día Domingo En esta bienaventuranza de la persecución, «en su realidad viva, se reúnen todas las demás bienaventuranzas: el perseguido conoce la pobreza, cuando es despojado; es llevado a practicar la mansedumbre ante las violencias que se le hacen; experimenta el llanto y el dolor en la separación de los que ama; siente sed y hambre de la justicia, cuando es condenado; tiene las más grandes ocasiones para ejercer la misericordia y el perdón; busca conservar el corazón puro de toda doblez en las insidias que le tienden; busca la paz en medio a la guerra que enfurece contra él» . Es entrando cada vez más en este “misterio” que podremos ir entendiendo todas las bienaventuranzas como sendas de esperanza. Ellas nos permiten, en la aceptación de nuestra fragilidad radical, dirigir con libertad la mirada hasta los lugares más bajos en los que se manifiesta el misterio de la iniquidad, para encontrarnos allí cara a cara con Aquel que quiso llegar hasta ese extremo de amor por nosotros. Es ahí que el Señor nos pregunta: ¿quieres seguirme hasta lo alto? Y sabemos que esa altura es en primer lugar la del árbol de la Cruz, pero sabemos también que no son el sufrimiento, el dolor y la muerte quienes tienen aquí la última palabra, sino la alegría, la paz y la Resurrección. Es esa la experiencia de San Pablo: «Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo» (Fil 3,10). Concluyamos con la oración de la antífona mariana del tiempo de cuaresma, en la cual nos ponemos bajo la protección de Santa María, nuestra Madre, Reina de los Mártires: Bajo tu amparo nos acogemos ¡O Santa Madre de Dios! No desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades. Antes bien líbranos siempre de todo peligro. ¡O Virgen gloriosa y bendita!

Trabajo Personal 1. ¿Estoy dispuesto a vivir con coherencia mi vida cristiana, incluso si implica ser perseguido y despreciado? ¿Hasta dónde estoy dispuesto a ir por seguir a Jesús? 2. ¿Creo que es posible encontrar el gozo y la alegría en medio de la persecución? 3. ¿Soy consciente de que muchos cristianos hoy mismo son perseguidos por causa de su fe? 4. ¿Quiero entrar en el Reino de los Cielos? 76


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Ejercicios Espirituales día Domingo

EXHORTACION FINAL “Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo” «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,13-16). Terminadas las bienaventuranzas, y en estrecha vinculación con la persecución que conduce al “martirio”, es decir, al “testimonio”, Jesús exhorta a sus discípulos con estas conocidas imágenes: «Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo». Y queremos también nosotros, al final de nuestras meditaciones, abrir los oídos del corazón y dejarnos interpelar por Aquél que nos ha llamado a seguirlo por el camino de las bienaventuranzas, y que a partir de ellas, nos invita a seguir también su misión en el mundo, “delante de los hombres”. Las dos imágenes usadas por Jesús están tomadas de la vida cotidiana del pueblo y por lo tanto podían ser bien comprendidas por las personas que lo escuchaban. Quizás hoy para nosotros sea un poco más complicado darnos cuenta de algunos matices que estas metáforas contienen. Por otro lado, estas dos comparaciones no sólo declaran una realidad ya presente (“ustedes son…”), sino que constituyen «al mismo tiempo una apelación y una advertencia sobre la acogida y la práctica de las bienaventuranzas y de la justicia: ustedes están llamados a ser la sal de la tierra y la luz del mundo, pero tengan cuidado que la sal no se haga insípida y que su luz no se esconda debajo del celemín» . La idea en esta última meditación es que podamos reflexionar, siguiendo estas dos imágenes, sobre la misión que Jesús nos encomienda como discípulos suyos. Pues solamente a partir de la escucha renovada de esta invitación podremos ejercer un adecuado discernimiento: saber qué es lo que el Señor, que nos ha llamado, quiere de nosotros hoy, siempre conscientes de que —como le recuerda San Pablo a los cristianos de Filipo y como le recuerda la Iglesia a los sacerdotes el día de su ordenación— «quien comenzó en ustedes esta obra buena, Él mismo la llevará a término» (Fil 1,6). Comencemos con la sal. “Nil utilius sole et sale”, dice un adagio latino atribuido 79


Ejercicios Espirituales día Domingo a Plinio el Viejo, casi contemporáneo de Jesús: “no hay nada más útil (o necesario) que el sol y la sal”. La sal era muy apreciada en el mundo antiguo por lo importante que era, tan importante que un ejército no se movía nunca sin llevar consigo un cargamento de sal, e incluso parte del pago a los soldados durante mucho tiempo, junto con especies, consistía en una cierta cantidad de sal (de ahí que al pago se le llame “salario”). Además la sal, aun siendo de uso muy cotidiano, tiene que ser, sin embargo, extraída de lugares específicos, lo que la hacía todavía más apreciada, siendo causa incluso de guerras. En primer lugar, antes la sal era el más importante de todos los conservantes de alimentos, y especialmente de las carnes. Se usaba para evitar que se corrompieran. Así, por ejemplo, Plutarco (otro casi contemporáneo de Jesús), explicaba que la carne es un cuerpo muerto, que si se deja a sí mismo, se descompondrá; pero «la sal la conserva y la mantiene fresca, y es por tanto como si se le hubiera insertado un alma nueva a un cuerpo muerto» . En segundo lugar, la sal le da gusto y sabor a los alimentos. Los alimentos sin sal son tristemente insípidos y a veces incluso desagradables. Por último, también tenía un uso religioso o cultual entre los judíos, probablemente vinculado a los dos usos anteriores: «Sazonarás con sal toda oblación que ofrezcas; en ninguna de tus oblaciones permitirás que falte nunca la sal de la alianza de tu Dios; en todas tus ofrendas ofrecerás sal» (Lv 2,13). De este modo, quizás aquello que llegaba al Altísimo tenía por un lado “sabor” y por otro lado “duración”, haciendo referencia justamente a la estabilidad de la Alianza. Una paradoja que llama nuestra atención de esta metáfora usada por Jesús es la afirmación de que la sal puede volverse insípida. Normalmente la sal no pierde sus capacidades. Pero según Jesús ella (nosotros) puede volverse insípida, sosa. Incluso —y este es el primer sentido del término griego— puede volverse estúpida, tonta, inútil, insensata. Vale la pena conservar todos estos significados para entender mejor a qué nos está invitando el Señor cuando nos dice que seamos “sal de la tierra”. Mientras que Marcos simplemente dice: «tengan sal en ustedes mismos» (Mc 9,50), en Mateo las palabras de Jesús indican que el cristiano debe ser él mismo esa sal. «Esa anotación podría significar el carácter personal de la justicia o de la sabiduría cristiana: ella no es ideal y general como la sabiduría griega, ni material como muchas veces la justicia hebrea; ella se realiza en personas, está representada por personas y es gracias a ellas que actúa en el mundo» . ¿Cómo somos “sal de la tierra”? Viviendo las bienaventuranzas, y dejando así que nuestra vida se conforme a la de nuestro Maestro: Él es capaz de dar auténtico sabor y de conservar todo y a todos sobre esta tierra. «La sal designa a Cristo, su 80


Ejercicios Espirituales día Domingo palabra, su Evangelio, que penetra mediante la fe en el corazón de los discípulos y lo transforma de tierra en sal, para que sean ellos mismos, con su palabra y su obra, predicadores de la justicia y de la sabiduría de Dios en Cristo, sin quitarles en modo alguno la conciencia de su humanidad» . ¿Cómo puede volverse “insípida” la sal del Evangelio? Justamente perdiendo su contraste, su aspereza, que es lo que hace de la sal algo valioso… Si tratamos de comer un puñado de sal sola, inmediatamente sentiremos el “contraste” de su fuerza en nuestro paladar. El Evangelio es así: duro, áspero, contrastante. «Caminaba con él mucha gente, y volviéndose les dijo: “Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío”» (Lc 14,25-27, líneas más abajo Lucas coloca el dicho sobre la sal). Volvemos el Evangelio insípido cuando lo “endulzamos”. Las respuestas de Jesús a la muchedumbre tienen una dureza que «quema como la sal sobre una herida» , y nosotros no tenemos el derecho a quitarle esa cualidad al Evangelio, cualidad que no está en lo más mínimo reñida con la ternura y la compasión, que el mismo Jesús vivió y predicó, pero nunca traicionando la verdad de la Cruz. La segunda metáfora que usa Jesús en su predicación es la de la luz: «Ustedes son la luz del mundo…». E ilustra esta metáfora con dos imágenes que podían ser muy cotidianas para los oyentes de su tiempo: «la ciudad colocada sobre un monte, que en ese tiempo no podía ser escondida, como lo eran numerosos pueblos de los países mediterráneos, construidos de ese modo para defenderse mejor y para evitar también las enfermedades que infestaban las regiones de llanura; y la lámpara que la madre de familia encendía al caer la tarde en las casas hebreas. Así los discípulos llegarán a ser, en medio de la llanura del mundo, como una montaña que atrae a los hombres por sus luces, como la ciudad de Jerusalén sobre el monte Sión. Serán también semejantes a la lámpara puesta sobre el lucernario en la casa, al centro de la habitación; sin ella no se ve nada y no se puede hacer nada bueno» . Pero aquí encontramos inmediatamente otra paradoja: en todas las Escrituras es Dios quien ilumina, Él es la luz, ¡no nosotros! «El Señor es mi luz y salvación, ¿a quién temeré?» (Sal 26,1). O se aplica, en todo caso, a la Palabra de Dios: «Lámpara para mis pasos es tu palabra, luz en mi camino» (Sal 118,105). Es verdad que esta imagen inmediatamente despierta algo en nosotros, que no veríamos con malos ojos que nos comparen con una ciudad luminosa o con una lámpara en medio de la casa… Pero aquí está justamente la gran tentación: en creer que esa luz viene de nosotros, en olvidarnos a quién le pertenece, y, por lo 81


Ejercicios Espirituales día Domingo tanto, de quién es el que verdaderamente puede ser llamado “Luz de las gentes”, como dice el Concilio Vaticano II: «Lumen gentium cum sit Christus» («Cristo es la luz de las gentes»). Nos lo recuerda una y otra vez Juan en su Evangelio: el Verbo «era la luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9). Y el mismo Jesús, en el momento central del anuncio de su obra reconciliadora dirá: «Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo» (Jn 9,5). Es imposible que Cristo deje de iluminar. Pero en el pasaje que estamos meditando, Él mismo sugiere que sería posible de algún modo “esconder la ciudad”, o colocar la lámpara encendida “debajo del celemín”, que era una especie de recipiente para alimentos y grano. ¿Cómo puede ocurrir esto? El Señor deja de brillar cuando nosotros le robamos su gloria, es decir, cuando no hacemos caso a las palabras de Jesús: «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16). No a nosotros, sino “a nuestro Padre”. Es lo que el Apóstol San Pablo les recuerda a los cristianos de Corinto: «Pues yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios, pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios» (1Cor 2,1-5). El sentido y la dicha —la bienaventuranza— de nuestra vida está aquí: en ser también nosotros “sal de la tierra” y “luz del mundo”. Sin avergonzarnos por nuestras fragilidades, sin escondernos por el miedo o la inseguridad, sin endulzar el Evangelio por respetos humanos o falsos acomodamientos, y sobre todo, sin olvidarnos de que todo esto no lo hacemos para nosotros, sino para gloria de Dios. Ser cristianos significa, por un lado, ser apóstoles, es decir, ser de aquellos que están con Jesús día a día, en su cercanía, en su intimidad, compartiendo sus alegrías y sufrimientos; y por otro lado, ser de aquellos que a tiempo y a destiempo, en las buenas y en las malas, anuncian su Evangelio, la buena nueva de la dicha prometida en las bienaventuranzas. Aspiramos y queremos seguir aspirando a la santidad, es decir, a seguir con gozo a nuestro Señor hasta las últimas consecuencias, hasta la misma vida eterna. El Cardenal Angelo Comastri hace una hermosa reflexión sobre la santidad en relación con las bienaventuranzas, que puede ser quizás el modo más adecuado de recoger lo que hemos ido meditando para colocarlo, como un ramo de flores, a los pies de nuestra Madre: 82


Ejercicios Espirituales día Domingo «¿Quiénes son los santos? ¿Cuál es el camino de la santidad? Nos responde Jesús y nos dice: santos son los pobres en el corazón. Y los pobres en el corazón son aquellos que han vencido la engañosa sugestión del tener y se han dejado atraer por la belleza del donar, que es la única riqueza verdadera. Santos son los mansos y los misericordiosos: es decir, aquellos que han vencido dentro de su propia alma la guerra contra el enemigo más terrible y más peligroso: ¡el orgullo! Quien ha vencido el orgullo, no podrá odiar ya a nadie, porque tiene a Dios en el corazón: y Dios no puede odiar, puede sólo amar. Santos son los puros de corazón, es decir, aquellos que no tienen máscaras ni segundas intenciones ni doble cara. Los puros de corazón son aquellos que viven en la transparencia luminosa y, siendo limpios en sus sentimientos, son capaces de verdadero y auténtico amor. Santos son los que lloran y sufren, pero conservan la esperanza: la esperanza en Aquel que no defrauda y un día enjugará toda lágrima de nuestros rostros dando inicio a una tierra nueva y a un cielo nuevo. Santos son los operadores de paz: ellos, incluso en medio a las violencias más absurdas y a las rivalidades más mezquinas, conservan la paz y siembran la paz. […] La santidad tiene muchos rostros, pero ciertamente tiene un solo corazón: el corazón liberado del orgullo y del egoísmo y palpitante del amor por Dios y por el prójimo. Nadie ha tenido un corazón libre del orgullo y del egoísmo como lo ha tenido María. Dirijamos nuestra mirada hacia ella: María puede verdaderamente enseñarnos a vivir, puede educarnos en creer, puede transmitirnos el auténtico secreto de la felicidad: el secreto que todos buscamos» . Que sea Ella, María, nuestra Madre la “llena de gracia”, quien nos dirija siempre hacia su Hijo, el Señor Jesús. Terminemos rogando a Santa María que interceda por nosotros para alcanzar la santidad hoy y en la hora de nuestra muerte: Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. 83


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Trabajo Personal 1. ¿Quiero ser luz del mundo y sal de la tierra? ¿Qué significa eso en mi vida? 2. ¿Soy a veces esa sal que se vuelve insípida y esa luz escondida bajo el celemín? 3. ¿Logro ver el rostro de Jesús y su Cruz en las bienaventuranzas? 4. ¿Descubro en las bienaventuranzas un camino de santidad? 5. ¿Qué cambios concretos debo hacer en mi vida para orientarla hacia Jesús?

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ORACIONES ORACION DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO Señor mío Jesucristo, que por amor a los hombre estás noche y día en este sacramento, lleno de piedad y de amor, esperando, llamando y recibiendo a cuantos vienen a visitarte: creo que estás presente en el sacramento del altar. Te adoro desde el abismo de mi nada y te doy gracias por todas las mercedes que me has hecho, y especialmente por haberte dado tu mismo en este sacramento, por haberme concedido por mi abogada a tu amantísima Madre y haberme llamado a visitarte en este iglesia. Adoro ahora a tu Santísimo corazón y deseo adorarlo por tres fines: el primero, en acción de gracias por este insigne beneficio; en segundo lugar, para resarcirte de todas las injurias que recibes de tus enemigos en este sacramento; y finalmente, deseando adorarte con esta visita en todos los lugares de la tierra donde estás sacramentado con menos culto y abandono. Amén.

ORACION DE SANTA TERESA DE LISIEUX Sagrario del Altar el nido de tus más tiernos y regalados amores. Amor me pides, Dios mío, y amor me das; tu amor es amor de cielo, y el mío, amor mezclado de tierra y cielo; el tuyo es infinito y purísimo; el mío, imperfecto y limitado. Sea yo, Jesús mío, desde hoy, todo para Ti, como Tú los eres para mi. Que te ame yo siempre, como te amaron los Apóstoles; y mis labios besen tus benditos pies, como los besó la Magdalena convertida. Mira y escucha los extravíos de mi corazón arrepentido, como escuchaste a Zaqueo y a la Samaritana. Déjame reclinar mi cabeza en tu sagrado pecho como a tu discípulo amado San Juan. Deseo vivir contigo, porque eres vida y amor. Por sólo tus amores, Jesús, mi bien amado, en Ti mi vida puse, mi gloria y porvenir. Y ya que para el mundo soy una flor marchita, no tengo más anhelo que, amándote, morir. Amén.

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15 MINUTOS CON JESUS SACRAMENTADO No es preciso, hijo mío, saber mucho para agradarme mucho; basta que tengas fe y me ames con fervor. Si quieres agradarme confía en Mí. Si quieres agradarme más, confía más, si quieres agradarme inmensamente, confía inmensamente en Mí. Háblame pues como hablarías al más íntimo de tus amigos, como hablarías a tu madre, a tu hermano. ¿Necesitas hacerme en favor de alguien una súplica cualquiera? Dime su nombre, sea el de tus padres, el de tus hermanos o amigos, o personas encomendadas a tus cuidados. Dime en seguida qué quisieras que hiciera actualmente por ellos. Yo he prometido:“Pedid y recibiréis. Todo el que pide recibe” Pide mucho, mucho, no vaciles en pedir. Pero pide con fe, pues Yo he dado mi palabra: “Si tenéis fe aunque sea como un grano de mostaza le podéis decir a una montaña: Quítate de ahí y lánzate al mar, y os obedecerá. Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que ya os ha sido concedida, y la obtendréis”. Me gustan los corazones generosos, que llegan en cierto momento a olvidarse de sí mismos, para atender a las necesidades de los demás. Así lo hizo mi Madre en Caná a favor de unos esposos en cuya fiesta se había acabado el vino. Me pidió un milagro y lo obtuvo. Así lo hizo aquella mujer cananea en el Evangelio la cual con tantos ruegos me suplicó que sacara de su hija el demonio, y consiguió esa gracia especialísima. Háblame pues con sencillez de los pobres a quienes quieres consolar, de los enfermos a quienes ves padecer, de los extraviados que anhelas volver al buen camino, de los amigos alejados que quisieras ver otra vez a tu lado, de los hogares desunidos para los cuales deseas paz. Recuerda a Marta y a María cuando me suplicaron por su hermano Lázaro y obtuvieron su resurrección. Recuerda a Santa Mónica que después de rezarme durante 30 años por su hijo que era tan pecador, obtuvo que se conviertiera y llegara a ser el gran San Agustín. No olvides a Tobías y su esposa que con sus oraciones obtuvieron que les fuera 87


enviado el Arcángel San Rafael a que defendiera a su hijo en el largo viaje, lo librara del demonio y de los demás peligros y lo devolviera sano, rico y muy feliz al lado de sus familiares. Y para tí ¿no necesitas alguna gracia? Dime por muchas personas una palabra siquiera, pero una palabra de amigo, palabra de corazón y fervorosa. Recuérdame que he prometido “Todo es posible para quien tiene fe. Mi Padre dará cosas buenas a quienes se las pidan. Todo lo que pidáis a mi Padre en mi nombre, os lo concederá”. Hazme, si quieres, como una lista de tus necesidades, y ven y léela en mi presencia. Recuerda el caso de mi siervo Salomón que me pidió sabiduría y le fue concedida en gran manera. No olvides a Judith, que imploró gran valor y lo consiguió. Ten presente a Jacob, que me pidió prosperidad (prometiéndome dar para obras buenas la décima parte de lo que ganara) y le concedí muy generosamente todo lo que deseaba y mucho más. Sara me rogó y le alejé el demonio que la atormentaba. Magdalena oró con fe y la libré de sus malas costumbres. Zaqueo por sus oraciones dejó su apego dañoso al dinero y se transformó en un hombre generoso. Y tú, ¿qué es lo que deseas que te conceda? Dime francamente que sientes orgullo, amor a la sensualidad y a la pereza. Que eres egoísta, inconstante. Que descuidas tus deberes, que juzgas muy severamente a tu prójimo olvidando mi prohibición:“No juzguéis y no seréis juzgados. No condenéis y no seréis condenados” Dime que hablas sin caridad de los demás. Que te preocupas más por el qué dirán los demás de tí, que por el “qué opinará Dios”. Que te dejas llevar por la tristeza y por el mal genio. Que reniegas de tu vida, de tu pobreza, de tus males, de tus oficios, del trato que recibes, olvidando lo que dice el libro Santo: “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman” Dime que tienes la costumbre de decir mentiras, que no dominas tu vista ni tu imaginación, que rezas poco y sin fervor, que tus confesiones son hechas casi sin dolor y propósito y que no evitas después las ocasiones de pecado y por eso vuelves a caer siempre en las mismas faltas. Que tu misa es mal atendida y que tus comuniones son hechas casi sin preparación y poca acción de gracias. Que tienes pereza y miedo hacia el apostolado. 88


Que a veces pasas varios días sin leer la Biblia, y Yo te recordaré mis enseñanzas, que puden traer una transformación total para tu vida. Te diré de nuevo: “Dios humilla a los orgullosos, pero a los humildes los llena de gracias. Si eres descuidado en tus pequeños deberes, también lo serás en los grandes. De toda palabra dañosa que digas, tendrás que dar cuenta en el día del juicio. Dichosos los que escuchen la palabra de Dios y la practiquen”. No te avergüences, ¡pobre alma! Hay en el cielo tantos justos y tantos Santos de primer orden, que tuvieron los mismos defectos que tu tienes. Pero rogaron con humildad y poco a poco se vieron libres de ellos. Porque “Yo no vine a buscar a los justos sino a los pecadores” porque “Un corazón arrepentido, Dios nunca lo rechaza. El mejor regalo para Dios es un corazón arrepentido” Ni menos vaciles en pedirme bienes espirituales y corporales: salud, memoria, simpatía, éxito en tus trabajos, negocios o estudios, entenderte bien con todas las personas. Ideas nuevas para tus empresas, amistades que te sean provechosas, buen genio, paciencia, alegría; generosidad, amor a Dios, odio al pecado, etc. Todo eso puedo darte, y lo doy, y deseo que me lo pidas en cuanto no se oponga, antes bien, favorezca y ayude a tu santificación. Pero en todo debes siempre repetir mi oración del huerto: “Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya. No se haga como yo quiero, sino como quieres Tú” Porque muchas veces lo que una persona pide no conviene para su salvación, y entonces nuestro Padre Dios le concede en cambio otros regalos que le harían mayor bien. Hoy por hoy, ¿qué necesitas? ¿Qué puedo hacer por tu bien? Si supieras los deseos que tengo de favorecerte. Yo di de comer a cinco mil hombres con sólo cinco panes, porque vi que lo necesitaban. Yo calmé la tempestad cuando los apóstoles me despertaron. Yo resucité a la hija de Jairo cuando su padre me pidió que fuera a resucitarla. Tú también tendrás que repetir con el profeta: “Quién ha clamado a Dios y no ha sido escuchado?” ¿Tráes ahora mismo entre manos algún Proyecto? Cuéntamelo todo minuciosamente. ¿Qué te preocupa? ¿qué piensas? ¿qué deseas? ¿En qué puedo ayudarte? Ojalá recordaras siempre la frase del Salmista: “Lo que nos trae éxito no son nuestros afanes. Lo que nos trae éxitos es la bendición de Dios. Encomienda a Dios tus preocupaciones y se cumplirán tus buenos deseos” 89


Los israelitas deseaban ocupar la Tierra Prometida. Me suplicaron y se lo concedí. David deseaba vencer a Goliat, me rogó y lo obtuvo. Mis apóstoles deseaban que se les aumentará la fe, me imploraron esa fe y les fue otorgada con enorme generosidad. Y Tú, ¿Qué deseas que te conceda? ¿Qué puedo hacer por tus amigos? Por tus superiores, por las personas que viven en tu casa, en tu barrio, en tu vereda, por aquellos por los cuales tendrás que dar cuenta el día del juicio?. Jeremías oró por su ciudad Jerusalén y Dios la llenó de bendiciones, Daniel oraba por sus paisanos y obtuvo que se les disminuyeran muchas penas. Y tú, ¿qué me pides para tus vecinos, para tu barrio, para tu región, para tu patria? ¿Y por tus padres? Si están muertos recuerda que “es una obra santa y buena rogar a Dios por los muertos para que descansen de sus penas” Y si están vivos, ¿qué deseas para ellos? ¿Más paciencia en sus penas, salud? ¿Un genio agradable? ¿Entendimiento y comprensión en toda la familia?. Los ruegos de un hijo no pueden ser desechados por quien estuvo treinta años dando ejemplo de amor filial en Nazaret. Si tienes algún familiar que necesita un favor. Dirígeme por él o ella tus oraciones, que yo haré de tu familia un templo de amor y consuelo, y derramaré a manos llenas sobre tus familiares las gracias y auxilios que necesitan para ser felices en el tiempo y por la eternidad. ¿Y por Mí? ¿No sientes deseos de mi gloria? ¿No quisieras poder hacer algún bien a tu prójimo, a tus amigos, a quienes amas mucho, y que viven quizás olvidados de la religión o no la practican como deberían? Dime qué cosa llama hoy particularmente tu atención, qué anhelas más vivamente, y con qué medios cuentas para conseguirlo. ¿No quisieras que me interesase algo en tu favor? Hijo mío, soy dueño de los corazones, y dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, a donde me place. ¿Sientes acaso tristeza o mal humor? Cuéntame, cuéntame, alma desconsolada, tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te hirió? ¿quién lastimó tu amor propio? ¿quién te ha menospreciado? Dime si te sale mal tu empresa, y yo te diré las causas del mal éxito. ¿No quisieras interesarme algo en tu favor? Acércate a mi Corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar todas esas heridas 90


del tuyo. Dame cuenta de todo, y acabarás en breve por decirme que, a semejanza de Mí todo lo perdonas, todo lo olvidas, porque “las penas de esta vida no son comparables con la inmensa gloria que nos espera como premio en la eternidad” ¿Sientes desvío de parte de personas que antes te quisieron bien, y ahora olvidadas se alejan de ti, sin que les hayas dado un motivo? Ruega por ellas. Mi amigo Job rezó por los que le correspondían muy ingratamente, y la bondad divina los perdonó y los volvió a su amistad. ¿Y no tienes tal vez alegría alguna qué comunicarme? ¿Por qué no me haces partícipe de ella, como buen amigo ? Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me hiciste, ha consolado y hecho como sonreir tu corazón. Quizá has tenido agradables sorpresas, quizá han desaparecido ciertas angustias o temores por el futuro? ¿has vencido alguna dificultad, o salido de algún trance apurado?. Obra mía es todo esto, y yo te lo he proporcionado: Cómo me alegran los corazones agradecidos que como el leproso curado vuelven a darme las gracias; pero cómo me entristecen esos desagradecidos que como los nueve leprosos del evangelio no vuelven a agradecer los bienes recibidos. Recuerda que “Quien agradece un beneficio obtiene que se le concedan muchos más” Dime un “Gracias siempre con todo tu corazón, el agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le gusta verse correspondido. ¿Tampoco tienes Promesa alguna para hacerme? Leo, ya lo sabes, en el fondo de tu corazón. A los hombres se les engaña fácilmente; a Dios, no. Háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes firme resolución de no exponerte ya más a aquella ocasión de pecado? ¿de privarte de aquella revista , periódico, película, programa de habladuría que hace daño a tu alma?, ¿de no leer más aquel libro que excitó tu imaginación? ¿de no tratar más aquella persona que turbó la paz de tu alma? ¿De guardar silencio cuando te venga la cólera? porque “Las personas imprudentes dicen lo que sienten cuando están de mal genio, pero las personas prudentes callan siempre cuando están de mal humor y saben disimular las ofensas que reciben” ¿Quieres hacer el propósito de no hablar mal de nadie, aunque creas que lo que dices es verdad?, ¿De no quejarte de los dura que es la vida?, ¿De ofrecerme tus sufrimientos en silencio, en vez de andar renegando de tus penas? ¿De apartar 91


cada día un ratico para leer algo provechoso, especialmente la Biblia? Así se dirá también de Tí: “Quien escucha la palabra de Dios y la practica, será como casa edificada sobre la roca, no fracasará”. ¿Volverás a ser dulce, amable y condescendiente con las personas que te han tratado mal? ¿Tendrás de hoy en adelante un rostro alegre y una sonrisa amable, aún con aquellos que no sienten mucha simpatía por Tí? Recuerda mis palabras: “Si saludáis sólo a los que os aman, ¿qué premio tenéis?. También los malos hacen eso. Perdonad y seréis perdonados. Un rostro amable alegra los corazones de los demás” Ahora bien, hijo mío; vuelve a tus ocupaciones habituales, al taller, a la familia, al estudio; pero no olvides los quince minutos de grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad del santuario. Guarda, en cuanto puedas, silencio, modestia, recogimiento, resignación, caridad con el prójimo. Ama a mi Madre, que lo es también tuya, la Virgen Santísima, y vuelve otra vez mañana con el corazón más amoroso, más entregado a mi servicio. En mi Corazón encontrarás cada día nuevo amor, nuevos beneficios, nuevos consuelos.

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