Construcción de identidad, referentes y procesos. Algunos comentarios sobre lo urbano marginal

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CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDAD, REFERENTES Y PROCESOS.

ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LO URBANO-MARGINAL

Carlos Zúñiga J. 01/01/1997

© Carlos Patricio Zúñiga Jara. Citar indicando autoría, fuente y fecha de consulta. Una versión de éste artículo fue publicado en 1997 en la Revista Schola de la Escuela de Periodismo, Universidad de Temuco.


Construcción de Identidad…

Carlos Zúñiga J.

CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDAD, REFERENTES Y PROCESOS. ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LO URBANO MARGINAL

Carlos Zúñiga J.

INTRODUCCIÓN

En este documento nos proponemos revisar el concepto de identidad y su relación con los referentes -entendidos éstos como los parámetros con respecto a los cuales se construye identidad-, su especial dinámica diacrónica, las dificultades y contradicciones en torno a este concepto que observamos en el Chile de hoy. Al observar el fenómeno globalmente visualizamos que la construcción de identidad se desarrolla en función de parámetros como el idioma, la religión, la pertenencia étnica, geográfica, etc. Sin embargo, con la instauración del EstadoNación, estos referentes fueron desplazados por el rol hegemónico que asume el Estado. Será a partir de construcciones ideológicas orientadas por el Estado que surgirán los nuevos referentes para identidad. Obviamente esto no implica la desaparición de los referentes tradicionales, sino más bien su encubrimiento. La identidad cultural puede entenderse en un doble nivel: por una parte expresa un discurso elaborado, articulado y riguroso, pero por otra también expresa los significados enraizados, muchas veces implícitamente y sin elaboración en la gran diversidad de la cotidianeidad de la gente. Estos discursos “oficiales” encubren la diversidad de relaciones sociales, normas y significados y privan de representación a importantes elementos culturales (Larraín, 1996). Al igual que en los años 60, cuando se buscaba una “identidad latinoamericana” que justificara un proyecto político común, en este fin de siglo el problema de la identidad cultural vuelve a cobrar vigencia en virtud de los profundos cambios económicos (y en menor medida políticos) que vive nuestro país. El punto que nos interesa clarificar se refiere a los actuales referentes para la construcción de identidad. Una hipótesis preliminar que manejamos es la constitución del Desarrollo como eje central en la construcción de identidad. En líneas gruesas podemos identificar tres enfoques para definirlo: Un enfoque economicista en el cuál se observa una creciente eficacia de los sistemas productivos, un aumento de los flujos de bienes y servicios a disposición de la comunidad (por medio del aumento de la productividad). Otro enfoque pone su énfasis en las necesidades, en el creciente grado de satisfacción de las necesidades humanas. Y un tercer enfoque, observa al desarrollo como un elemento impositivo, como un proyecto de élites, como la imposición del concepto límite de la clase dominante al resto de la población.

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La pregunta que nos surge, entonces, es si el Desarrollo es el eje orientador del proceso de construcción de identidad, ¿qué pasa con los sectores urbano-marginales?, ¿forman parte de este proceso? La reflexión que proponemos intenta cuestionar los actuales referentes para la construcción de identidad.

2. El proceso de construcción de identidad. Texto y oralidad El objetivo de toda agrupación humana es su reproducción y trascendencia (Maturana y Varela, 1984), para lo cual necesita elaborar certezas y sentidos sobre su situación en el cosmos. Certezas en su relación con el mundo natural y sentidos en su relación con la trascendencia, con el contramundo escatológico para nuestra cosmovisión. Entonces, sus estrategias de acción y relación con el mundo y contramundo estarán orientadas por la idea que de sí mismo tenga el grupo: la identidad. En términos de Maturana y Varela (1984), esto se desarrolla a partir de una “red de conversaciones” en las que el grupo manifiesta el cómo se ve y cómo le gustaría que los otros lo vieran. La identidad es, en suma, la idea de grupo que se posee en un momento histórico determinado. Esta idea varía de acuerdo a los cambios en la forma de relacionarse con el mundo (política, economía, etc.) y contramundo (filosofía, religión). Cambios propios de la dinámica de las relaciones humanas. La identidad se construye a partir de referentes, imágenes que orientan la pertenencia y negación: ¿qué somos?, ¿qué nos gustaría ser? y ¿qué no somos?.“...La sociedad sólo puede afirmarse y organizarse como tal por medio de un referente fuera de ella...es por medio de una representación exteriorizada y objetivada de sí misma que la sociedad se construye como tal...” (Lechner, 1981: 5). El ¿qué somos? se relaciona directamente con los referentes tradicionales (idioma, religión, etnia, etc.), es lo que se traduce en el ethos cultural de cada pueblo. El ¿qué nos gustaría ser? es la construcción que se elabora a partir del Estado. La constitución y reconstitución de la identidad ocurre tanto en el nivel discursivo de la cultura erudita, es decir lo vinculado al imaginario de la élite dirigente, como en los significados sedimentados en las prácticas cotidianas de la gente común en un proceso circular de retroalimentación, donde la relación entre el “¿qué somos?” con el “¿qué nos gustaría ser?” producen la identidad. La producción de una variedad de discursos públicos de identidad se realiza seleccionando y excluyendo rasgos a partir de los modos de vida concretos de la gente. Pero esas mismas versiones públicas condicionan las concepciones que la gente tiene de sí misma, en un proceso, no de imposición mecánica, sino de negociación y adaptación crítica. Este proceso no se detiene nunca y la identidad no puede fijarse de una vez para siempre con contornos definitivos (Larraín, 1996). Dinámica relacionada con la complejidad que adquieren las interacciones humanas en su accionar en el mundo y su vinculación con el contramundo. Esta construcción se organiza y sistematiza a través del relato, el diálogo y las relaciones cara a cara de lo cotidiano (Berger y Luckmann 1993) son su núcleo 2


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central. El ethos cultural es sistematizado y transmitido a través del discurso. El problema surge al aumentar los niveles de complejidad de la sociedad y producirse un divorcio entre el “¿qué somos?” y el “qué nos gustaría ser?” ; es decir, entre la identidad que se refleja en el ethos cultural y la identidad que el Estado intenta construir. Una de las manifestaciones de este divorcio es el conflicto que surge entre el ethos transmitido, fundamentalmente, a través de la oralidad y el eidos a través del texto. “...El conflicto entre oralidad y escritura puede ser muy profundo en una cultura si ella no procura una interrelación armónica de ambas. No sólo es cuestión de instrumentos de transmisión del saber, sino que desde la escritura y desde la oralidad nace una hipótesis enteramente distinta de ser sujeto. Se trata de un estilo de presencia en el mundo y presencia en la historia completamente distinto. La oralidad requiere necesariamente de alguien presente para poder desarrollarse. Nadie puede vivir en una cultura oral estando solo...no hay cultura oral sin un sujeto presente, que tiene su propia manera y estilo de estar presente1 y que tiene un modo propio de aprender de sus coetáneos, de las personas que forman con él un pueblo...” (Morandé, 1980: s.p.). En cambio, la sistematización y transmisión de la identidad a través de la escritura no necesita presencia, pues no necesariamente da cuenta de interacciones sino, más bien, del imaginario de un sector de la población.

3. Los referentes a través de la historia nacional La llegada de los españoles a América no sólo significó la ocupación física del territorio sino que fundamentalmente se produjo un encubrimiento de la cosmovisión indígena por el mundo y contramundo hispano. Los conquistadores llegan a América, hidalgos empobrecidos y bajo pueblo, intentando recrear el mundo español en las Indias, emular a los Grandes de España, “Señores” con vasallos y tierras. En este afán, sin embargo, no sólo lo indígena desaparece, también lo español. Se crea un nuevo universo físico y simbólico producto de la confrontación entre lo hispano y lo indígena. Se inventa lo Americano. Lo que ahora llamamos Chile surge con la llegada del español. Desde sus inicios, la identidad de este territorio se nos manifiesta a través del texto, por medio de cartas, crónicas o poemas. Comienza a estructurarse la idea de Chile. Antes, existía el territorio, por cierto, pero ese territorio correspondía a otra cosa, mapu o pacha mama. Chile surge cuando se le nombra. A partir de esto se hace verbo y cuerpo, concepto e imagen. 1

Al respecto, Larraín en su libro antes citado señala: “...en sociedades premodernas sólo existe la interacción entre sujetos presentes, debido a la identificación del espacio con lo local. La modernidad, en cambio, posibilita la interacción entre sujetos ausentes por medio de una serie de procesos mediadores como el dinero y los sistemas expertos. La presencia deja de ser la base restringida indispensable de la sociabilidad...” (Larraín, 1996: 34).

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De acuerdo a lo anterior, consideramos que es Pedro de Valdivia el que a través de sus cartas inventa Chile; por lo tanto, los primeros referentes para la construcción de la identidad chilena están en función de dos elementos centrales del imaginario de los conquistadores: Dios y Rey. En función de esos conceptos se organizará la vida durante La Colonia. Dios y Rey, lo peninsular por excelencia; por lo tanto, la negación de lo indio y lo mestizo. Es el inicio del “encubrimiento”. En torno a estos conceptos se organiza la vida de La Colonia, Chile, Capitanía general, intenta construirse a imagen y semejanza de lo europeo. Concepto y territorio; por el norte, el desierto; por el sur, La Frontera. Durante casi 300 años se desarrolla y reproduce una cultura chilena sobre un espacio territorial reducido. Por lo tanto, el universo simbólico -que corresponde a la matriz del desarrollo posterior de la identidad nacional- da cuenta de la dinámica que se genera en este espacio. Pareciera, entonces, que el mito de la homogeneidad étnica y unidad territorial tiene su origen en esta etapa. El S. XIX marca el fin del dominio español en América. El pensamiento escolástico medieval, castrado por el Santo Oficio, cede su lugar a influencias nuevas: la cultura francesa. Casi una obsesión para nuestra aristocracia. Con la República se produce un cambio radical en los referentes. Dios y Rey son reemplazados, al menos en el imaginario de un sector de la clase dirigente. Ahora, el modelo que se construye es el “ciudadano” y la receta son las leyes. Moldear a imagen y semejanza de las naciones civilizadas (europeas) es la consigna. Las constituciones y los ensayos políticos se suceden, hasta 1833. “El peso de la noche” resulta fundamental para la consolidación política chilena. Dios y Rey se funden en una imagen: la autoridad, el gobierno, el orden. Portales revive los antiguos referentes coloniales dormidos en el inconsciente colectivo de la aristocracia. El Estado portaliano resolvió el problema en forma realista renunciando a utopías teóricamente perfectas, recuperando la tradición (Krebs, 1982). Al respecto Jócelyn-Holt (1992) -citando a Octavio Paz- señala: Los nuevos países siguieron siendo las viejas colonias: no se cambiaron las condiciones sociales sino que se recubrió la realidad con la retórica liberal democrática a la manera de fachadas, ocultaban los mismos horrores y las mismas miserias. Durante el S. XIX los referentes impulsados por el Estado se suceden y superponen: “buen ciudadano”, “patriota”, etc., en el afán por construir un país civilizado. Los referentes comienzan a volverse extraños; sin embargo, aún ensamblan y son funcionales a los referentes primigenios: Dios y Rey. La imagen de la figura patriarcal continuará orientando la vida pública y privada de los chilenos. A fines del XIX una nueva idea va tomando cuerpo, ya no basta con reproducir las instituciones de la vieja Europa, la influencia del positivismo se hace presente. A partir de la segunda mitad del XIX el referente por excelencia será el progreso; por lo

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tanto, los demás serán funcionales a él y el esfuerzo político e institucional estará abocado a la construcción de la identidad en función de este parámetro. Los cambios sociales y políticos que vive el país desde fines del XIX hasta mediados del XX están de una u otra forma orientados por el progreso. En este sentido, la institución más funcional al ideal positivista fue (y es) la escuela. A través de la educación se pretende “homogeneizar a la población en torno a un programa básico de conocimientos culturales de contenidos y de metodologías para la formación de habilidades opcionales en actividades productivas, sociales y de servicios. Este modelo se ha desarrollado teniendo como referentes algunos prototipos deseables de buen ciudadano, buen productor o buen consumidor a modo de paradigmas sociales”. (Ormeño, 1991: 48). El texto comienza a aplastar a la oralidad. En términos de Bonfil (1987), el “país imaginario comienza a estructurarse. Al respecto Jocelyn-Holt, comentando ideas de Morandé señala, ”...ya antes de la independencia se había enseñoreado lo que él denomina criollismo; es decir, la pretensión del criollo de desprenderse de su origen mestizo, propósito artificial y universalizante que lo haría aceptar el “primado de la racionalidad formal” moderna, funcionalista y desculturizante, negadora de la propia historia pasada, la cual estaría imbuida de un ethos esencialmente sincrético, novohispano, barroco, cristiano y mestizo.” (1992: 16-17). El Estado, al constituirse en el referente hegemónico, impone el tipo de hombre que necesita para su construcción de país. Esta elaboración modernizante encubre aspectos importantes de la cultura tales como lo indio y lo mestizo. De una u otra forma los asume; de ahí las máscaras de las que nos habla Paz (2000). De todas las formas posibles de identidad necesita destacar aquellos aspectos más funcionales a su creación ideológica: país civilizado y moderno.

4. Los actuales referentes A contar de la segunda mitad del s. XX Chile ha experimentado una diversidad de sistemas político-económicos: el último gobierno conservador con Alessandri. El desarrollismo con Frei, con un acento en los cambios sociales dentro del antiguo esquema político. El socialismo con Allende, un proyecto abortado. El neoliberalismo a partir del gobierno militar. Cada gobierno tenía una construcción ideológica del tipo de persona necesaria para construir país; sin embargo, a excepción de la dictadura militar, ningún gobierno tuvo la continuidad como para transformar sus referentes ideológicos en referentes identitarios. Los cambios de valores y estilos de vida esbozados en los 60 comienzan a tomar cuerpo. Se produce el quiebre, quizás definitivo, con los referentes primigenios. La vida cotidiana centrada en los espacios familiares y un estilo de vida orientado a lo lúdico se transforma. El trabajo se convierte en el regulador de las relaciones sociales. Trabajo y mercado. El nuevo referente es el Desarrollo. Los cambios sociales de los 60 5


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pueden ser interpretados como la rebelión en contra de la autoridad patriarcal. Por primera vez se cuestionan profundamente los referentes primigenios. Los grupos contestatarios impugnan el antiguo orden. A contar de 1973 comienza a estructurarse un nuevo referente. Los cambios iniciados durante el gobierno militar y continuados por las administraciones posteriores han puesto su énfasis en el país que queremos ser: desarrollados, modernos, a imagen y semejanza del primer mundo. El problema lo observamos en lo que pareciera ser el objetivo central de este nuevo referente identitario, su necesidad de imponer lo homogéneo. Es totalizante. La vida social, política económica, la vida cotidiana se reorganizan en función del desarrollo, de lo moderno, “... se es ciudadano de este mundo si se ha logrado determinado nivel de electrificación, de consumo de cemento, determinado porcentaje de la población viviendo en la ciudad, bajas tasas de analfabetismo...” (Morandé, 1984:19). El gran problema que acarrea esta conceptualización es que deja fuera todo componente cultural, en un intento por organizar la sociedad según parámetros supra nacionales. Se establece una tipificación absolutamente homogénea, de lo deseable para todos los aspectos de la vida del país. De acuerdo a esto, Chile “...intenta en esta nueva etapa universalizarse, participar activamente en la ecúmene mundial, pero no desde la originalidad de su formación cultural, sino abstractamente, por sus índices de modernización construidos conforme a las pautas vigentes en el mundo desarrollado…” (Morandé, 1984:19). De acuerdo a lo señalado anteriormente, consideramos que el gran problema de este nuevo referente es su negación del ethos cultural y la imposición de un eidos extraño. “El paradigma de la modernización prescinde de toda reflexión acerca de la cultura...su conceptualización... dejará de tener como punto de referencia la interpretación de la historia y de la tradición cultural para privilegiar, en cambio, el análisis de la funcionalidad de las estructuras propuesto para las ciencias sociales. La vida social comienza a ser vista como algo que puede alterarse mediante una acción racionalmente programada y ejecutada...” (Morandé, 1984:18). Hasta los años 60 la dicotomía ethos-eidos no se había quebrado. Chile, construido a partir de una trama racionalista, conservó un alma mágico-religiosa. Con la irrupción del mercado se desacralizaron la naturaleza2 y las relaciones humanas, relegando lo mágico-religioso al “país profundo”.

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En este sentido, observamos los procesos de Reforma Agraria de los 60 y principios de los 70 como centrales. La Reforma Agraria desacralizó la tierra; esta pasó a tener un valor comercial por sobre el de poder y status.

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5. Identidad y marginalidad Tal como lo hemos señalado, consideramos que en la actualidad, la identidad es modelada por el Estado. Es éste el que, a través de sus instituciones, establece el tipo de hombre que necesita para sustentar y reproducir a nivel individual y colectivo el modelo de sociedad por el cual ha optado. De esta forma, según sus requerimientos en una relación (ahora estrecha) Estado-mercado, el primero por medio de sus instituciones, amplía o disminuye los espacios de libertad de los grupos sociales3. La identidad en proceso da cuenta del imaginario de una élite. Así como en el pasado reciente la ideología marxista presentaba, mesiánicamente, al proletariado como elemento central del cambio, como “motor de la historia”, en los 90 este rol lo asume el empresariado (Larraín, 1996). Por lo tanto, el país debe construirse a la medida de las necesidades de la empresa. En este sentido es sintomático que los ejes del gobierno de Frei sean la “Superación de la Pobreza” y la “Reforma Educacional”. Ambos apuntan a la creación de una mano de obra calificada y a generar una mayor capacidad de consumo, ampliar el mercado interno. Por lo tanto el arquetipo es el homo faber alienado por el trabajo y las necesidades de consumo (Marcuse, 1968), es una construcción que de alguna forma representa los ideales (adquiridos por medio de la educación) de la clase media y alta. Quizás por la influencia de los mass media, más permeables al cambio y con afanes cosmopolitas. Más proclives a eso llamado modernidad. El país se construye desde el eidos, la élite produce un discurso sobre el país deseable. El Estado asume estos referentes y compromete toda su capacidad y poder en una construcción acelerada. El Chile del siglo XXI, “el país que queremos ser” se está construyendo sobre la negación del “país que somos”. Los enfoques oficiales (desarrollistas o neoliberales), han sesgado el conocimiento acerca de la pobreza. Se estudia a los pobres como sujetos carenciados. Es el Estado el que, de acuerdo a su lógica, define pobres y pobreza, con una aproximación epistemológica que no corresponde al objeto de estudio, por lo tanto se les clasifica como marginales, “pobres”; estigmatizados como tales, definidos sus problemas como “patologías sociales”, en una clasificación autoritaria y homogénea, donde se incluyen los diferentes grupos y niveles: lumpen, adictos, minorías étnicas, etc. ”Pobres” aparece como una categoría de análisis que se refiere a una masa amorfa, parasitaria del sistema; en fin, indicadores que hay que mejorar. Esto trae, como consecuencia, diagnósticos totalmente alejados del ethos de la “cultura popular” (término que corresponde a la nomenclatura oficial) y considerados básicamente en el 3

Las “libertades” apuntan fundamentalmente al acceso al consumo. En tanto, las posibilidades para oponerse al sistema son mínimas; los sindicatos, las agrupaciones de trabajadores se encuentran en una situación muy desmedrada para negociar u oponerse a los planteamientos del empresariado.

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pathos de estos grupos sociales. Por lo tanto, las políticas que se proponen, como supuestas soluciones a supuestos problemas, se elaboran a partir de un patrón de referencia ajeno, el Estado, que corresponde al modelo de país que se desea crear. Para este caso, en este momento histórico, los referentes del Estado son los del Desarrollo; de acuerdo a la cual el único camino posible es ser “país desarrollado”, sin que existan, según esta lógica, otras opciones. Los indicadores para determinar carencias, miden más bien, acceso al consumo. Según la terminología en boga, miden “calidad de vida”, entendida esta como la optimización de la acumulación y su relación con la distribución. De acuerdo a lo anterior, la lucha contra la pobreza no puede ser entendida sólo como un problema técnico de dar “mejores oportunidades” o “mejorar su calidad de vida”, sino que la lucha contra la pobreza es también la lucha contra los pobres. La eliminación de la pobreza conlleva la eliminación de los pobres, de su cultura, de su forma particular de ver y estar en el mundo. Es la negación de la capacidad de enfrentar al mundo y contramundo de, tal vez, más de dos tercios de la población chilena4, es la negación de la diversidad, de aceptar cosmovisiones diferentes y saberes distintos. Los llamados pobres, tanto urbanos como rurales, desarrollan una serie de estrategias económicas; para el caso de los pobres urbanos, economía informal; para los pobres rurales agricultura de subsistencia. Cada una de las formas de proveerse el sustento tiene un sustrato cultural: genera sus propios saberes, su dinámica de trabajo, nociones de tiempo, costo-beneficio, etc. Su propio conocimiento del mundo. Cada actividad humana produce sus propios saberes. La identidad por la que Chile ha optado a fines del siglo XX lleva a cuestionar toda forma diferente, toda forma de vida que no sea la oficial. “...Los saberes son destruidos en la medida en que se comienza a producir una creciente valorización de ciertos saberes en desmedro de otros. La tendencia observada es que aquellos saberes que son más valorizados, incluso aún aquellos que son incorporados al mercado, al asignárseles un valor de intercambio por sobre su valor intrínseco (valor de uso) tienen una enorme capacidad para destruir todos aquellos saberes que no pueden traducirse en un valor de cambio. En esta competencia entre saberes, aquellos valorizados en términos de cambio son institucionalizados por el mercado; y así son legitimados por el Estado al ser reforzados por los sistemas educativos, retroalimentando de este modo su capacidad hegemónica y destructora de la diversidad. En el largo plazo, este atentado contra la diversidad atenta contra la vida social, atenta contra la cultura…” (Elizalde, 1988: 71).

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Aquí se ubican todos los llamados marginales, se incluyen las minorías étnicas, doblemente marginados: “...indio y pobre...”

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A partir de la identidad replanteada por el Estado se produce una negación de esos saberes, la negación de la capacidad de estos grupos para definir y estar en el mundo. En esta complicada relación Estado-Pobres las estrategias oficiales para intervenir estos sectores no consideran las particularidades sociales, étnicas o geográficas de estos grupos, que actúan y piensan con una lógica diferente a los patrones del mercado, de la economía formal, en la que el consumo y la ganancia son el factor más dinámico. Más aún, no se contempla el hecho de que en cada grupo operan dinámicas diferentes. La definición del Estado corresponde a una abstracción, elaborada desde lo oficial acerca del “sujeto pobre” o “sujeto del mundo popular”. Es decir, en este diálogo, el Estado conversa con una imagen de sujeto que el mismo ha creado, pero que no corresponde a la realidad. Siguiendo la reflexión anterior, es posible identificar "otra lógica" (Parker, 1993) económica y social para lo “marginal”. En esta relación identificamos una lógica, la oficial, vinculada estrechamente al Estado y por lo tanto en este momento histórico al mercado, epistemológicamente una derivación del racional-iluminismo. Y la "otra lógica" de carácter mágico-religioso, vinculado a la tradición. Entonces, la marginación no sólo se produce en el plano material, sino básicamente, en el plano conceptual. El universo simbólico creado por el Estado se constituye en una complicada trama racionalista en la que deben desenvolverse personas con una lógica diferente. La pregunta que surge es ¿cómo entender las causas de esta exclusión? Guillermo Bonfil Batalla, antropólogo mexicano, en su libro "México Profundo" (1986), establece dos categorías para el análisis de la sociedad mexicana: el "México imaginario" y el "México profundo”, estableciendo las dicotomías: imaginario-oficial y profundo-real para presentar el divorcio entre un discurso establecido por las élites dominantes y la realidad que este discurso intenta negar. Este análisis en sus términos políticos y culturales, creemos, es generalizable a toda América Latina. La contradicción imaginario-profundo está estrechamente ligada con el problema de la identidad particular y colectiva de los pueblos latinoamericanos. Esta dualidad en la manifestación de rasgos de uno u otro modelo se relaciona con la forma en que Chile se ve a sí mismo. Atendiendo a los conceptos desarrollados por Bonfil, visualizamos un “Chile imaginario”, que sería la representación oficial del país ; es decir, un país occidental por excelencia, que está dejando atrás el subdesarrollo. Por lo tanto, todas sus manifestaciones sociales, políticas y económicas, deben enmarcarse dentro del esquema de país desarrollado. Por otra parte, distinguimos un Chile real (profundo al decir de Bonfil), donde observamos la diversidad que el Estado intenta encubrir o negar. 6.

Conclusiones

Las reflexiones propuestas en este documento pretenden plantear algunas inquietudes que surgen al observar el proceso de reconstitución de identidad, orientado 9


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básicamente hacia la modernización del país, teniendo -desde nuestro punto de vistacomo una de sus principales consecuencias la negación de la diversidad. La pobreza, la situación de lo urbano-marginal es uno de los componentes sociales y culturales que este proceso deja fuera. Dada la complejidad del problema, sólo nos hemos atrevido a esbozar algunas reflexiones acerca de la relación entre este elemento y la construcción de identidad. La construcción de país del S. XXI, sin considerar elementos de las prácticas cotidianas de todas las formas culturales que se dan, nos parece cuestionable, no sólo en términos éticos sino para la proyección y sobrevivencia del sistema. Es por esto que nos gustaría, a modo de conclusiones, puntualizar tres cuestiones que nos parecen relevantes: a) ¿Exclusión o inclusión precaria? Resulta curioso que cuando ya se está hablando de la “crisis de la modernidad”, Chile se empeña en ser moderno, con todos los costos culturales y ecológicos que ello significa. Ser moderno implica valores, estilos de vida, estilos de trabajo5. El problema, tal como lo observamos, va más allá de esta intención modernizadora, en términos de proyecto político, es más que incorporar tecnología o integrar la eficiencia y eficacia en los sistemas nacionales; es mucho más profundo, involucra un proceso quizás irreversible de cambio del alma nacional; es la construcción de una nueva identidad a partir de la negación de su diversidad cultural. Es decir, ser modernos significa homogeneizar al país en términos de valores y prácticas, es convertir a la gente en buenos productores y buenos consumidores. Construir un arquetipo de ciudadanos funcionales, eficientes, que como lo hemos dicho anteriormente, se relacionaría con la clase media, a imagen y semejanza de sus homónimos europeos o norteamericanos. Desde esta perspectiva, consideramos que la forma de abordar lo urbano marginal es equivocada, fundamentalmente porque el abordaje epistemológico es incorrecto; se intenta conformar una trama racionalista con sectores que responden a otra lógica, negándola a priori. No incluir sus potencialidades en esta nueva identidad que el país asume es un error que puede llevar a agudizar las contradicciones, no sólo económicas sino también culturales. Pensemos en el caso brasileño en que las “fabelas” ya constituyen, de hecho, un Estado dentro del Estado. La relación que propone el “país imaginario” a través del Estado es de una inclusión precaria al sistema por medio de subsidios y capacitación, permitiendo la existencia de economías paralelas (ya mencionadas) que subsisten pues son funcionales al sistema. Son las personas ubicadas en estas economías las que dentro de la dinámica que adquieren sus estrategias de supervivencia Aparentemente los países del norte ya vienen de vuelta y en cada uno de ellos son cada vez más fuertes los movimientos que llaman a reencantar el mundo (Berman, 1995), en tanto acá estamos en pleno y acelerado proceso de desencantamiento.

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proporcionan servicios a bajo costo que posibilitan la reducción de costos en la economía informal. Sin embargo, esta estrategia, al no incorporar plenamente el valor de cambio en las relaciones de trabajo, aparece más vinculada a una sociedad señorial que a una sociedad capitalista. La propuesta del Estado resulta entonces poco atractiva para la gente, significa un esfuerzo por cambiar las pautas de vida cotidiana, demasiado grande comparado con las ventajas que pueden obtener; esta inclusión precaria resulta un pésimo negocio para los urbano-marginales. Desde este punto de vista, les resulta más atractivo recurrir a sus habituales estrategias de supervivencia: economía informal, delito y/o subsidios estatales. Por lo tanto, consideramos que el problema es más complejo que incorporar mano de obra o aumentar niveles de ingreso. El problema lo constituyen las conductas cotidianas que no son articulables a la modernización, al menos no a la forma de integrarlos que hasta el momento ha intentado el Estado. Este nudo gordiano no sólo involucra a la economía; se trata, básicamente, de un problema de control cultural. El sistema, tal como se ha implementado en el país, se reproduce sobre la base de la exclusión y se sustenta con la incorporación precaria de los marginados. En este sentido se puede mencionar que una de las ventajas comparativas tan aludidas en el discurso oficial son los bajos salarios que se pagan a los trabajadores, lo que permite reducir costos a los empresarios. De acuerdo a lo anterior, las posibilidades para los pobres se reducen drásticamente a: exclusión, con las consecuencias de represión correspondientes6, o inclusión precaria como elementos funcionales al sistema, pero que son extraños en cuanto a prácticas cotidianas y cosmovisión. b) Las potencialidades de la pobreza: la informalidad Al referirnos a economía informal o sumergida, estamos hablando de sistemas de producción, comercialización, intercambio, etc. que generalmente permanecen fuera del ámbito legal (en términos de tributación, por ej.), y además de toda la dinámica social que ello genera, que se traduce en redes de intercambio, costumbres, relaciones interpersonales, etc. Tal como lo señalan algunos autores, se constituye el mercado en su sentido más estricto. “Cuando se habla de economía informal, se piensa inmediatamente en un problema. Esos empresarios y vendedores clandestinos cuyas industrias y negocios no están registrados y no pagan impuestos y no se rigen por las leyes, reglamentos y pactos vigentes, ¿no son, acaso, competidores desleales de las empresas y tiendas que operan en la legalidad, pagando puntualmente sus impuestos?, ¿al evadir sus obligaciones tributarias no privan al Estado de 6

El manejo de las masas por medio del hambre no es nuevo, lo que cambia son los matices, el salario representa la inclusión precaria y la represión la exclusión.

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recursos necesarios para atender a las necesidades sociales y realizar urgentes obras de infraestructura (...) el problema no es la economía informal, sino el Estado. Aquella es, más bien, una respuesta popular espontánea y creativa ante la incapacidad estatal para satisfacer las aspiraciones más elementales de los pobres...” (Prólogo de El otro sendero (De Soto, 1987) escrito por Mario Vargas Llosa, pág. XVIII). A lo que deberíamos agregar que el problema no sólo es el Estado, sino también el mercado formal como regulador de privilegios y relaciones económicas. Toda esa capacidad creativa para generar nuevas estrategias de subsistencia es desechada por la formalidad, en un nefasto desperdicio de potencialidades. El punto sería potenciar las capacidades de estos sectores para lograr, de acuerdo a su cosmovisión, una mejor forma de vivir (no hablamos de “calidad de vida” por la connotación ideológica que se le ha dado al concepto). c) El síndrome mexicano Cuando México se disponía a recibir su “certificado” de ingreso al primer mundo (TLC), el “México profundo” se rebeló (Chiapas). Aparte de las consideraciones histórico-culturales, puede ser interpretado además como una reacción contra el modelo neoliberal. En enero de 1996 el obispo de Chiapas Samuel Ruiz García señalaba: “… la cruz que cargamos es la de un sistema que amenaza a la humanidad y al planeta. Hay un mundo en el que el despojo es la esencia misma de su crecimiento, y a tal grado llega ahora ese despojo, que ya no solo afecta a los seres humanos (generando miseria y pobreza), sino que se impone también el despojo de las propias fuerzas de la naturaleza. La supervivencia del mundo está amenazada, ya no sólo la nuestra como especie...” (Tótoro y Thaut, 1996: 203). En Chile, obviamente en un tono menor, durante el año 1996 ha habido reacciones: los mineros de Lota, profesores, trabajadores de atención primaria, funcionarios municipales, etc. Lo que llama la atención es la postura casi intransigente del aparato oficial, en el sentido de querer preservar a toda costa los equilibrios macroeconómicos. Estas manifestaciones no pueden ser vistas sólo como reivindicaciones gremiales, sino quizás como la rebelión del “país profundo” que se empeña en señalar que la ruta trazada por las autoridades (reconstitución de identidad) no les permite participar. Ante estas demandas es preocupante la postura mesiánica que adoptan los voceros oficiales. Cuidado, México está más cerca de lo que parece...

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Bibliografía

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