Ramon Amaya Amador - Prision Verde

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PRISIÓN VERDE

se alzaban de hombros, sin poder imponerse, como era.frecuente, a punta de látigo y pistola. Míster Still, el hombre de cara de cedro,-llegó a La Central y acompañado de los mandadores de Culuco, apareció en el campo. La comisión representativa del proletariado se presentó a ellos, pero no quisieron escucharles y ni siquiera enterarse de quiénes eran. Hablaron con los capitanes y,como los "veneneros" y corteros se negaran a trabajar, los jefes regresaron a las oficinas. —El tiempo es un factor primordial para nosotros —dijo Máximo a sus compañeros—; si la solución se retarda, los trabajadores se desilusionarán y se irán a las fincas a trabajar o cometerán barbaridades, impulsados por la cólera. Vamos a exhortarlos para darles valor y tratemos de que nadie ande con armas: evitemos las "güevonadas". Pero el espíritu de los campeños seguía optimista, en espera. Por la tarde nada había cambiado, aunque la comisión intentó ser recibida en la Oficina por los gringos, sin obtenerlo. En cambio, las noticias recibidas de Barranco y Palo Verde, eran gratas: los "veneneros" de allá también irán a la huelga. Eso dio esperanzas a Máximo, aunque el silencio y la aparente inactividad de los jefes gringos le preocupaba mucho. Era aquello como esas calmas que preceden a las tempestades. Al caer la noche fueron apareciendo unos campeños borrachos. ¿De dónde había salido el licor, pues se tomaron todas las medidas para evitar su expendio? Máximo se lo hizo notar a los compañeros porque era un peligro. Ya ebrios, los campeños podían volver al trabajo o ir a sacar sus "patecabras" para hacer refuegos. La noche, sin lluvia, se parecía a la de un día de pago. La mayoría de los hombres estaban alegres, cantando bajo los barracones. Samayoa llamó a Máximo aparte y le dijo: —El capitán Benítez y los otros capataces están regalando guaro y sonsacando a los trabajadores. Y hay algo que no me gustó: miré que, de su cuarto, salió Marcos Palomo. Cuando me vio, me dijo en son de triunfo: "No hay que ser papo ; me estoy bebiendo a los capitanes".

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Máximo le dejó intranquilo. Pasó la noche con muchos hombres ebrios, que gritaban vivas a la huelga y mueras a los gringos. Al amanecer, de nuevo llegaron a Culuco los Mandadores con Míster Still; pero esta vez los acompañaba el Coronel de La Central, con numerosa escolta bien armada, incluyendo dos ametralladoras de trípode. Los hombres no se inmutaron y se presentaron en masa. Sin embargo, algunos todavía estaban borrachos o lo parecían y ya comenzaban a hablar de irse a los trabajos, antes de que los soldados les llevaran a culatazos. — ¡A las fincas!— gritaron, ordenando, los capataces desde sus muías. — ¡Nosotros no volveremos a trabajar —contestó Máximo, con potente voz desde la grada, viendo que los soldados dirigían los fusi les hacia ellos— mientras no hayamos tenido un entendimiento con los jefes! ¿Es que no ven que nos están matando por causa de los trabajos? ¡Míster Still vea qué clase de gente somos, con esta malaria en la sangre! iAquí están nuestras mujeres y nuestros hijos, que se mueren de desnutrición! ¡Los víveres están muy caros y los salarios que nos pagan son miserables! ¡Ni siquiera podemos comer! ¡Los barracones y "cusules" son una porquería! ¡Asome su cabeza, señor, por estas cocinas; bájese y respire este aire que respiramos y díganos si no es de justicia que se atiendan nuestros reclamos! Viendo Lujan que los gringos y su cortejo se quedaban quietos, bajó de las gradas, aproximándose a ellos con un papel en la diestra, donde llevaba las peticiones. — ¡Nosotros somos trabajadores de la Compañía; no estamos contra ella ni contra sus intereses; sólo pedimos que se nos oiga para que obren con equidad! ¡Recuerde que nosotros somos en las planta ciones la fuerza que las hace producir, pero también recuerde que so mos humanos y que tenemos derechos! ¡Queremos que sepa, míster Still, que se nos trata como a bestias! Aquí están míster Foxter y mís ter Jones; son unos tiranos para con los braceros, no respetan ni a los muertos! ¡Anteayer, no más, míster Foxter dio de patadas a un marionista que murió en un accidente...!

Lujan fue en busca de Palomo, que se encontraba en el comedor de Rufina, conversando con la vendedora de pasteles, su querida. Le reprochó aquella actitud,pero Marcos negó que hubiera aceptado aguardiente de Benítez, quien había estado en su cuarto para enterarse si era de allí de donde salía el licor distribuido entre la campeñería.

— ¡Benítez —gritó Foxter, interrumpiendo a Máximo— organiza nuevas cuadrillas con los que quieran trabajar! ¡No estamos para perder más tiempo escuchando a charlatanes anarquistas! ¡Organiza!

¡No, compañero —le afirmó—, hombres como yo no se venden por un trago! ¡Me ofende sólo el hecho de que me supongas capaz de una sinverqüenzada! ¡Yo soy compañero parejo!

En la muchedumbre de descamisados hubo un oleaje de insatisfacción que hizo desplegarse más a la escolta, amenazadora. Otro hombre avanzó hacia los jefes que estaban montados en muías: era el contratista de Barranco, Camilo.


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