Ramon Amaya Amador - Prision Verde

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PRISIÓN VERDE

don Braulio? ¡Gran cosa haber perdido! iSi no morirse a tiempo, Mandador echarlo de la campo! ¡lnfectaba la barracón! ¡Yo haber hablado a míster Jones para no darle "bola negra"! ¡Ser buena regador, eso sí! Los hombres callan. La lluvia comienza de nuevo a caer sobre la pesadumbre del día. Probablemente ya no escampe más y Benítez ordena la suspensión del trabajo. Corriendo, enrrollan las mangueras y vuelven al lugar del suceso. La noticia se ha regado y muchos campeños se agrupan en torno de don Braulio. Le recogen y lo trasladan al campo, bajo la lluvia. Aunque la muerte de un hombre nada tiene de particular en los campos bananeros, la caída repentina de don Braulio, en medio del bananal,estrennece a la campeñería. Por todas partes se habla del ex-traordinario suceso ¡y se habla con palabras duras! El grupo de "veneneros", que ha venido cohesionándose en torno a las lecturas, estimulado por Máximo y Cherara, ahora demuestran prácticamente sus sentimientos de compañerismo. Don Braulio no tiene familia: ellos son su familia. Se preparan para dar terraje al cadáver del trabajador, así como han dado ya a otros en este invierno. Damián Cherara envía donde los Mandadores una solicitud: pide una modesta contribución económica para los funerales de don Braulio. Rápida llega la contestación verbal: —Dice míster Foxter que ellos y la Compañía no son banco de beneficencia del país. ¡Que se "chupen" solos su muerto! Cuando Lujan sabe eso, se disgusta con Cherara y le critica por haber dado ese paso tan falso, pidiendo favor a los amos. Discuten acaloradamente en el "cusul"donde tienen el cadáver. Por primera vez se ve a los dos amigos en discrepancia. Era necesario poner a prueba a los gringos —se defiende Cherara ante Lujan y los campeños-. Nada hemos perdido y ellos han demostrado su carácter inhumano, su corazón de fieras. Pero es una humillación más tener que arrodillarnos para recibir los puntapiés. —Sostiene Máximo, emocionado—. ¿Qué les puede importar a los "taramas" nuestro dolor y nuestra miseria, nuestra agonía y nuestros muertos? —Si eso lo sabemos, Máximo —dice Cherara—,- yo quise comprobario.

RAMÓN AMAYA AMADOR

un campeño vale oara un gringo tanto como una mula tranviera, ¡qué diantre!, ni siquiera eso; a ellas les dan zacate y no las dejan morir sin que venga el veterinario. Para los yanquis somos gusanos, harapos al viento. ¿Es que no ven, que no lo ven, camaradas? Allí está don Braulio. Véanlo todos. No es el cadáver de un hombre: es sólo una piltrafa tirada en ese "guangocho"; carne podrida, hedionda, tuberculosa, que hasta los perros repudiarían. Pero, camaradas, con todo: ¡somos hombres! Y, como hombres, aun en harapos, debemos mantener nuestra dignidad. ¿Quién de los presentes conoció antes a don Braulio? —La voz de Lucio retumbó en el oscurecido "cusu!"como un trompetazo: —¡Yo, compañeros, yo lo conocí cuando llegó del interior! ¡Era entonces joven y fuerte! Recuerdo que era capaz de desatascar los camiones a puro brazo. ¡Qué hombre! ¡Qué músculos! ¡Nadie dio más fuerza a la Frutera que él! ¡Estaba hecho de pura fibra! —¿Ya lo oyen? —prosiguió Lujan, excitado, mientras hombres y mujeres le escuchan atentos en torno del cadáver— Este hombre fue uno de tantos engañados y explotados. Puso su fuerza vital en las plantaciones, primero con el anhelo de hacer fortuna y, después, por la necesidad de ganar un mendrugo. ¡Se lo comió el banana!! Murió de pie con la "escopeta" en la mano, sirviendo a los amos extranjeros. Fue como caña en trapiche. La Compañía obtuvo el jugo de su energía vital y, ya exprimida, tira el bagazo. ¡Así es siempre! Así es con todos. Y, si no caemos, como don Braulio, en medio del bananal; si logramos salir, es sólo para ir a caer a otra parte, roídos por las enfermedades contraídas aquí. — ¡Verdá; purita verdá! ¡Y da coraje, compañeros, da coraje! —Más que coraje, porque, después, ¿qué es de nuestras familias cuando ya somos harapos miserables y nos devora la tierra? ¿Qué hace por ellas la Compañía que se beneficio de nuestras vidas? ¡No tenemos seguro social y ni siquiera se nos da un ataúd! — ¡Mérito así: los Mandadores no han querido dar unos centavos ni para comprar una vela y alumbrar esta noche al finado! — ¿Nunca dan nada! ¿Para qué pedirles? ¡Lujan tiene razón!

— ¡Pero tenemos derecho a recibir! — ¡Los derechos no se piden así, digo yo! — ¡Ni tampoco son centavos para comprar candelas!

— ¡Pero no mendigando, profesor! Comprendamos de una vez que

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