Ramon Amaya Amador - Prision Verde

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PRISIÓN VERDE

— ¡Por los filazos y la amista! Abrazados, se apartaron del baile para seguir bebiendo y conversando, ya olvidados de que, momentos antes, se jugaran estúpidamente la vida en el filo de los "patecabras". El baile fue decayendo; muy pocos hombres y mujeres quedaban en la madrugada. Hacía frío y las neblinas se esparcían con tedio. Máximo y Samayoa se quedaron allí, previendo un nuevo pleito de sus amigos. El proyecto de ir a visitar a Sole fue obstruido por las circunstancias. Amadeo no aparecía. Juana y Catuca seguían bailando. Al fin, haciendo esfuerzos, dejaron la enramada, yéndose con Máximo y los otros amigos hacia su barracón. La aurora pronto despuntaría en el valle. — Me da lástima ver a Marcos embrutecido con pena.

-lamentó Catuca,

-Cuando vino al campo -manifestó Lujan era un muchacho, correcto y hasta con cierta cultura, pero esta prisión verde lo ha hecho bestia. Si lograra salir, tal vez pudiera enderezar su vida. una —Y fíj ate —intervino Juana— que ni siquiera le habla a Catuca y por ella fue a hacer ese relajo. ¡Me da que sigue enamorado! —Puede ser —dijo Catuca—, pero hoy todo es imposible entre los dos. En verde, él tuvo la culpa por lerdo. . . Iba Máximo a intervenir, haciéndole una broma, cuando, a lo lejos, se oyeron gritos por el lado "del bajó". Juana detuvo él paso, como electrizada por un presentimiento, y puso toda su atención. No se oyeron más gritos, sólo un perro agorero maulló a la distancia. — Debe ser algún borracho. . . Esperaron un rato. Ya continuaban caminando, cuando por el barranco aparecieron en carrera dos chicos: Farruco y Manolo. Chillaban, dando voces de alarma, con desesperado acento.

— ¡Están matando a un hombre! ¡Corran! — ¡En la borda lo están matando! ¡Corran! — ¿Quiénes son, cipotes? — ¡Uno parece que es Amadeo!

RAMON AMAYA AMADOR

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Los gritos de sorpresa, espanto e indignación lanzados por Juana, Catuca, y Lujan atrajeron más gente. Al instante, con Máximo al frente, partieron barranco abajo, en tropel y confusión. Lujan hizo unos disparos al aire. Sólo Plácida quedó al borde del barranco, con los brazos extendidos, pidiendo a Dios lai salvación de los hombres. — ¡Alumbren aquí, por este lado del muchachos descalzos.

'quinel"! —guiaban los

Sobre una balsera de tallos podridos, yacía inmóvil un hombre, cara al cielo. A la luz de las linternas, apareció el rostro pálido, con los ojos desmesuradamente abiertos, y en la boca un rictus de dolor y de-esperación. —¡Amadeo! —gritó Juana, enloquecida, palpando con frenesí el cuerpo ensangrentado de su marido.— ¡Ya lo presentía! ¡Ya se lo de cía yo que por andar en "chiviadas" de contrabando, lo iban a matar! ¡Ayayay, Máximo Lujan, mira a mi hombre, bañado en su propia sangre! ¡Mira cómo lo ha dejado un bandido! —¡Bárbaro! —exclamo Máximo, iracundo. — ¡Lo destrozó a puña ladas, hasta quebrar el puñal! ¿Quién sería este canalla? Llegaban más campeños, con los rostros golpeados por el insomnio y las libaciones. La tragedia estaba allí, con la tajante realidad de su salvajismo. Juana daba gritos, flagelando la cara palúdica de la amanecida. —¿Quién lo mató? Esta era la pregunta de todos, sin que nadie pudiera contestarla. Solamente los chicos. Farruco y Manolo, relataban timoratos: —Veníamos a la borda porque estábamos mareados por unos traguitos, cuando oímos, del lado de la finca,un tropel como de muías: eran dos hombres corriendo, uno detrás del otro, como jugando al tigre y el venado entre las matas. Como había neblinas no pudimos conocerlos. Hasta cuando el que andaba escapando, gritó fuerte: " ¡Me matan, Máximo, me matan!" que reconocimos al compa Amadeo. ¡Tropezó aquí! ¡El otro, entonces, le cayó encima, dándole puñaladas! ¡Tuvi mos miedo de que nos descubrieran y corrimos al campo! ¡Al matador no reconocimos, pero era un hombre bajo, más bajo que el compa Amadeo, el pobrecito!. Sin tener más informes, Lujan con los "veneneros" de Culuco organizaron grupos para explorar las plantaciones en busca del crimi-


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