Ramon Amaya Amador - Prision Verde

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PRISIÓN VERDE

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—Quiero irme —expresó la muchacha con ternura— pero con vos también. Allá, en mi rancho familiar cabremos todos mientras levantamos uno nuevo, sólo para los dos. ¿Y sabes cómo se levanta un rancho nuevo para los recién casados? Pues, lo hacen entre todos ios del caserío. ¡Es un día de fiesta con marimba, timbal y chirimía! Esta vez Máximo quedó meditabundo: quizá pensaba en la perspectiva de una vida nueva, junto al pueblo xícaque, en las montañas lejanas. No obstante, con suave palabra, dijo: —Sole, tu propuesta me es muy grata, pero no es posible realizarla. Yo no podría vivir fuera de los campos bananeros, lejos de estos hombres que se matan lentamente. Yo soy un mero campeño, Sole. Este es mi ambiente y esos son mis hermanos. Tú no puedes vivir aquí: es muy difícil acostumbrarse a la inseguridad y la desgracia. Pero, si tú quieres irte, en el próximo pago te arreglaré el viaje... ¡NO! ¡Yo no me quiero largar sola! ¡Sos mi hombre y te seguiré adonde me digas! {También así son las mujeres de mi tierra: se dan para siempre una sola vez en la vida, y siguen a su marido hasta el fin del mundo! Si te he dicho mis cosas es porque tengo un mal presentimiento. Esas pistolas, esos fusiles, esos hombres como Benítez y el gringo Jones, me dan miedo. tez.

—Y, no obstante, parece que Catuca escucha los piropos de Bení-

—Yo no entiendo el modo de querer de Catuca. Está enamoris-quiada de Marcos, y, sin embargo, le coquetea al otro. ¿Sería por este mismo temor que a mí me hace temblar por vos.. ? La mujer intentó apartar de su mente esos pensamientos de amargura y repugnancia y se abrazó más a Máximo; mas, el contacto de su mano con el pecho velloso del amado, la hizo lanzar una exclamación: - ¡Ah! ¿Qué te pasa? ¡Ardes y temblás! -Vamonos Sole. Es el maldito paludismo. Ya ves: ni me deja tranquilidad... -¿Y así te irás para Culuco? ¿No te hará daño el sereno de la noche? -Debo irme porque mañana tendré que trabajar; ya he perdido más de dos semanas en este mes por culpa de las fiebres. Otra noche volveré, te lo prometo.

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-¿Queras que te haga un té calientito para que baje la fiebre? ASI hace doña Fidelia con (os cipotes. -Gracias, Sole. Eres una muchacha magnífica. Por eso he llegado a quererte con toda mi vida. Pero déjame, no te molestes por ahora: la fiebre del paludismo no dura mucho tiempo. Los amigos le esperaban ya en el comedor. Soplaba viento fuerte y fresco, casi frío, sobre los bananales inmensos. Los bujíos saltaban en los caminos y las luciérnagas encendían y apagaban sus lámparas sin petróleo.


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