Ramon Amaya Amador - Prision Verde

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RAMÓN AMAYA AMADOR

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PRISIÓN VERDE

¡Lo perdieron, ay, lo perdieron en la prisión verde del bananal! Negra la noche. Negro el verdugo. Blanco el patrón. ¡Lo perdieron, ayyy, por predicar la verdad! Benítez y Palomo, que escuchan el corrido, callan con un vago nerviosismo, el que va traduciéndose en disgusto. El campeño Tivicho, con su canto, les golpea el rostro altanero. ¡Cómo desea Benítez desenfundar su "38" y perforar a balazos el cuerpo del atrevido cantante!

Por los campos bananeros un llanto se oye por Máximo Nadie conoce su tumba, pero vibra aún su palabra porque El estaba con nosotros. Contra los explotadores Máximo a luchar nos guia; su nombre es divisa nuestra ¡para seguir protestando! ¡Para seguir combatiendo! Marcos escucha atento, contra su voluntad, y, a medida que avanza Tivicho y que la campeñería gritaba enardecida, vivando al "perdido", se fue apoderando de su ser aquel mismo temor que experimentara en la Oficina del Mandador. ¿Por qué esta debilidad ante el recuero de Máximo Lujan? Atropelladamente vienen a. su memoria imágenes del pasado, todavía cercano, cuando era un peón alquilado, junto a la explotada campeñería. Y, en esas vivas escenas de sus existencia, aparece la faz, ahora temida, de Máximo Lujan, al que abandonó para unirse a los gringos. Para ahuyentar esas visiones,"Palomo pide más aguardiente a la estanquera, pero, al mismo tiempo que va enrolándose más en los humos del alcohol, el recuerdo en su mente se vuelve obsesionante. Ya no dedica atención a las conversaciones bruscas de sus amigos y en un delirio mira enormes círculos fatídicos, rojos como sangre pura. Y, de pronto, Marcos se siente como ausente. La noche es oscura y fría, como mano de ahogado. El va caminando por una calle de las plantaciones; mira las hojas anchas de los bananales, como alas fantásticas y los tallos parecen tomar vida e ir en marcha. Todo es oscuro. El viento silba, pavoroso. ¡Es una noche condenada! No sabe si es él o los bananales quienes caminan. Como calaveras amarillas vienen a su encuentro figuras de cera que se agrandan y se

esfuman. Una como fosforescencia azulosa va llenando los bananales tétricos. Es una senda extraña y larga y hay un hedor a "criques" cenagosos. Se detiene él o se detienen las plantaciones fantasmas. Aparecen unas siluetas de hombres como danzando sin tocar la tierra; es a manera de danza de caníbales o de brujas legendarias. Ahora oye pisadas en la tierra, con ritmo de tambor militar y voces de niños que se estiran en carcajadas de ogro por las bóvedas de una catedral, como el eco del motor diesel de la bomba de "veneno". . . Las figuras amorfas van tomando formas precisas. Primero son como cocodrilos verticales mostrando sus colmillos en una risa bárbara, devoradora; luego, semejan jabalíes con cabezas y colas de raros colores. Los jabalíes se convierten en hombres. ¡Pero qué hombres! Son la presencia de lucifer, son pasiones brutales y primitivas. ¡Qué gestos! ¡Qué posturas tan obcenas y protervas! Se fija en sus rostros y los va reconociendo: ¡son soldados al mando del Coronel de La Central ! Giran y giran, agitando "vergas de toro" y enarbolando fusiles y puñales ¡Forajidos! ¡Demon¡os! Luego descubre algo que le enfría la sangre: en el centro de aquellas figuras bestiales está un hombre atado de las manos y los pies y así recibe vergazos y estocadas. La sangre brota profusamente y va tiñendo toda la plantación.

Marcos quiere gritar, correr, hu¡r de ese espectáculo bárbaro, pero sus miembros no responden a su voluntad y tiene que presenciar cómo descuartizan a la víctima y juegan con los pedazos humanos a manera de fútbol. Cansados de su diversión, los demonios meten todas las piltrafas en un hoyo; lo cubren de tierra y sobre ella siembran hijos de bananos. Los hombres jabalíes van desapareciendo a saltos, en fila, con un trote de bestezuelas de cascos hendidos que se pierden en una danza de ballet. Todo queda solo,con su tinte sangriento. Ahora Marcos ve que los vastagos de banano van creciendo de manera fantástica, hasta quedar de la altura de la plantación; luego llega la inflorescencia y después se abre el fruto. ¡Qué rac¡mo más hermoso el que par¡ó la mata! Pero vienen unas aves negras, como zopilotes con cabeza rubia, y dan picotazos a los guineos maduros, devorándolos en un santiamén. Queda el tallo sin frutos, largo y nudoso, que va tomando la forma de un brazo de hombre campeño; un brazo de hombre con la mano empuñada, recia, amenazadora. Uno de los dedos se estira hacia Marcos, quien ahora sin temor se divierte de la brujería infantil. El índice de esa mano lo señala. De su uña caen p i e d r a s de colores que en la tierra se convierten en un riachuelo de sangre, una sangre caliente que le salpica la cara. Entonces escucha unas palabras broncas, como el choque de dos trenes en la noche. —" ¡Marcos Palomo, Marcos Palomo: eres un traidor!'


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