Libro de Oro de Caicedonia

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Libro de oro del centenario de Caicedonia “El mejor vividero del mundo”

Esta marea de campesinos antioqueños, que inició y llevó a cabo la epopeya colonizadora de su propia tierra de origen y de Caldas, Risaralda, Quindío y el norte del Valle del Cauca, estaba compuesta por hombres y mujeres, en su mayoría iletrados, acostumbrados a una vida dura y de privaciones en sus campos montañosos, a la convivencia con los espacios selváticos y su fauna salvaje, plagados, además, de insectos maláricos y humedad. En su empeño titánico, los sostenía, sobre todo, la esperanza de construir un futuro mejor para sus familias, su casi fanática fe en Dios y en María Santísima y su instinto de supervivencia, afinado en la lucha diaria contra una naturaleza todavía no domeñada por el hombre. Así los describe Ulises Vásquez Vargas: “Ellos son el típico producto montañero, campesino, inculto; agricultores por tradición y por ancestro. Llevan un atuendo que los identifica y los singulariza: pantalón de tela, arremangado a la rodilla, alpargatas de fique, delantal de lona y camisa barata; cruza su pecho la banda de cuero que sustenta el carriel de numerosos bolsillos, en donde cabe todo un universo: los dados de hueso, cuerno o marfil, la barbera “Corneta Solingen”, que puede deslizarse suavemente sobre las mejillas pobladas por barba hirsuta o rasgar la piel del adversario en sangrante surco, a la hora de la contienda, la baraja, naipe o tute, ajada por el uso y el abuso, que alegrará la vigilia y el descanso; el pañuelo rabuegallo, de cuyas esquinas ha pendido más de una vez la vida de su dueño, en lances varoniles, el tabaco, la calilla o cosechero, liado en la casa familiar o adquirido en la fonda caminera; la yesca o el fósforo de palo, protegido en su cajita de nácar; la carta mustia, ajada, de la novia lejana o de la madre adorada; un infinito número de chucherías que van desde la “uña de la gran bestia” hasta la oración al justo juez, sin olvidar la navaja inoxidable, cuyos dos hojas se abren con fulgor diamantino… A su lado, o adelante, va la recua, la mulada o la bestia de silla o de carga. A su paso, desfilan los riachuelos, las hondonadas, las casuchas. A su paso, ondula la cubierta de su machete, que cuelga de su cintura. Una ruana, un poncho o una mulera descansa sobre su hombro o arropa su pecho fornido, dejando espacio para la cabeza altiva, de cabellos abundantes, cubierta por un sombrero venido a menos por el sudor, la lluvia y el barro… Este nuevo conquistador, este colonizador de fines del siglo XIX, busca horizontes, movido por la pobreza, sacudida ya la abulia, la pereza que fue su sello años 68

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