LA VIDA NO TIENE NOMBRE - Marcio Veloz Maggiolo

Page 22

La yerba, empujada por la brisa recia y cimarrona, se doblaba tomando olas verdes. Recordé entonces que Simián esperaba allá, en las márgenes del litoral, mientras las olas de la bahía rompían en la arena dejando la playa manchada de una espuma grasienta. El yerbajo parecía cantar. Yo pensaba en Simián y me llenaba de optimismo saber que me encontraba cerca de su posible salvación. Como la tarde yenía, pensé que mejor era dejar paso -a la noche. Así, pues, me escondí en los pajonales y esperé con ansiedad, acostado entre la yerba, mirando las nubes que cruzaban el cielo como empujadas por el ruido que hacían las cigarras. Me parecía ver el viento uniformado de aquí, sombrero de fieltro verde y riche de lona dura, cabalgar sobre una gran muía amarilla. El viento con - un Máuser sobado y sus dos correas de tiros cruzadas sobre el pecho. En un país como éste no seria nada raro que el mismo viento del cañaveral denunciara por unos míseros dólares mi presencia por aquel lugar. Hay quienes por cinco mil pesos son capaces de vender su propia madre. Cuando la noche llegó, me acerqué al umbral de la casa. En una de las habitaciones había luz. Las demás estaban a oscuras. Me acerqué a la puerta y di tres golpes. Nadie respondió. Hice sonar una aldaba oxidada. Esperé. El cielo estaba amoratado, como un gavillero muerto a golpes. Empujé la puerta. Se abrió chirriando, como quien protesta. Caminé hacia las habitaciones. Me detuve frente a la que tenía luz en el interior. Descargué mi puño sobre esa puerta varias veces. —¿Es Santa?, pasa. Empujé la hoja de madera; la luz era pobre y quien me hablaba estaba sentado en medio de la habitación. Tenía un libro en las manos. Cuando me acostumbré a la luz parpadeante, descubrí el rostro viejo y flaco de mi hermano. Me miró fijamente, sin inmutarse. Luego me dijo: —¡Has vuelto!.... ¿Qué quieres? Di, ¿a qué has vuelto? Se abalanzó sobre mí, pero el brillo cándido y convincente de mi cuchillo lo paró en seco. Retrocedió asustado. Una brillante carta de odio relampagueó entre sus ojos, y en mí nació la impresión de que aquel relampagueó iluminaba por momentos la habitación... Pero no, de improviso escuché un trueno y oí la lluvia. No eran los ojos de Fremio, era la tormenta. —¿Vienes a asesinarnos?— me preguntó con amargura. —Vengo a ver a papá. —Me alegra mucho, puedes hacerlo, está ahí... —dijo señalando hacia la habitación contigua. Me volví. Fremio encendió las luces. Entonces vi el rostro de papá arrugado y amarillo como panal de abejas. Soñaba profundamente. —Míralo, ese es nuestro padre. —Ya lo veo —dije en voz baja—, está flaco y pálido. —Morirá pronto... Le han dado quince días o menos. Quedé como azorado. —¡Quince días o menos!— volvió a decirme. Le pregunté la causa.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.