Vivencias. Hombres y mujeres de campo por Miguel Gallego Porro

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Dedicado a mis hijas

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I Estamos en el final de la Guerra Civil en España y no encontramos más que desolación por todas partes, es un país deshecho. El padre de Juan, como la mayoría de los que habían defendido la República, fue duramente represaliado: campos de concentración, cárceles varias, penas máximas, treinta años de duras rencillas por la represión. Pablo, padre de Juan, entra a trabajar en una enorme finca llamada ―La Finca Grande‖ que, como la mayoría de las fincas existentes en nuestra Extremadura, es una explotación latifundista, característica general de dicha Región. Durante la República hubo intentos de reforma agraria pero el triunfo del fascismo hizo que la Historia retrocediera hasta el periodo del Imperio Romano. Pablo, su mujer, Petra, y el hijo de ambos se disponen a tomar posesión de su nuevo destino. Un destino duro el que les espera ya que las condiciones de trabajo y de habitabilidad serán duras pues se enfrentarán a todas las inclemencias de la Naturaleza. El trabajo de Pablo no será de un gran esfuerzo físico pero sí de un trabajo sin horarios. El trabajo de pastor, en aquella época, es un trabajo de veinticuatro horas. Los pastores se alojaban en chozos aledaños a los rediles, receptáculos en que se guardaba el rebaño, hechos de redes de esparto sostenidas sobre estacas elaboradas, por lo general, de ramas de encina, lo que implicaba que, con frecuencia, las ovejas podían derribar las redes y soltarse. También existía el peligro de los lobos que eran frecuentes en cualquier lugar de sierra, lo que obligaba a los pastores a estar pendientes de las ovejas las veinticuatro horas del día. Pablo, su mujer y su hijo tenían que adaptarse al lugar al que el destino les había llevado. Los seres humanos tienen capacidad para convertir en un paraíso un lugar en el que sólo hay sitio para un infierno. Tal hecho no es posible en ninguna otra parte del mundo. Se pueden coger trozos de uno y otro mundo y construir uno propio renunciando a otros bienes que nos pertenecen. Pablo trata de alojar a su familia de la forma más cómoda posible. Las camas para dormir se construían en los chozos sobre bases de estacas pequeñas dando una altura de medio metro tras quedar clavadas en la tierra, estacas que en la parte superior forman una horquilla para sostener los largueros obtenidos, normalmente, de ramas de encina. Estos largueros se revestían de bayuncos y la base de las camas eran, al igual, palos de encina entrecruzados como parrillas y también revestidos de bayuncos u otros materiales y cubiertos con pieles o con mantas gruesas y para arroparse en invierno se usaban mantas gruesas o cobertores. La base de la alimentación eran las migas, los garbanzos, la harina, el queso, la leche... Estos bienes eran suficientes para una alimentación que fuera completa y 5


totalmente satisfactoria. La felicidad debe existir cuando una persona tiene cubiertas todas las necesidades, es decir, cuando se encuentra satisfecha y es aquí cuando nos metemos en un laberinto de preguntas y respuestas. ¿Está uno satisfecho cuando recibe los alimentos necesarios y de su agrado y habita un lugar en el que se siente cómodo y en el que tiene todos los elementos para protegerse de las inclemencias del medio ambiente? ¿Sólo esta satisfacción puede dar la felicidad completa?: No. ¿La felicidad es gradual?: No. Sólo podrías disfrutar de las excelencias de la Naturaleza cuando ésta muestra su lado más amable, cuando exhibe todo su esplendor, pero puede ser incluso cruel, como una madre enfadada, si no se respetan sus leyes. Pablo tenía que explorar todo su entorno a fin de buscar acomodo para él y su familia. Tenía que proyectar sus relaciones con los demás habitantes de la finca, es decir, construir un marco de convivencia con aquellos con los que, en adelante, compartiría momentos buenos y malos, todos los avatares de la vida. Pablo, como mayoral, tenía que ponerse al frente de la explotación y repartir las tareas de los demás aunque tenían algunas tareas comunes como las de cuidar el ganado para que se consiguiera un pastoreo tranquilo y necesario para el desarrollo normal de la producción ganadera, cuyos beneficios serían para los que nada habían tenido que ver con el sacrificio, el esfuerzo y la dedicación para obtener tal producto. Esta era la gran injusticia existente pues los que nada hacen, los que nada sufren, son los que duermen en buenas camas sobre mullidos colchones de lana y plumas. No pasan frío y se alimentan de buenos manjares y se dicen los amos de bienes y personas. Pablo hizo un recuento de todo el ganado y expresó a sus compañeros el hecho de que de todos ellos dependía el cuidado de ese ganado en una única tarea pero con diferentes grados de responsabilidad, desde el mayoral, pasando por el temporero hasta el zagal. A continuación señaló una reunión para esa misma noche. Y así fue. Esa noche se reunieron a la puerta del chozo de Pablo y éste tomó la palabra: ―La miseria del espíritu de este señor -se refería al terrateniente- se corresponde con la de estas tierra pues consiente que se le vayan cientos de animales de hambre teniendo los doblados llenos de grano. Lo quieren todo: grano y animales. Las raquíticas mentes de los propietarios debilitan aún más las ya pobres tierras extremeñas. Cualquier finca puede servir de ejemplo para demostrar, usando los más mínimos conocimientos de supervivencia, que estas tierras no son tan pobres: la mayoría de las fincas tienen una parte, aunque sea pequeña, en la que se puede producir no sólo pastos sino también grano. ―Aprovechando tales ventajas tendríamos fincas menos pobres produciendo grano que reservaríamos para los meses de invierno y, con ello, salvaríamos a los animales. ―La miseria de ciertos individuos es el reflejo de sus mentes. Su avaricia hacen más pobres estas tierras‖ Estos fueron los comentarios de Pablo a sus compañeros.

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Pablo y su familia proseguían con la aclimatación al lugar en el que habrían de vivir. En el chozo el caldero colgaba de un gancho que, a su vez, estaba atado a una cuerda de los palos que formaban el techo. Se encendía la lumbre con una buena leña de encina y se hacían las migas. El cuidado del ganado se distribuía entre cada uno según su categoría. Pablo, como mayoral, se ocupaba de las reses que acababan de parir y necesitaban cuidados más específicos. Gregorio, el zagal, cuidaba las borras -aquellas destinadas al futuro esquileo- y Antonio, el temporero, era el encargado de los carneros. Francisco el guarda y su mujer, Juana, vivían cerca de la ―Casa Grande‖ en una choza de piedra y barro y los muleros en naves de tejas bajas y mal acondicionadas, cerca de las mulas. La Naturaleza nos modela a todos con el mismo barro pero el reparto es desigual pues no todos pacemos en los mismos lugares. Las viviendas de los yunteros no sólo eran malas sino que incluso carecían de camas, sustituidas por simples sacos de paja alrededor de una lumbre. Todo era malo y en todo había peligro. En cambio las habitaciones de los amos estaban acondicionadas con todas las comodidades de la época, con sus colchones de lana y sus grandes chimeneas. ¿Habría forma de mejorar las viviendas de los trabajadores? Claro que sí pero estaba decidido que tenían que sufrir en sus carnes cuál era el lugar que les correspondía ocupar, tenían que saber que existían diferencias entre las cuadras y la ―Casa Grande‖, aquellas sin camas y ésta con muchas habitaciones, casi siempre vacías pero destinadas a los amos. En otra de las reuniones habituales interviene Gregorio: ―Pienso que lo que ganamos es una miseria y que debemos exigir más sueldos así como nuestros completos derechos. No podemos ser tratados como animales, sin derecho alguno. Hemos de luchar por aquello que es nuestro‖. --Ten cuidado -objetó Pablo-: estos tíos tienen todo el poder para mandar a por ti a la Guardia Civil y llevarte a la cárcel. Gregorio apretó los puños con rabia e impotencia: estaban atrapados en un mundo en el que sólo existían derechos para unos pocos. Un mundo en el que, miraras para donde miraras, sólo se veían muros. No quedaba más que mirar al suelo y pensar que, algún día, todo habría cambiado. ―Pero antes -se decía- tiene que haber un recorrido lleno de lucha‖. Pablo era un hombre curtido desde pequeño por los avatares del campo, luego en la terrible Guerra Civil y, tras ésta,, en la cárcel y los campos de concentración. En sus sienes aparecían las primeras canas y en su cara se advertía que había cruzado caminos duros. Hombre de una sola palabra, dispuesto a compartir un trozo de pan con quien lo necesitara, se planteaba qué mundo habría de construir con sus manos, manos curtidas por el sol y por el frío y con callos en sus dedos por el ordeño diario de las ovejas y las cabras. Miró al cielo y se dijo en voz alta: --Pronto comenzará a llover.

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Aquel año el invierno se presentaba crudo después de un otoño más bien seco pues no había llovido mucho y parecía que la sequía iba a seguir ya que las lluvias no se prometían muy abundantes. El aire solano en estas tierras sólo provocaría más sequía y esto era nefasto para el campo por la escasez de la hierba. Poco podrían arrebañar los animales. El escaso pienso y el ramón de la encina permitiría sobrevivir a los animales a duras penas pues no todos lo resistían y decenas de ellos quedaban por los campos como pasto de los buitres. Los pastores nada podían hacer, sólo tragar la rabia que les producía su impotencia. Gregorio era un hombre también curtido en las faenas del campo, mayor que Pablo y de nariz aguileña, lo que le daba un aspecto poco agraciado a su cara; era muy inteligente pues era hombre muy leído. Al llegar la noche las ovejas eran encerradas en la red, en el redil. Era una forma poco segura de encerramiento pues la red estaba hecha a base de estacas que podían fácilmente caerse o romperse, cosa que ocurría con frecuencia, provocando vías de escape. Los pastores se cobijaban en los chozos y encendían la lumbre que en el invierno era esencial para la vida en el campo, no sólo para elaborar las comidas sino para procurarse calor y secar sus ropas. La mayoría de ellos poseían poca ropa de repuesto (las mudas) y, por lo tanto, al llegar mojados, tenían que secar sus vestimentas para el día siguiente. Pasaban horas alrededor de la lumbre cambiando continuamente de postura para poder secar sus pantalones pues tenían que dormir con ellos puestos ante cualquier urgencia imprevista con el ganado. Pablo, sentado en el borde de la cama, estiraba con sus manos la tela del pantalón cambiando de posición una y otra vez hasta conseguir secarlo. En lugar de inexistentes calcetines se usaban trozos de paño que también había que secar. Por lo tanto el fuego era un elemento imprescindible en sus vidas. ¿Cuántos mundos existen? En cierta escala teníamos el de los pastores, el de los muleros, el de los guardas... Todos los hombres, mujeres y niños, todos los seres que participaban de ese mundo se apropiaban de los elementos naturales para construir un paraíso lleno de pureza natural. Pero había veces en que la bondad de la Naturaleza se convertía en terrible huracán y tremendas tormentas de lluvia y rayos convertían aquel Paraíso en un Infierno. Los pétalos de las rosas se tornaban horribles pinchos y los pacíficos caracoles mudaban en terroríficos alacranes. Los hombres del campo -particularmente los pastores- tenían que luchar contra el mal tiempo y sacar el ganado lloviera o no, pues el ganado comía en el campo y había que sacarlo, con lluvia o con viento helado, todas las horas del día. En aquellos tiempos eran muy limitados los medios de que se disponían. Los capotes que usaban los pastores para defenderse de las inclemencias del tiempo eran

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hechos para facilitar la movilidad y llevaban aberturas en los bajos y compuestos de dos piezas, lo que los hacía muy sensibles a la penetración del viento y las lluvias. En una palabra: era muy difícil, casi imposible, protegerse por completo de la lluvia. Lloviendo no era factible encender lumbre y no quedaba otra que protegerse tras una mata o una peña y había que aguantar todo el día en esa situación en la que la mente quedaba en blanco pues ni pensar se podía. La mente humana tiene capacidad para planificar y organizar los sentimientos, para saber el lugar que nos corresponde ocupar en cada momento pero en esa tesitura sólo cabía la resignación. No se podía pensar. Sólo esperar a que pasara el tiempo, que se iba sin recompensas. Todo tiempo tiene un precio, nada se puede perder. Pero no se podía huir de la lluvia ni del destino: sólo cabía esperar. Si todo tiempo tiene su precio, ¿cuál sería el de aquí?. Pero como todo evoluciona, también nuestra mente sale del letargo y nuestro pensamiento se pone en marcha buscando una salida para mejorar nuestra vida. El hombre no debe conformarse con lo que tiene si esto no es justo. Francisco el yuntero era un hombre de mediana edad aunque de aspecto avejentado por su piel curtida por los rigores del tiempo pues, como todos los hombres del campo, pasaba los días a merced de frío o del calor, según tocara. Sus manos se veían agrietadas y llenas de callos por el diario manejo de la cruz del arado. De fuerza atemperada, su mirada semejaba perdida en el horizonte pero, como experimentado arquitecto, trazaba líneas rectas con su herramienta. La besana perfecta dejaba surcos derechos, como canales en los que la tierra se abría para albergar la inmensa riqueza natural de la lluvia y el sol y se dejaba preñar para que en su inmenso vientre fecundara y naciera el fruto para alimento de todos los seres. Santiago, otro yuntero, era un hombre de unos cincuenta años y muy parecido a Francisco, pues ambos eran primos hermanos. Al llegar al extremo del terreno tiraba para arriba de la mancera del arado para dar la vuelta a la yunta y empezar de nuevo en sentido contrario, pues ése era el oficio de arar. Al tiempo que levantaba el arado tiraba de los arreos de la yunta hacia la izquierda. La maniobra de dar la vuelta, para ellos, no ofrecía dificultad. Lo que la entorpecía eran los botos de cuero duro y el piso de tierra que, en algunos casos, era pedregoso y ocasionaba un andar tremendamente incómodo sobre un suelo desnivelado y lleno de piedras. Francisco, el Guarda, llegó a la choza, en la que Juana -su mujer- le esperaba con la mesa preparada en la que el plato principal consistía, por lo general, en garbanzos con chacina. En aquellos tiempos el ochenta por ciento de los pagos por el trabajo se liquidaba en alimentos. El salario, si así se le pudiera llamar, era muy escaso y casi todo se percibía de la misma forma, en especias que –como era lógico- eran producidas por los mismos campesinos. Era como decir: ―toma el producto de mi sudor, para que me pagues‖. 9


La chacina de cerdo, producida por los porqueros. El queso de los pastores. El aceite de los yunteros y los molineros... ¿Ponían algo los terratenientes? Nada. El juego era: ―Toma mi sangre para que tú me alimentes‖ ―Toma mi sangre para que tú te alimentes y me alimentes‖. Francisco miró a la mujer. ―Siempre lo mismo‖, pensó. ―Y gracias habrá que dar ya que los hay que lo están pasando muy mal pues la Guerra ha dejado mucha hambre y muchos desgraciados no lo soportarán‖. ―A los del Régimen sólo le interesan los suyos. Los demás, mientras menos seamos, mejor‖ ―Es lo que dicen: ten cuidado con lo que dices, que el hablar es peligroso‖. Llegó la primavera. La Naturaleza muestra todo su maravilloso esplendor y se produce el más magnífico fenómeno: se pasa de las tinieblas a la luz. La Naturaleza se convierte en su propia metamorfosis. Lástima que los campesinos no puedan disfrutar de tanta belleza debido a sus problemas. Una vez más el hombre torna lo más hermoso en lo más horrible, la felicidad en amargura, la risa en llanto. Empezaba el ordeño de las ovejas y las cabras y, aunque parezca una contradicción, es tal como suena: las ovejas presentan más dificultad para el ordeño que las cabras. Estas se ordeñan sueltas y a las ovejas hay que encerrarlas en estrechos apriscos de unos dos metros de anchura y de una longitud que va en función del número de ovejas a ordeñar. Los pastores tienen la suficiente experiencia y conocimientos para calcular la longitud del aprisco, en el que el encierro se hace apretando todo lo posible las ovejas para que no puedan volverse hacia atrás. El ordeño es una tarea muy dura pues el ordeñador ha de adoptar una postura totalmente incómoda -acuclillado o de rodillas- y en esa posición debe sujetar la oveja con una mano y ordeñarla con la otra. Hay animales difíciles de manejar y de los que, a veces, hay que sostener el peso del cuerpo con una sola mano, un peso que puede llegar a las 100 libras1

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La libra es una unidad de peso de desigual valor en función de la zona. Puede equivaler a un peso aproximado a los 450 gr.

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II El proceso de elaboración del queso exigía, en primer lugar, cuajar la leche y echar, seguidamente, esta cuajada en los cinchos de esparto en donde se exprimía dándole tantas vueltas como el quesero estimara necesario. El saber popular consideraba que no todas las manos eran aptas para hacer queso. Cada uno tenemos nuestra diferenciada temperatura corporal, cosa que se nota cuando hacemos algún esfuerzo físico. Cada uno somos un mundo diferente y transmitimos diferentes esencias. Pablo parece ser que tenía esa gracia, la de buen quesero. La primavera era el despertar del duro sueño del invierno y en ella la Naturaleza se desperezaba abriendo sus poderosos brazos con los que abarcaba la sierra vistiéndola de blanco, reflejándose en los ojos a través de millones de flores con las que iluminaba la Tierra y los arroyos rellenaban su recorrido de agua cristalina con la que purificar nuestros cuerpos. A finales de marzo o primeros de abril solían aparecer los patronos. Ellos no padecían las inclemencias del tiempo ya que sólo aparecían en el momento de disfrutar de la Naturaleza aunque la odiaran pues no eran, precisamente, amantes de sus atractivos sino de sus beneficios materiales: si hubieran podido esclavizarla, lo hubieran hecho. Llegaban con aire desafiante pues tenían que imponer su superioridad para demostrar que todo les pertenecía y que sólo ellos podían decidir dónde y cómo empezaba y terminaba todo. Por lo demás nadie podía salir del círculo que ellos marcaban. Ellos definían el mundo de los mundos, un mundo alambrado. Criticaban al guarda por dejarse quitar la leña y reprendían a los pastores por beberse la leche de las cabras y a los yunteros por tener, según ellos, atrasadas las labores del campo. Descalificaban a todo el mundo, con o sin razón, por cualquier nimiedad. Si varios torrentes desembocaran en un mismo lugar darían lugar a un gran torrente caudaloso y poderoso. Si la ira de unos pocos se hiciera una sola derribaría muros. Aquel era el último día del mes de marzo y, sobre el mediodía, por el camino del pueblo apareció el carruaje entoldado tirado por cuatro caballos de pelaje oscuro. Al pasar por delante de los trabajadores éstos interrumpen su tarea, se descubren y saludan con inclinación del cuerpo y bajando, en muchos casos, sus cabezas en una imagen que se antoja ciertamente humillante pues aquel gesto denota una excesiva humillación. El carruaje marcha de forma renqueante pues el camino es pedregoso y lleno de baches. Y, sin embargo, su caminar quiere aparentar firmeza para demostrar que en él viaja el amo.

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El capital siempre ha tratado de rodearse de artefactos que puedan reafirmar su poder y la ostentación del carruaje es prueba de ello. El vehículo se detiene ante Pablo, al que acompaña uno de los fieros perros del Guarda de la finca, y de él se apean el amo, la señora y uno de los hijos. El señor instó a Pablo para que el perro detuviera sus ladridos y lo hizo con voz autoritaria como queriendo demostrar su malestar porque el perro pudiera ladrar en su presencia siendo él el amo. El instinto más primitivo es el que más nos acerca a todos los seres de la Naturaleza pues, al ponernos en el mismo espacio, nos hace iguales, nos nivela. Para aquel perro su amigo era el que le echaba de comer todos los días, el que le acariciaba, el que compartía su existencia, y no el amo cuyo olor no distinguía y cuya mera voz, instintivamente, advertía como agresiva y autoritaria. --Estas ovejas están flacas –prosiguió el amo con talante reprobatorio--, supongo que muchas habrán fallecido. Terminó su intervención como mordiendo las palabras. ¿Cuál es el misterio por el que el hombre, sin un motivo que lo justifique, trata de martirizar a aquél que considera inferior? Era obvio: los culpables de que aquellos animales fallecieran no eran los pastores sino los amos por su espíritu miserable, pues en el duro invierno no había pastos pero sí piensos que se podían usar para alimentarlos. Pero ellos lo querían todo: piensos y ganado. Pablo apretó los dientes para impedir que de su boca salieran las palabras que aquel miserable merecía que le dijeran. Como otras muchas veces se imponía la sinrazón y la verdad se asfixiaba sin nadie que la defendiera, se perdía en el silencio esperando, tal vez, a otra ocasión. Cuando por fin Pablo pudo dominar su ira respondió: -- Sí, han sido muchas las ovejas fallecidas. Ha sido un invierno muy duro... --Bueno, bueno... –interrumpió el terrateniente--: mañana, cuando subas a por las burras, me darás cuenta de todo. Cuando encerraron el ganado al atardecer una reunión espontánea de los trabajadores se formó a la puerta del chozo de Pablo, quien habló en primer lugar: --Estos tíos --adujo—no vienen más que a criticar y a exigirnos que nos dejemos el pellejo a su servicio. --Perdimos la guerra --continuó—y lo perdimos todo. Hay que tener cuidado pues ellos son los que mandan. A nosotros lo único que nos queda libre es el pensamiento: es el único que puede entrar en un mundo en el que podríamos alcanzar todos nuestros sueños. --¡Qué asco de vida! --dijo Antonio--: ellos son los amos y, después de todo, gracias podemos dar por tener, al menos, para comer cuando hay gente que hasta de eso carece. Lo están pasando muy mal e, incluso, a muchos desgraciados les cuesta el pellejo: el hambre se está llevando mucha gente por delante. --Es una situación terrible --dijo Antonio, el cabrero. 12


La noche iba tendiendo su negro manto. El cielo se presentaba despejado y las estrellas comenzaban a brillar. De vez en cuando ladraba alguno de los perros, posiblemente presintiendo la cercanía del lobo. En el silencio propio de la noche se transmitían a gran distancia los silbidos característicos del mochuelo y algunas ovejas dejaban sonar sus campanillas. Pablo volvió de echar un vistazo al ganado. --No --les tranquilizó--, no pasa nada: es una madre que se ha incorporado para dar de comer a la cría. --Bueno –añadió--, creo que ya es hora de que cada uno vuelva a su chozo. Mañana he de ir temprano a dar cuenta de todo al amo. --Sí, dejadlo ya –intervino Petra--. No vais a arreglar nada con tanta cháchara. --Ya –admitió Pablo—Pero si aguantamos todo lo que nos echen sin decir nada pensarán que estamos conformes con esta vida de esclavos. Y con esto se dio por terminada la conversación, marchando cada uno a sus cosas. Pablo entró en su chozo en donde ya estaba Petra. El niño llevaba ya rato durmiendo y la lumbre estaba casi apagada. Las precauciones con el fuego siempre eran pocas: el peligro de incendio en un chozo siempre era grande y las consecuencias trágicas. Pablo apagó las pocas brasas que quedaban. Había pastores que, a veces, dejaban la lumbre encendida a medias debido a la poca ropa existente y, particularmente, por la dureza del frío invernal ya que los chozos que no estaban bien revestidos, tanto en el exterior como en el interior, eran especialmente fríos. La noche, como madre amante, vela el sueño de todos los seres pero es incomprendida por éstos. De vez en cuando suena alguna campanilla y el pastor se desvela pero respira aliviado al comprobar que todo el ganado sigue en su sitio. Empieza a despuntar el día cuando unos golpes secos, como de hierro contra hierro, salen del chozo de Pablo: es el sonido del caldero de las migas al ser volteado por las manos de Pablo y chocar con las trébedes. Petra ya se había levantado cuando Juan despertó: aunque su sueño era pesado, siempre se despertaba con el ruido del caldero. La lumbre chisporroteaba y, tras la elaboración de las migas, había que prepararla para los garbanzos, que se iban haciendo a fuego lento durante toda la mañana. Antes de la salida del Sol se ponía en marcha el ganado y, con él, los yunteros a los que el Sol servía de reloj. Pablo se dirigió hacia la Casa Grande, en donde se encontraban los tinaos y las cuadras para las burras, pues tenía que presentar al amo las cuentas de todo lo relacionado con el ganado durante los pasados meses.

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Las relaciones entre obreros y amos siempre eran tirantes. Aunque los intereses de unos y otros procedían del mismo medio y pudiera decirse que perseguían los mismos objetivos, sus interpretaciones de los mismos hechos eran totalmente opuestas. Para unos esos bienes tienen un origen natural. Para los otros, según su condición, esos bienes parecen pertenecerles por imposición divina y eso les da derecho a abusar de unos privilegios que ni la Naturaleza ni nadie les ha concedido. Sólo la ignorancia y la buena fe de algunos han hecho posible esta situación, en la que a los propietarios sólo les interesa acumular bienes para aumentar el poder que les permita mantener su elevado nivel de vida y sus privilegios. Para los campesinos la tierra y los animales no sólo son su fuente de alimentación y sustento sino que forman parte del mundo material al que todos pertenecemos, cada uno en el nivel en el que la Naturaleza nos coloca pero en el que todos merecemos consideración, cada cual en su condición. Pablo entró en la Casa Grande, la vivienda del patrón. --Buenos días --saludó, quitándose la boina. El patrón, que se mantuvo sentado, comentó: --Ayer te dije que al ganado se veía muy seco y que se han perdido muchas cabezas. Entonces -prosiguió-- ¿para qué pago pastores? El ganado está mal, la siembra está mal... Pablo se contuvo a duras penas mientras pensaba quién necesitaba a quién, quién pagaba a quién y quién sobreviviría sin el otro. --El invierno ha sido muy duro –adujo. --El ganado del lindero parece mejor que el mío– opuso el amo. --El lindero –argumentó Pablo—reserva grano para echar a su ganado en el invierno. La discusión prosiguió entre ellos sin que se viera posibilidad alguna de acuerdo. Eran dos mundos opuestos y el terrateniente arremetió contra los pastores y contra los yunteros e incluso contra los medieros, a los que acusó de robarles el ganado. --Me roban --argüía—todo lo que se puede comer. No puedo estar en todas partes. Me dan lo que les parece. En la mayoría de las fincas grandes existía -existe aun hoy en día- la figura de los ―medieros‖: el terrateniente ponía las tierras y el mediero aportaba el trabajo, repartiéndose los beneficios a partes iguales. Otro reparto desigual e injusto pues la tierra debería ser siempre de quien la trabaja. En los albores de la Historia de los pueblos civilizados nos encontramos con comunidades de familias que, formando aldeas, poseían la tierra en común. A finales de mayo comenzaba la siega, trabajo duro pues se trataba de segar a mano las mieses con la ayuda de una hoz y amontonarlas pero no de forma desordenada sino como una obra de arte, organizadas: no se trata sólo de segar un puñado de mies y dejarlo tirado en el suelo. Para ser segador se necesitaba un aprendizaje. Dicha operación consistía en ir acumulando puñado tras puñado de hierba en la mano izquierda mientras se aguantara el peso y cogiendo ramales del primer puñado con los que se sujetaba el siguiente y, 14


cuando el brazo ya no soportaba más peso o no abarcaba más volumen, se depositaba en el suelo para juntar varias ramadas y formar con ellas una gavilla. Para realizar tan dura y peligrosa labor había que tomar una serie de precauciones pues la herramienta usada para cortar las mieses, la hoz o el hocino, poseía un filo muy agudizado y había que protegerse los dedos, para lo que se usaban dedales de cuero, y protegerse los brazos e incluso el pecho. Todo ello acompañado de una destreza especial en el uso de las herramientas, tanto para evitar accidentes como para dar buen trato a la mies que había de segarse. La Naturaleza nos brinda sus frutos para nuestro alimento pero, para conseguirlos, hemos de hacer un gran esfuerzo. Es como si la tierra nos dijera: ―nada es gratis‖ y lo que se nos brinda con tanta generosidad hemos de conseguirlo con nuestro esfuerzo. Con el tiempo el hombre pondría todo su ingenio al servicio de superar tanta dificultad. Volvemos una y otra vez a sumergirnos en los misterios del Planeta Tierra y los seres que lo habitamos. Muchas preguntas sin respuesta, tropezando una y otra vez con la misma incógnita: somos extraños en nuestra propia casa. Equivocamos el camino y fuimos a parar a un lugar que no nos pertenecía, como si hubiéramos llegado a un hábitat, la Tierra, para el que no estamos preparados. La siega era un trabajo de sol a sol -que a esas alturas del año era ya abrasador-, sobre un terreno de grandes surcos resecos y endurecidos por el calor, surcos que el mismo hombre había hecho al arar la tierra en el acto de prepararla para la siembra. Era como si el hombre y la Madre Naturaleza se hubieran declarado la guerra en una lucha por el fruto, que la tierra parece dar pero que antes lo defiende para que no se lo roben. El Tiempo seguía su marcha, al parecer, ajeno a todo lo existente, como si nada tuviera que ver con los demás. No era sino que su marcha era seguir y seguir para cansar a todo lo existente y a lo que viniera después. Su misión era llevarse a unos y traer a otros en su caminar lento y cansino, el Tiempo que todo lo comienza y todo lo termina. ¿Qué sucedería si el Tiempo no existiera? El mundo sería una estatua, pues todos nuestros movimientos son tiempo. Los patronos sólo permanecieron en la Finca alrededor de mes y medio, pero había sido una pelea constante contra todos: pastores, muleros, medieros y linderos a quienes, a estos últimos, acusaba de que su ganado atravesaba las lindes hasta su propiedad. En una de las discusiones estuvieron a punto de agredirse de forma trágica, pues estaban en un momento de la caza y las escopetas amenazaban con su trágica presencia. A los medieros les dijo que no se fiaba de ellos y llegó a insinuarles que se sentía robado en sus cuentas. Robar... ¿Quién roba: el que coge lo que ha producido con su propio esfuerzo o el que coge lo producido por el esfuerzo de los demás? Cogerás sólo lo producido por tu esfuerzo. En los últimos días de su estancia el patrón mantuvo reuniones con todos por separado, uno a uno, como era su costumbre. 15


Él se consideraba superior por la razón pero cuando la razón se impone por la fuerza deja de ser razón y la multitud, a la que tanto temen los poderosos, es la fuerza de la razón. En todos los debates los campesinos defendemos la teoría de que para que la tierra y el ganado nos procuraran alimentos deberíamos alimentarlos antes nosotros a ellos. Esta teoría chocaba con la egoísta y avara posición de la mentalidad de los terratenientes que todo lo quieren a cambio de nada. Estos individuos lo quieren todo para ellos y llegan a culpar a los demás de los problemas que ellos mismos generan. El amo sugirió, más bien ordenó, a Pablo que despidiera a los cabreros y buscara a otros. --Tú haz lo que te diga --dijo Petra, temerosa. Para ello Pablo debería trasladarse al pueblo, lo que le llevaría un día a lomos de la burra pues era necesario hacer un par de paradas para poder dar descanso al animal. Llegaba el verano. Suponía un contratiempo igual de duro que el invierno pero en el extremo opuesto: todo se secaba, todo crujía bajo nuestros pies, eran miles de lamentos que el peso de nuestras pisadas provocaba al romper los débiles tallos secos de la hierba, toda clase de insectos se adueñaba del ambiente. Son pretextos, pero todos tenemos derecho a la existencia: las flores de la jara se caían y toda la maravilla del manto luminoso desaparecía en la sierra dando paso a un aspecto grisáceo y oscuro. La parte más bella de la vida se apagaba en verano. La mayoría del ganado era transportado a los agostaderos, tierra de rastrojos y barbechos aun aprovechables por el ganado, cercanos al pueblo, en donde pasaba el verano. El traslado se efectuaba a pie por los cordeles, en los cuales había espacios libres en los que los animales podían pastar y proseguir el camino. Las fechas solían ser siempre finales de mayo o principios de junio y en la finca sólo quedaban los cabreros, el guarda, algunos yunteros y medieros y el casero. Aunque parecía que todo quedaba abandonado y seco, en la finca –tras la Casa Grande- había manantiales que nunca se secaban. La casa estaba rodeada de enormes eucaliptos y, en la parte de atrás, tenía un jardín enrejado y con grandes arreates cuajados de toda clase de flores. Incluso se aprovechaba, la casa, del frescor de un estanque lleno de multitud de peces. Los grandes eucaliptos la dotaban de abundante sombra por la que se paseaban patos y los maravillosos pavos reales con sus extraordinarias colas desplegadas que proporcionaban un deslumbrante espectáculo de colores. En estas fincas grandes, además de abundantes charcas, solía haber manantiales naturales y oasis de toda clase de árboles frutales. Las sierras circundantes servían de protección natural contra los malos aires y para atenuar tanto las altas como las bajas temperaturas. En verano las majadas de las grandes fincas de sierra quedan vacías o semivacías. Llega el día de la partida hacia los agostaderos y los rebaños emprenden el camino. Las burras, único medio de transporte en aquellos tiempos, eran cargadas al 16


máximo de sus fuerzas -quizás en demasía- aunque sólo llevaban la carga, pues los pastores iban andando. ―La carga‖, como se la llamaba, consistía en lo básico para facilitar la subsistencia: las aguaderas iban llenas con los utensilios necesarios en la cocina caldero, cuenca, barriles...- y algunas gallinas. Es el día de la salida y esta comienza con la llegada del amanecer, en cuanto el ganado puede caminar, pues hay que aprovechar ―la fresca‖. Los mansos abren la marcha. Llevan colgados al cuello los grandes campanos cogidos con tiras de cuero y son carneros capados sin cortes en los testículos sino que la operación consistía en que, a mano, se torcían los nervios de los testículos hasta inutilizarlos y, con ello, dejar a los carneros impotentes para procrear. El que esto narra presenció varias veces tal operación aunque, para su suerte, nunca aprendió a realizarla. Al recordar aquellas escenas viene a su mente la imagen de los ojos de los animales, en donde leía la resignación y que parecían decir: ―¿qué consigo con gritar por el dolor si yo sé que este hecho será consumado? Que alguien me diga qué puedo hacer para evitar este destino‖ Había y hay aun quien piensa que el tamaño de los grandes campanos que portaban los mansos se debía a la vanidad de los pastores por presumir de que sus carneros y sus campanos eran los mejores y algo de esto había pero la realidad está en que todos los animales domésticos organizados en rebaños se acostumbran desde pequeños a orientarse por el sonido de las campanillas para seguir la formación de la manada. Cuando un rebaño se ponía en marcha por el cordel las hileras se alargaban y la distancia entre las cabeza y la cola del rebaño era grande y aun más cuando se atravesaban enormes hondonadas. Sólo estos grandes campanos podían llevar su sonido a distancia para que el ganado más rezagado pudiera oírlo sin dificultad. El ganado proseguía su lento caminar y el sol comenzaba a calentar las pezuñas del ganado, que levantaba polvo hasta formar una especie de nube que dificultaba la respiración, por lo que algunos pastores se tapaban la boca con sus pañuelos. Las botas terminaban por causar desholladuras en los pies pero todo debía seguir hasta llegar al lugar de destino en donde esperaba el descanso en un pequeño chozo pues los grandes no se podían transportar. Como no había tiempo ni lugar en ellos para hacer camas en alto, éstas se hacían de rastrojo: cuanto más rastrojo se amontonara, más mullidas y cómodas resultarían. En la finca seguían las labores de siega. La siega, la trilla, la limpia... eran duras tareas, necesarias para la obtención del grano. La hoz, al segar, partía los tallos. Lo fundamental era el grano pero también se aprovechaba la paja para el alimento del ganado. El grano se molía. Miles, millones de gérmenes de vida eran triturados: ellos nos proporcionarían nueva vida. Las duras faenas de la recolección de las mieses no sólo endurecían los músculos de los campesinos: también tensaba las conciencias, arrugaba las manos y envejecía el cuerpo, acortando la vida.

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Poco tiempo quedaba para la reflexión. El hombre era reducido a su estado más primitivo pero, como individuo inteligente, cuando su mente cobra lucidez y repasa su situación, comienza a buscar su superación. Busca una salida al mundo en que vive, un mundo creado por unos pocos. Los cabreros también se quedaban en la finca. Eran los que cuidaban de la majada. Los día de calor eran tan aburridos como los demás y sólo tenían como evasión aquel día en que, de quincena en quincena, bajaban al pueblo y con la presencia de la familia y los amigos su mundo se ampliaba. El rato en la taberna, el vasito de vino y la charla con las amistades... Pero al día siguiente había que coger la burra y, otra vez, volver al campo por el largo camino solitario y polvoriento, otra vez a su reducido mundo. Los agostaderos se acababan y las ovejas eran llevadas a las viña. Estas duraban poco pero en ellas se daban las fechas más complicadas para los pastores pues llegaban las parideras. En los grandes rebaños había días en que nacían de diez a quince corderos. La etapa fuerte duraba de mes a mes y medio y en ella nacían la mayoría de los corderos. Algunos no sobrevivían, dependiendo de las condiciones en que se encontrara el rebaño. Había ovejas que, al parir, rehusaban a sus corderos y a estas había que estacarlas, operación que consistía en atarlas de la mano izquierda y de la pata derecha a una estaca clavada en el suelo para inmovilizarlas. Así se las mantenía hasta que aceptaban al cordero que habían rechazado al nacer, es decir, a su hijo. Con las madres que perdían el suyo al nacer se hacía lo mismo que con las anteriores: se las ataba pero esta vez a un cordero que, previamente, se le había asignado, con la diferencia de que no era el suyo y por lo tanto había que confundir y engañar a la oveja, para lo cual se vestía al borrego asignado con la piel del que había perdido y con ello se mezclaban los olores y acababa por aceptar al nuevo hijo. Este proceso se llamaba ―doblar‖ pues, a partir de ese momento, el cordero elegido no tendría una sino dos madres. Toda imposición en contra de la voluntad de otro ser es tiranía y conlleva un sacrificio. Todo ser sometido a un acto de imposición en contra de su voluntad no sólo sufrirá un dolor físico sino también un dolor moral que anula la voluntad al implicar crueldad. Toda relación entre seres de diferente especie viene impuesta por las leyes de la Naturaleza, leyes de supervivencia merced a las cuales unos necesitan de otros. Pero la especie civilizada debe saber qué sacrificios, por duros que sean, son necesarios y cuáles no. En estas relaciones debe tenerse en cuenta la relación entre sacrificios y beneficios, cuál es el grado de compensación. Pero el hombre, a veces, realiza sacrificios sin que el beneficio sea su motivación, sino por las exigencias impuestas por una sociedad poco respetuosa con el orden natural de las cosas. Si todos llevamos un tirano dentro hemos de dominarlo para que no nos domine y nos vuelva crueles.

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III Tres años han pasado desde que Pablo y su familia llegaron a la ―Finca Grande‖ Juan cumple seis años y ya ha empezado a ocupar un puesto como temporero: su tarea es la de cuidar de los carneros. También la familia ha aumentado pues Juan ya tiene un hermano. Se llama Julio. Los cabreros ya no serán Pedro y Jacinto sino que ahora han sido reemplazados por Antonio y Emilio. El primer día que Juan salió con los carneros lo hizo acompañado por su padre para enseñarle el camino a donde los carneros debían ir todos los días a pastar. El lugar era una hondonada: sólo las paredes que la bordeaban y el cielo. Un día y otro... ¿Cómo pasaba Juan los días? ¿Cómo transcurrían las horas en semejante soledad? Cuando pasaban las nubes se imaginaba cabalgando sobre sus lomos y ellas le transportaban a recorrer un mundo sospechado que nunca había visto. En su desconocimiento consideraba que su pueblo era grande pero en estos recorridos ensoñados pasaba por ciudades enormes llenas de gente, en donde los hijos de los poderosos estudiaban todo tipo de materias tales como las leyes o la medicina, con la que accedían al conocimiento necesario para la curación de las enfermedades, o la ingeniería, que les permitiría construir carreteras y puentes. Cuando Juan volvía de sus fantasías se sentaba sobre una peña y pasaba sobre ella la mano como si la acariciara. Con pequeños guijarros se construía sus propios rebaños y así pasaba las horas procurando, eso sí, no perder de vista el ganado cuyo cuidado se le había asignado. Al día siguiente volvía a reanudar el entretenimiento. La ilusión es el sentimiento que nos mantiene apegados a la vida, la ilusión y el deseo de proseguir en el día siguiente la tarea que no hemos terminado en éste. La mente humana crea sentimientos a manera de alimentos que necesitamos para sobrevivir cada día. Un trueno, sacándolo de sus ensueños, le hizo volver a la cruda realidad. La tormenta se acercaba y se apresuró a sacar los carneros de la hondonada para llevarlos a la majada. Los animales, ante los aguaceros, buscan refugio de manera instintiva entre los matorrales, las peñas o cualquier sitio en que se puedan sentir protegidos. Si no se les obliga a caminar se detienen y se hacen una piña. Si esto sucede puede resultar peligroso pues es complicado deshacer la piña si continúa lloviendo. A Juan todavía no le había sucedido verse en tal caso y pensando que en aquel momento le podía suceder se apresuró a ponerlos en marcha antes de que ocurriera, pues si anocheciera no andarían más ni aunque ya hubiera dejado de llover. Así que los puso en marcha de forma apresurada y los animales, con total obediencia, comenzaron su cabalgada y la prosiguieron sin detenerse un solo momento.

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Los animales, aun siendo irracionales, nos entienden por instinto. Y no sólo eso sino que parecen confiar en nuestra inteligencia y en nuestras decisiones aunque, a veces, los decepcionemos. Juan pensaba que para salir de la hondonada tenía que cruzar un tramo de encinar con matorral. Los relámpagos seguían y arreciaba la lluvia. Había visto, en otras ocasiones, encinas víctimas de los rayos pero si huías de una sólo conseguías meterte en otra, por lo cual sólo existía una salida: seguir hacia delante sin hacer caso de lo que podía ser irremediable. Juan y los carneros cruzaron el encinar ya empapados en agua, pero eso forma parte del oficio. Francisco y su esposa, Juana, charlaban sobre la delicada situación económica por la que atravesaban. Ya tenían dos hijas y cada vez se les presentaban más necesidades. Pero el sueldo seguía siendo el mismo, inamovible. Y no sólo necesitaban más para los alimentos sino también para vestir y calzar. Las niñas se hacían mayores y protestaban con razón. Ellas veían a los niños de los demás con buenos ropajes y los comparaban con sus pobres atuendos. Se hacían mayores y no entendían tanta diferencia. Sus vestidos eran de tela barata y confeccionados por su propia madre y usaban calzado de baja calidad que había que aguantar aunque tuvieran agujeros. No tenían abrigos para el invierno. El pueblo estaba muy lejos y, además, lo que había en él era muy caro para su bolsillo. Era mucha la escasez de todo. También se quejaban de las pocas relaciones con otros niños y niñas de los otros chozos de la finca. --Hijas... –les prometía su padre--: vuestra madre os llevará a visitar a otras madres para que podáis jugar con sus hijos. Era un reducido mundo en el que comenzaba a desarrollarse cierta convivencia entre las criaturas que trataban de buscar el camino de la felicidad. Camino en el que había tanto flores como espinas pero ellos, en aquel momento, pertenecían al mundo de la inocencia. Sus vidas todavía no habían cruzado ningún turbio torrente. No habían alcanzado el Fruto del Mal. Sus juegos eran la imitación de la vida real de los mayores. En ellos las ovejas eran pequeños guijarros y piedras, los chozos eran de palitos y de pasto y todos los animales estaban, de una manera o de otra, representados en miniatura. El mundo de los mayores en miniatura... Un mundo aun sin triunfos pero todavía sin tragedias. La Guerra pasada se alejaba en el tiempo pero los estragos causados aún eran visibles para la mayor parte de los habitantes del país. Hacía varios años que la Guerra había terminado pero, para muchos, aún subsistía el hambre y la situación seguía siendo la misma o parecida que al final de aquella. Había una situación de paro muy extendida y aquellos que tenían la suerte de tener un puesto de trabajo lo mantenían a cambio de salarios de auténtica miseria y explotación.

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El descontento aumentaba y si este no se canaliza no produce ninguna energía, ninguna fuerza para cambiar situación alguna. Algo había que hacer pero la Guerra Mundial había arrasado parte de Europa y, en teoría, los vencedores iban a ser enemigos de los vencedores de la Guerra Civil pero no tardaríamos en comprender la cruda realidad de que ésto nunca llegaría a ser así. ―Tenemos que organizarnos para luchar por algo mejor‖, decían los medieros. Aquel año la cosecha había sido mala y muy particularmente para los medieros de la otra parte de la Finca. Estos vivían con sus familias en unas casillas de una solo habitación y de manera muy pobre y precaria. También en la otra parte de la Finca vivían los leñadores, hombres fortalecidos por el pesado trabajo que desarrollaban de sol a sol con sus no menos pesadas herramientas -hachas y similares- sin protección alguna. Es su gran experiencia lo que les permite realizar tan peligroso trabajo sin padecer graves accidentes. Cortar leña con un hacha era un trabajo duro y, como todos en el campo, mal pagado. De aquella leña se hacía picón, otra actividad que sólo alcanzaba para sobrevivir de forma precaria pues muchos días, para tirar adelante, tenían que recurrir a los cardillos -alimento poco sólido- y había días en los que, con suerte, se cobraba alguna pieza de caza. En aquellos tiempos la leña de la sierra, particularmente la jara, proporcionaba algún medio de vida a familias que no tenían otros a su alcance para sobrevivir y, como la mayoría de los trabajos del campo, eran faenas tremendamente sacrificadas. Había que ir a la sierra a por la leña, a varias leguas del pueblo, en burros o en mulas y esto implicaba echarse a los caminos a medianoche para llegar al lugar idóneo al clarear el día y, en las madrugadas, servían de punto de referencia a los pastores, a los que sacaban de su breve sueño. Juan preguntaba a su padre quiénes eran aquellos hombres --Jareros --le contestaba--: jareros que vienen a la sierra a por jara para llevarlas a las tahonas, en donde se las compran para usarlas en los hornos de pan. Julio, el pequeño, había despertado y Petra se apresuraba a darle el pecho. La madrugada era fría y desapacible y había comenzado a caer una lluvia fina y pertinaz. Aquellos hombres se mojarían pero había que hacer la carga pues en el pueblo las mujeres y los niños esperaban y si no llevaban la jara apalabrada poco habría en casa para comer aquel día. Al llegar al lugar elegido el jarero coge una mata y tira para arrancarla como se arranca al hijo de los brazos de la madre. Una mata y otra y otra hasta amontonar un haz y otro y otro. Juntos significan la vida para sus hijos... Seguía lloviendo. Las cargas estaban preparadas para ponerlas a lomos de los animales y esto había de hacerse de forma segura pues no se podía correr el riesgo de que cayeran por el camino.

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Empieza el desfile, un animal tira del que le sigue. Bajan la cabeza y siguen la marcha. Los animales cargados y los hombres a pie. --Pobre gente --comentaba Pablo refiriéndose a los jareros--, noche y día caminando bajo la lluvia, el viento o el sol y todo para llevar una vida miserable. Tienen razón Antonio y los demás cuando dicen que tenemos que hacer algo para mejorar todo esto. --Tiene que ser posible otro mundo --prosigue--: un mundo mejor. Todo ser tiene derecho a momentos de felicidad pues, si así no fuera, ¿para qué vivir? Se puede cambiar el mundo. Si hay hombres que lo hacen malo también debe haberlos que lo hagan bueno. Pablo enciende la lumbre y el candil de aceite. Se pone a cortar las migas en rebanadas finas de pan que van cayendo a la cuenca de madera, una cuenca hecha a mano por él mismo. Tiene una gran habilidad para hacerlas, las cuencas. Para ello se usaba un tronco de encina y se precisaba una enorme paciencia para ir rebajando desde el centro del tronco. En el caso de Pablo no aprendió de su padre, como solía suceder, sino que él mismo desarrolló la habilidad que llegó a tener. Comenzaba el día y cada uno se dirigía a ocupar su lugar. De tal manera pasaban los años pero la miseria no se alejaba: persistía como un molesto parásito que sigue chupando de la débil economía de los trabajadores como un molesto y feroz acompañante que no suelta su presa. Un nuevo fenómeno ha hecho su aparición, nuevo pero tan viejo como la Humanidad: la emigración. Los nombres de Alemania, Francia Suiza --y otros de regiones de España—se repiten constantemente en las conversaciones tanto en el tajo como en el asueto de las tabernas. Se abren horizontes desconocidos que suscitan ilusiones, temores y esperanzas. El deseo de huir de la miseria, la esperanza para muchas familias de mejorar sus vidas. Pero ¿dónde están esos países y qué gentes los habitan? ¿Cómo llegar hasta ellos y qué mundo será el que allí nos vamos a encontrar? Esperanza pero también temor a lo desconocido. La pena de tener que abandonar el lugar en que has nacido... Aunque todos habitamos el mismo Planeta cada uno tenemos un punto de partida desde el que nos encaminamos hacia nuestro Destino pero si nos olvidamos de dónde venimos podremos perdernos en el espacio y terminar por no saber quiénes somos. Todo debe tener un principio y un fin. Pasamos del sentimiento de núcleo familiar al sentimiento de masa y en esta se diluye la raíz de nuestra sangre. Son eslabones que dan forma a la cadena humana. Si las cadenas son de hierro nos perjudicarán pero si son de sentimientos nobles servirán para reafirmar nuestro futuro y nuestro bienestar. Todos somos extraños los unos para los otros. La mayoría de las veces los sentimientos que brotan son egoístas. El único sentimiento que se impone es el de acaparar bienes a costa de lo que sea. Sólo nos guía un afán: tener y tener. 22


Hay quien se pasa una vida sólo dedicada al ansia de poseer, trabajando horas y horas y haciéndose viejos sin paladear la vida. Su vida es un río de lágrimas y sólo abandonan su mundo para ir a medrar al mundo de los demás. Y cuando no lo consiguen se quedan en su mundo provisional, un mundo de nadie con madres sin hijos e hijos sin padres. En la ―Finca Grande‖, como en todas partes, soplan vientos frescos de aventuras, vientos llenos de esperanzas. Pablo presentía que en muchas casas algo o todo iba a cambiar. Los jóvenes, hartos de aguantar tanta injusticia, buscarían nuevos horizontes. Miró a sus hijos... De momento no tenía de qué preocuparse, pues eran aún muy pequeños. En el campo todo seguía como siempre. Llegó la Navidad y los pastores se reunieron para pasar la Nochebuena todos juntos en el chozo del Mayoral, el chozo más grande. En esos días de fiesta se hacía caldereta para todos, un plato típico de los pastores hecho a partir de la carne de cordero o de cabrito aderezada con una salsa en la que incluían parte de hígado triturado y refrito con pimentón, guindilla y masa de pan. La fiesta se pasaba cantando y bebiendo hasta la madrugada sin dejar espacio para el cansancio y los más jóvenes solían hacer visitas a las otras majadas, organizando su jolgorio y alboroto de chozo en chozo. Eran las fiestas y se trataba de dar salida a tantas horas de aislamiento y soledad de la mayoría de los hombres del campo. Durante el año solían vivir de dos en dos y alguno que otro vivía solo. Horas, días y un mes tras otro... El hombre es uno de los pocos seres de la Naturaleza capaz de vivir en soledad largos periodos de tiempo. Todo ser siente temor y miedo pero la mente del ser humano es capaz de superar todos los temores. Todo ser huye, por instinto, de la soledad y la mayoría de las especies se agrupan en manadas y en tribus. Pero hay excepciones y en algunas razas la convivencia sólo se concibe en parejas y es en estos casos en donde se da la circunstancia de que la unión es más segura y estable, con un acentuado sentido de la fidelidad pues, una vez que se aparean, jamás se separan. Son los amantes más sinceros y ni él ni ella se plantean siquiera el cambio de pareja, pareja que sólo se rompe con la desaparición de alguno de los integrantes. El grupo de jóvenes va de chozo en chozo sin olvidar su bota de vino y su pieza de chorizo y, al llegar al chozo visitado, saludan a todos los presentes con sus cánticos navideños y la concurrencia los reciben con los brazos abiertos sumándose a sus canciones y su alegría. Se les invita a pasar ofreciendo las propias viandas. La noche es fría y la helada que está cayendo pugna por colarse por cualquier rendija del humilde chozo pero el vinillo y la caldereta ayudan a todos los presentes a soportar la intemperancia de la noche. A lo lejos el aullido del lobo siembra cierto temor en el ambiente pero nada les arredra en la atmósfera cálida de esa Noche de Navidad.

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Un cielo limpio de nubes deja a la vista millones de estrellas que parecen brillar con más luz que otras noches. ¡Cuántos misterios guarda este cielo! ¡Cuántos datos desconocidos nos podría transmitir! El sonido de las campanillas livianas de las cabras rompe, por un momento, el embrujo que envuelve a los que están de fiesta: algún perro se habrá acercado asustando a los animales. El ladrido de uno de los mastines que están a su cuidado lo confirma y todo vuelve a la calma. Dentro del chozo se reinicia la juerga y el nuevo día les sorprende aún en medio de la euforia festiva. Pudiera haberles sabido a poco pero los animales necesitan alimento y cuido todos y cada uno de los día del año por lo que hay que salir, aunque la faena sea la imprescindible para que nada les falte. El suelo amanece blanco: la helada ha sido muy grande y lo habrá endurecido, por lo que los animales tendrían dificultades para comer sólo la perjudicada hierba. A veces los hechos nos llevan a conclusiones, quizás, exageradas. Conclusiones tales como que la atmósfera y la Tierra se odian. Pero donde hay amor no se conciben las agresiones. Llega la primavera, las heladas van desapareciendo y, poco a poco, la Naturaleza entera se inunda de amor. Toda la tierra y las plantas se visten de gala. El amor llama a sus puertas y todos los seres se contagian de esta gran explosión que todo lo envuelve. La Naturaleza, como cuerpo vivo, cambia su fisonomía y esto hace que millones y millones de nuevas vidas pidan su entrada en el mundo de los seres animados. Todas las criaturas entonan un canto de amor. Y llega el esquileo. Ejércitos de hombres armados de tijeras surcan todos los caminos: su misión es despojar a las ovejas de su lana. No todo el mundo puede ser esquilador. La esquila es un arte al que se llega por medio de un exclusivo y rígido aprendizaje. Cada esquilador, según su pericia, puede esquilar un número variable de ovejas cada día, lo cual fijará su jornal y los hay que llevan su virtuosismo al punto de hacer verdaderas filigranas dibujadas, según el corte, en los lomos de los animales. Estos serán los encargados de esquilar a los mansos. Atrás quedaron los años cuarenta y estamos ya instalados en la mitad de los cincuenta. Juan ya no es un niño, es casi un hombre. Se ha convertido en un joven alto como su padre y, al igual que éste, bien parecido. El hacerse mayor acarrea la consecuencia de pasar de una etapa de la vida a otra totalmente diferente, pasar de la etapa en que todo se lo dan totalmente planificado por sus mayores a otra en la que debe ser él quien tome la mayoría de las iniciativas y de las decisiones. Deberá asumir sus propias responsabilidades y participar de las preocupaciones colectivas. Se le presentarán nuevos retos, nuevos deseos y experimentará una nueva serie de sentimientos. Entre estos últimos el más maravilloso, el amor que hace acto en la mente de la persona provocándole desconcierto y temor como todo aquello que le es desconocido. 24


Todo ello seguido de una nueva inquietud y de una inclinación hacia el otro sexo, hacia las jóvenes de su tiempo y su entorno. Y su primer descubrimiento fue una de las hijas del Guarda, Isabel, una joven bien formada, rubia y de ojos claros. Entre las demás ella será la elegida de su corazón y ahora descubre lo más difícil: cómo darle a conocer sus sentimientos. La familia González había aumentado en otros dos miembros más, dos niñas: Petra y Josefa. Las familias aumentaban pero las condiciones de los trabajadores poco habían avanzado y continuaban con malos sueldos y merma de los derechos sociales que los trabajadores de otros países habían conquistado ya muchos años antes. La emigración se lleva a miles de hombres a otros países y a otras regiones dentro de la propia España. La maquinaria va siendo incorporada a las faenas del campo, en especial a la siega. Pero los auténticos beneficiados vuelven a ser los mismos de siempre, los poderosos, pues la inclusión de la maquinaria conlleva la eliminación de mano de obra. Lo que debería ser herramienta que liberara al trabajador de lo más duro de la faena se convierte en medio para dejar sin trabajo a muchos de ellos. Esto sólo deriva en un resultado: menos trabajadores y más duro el trabajo para aquellos que quedan. En la ganadería comienza a implantarse el uso indiscriminado de cercas y esto contribuye a eliminar más puestos de trabajo. El campo se va despoblando poco a poco y los trabajadores comprenden, al fin, que han de organizarse y plantear la lucha en defensa de sus derechos. ―En las capitales surgen las primeras manifestaciones y las primeras huelgas. La gente va perdiendo el miedo y ya sabe que nada se puede hacer ni conseguir sin lucha‖. Estas son las palabras y los planteamientos de Juan que no dejan de sorprender a los asistentes a las periódicas reuniones de los trabajadores de la ―Finca Grande‖. Les comunicaba que las nuevas generaciones ya empezaban a irrumpir en la sociedad para imponer su criterio renovador y enfrentarse a los problemas laborales existentes. Su juventud les hacía fuertes y activos, dispuestos a enfrentarse a sus enemigos sin ningún miedo y libres de las trabas que habían amordazado y maniatado a generaciones anteriores. Su ímpetu sería la fuerza que les llevaría a la lucha por un mundo y una sociedad más justos y más libres. La fuerza de la juventud es lo que les empuja hacia delante por un campo lleno de ilusiones y hacia el descubrimiento de un mundo en el que hay que cambiar todo lo malo y reinventarlo, si necesario fuera, para hacer de él un sitio habitable. Todas las generaciones traen aires de cambio y de renovación. Vienen con sus propias ideas e incorporan sus nuevas reglas y tienen todo el derecho a crear su propio mundo, pues son ellos los que lo van a habitar. Pero la lucha será dura y el resultado incierto ante el poderío secular del enemigo.

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IV ―Todos los que trabajamos en los campos debemos crear Organizaciones que defiendan nuestros intereses. Organizaciones en las que nosotros decidamos y podamos dirigir nuestro propio destino‖ Estas palabras de Juan sorprendían a sus compañeros pues, a pesar de su juventud, demostraba tener las ideas muy claras e iniciativa para la lucha. Juan prosiguió: --Tenemos que formar parte de las Organizaciones que ya se están creando en los pueblos. Pablo contestó a su hijo: --Tienes que tener cuidado pues todo lo que tratas de hacer y nos propones va contra los intereses del Régimen y es, por lo tanto, peligroso. Ellos no van a permitir ninguna Organización que camine al margen de la suya. Terminaba el invierno y ahora tocaba trasladar las majadas a los barbechos. La mudanza se llevaba a cabo moviendo, en primer lugar, los chozos a sus nuevos emplazamientos y, a veces, era necesario trasladarlos a cientos de metros de distancia desde el lugar en que se encontraban hasta su nuevo destino. El transporte se hacía a hombros de todos los trabajadores de la Finca y, si era necesario, se pedía ayuda a los de las fincas colindantes. Había chozos de gran volumen por lo cual se necesitaba un elevado número de hombres -que podía pasar de la decena- para trasladarlos. Era la primera vez que Juan, ya con categoría de adulto, participaba en una de estas mudanzas. Los hombres entraban dentro del chozo e iban colocándose alrededor del perímetro del mismo, al que agarraban con las manos por la parte más baja y, a la voz del que dirigía la operación, todos los hombres debían elevarlo y situárselo sobre los hombros. La operación debía efectuarse con toda precisión actuando todos los hombres al unísono al escuchar la voz de mando pues se corría el peligro de que el chozo se inclinara hacia un lado u otro y acabara cayendo, con lo que se consumaría su destrucción. En la marcha todos debían llevar el mismo paso y si alguno lo cambiaba debía salirse de la formación para que los demás recobraran la calma y el ritmo de la marcha. Al llegar a la nueva ubicación la operación era la contraria de la de la carga: a la voz del que mandaba el chozo era bajado por todos al mismo tiempo y depositado en el sitio previamente escogido. Terminado el trabajo el dueño del chozo agradecía la ayuda prestada compartiendo con los hombres una botella de aguardiente, cosa que no hacía sino contribuir a su relajación. Leves sonrisas de satisfacción se reflejaban en los rústicos rostros y en las curtidas mejillas surcadas de arrugas que dejaban los años y las inclemencias del tiempo. Se miraban satisfechos por la misión cumplida y por unos instantes se olvidaban de la dura vida que les había tocado sufrir. Pero había que dar paso, aunque fuera por 26


breves momentos, a las bromas y al desahogo. Había que hacer un esfuerzo para introducir en la oscuridad un rayo de luz, crear un pequeño oasis en el desierto para, por un momento, saciar la sed de felicidad. Ellos, los hombres del campo, son el primer eslabón de la subsistencia humana y por sus manos pasan la mayoría de los productos que componen la base de nuestra alimentación. Bebieron otra copa y se despidieron. El deber les llama: el ganado ha de comer y la tierra necesita ser labrada a tiempo. El campesino y la tierra se abrazan, se necesitan. El campesino coge un puñado de tierra y la acaricia como si fuera la suave mano de la madre o como se toma la sedosa piel de la amada. Sus expertas manos, al entrar en contacto con la tierra, distinguen la materia buena de la inapropiada. El campesino ama, por naturaleza, a la tierra pero ésta no deja de ser una amante caprichosa y díscola que da continuos disgustos a aquellos que la trabajan. Juan entra en el espacio que su mente destina al amor. Piensa que es maravilloso enamorarse. Siente algo nuevo, algo que antes no conocía: se ha enamorado de Isabel, la hija del Guarda, y ahora aparecen los planes de futuro para ambos. ―No -se dice en voz alta-, todavía es pronto para pensar en el futuro: aún somos demasiado jóvenes para pensar en cosas tan serias‖ Eran sus primeras relaciones y surgían dudas y preguntas acerca de la naturaleza de éstas. A partir del inicio serio de las relaciones todo sería ya sólo cosa de dos. Se conocían desde niños -pues se habían criado en la misma finca- pero cuando se entra en el terreno de la convivencia entre hombre y mujer la responsabilidad deja de lado la amistad puesto que se trata de construir un mundo nuevo en el que los dos serán los principales protagonistas, los dos harán las mismas cosas y se convertirán en uno solo. Juan, al llegar cerca de Isabel, se detuvo y la miró y se dijo: ―Es muy guapa. Desde ahora mi deseo es que algún día se convierta en mi mujer, pues creo que me he enamorado de ella‖ Isabel lo miraba y una burlona sonrisa se dibujaba en su bello rostro observando el estado de desconcierto y atribulación que reflejaba el rostro de Juan al mirarla a su vez. La joven creía estar segura de que Juan sentía por ella lo mismo que ella empezaba a sentir por él. Juan trataba de controlar los nervios que la presencia de Isabel le producían. Por fin balbuceó unas palabras: --Isabel: ¿quieres que demos un paseo? --Bueno... –respondió ella, también un poco turbada Era lógico el nerviosismo de ambos jóvenes al comprobar, cada uno de ellos, la atracción del otro. 27


Comenzaron a pasear por el verde campo. En principio un poco distantes pero aproximándose después hasta que sus cuerpos se rozaron y sus manos se buscaron entrelazando sus dedos. Una corriente de emociones nuevas para ellos comenzó a fluir a través de sus roces, emociones todas cargadas de un intenso placer que les transportaba por espacios en los que sólo había felicidad. El tiempo se detiene sin que ninguno de los dos advierta siquiera su existencia. Una hora, dos, veinte..., da igual. Siguieron flotando en su limbo particular, en un mundo lleno de otros mundos: el mundo de las aves, el de los insectos, el de las plantas... cada uno con todas sus diversidades. Emilio, el cabrero, estaba de malhumor pues acababa de tener un enfrentamiento con el hijo mayor del patrón, Pedro, que le acusaba de no cumplir con su trabajo. Al oír tales acusaciones Emilio montó en cólera: --¿Cómo que no cumplo con mi trabajo si le dedico a él veinticuatro horas al día? ¿Cuántas horas le dedicas tú al tuyo? Pedro le cortó de mala forma, instándole a que le tratara de Vd.: --Porque soy el hijo del amo --añadió. Emilio le miró con rabia: --¿Qué amo? Yo no tengo amo. La discusión comenzó a subir de tono. Los hombres, como tales hombres, son iguales pero una sociedad injusta ha impuesto unas reglas por las cuales existen diferencias ante las leyes, diferencias que dan ventajas al señorito. Pero, de hombre a hombre, las ventajas ya se verían después con el resultado de la contienda aunque, de salida, la ventaja era del señorito ya que -en aquel momento- el único arma que portaba Emilio era su garrote de trabajo mientras que el señorito tenía a su disposición la escopeta de caza. Los dos se miraron con odio y desprecio. Dos conceptos de vida antagónicos, dos mundos diferentes, se enfrentaban en una lucha que algún día acabaría por no tener sentido. Pero aquel era el momento del duelo entre los dos: el destino sería el que decidiría su suerte pues ambos estaban decididos a llegar a las máximas consecuencias. --¡Alto! --la voz de Francisco, el Guarda, los detuvo en el instante en que se disponían a abalanzarse el uno sobre el otro. La tragedia planeó por un momento sobre las cabezas de aquellos dos hombres pero el Destino puso al Guarda en el lugar y en el momento más oportuno cambiando el curso de los acontecimientos y la suerte de los contendientes, pues uno de los dos hubiera acabado mal en aquel duelo: Emilio no sólo portaba su garrote sino que había sacado una enorme navaja de la faltriquera de su chaqueta y con ella podía haber atravesado a su enemigo que, a su vez, portaba su escopeta con la que podía haber destrozado a Emilio. La vida es lo más hermoso y lo más importante para todo ser vivo. Sólo tenemos una vida y, sin embargo, en algún momento de su transcurrir, cruza por nuestra mente 28


un rayo de locura nublando nuestra lucidez y, empujados por una violenta fuerza, somos lanzados a nuestro propio final olvidándonos de lo que vamos a perder. ¿Cuál es la causa que produce tal sentimiento de odio para llevarnos hasta ese extremo? El Guarda trató de calmar los ánimos pues la tragedia que acababa de evitar hubiera tenido graves consecuencias. En primer lugar uno de los dos, o los dos, hubiera resultado con lesiones graves o, incluso, con fallecimiento y, en cualquier caso, hubiera sido terrible tanto para ellos como para sus familiares. Una vez que los dos se calmaron un poco el señorito, señalando al cabrero, le dijo: --Ahora mismo coge tus cosas y te vas de la finca. --Don Pedro --intermedió el Guarda--: esa decisión le corresponde tomarla a su señor padre. --Ahora mando yo --le interrumpió el señorito--. Si lo veo un día más por aquí, le pego un tiro. --No te preocupes --intervino el cabrero--. No hace falta que nadie me eche, ya me voy yo solo. Porque si sigo aquí va a suceder alguna desgracia y yo no te tengo miedo. Ni a ti ni a tu escopeta. Los dos hombres se miraban con encono. Es como si la Historia hubiera cargado sobre sus hombros el odio de siglos, el odio de una clase social sobre la otra. Juan e Isabel ya se habían confesado su amor y aquella tarde, como todas últimamente, Juan pasó por donde vivía Isabel. Al salir ella Juan quiso abrazarla y besarla. --Eso será cuando nos casemos -se lo impidió Isabel, con dulzura. --Pero si aquí no nos ve nadie... Pero la muchacha se mantuvo inflexible. Mientras paseaban medían sus planes de futuro aun sabiendo que el futuro traería lo que los designios del Destino les tuvieran reservado o, tal vez, sus planes nunca se hicieran realidad. Las faenas del campo seguían su curso normal. Pablo estaba un tanto disgustado pues las zorras se habían llevado la noche pasada varias gallinas. Aunque éstas se subían a las encinas para dormir, no por ello las astutas zorras dejaban de darles alcance. Las gallinas, con sus huevos y sus carnes, contribuían al sustento de los campesinos y éstos no podían prescindir de ellas. Desde siempre el campo era un mundo en el que los diferentes protagonistas contendían por sus intereses, a menudo antagónicos. Es la ley de la Naturaleza, la ley sobre la que se ensambla la cadena de alimentación de los seres que habitan cada hogar. Las contradicciones que encontramos a cada paso no son otra cosa que el reflejo de la realidad existente en el medio en que vivimos, nos guste o no este medio.

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Parece injusto que unos tengan que perecer para que otros vivan. ¿Se puede corregir tal acontecer? No, por supuesto, pues iríamos en contra del normal desarrollo de las cosas de la Naturaleza. ¿Quién sobraría, si todos tienen derecho a subsistir? Emilio le contaba a Antonio la refriega que había tenido con el hijo del patrón --Después de que el Guarda nos separara -relataba Emilio- va el señorito y me dice que me fuera de aquí mañana mismo. Y eso haré: dejaré este trabajo mañana. Ya se lo comunicaré a Pablo para que vaya buscando otro cabrero. Más tarde, ya en presencia de Pablo, así lo hizo: --Lo siento, Pablo, pero me insultó y no me pude contener --trató de disculparse Emilio al principio de la reunión que el Guarda había convocado con motivo de la pelea. La reunión se estaba celebrando en el chozo de Pablo y éste tomó la palabra. Dirigiéndose a Emilio dijo: --Él te insultó pero tú tienes la lengua muy suelta y las manos muy ligeras. Esperemos que él o el amo no den cuenta a la Guardia Civil. Si lo hacen, vamos a tener problemas. En aquellos tiempos llevaba la razón quien la llevaba, aunque siempre caía del lado de los poderosos. --Además --terció el Guarda--: hemos podido tener una desgracia. Aunque, pensaban los asistentes, ellos ya la tenían con la clase de vida que se veían obligados a seguir. Los patrones se consideraban dueños y señores de todo lo existente y se creían con derecho a insultar y rebajar a los subordinados cada vez que les apetecía. --¿Hasta cuándo vamos a aguantar tanto atropello? Lo mejor es hacer la maleta y marcharse a buscar trabajo en el extranjero, en cualquier otra región o cualquier país. Con estas palabras Juan demostraba estar en la misma línea de pensamiento de miles de españoles, que no era otra que la de emigrar a donde quiera que fuera lejos de aquellas tierras ingratas. Su padre le respondió: --¿Tú crees que donde vayas vas a hacer lo que tú quieras? Allí donde esté, el trabajador siempre será discriminado y subvalorado. --Sí --opuso Juan--, pero en unos sitios lo estará más que en otros. Y aquí es donde peor estamos pues no disfrutamos de ninguno de nuestros derechos. El hijo fue rebatiendo uno a uno todos los argumentos del padre que, bien a su pesar, no dejaba de valorar la posición del hijo. Pablo volvió a tomar la palabra: --Tenemos que estar preparados por si estos tíos deciden dar parte a la Guardia Civil. Debemos prepararnos para que todos demos, en los posibles interrogatorios, la misma versión de los hechos. Habremos de tener cuidado en argumentar que todo lo sucedido fue cosa de la juventud y que Emilio estaba ―con un trago‖.

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Pobre defensa era el argumento del trago. Cada vez que había algún conflicto personal había que culpar al ―trago‖ pues, se decía, una persona bebida no sabía lo que hacía y, por lo tanto, no existía mala fe ni era cosa personal en contra del amo. Un borracho tenía disculpa porque no sabía medir el alcance de sus palabras ni de sus actos. De todo esto se lamentaban los asistentes pero Pablo siguió apelando a la calma y dando instrucciones para el caso de un interrogatorio. Emilio intervino, furioso: --Es curioso que, después de ser nosotros los ofendidos, tengamos que pedir perdón. Siempre nos toca perder a nosotros. El señorito es un chulo –agregó- y de buena gana le hubiera roto el garrote en las espaldas. --Bien -dijo Pablo, dando por terminada la reunión-, nos vamos a descansar. --Sí -apoyó Petra, la esposa de Pablo-: todo el mundo a la cama que ya está bien por hoy. --¿Qué pasa, padre? -preguntó Julio, el segundo hijo de Pablo. --Nada, hijo, nada -arguyó éste-. Todo el mundo a la cama, que mañana hay que madrugar como todos los días. Se dio por terminada la reunión y cada uno se dirigió a su chozo correspondiente. La noche estaba tranquila, como ajena a los problemas personales de cada uno. Problemas que, para algunos, no tenían porqué existir ya que era el que había motivado aquella discusión por motivos que no tenían causa aparente el que debía afrontar sus consecuencias personalmente. Pero eran causas con raíces muy profundas y cuyo origen formaba parte de la naturaleza de una sociedad desigual e injusta, una sociedad en la que los poderosos llevaban siempre la razón aun sin llevarla. Se presentaba una noche en calma en la que las estrellas parpadeaban como queriendo hacernos un guiño para pedirnos calma. Y el silencio de aquella noche nos invitaba a caer en brazos de un tranquilo y apacible sueño, tan merecido después de la larga y dura jornada de trabajo. A lo lejos se oía el croar de las ranas, posiblemente las ranas de la Charca Grande que servía de embalse al tener un pequeño dique que nos permitía embalsar bastante agua. En la mayoría de las tierras de sierra abundaban los manantiales que procedían de los flujos de la sierra. Así mismo eran numerosos los pozos, algunos de agua potable, sin los cuales la vida en estos campos hubiera sido aún más difícil, si cabe. Al día siguiente el Guarda discutía con su esposa acerca de la riña entre el cabrero y el hijo del patrón. --¿Cómo -decía ella- Emilio se ha metido con D. Pedro sabiendo que llevaría las de perder? Ellos son los que mandan... --No fue Emilio el que se metió con D. Pedro -aclaró su esposo- sino al revés.

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--Sí -insistió ella- pero ellos son los que mandan y nosotros, como siempre, a obedecer. El Guarda apretó los puños con rabia al oír hablar de esta manera a su esposa. --Son los que mandan -argumentó- porque nosotros queremos, porque –en el fondo- si supiéramos luchar por nuestros derechos nosotros seríamos los verdaderos amos. Con esto el Guarda dio por terminada la conversación acerca de un problema tan escabroso. En aquel momento llegaba su hija Isabel acompañada por Juan y la otra hija del Guarda, a la que habían encontrado por el camino. El matrimonio, las dos hijas y Juan se sentaron a las puertas del chozo, la vivienda familiar. La tarde iba hacia su declive. El sol se iba alejando y pronto abandonaría aquellos campos. La luz daba paso a la penumbra de la noche y todo acabaría por quedar a oscuras. Los misterios de la noche cobrarían vida y el mundo de los sueños se apoderaría de todas las criaturas de aquella tierras. Para algunos estos sueños serían buenos, malos para otros y terribles para otros cuantos. Juan volvió a la realidad y se acercó a Isabel todo cuanto las reglas le permitían. Amaba a Isabel y ya sabía que ella le correspondía. Justo y Andrés, los medieros, miraban al cielo midiendo su aspecto. --No me gusta la tormenta que se está formando por la parte de la sierra observó el primero-. La de ayer hizo mucho daño y la que se está formando hoy parece igual o peor. --Sí -admitió Andrés-: ya es lo que nos faltaba. El campesino, por lo general, sólo tenía una cosecha anual y una tormenta podía arruinarla en horas. Los medieros dependían en gran parte de lo que tenían sembrado en la Finca Grande, aunque tuvieran tierras cultivadas en otras propiedades más pequeñas. --La del año pasado fue mala y escasa -admitió Justo- pero, al menos, tuvimos tiempo de salvarla. La tormenta iba en aumento y los pastores se fueron acercando con el ganado a las majadas. Las mujeres, con los niños, se refugiaron en la Casa Grande, pues era la única habilitada con pararrayos. Se vieron los primeros relámpagos, sonaron los primeros truenos y, enseguida, comenzó a caer un aguacero espeso y pertinaz. Seguían los relámpagos y se escucharon los truenos cada vez más cercanos hasta situarse justo sobre la Finca Grande cuando, de pronto, otro ruido vino a sumarse al estruendo reinante: comenzaron a caer gruesos y numerosos granizos. El granizo siempre ha sido una amenaza para la economía de los campesinos, una amenaza para la agricultura pues sus consecuencias suelen ser catastróficas 32


causando grandes pérdidas a los agricultores y llegando, incluso, a arruinar por completo a alguna familia. La Naturaleza parece enfadarse y semeja descargar su ira sobre los pobres. ¿Es que acaso los pobres son sus exclusivos enemigos? No: lo que sucede es que al ser los más débiles son, al tiempo, los más desprotegidos de todos los habitantes de la Tierra. Hechos que se pueden considerar naturales, para ellos se convierten en catastróficos y trágicos. ¿Es culpa de ellos o de la Naturaleza? Ni de los unos ni de la otra. Simplemente es consecuencia de la situación creada por los propios seres humanos en la gestión de los recursos y de las relaciones sociales. La tormenta avanzó y se retiró dejando a su paso un enorme rastro de destrucción en el campo asolado por el granizo. Amaneció el día tras la tormenta. Justo, que no había podido conciliar el sueño en toda la noche, se levantó al despuntar el día y quedó paralizado al contemplar el alcance de la tragedia que se ofrecía ante sus aterrados ojos: gran parte del campo no era más que destrucción y desolación y las grandes cosechas que se esperaban para la temporada habían quedado arruinadas. Los campesinos comenzaron a recorrer los campos tratando de hacer una valoración de los daños dejados por la tormenta. En sus curtidos rostros se reflejaba el disgusto por lo sucedido. ¿Qué iban a hacer sus familias para poder comer durante todo el año? Julio, otro de los medieros, se llevaba las manos a la cabeza. ¿Podría haber consuelo para aquellas familias? Las desgracias se pueden ver desde fuera pero sólo se sienten y se sufren desde dentro. Después de comprobar y evaluar los destrozos ocasionados por el temporal Justo y Julio, junto con los otros medieros, acordaron tener una reunión en la que analizar en profundidad lo sucedido. Los campesinos, en casi todos los tiempos, han sufrido sus avatares en total desamparo, abandonados por la Administración. Ninguna clase de prestaciones recibían en caso de catástrofes naturales. Era el mundo del ―sálvese quien pueda‖. Los campesinos vivían en tal estado de pobreza que sólo disponían de bienes para el día a día. Es decir, una economía de supervivencia con la que no pueden generarse remanentes con los que poder hacer frente a este tipo de contingencias, por pequeñas que éstas sean.

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V Los estragos de las tormentas dejaban huellas en las ya míseras economías de los campesinos. Una tragedia de aquella naturaleza suponía un año de doble penuria para las familias pues el desastre les privaba de parte de los pocos alimentos que poseían pudiendo peligrar su salud, sobre todo la de los más pequeños, y convirtiendo la situación en grave para la mera subsistencia. A los campesinos, resignados ante la adversidad, sólo les quedaba la esperanza de que algún día las cosas cambiarían y los Gobiernos tomarían conciencia de que habría que tomar medidas y crear mecanismos para proteger a los campesinos sujetos a tales situaciones. Pero en aquellos tiempos los campesinos estaban inmersos en un total desamparo y nada se podía hacer: sólo resignarse, como siempre. La noticia de la terrible tormenta se extendió por los campos llegando también hasta el pueblo. La gente que otras veces había sido alcanzada por los estragos de la tormenta sentía en propia carne la desgracia, pues sabían que a todos los damnificados les esperaba un año terrible. Se acercaba el verano y aquella temporada había poco que recoger de la cosecha. Juan Antonio, uno de los medieros perjudicados, comunicó a sus compañeros que estaba preparando sus asuntos para trasladarse a Francia, en donde tenía familiares. -- Sí, nos vamos --afirmó Juan Antonio--. La mujer, el crío y yo... Cogemos el camino y nos vamos, pues aquí ya no hay nada que hacer, cada año vamos a peor. El éxodo había comenzado y miles de familias se preparaban para tomar el sendero de la emigración, un sendero nada fácil de seguir pues, desde el momento en que salieran de sus casas, tendrían que sortear una enorme cantidad de obstáculos. La pregunta era para cuántos años se iban y eso nadie podía saberlo con seguridad, ni cuántos años duraría su ausencia ni qué encontrarían en esos años. No sólo salían al extranjero sino también a otras regiones de España –Madrid, Cataluña, el País Vasco...-- en las que sabían encontrarían muchas más facilidades para subsistir: millones de personas se movilizarían durante varias décadas. Pero no es la presente historia la indicada para hablar del tema de la emigración pues es éste un tema muy profundo que estuvo rodeado de inmensos sacrificios y mucho dolor, de un gran contenido humano y para cuyo desarrollo se necesitarían profundos conocimientos humanos y mucho trabajo y dedicación para hacer justicia a tan tremendo esfuerzo, valor y, al tiempo, sacrificio humano para luchar por obtener mejores condiciones de vida para ellos y para sus hijos. Juan se encaminaba hacia el arroyo que había por debajo de la casa del Guarda y en donde, según él, estaría Isabel, su presunta novia. Cuando avistó el arroyo sintió cómo el corazón le daba un vuelco pues, aunque se encontraba aún a cierta distancia, creyó reconocer a su novia pero lo que le sobresaltó fue que, junto a ella, entrevió la figura de otro hombre en la que adivinó al señorito. 34


La sangre comenzó a hervirle en las venas ¿Qué hacía su novia con aquel individuo en el arroyo? Aceleró el paso y, a medida que se acercaba, pudo corroborar con más facilidad la identidad de los que se hallaban junto al arroyo. Estaba a punto de ponerse a dar voces cuando en otra parte del arroyo apareció otra persona: era la hermana de Isabel y esto le tranquilizó algo puesto que, al principio, pensó que estaban los dos solos. Con aquello si que no podía, asumir los celos que empezaban a consumirle y al llegar al lugar en que se encontraban las dos hermanas y el señorito cogió de un brazo a Isabel, quizás de forma algo violenta, y la apartó del otro: --¿Qué haces con éste, Isabel? La chica se soltó y le respondió: --¡Me haces daño, bruto! Nosotras estábamos lavando la ropa en el arroyo y llegó él. --Yo puedo ir a donde me de la gana, que para eso ésta es mi finca. ¿O no lo sabes? –intervino, airado, el señorito. --Como amo, puedo hacer lo que se me antoje --añadió. Los dos jóvenes se pusieron frente a frente con actitud desafiante. Las dos chicas se hallaban muy nerviosas y sin saber qué hacer. Por fin Isabel se interpuso entre los dos y, a punto de llanto, les pidió que se calmaran. El señorito, lanzando amenazas contra todo y contra todos, dio media vuelta y comenzó a alejarse. El primer encuentro se había producido, la disputa entre los dos había comenzado pues ambos jóvenes aspiraban al amor de la misma mujer. La Naturaleza cumple con su misión, el proceso ha comenzado. Juan, Isabel, el señorito..., han entrado en el proceso de reproducción y de selección de la especie humana. La Naturaleza crea leyes para todos en general, no puede crear leyes especiales para cada uno pues estas chocarían entre sí, todos contra todos. Cada cual desarrollaría su propio proceso y su propia lucha, usando sus propias armas en su propia batalla. Juan piensa que Isabel es su territorio, en el que nadie puede entrar. Y eso no sería justo: supondría para Isabel la pérdida de su independencia y de su libertad convirtiéndose en una esclava. Toda mujer, aunque tenga un compromiso, tiene todo el derecho a sentirse libre para ejercer el que ella elija y como mujer, al igual que les pasa a los hombres, le gusta que otros se fijen en ella ya que éste es un sentimiento natural. Cada cual libra sus propias batallas en las que las únicas armas son las del amor, única forma de convivencia entre todos los seres. Isabel y Juan acaban de entrar en el vacío de los celos. Tras marcharse el hijo de los dueños Isabel se encaró con Juan, al que pidió explicaciones por su actitud:

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--Te has comportado como si yo fuera de tu propiedad, como si tú fueras mi dueño. Y lo has hecho delante de Pedro... --¡Vaya --interrumpió él--: delante del señorito Pedro! Parece que te importa mucho lo que él pueda pensar. --Pues sí: me importa lo que pueda pensar. Y yo puedo hablar con quien me de la gana. Juan tartamudeó bastante descompuesto pues pensó que había sido demasiado impulsivo: --Es que pensé que estabas sola con él... --¿Y si así hubiera sido? --interrumpió Isabel sin dejarle terminar. --Sola con él... –masculló Juan al tiempo que comenzaba a retirarse y sentía cómo en su mente comenzaba a crecer la duda de que Isabel pudiera estar con el otro. Una duda que empezaba a tomar forma y que le producía una tremenda angustia: él quería a Isabel --¿A dónde vas? --la voz de la chica le sacó de sus tristes augurios. Isabel le miraba, intuyendo que trataba de alejarse de ellas, y se asustó pues ella se había enamorado de Juan. --¿A dónde vas? despedirse siquiera.

--repitió, al ver que empezaba a caminar para irse sin

Él se detuvo y dijo, sin volverse: --Me voy. Porque aquí ya nada tengo que hacer. Isabel se acercó a él y, cogiéndole del brazo, le dijo con voz melosa: --Ya sé que una mujer no debe estar a solas con un hombre a no ser que sea su padre o su marido... --Pero --añadió—ya has visto que no estaba sola con él, porque mi hermana estaba acompañándome. La mujer tiene un inmenso arsenal y, en él, algunas armas concretas para el amor y de ellas se valió Isabel en aquel momento con gran habilidad para apaciguar a Juan. Es insuperable el poder de persuasión de la mujer que es el único ser que puede utilizarlo hasta para ablandar la más dura roca. Isabel miró fijamente a Juan y sus ojos emitían reflejos de fuego, un fuego capaz de fundir el más duro metal, y esa luz de sus ojos hizo posible borrar de la mente de Juan todos los pensamientos oscuros que antes la asaltaron y dejar en ella tan sólo la imagen de su mirada, siendo atraída por ella como un frondoso oasis capaz de saciar su sed de amor. Tras quedar aclarado el malentendido Juan e Isabel se tomaron de la mano y, acompañados de la hermana que portaba el cesto con la ropa recién lavada en el arroyo, emprendieron el camino de vuelta a la vivienda. El camino discurría a través de la naturaleza y se veía a ambos lados rodeado de altas hierbas. Todo estaba inmerso en un gran silencio que no ocultaba el murmullo constante de toda la vida que pululaba y se palpaba por todas partes. 36


Parecía que nada existía pero, mientras caminaban, sentían a su alrededor la presencia de miles, millones de seres que revoloteaban como queriendo expresar que eran seres de la misma comunidad. Lagartos y pequeñas lagartijas se desperezaban a su paso mientras otros más desconfiados se alejaban apresuradamente quizás por precaución. Es cierto que no poseían riquezas materiales pero sí disfrutaban de una inmensa riqueza natural, la mayor riqueza que existir pueda aunque no todos en este Planeta somos capaces, por desgracia, de descubrir y apreciar tal riqueza: incluso los hay que menosprecian tamaño milagro de la vida. Siguieron caminando disfrutando de lo que la Naturaleza les ofrecía mientras el Sol abandonaba los lugares que había ocupado durante todo el día y se iba como satisfecho, como si pensara que había cumplido su misión. La oscura noche le empujaba y le echaba fuera, como si tuviera prisa, como si tuviera algo que ocultar o algún compromiso con el mal. Petra miraba a su hijo Juan que, desde que llegara al chozo, no había soltado palabra: --Juan, hijo, desde que has llegado no has dicho nada... Juan: soy tu madre -añadió—y te conozco sobradamente ¿Has discutido con alguien? --No madre: esa no es la razón de que no tenga nada que decir. Los motivos son otros. Juan mentía porque no quería preocupar a su madre. Las imágenes del arroyo se habían gravado de tal modo en su mente que podían llegar a hacerle mucho daño. Los celos son un sentimiento que, naciendo de lo más primitivo de los hombres, pueden llegar a ser una mortífera arma capaz de destruir lo más hermoso de nuestros sentimientos, el amor. Los celos nos llevan a verlo todo de un solo color, a no dejarnos tan siquiera distinguir el Bien del Mal y a ponernos en situaciones extremas de las que la única salida es acabar con la obsesión que nos atormenta. Juan pensó que si quería a Isabel tendría que tratarla con todo cuidado y no hacer nada que le causara daño alguno pues, si le sucediera algo, jamás se lo perdonaría a sí mismo. No hacer nada que pudiera causarle daño alguno, aunque se sintiera comido por los celos. Isabel tampoco se sentía feliz. Después de separarse de Juan sintió cierto amargor de boca, cierto remordimiento, pues cuando se despidió de él sintió que se iba como abatido. ―Juan...--pensó--, mañana cuando nos veamos aclararemos las cosas‖ Después de la terrible tormenta de días pasados muchas cosas iban a cambiar. No sólo Juan Antonio y familia partirían: también otros medieros iban a marcharse. Las tierras que abandonaban no volverían a labrarse y pasarían a ser tierras de pasto. El pasto iba ganando la batalla a la labranza y allí donde una familia había vivido llevando, eso sí, una existencia mísera, sólo quedaban varias decenas de fanegas de tierra en las que, a partir de ahora, no habría sino pasto.

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Un mapa se borraba y otro se dibujaba, un mundo desaparecía dejando lugar a otro nuevo. El que se iba se llevaba una parte que ya no volvería. Llega el verano y los rebaños parten desde las grandes fincas para tomar el largo y polvoriento camino que los llevará a los agostaderos donde les esperan rastrojos con espigas y barbechos con algo de hierba verde. En estos lugares pasarán un periodo de dos meses, hasta la entrada del otoño en que volverán a ponerse en marcha para ir a las viñas en donde permanecerán un periodo más corto. Cuando lleguen a los agostaderos el paisaje habrá cambiado. De las fincas de grandes extensiones de pastos, montes y encinares habrán pasado a los llanos de las ―tierras de barros‖, dos paisajes muy diferentes pero que pertenecen al mismo medio. En estos lugares es en donde más se confrontan los oficios más antiguos de todos los tiempos, el agricultor y el ganadero: ellos son los cimientos de los edificios de la sociedad y en estas tierras los dos van a convivir durante un tiempo. Los dos oficios han caminado juntos durante siglos compartiendo las mismas lluvias y las mismas calores y son los intermediarios entre la Madre Naturaleza y el resto de los pobladores de la Tierra. Ellos son el camino de que se vale la Naturaleza para llegar a todos los seres humanos, son el transporte que sirve los alimentos a cada casa, los alimentos recolectados con su sudor. Ellos son en estas tierras, y en todas las del Planeta, los mismos, son la raíz del árbol de la vida, los más fieles hijos de la tierra. Son iguales sus huellas, son los más necesarios y los más olvidados, tan lejos uno de otro y, a la vez, tan cerca pues allí donde están tienen el mismo destino. Juan, después de encerrar el ganado, partió hacia el pueblo en busca de Isabel pues eran las Fiestas y había quedado con ella para ir al cine. Al llegar a la casa de la chica, ella y su hermana ya estaban esperándole en la puerta. Al mirarla pensó que era la más guapa y que la amaba, a cada día que pasaba estaba más enamorado de ella: Isabel sería la madre de sus futuros hijos. --¿Nos vamos? --peguntó al llegar a su lado. --¡Vamos! --respondió Isabel, presurosa y alegre. Los tres se dirigieron a la Plaza del pueblo cruzándose por el camino con amigos y amigas a los que aprovechaban para saludar ya que, cuando se iban a la finca, pasaban meses sin verse. Ya en la Plaza se reunieron con otros amigos y amigas de carácter más cercano e íntimo. --¡Vamos al baile! --propuso uno de los recién llegados. A Juan no le gustaba demasiado el baile -ni siquiera se le daba bien- y prefería el cine pero prevaleció el gusto y la opinión de la mayoría y hacia el baile se dirigieron. En el trayecto iban saludando a otros amigos y todo fue normal hasta que alguien vino a perturbar la paz que disfrutaban Juan y sus amigos. Al percatarse de quién se acercaba Juan sintió como si una fuerza maligna le sacara del Paraíso para transportarle al Infierno, pues no sólo había aparecido sino que 38


se dirigía hacia ellos y, sin previo aviso, se acercó a Isabel y, sin más, le dio un beso en la cara. Juan, en un impulso de ira, se abalanzó sobre Pedro -pues de él se trataba-, el que había roto la armonía de aquel momento de festejo y de alegría. Con su presencia no deseada había hecho desaparecer todo el encanto y felicidad de los jóvenes pero los amigos de Juan consiguieron, con su rápida intervención, echar a Pedro del lugar y calmar, después, a Juan. Individuos como aquél se consideraban los dueños en los campos y en los pueblos, todo lo consideraban de su propiedad. Cuántas lágrimas han hecho derramar, cuánta infelicidad han provocado. --¡Ése tío estaba borracho! --observó uno de los jóvenes presentes. Ese ―tío‖ se cree con derecho a todo mientras haya seres que no sean capaces de comprender que nadie está por encima de nadie. Es imposible la convivencia a causa de que individuos como éste son incapaces de entender -o no quieren hacerlo- que todos tenemos un espacio propio en el que nadie debe entrar, pues sólo cabe uno. Una vez pasados los malos momentos provocados por la presencia del señorito los jóvenes trataron de pasar una noche agradable: tenían que aprovechar ya que no eran muchas las ocasiones de que disponían para el disfrute. Y así lo hicieron, dedicándose al baile y al consumo de sus bebidas con todo el derecho que tenían a disfrutar sus momentos de felicidad. Las relaciones de Juan e Isabel avanzaban y aquel encuentro con el señorito Pedro no hizo sino afianzarlas. Tenían toda la vida por delante pero, por desgracia, con un futuro incierto debido a las condiciones de vida de los campesinos, una vida en la que nada era seguro excepto sus empleos precarios y sus sueldos de miseria. La emigración era la única esperanza ¿Pero qué seguridad te daba abandonar tu tierra para ir a países en donde todo era tan diferente? Otros lugares, otro mundo desconocido en el que había que hacer ingentes esfuerzos para conseguir la integración. De todas maneras pasarían la mayor parte del tiempo en el mundo reducido y exclusivo formado por los dos. Vivir todo eso con la idea de reunir cuanto antes el dinero suficiente para volver a la tierra, a su pueblo, cosa que no todos conseguían pues algunos quedaban para siempre en los países en que habían trabajado y otros, en lugar de volver a sus pueblos, se establecían en otros lugares con más oportunidades y comodidades de vida. Juan volvió a la realidad y la realidad era que, cuando amaneciera, tendría que volver donde el ganado. Había que poner los pies en el suelo: en aquel oficio los momentos de diversión eran escasos. El campo requería su tiempo y éste, por mucho que le dedicaras, nunca era suficiente. Desde buena mañana el calor empezaba a apretar y el ganado era llevado al río para abrevar y aunque éste llevaba escasa cantidad de agua siempre había lugares en que se formaban charcos que persistían durante todo el verano y en donde el ganado podía beber el agua necesaria para aguantar hasta el día siguiente. Las ovejas y otros animales tenían la suficiente resistencia como para aguantar veinticuatro horas sin beber y, tras abrevar, el ganado era dirigido a la majada y allí encerrados en el redil para que sestearan hasta que el calor aflojara y fueran llevados otra vez a pastar. 39


Una vez que el ganado era asegurado los pastores se refugiaban en los chozos y preparaban sus gazpachos. Los chozos que se usaban en los agostaderos eran pequeños, por circunstanciales, y las camas se formaban con paja y algunas mantas. Las mesas no existían y se usaban distintos utensilios para sujetar las cuencas con el gazpacho o la trincalla2 Los pastores comenzaban a comer abriendo, para ello, las horteras que contenían el tocino y el chorizo, los alimentos más recurrentes para aquellas situaciones. En los agostaderos no se usaba el fuego para cocinar, por lo que todas las comidas eran en frío y aquellos alimentos duraban todo el tiempo que en ellos se permanecía. Había un complemento esencial en forma de fruta, principalmente el melón muy beneficioso para reponer fuerzas. En toda la tierra de barros, en aquel tiempo, abundaba esta fruta que constituía un gran postre y era también abundante la uva, siempre apetecible. Ni la alimentación ni la forma de descanso mejoraba las condiciones de vida de los pastores en los agostaderos: más bien empeoraban. Sin duda era una situación dura y aún más con el calor que, en aquellos pequeños chozos, era agobiante. Pero había que aguantar y nadie abandonaba su puesto de trabajo. La permanencia en las viñas era corta -duraba alrededor de un mes- pero las condiciones de vida de los pastores en ellas eran aún peores pues en otros lugares se podía mejorar pero las viñas se hacían al aires libre y carecían, por tanto, de habitabilidad aunque, en ocasiones, se utilizara algún chozo perteneciente a los dueños. Pero –por lo general- no se disponía de nada, sólo de árboles, principalmente higueras bajo las que se improvisaban las camas hechas de matojos y mantas. Y de esta manera se alcanzaban los niveles más bajos en las condiciones de vida de los seres humanos. Pero, en contra de lo que se puede suponer, tal situación no degradaba a los pastores pues ellos consideraban que al situarse en el estado más primitivo era cuando más se acercaban a la esencia de la Naturaleza, a la raíz del árbol más puro, aquel cuya fruta nos purifica la conciencia, por lo que sus valores como seres humanos se fortalecían. Los pastores sentían cómo el descender al estado más primitivo era bajar al pozo en donde existen y se desvelan todos los misterios de la vida que conocemos, la existencia de todas las criaturas de la Naturaleza. Descubrían la vida en variados mundos, unos grandes, otros pequeños, cada uno con sus reglas. Y este descubrimiento enriquece nuestro conocimiento de normas y leyes no escritas que regulan formas de vida basadas en la Naturaleza. Se terminan los días de las viñas y, otra vez, de vuelta a la ―Finca Grande‖ siendo, esta vez, el camino casi doble pues el desarrollo en sí de las faenas había ido alejando a los pastores de la Finca por lo que, en lugar de uno, serían dos los días de marcha y habría que hacer noche en mitad del camino: dos días y una noche ocuparían la vuelta. 2

Trincalla: comida compuesta de pan con melón

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Todo ello se agravaba al tener que ser la marcha mucho más lenta por un motivo especial: gran parte de las ovejas, para esa fecha, ya habrían parido, lo que significaba que el rebaño habría aumentado en varios cientos de corderos y algunos recién paridos. Pablo echó una ojeada al ganado y pensó: ―Mañana nos espera un día duro‖ ya que había muchos corderos pequeños y a algunos habría que subirlos a las bestias por ser, aún, incapaces de caminar por sí mismos. Juan miró a su padre y notó su preocupación. Era lógico, pues el viaje que tenían por delante se presentaba complicado. Pero en quien Juan pensaba a todas horas era en Isabel. Ella estaba en la Finca y, por lo tanto, contaba las horas que le faltaban para verla. No se apartaba de su mente ni un solo momento. Aquella noche no dormiría, pensando en que pronto volvería a verla. Amor, ese maravilloso sentimiento... El amor es el alimento que nos mantiene intacta la ilusión por la vida. Juan amaba a Isabel. Había veces en que perdía la paciencia y hasta maldecía contra todo por aquella dura vida que era la culpable de que tuviera que estar tanto tiempo alejado de su amada. Pero llegaría el día en que se unirían para siempre... Inmerso en aquellos pensamientos comenzó a preparar su cama, hecha a base de matojos recogidos y amontonados.

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VI Amanecía un nuevo día de comienzos de noviembre. El mes de octubre había sido bastante lluvioso y aquel día ya se notaba que, definitivamente, el verano dejaba paso al otoño y la mañana se presentaba ciertamente fresca. Era el día de la marcha a la ―Finca Grande‖. La marcha duraba dos días y el cordel por donde el ganado debía hacer el recorrido cruzaba por los aledaños del pueblo. ―Es probable, es seguro, que Isabel esté al paso del ganado y ello dará ocasión a que podamos vernos. Aunque sólo sea unos minutos...‖ La voz del padre sacó a Juan de sus dulces pensamientos: --Hay que prepararse, que salimos ya mismo... – Aquellos viajes solían ser lentos debido al gran número de corderos pequeños que engrosaban el rebaño y que no podían seguir una marcha rápida durante muchas horas, incluso algunos no podían ni tan siquiera caminar por sí mismo y había que cargarlos sobre las bestias. El camino resultaba lento y difícil pero no había más remedio que hacerlo. El campesino, cuando se enfrenta a situaciones difíciles, se siente impotente y se rebela contra su destino tratando de salir de un mundo que le ahoga, pasa momentos en que le dan ganas de abandonarlo todo y salir huyendo de tal destino. Pero su conciencia no se lo permite pues ellos tienen arraigados un compromiso y una responsabilidad con la tierra, con los animales e incluso con la comunidad a la que pertenecen. ¿Qué sería de la tierra y de los animales si ellos abandonaran? Y, aunque su furia es justa, aguantan esperando que algún día su sacrificio se vea recompensado. No es hora de pensar, hay que emprender el camino y, paso a paso, se adentran en un mundo en el que sólo manda el ritmo del transcurrir del tiempo, el silencioso desfile de las horas. Juan miró hacia atrás: en el camino, húmedo por las últimas lluvias, se iban grabando las pezuñas de los animales. Atrás quedaban metros y metros de camino pero aún quedaba mucho trecho por andar. Es mediodía cuando llegan a la travesía del pueblo. Enfilan la primera calle y algunos chicos que juegan en ella contemplan el paso del ganado mientras que unas vecinas se asoman, curiosas, a las puertas de sus casas: no todos los días pasan por su calle rebaños de ganado. Sigue la marcha y Juan, a cierta distancia, divisa una figura que hace que se aceleren con fuerza los latidos de su corazón. Es nada menos que la figura de su novia, Isabel. Al llegar a su altura Juan se dispone a abrazarla y besarla pero una voz de mujer mayor le detiene: --Alto ahí, mozo: ya tendréis tiempo para disfrutar de toda la felicidad que os merecéis.

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Era la madre de Isabel quien, en estos términos, refrenaba sus impulsos y Juan, tras rozar apenas su mano, siguió caminando junto al ganado mientras iba pensando que, si por él fuera, se casaría con Isabel de inmediato. Pero tal cosa estaba todavía lejos pues eran aún jóvenes y no tenían medios para formar un hogar. Los dos caminaban al paso del ganado sintiéndose felices con la esperanza de un futuro para los dos. Pero una súbita aparición acabó con su felicidad, al menos con la de Juan pues el aparecido no era otro que la persona a quien más aborrecía. Juan pensaba que las fuerzas del mal no tenían descanso pues el individuo aparecido, según lo que él suponía, debía encontrarse a muchos kilómetros de distancia de aquel lugar. ¿Cuál es el misterio que nos rodea según el cual, sin motivo aparente, aparece alguien que nos lleva de la plena felicidad al más grande de los padecimientos? Los seres que nada tenemos deberíamos, al menos, pertenecer a un espacio en el que individuos como aquel no debieran tener cabida. Pero se sabe que no siempre es así: ¿porqué misterio el ser que más odias se te presenta cuando menos lo esperas? Según todos los indicios el señorito -pues de él se trataba- debería estar estudiando en la Capital. ¿Cuáles eran los motivos que se dieron para que se presentara allí en aquel momento? Cuando un individuo ajeno a una pareja persiste en la idea de conquistar a uno de sus miembros emite mensajes de esperanza con la clara intención de provocar su ruptura. Juan empezaba a creer que Isabel era, en parte, culpable de que aquel individuo persistiera en sus intenciones; un gesto, una sonrisa, una palabra... pueden significar indicios que amparen la esperanza del otro. Juan observaba que este problema no existía con otros. Hay muchas maneras de alimentar las esperanzas de terceros que se creen con derecho a pretensiones sobre parte de una pareja. Tales comportamientos han sido y serán motivo de muchas lágrimas e incluso de grandes tragedias personales. La pareja que no funciona -pensaba Juan- debe disolverse pues la mentira y la traición nos sitúan en nuestro estado más primitivo. Juan decidió preguntar a Isabel si él la satisfacía o no como hombre para formar pareja pues si Isabel no cambiaba su comportamiento lo mejor sería dejarlo. Al exponerle estos pensamientos a Isabel ésta respondió -quizás molesta por la rudeza de Juan- que ella jamás había alimentado, ni lo haría en el futuro, las esperanzas de ese individuo para que la pretendiera. --De ahora en adelante -aseguró Isabel- mi comportamiento no va a dar lugar a dudas para que nadie se equivoque conmigo, pues yo sólo te quiero a ti. Juan, con esto, se dio por satisfecho y el asunto quedó zanjado.

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El rebaño terminó por salir del pueblo y se encaminaron al río, en donde pasarían la noche y al día siguiente reemprenderían la marcha que les llevaría a su destino, la Finca Grande, final del viaje. Cuando llegaron al río se detuvieron en una pequeña explanada en donde instalaron el corral para el ganado y en donde para ellos había una casa en la que podrían pasar la noche: una sola noche se podía pasar en cualquier sitio. El río junto al que iban a pasar aquella noche aún no corría: las lluvias caídas hasta aquel momento no habían sido suficientes para hacerlo correr y, por lo tanto, no había peligro de inundación. Aquella noche la pasaron en compañía del Guarda de aquel espacio y, tras la cena, se acomodaron, como de costumbre, sus camas con paja y mantas. Al amanecer comieron sus habituales migas y reemprendieron la marcha. Aunque pareciera improvisado y rutinario, todo trabajo necesita de una programación y cada cosa debe ir en el lugar y en el tiempo destinados a cumplir una misión. Para la mudanza de un rebaño se necesitaban, al menos de tres a cuatro bestias3 -que eran los animales más usados en aquellos tiempos- y cada una de ellas transportaba una carga diferente siendo dos las destinadas al transporte de las redes que se usaban para construir los corrales –el redil- a los que se daba una forma cuadrada con varias piernas o tramos de varios metros cada uno y enlazados unos a otros. Ya hemos comentado que este tipo de cerramiento era poco seguro pero era el más práctico para su transporte. En general se recorrían varias leguas4 antes de hacerse de noche pues si la noche caía el ganado se negaba a caminar. Llegaron a la Finca ya con poco sol y los cabreros los esperaban pues ellos no habían salido del lugar en todo el verano y, por tanto, se habían ocupado de cuidar la majada y habían comenzado a preparar la sementera. Todavía a aquella hora las yuntas seguían arando. Por fin el ganado había sido encerrado en los corrales en los que descansarían del largo viaje y Pablo y su hijo Juan trataron de arreglar lo mejor posible el chozo y las camas que necesitaban para el descanso, pues traían los pies deshechos, cosa natural por el largo viaje. La noche se había adueñado de todo pues todo le pertenecía. Quien algo necesitara algo tendría que pedir. Se iba un mundo y otro diferente venía. En el mundo que se iba la mayoría de los seres eran dueños de todo y no existían temores pero en el que venía nadie era dueño de nada, un mundo en el que todo lo podemos perder pues caminamos a tientas en la oscuridad, un mundo en el que los fantasmas de las bajas pasiones salen de caza. Las intrigas, la traición, el robo..., todas las malas artes dominan los espacios.

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El nombre genérico de bestias era asignado a los cuadrúpedos destinados a la carga, preferiblemente mulas por su especial dureza y resistencia. 4 Legua: Medida itinerante equivalente a unos 5.572 m.

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Sin embargo es el mundo del amor el que nos da más horas de paz y de placer. El mundo de los sueños nos da alimento para caminar al día siguiente, el mundo donde estamos y no estamos, aquel que nos roban. Amanecía y un mundo nuevo comenzaba. Atrás quedaban los agostaderos y las viñas. Aunque la vida en el campo era dura, se sentía cierta nostalgia de los días pasados en los agostaderos. Aquella noche habían descansado bien pero un viaje tan largo siempre dejaba secuelas. El día había comenzado con amenazas de lluvia pero había que habituarse de nuevo a la Finca. --Buenos días, Pablo. Este se dio la vuelta y advirtió que quien le saludaba era Antonio, el cabrero: --¿Se descansó del viaje? --preguntaba Antonio. --Sí, hemos descansado --respondió Pablo--, pero los pies los tengo hechos polvo. --Sí, claro: con un viaje tan largo... --¿Y por aquí? --inquirió Pablo. --Igual que siempre -expuso el cabrero--: hemos tenido un verano muy aburrido pues vosotros os fuisteis y lo mismo hizo la familia del Guarda. También los labradores se fueron al terminar la limpia y quedamos solos, al cuidado del ganado. --¿No ha habido ninguna novedad? --quiso saber Pablo. --No --insistió el cabrero--. Todo ha ido como siempre. Las cabras han comenzado a parir a su tiempo y todo sigue igual. Los chivos, a diferencia de los corderos, necesitaban días de desarrollo antes de poder seguir a las madres, debido al mayor desplazamiento para obtener su alimento. Pablo y Antonio siguieron comentando los pormenores de todo lo acontecido con las cabras durante el verano. Pablo, como mayoral, debía elaborar un informe por si hubiera que dar cuentas explícitas al terrateniente. La vida debía volver a organizarse para Pablo y su familia en la Finca Grande y también Gregorio debía prepararlo todo para traer a los suyos. Pablo, antes de soltar el ganado, tenía que ponerse a pensar en las fechas de las matanzas, de la de su casa y de la de Gregorio, por lo que se pusieron de acuerdo para que no coincidieran las dos. En aquellos tiempos las matanzas constituían una parte importante, casi esencial, del sustento de las familias. Tras las matanzas las mujeres volverían a los campos con sus maridos. Corría el mes de diciembre y todas las familias que hacían vida en la Finca durante el invierno y gran parte de la primavera se habían instalado ya para, como siempre, seguir la vida rutinaria de todos los años. Petra, como mujer de gran temperamento, se levantaba temprano y se iba a la charca a lavar la ropa de toda la familia. 45


Lo primero que había que hacer era romper el carámbano, si lo había. Si la helada no había sido lo suficientemente fuerte para producirlo, Petra se arremangaba los brazos y se los rociaba con agua para mejorar en ellos la circulación de la sangre y entrar en calor. Juan, a pesar de su reciedumbre, no entendía cómo su madre podía aguantar el golpe del agua fría surgida de los carámbanos y el sólo verla lavando en ella le producía escalofríos. Petra lavaba la ropa ayudándose del jabón de fabricación casera y restregándola sobre una piedra apropiadamente plana. Las mujeres de los pastores y de los labradores, al igual que sus hijas, estaban al servicio de los intereses de los patronos pues no sólo desempeñaban las faenas propias de la casa o el chozo --lavar, coser, cocinar, hacer la limpieza del hogar...—sino que también llevaban a cabo faenas del campo como guardar el ganado, ordeñar, zachar los campos e incluso segar... Eran obreras sin sueldo y sin derechos de ninguna clase, maltratadas por el medio en que se movían y careciendo del equipamiento necesario para realizar tales faenas pues aunque el equipamiento de los hombres ya era deficiente, ellas no tenían ninguno. Su calzado y sus vestidos eran de mala calidad y nada las protegía del monte ni de los rastrojos. Para ellas las duras faenas del campo eran aún más duras que para los hombres. Juan se había enterado de que Isabel, su madre y su hermana ya estaban en la Finca. ―Después de ayudar a encerrar el ganado --pensó—iré a verla pues hace ya demasiados días que no nos vemos‖ Pablo y Gregorio encerraron el ganado y trataron de repasar la situación. Primero sacando las conclusiones de su estancia en los agostaderos y en las viñas, de lo que el balance era positivo pues --como siempre—el ganado había salido bastante fortalecido del periodo veraniego. En cuanto al momento presente la situación era la siguiente: habían parido la mayoría de las ovejas pero en los días que llevaban en la Finca ya empezaba a notarse el descenso de la bonanza del ganado. En algunas ovejas, al igual que en los corderos, se advertía un descenso de peso pues la alimentación había variado de forma negativa. Los pastos de otoño no eran demasiado abundantes en aquellas tierras. --Ya tenemos --advirtió Pablo-- madres que no tienen la suficiente leche como para alimentar a las crías y madres que las abandonan. Gregorio estaba completamente de acuerdo con la explicación que Pablo acababa de exponer de la situación y que ésta empeoraría. A medida que avanzara el crudo invierno irían perdiendo animales y esas serían las malas perspectivas del futuro. Santiago salió en busca de Juan José y por el camino iba pensando en lo dura que era la vida para unos y lo fácil que resultaba para otros. Era la fecha de la siembra y aunque la mayor parte de la tierra ya estaba sembrada los dos se ayudaban: mientras el uno araba el otro sembraba y cuando éste se distanciaba soltaba el saco de semillas y cogía la yunta y seguían arando los dos hasta volver a ponerse al paso. El grano no podía estar mucho tiempo sin ser tapado, primero por el propio proceso de la siembra y después porque siempre había quien se podía aprovechar del descuido para apropiárselo. 46


La semilla empleada para la siembra se extendía en los surcos y se hacía extrayendo a mano directamente del costal la cantidad que el labrador pudiera manejar en cada puñado. Se ataba el saco por los dos extremos, es decir se juntaba una parte del culo del saco con una parte de la boca del mismo y de esta forma se lo ataba el campesino al hombro izquierdo y con la mano contraria extraía la semilla que extendía por los surcos. Tal faena no se hacía de forma desordenada sino siguiendo unas reglas establecidas por los campesinos pues cada metro de tierra debía recibir la misma cantidad aproximada de grano para que la siembre fuera pareja. El labrador medía con pasos la extensión de terreno que abarcar de cada brazada, cada paso una brazada. Llega la hora de la merienda y lo primero que hay que hacer es poner los morrales a las bestias para que coman, morrales traídos de la casa ya preparados con paja y pienso y que se les colgará al cuello. Si el día lo permitía se encendía fuego para asar tocino y chorizo frescos si ya se había hecho la matanza. Si no, se comían los añejos. Santiago sacó la bota de cuero y la ofreció a Juan José para que bebiera un trago de vino, vino de su propia pitarra. Juan José, tras el trago, dijo a Santiago que se podían poner más tierras en labranza: --Tras la casa --indicó Juan José-- hay tierra suficiente: quizás haya varias fanegas5 --Pero quizás contengan pedruscos --observó Santiago—Y, si nos fiamos, seguimos y seguimos y luego no quedará tierra para pastos. El debate entre Santiago y Juan José nos lleva a la encrucijada de que no hay tierra suficiente para todo. En todo tiempo ha habido cierta rivalidad entre pastores y labradores con motivo del uso de las tierras pero tal rivalidad ha sido más bien cosa del influjo de una sociedad injusta y ruin que ha usado todo tipo de artimañas para enfrentar a los trabajadores, artimañas tales como la intriga, la mentira el soborno..., todo es válido para enfrentar y dividir a las clases obreras. Si hubiera una sociedad en la que cada uno ocupara el lugar que le corresponde no existiría ninguna disputa. Por lo tanto, no es la causa la disputa por la tierra sino una sociedad que en lugar de resolver problemas los crea, como suele hacer toda sociedad injusta. En una sociedad justa serían los campesinos los únicos llamados a planificar todo lo relacionado con el reparto de los medios de producción y con la distribución de los bienes del campo. Una loba amamanta a varios cachorros y si no hay manos indignas que interfieran, todos percibirán la misma cantidad de alimento. Y así la tierra es como la loba que a todos los cachorros quiere por igual: trata a pastores y a labradores como hijos de una misma camada que en todos los tiempos han caminado juntos. 5

Fanega: Medida agraria que equivale a unas 64,59 áreas, variable según la región.

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Juan fue a ver a Isabel. Como era normal tenía muchas ganas de estar con ella, aunque sólo fueran unos minutos. Unas caricias le darían fuerzas para seguir alimentando la esperanza hasta que llegara el día en que fuera su mujer para siempre. Todo sentimiento necesita ser alimentado para seguir vivo. Gregorio se había casado. Su esposa, Manuela, era una mujer no tan mayor como él pero pasaba ya de los treinta. Al llegar a la Finca fue a visitar a Petra y desde el primer momento simpatizaron. Manuela pidió a Petra que la ayudara para poder habituarse a la vida en el campo. --Si hicieras el favor de ayudarme --expuso Manuela--: es que he estado pocas veces en el campo y desconozco todo lo relacionado con él. Soy mujer de pueblo y no sé ni por dónde empezar. --No te preocupes: yo te enseñaré --se ofreció Petra--. Habremos de empezar por las faenas del chozo. Todo parece más difícil hasta que se empieza. Llevarás la ropa a lavar a los sitios en que pueda hacerse y que te iré indicando. Petra tomó a Manuela por el brazo: --Ven, vamos a dar un paseo para que aprendas por dónde ir a los sitios que son necesarios para la vida en esta finca. --Todo esto es precioso --observó Manuela—pero yo soy muy miedosa y aquí, en el campo, habrá culebras: si veo una soy capaz de salir corriendo. --Es bonito este arroyo --continuó Manuela, mezclando admiración con miedo. Estaba descubriendo que así es la Naturaleza: mezcla de temor y belleza. Para quien no estuviera en contacto con ella todo le parecería extraño. Como no la conocía no sabía que allí estaba el principio y el fin de la vida, el Bien y el Mal. La culebra común no representa peligro alguno pues no es letal, es inofensiva. En cambio las víboras sí son letales: algunas ovejas eran víctimas de ellas aunque los pastores estuvieran atentos continuamente a ellas. Cuando observaban alguna anomalía en el comportamiento de algún animal trataban de descubrir la causa y si descubrían alguna picadura de víbora, los hacían sangrar aunque alguna oveja no lo aguantaba y terminaba por morir. --No le des importancia --trató de tranquilizarla Petra--: las culebras grandes son inofensivas. La única peligrosa es una pequeña, la víbora, que se distingue por llevar en el lomo una raya que representa una forma de cadeneta. --¡Qué miedo! --afirmó Manuela. --Lo que tienes que hacer, al salir del chozo, es caminar siempre por caminos o veredas y no entrar en el monte ni entre las hierbas altas –dijo Petra. Ambas siguieron cambiando impresiones tratando Petra de ponerla en antecedentes de todos los pormenores para que pudiera desenvolverse en su nueva vida en el campo. --No te preocupes --se ofreció Petra una vez más--. Yo te ayudaré en todo lo que haga falta.

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Las mujeres se daban cuenta de que se habían caído bien y querían estrechar relaciones. Es imposible un mundo sin pastores y sin labradores. Ayer y hoy ellos han sido el primer eslabón de la cadena de la vida. Han sido y son una raza que brota de las entrañas de la Tierra, se forjan en las fraguas de la Naturaleza, se educan en la escuela natural cuyas enseñanzas son el aprendizaje sacado del comportamiento de todos los seres vivos. Su sabiduría nace de la esencia de la Naturaleza, de la que adquieren los más altos y nobles valores humanos. En las fuentes de las que ellos beben no existen la mentira ni la hipocresía, es la fuente de los más grandes ideales. Los pastores y los labradores son el libro de la Historia y me parecen seres que aparecen en todas partes, a veces incluso fuera de la realidad, en la Mística, en la Divinidad, en la Leyenda, a veces sin personalidad definida. Se dice de ellos que son los primeros a la hora de socorrer al desvalido, los primeros en los nacimientos.. La verdad es que han sido y son hombres y mujeres fuertes como el acero y con una voluntad de hierro, única forma de sobrevivir en la oscura vida de los campos. Porque están en todas partes, porque son enlace entre la tierra y la sociedad, porque siempre están al borde del camino, junto al río, al lado del que los necesite. Su ley es la palabra dada y son amantes de la cultura. Por las noches el más leído entre todos ellos se prestaba a leer a los demás capítulos de grandes obras, especialmente de aventuras, haciendo pasar momentos entretenidos a los demás miembros de la majada. Juan se dirige a visitar a Isabel sin que jamás se le hubiera ocurrido imaginar la amarga sorpresa que le esperaba, si alguien se lo hubiera anticipado no se lo hubiera creído. Caminaba rebosando entusiasmo pues iba a ver a su amada pero muy pronto se fue la luz y llegaron las tinieblas, las claras aguas se convirtieron en oscuro barro y el Paraíso en desierto. No podía ser lo que sus ojos veían: la ominosa figura del hijo del patrón saliendo de la casa de los padres de Isabel y tras él salían la propia Isabel, su madre y su hermana. No era la primera vez que tal cosa sucedía. El Destino había creado un triángulo que, como tal, estaba abocado a un final trágico: siempre que se forma un triángulo amoroso deriva en conflicto pues el amor sólo puede existir en pareja. Juan no sabía qué hacer. Su desconcierto era tal que su mente era incapaz de encontrar una salida. El instinto más primitivo se impuso y le empujaba por un camino cuyo final podía ser trágico. Guiado por este instinto retrocedió ocultándose tras una mata al borde del camino por el cual tenía que pasar el señorito: de pronto oyó cómo sus pasos se acercaban, se colocó en posición y levantó el garrote que portaba con la idea de darle con el mismo y acabar de una vez. Pero al ir a ejecutar tal acto una mano detuvo la terrible acción: era la mano de la conciencia. No, él no era un cobarde y aquello era un acto de cobardía...

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Trató de recuperar la cordura y se fue para el chozo. De momento lo que tenía que hacer era recuperar la calma antes de que sucediera algo que pudiera resultar irreparable. Después de lo sucedido aquella tarde ya no estaba seguro de nada pues si el señorito entraba en la casa del Guarda --cosa que nunca antes había hecho—su motivo tendría y ese motivo no podría ser otro que Isabel. ―Creo que tendría que hablar con ella --pensó—para tratar de averiguar qué pasa entre ella y el señorito‖ Francisco el Guarda tenía un problema pues, según los cabreros, en una parte de la sierra habían aparecido señales de que algunos jareros no respetaban las reglas que regían para coger la jara, normas que consistían en arrancarlas de raíz y nunca cortarlas dejando pinchotes. Si la jara se corta con herramientas varios centímetros por encima de la tierra suelen quedar ramales, algunos en forma de pinchos, que pueden lesionar a las cabras, particularmente en las ubres. Aunque la mayoría de los jareros respetaban estas normas, siempre había algún desaprensivo que no lo hacía y esto daba lugar a que pagaran justos por pecadores. Pero el Guarda debía cumplir con su deber y este era impedir que la jara se cortara con herramientas y cuidar de que se arrancara a mano. En los campos, si no se respetan las normas, siempre sale alguien perjudicado y Francisco debería andar vigilante para que lo sucedido no se repitiera: sería cosa de estar atento unos días a los puntos en donde podían originarse tales daños y castigar a los que los cometieran o habría que prohibir que se sacara jara de la finca. El mes de diciembre se presentaba lluvioso pues ya llevaba dos días seguidos lloviendo. La Finca estaba atravesada por dos arroyos que se surtían del agua procedente de dos sierra grandes y muy empinadas, lo que podía provocar un rápido desagüe del agua que cayera sobre ellas con la consiguiente acumulación de agua en el caudal de los arroyos y, con ello, la probable riada. Juan, aun cuando conocía estas circunstancias, casi fue sorprendido aquella tarde por la súbita subida de los arroyos pues sólo se percató de ella por el ruido del agua arrastrando cuanto encontraba a su paso. Se apresuró en arrear el ganado para que este pasara al otro lado del arroyo pero la confianza se paga y Juan estuvo a punto de pagarlo bien caro pues las últimas ovejas se vieron mal para pasar el arroyo y él mismo tuvo problemas para cruzarlo. Por fin todo el ganado quedó en lugar seguro pero Juan salió del arroyo totalmente empapado pues se había mojado hasta cerca de la cintura. Por suerte todo había quedado en un susto aunque no era la primera vez que Juan había tenido problemas con aquellos arroyos. Ahora había que dejar atrás lo ocurrido e irse aprisa a la majada a fin de secarse cuanto antes la ropa mojada. Aquel día había sido el arroyo. Otro día sería el monte el que le empapara la ropa...

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VII No importaba cuál era la causa de la caladura: la realidad era que día que llovía día que terminaba uno empapado. ¿Eran éstos los gajes del oficio? Mala afirmación: uno no se mojaba porque lloviera sino por las malas condiciones de trabajo de los pastores y, en general, de todos los trabajadores del campo. Esa era la realidad. Al día siguiente de la avenida en el arroyo, mientras el ganado pastaba, Juan observaba distraído los charcos que la lluvia del día anterior había dejado sobre el terreno aunque, en esos momentos, su mente se hallaba bien ajena al arroyo, a la lluvia y a los charcos: el amor había llamado a su puerta y sólo la imagen de Isabel llenaba sus pensamientos. Pero la imagen se enturbió porque, de repente, recordó que tenía pendiente una cuestión que habría de resolver de una vez por todas: tendría que poner en claro qué clase de relación existía o debiera existir entre ellos. Si eran novios ella no podría relacionarse con otros hombres y si ésto hacía tendría que romper con él y así se lo plantearía. Encaró las ovejas hacia la casa del Guarda y decidió que en aquel mismo momento resolvería la cuestión. Pero, a medida que se acercaba al lugar en que se encontraba Isabel, todo iba cambiando en su mente pues el valor que le empujaba hacia delante ahora le estaba abandonando dejando paso a un gran temor ante la posibilidad de que todo terminara entre ellos. ―Lo mejor es que lo olvide y no le diga nada‖, pensó. El temor a perder lo que pensamos que ya tenemos nos puede llevar por el peor de los caminos. Es meter la cabeza debajo del ala y no querer admitir la realidad. Pero la realidad sólo tiene una cara y, aunque no nos guste, no hay forma de cambiarla. Tal actitud sólo ha sido causa de descalabros y de tragedias y lo más importante en aquel momento era volver a ver a Isabel. Manuela y Petra se habían hecho grandes amigas y Petra la estaba ayudando a organizarse en las tareas del chozo, a lavar la ropa y a hacer las comidas y otras faenas del día. Manuela era más de pueblo que Petra y era la primera vez que hacía vida de campo por lo que trataba de esforzarse para cumplir cabalmente las funciones de su nueva responsabilidad. -- Vámonos --dijo Petra--, vamos a que conozcas a la mujer del Guarda y a sus hijas. -- ¿Cuántas tiene? --inquirió Manuela. --Dos --respondió Petra--: tiene dos hijas. La mayor va a terminar por ser novia de mi hijo Juan. -- ¿Llegarán a serlo? --quiso saber Manuela. -- Como están los tiempos nadie sabe qué pasará --contestó Petra. -- Sí, claro. –admitió la otra.

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Llegaron a la casa del Guarda y, al oírlas llegar, Juana --la mujer del Guarda— salió a la puerta. -- Buenas tardes... –saludó a las recién llegadas. -- Juana --interpeló Petra--: traigo conmigo a Manuela, la mujer de Gregorio, para presentártela. Ambas mujeres se saludaron y lo mismo hizo Manuela con las dos hijas de Juana, que también habían salido de la casa. -- Pasad --invitó Juana--: dentro estaremos mejor. Javier y Luis eran los nuevos medieros y de sus primeros encuentros ya se desprendía que sus relaciones no iban a ser buenas pues por motivos, para muchos, desconocidos ya eran de por sí malas y, como linderos que eran, llegarían a empeorar pues una discusión por motivos de tierras puede llevar a las personas al extremo de agredirse el uno al otro. Por el cambio de la mojonera, por mover una piedra, por hacer pasar a la mula por la finca del contrario..., tales actos no son más que el escape de la tensión mal encauzada.. Pero la tensión necesita algo, alguien contra quien descargar la ira. ¿Cuál es el origen de tanta tensión? Siempre es el mismo: la mala situación en que viven, la insatisfacción de una vida que no ofrece a las personas lo necesario para sentirse realizadas. Todos los seres son creados con unas necesidades y si esas necesidades no son cubiertas se genera malestar en el individuo. Entre los campesinos casi ninguna de estas necesidades estaba cubierta, a cada paso que daban se encontraban con que algo faltaba y, al no ser obtenido, constituía el origen de todo el malestar que se iba acumulando y tal acumulación no sólo los llevaba a odiarse los unos a los otros sino a odiar a cuanto los rodeaba. Aquel día la discusión fue que, al llegar a la finca, Luis observó que algunas bestias habían entrado y pisoteado lo suyo. Cuando llegó Javier Luis le dijo alguna palabra más alta que otra y así empezó la pelea: -- Mal vamos a acabar --dijo Luis de mal talante. Javier comprendió lo que Luis trataba de señalarle como motivo de su enfado pues estaba justo en el lugar en el que, el día anterior, unas mulas habían pisoteado. -- Mal vamos a acabar --insistió Luis—si sigues haciéndome daño. Javier no le dejó seguir: -- ¿Cómo puedes ser tan mal pensado? Las mulas se me escaparon y se metieron en lo tuyo pero no lo pude evitar, lo siento. Dime qué puedo hacer en compensación. -- Nada --contestó Luis de mala forma--, tú no puedes hacer nada. El caso es que todo son desgracias. Así es: cuando los bienes son escasos todo son desgracias. A veces decimos ―total, poco podemos perder si poco tenemos‖ Pero sí perdemos, porque si antes pasábamos dos días sin comer ahora podemos pasar tres. Los dos hombres cuidaron de arreglar sus diferencias pero cuando miraban a su alrededor el desánimo se apoderaba de ellos invadiendo toda su existencia. 52


También ellos pertenecían a la especie más inteligente, la especie que tiene la capacidad de pensar cómo mejorar su calidad de vida. Al llegar los meses de invierno siempre se presentaban los mismos quebraderos de cabeza para Pablo: la falta de hierbas provocaba la paulatina disminución de animales. Grandes y pequeños, ovejas y borregos, cabras y chivos. Para él era un suplicio no poder hacer nada a pesar de que había aumentado las tierras de pasto, pues los medieros de la parte Este ya se habían ido a Alemania. Pero con el frío de aquella zonas las hierbas apenas salían y permanecían debajo de la tierra. Su mujer discutía con él continuamente: --Ni que tú tuvieras la culpa de lo que ocurre --le decía-- ¿Acaso eres tú el que no quiere echar grano al ganado? Es el patrón el que puede y no quiere y el único culpable de que fallezcan tantos animales de hambre. -- Sí, tienes tú razón: él es el culpable –admitió Pablo--. Pero el que lo ve y lo sufre a diario soy yo y no sabes cómo me siento. Me paso horas y horas pensando en cómo salir de esta situación. A su mente acudían los nombres de Alemania, Francia y otros países... Pablo pensó que ya se había iniciado el éxodo del campo hacia esos lugares y hacia las grandes ciudades de nuestro país. Dentro de poco aquellos campos quedarían desiertos. Posiblemente de las decenas de hombres y mujeres que poblaban aquellos lugares sólo quedaran unos cuantos en cada finca. Y todo como consecuencia del desinterés, la apatía y las mentes raquíticas de los terratenientes, que no dejaban otra salida. Ellos no habían consentido la evolución de la vida en los campos y los llevaron a la agonía y a la extinción. Miles de hectáreas de tierra quedarían improductivas pero la mente mísera y malvada de los enemigos del progreso preferían que todo se perdiera antes que dar paso al avance de la vida. Su filosofía ha sido y es conseguir los bienes más por el sacrificio de las personas que por la planificación de los recursos de producción. Es decir, para ellos el factor humano nada significa. En pocas palabras: que el mayor sacrificio recaiga más sobre las personas que sobre el ingenio, que todo salga de las anchas espaldas de los campesinos. La emigración es consecuencia de la aridez de la naturaleza del Planeta que habitamos y de los desvaríos de la propia especie humana. Los motivos han sido y son múltiples: en primer lugar la necesidad y el deseo de mejorar nuestras condiciones de vida. Otra de las causas, de siempre, ha sido la avaricia, causante de tantas catástrofes y tantas guerras como ocasionaron el afán de rapiña y la expansión de los Imperios. El fenómeno emigratorio se desarrolla en ciclos pero siempre las causas son las mismas. Abandonan el lugar donde nacieron y donde dieron los primeros pasos, donde nacieron y vivieron sus padres. Cientos, miles, millones... de los cuales algunos volvieron a sus orígenes pero otros se quedaron para siempre en el lugar que les había asignado el Destino.

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Pablo entró en el chozo, en donde le esperaban la esposa y los hijos, y trató de asegurar la puerta con tomizas6 pues el viento empezaba a ser huracanado y, acompañado de fuerte lluvia, soplaba del Sur. Una noche que daba miedo pues el fuerte viento lo movía todo y gracias a que la puerta estaba orientada al saliente, que es por donde amanece el día: al no poseer otros medios de orientación éste era el natural. Aquella era una de esas noches en que cualquier cosa puede suceder pues es cuando se dan cita los elementos más agresivos de la Naturaleza. En noches como ésta todo ser vivo busca dónde guarecerse del temporal pero hay algo capaz de desafiar todos los peligros para saciar su hambre: aquellas noches eran noches de lobos. Pablo trataba de encender el candil de aceite que colgaba de una cuerda sujeta al techo pero el fuerte viento, aun dentro del chozo, no le hacía fácil la operación. Estaba pendiente de lo que pudiera suceder fuera aunque él sabía que el ganado no se movería pues, por norma general, particularmente las ovejas -en situaciones como aquella- se hacían un pelotón protegiéndose las unas con las otras. Además, la lana las protegía del agua y del frío y, por tanto, era muy raro que emprendieran la huída pero era cuando se hallaban más indefensas y más aún cuando los perros que las guardaba, como los demás animales, también buscaban protección. Juan trataba de ayudar a su padre en la tarea de encender el candil. -- Perra noche: todo puede suceder --dijo Pablo—Estas noches se me hacen interminables. Esperemos que no tengamos ninguna desgracia... Juan, en aquellos momentos, pensaba en Isabel, en cómo estaría... Al final, el día anterior no se había atrevido a ir a su casa a verla y, como un cobarde, se volvió para atrás. ―Mañana voy sin falta, pase lo que pase...‖ pensó. Pablo estuvo a punto de caerse de la silla en que se había sentado y en la que se había quedado adormilado y al despertar, sobresaltado, se dio cuenta de que ya no llovía y el viento se había calmado. Salió fuera del chozo. Todo había quedado en calma y sólo se oía el repiqueteo de la campanilla de una oveja que se sacudía el agua. Su hijo Juan había quedado descansando y el pequeño no se había enterado del temporal. Petra, que tampoco se había dormido y había estado pendiente de todo durante la noche, le dijo: -- Acuéstate un rato, Pablo. Éste le hizo y se acostó. Por poco tiempo pues no había hecho mas que quedarse dormido cuando los ladridos de los perros le sobresaltaron una vez más. Estaba amaneciendo y se levantó y al salir del chozo quedó espantado ante lo que vieron sus ojos: casi toda la red del redil estaba por los suelos y el ganado comenzaba a moverse. Comenzaba a clarear el día y pudo comprobar los estragos causados por la borrasca durante la noche. Pablo y Juan pusieron de nuevo en pie la red como pudieron y, tras reunir el ganado, se fueron a desayunar. Ninguno de los chozos, por suerte, había sufrido daños importantes. 6

Tomizas: cuerdas o soguillas fabricadas manualmente con esparto.

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No hubiera sido la primera vez que los chozos más pequeños eran abatidos produciéndose en ellos graves daños. Pero esto no sucedió esta vez y el día había amanecido más calmado por lo que, tras el desayuno, salieron con el ganado después de que Petra les hubiera deseado un buen día. Juan partió con sus ovejas pensando en Isabel y, al llegar cerca de la casa y viendo que el ganado iba tranquilo, se acercó a verla. Antes de llegar a la casa Juan vio cómo Isabel salía de ella y, al verla, todo su ser se estremeció de emoción. Fue a abrazarla pero se contuvo ante la presencia de su madre: -- Buenos días, Juan. -- Buenos días, señora Juana. -- El otro día estuvo aquí tu madre --prosiguió ella—y estuvimos hablando se vosotros. -- ¿No me oyes? Juan estaba como distraído y, en efecto, no había oído lo que le decía su futura suegra pues estaba embobado mirando a Isabel: sí, cada día estaba más guapa. -- Juan, Juan... --repitió la señora Juana. Juan bajó, por fin, de la nube: -- Sí, Sí... dígame. -- Te decía --reinició la señora Juana—que el otro día tu madre y yo estuvimos hablando de vosotros dos y de vuestro futuro pues vuestra familia --al igual que la mía— es pobre. Tanto tu padre como tu madre forman un matrimonio de personas honestas y normales por lo cual mi marido y yo estamos de acuerdo con vuestras relaciones. Aunque sois aún muy jóvenes yo deseo que vuestras relaciones sean formales y que respetes a nuestra hija hasta que os caséis. ¿Cuántos paraísos se planifican y cuántos llegan a hacerse realidad? ¿Cuántos, después de realizarse, se destruyen? Juan escuchó todo el discurrir de la madre de Isabel y lo escuchado le produjo gran tranquilidad: aquello quería decir que había más pretendientes que él pero, según la madre de Isabel, eran demasiado jóvenes para planificar su futuro y al llegar a este punto Juan miraba hacia delante y aparecía ante él algo parecido a un mundo perfecto ¿Qué futuro les espera? Cuando se casen serán una familia, tendrán un trabajo, una vivienda... ¿Estaría todo eso al alcance de sus manos? ¿Podrían realizar tales deseos? ¿Dónde estarían tras su matrimonio: en aquel mismo lugar o habría otro nuevo para ellos? De la manera en que vivían sus padres, nada se podía asegurar. Cada día de aquellos campos salían decenas de campesinos hacia otros países, otras ciudades... ¿Estaría en algún lugar de éstos su futuro? Manuela salió de su chozo con la idea de visitar a su amiga Petra, que se había convertido en su maestra y su guía para desenvolverse en su nueva vida.

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―La verdad es que cuando llegué creí que, por mí misma, nunca sería capaz de adaptarme a esta vida de campo...‖ Estos eran los pensamientos que la asaltaban mientras se encaminaba al chozo de Petra. -- Buenas tardes, amiga... –saludó al llegar. -- Buenas tardes --respondió Petra. -- Pensé que ya no éramos amigas -- prosiguió Petra en tono de broma. -- Nunca sucederá tal cosa --respondió Manuela--, así que no lo digas ni en broma. -- Esta mañana --añadió Manuela—Francisco me ha traído una carta de mi hermano, el que está en Alemania. En la carta me cuenta cómo le va la vida por allí. El trabajo es duro, pues está en la construcción, pero no le falta. No como aquí, que sólo trabajaba en los meses de verano. Y me dice que vendrá en Navidad, pues allí los trabajadores tienen vacaciones pagadas. -- ¡Igual que aquí, que no tenemos pagado ni el trabajo...! --Petra no pudo contenerse en hacer tal comentario. Pero la asistía toda la razón al poner de manifiesto la diferencia que existía entre un país y otro en cuanto a derechos sociales. -- Sí... –corroboró Manuela--, las diferencias son abismales y ellos disfrutan de derechos que nosotros ni sospechamos que existan Juan José se había descuidado con un trozo de su suerte: había permitido que los tiempos de lluvia se le echaran encima antes de sembrar y ahora tendría problemas para hacerlo pues el agua caída había puesto muy pesada la tierra para moverla con el arado. Aquella mañana, al llegar a su suerte, se dio cuenta de todo ello aunque --a pesar de eso-- no tenía más remedio que ponerse a la faena ya que, de lo contrario, tendría problemas con el dueño de la finca. Tras bajarse de la mula en que iba montado se apresuró a enganchar las mulas al yugo: intentaría sembrar aquel trozo que le traía de cabeza. No era fácil arar la tierra que se pegaba al arado, pero con la reja trataba de soltarla. Las mulas y él mismo se hundían en el terreno, pero había que hacerlo: no tenía otra salida. Juan José tardó en la faena el doble de tiempo del que hubiera tardado en condiciones normales pero --una vez más—era como si la Naturaleza odiara y atacara a los más débiles. No era así: lo que sucedía, como siempre, era que los más débiles eran los que tenían que afrontar las más duras inclemencia de la Naturaleza y eran los más débiles los que estaban frente a los fenómenos naturales, de los que había que protegerse pero los más débiles nunca tenían protección. En los lugares más peligrosos, a los que casi nadie quería ir, allí estaban los más débiles. En los ríos, en las montañas... Juan José terminó de sembrar aquel trozo de tierra pero no quedó satisfecho de su tarea.. La mayoría de las gentes del campo son demasiado escrupulosos a la hora de 56


realizar sus trabajos. Son muy exigentes con ellos mismos: todos quieren ser los mejores y buscan la perfección en el acabado de sus tareas. Es como si convivieran el mismo amor que odio por el trabajo bien hecho e incluso se cruzan apuestas por ser el mejor. ¿Orgullo o nobleza? Mas bien esto último, aunque también hay quien lo convierte en orgullo. El mejor arador, el mejor segador..., un trabajador que ama su trabajo, el que le agota y envejece. Cada ser humano busca la perfección y cada uno la interpreta de la forma que mejor entiende. Juan José sabía que no se puede sembrar con el terreno embarrado pues cuando se secaban los terrones producidos con el arado a veces se ocasionaba una torcida difícil de disolver y desmenuzar, quedando un terreno muy desigual que no favorecía la cosecha. Juan José sabía que no había hecho un buen trabajo pero lo tuvo que dejar así, porque todas las operaciones del campo tienen su tiempo. Había llegado marzo. Era por la tarde y hacía una temperatura muy agradable. Otro invierno más que se iba con su misión cumplida y con sus cuotas de lluvia bien satisfechas. Por fin se acerca el buen tiempo y Petra y Pablo, sentados a la puerta del chozo, disfrutaban de aquella bonanza. ―Un tiempo se va, otro viene a ocupar su lugar‖ pensaba Petra. -- No se me olvida la noche en que el viento estuvo a punto de llevarse el chozo --dijo. -- No exageres, mujer... –cortó Pablo la previsible verborrea de su mujer—Es difícil que el viento se lleve un chozo como éste pues, además de su peso, está atado a la tierra con las estacas de las camas, que van atadas al chozo. Juan pensaba ver a Isabel aquella misma mañana. Caminaba por el monte repleto de jaras, tomillo y romero y el conjunto de todos sus olores daban vida a una esencia aromática que embrujaba. Era como zambullirse en un mar de embriagadores perfumes. Juan detuvo su paso al ver frente a él, en un arbusto pequeño, erguido y en actitud desafiante a un ave cuyo plumaje nada tenía que envidiar al más bello paisaje del cuadro del mejor pintor. Era un alcaudón que le miraba fijamente al tiempo que realizaba extraños movimientos con las alas formando, quizás, un lenguaje que trataba de usar con él y Juan habló al ave como si de un igual se tratara, como a un ser que le entendiera: -- ¿Quieres ser mi amigo? De acuerdo, seremos amigos. Juan pensó: ―Si alguien me ve hablando con un pájaro... ¿Y porqué no, si los que son iguales a mí son los que menos me entienden?‖ Aquel animal comprendía que si él no te hacía daño tú no se lo harías a él. Juan pensaba que posiblemente hubiera alguna forma natural de comunicación con el mundo animal. ―Cuando nos miran, ¿qué sentirán? ¿Temor, odio, amor...? ¿O 57


acaso ellos no conocen tales sentimientos? El del amor, sí pues de lo contrario no existirían‖ Criado en plena Naturaleza, Juan pensaba que la sociedad que regía aquel mundo era justa. Habrá, quizás, a quien le parezca salvaje y cruel pero ningún grupo podría alterar las leyes existentes en ella en beneficio propio. La Naturaleza nos brinda la posibilidad de obtener de los recursos existentes en ella los suficientes bienes para abastecer a la población pero nosotros nos encargamos de malograr tales beneficios. Aunque los principales culpables sean una minoría la culpa es de todos pues esa minoría sería incapaz de dominar al mundo sin que los demás se lo permitiéramos. Una y otra vez elegimos el camino de la pobreza y ello sólo nos lleva a privarnos del futuro. El Plan Badajoz no significaría la total solución para el campo en Extremadura pero en algo hubiera podido aliviar la tremenda miseria en que se desenvolvía. Faltó lo que sobraba: tierra. Los terratenientes dijeron que preferían dejar sus tierras en baldío antes que cederlas a los campesinos del Plan. Se realizaron obras de las que únicamente se beneficiaron los propios terratenientes y, pudiendo haber supuesto el futuro de los extremeños, sólo se quedó en pura burla de la propaganda del Régimen. No se pueden pedir peras al olmo y de los que se autoproclamaban Vencedores de la Guerra Civil no se podía esperar que propiciaran salida alguna a la miseria existente en Extremadura. Tenemos que ir a una economía que eche raíces de futuro, no podemos deambular constantemente de un lado para otro, sin rumbo fijo. En la mayoría de las partes existen condiciones, lo que falta es voluntad. El Plan Badajoz pudo haber sido un proyecto que --aunque no hubiera acabado totalmente con la miseria—sí podía haber mejorado en buena medida las condiciones de vida del campesinado extremeño. El Plan se ideó sobre la base de otro Plan de los años 30 pero, sin embargo sólo se quedó en una cortina de humo, un escaparate de cara al exterior. Preguntamos: ¿Cuáles fueron las causas que convirtieron el proyecto del Plan en papel mojado? El espacio para llevarlo a cabo, no. Según los estudios realizados estos dieron como resultado que se reunían las condiciones adecuadas. ¿Acaso los medios necesarios? El Plan sólo necesitaba de tierras y agua y de ambos tenía sobradamente. Por tanto los motivos procedían, como siempre, de la falta de voluntad de los que ostentaban el Poder para llevarlo hasta las últimas consecuencias: volverían a imponerse los enemigos del Progreso y del Futuro. En el Plan Badajoz se construyeron presas, canales, acequias, decenas de industrias, cientos de kilómetros de carreteras y decenas de kilómetros de vías férreas, varias centrales eléctricas... ¿Y de todo ello quiénes fueron los beneficiarios? Desde luego, no lo fueron los campesinos extremeños. 58


Después de un invierno lluvioso, si la primavera acompaña, puede venir un año de bonanza con beneficios para todos, incluidos aquellos que carecen de trabajo fijo que, por desgracia, son muchos. Es el mes de mayo y empieza otra vez la siega. Llegan las cuadrillas a la Finca, que está dispuesta para la faena. Los brazos del segador se alargan y, con limpios cortes de hoz, van recuperando el beneficio del sudor que han vertido durante meses. En cada puñado se obtienen muchos granos y cada uno de ellos es una gota de sudor que se amortiza. Juan llegó a la casa de Isabel y llamó a la puerta, que se abrió dando paso a su amada. Al encontrarse se cogieron de las manos y él sintió cómo se sumergía en su profunda mirada olvidándose de cuanto le rodeaba. -- Buenos días... –absorto en sus pensamientos no se había dado cuenta de que su suegra, acompañada de su otra hija, había salido también de la casa. -- Buenos días --contestó Juan al advertir, por fin, su presencia. -- Juan, nosotras vamos a lavar la ropa al arroyo --prosiguió la madre de Isabel. -- Yo las acompaño --sugirió Juan— pues también el ganado se dirige al arroyo. El lavar la ropa suponía para las mujeres del campo una dura labor pues la mayoría de ellas carecía de los medios necesarios para realizar dicha tarea con comodidad y a Juan, viendo a las mujeres emprender los preparativos para el lavado, le vino a la mente la imagen de su madre al hacer otro tanto y, particularmente, de sus manos amoratadas, con los dedos llenos de sabañones refregando la ropa en una piedra larga y plana. Tenía esto muy presente así como otras faenas que había que llevar a cabo para sobrevivir. Juan trató de apartar de su mente esta dura realidad y deseó que la marcha de las cosas hacia delante aliviara a las mujeres de tan duras faenas que agredían toda su hermosura, envejeciéndolas prematuramente y llevándose la mitad de sus vidas. -- ¿En qué piensas, Juan? --la dulce voz de Isabel la apartó de sus negros pensamientos. El terrible destino de la mujer del campo despertada en él el deseo de acabar con todo lo existente. -- Juan... –la voz de Isabel se escuchó de nuevo, perentoria. -- Perdona, pero me duele tanto que os quedéis las uñas refregando la ropa sobre las piedras... Isabel conocía lo suficiente a Juan como para no alentarle en su furia contra la Naturaleza, pues sería capaz de cometer alguna tontería. Ninguna persona, por sí misma, puede cambiar el curso del mundo y Juan pensaba que había que dejar al Tiempo que siguiera su marcha. El Tiempo no se detiene, es el único que no tiene descanso pero, como todo lo existente, tiene sólo una vida que acaba por cumplir. 59


No sabemos cuándo nació ni cuándo llegará su final. O acaso no tenga principio ni final. O ni tan siquiera existe y es tan sólo una invención de nuestra mente... A Petra el aire solano es como si le hubiera declarado la guerra pues, una y otra vez, le hacía la vida imposible, sobre todo a la hora de hacer la comida. Era imposible llevar adelante un cocido si el aire no dejaba en paz la lumbre dificultando, con ello, la cocción. Y como la puerta estaba orientada al saliente, el aire entraba por la puerta como por su casa, lo que suponía que Petra se las viera y se las deseara para hacer su tarea... Y no sólo la suya puesto que también hacía las comidas de los cabreros. ¿Tendría el aire solano manía a la buena de Petra? -- El aire, Petra mía, --le decía Pablo—no le tiene manía a nadie. El aire, como todos nosotros, está sometido a una serie de reglas y suponemos que tendrá una misión que cumplir, una misión favorable a no sabemos qué tipo de intereses. Pablo y Petra se establecieron en aquella finca pensando que sería su vida para mucho tiempo y no sólo para ellos sino también para sus hijos. Pero los cambios que se estaban operando hacían suponer que no sería así pues cuando el río suena... Y el ruido era el de trenes llenos de gente, de hombre y mujeres cargados con sus maletas rumbo a todas partes. Y no se sabe si esta puesta en marcha surgió de la noche a la mañana o formaba parte de un proceso planificado por un Destino no escrito. Ni lo uno ni lo otro, sino que fueron las circunstancias como consecuencia de la evolución y desarrollo político y social de los países que nos circundan y el atraso secular del nuestro. Esos países no sólo han sido capaces de producir un desarrollo hegemónico y social suficiente para sus pueblos sino que pudieron socorrer a otros países, incluido el nuestro. Petra seguía peleándose con el aire y con la lumbre, con la que se estaba quemando las manos al mover los tizones y los pucheros. Cuando, por fin, el viento parecía calmarse, era sustituído por otro peligro quizás peor pues habían hecho su aparición unas nubes que engordaban por momentos, nubes de tormenta. Después de comer Petra se puso a fregar los platos y demás avíos de la cocina y Pablo volvió con el ganado. Petra, viendo el cariz, que tomaba el aspecto de las nubes, cogió al pequeño Julio y se fue a buscar a Manuela y dirigirse ambas a la Casa Grande, en la que se reunían todas las mujeres de la finca en los momentos de tormenta, ya que era el único sitio dotado de pararrayos y allí pasaban el rato charlando y rezando hasta que aquella pasaba.

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VIII

Aquella primavera había sido de bonanza: buenos corderos, buenos chivos, buena sementera... Pero, como siempre, ¿para quién serían los beneficios? La primavera es la época en que se llevan a cabo la mayoría de las actividades de la producción agrícola y ganadera de todo el año, es la época en que se recogen los beneficios de casi toda la producción, a excepción de los frutos específicos y propios del verano. A cada paso que damos nos encontramos con el conflicto que enfrenta esfuerzo y beneficio. La cosecha empieza con la siega y la era. Las mieses se llevan a la era, en donde comienza la labor de separar el grano de la paja que, en aquellos tiempos, era una tarea muy laboriosa. En primer lugar se efectúa la trilla para lo cual se tienden las mieses formándose la parva y se comienza la faena subiéndose el hombre y la bestia a la parva constituyendo un extraño equipo con el hombre situado en el centro, permaneciendo casi inmóvil, mientras la bestia va dando vueltas y vueltas alrededor del hombre que la mantiene sujeta con los cabestros7 Cuando el hombre considera que ha cumplido la misión de desgranar las espigas saca a escena el trillo, un instrumento hecho a base de una serie de discos situados de forma vertical en hilera encima de los que se coloca una plataforma de madera en la que el hombre se sube para hacer peso. La función de estos trillos es la de ir cortando la paja para luego proceder a la limpia. Se amontonaba la parva y no en un montón redondo sino alargado –con una figura como de doble elipsis- y, a partir de ahí, los brazos del hombre se convertían en aspas de molino de viento. El montón alargado se orientaba, normalmente, en sentido Sur-Norte y serían horas y horas las que el hombre pasaría aventando mieses. Las herramientas que usaba eran el bieldo8 y la pala de madera. La escoba también cumplía su misión. El hombre y el viento deben ser aliados. El hombre necesita al viento aunque un amigo debe ser para siempre y no sólo para cuando lo necesitemos. En el aire flota algo que todo el mundo empieza a sentir pero nadie sabe qué es. Sin embargo hay como un presentimiento que se va apoderando de los que forman parte de aquel pequeño mundo: se palpaba el presentimiento de que posiblemente habría llegado la hora de, para siempre, abandonar aquellos territorios por haber agotado las fuentes que alimentaban y producían la vida. Ya no era apto un trabajo para obtener los medios de vida, pero no hemos de sacar conclusiones precipitadas.

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Cabestro: Ronzal atado a la cabeza o al cuello de la caballería para llevarla o asegurarla. Bieldo: Instrumento de madera o metálico con un palo largo y en él otro transversal con dientes para aventar las mieses y las legumbres 8

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¿Era la fuente de alimentos la agotada o era la paciencia de la gente que vivía en los campos la que se había terminado y estaban ya hartos de llevar una vida de miseria? Aquellos campos daban vida a una cierta cantidad de gente pero ¿qué nivel de vida tenían? ¿De qué clase de vida disfrutaban y porqué se iban? Pero qué coincidencia: la lluvia también se fue. ―Ellos se van --se diría la lluvia—y ya nadie nos necesita, así que también nos iremos‖ La gente y el campo necesitan la lluvia. La lluvia necesita a la gente y al campo. A aquellos campos volverán la gente y la lluvia aunque es posible que lo hagan con una vida mejor. Los campos están ahí pero faltan la lluvia y la gente. -- Ya es otro tiempo --dijo Petra a Pablo--: es como si estuviéramos ya de prestado. -- Sí, --admitió Pablo--: nuestra estancia aquí ya tiene un plazo corto. Cada uno de nosotros partirá hacia un lugar diferente. Pasará el tiempo, se borrarán de la memoria nuestras caras. Quizás algunos nunca nos volvamos a ver, buscaremos en nuestras mentes la imagen del que ahora tenemos delante y no sabremos encontrarla. Preguntaremos y preguntaremos y nunca más aparecerá. ¿Cómo era el color de sus ojos y de su pelo?... Nada, no quedará nada. Sólo un mapa en blanco, un mapa sin rostros... -- Mujer --decía Pablo--: parece que estás en otro sitio. Te estoy hablando y no me atiendes. No te has enterado de nada de lo que te he dicho. -- Perdona, Pablo --admitió ella—pero mi imaginación me ha llevado a cómo será todo esto dentro de unos años, qué quedará de todo de nosotros mismos. Pertenecemos al Tiempo y él nos trae y nos lleva. Todo es Tiempo. Ya al levantarse Santiago sintió en su interior el malhumor. El viento no le acariciaba las mejillas, lo había abandonado y tendida a sus pies quedaba lo que formaba gran parte de su subsistencia. De él, de su mujer y de sus hijos: el sustento para todo el año. Miró al cielo. Una tormenta sería la ruina, pensaba mirando para todas partes. Pero por ninguna llegaba el viento. Antonio y Manuel eran, durante el verano, los encargados de los chozos de los pastores aunque su vida en ese tiempo eran tan dura o peor que la del invierno. En éste el problema eran el frío y las lluvias pero más inclemente podría llegar a ser el tórrido calor del verano. Había que subirse a las peñas para poder dominar todo el entorno y ello implicaba desenvolverse entre las jaras, que con el calor segregaban una sustancia pegajosa que se adhiere a las ropas dejándolas perdidas no sólo por la suciedad sino por el penetrante y sofocante olor. En el monte, en verano, todo olía a sequedad: daba la impresión de que todo estaba seco y a punto de arder. Las cabras que guardaban eran animales de tal naturaleza que se adaptaban perfectamente al medio. Eran cabras de monte y el monte producía todos los alimentos que necesitaban, siendo los animales de la finca mejor alimentados en todo tiempo. Es 62


decir, el monte se bastaba para proporcionarles cuanto necesitaban para mantenerse en condiciones más que satisfactorias. Los dos cabreros, Antonio y Manuel, cenaban sentados a la puerta del chozo. Una cena compuesta de chacina y queso. Pastores y cabreros consumían bastante el queso curado. Había abundancia de leche pero, en cambio, no existía la fruta en los campos en aquellos tiempos. La soledad también era abundante pues poco tenían que decirse dos hombres que pasaban juntos casi las veinticuatro horas del día y que al estar solteros, por regla general, dormían en el mismo chozo. El oficio de cabrero requería de buenas piernas dado que gran parte del día lo pasaban subiendo y bajando sierras y, siempre que fuera posible, habrían de ser jóvenes y fuertes. -- Hoy también ha hecho mucho calor --dijo Antonio. -- Mucho, un calor terrible --corroboró Manuel— Cada día estoy más harto de esta mísera vida. No sé si terminaré el año en esta finca. -- Sí --respondió Antonio--: siempre decimos lo mismo pero aquí nos quedamos. Todos los días nos vamos pero pasan los días y aquí seguimos en las mismas condiciones de siempre. A Manuel no le gustaba lo que acababa de oír decir a Antonio. No podría decir si era indecisión o cobardía pero serían lo mismo cada día para aquellos que no tienen un sitio donde estar seguros, para los que sólo cuentan un día pues no saben cómo será el siguiente, para el que siempre está a punto de tomar una gran decisión pero llega la hora y no la toma. -- Mañana será, seguro que será... –se dice a sí mismo Manuel. Estaba harto de aquella vida pero ¿dónde habría para él un lugar definitivo y estable? La soledad de uno ¿es buena o es mala? ¿Y cómo será si la compartimos con alguien? ¿Será mejor o peor? A veces, al sentirnos solos, nos creamos nuestra propia compañía y la creamos a nuestro propio criterio para estar a gusto, por lo cual nos molesta cualquiera que la interrumpa o la altere. Manuel siguió divagando pero Antonio se puso en pie y se alejó con sus propios pensamientos que le eran más gratos que los que exponía su compañero. El verano, de forma perezosa, comienza a retirarse pues ya su tiempo ha terminado. Pero tendrá que rendir cuentas por las faltas que ha cometido consintiendo a su amigo el Sol que actuara a su antojo comportándose como dueño y señor, secando y dejando agostados los campos, los arroyos y los ríos y dejando una dura tarea a los tiempos que vienen, que habrán de ablandecer los campos y colmar de agua las diversas torrenteras.. Pero estarán enfadados y nos castigarán con sus fríos y sus lluvias. Fieles a las leyes que rigen sus destinos, ninguno tratará de ocupar el lugar que corresponda a los otros.

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El verano se va y la Finca Grande volverá a recuperar su plena actividad. Las majadas cobran vida, las fincas se llenan de ovejas y todo vuelve a la normalidad. Juan había pasado un verano que consideraba bueno debido a que Isabel había pasado gran parte del tiempo en el pueblo y ello les había permitido pasar más tiempo juntos. Pero parece que nunca puede existir la felicidad completa y algo vino a enturbiar la suya. Y ese algo, como ya había ocurrido otras veces, fue la frecuente presencia del hijo del señorito que en repetidas ocasiones, como de manera casual, se cruzó con ellos en la calle mostrando un comportamiento –como también era habitual en él- un tanto provocativo. Si no llegaron a las manos fue porque Juan lució una prudencia que ya estaba empezando a agotársele, pues estaba seguro de que aquél individuo y él terminarían chocando. Pero, de momento, todo quedó en amenazas. Con el cambio de estaciones todo vuelve a su cauce pues cada uno tiene que cumplir una misión diferente y los campesinos deben aceptar su papel y adaptarse a su cumplimiento siguiendo las reglas impuestas. Los hombres dedicados a labores de la tierra debían empezar con ellas y los que se dedicaban al ganado entraban en la época quizás más difícil para ellos pues comenzaba el nacimiento de las crías, ya fueran chivos o corderos. Pablo, como responsable del ganado, se reunía con los pastores para organizar las tareas de forma que todo marchara lo mejor posible. Mirando aquellos campos le entró un temor, como si presintiera que todo aquello pronto no sería más que un recuerdo. Sentía como si algo, de un momento a otro, se fuera a romper quedando sólo las raíces del tiempo que habían pasado allí. Cuando llegamos a un lugar todo nos es desconocido pero, pasado un tiempo, todos llegamos a sentirlo como si -de alguna manera- formara parte de nosotros mismos. Son nobles los sentimientos cuando de una partida se trata. Por un lado el deseo, la necesidad de buscar algo mejor y por el otro la pena de partir dejando atrás lo ya conocido. Aunque nos haya ido mal pues, aun así, habremos echado raíces y toda raíz duele al romperse. Petra no deseaba abandonar la Finca: si por ella fuera jamás se irían de aquellos lugares. -- ¡Qué pena! --decía-- Qué pena dejar mi arroyo con este agua tan clara. Creo que hacemos mal en salir de aquí. -- Pena, ninguna –opuso Manuel—La única pena sería tener que seguir aquí por más tiempo. Aquellos campos --y Petra tenía razón—eran maravillosos y, de forma particular, más en primavera pero se ganaban el odio de la gente de manera injusta: aquellos campos no eran los culpables de la vida mísera que llevaban los campesinos, si no que la culpa era de la sociedad a la que pertenecían. El odio que la gente cogía a aquellos campos era erróneo pues los únicos culpables de la miseria que padecían eran aquellos que equivocaron la forma de construir el modelo de vida de los que allí debían vivir. 64


Debemos demostrar nuestra sabiduría sabiendo señalar al verdadero culpable y ese será el día en que emprendamos el camino correcto. Pablo, mirando aquellas tierras, recordó el día en que llegó a ellas con su mujer y su hijo (el menor aún no había nacido). Para ellos todo era desconocido pero un hombre de campo pronto se integra en ese mundo que ahora, por momentos, se desvanece. Eran años los que llevaban en aquellos lugares y, aunque las leyes existentes no les otorgan ningún derecho sobre ellas, ellos debían ser los verdaderos dueños pues eran los que de verdad las amaban. Sólo el campesino es parte de la tierra y la tierra parte de la propia vida del campesino. Sólo el campesino pertenece a la tierra y ésta al campesino. ―Y sí --pensaba Pablo--: Petra, mi esposa, tiene razón al decir que las cosas forman parte de nuestras vidas. Las ovejas, las tierras, los perros, los arroyos..., todo forma parte de nuestro espacio vital. Día a día vamos conviviendo con ellos, vivimos en un espacio lleno de cosas de las que no es fácil separarse para quedar, de golpe, en el vacío. Un vacío que tendremos que ir rellenando. Ningún ser puede vivir permanentemente en el vacío. Si no tenemos nuestro espacio lleno de cosas normales, creamos un espacio ficticio abandonando el mundo real‖ Pablo movió la cabeza como queriendo sacudirse pensamientos que le molestaban. Manuela, como todas las tardes, llegó al chozo de Petra, en donde pasaba el mayor tiempo posible charlando las dos mientras cosían la ropa. --¡Qué pena --decía Petra--: a dónde iremos a parar! --¡Y yo que me estaba habituando a estos campos –la siguió su amiga— Saldremos sin rumbo fijo. Ahora que empezaba a tener mi vida organizada aquí... Aunque Gregorio me ha dicho que, si le dan lo que pide, aun nos quedaremos un tiempo. Absortas en su conversación y en sus pensamientos no se dieron cuanta de que Juana y sus hijas estaban delante de ellas: --Vaya conversación más interesante que tenéis –comentó Juana. --Gracias que no estábamos hablando mal de nadie --admitió Petra al tiempo que sacaba unos asientos para las recién llegadas, que se acomodaron sumándose a la corrobla9 --Nosotras dos estábamos arreglando el mundo --se burló ManuelaUn mundo que, para la gente como nosotros, está bastante mal. --Pablo me dijo anoche --dijo Petra—que ha llegado la hora de coger las cosas que nos pertenezcan y salir marchando. --No fui capaz --continuó—de convencerle para quedarnos algún tiempo más. Siguieron cosiendo y charlando hasta que advirtieron que el Sol ya comenzaba a ponerse: había llegado la hora de que cada cual se fuera a su vivienda. 9

Corrobla: conversación intranscendente y dicharachera.

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--Hasta mañana --se despidió Juana de sus vecinas. --No sé porqué tengo el presentimiento --prosiguió—de que ratos como los de hoy nos quedan ya pocos. Las palabras de Juana más parecían una despedida que otra cosa. Pablo se sobresaltó al ser despertado por unos golpes de viento. Se levantó y se asomó a la puerta del chozo: estaba amaneciendo, el cielo se presentaba nublado y caían algunas gotas. ―Hoy vamos a tener un mal día --pensó--. Creo que se avecina una tormenta, una borrasca de agua y viento‖ Parecía como si fuera el preludio de que algo iba a suceder, que la Naturaleza entra en el futuro y averigua lo que se avecina y nos avisa a través de fenómenos climáticos. La Ciencia una y otra vez demuestra que no existe tal relación. Es la superstición la que, a veces, nos lleva a creer en cosas que no existen pero que desearíamos que existieran, lo cual nos aleja de la realidad. Aquella noche Pablo había reunido a la mayoría de los habitantes de la Finca Grande. Era una fría noche de invierno, de cielo raso y estrellas brillante allá en lo alto. Hacía mucho frío y no llovería pero caería una buena helada. Pablo se levantó del asiento que ocupaba y miró a los asistentes con mirada que parecía fijar especialmente en algunos de los reunidos pero no era así si no que estaba perdida en el vacío. Después de un momento en que pareció como ausente y perdido en el Tiempo, por fin se decidió a hacer uso de la palabra: --Bueno --comenzó diciendo--: hace unos cuantos años que mi familia y yo llegamos a estos hermosos campos con la intención de establecernos aquí para trabajar y ganarnos el sustento. --¿Qué pensábamos --continuó—al pisar estas tierras? Pensábamos que la tarea que tendríamos que desarrollar no sería fácil pero nuestra conciencia nos decía que tendríamos que cumplir con nuestro deber con la mejor de nuestras voluntades. --Hemos pasado --siguió diciendo Pablo—por momentos difíciles pero también hemos tenido nuestras pequeñas alegrías. --Todo en esta vida tiene un final y eso es lo que he venido hoy a deciros: en breves días mi familia y yo abandonamos la Finca para siempre. El cielo empieza a nublarse y el viento arrecia: es el anuncio de que la borrasca se acerca. Sabemos de dónde partimos pero nunca terminamos de andar. Así recorremos diferentes caminos, pasamos por multitud de lugares. Unos seguiremos un camino y elegiremos dónde quedarnos y otros seguirán siempre caminando sin decidirse por destino ninguno. 66


Don Benito. OtoĂąo 2011

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