Los disfraces del mal por Miguel Gallego Porro

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I Sabemos de dónde partimos pero no podemos prever en dónde habremos de terminar. Recorreremos un sin fin de caminos y pasaremos por distintos lugares. Unos elegiremos una dirección y nos quedaremos en un determinado lugar y otros seguiremos caminando sin encontrar acomodo definitivo para desarrollar nuestras diarias vivencias. José González ya había efectuado parte de su recorrido y tenía una familia con hijo e hijas pero en el Paraíso al que pertenecía se produjo un cataclismo que dio paso a una brecha por la que él salió despedido. Había probado varios trabajos a lo largo de su vida y actualmente disfrutaba de unos días de descanso en un lugar que siempre le había atraído por la belleza de sus paisajes, el Valle del Jerte. José era un hombre de carácter retraído y algo solitario y aunque sus hijos estuvieran permanentemente pendientes de él ya ellos habían podido ir construyendo sus propios mundos a los que, como era lógico, debían dedicar la mayoría de sus atenciones. Llevaba algún tiempo pensando en que no le importaría entablar nuevas relaciones con otra mujer y, aunque no muy convencido en el fondo, pensaba que estaba preparado para iniciar una nueva vida. ―Pero una nueva vida -pensaba- significa tener que iniciar una nueva aventura y hay que estar preparado para afrontar los riesgos que pudieran surgir y que habría que tratar de superar‖ ―En toda aventura se corren riesgos pero si camina uno solo se afrontan dificultades que se incrementan caminando en compañía‖ En estos pensamientos se hallaba enfrascado cuando escuchó voces y unos pasos que se acercaban al lugar en que se encontraba sentado. Se volvió a tiempo de ver a un grupo de jóvenes, hombres y mujeres, que se acercaba al lugar que él ocupaba y, al llegar a su altura, una de las jóvenes abandonó el grupo y se acercó a él. Se detuvo junto a él y quedó como desconcertada. A veces quizás nos movemos por impulsos que desconocemos y que nos llevan a situaciones desconcertantes al no saber porqué hacemos lo que hacemos. José creyó que esto era lo que le sucedía a la joven y trató de sacarla del atolladero. Se incorporó y se acercó a ella: -- Si viene a preguntarme el nombre de este arroyo que tenemos ante la vista, siento decirle que lo desconozco. Lo que sí puedo asegurar es que es precioso y que merece la pena disfrutar de este lugar, por ejemplo, aquí sentado, que es lo que yo estoy haciendo. Y, si la compañía no es molesta, le ruego que tome asiento.

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La joven -no muy alta pero sí muy bella, de ojos acaramelados y cuerpo bien proporcionado- pareció salir de su aturdimiento, miró al hombre y, sin más, se sentó junto a él encogiéndose de hombros. Dos mundos caminan en paralelo, el uno lleno de amor y el otro lleno de odio y desgraciado de aquel en cuya vida ambos mundos se crucen. No podía ser, trató de apartar de su mente tal barbaridad. No podía ser aquella la mujer que él deseaba que apareciera para llenar su soledad. Era demasiado joven, demasiado hermosa... -- Me llamo Guadalupe Ruíz... -- José González --repuso él. La joven se despidió con un lacónico ―hasta luego‖ y José retornó a su soledad y a sus pensamientos. ―Lo mejor --pensó—será olvidarse de este grupo de jóvenes en el que nada tengo que hacer‖. José iba andando tan distraído que por poco no se lleva por delante a Guadalupe: -- Perdona, pero iba tan despistado que ha faltado poco para arrollarte. -- No ha sido nada --contestó ella--. ¿Estás solo? -- Sí. Estaba con unos amigos pero se han marchado ya. -- Si quieres puedes acompañarnos. -- No haría buenas migas en ese grupo: sois demasiado jóvenes para mí. ―Pobre hombre --pensó Guadalupe--: tan solo siempre, de día y de noche‖ Le había caído bien aquel hombre. Alto, algo mayor que ella, le transmitía confianza y, sin saber porqué, se sentía bien en su compañía. -- Si no te molesta --le ofreció—te puedo acompañar algunos ratos en tus paseos. -- Por supuesto que no me molestas --respondió él. Al contrario, alegrarás mi aburrimiento. Las sanas relaciones hombre-mujer suelen surgir, muchas veces, de forma espontánea y sin influencias externas y, tal vez por su espontaneidad, suelen sorprender a propios y extraños. El hombre y la mujer con frecuencia se ven envueltos en un estado de relaciones que superan sus propias expectativas y en las que empiezan a moverse el uno en torno al otro. Incluso, sin que ellos se den cuenta, ha nacido un sentimiento común que les va aproximando y uniendo.

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Así, José y Guadalupe habían caído en las redes del amor. Los dos se sentían bien en la mutua compañía y, con el paso de los días, cada vez eran más y más largos los ratos que pasaban juntos. Habían llegado a un nivel de confianzas compartidas que podría dar lugar a que, en cualquier momento, se cruzara la frontera de los lugares comunes. No se supo quién fue el primero pero, de pronto, se encontraron el uno en brazos del otro. Sí, era amor lo que había surgido entre ambos. ―Te amo‖ se decían al unísono. La raya del terreno privado se había borrado y, a partir de ese momento, los dos caminarían por la misma senda: había nacido ese amor espontáneo y sin influencias externas y ahora todo era tratar de desarrollarlo de la misma forma sencilla con que había nacido. -- Estamos cometiendo una locura --decía Guadalupe. -- Nada que se haga por amor es locura --decía José mientras estrechaba contra sí el cuerpo de ella. José y Guadalupe, Guadalupe y José... Empezaban a saborear las mieles del amor y de la felicidad. Pero el Mal es odio y el odio es enemigo del amor. ¿Cuál sería el recorrido que ya el Destino les tendría reservado? Todo había sido muy precipitado pero ninguno de los dos se planteaba retroceder. El mundo nuevo que se abría ante ellos era el que habían escogido para construir su vida de felicidad. Cada paso que daban hacia adelante se adentraba más y más en el dulce campo del amor. Eran felices, se sentían felices disfrutando de sus cuerpos. Se amaban y el amor sólo produce amor. Todos los cuerpos producen amor pero también producen odio y aquellos que sean capaces de separar al uno del otro serán felices. -- ¿Eres feliz? --inquiría José. -- Sí, cada día más --respondía Guadalupe. -- Yo también lo soy --aseguraba él. -- Ya no podremos volver atrás --afirmaba ella. Habían entrado en un mundo que sólo ellos compartían. José había tomado contacto con los demás miembros del grupo y había entablado cierta aproximación con todos ellos obteniendo una semblanza del carácter de cada uno. Esther era una chica morena, de ojos negros, treinta y cuatro años, de elevada estatura pero de cuerpo bien proporcionado: la Naturaleza había sido generosa con ella. A José, sin saber él mismo porqué, aquella mujer no le inspiraba confianza alguna. Aquellos que no conocen el Mal están incapacitados para 6


advertir su presencia. Sólo el aire ve al aire, sólo el Mal puede percibir al Mal por lo que es difícil defenderse de él: José no podía vislumbrar que en aquella mujer anidaba el Mal. Otra de las componentes del grupo era María Nogales, una rubia muy atractiva que rondaba también los treinta años. Los restantes integrantes de dicho grupo de amigos eran Juan Vázquez y Pedro Serrano, también -como ellas—jóvenes y de aspecto agradable. José, mirando a Guadalupe, le decía: -- Tu luz es mi luz y tu aire, mi aire. Si te hago feliz será una bendición para mí y si no es así, perdóname. ―En un cielo azul aparecen al pronto negros nubarrones que, de improviso, se convierten en terrible tormenta que derramará un gran aguacero inundando de sucio cieno los limpios campos de nuestro amor‖, pensaba José. -- Quizás lo que voy a decirte no sea de tu agrado, pero mi deseo es que entre nosotros reine siempre la confianza: tu amiga Esther no me ofrece ninguna garantía de ser buena persona. No me preguntes porqué tengo tal impresión, no sabría cómo explicártelo pero es lo que siento hacia ella sin saber el porqué de mis dudas sobre su persona. De este modo José exponía el juicio sobre sus amigos: -- De los demás no tengo nada que objetar. A Guadalupe le sorprendió la opinión que José expresaba acerca de su amiga: -- Todos nos conocemos desde siempre --expuso—Hemos jugado juntos desde pequeños y juntos hemos hecho nuestros estudios. Y ahora casi todos trabajamos juntos en nuestra profesión de médicos y, como ves, hasta pasamos juntos nuestras pequeñas vacaciones. -- No sé porqué --añadió—te cae tan mal Esther que, dicho sea de paso, es mi mejor amiga. José no supo qué responder a la defensa que Guadalupe hacía de su amiga y, al no querer tener disgustos con ella por este motivo, nada añadió. Guadalupe cambió de conversación: -- Me encuentro tan bien contigo que parece como si nos conociéramos de toda la vida --decía mientras que con su mano acariciaba la cara de José. -- Pienso que ya nada podrá ser de otra forma --continuó--. Cada día que pasa me siento más cerca de ti, como si unos lazos cada vez más fuertes trataran de unirnos de una vez para siempre. ¿Cómo durante tanto tiempo pueden convivir dos criaturas para terminar atentando la una contra la otra? El Mal trata de vivir aprovechándose de la presencia del Bien para, más tarde, purificarse pues solo, se ahogaría en su propio veneno. 7


Pero, a veces, no sólo se ahoga a sí mismo sino que puede hacerlo con quien tenga a su lado, a alguien con quien haya compartido vivencias y momentos. José y Guadalupe procuraban pasar el mayor tiempo posible juntos con lo que consiguieron que cada vez las raíces de su relación fueran más profundas. Pasaban la mayor parte de su tiempo disfrutando de sus cuerpos y tocando los resortes que estimulaban las fuentes del placer. Todos tenemos trazadas las líneas del camino de nuestro Destino. La mayoría de las veces nuestra mente sólo obedece a las indicaciones que nos transmite nuestro instinto y, a pesar de que parezca a veces que nuestras acciones no tienen sentido, es como si alguna fuerza desconocida y un tanto misteriosa nos guiara hacia algún lugar nuevo y maravilloso. Acaso en nuestras mentes hay muchos mapas y debemos descifrar en ellos cuál representa nuestra personalidad. La mente humana crea toda clase de ideas y debe ser nuestra conciencia la que separe las buenas de las malas, pero si su capacidad desfallece todas se mezclan y, en tal caso, se podrían imponer las malas. ¿Cuál era la idea en la mente de Esther? ¿Qué afán le guiaría para provocar el mal en la vida de los demás? No son más poderosas las mentes perversas. El Mal es más fácil de hacer que el Bien: es más fácil destruir que construir, más fácil derribar una pared que levantarla. Todos podemos hacer el Mal. ¿Podremos todos hacer el Bien?... José y Guadalupe disfrutaban de su amor en todo momento favoreciendo sus relaciones de futuro, por lo que tenían que ir elaborando un proyecto de cara a las necesidades sociales como pareja. Si eso era lo que querían deberían ir programando todo lo relativo a lo que era una familia con todas las consecuencias: dónde, cómo y de qué vivir, ―pues no sólo de amor se vive‖, según decía José: -- Con lo feliz que me siento en estos momentos y tener que ponerse a planificar nuestro futuro...—terminó quejándose Guadalupe. Daban la impresión de ser dos adolescentes pues como tales parecían comportarse. -- Somos muy felices pero ¿podremos vivir siempre así? --dijo José con voz cariñosa mientras acariciaba el rubio pelo de Guadalupe--: lo que ahora estamos viviendo no es más que la antesala del Paraíso que nos está esperando. Las arañas venenosas tejen con parsimonia su temible red, para envolver a sus víctimas. 8


Esther, por motivos que quizás nunca se conozcan completamente, deseaba causar un enorme mal a José y Guadalupe y acaso el Mal no necesite motivos para su quehacer. Podría ser la envidia, madre del odio, que ha sido siempre causante de desgracias y tragedias, la causa que llevara a cometer atentados contra los demás. Todo parecía seguir su curso y que en el sendero del amor que José y Guadalupe habían iniciado ya nada se interpondría entre los dos y nada podría provocar hecho alguno que consiguiera romper aquella armonía que estaban alcanzando los dos. Pero algo vino a anunciar que el camino de rosas estaba terminando y podía empezar, para los dos, otro lleno de espinas. El grupo había ido a pasar el día al pueblo cercano al camping en que se alojaban y, a medida que el tiempo iba pasando, se impacientaba José por su tardanza en volver. Se habían ido con la idea de pasar todo el día y éste aún no había terminado pero a José le había parecido un siglo. ―No aguanto más --se dijo--: cogeré un taxi e iré a verlos. No creo que Guadalupe se enfade por ello‖ Así lo hizo sin más y, al llegar al pueblo y entrar en el bar en el que los jóvenes solían reunirse, sintió cómo aquel castillo de amor que entre ambos estaban construyendo se derrumbaba, se convertía en un débil castillo de arena y una traidora ola se lo llevaba no quedando nada. José empezó a sentir que estaba siendo víctima de una trágica burla pues ¿qué significaba, sino una burla, que Guadalupe estuviera en brazos de otro hombre? La sangre empezó a hervir en sus venas cuando, al entrar en el bar, vio a Guadalupe que en esos momentos era abrazada por Pedro. A duras penas pudo serenarse y pudo tomar conciencia de si lo que había visto era real o sólo un espejismo. Lo primero que debía hacer era pedir una explicación a Guadalupe acerca de lo sucedido pero decidió marcharse al considerar que en aquel momento nada podría aclararse dado el nivel de tensión que su precipitada entrada en el bar había provocado. No se explicaba cómo, habiendo llegado ya sus relaciones a tal grado de intimidad, podía Guadalupe estar ahora en brazos de otro. Ya iba a iniciar la salida cuando la voz de ella le detuvo. Caminó en su dirección y él observó algo extraño en el comportamiento de la joven, algo que le hizo cambiar su intención de marcharse pues era aquella una situación confusa. Lo primero que observó fue que la voz de Guadalupe sonaba como distorsionada, como si la chica estuviera bebida. Pero Guadalupe, que él

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supiera, no bebía alcohol: al menos él no la había visto hacerlo desde que se conocían. Observó que al tratar de levantarse del sofá que ocupaba junto a Pedro, no pudo hacerlo con soltura. ¿Qué ocurría? ¿Estaba bebida o, tal vez, drogada? La voz de Guadalupe volvió a sacarle de sus cavilaciones: -- José, ven –le decía tendiéndole sus manos, pero su voz era sólo un balbuceo. José, por fin, se decidió dejando a un lado sus dudas y, acercándose a ella, la tomó por los brazos poniéndola a duras penas en pie y con gran dificultad, pues estaba mareada, la sacó del local. Al fin consiguió trasladarla al camping y llevarla a su apartamento tendiéndola en su cama, a ver si así se reponía de la borrachera o de la ingesta de droga, que era lo que a José le parecía más probable: que la joven estaba drogada, pues no olía a alcohol. Esther sentía cómo la invadía la cólera al ver a José llevándose a Guadalupe: el primer intento de separarlos había fracasado, había fallado la primera parte de su plan. ―Pero esto no ha hecho más que empezar -se dijo a sí misma--: si no es por las buenas será por las malas. Acabaré con estos amoríos‖ Esther buscaba la forma de llevar a cabo su malvado plan. Hechos que para una mente normal no hubieran pasado de una broma inocente las mentes retorcidas son capaces de convertirlas en dramas. Si irrumpimos en el desarrollo de un destino, lo podemos dañar. No todos los componentes de un grupo, aunque ocupen el mismo lugar, marchan en línea y –como nos movemos en círculo—si no guardamos orden y respetamos el paso de los demás, terminaremos tropezando los unos con los otros. El resultado de nuestras obras serán el reflejo de nuestro comportamiento pero hay quien tiene la capacidad de transportar una carga oculta que provocará la tragedia. Existía un motivo aunque Esther no quisiera admitirlo: le gustaba José y en su mente enferma no cabía otra salida que la de llegar a conseguir sus deseos. Los deseos de los demás no existen para las personas que carecen de conciencia, sólo los suyos tienen relevancia. Como mujer fría y calculadora que era, Esther no cejaba hasta conseguir cuanto se proponía sin reparar en medios. Como toda mujer hermosa y llena de maldad hacía uso de todas las armas a su alcance, incluida su hermosura. Después del fracaso de la escena de Juan con Guadalupe pensó en cambiar el modo de servirse de Pedro pues el joven entraba en sus planes. 10


Pedro, como hombre joven y atractivo, era débil ante el sexo femenino y sería presa fácil para Esther que consideraba sencillo dominarlo y ponerlo al servicio de sus intereses y de sus fines diabólicos. Lo buscó y lo encontró solo, sentado a una de las mesas del bar y, sentándose junto a él, tomó una de sus manos. El joven la miró extrañado y algo receloso pues la conocía muy bien y supuso que algo iba a proponerle: era la serpiente venenosa que trataba de hipnotizar al inocente pajarillo. -- Los dos debemos ser aliados --Esther empezaba a tejer la tela en que envolvería a Pedro para manejarlo a su antojo--. Ambos perseguimos el mismo fin que es acabar con los amoríos de Guadalupe y José. A Pedro no acababa de convencerle la propuesta de Esther pero si conseguían separar a la pareja la daría por buena ya que él se había enamorado de Guadalupe. Después de todo también a él era lo único que le importaba, acabar con aquellas relaciones. Sabía que Esther no lo implicaría en el uso de armas peligrosas y de manera comprometida, no lo usaría como ejecutor pues se conocían demasiado. Todo ser malvado sabe hasta dónde puede llegar con cada peón que mueve en cada jugada. El amor sólo tiene un color y aquel que no posee tal sentimiento lo desconoce y piensa que puede cambiar a capricho su tonalidad. Pero los sentimientos son como el viento, que se advierte por todas partes aunque no pueda verse. Guadalupe sentía como si volviera de una enfermedad de la que se reponía con dificultad. -- ¿Cómo te sientes? --preguntó José, sentándose en el borde de la cama en la que Guadalupe descansaba. -- Mejor --respondió ella-- ¿Qué me ha pasado? No recuerdo nada... José tampoco encontraba una explicación a lo sucedido: lo único que se le ocurría era que, al parecer, alguien tenía algún interés en ahogar sus relaciones y que no siguieran adelante. -- Pienso --respondió José al interrogante de Guadalupe—y la única conclusión que saco es que a alguien no le gustan nuestras relaciones. -- ¿Porqué? ¿Quién puede tener interés en perjudicarnos? ¿A quién hacemos daño nosotros? A mi familia, no. -- A la mía tampoco --respondió José— Desde ahí nadie nos podría desear ningún mal. Yo pienso, aunque tú no estés de acuerdo, que si alguien está interesado ese alguien está entre tu grupo de amigos. -- No puede ser --exclamó Guadalupe muy alterada al pensar que sus amigos podían tener interés en acabar con sus relaciones y especialmente su amiga Esther, como sugería José. 11


Él, para suavizar la tensión que había provocado en Guadalupe al señalar a sus amigos como causantes de los problemas que habían tenido, comenzó a acariciarla mientras llenaba sus oídos de palabras y promesas de amor. -- Tú me has abierto las puertas de un mundo del que ya nunca querré salir --le decía. -- Yo también te querré siempre --contestaba Guadalupe mientras le devolvía las caricias--: no sé cómo ha sucedido pero también me he enamorado de ti. Ambos estaban dando forma a algo profundo y puro de lo que sólo los dos podrían participar y que no debía romperse pues toda ruptura produce heridas y dolor. Hay un misterio en el hecho de que dos seres distantes lleguen a sentirse tan próximos o acaso siempre hayan estado cercanos sin advertirlo. Sus pensamientos habían volado libres y ahora se habían encontrado en el mundo del amor, un mundo en el cual todos deberíamos tener nuestro sitio. José pensaba en que debían seguir planificando su vida futura en común. A veces, al pensar en el mundo en que ahora vivían y aquel al que habrían de llegar, José observaba que hay parejas que suponen que este cambio puede llevarles a alguna desavenencia al adentrarse en un nuevo horizonte y piensan que pueden perder el embrujo en que se hallaban, en el embrujo del amor en el que todo se magnifica y se embellece. La posición social y económica de Guadalupe era de lo más normal. Trabajaba en el área de la Sanidad en donde, si se destaca, se puede vivir de manera holgada. Así mismo, era desahogada la situación económica en la vida de José. Éste le tomó la mano y, mirándola profundamente a los ojos, le dijo: -- Te amo y siempre será así. Ella le devolvió la mirada: -- Yo también te amo y mi mayor deseo es estar toda la vida a tu lado sin que nada ni nadie nos separe nunca. Guadalupe tuvo en aquel momento la sensación de vivir dentro de un sueño y si aquello era un sueño ella no quería despertar de él pues no quería ni pensar en que pudiera tener final. Un recuerdo le hizo estremecerse, el recuerdo de una relación que había terminado de forma traumática para ella. Pero intuía que con José no sería así, con él se sentía tan feliz, segura y tranquila... -- ¿En qué piensas? --la sacó José de sus cavilaciones. -- En nosotros, pienso sólo en nosotros --respondió ella.

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Esther, como si algo superior a ella lo ordenara, siguió con su malvado plan para hacer desgraciada a Guadalupe. El Mal usa toda clase de disfraces, lo que le permite imponerse sin levantar sospechas y sólo hace acto de presencia al quitarse la máscara. Pero, por desgracia, en la mayoría de los casos ya se ha producido la tragedia. Cuando dos fuerzas van la una al encuentro de la otra si se mueven en el mismo círculo el choque será inevitable y una de las dos tendrá que abandonar el círculo para que tal choque no se produzca. El plan de Esther está en marcha y el daño podría ser irremediable. Los truenos serán el anuncio de que llega la tormenta, pero ya será demasiado tarde. Ni José ni Guadalupe fueron capaces de aventar el peligro que se cernía sobre sus cabezas, los dos ignoraban que algo se movía en contra de sus intereses y que estaban al final del Paraíso que soñaban. ¿Por qué son castigados los justos? ¿Qué Juez es el que dicta la negra sentencia? ¿Quién es capaz de robar la felicidad y propiciar el sufrimiento? Y una y otra vez la pregunta: ¿es el Mal más fuerte que el Bien? La respuesta es siempre la misma: el Mal se aprovecha no de la debilidad del Bien sino de su humildad. La pareja proseguía sus relaciones ajena por completo a ese otro futuro que alguien, sin su consentimiento, estaba tramando para ellos. ¿Cuál es la mano que, a su antojo, puede torcer nuestro camino? ¿Qué fuerza es la que, sin contar con nuestra voluntad, tiene su sino entre sus manos? Si tal sucede es porque no hemos asegurado con suficiente firmeza nuestros pasos. -- Dentro de unos días vuestras vacaciones habrán terminado y entonces habremos de reorganizarnos para que nuestro sueño pueda hacerse realidad --decía José. Sin querer su imaginación le llevaba a verse en un hogar con Guadalupe y sus hijos comunes y se hallaba en la seguridad de que todo cambiaría para ellos. Juan y María, los dos miembros más conscientes del grupo, comentaban las andanzas de Esther que les resultaban, cuando menos, un tanto sospechosas y hasta ridículas pues María decía no entender qué clase de interés podía tener su amiga en lo que hiciera o no hiciera Guadalupe. -- No entiendo --decía—qué le puede importar a ella lo que hagan los demás. Tengo cierto temor a que pueda hacer algo que sea perjudicial para Guadalupe, que es con quien ahora la tiene tomada. -- Sí --respondió Juan--: su forma de comportamiento no puede acarrear nada bueno, creo yo.

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Juan y María también se estaban planteando crear un hogar estable y feliz como una pareja normal. Hacía ya algún tiempo que sus relaciones habían comenzado como sin darse cuenta pero, a medida que iban avanzando, se fortalecían encaminándose hacia un lugar feliz. Su vida se establecería en Madrid, en donde tenían su trabajo y su residencia. Nadie había notado en el pueblo la presencia de un individuo cuyo aspecto ayudaba a pasar desapercibido. Pero cualquier observador riguroso que reparara detenidamente en él descubriría a un personaje dotado de un cierto misterio. En primer lugar destacaba su aspecto desagradable, de cara poco agraciada de la que se desprendía como un reflejo de su personalidad, pero a quien no fuera un buen observador le costaría descifrar lo que aquella cara expresaba. A las personas más sencillas les sería difícil adivinar qué clase de persona tenían delante: la mayoría de las personas dudan de que el Mal pueda pulular libremente por todas partes. ¿Había sido el azar el que le llevara a aquel pueblo del Valle o habría sido reclamada su presencia por algún otro con la malvada intención de perjudicar a un tercero? Presentaba una cara de ojos oscuros, pómulos salientes y una nariz prominente que le daban, en conjunto, un aspecto un tanto repulsivo. Al entrar en el bar en donde habitualmente se reunía el grupo de amigos miró a un lado y a otro y se acercó a la barra, en donde pidió de beber.

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II

El forastero había pedido una cerveza y comenzaba a tomársela en el momento en que las chicas entraron en el bar y, nada más entrar, Esther se percató de la presencia de aquel individuo. Todo Mal puede tener su gemelo y enseguida se dio cuenta de que estaba ante su igual. Todo depredador siente el peligro desde el momento mismo en que entra en la zona en que otro depredador opera. Sólo la serpiente, aun sin ver, sabe de su presencia y lo nota entrando en el espacio en que habita el Mal. De la rapidez con que se muevan el uno y el otro dependerán sus vidas. Todo depredador, grande o pequeño, sabe ser camaleónico y utilizar la vista en recorrer cuanto le rodea y su visión es como un espejo en el que se refleja cuanto se mueve a su alrededor. Estos individuos saben camuflarse perfectamente para no despertar recelo y saben también ocultar sus sentimientos para no disminuir sus fuerzas y perder, con ello, algunos de sus beneficios. En aquel momento toda la atención del recién llegado se concentraba en la imagen de la hermosa mujer que acababa de entrar en el local y su instinto le decía que estaba ante una fuerza escurridiza y llena de peligros pero, como los dos pertenecían al mismo género, podrían moverse el uno en la proximidad del otro pues ambos sabían que un choque entre los dos no tendría retorno. Esther se aproximó al intruso. Con su mucha inteligencia había sacado rápidamente sus propias conclusiones sobre aquel personaje y pensó que podía ser la pieza que le faltaba para llevar a cabo sus planes. --De paso, ¿verdad? --se dirigió al forastero. --Bueno, sí --respondió él--: pero me puedo quedar si mi presencia fuera necesaria. --¿Nos acercamos a aquella mesa? --propuso Esther indicando una de las situadas en un extremo del local. --De acuerdo --aceptó el recién llegado. Esther le tendió la mano: --Me llamo Esther Buendía... --Aurelio Valle --respondió él al tiempo que acariciaba su mano que Esther retiró de forma violenta como dándole a entender que no debía propasarse en sus efusiones. --Perdón --se disculpó Aurelio al advertir la tirantez de la chica y, sin más preámbulos, se sentaron en el sitio escogido y Esther pidió de beber para los dos.

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Ambos se observaban de hito en hito y pensaban lo mismo, a ver quién podía sacar más provecho del otro o quién engañaba a quién. Difícil lo tenían los dos. --Voy al grano --Esther miraba fijamente a su acompañante—porque no me gusta andar con rodeos: tengo un problema al que no puedo dar solución sólo con mis medios. --Y has pensado en mí, ¿verdad? --cortó el siniestro personaje y, en breve, aliado de Esther y de sus futuras fechorías. -- Sí --respondió ella--: he pensado en ti como la persona apropiada para ayudarme a resolver mis problemas. Si Esther era directa su flamante amigo no lo era menos pues los individuos como él no eran personas que dejaran pasar el tiempo titubeando y más bien se significaban como seres de acción. El hombre clavó sus ojos en ella, ojos oscuros y penetrantes cuya mirada resultaba tan desagradable como lo era el propio individuo. Esther pensó para sí que nunca le había tenido miedo a nada ni a nadie pero se daba cuenta, pues su instinto se lo advertía, de que tenía ante sí a un terrible ser del Mal. Sólo un depredador puede descubrir a otro y ahora Esther lo estaba percibiendo con total claridad: su sentido común le advertía de que debía retirarse pero su obsesión se lo impedía. Las tragedias a veces se planifican pero, por lo general, surgen de forma espontánea, suceden sin motivo aparente y en esto conllevan su sentido más trágico, en lo irremediable por imprevisto. Y esto es lo que pensaba Esther contemplando a su acompañante tratando de catalogar de forma definitiva a aquél truhán, pues eso era lo que aquél tipo le parecía. Pero era precisamente la clase de individuo que necesitaba para sus fines. Cada acto tiene su propio precio. Isabel, la tercera de las chicas integrantes del grupo, se acercó a Esther aprovechando que Aurelio se había ausentado por un instante para ir a los aseos. --No me gusta tu amigo --le susurró al oído. --No es mi amigo --le aclaró Esther. --Si no es tu amigo dile que se vaya --insistió Isabel--: su aspecto me da muy mala espina. No sé lo que te traes entre manos pero, sea lo que sea, no me gusta. Esperemos que no tengamos que lamentar alguna desgracia. Todo acto que se presupone peligroso produce una inquietud que se puede transmitir a quien está en su proximidad, aunque no pueda darle una clara explicación a su malestar. José y Guadalupe seguían sus relaciones dentro de su particular mundo mezcla de ensoñación y de realidad y en el que sólo existía para ellos la felicidad. Los planes estaban trazados para la nueva vida en común y ya solo faltaba ponerlos en marcha. Restaban solamente unos días de vacaciones y luego los dos partirían para vivir juntos en Madrid, en donde 16


ella reanudaría su trabajo y él comenzaría los preparativos para su unión definitiva. Mientras tanto Esther había quedado con Aurelio para reunirse en otro bar distinto del frecuentado por el grupo de amigos ya que no quería cruzarse de nuevo con ellos estando en compañía de aquel sujeto. Cuando llegó al sitio señalado ya Aurelio la estaba esperando y Esther se sentó a su mesa: --Bueno --fue directamente al asunto que les reunía--: el plan es que el romance entre José y Guadalupe se rompa para siempre. Ya Esther había puesto en antecedentes a Aurelio sobre la identidad de todos sus amigos y las peculiaridades de sus relaciones y Aurelio trataba de averiguar qué oculto interés tendría aquella diabólica mujer en separar, a costa de lo que fuera, a aquella pareja que, por otra parte, se portaba de forma tan discreta y sin molestar a nadie. Detrás de todo deseo hay un motivo que lo genera, aunque el motivo sea una perversión. --Cómo lo vas a hacer no me importa --expuso Esther--, sólo que lo hagas. Por otro lado, creo que la cantidad acordada te interesará... Esther le enseñó una foto de la pareja: --Éste es. Lo demás es cosa tuya. A continuación le entregó un sobre que contenía una considerable cantidad de dinero. El presunto asesino no estaba muy convencido y no por la cantidad, que le pareció perfecta, sino por la actitud de Esther que le dejaba solo con la carga de los hechos: aquella perversa criatura se lavaba las manos con total frialdad, frialdad que incluso a un hombre como él le imponía. Y empezó a darle vueltas a ver de qué manera la implicaba para que, en caso de que surgieran complicaciones, no fuera él sólo el que cargara con las consecuencias. Pero la perversa mujer actuaba con terrible astucia ya que hasta el pago se lo entregó en efectivo para que no quedara rastro alguno: muy astuta aquella psicópata, que es lo que a Aurelio le había parecido desde el principio. Habría de buscar un buen plan para hacer desaparecer a aquel hombre que nada le había hecho pero al que un negro destino había puesto en su camino por culpa de una mujer sin sentimientos que había pagado sus servicios para que ejecutara aquel terrible plan. Y tendría que hacerlo él solo pues ella se lavaba las manos. En cuanto a las formas, según le había expresado, nada le importaba: sólo el resultado. Para ejecutar lo pactado podría seguir dos caminos, el primero de los cuales implicaba coger a aquel hombre y llevárselo a gran distancia de aquel lugar para que el grupo, acuciado por Esther, tuviera tiempo de

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desaparecer de forma que si José volviera a por Guadalupe ya no la hallara en el pueblo ni ella pudiera dar con él. Montar una trama de mentiras y enredos sería cosa fácil para Esther que, en el terreno de la intriga, se mostraba como una gran maestra, por lo que para ella sería cosa de coser y cantar. La otra solución consistiría en hacerlo desaparecer físicamente. Era la más segura, pensaba Aurelio, siempre que no quedaran cabos sueltos. La mujer se conformaría con que los dos amantes se distanciaran de forma que jamás se volvieran a encontrar y la segunda vía era, para ella, la mejor solución. Pero como nada había expresado al respecto la decisión quedaba a elección del propio Aurelio. Era lo más radical. ―Pobre hombre‖, se dijo. Pero a él le pagaban para eso y no era la primera vez. Trataría, por las formas, de que tuviera todas las trazas de un accidente y si salía bien no habría investigaciones que pusieran en peligro su integridad. Un coche cayendo por un barranco –por allí los había perfectos-, se incendia y nada queda... La perversa mente de un asesino calcula el atentado contra un ser humano como si de un simple juego de azar se tratara. No tienen conciencia, no saben lo que es la crueldad aunque la ejerzan, son la clase de individuos vacíos de todo buen sentimiento, son esclavos del odio y la única satisfacción del odio es la tragedia. A final se decidió por la solución de simular un accidente y para ello el primer paso sería hacerse de un automóvil que no dejara rastro alguno de documentación. Un auto robado sería la mejor baza pero no sería muy creíble que José lo hubiera hecho y se estrellara con él, dado que para la opinión de quien lo conociera era demasiado responsable como para caer en tal tipo de errores. Aurelio creía que cualquiera podía cometer un error y pensó en Esther. ―No –decidió-, ella no es de fiar‖ Pero entre truhanes existe un código de vida cuyo precio sería el final de uno de los dos. El precio de la traición es la vida. El inocente nunca presagia un castigo porque no se considera acreedor al mismo.. José entra en un círculo en el que existe una amenaza de tragedia pero para él es terreno desconocido, es una fatalidad. Aurelio ya tenía prevista toda la operación con lo que había anotado todos los movimientos de José y tenía previsto dónde le esperaría para poder atacarle y llevarlo hasta el coche que había robado e introducirle en él. Un empujón hacia el fondo del barranco y todo habría terminado. Mientras el truhán de Aurelio trazaba su atentado contra José la otra parte del siniestro plan no se mantenía inactiva sino todo lo contrario: por 18


la tenebrosa mente de Esther pasaban las más despiadadas ideas, como si tratara de realizar su gran obra maestra que no sería más que un cúmulo de mentiras sobre mentiras. Los primeros pasos tendrían que darse en el sentido de que al tiempo que José desapareciera todo el grupo habría de partir para Madrid a fin de que cuando saliera, si salía, la noticia de su desaparición fuera ella, Esther, quien la diera. El primer escollo estribaba en convencer a Guadalupe para partir sin que José estuviera presente. ¿Qué mentira idearía para convencerla? Una vez que estuvieran a muchos kilómetros de aquel lugar todas las noticias que le llegaran a Guadalupe lo harían distorsionadas de tal forma que cuando las conociera no tratara de buscar a José y para ello habría de usar unos argumentos que parecieran válidos. A Esther se le ocurrieron dos formas la primera de las cuales consistía en escribir una carta aparentemente obra de José en la que le diría que volvía con su familia y, por ello, no podían seguir con sus relaciones. La otra forma sería demostrar el fallecimiento de José, para lo cual necesitaría un informe policial, con toda clase de datos de tal forma que no hubiera lugar a dudas en cuanto a su autenticidad. La siniestra joven tenía la suficiente inteligencia y maldad como para conseguir todo eso y la segunda forma era la que más garantías le ofrecía pues, de todas maneras, sería la verdadera. Esther pensó que todo estaba previsto y nada fallaría, la fuerza de la mentira es capaz de convertir lo negro en blanco, sólo hace falta el genio que la interprete y ella era una experta en la materia. Pero nunca debemos perder la esperanza de que, al final, la verdad se imponga. En el pueblo en que José y Guadalupe se habían conocido y creído que habían encontrado el camino que lleva al Paraíso en donde pasarían toda su vida, una trágica noticia vino a romper la calma de la mañana: un automóvil se había despeñado por un barranco existente a pocos kilómetros del pueblo incendiándose al caer al fondo y convirtiéndose en un montón de chatarra y cenizas y, según la Policía, en su interior se habían hallado restos humanos también carbonizados e inidentificables. --Padre: ¿cómo se encuentra, padre? Todo era oscuridad, silencio... ¿Dónde se hallaba? ¿Qué le había sucedido? Su cerebro, un amasijo informe de sensaciones. Su mente trataba de colocar cada pieza en su lugar para que todos los sentidos funcionaran y ordenaran todo lo que llegaba a su cabeza de forma caótica.

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Todo tenía que tomar forma para saber en dónde se encontraba. Todo –las voces, las luces...- le parecía lejano y volvían a repetirse las mismas preguntas: --¿Cómo se encuentra, padre? Aunque todo le seguía pareciendo desconocido aquella voz le parecía familiar y se le antojaba la voz de su hijo José. Sintió una presión en su brazo y, en efecto, era la mano de su amado hijo la que le empujaba hacia la realidad. Lentamente, haciendo un tremendo esfuerzo, trató de incorporarse y advirtió que una fuerza mayor le mantenía como atado a la cama y se lo impedía. Su mente era como un remolino dando vueltas y vueltas en busca de una explicación a aquel caos en que se encontraba envuelto y en el que no encontraba respuestas a tantas preguntas. En primer lugar, dónde se encontraba. Estaba claro que era un Hospital pero ignoraba qué había sucedido para llegar hasta allí y trataba de evocar los momentos anteriores a aquél en que se hallaba. Qué le había sucedido para llegar a aquella situación y porqué le acompañaban su hijo y sus dos hijas. Algo grave tenía que haber sucedido... --Padre -volvió a escuchar la voz de su hijo--: ¿no recuerda cómo cayó por el puente? --¿Puente? --preguntó él a su vez--: ¿Qué puente? --La Policía ha estado aquí varias veces --le explicó su hijo--. Tenías todas tus pertenencias en el Hostal en que te alojabas por lo que se pudieron aclarar un tanto las cosas ya que, al encontrarte bajo el puente, no llevabas encima identificación alguna. --Un vecino del pueblo te identificó --prosiguió su hijo—y así la Policía pudo seguir tu rastro hasta el Hostal. --A ver, padre, --prosiguió--: ¿Cómo fue a parar debajo del puente en que le encontraron? José trataba de recordar lo último que había ocurrido y a su mente acudían ideas confusas que nada le aclaraban hasta que, por fin, una imagen nítida llegó a su mente: Guadalupe... Sí, ahora empezaba a tener noción de algunas cosas y lo último que recordaba era que se despedía de Guadalupe y después todo se volvía borroso. El hijo, viendo que su padre no recordaba nada más de lo sucedido, le explicó todo lo que le había pasado y cómo fue encontrado por un vecino del pueblo y que éste había avisado a la Policía que le llevó al Hospital en que se encontraba. José trató de incorporarse y sintió como si todo su cuerpo estuviera troceado pues le dolía en todas sus partes. Su hijo le sujetó a la cama: --No se mueva: tiene rotos una pierna y un brazo.

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--¿Quién es Guadalupe? -continuó--: la has nombrado varias veces mientras estabas inconsciente. --¿Guadalupe? Ah, sí --recordó José--: es una joven a la que conocí y traté en el pueblo en que pasaba mis vacaciones. ¿No ha venido a verme? --No --respondió su hijo--. Aquí nadie ha venido a preguntar por nadie. José pasó a relatar a su hijo cómo habían comenzado sus relaciones con Guadalupe y que estas relaciones estaban destinadas a comenzar una nueva vida y formar un hogar. --Pero este suceso --prosiguió el padre—que nadie sabe explicarme parece que ha venido a trastocarlo todo. --Ahora --continuó—no sé nada de Guadalupe. No sé porqué no está aquí ni dónde está. En realidad, sabemos muy poco el uno del otro. José entendía la angustia de su padre al no saber el paradero de aquella mujer de la que, al parecer, se había enamorado. --Está bien, padre --trató de tranquilizarlo--: mis hermanas y yo entendemos su estado y yo me encargaré de averiguar el paradero de Guadalupe y qué ha sido de ella. José puso a su hijo al corriente de cómo podía localizar a Guadalupe y éste le prometió hacer todo lo posible para dar con ella y esclarecer todo lo ocurrido. Tras hablar con su hijo y darle los datos pertinentes asaltó a José un terrible presentimiento. ¿Qué había sucedido? Estaba en un Hospital y esto debía ser consecuencia de un hecho muy grave: José sentía que había entrado en un laberinto del que sería muy difícil hallar la salida. Unas terribles dudas se estaban apoderando de su ánimo y sentía que era víctima de un macabro episodio en el que nada tenía sentido, lo que le llevaba a pensar que había entrado en un oscuro túnel del que ya sería muy difícil salir. Su vida empezaba a no tener sentido y todos los caminos que se abrían ante él parecían no tener final. Tenía la impresión de haber salido del Paraíso para ir a no se sabía dónde. Se había quedado sin Paraíso y sin futuro, estaba en un lugar en que no había elegido estar y nada sabía del paradero de la mujer de la que se había enamorado. Sentía que empezaba a vivir una pesadilla en la que no sabía si, al despertar, se haría la luz. José, el hijo, dejó a sus hermanas cuidando a su padre y partió en busca de datos que le permitieran saber el paradero de Guadalupe y con esa idea llegó al pueblo en que su padre había pasado sus días de descanso a fin de aclarar lo allí sucedido. 21


Al llegar al pueblo, en el que supuestamente deberían estar Guadalupe y sus amigos, todo fue muy confuso para José: todo lo que pudo conseguir averiguar de nada le iba a servir a su padre pues el informe que había obtenido de varias fuentes y a base de preguntar a varios vecinos nada le aclaraba ya que entre los propios vecinos se contradecían. Se decía que el grupo había partido de manera urgente hacia Madrid debido a una llamada telefónica por la que se informaba de un accidente automovilístico sufrido por el familiar de uno de ellos. Otro vecino aseguró que en el curso de su precipitado viaje los mismos jóvenes habían sufrido, a su vez, otro accidente que había tenido graves consecuencias para alguno de ellos. Un tercer vecino corroboraba esto último y agregó que la accidentada había sido una chica rubia que salía con ―un hombre mayor que no era del pueblo‖ y que, según otro, la chica estaba embarazada. ―La rubia‖, según resaltó el dueño del bar, era Guadalupe. Un terrorífico informe el que José-hijo había recopilado siguiendo las explicaciones que unos y otros le habían dado y que resultaban, por completo, desconcertantes. Se le ponían los pelos de punta escuchando los relatos de aquellos vecinos pues parecían el argumento de una película de terror y de intriga. Eran como una ventana sin salida, círculos vicios sobre los que caminar de forma interminable sin hallar una escapatoria. José, a medida que se iba recuperando, comenzaba a recordar poco a poco los últimos momentos que había pasado junto a Guadalupe. Recordaba perfectamente cómo se había despedido de ella con un ―hasta luego‖, pues sólo tenía que hacer algo que le llevaría poco tiempo, y partió pensando en que ella le esperaría pacientemente y en que se amaban con un amor puro que, como frondosa planta, acabaría por dar jugosos y sanos frutos. José se había despedido después de haberla colmado de caricias y de palabras de amor pues se amaban y, por lo tanto, lo más importante para ellos era hablar de su felicidad y de sus planes de futuro. --Hasta luego, cariño --dijo José al tiempo de partir a sus asuntos. --Hasta luego, mi amor --respondió Guadalupe sintiendo un ligero escalofrío al ver cómo se alejaba de ella. El corazón se le encogía y sentía cómo la angustia la atenazaba al tiempo que un suspiro salió del fondo de su garganta: ―José...‖ se repetía hasta que torció por la primera esquina y desapareció de su vista. No vemos el aire ni tampoco aquello que transporta. ¿A qué damos el nombre de presentimiento? ¿Serán señales de que se acerca el Mal? Vivimos en un mundo lleno de fuerzas que desconocemos. Guadalupe, al ver cómo José se alejaba de ella, sintió como si se alejara su propio mundo, el mundo que los dos estaban construyendo. 22


Los pasos de José iban poniendo distancia entre los dos y ella quiso detener aquella marcha, aquel caminar hacia otro destino. Lo intentaba pero no podía, sentía los pies como clavados al suelo y quiso gritar pero tampoco pudo, un nudo en la garganta se lo impedía y veía a José cada vez más lejano perdiéndose en la distancia. Absorta en sus pensamientos no advirtió la presencia de Esther que se hallaba tras de ella. --Guadalupe --dijo Esther con tono grave—Verás: tengo que darte una mala noticia. La perversa chica siguió hablando: --Tu hermana acaba de sufrir un trágico accidente. Guadalupe no acababa de entender lo que Esther le decía: --¿Mi hermana? ¿Un accidente? ¿Cuándo, dónde...? --Hace unos minutos que me lo ha comunicado tu padre. Debemos partir para Madrid de inmediato. --Yo no puedo moverme de aquí hasta que no vuelva José --le aclaró Guadalupe--. Ha salido a hacer algunas gestiones y volverá enseguida... Una ruda discusión se entabló entre las dos jóvenes imponiéndose, al final, el criterio de Esther que convenció a Guadalupe de que dejaría un recado para José a través del dueño del bar que habían frecuentado en estos días. Él pondría a José en antecedentes de lo ocurrido informándole del motivo de la apresurada partida. Guadalupe aceptó partir aunque el plan de Esther no acaba de ser de su completo agrado. El caos se apoderó de su mente sin saber qué opción tomar y perdiendo todo control sobre sí misma. Si tú no tomas tus propias decisiones alguien ocupará tu lugar y guiará tus pasos, aun en contra de tus intereses, para bien o para mal. Estarás en sus manos, te sacará de tu mundo propio y te atraerá al suyo. ¡Qué alivio, qué descanso que alguien piense por ti e incluso que se mueva por ti si esto fuera posible! ¿Puede verse la realidad? Cuando todo se purifica es como algo que no existe, que se quiere coger y que se ha convertido en vacío. José decidió contarle a su padre tal cual lo que había averiguado en su visita al pueblo. Le diría la verdad por dura que le pareciera y se le ponían los pelos de punta cuando pensaba en lo que le habían contado en aquellos días pero había de contarle la verdad por dura que fuera. Se dice que las desgracias nunca vienen solas, más bien se nos presentan encadenadas como si nos aventuráramos por un sendero lleno de trampas sin encontrar en él un paso seguro.

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Antonio, el Cirujano del Hospital de Madrid, se quitó la mascarilla y limpió el sudor que cubría su frente al tiempo que miraba a su paciente: --Pobre criatura: este accidente ha estado a punto de costarle la vida. A ella y a la criatura que lleva en su vientre. --¿Cómo ha dicho? --exclamó Esther llena de estupor. --Sí: está embarazada --explicó el doctor La mente de la mujer, al saber que su amiga estaba embarazada, empezó a maquinar macabras ideas. Ella hacía tiempo que deseaba tener hijos sin haberlo conseguido y ahora Guadalupe lo tendría... --¡No, no y no...! --se repetía en su mente desequilibrada. La noticia la había trastornado pero la oportuna llegada de una de las hermanas de Guadalupe impidió que, en aquel mismo momento, llevara a cabo una horrible locura pues en su mente ya había asomado la idea de que Guadalupe perdiera el hijo que esperaba sin todavía saberlo. José escuchaba el relato de su hijo y sentía cómo se desmoronaba el mundo a su alrededor y que a él ya no le quedaba nada por hacer, que todo había terminado. Sus hijos ya no le necesitaban ni nadie en este mundo pues ya parte de su ser estaba fuera del mismo. Aunque ya se había cumplido parte de su tiempo en esta vida, José, al conocer a Guadalupe, había pensado que aún le quedaba recorrido Pero ahora ¿cómo hacerlo sin su amada y sin el hijo que ya nunca conocería? Sería demasiado el peso de su pena. ―No --pensaba--: no podría caminar solo con aquel tremendo peso a cuestas, sin nadie con quien compartir el esfuerzo...‖ No podría pues -sentía-- cada paso sería para él un calvario que ningún ser humano sería capaz de aguantar. Los deseos y las ilusiones son los sentimientos que dan movimiento al motor de la vida y sin ellos todo desaparece y quedan el vacío y la nada por donde nadie puede caminar. Para José ya nada existía, su lugar en la vida estaba vacío. A su hijo se le encogió el corazón al ver cómo, en completo silencio, corrían las lágrimas por las mejillas de la cara de su padre y, reflejando una tremenda angustia en su propio rostro, lo abrazó sin poderse contener llorando, a su vez, a pesar de sus esfuerzos por impedirlo. Era un hombre fuerte pero al ver a su padre hundido en aquella pena toda su fortaleza se desvaneció sintiéndose como un niño desvalido. José acabó por curar de sus heridas físicas pero ¿quién le libraría de las heridas del espíritu? Sólo él podría hacerlo por sí mismo. Al salir del Hospital miró a un lado y a otro de la calle. ―Como a ningún lado voy --pensó—dejaré que mis pies decidan en qué dirección me han de llevar. En ninguna parte tengo nada, así que bajaré la cabeza y caminaré...‖ 24


Así lo pensó y así lo hizo. Sus hijos habían contratado a una persona que le cuidara durante su convalecencia, Inés, que era una mujer paciente que cada día se acercaba hasta el Centro en el que se hallaba, por el momento, ingresado y le ayudaba a dar ligeros y cortos paseos por los alrededores. Su decisión de internarse en aquel Centro había sido tomada, antes que por sus secuelas físicas -que ya eran mínimas-, por sus achaques psicológicos que no acaban de desaparecer después del trance vivido. Cada día hacía el mismo recorrido, se sentaba siempre en el mismo lugar y hacía los mismos gestos. Esto intrigaba a Inés, que observaba cómo José pasaba horas con la mirada perdida en la distancia como si esperara a que alguien apareciera de pronto. Su mente se había sumido en una especie de amnesia aséptica que le protegía de sí mismo y que le permitía haber borrado de su mente todo lo que le causara dolor y este estado le mantenía en un mundo irreal en el que podría vivir toda la vida pero del que podría salir por la misma fuerza de la razón. Pasaba el tiempo sin ser consciente de lo que sucedía a su alrededor debido al tupido velo que envolvía su mente aunque, de vez en cuando, se filtraban hasta su razón extrañas imágenes que le traían recuerdos dolorosos y terribles. Su naturaleza trataba de sacarle del mundo tenebroso en que se había sumergido aunque algo le impedía salir a flote del pozo en que había caído. En un momento de este recorrido oscuro creyó ver que se hacía la luz. En su delirio creyó ver también a Guadalupe y su hijo y sintió un inmenso placer. Había entrado en un mundo de pesadilla. Cuando salimos al espacio abierto todo está en blanco pero nuestra mente trata de rellenarlo de vida con el producto de nuestro cuerpo y aunque este no se mueva la mente seguirá marchando y construyendo vida, una vida sin orden si la construyes de manera deficiente. La respuesta podría estar en el ánimo con el que nuestro cuerpo afronte la vida. Si el agua es mala tendrá mal sabor y lo mismo ocurrirá con los alimentos. Y en este momento el alimento de José es la tragedia que podría producir su cuerpo. ¿De qué materia disponía su mente para llegar a producir vida? Sólo pesadillas podría cocinar en un mundo completamente lleno de tinieblas. Soñaba con una vida sin problemas en la que solamente existiría la felicidad pero esto sólo es posible en un mundo de amor y éste sólo aparece si la vida nos ofrece grandes espacios sin que ni nosotros ni nuestras circunstancias acorten el tiempo para disfrutarla.

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Aquel día, como todos los demás, daba su paseo por las calles del pueblecito en el que llevaba varios años residiendo y en el que estuvo a punto de perder la vida. Allí había perdido a la mujer a la que había amado profundamente ¿Porqué, entonces, seguir habitando en un lugar que tanta tragedia había traído a su existencia? Ni siquiera él era capaz de encontrar una explicación a esta interrogante: tal vez la esperanza de que Guadalupe volviera... No, él sabía que Guadalupe no volvería ni a aquel pueblo ni a ninguna otra parte puesto que se había ido para siempre en aquel trágico accidente el día de su vuelta a Madrid. Tras su etapa de internamiento en aquel Centro de Salud su malestar psicológico había pasado a ser sólo un recuerdo y su notable mejoría había hecho que empezara a contemplar la posibilidad de nuevos planes. A raíz de su mejoría había aparecido en su vida otra mujer con la que, con el paso del tiempo, había terminado por establecer relaciones sentimentales pero había sido sincero con ella al exponerle que, por el momento, no podría amarla como ella se merecía pues aun seguía presente en su corazón el recuerdo de Guadalupe aunque hubieran transcurrido tan sólo tres años desde los hechos que acabaron separándolos para siempre. Tenía la impresión de caminar por un sendero que nada tenía que ver con su vida anterior pues su mundo de ahora era un mundo poblado de recuerdos dolorosos. Pasaba horas y horas sin poder apartar de su mente el recuerdo de Guadalupe y siempre se hacía la misma pregunta: qué amargo destino la había apartado de su vida de una manera tan trágica y brusca. Trataba de normalizar su vida, lo que le estaba costando un esfuerzo sobrehumano y, a veces, pensaba que no lo conseguiría totalmente. Ella había dejado en José una huella difícil de borrar pero tenía que seguir adelante, por él y por sus hijos. Paula Hidalgo -que era el nombre de su nueva compañera- sabía del drama que aquel hombre había padecido y que le había producido grandes heridas de las que es difícil escapar completamente: casi siempre dejan heridas difíciles de cicatrizar. Como los planes de José le encaminaban a ir a vivir a Madrid Paula se preguntaba por qué a esa ciudad precisamente y no a cualquier otra. José aducía que en esa ciudad había nacido Guadalupe. En ella había vivido y en ella había trabajado y paseado por sus calles y parques: algo de ella debería haber quedado. Los recuerdos son las huellas que los demás dejan en tu mente y si no tienes el presente creas del pasado un lugar lleno de presencias en el que podemos refugiarnos en busca de compañía.

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III Paula le había servido de gran ayuda en los momentos más difíciles, unos momentos en los que nada de este mundo le importaba, y con su ayuda había empezado a tomar interés por las cosas y a alejarse cada vez más de la tragedia que había convertido su vida en un infierno. Iba quedando atrás un camino tenebroso, lleno de espinas, en el que cada paso significaba un auténtico padecimiento de dolor y lágrimas. Ahora dedicaba la mayor parte de su tiempo a sus largos paseos y pasaba muchos ratos sentado en cualquier parque disfrutando de la Naturaleza. Aquella mañana Paula y él habían dado el acostumbrado paseo y, mientras ella fue a hacer unas compras domésticas, él quedó sentado en un banco de un parque repleto de gente por la celebración del domingo, lo que facilitaba la presencia multitudinaria de niños. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de tal ambiente y en aquel momento se sentía relajado y hasta feliz. Una voz tenue y dulce, musical, le sacó del nuevo mundo en que estaba inmerso. La voz volvió a sonar y se giró para ver quién la emitía. Al encontrarse con aquella niña algo extraño recorrió todo su ser pues aquella figura de niña pequeña -calculó cuatro años, quizás algo más- se presentaba de estatura más bien alta, rubita y sus ojos.., fue al contemplar esos ojos cuando un nuevo estremecimiento recorrió su cuerpo, esos ojos azules como un cielo en claro día de primavera. Tuvo que desviar su vista de la niña, sentía la mirada de ella en lo más profundo de su ser. --¿Puedo sentarme en tu asiento? --dijo la niña --No, este no es mi asiento sino el de todos --respondió José--: tú tienes el mismo derecho que yo o que cualquiera a sentarte en él. La niña se sentó e instintivamente posó su mano sobre el brazo de José lo que hizo que éste sintiera algo extraño dentro de sí mientras la niña, al mirarle de frente, no dejaba de observarle con curiosidad. La niña rompió el silencio creado entre los dos: --Me llamo Lupe... ¿Había oído bien? José se levantó bruscamente del banco al oír el nombre dicho por la niña. Fue como si algo rompiera de pronto el remanso de paz que había tratado de crear en su interior desde hacía algún tiempo. ¿Por qué aquella niña --semejante a las demás que aquel día jugaban en el parque-- había despertado de pronto tantas inquietudes en él? --¡Qué niña más preciosa! Parece una muñeca… --las palabras de Paula devolvieron a José a la realidad. --¿De quién es esta niña? --prosiguió con sus preguntas. 27


--¿Ya te vas? --preguntaba la niña tirando del pantalón de José para llamar su atención. --No, no me voy --respondió éste volviendo a sentarse. --¿Estás sola? --siguió preguntando Paula. --No --respondió la niña--: estoy con mi tía que está allí con sus amigas. Con sus pequeñas manos señalaba a un grupo que charlaba unos metros más allá y Paula miraba a la niña sin saber explicarse qué le indicaba la expresión de la cara de ésta, algo que no alcanzaba a comprender, algo que le resultaba familiar y que carecía de sentido alguno. Paula y José se despidieron de la niña: --Hasta mañana --dijeron al unísono. --Mañana no puedo venir --dijo la niña--: por la mañana tengo que ir al colegio. Vendré por la tarde. --Está bien, acepto --contestó José--: vendremos por la tarde. --Esta niña... –iba diciendo Paula camino de casa--, no sé pero su cara... Guadalupe dices que se llama ¿no? --Sí, así ha dicho que se llama --afirmó José. --Pues su cara --continuó Paula—expresa algo que no sabría explicar como si me resultara familiar. Pero es una barbaridad pensar tal cosa pues esa niña nada tiene que ver con nosotros. --Sin embargo --insistía Paula-- algo raro se desprendía de ella. --En fin --concluyó--, es algo que nosotros no vamos a resolver. --Así es --admitió José, al que la presencia de aquella niña había alterado notablemente. María Nogales y Juan Vázquez habían formado un matrimonio normal sólo dedicado a sus hijos y a su trabajo. Eran felices aunque se habían visto envueltos en los sucesos ocurridos durante aquellas vacaciones en el Valle del Jerte. Hacía tiempo que habían dejado atrás el duro recuerdo de aquellos hechos, sin olvidarlos, por supuesto, pues ellos también formaban parte de aquella pandilla de amigos. --Pobre Guadalupe, pobre amiga --recordó María--: allá pudo haber quedado su vida y la de su hijita. Estos recuerdos hicieron que una gran angustia la embargara por unos momentos y aunque ella no sufrió daño alguno sí los había padecido su amiga que lo era desde la infancia pues ambas se habían criado en el mismo barrio y aquel terrible accidente la había destrozado e incluso a punto estuvo de perder la vida. Como consecuencia de aquellos hechos Guadalupe había perdido al hombre del que se había enamorado y ello la privó de la posibilidad de ser feliz pues, a pesar de haber entablado relaciones con otro hombre, nunca 28


volvió a ser la misma. Sólo tenía la felicidad que le proporcionaba su hijita, cuya sola existencia le había permitido resistir y avanzar en su vida. María pensó entonces, y sigue pensando ahora, que aquel hecho no fue casual sino que la mano de alguien estuvo tras todo lo sucedido. Pero quién podría desear tanto mal para su amiga... Estos recuerdos hicieron que se humedecieran sus ojos: luego su amiga tampoco tuvo suerte al escoger a su nueva pareja pues Pedro Serrano -- que él era el nuevo acompañante de Guadalupe--, a pesar de ser conocido de siempre por todos ellos, aceptó de mala gana a la hija de Guadalupe sin llegar nunca a considerarla como propia y María llegó incluso a pensar que no le proporcionaba ningún buen trato, aunque Guadalupe procurara ocultarlo. Esther volvió a responder, como otras veces, al requerimiento del porqué llegaba de nuevo, sin motivo aparente, a las tantas de la noche y ya Benito no creía en ninguna de las excusas con las que Esther, inútilmente, trataba de justificarse. Ya en varias ocasiones había comprobado que todo era falso por lo que ya no creía en nada de lo que ella dijera y estaba cada vez más seguro de que la engañaba con otro hombre. Pero su amor por aquella hermosa y falsa mujer estaba por encima de todo, lo que le convertía en su esclavo y esto hacía que no quisiera ver toda la realidad. --Vengo a la hora que me da la gana --dijo Esther--, tú no eres para nada mi dueño. --Pero sí tu esposo --adujo Benito--. Y tengo derecho a saber en dónde estás hasta altas horas de la noche tú sola. --Nunca estoy sola... --contestó Esther con cierto tono malicioso. Él no deseaba que su relaciones, ya deterioradas de por sí, terminaran empeorando con este tipo de discusiones vanas. Una y otra vez se preguntaba cómo Esther había conseguido que se enamorara de ella de tal forma. Quizás la respuesta estuviera en una serie de circunstancias en las que se vieron envueltos y a las que él nunca había encontrado explicación: la realidad era que, casi sin darse cuenta, había terminado casado con Esther. Benito pensaba que no queremos culpar a nadie de actos de los que se arrepentiría y cuando tales hechos suceden es porque intervienen una serie de sentimientos que nos descontrolan y deciden por nosotros dando, en la mayoría de los casos, un resultado negativo, lo que nos lleva a un estado de desconfianza que, al final, será la que rompa aquello que habíamos tratado de conservar aunque sea un infierno. Benito se aferraba a aquella vida aun sabiendo que su mujer no le quería pero, a su vez, la adoraba. Cuando nos enfrentamos a aquello que supera nuestra capacidad de comprensión, cuando nos negamos a aceptar la realidad, ésta termina por 29


destrozar nuestras vidas y Benito sentía, a veces, que el mundo que le rodeaba empezaba a desmoronarse y que todo lo existente acabaría por desaparecer llevándonos a un nuevo mundo. Cada día que pasaba estaba más seguro de la infidelidad de su esposa pero la culpa nos puede lleva a una situación de tanto odio que éste nos empuje a cometer actos que no deseamos. Hacía varios meses que Esther mantenía relaciones amorosas con un estudiante de Medicina, Andrés, un joven ciertamente atractivo con el que se citaba en un nido de amor --un apartamento alquilado por Esther a nombre de una supuesta amiga suya, Juana León-- que también servía de vivienda habitual al estudiante. La capacidad de Esther para crear personalidades falsas era inmensa. Toda su vida era un engaño, una falsificación, su mundo era un mundo de infamias, de mentiras y de intrigas, un mundo en donde todo cabe. ¿Somos nosotros los que elegimos o es el destino, el azar, la casualidad que tiene poder para elegir? No existe una norma, no hay leyes que dictamen ―para tal mujer, tal hombre‖, ni siquiera las leyes de la Naturaleza nos servirán de mucha ayuda. La elección saldrá del tumulto y unas veces será acertada y otras no. Tal desconcierto sería el causante de las desavenencias que sobrevendrán. Si Esther y José hubieran terminado por ser pareja se hubiera evitado la tragedia provocada. Todos los seres vivos estamos sometidos a fuerzas cuya existencia ni siquiera sospechamos pero que, ciertamente, están ahí, con nosotros y son tantas que se hace difícil ponerlas de acuerdo, casi imposible. Aquel día Esther no estaba de buen humor y su amante --no debería conocerla aún muy bien—no supo percatarse de tal estado de ánimo y se equivocó, creyó que la mujer estaba loca por él, grave error. Ella por dos veces le había advertido de que aquel día no estaba para muchas bromas y el joven estudiante no supo ver el peligro que encerraba el hecho de llevarle la contraria a Esther, la mujer con la que, al fin y al cabo, se acostaba, y eso le llevó al error que le costaría la vida. Sólo la perversión puede llevar a destruir al igual con el que se copula y la Naturaleza nos muestra algunos claros ejemplos. El error del joven comenzó al querer demostrar que era él quien llevaba las riendas de aquella relación. ―Esta tía está colada por mí...‖ pensaba Andrés y quiso dejar bien claro quién llevaba la iniciativa. --He pensado --le dijo—que, habiendo confianza entre nosotros, hemos de compartirlo todo: tú tienes dinero de sobra y yo ahora lo estoy pasando muy mal económicamente... --¿No te basta --contestó Esther con una pregunta retórica—con que te estoy pagando el alquiler del apartamento en que vives?

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La mujer se había dado cuenta de la maniobra del joven: ―Este imbécil --pensó—me va a meter en algún lío que puede traerme graves problemas con mi marido e incluso en mi trabajo‖ --Te has equivocado conmigo --añadió Esther mirándolo fijamente. Andrés, sin previo aviso, se abalanzó sobre ella y esta fue la segunda equivocación pues ignoraba que se hallaba ante una psicópata. Ella permitió que la abrazara pero su ira iba en aumento, lo que en cualquier momento podía provocar algo irremediable. Y, mientras tanto, el joven la abrazaba cada vez con más fuerza para demostrar su superioridad al tiempo que ella buscaba algo con qué defenderse, hasta que su mano halló un objeto contundente. Pero, al instante, su mente pérfida le indicó que no era ése el momento ni las condiciones adecuadas: un golpe con un objeto metálico dejaría demasiados y evidentes indicios. ―Ya llegará su momento –pensó--. No dejaré que este imbécil me involucre en un incidente irreparable‖ Había descubierto que Andrés era un individuo conflictivo, con temas de drogas entre manos y con problemas con una compañera de estudios más joven que él además de algún que otro conflicto familiar. ―Una joya…‖, pensó. Consideraba que era una misión que tan sólo a ella correspondía. En su mente desequilibrada ya sólo cabía una salida: acabar con Andrés. Salió de aquel apartamento rumiando su segura venganza contra aquel engreído: a ella nadie la convertiría en su juguete. Odiaba a todos los hombres, los odiaba... El alimento del Mal son las tragedias, su razón de existir. Esther fue hasta su coche y mientras conducía hacia su domicilio iba pensando en que, al llegar, allí le esperaba con seguridad otra discusión con su marido. Aparcó justamente en la puerta. ―Por si tengo que salir pitando‖ pensó. ―En el estado en que llego no aguantaré nada...‖, se dijo y ya se disponía a abrir la puerta cuando ésta se abrió dando paso a la expresiva cara de Benito: --Antes de que abras la boca --dijo Esther--: he estado con algunos de mis compañeros de trabajo y... --Mentiras --interrumpió Benito sin poder contenerse--, todo eso no son más que mentiras. Se apartó de la puerta dando paso a Esther sin más comentarios y ella entró sin responderle: no quería empezar con otra pelea. Para seguir viviendo sobre las mentiras construiremos, si necesario fuera, una falsa realidad capaz de ocultarlas, construiremos un mundo de verdad sobre otro de mentiras. Así cada uno viviría su propia realidad, como si nada pasara, envuelto en las mentiras y en las realidades. En ese momento sonó el teléfono y Benito descolgó el auricular y se lo pasó a Esther para que atendiera la llamada: 31


--¿Diga? --inquirió Esther—Ah, eres tú María, ¿cómo estáis?.. Bien, nosotros muy bien, gracias. --Me alegra oír tu voz --prosiguió Esther la conversación que se alargaría por varios minutos. María y Juan, su marido, la otra cara de la moneda del matrimonio, formaban una familia que reunía todos los ingredientes necesarios para ser felices ¿Cuáles serían las necesidades que habría que cubrir para que una familia alcanzara la cima de la felicidad? ¿Sería suficiente con el alivio de los bienes materiales? No: las relaciones entre los miembros de una familia son básicas para alcanzar un grado óptimo de felicidad si tales relaciones son afectuosas y de cercanía; en caso contrario supondrán un infierno pues sería horrible la convivencia con unos seres humanos que tienen la capacidad para llevarnos tanto a la felicidad como a la desdicha. --¿Porqué me da pena? --decía María a su esposo después de colgar el teléfono--: tengo la impresión de que las relaciones en el matrimonio de Esther no marchan bien. Deseo de todo corazón que no ocurra algo grave entre ellos... --Esther, según rumores que me han llegado --prosiguió María--, va por ahí con un joven estudiante, aunque ella niega que haya algo entre ellos pero él, que parece poco responsable, lo está divulgando a los cuatro vientos. --No lo entiendo --repuso su marido—pues creo que Benito es un ser bueno, un hombre que no se merece este trato. A veces creo que todos nosotros padecemos el síndrome de aquel horrible suceso, como si alguien se empeñara en impedir que podamos borrarlo de nuestras mentes. ―Sí --pensó María—quizás mi marido lleva toda la razón‖ José y Paula habían vuelto a casa tras su diario paseo por el parque y, tras la comida, él se retiró al dormitorio y ella permaneció en el salón familiar viendo la televisión. Pero los pensamientos de ambos se cruzaban e iban a confluir en lo mismo, en el encuentro con la niña en el parque. Y aunque en su evocación cada uno de ellos daba al hecho explicaciones diferentes, ambos coincidían en la inquietud que se había apoderado, por igual, de su ánimo. Una inquietud que sería preámbulo de algo nuevo que estaba a punto de irrumpir en sus vidas. José trataba de apartar de su mente todo cuanto pudiera perturbar la paz que, a duras penas, tanto le estaba costando recuperar. Tenía que hacer un esfuerzo para desechar todo temor de que la nueva presencia de aquella niña pudiera ocasionarle problema alguno. No: se trataba de una más entre los niños y niñas que jugaban en aquel parque y ninguna relación podría

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existir entre sus diferentes existencias. ―Eso es –pensaba-, lo mejor será olvidarse de ella...‖ Más tarde se lo comentó a Paula: --Paula, creo que lo mejor será olvidarnos de la niña que hemos conocido hoy. Paula lo miró sorprendida y extrañada por la forma contundente en que José se había dirigido a ella y pensó si él, realmente, sería capaz de olvidarla como decía --Sí, acepto la decisión --admitió Paula aun sin estar segura de que él pudiera cumplir lo propuesto. Mientras tanto José trataba de convencerse a sí mismo de lo acertado de su decisión pero en su fuero interno sentía cómo una tremenda fuerza le impelía a volver al parque. ¿Cuál es el ímpetu, la llamada a los seres a los que algo nos une? Muchas veces no es más que la necesidad de hallar aquello que hemos perdido y nos conformamos con lo existente aunque, en el fondo, reconozcamos que es la realidad que nada ni nadie podrá cambiar. Pero seguiremos buscando excusas para hacer exactamente lo contrario de lo que pensamos. José era incapaz de conciliar el sueño. El encuentro del parque no se iba de su mente y su recuerdo sólo daba paso al de otros más tristes, el de los tiempos vividos en los meses posteriores al accidente. Se sentía como atrapado entre dos mundos siendo incapaz de abandonar uno para entrar en otro. Su cuerpo, muy desvalido, no le proporcionaba la suficiente energía para salir del pozo en que en el que había caído, situado en un equilibrio inestable, lo que le hacía saltar del mundo real al irreal multiplicando sus sensaciones. --José, José... –Paula repetía su nombre al tiempo que le movía para que despertara. Aquella noche, tras darle vueltas y vueltas a sus pensamientos, había acabado por conciliar el sueño, un sueño inquieto, pero la mañana le había despertado con lo mismo. Cuando nos vemos inmersos en una situación de encontrados deseos y emociones apenas somos capaces de tomar la iniciativa para saber a dónde ir y así José era incapaz de tomar una decisión y de saber qué hacer. Fue Paula quien decidió por él: --Esta tarde volveremos al parque. --Oye: te estoy hablando, niña estúpida. Guadalupe comenzó a temblar pues el temor al castigo se estaba apoderando de su pequeño y tierno cuerpo. El temor la atenazaba pues no llegaba a entender que su padre la odiara tanto. Ella siempre trataba de hacer cuanto él le pedía porque, de lo contrario, le castigaba y su vida se

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estaba convirtiendo en una pesadilla en la que sentía que Pedro, su padre, cada día la odiaba más. Pedro sentía que aquella niña estúpida le sacaba de quicio y cada día la odiaba más. No la podía aguantar y cargaba sobre ella la culpa de las malas relaciones con su madre, que empeoraban día a día. Se había casado con ella sólo por razones económicas: se hallaba en mala situación y sabía que ella manejaba dinero con cierta soltura. Cuando el hombre salió de la habitación tras insultar y amenazar a la niña usando un lenguaje grosero, ella se llevó la mano al hombro en el que había quedado impresa la huella de la ira de su padre. Aquella mañana Benito se vió sorprendido por una noticia aparecida en la televisión y la prensa: en un piso de la periferia de Madrid había ocurrido un incendio que había causado una víctima. Según las noticias el origen de lo sucedido era muy confuso y el relato que la Policía hacía de los hechos no aclaraba nada, todo aparecía tapado por un trágico velo. A Benito aquella noticia, aun sin conocer sus circunstancias, le había causado un extraño presentimiento, como si aquel fuego pudiera, de alguna forma, tener alguna influencia en su vida. --Hola, jovencita --con este saludo José sorprendió a Guadalupe que no se había dado cuenta de la presencia de José y Paula, ocupada, como estaba, en los juegos con sus amiguitas. La expresión de sorpresa dio paso a otra de enfado: --Estoy muy enfadada contigo --dijo la niña—pues me dijiste que ibas a venir temprano y no ha sido así. Pensé que ya no vendrías... --Perdóname --se disculpó José--, pero hemos tenido que hacer unas compras y eso nos ha retrasado un poco. Mañana vendremos más temprano. --Ven --añadió--: vamos a comprar unas chucherías en el quiosco... --No, José --intervino Paula--. Su tía podría enfadarse si nos la llevamos sin su permiso y sin conocernos de nada... --Tienes razón --admitió José--. Vosotras quedaros aquí y yo traeré lo que ella quiera que le compre. Pero Lupe no estaba de acuerdo: ya se había dado cuenta de que la pareja de adultos haría su voluntad, lo que ella quisiera. El instinto de los niños les da suficiente capacidad como para saber cuál es el terreno que pisan. Pocas veces se equivocan y la niña sabía que aquel hombre haría cuanto ella le pidiera. --Sí, vamos todos a comprar --sugirió. Juan miraba a la niña y sentía que algo le empujaba a doblegarse a su voluntad y a sus caprichos, sentía que a aquella niña no podía negarle nada.

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--..Pero, José, --insistió Paula—a sus padres puede no gustarles que la niña ande con desconocidos. --No se enfadarán --intervino inocentemente tajante Lupe. José, como hombre responsable, decidió que lo correcto sería darse a conocer a la tía de la niña. --Está bien, vamos todos --propuso-. Pero como tenemos que pasar por donde está tu tía, primero le pediremos permiso. --Está bien, se lo diremos --admitió la niña no sin anteponer un gesto de fastidio. Los tres se pusieron en marcha y al llegar al lugar en que se encontraba la tía de la niña, ésta se adelantó: --Tita: quiero que conozcas a mis amigos. La tía se volvió hacia ellos y su cara comenzó a cambiar de color. Una especie de sudor frío le recorrió el cuerpo al volverse y sentir el impacto de encontrarse cara a cara con aquel hombre. Su presencia la sumió, de una forma que no podría explicar, en un mar de emociones. ¿Quién era? Miraba alternativamente al hombre y a su sobrina y, al momento, advirtió que había algo en común entre ambos, estaba segura de que algo existía... Su instinto, y su preparación como psiquiatra que era, le decía que algo sorprendente unía a la niña y a aquel hombre. José también se sorprendió y se quedó pensando que tenía la impresión de conocer a aquella mujer de algo antes de aquel encuentro. Pero ¿cómo?, ¿dónde? --Perdona --se excusó azorado—Todo esto parece una locura y ni yo mismo sé qué es lo que hago aquí en este momento. También la mujer trató de salir de su aturdimiento: --Me llamo Marisa... --Y yo, José... Conocimos a tu sobrina --trató de explicarse—y parece que nos cautivó a los dos. Bueno... no sé qué más decir. Paula y yo queremos comprarle algunas chucherías. Con tu permiso, claro... --Si, sí..., podéis ir --consintió Marisa. --Gracias tita --se alegró Lupe cogiendo a José de la mano y tirando de él hacia el quiosco. Marisa, viendo a su sobrina de la mano de aquel hombre, sintió cómo su corazón volvía a latir con fuerza. Sentía como si aquellas manos estuvieran hechas la una para la otra y que la niña se protegía en el adulto. Entretanto Benito no podía apartar de su mente la noticia del incendio del día anterior, en el que hubo un fallecido, y no entendía el motivo que causaba su inquietud --Esther: ¿te has enterado de lo sucedido en el incendio del que ayer hablaba la televisión? --inquirió.

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--¡Y a mí qué me importa que haya habido un incendio! --contestó ella, de mal talante. --Sí, tienes razón –admitió Benito--: ¿qué nos importa? Se oyeron unos golpes: --Luisa: llaman a la puerta --requirió Benito a la asistenta doméstica, que se dirigió a ver quién llamaba. Al abrir la puerta se encontró con un hombre desconocido para ella. --Buenos días... --expresó el desconocido--: ¿Vive aquí la familia Ortiz? --Así es --admitió la asistenta. --Soy de la Policía --prosiguió el hombre mostrando la placa que llevaba en su mano-- ¿Puedo hablar con ellos? --Espere un momento, por favor... –Luisa se dirigió al salón para dar la noticia al matrimonio de la presencia del Inspector. --Hay un señor de la Policía --anunció --. Pregunta si puede hablar con ustedes. --Por su puesto --dijo Benito--. Hazle pasar para ver qué quiere de nosotros. --Bien... –Luisa volvió al recibidor para hacer pasar al recién llegado. --Perdonen las molestias... –adujo el Inspector al presentarse--: mi nombre es Jacinto Rubio y soy Inspector del Cuerpo Superior de Policía. Al tiempo que hacía su presentación echó una mirada a su alrededor buscando a la señora de la casa, que en ese momento no se hallaba en el salón. Benito tendió amablemente la mano al Policía: --Dígame, en qué podemos servirle. --Bueno... –el Inspector seguía observando la decoración hogareña. ―Es gente de dinero‖, pensó para sí--: sólo serán unas preguntas sin importancia pero preferiría, si es posible, que fuera su esposa quien me las contestara. En presencia de usted, por supuesto. Benito salió en busca de Esther que, sin saber porqué, había desaparecido del salón desde el momento mismo en que había llamado a la puerta. --Esther: es un Policía --dijo Benito entrado en la habitación--. Quiere hablar contigo. --¿Y qué quiere de mí ese Policía? --No lo sé, sal y lo comprobaremos... Ella se presentó al Policía y empezó preguntando: --¿Qué quiere de mí, Inspector? El Inspector, hombre curtido en su profesión, se dio cuenta de que aquella mujer podría ser capaz de cualquier cosa y que no sería fácil manejarla sin que ella consintiera: --Sólo unas preguntas sin demasiada importancia. 36


Empezó el interrogatorio el Policía sin apartar la vista de los ojos de la mujer que parecía impasible. Pensó que aquella mujer no le transmitía ninguna confianza, su experiencia le decía que era astuta y escurridiza. El juego transcurría y se interrumpía dejando las piezas dispersas pero, cuando se reanudaba, las piezas se volvían a enfrentar. Se sucedían las preguntas y las respuestas no eran, a los oídos del Policía, más que una sarta de mentiras que confirmaban la primera impresión que había sacado en el preciso instante de verla por vez primera y nada de lo que había respondido Esther se correspondía con la realidad. Pero lo que ella no sabía era que las falsas respuestas no habían hecho otra cosa que confirmar las sospechas que el Inspector tenía de su implicación en los sucesos ocurridos en aquel pueblo del Jerte hacía ya más de tres años. ―Me costará más tiempo y más trabajo pero, al final, conseguiré la verdad‖, pensó el Policía. Buscaría más pruebas aunque tuviera que remover aquel barranco de arriba abajo. Benito había seguido atentamente el interrogatorio y las respuestas de su mujer no habían hecho otra cosa que sumirle en un mar de zozobras. En el fondo de toda mentira está el misterio que la pondrá al descubierto. El Inspector Rubio, antes de salir de la casa de los Ortiz, quiso poner en práctica todos sus métodos y su oficio para demostrar hasta dónde llegaba la falsedad de aquella mujer. Llevaba una foto del individuo fallecido en el accidente del barranco con la idea de mostrársela al matrimonio por si reconocían al tal sujeto pero, si quería obtener algún resultado positivo, tenía que actuar con toda cautela. --¿Puede traerme un poco de agua, señora? --pidió. Esther salió en busca del agua y el Policía se dijo para sus adentros: ―picó en el anzuelo", pues era lo que esperaba que hiciera para poder quedarse a solas con el marido y aprovechar ese momento para enseñar a éste la foto: --¿Recuerda a este hombre? Benito miró un momento la foto y respondió: --Sí, creo reconocerlo. Si no recuerdo mal este hombre estuvo en el lugar aquel en que pasamos las vacaciones en aquel verano en que pasaron tantas cosas. Lo recuero bien, a pesar del tiempo transcurrido. --¿Está seguro? --inquirió el Policía. -- Sí, estoy seguro --respondió Benito--. Y, si no recuerdo mal, creo que Esther incluso llegó a hablar con él en alguna ocasión... --¿Con quién hablé yo? --preguntó Esther que en aquel momento hizo su entrada en el salón portando el vaso de agua. --Con este tipo: ¿te acuerdas? --le dijo Benito pasándole la foto para que pudiera comprobarlo.

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--Yo no recuerdo de nada a este hombre --respondió Esther al mirar, a su vez, muy de pasada la fotografía que su marido le tendía. El Inspector le pidió que examinara bien la imagen pero ella no le dejó terminar: --Le digo que nunca he visto antes a este hombre. El Policía miró fijamente a Esther diciendo: -- Este es el individuo que apareció carbonizado entre los restos del auto que provocó aquel accidente. Esther recibió esta frase como un mazazo y no acababa de entender lo que el Policía le estaba diciendo. No, debía estar equivocado: la persona carbonizada era José. Iba a decirle que allí había un error pero se mantuvo callada pues el Policía no le quitaba la vista de encima. No podía ser... El hombre de la fotografía que, según el Policía, había fallecido en el barranco, era Aurelio, el asesino al que ella había pagado para que hiciera desaparecer a José. Y si, según el Policía, así no fue, ¿dónde estaba José? ¿Vivo? Si era así, esto significaba un cambio total en la situación. La frustración se apoderó de ella, la ira le hacía hervir la sangre: ―todo fue un fracaso, aquel miserable de Aurelio Valle se comportó con tal torpeza que había sido él, y no José, quien cayó al barranco en el interior del vehículo supuestamente accidentado...‖ Lo primero era asegurarse de si lo que afirmaba el Policía era la realidad y actuar en consecuencia. En su mente criminal no cabía el fracaso. Ella haría lo que fuera menester para que sus planes, por fin, se cumplieran tal como los había concebido... A Marisa, la tía de Lupe, la presencia de aquel hombre junto a su sobrina le había causado un total desconcierto. ―¿Quién es José? ¿Es el padre de Lupe?‖ No se atrevía ni a pensarlo, si así fuera todo cambiaría en la vida de su hermana, para ella, para su sobrina incluso... ¿Qué hacer? Sólo dos cosas cabían: una era dejar las cosas como estaban y otra sería buscar la verdad si esa fuera la verdad. --Tita... –Lupe mostraba a su tía todas las cosas que José y Paula le habían comprado. --¿A dónde vas con todo eso? --protestó Marisa la cantidad de cosas que la niña llevaba--: algunas ya las tienes en casa... --No las tenemos --adujo la niña. --Está bien --la tía no quería iniciar una disputa con la niña y ahí acabó la discusión. Marisa pensaba en cómo decirle a Lupe que quien ella consideraba su padre no lo era, sino que era aquel hombre, a quien ella empezaba a controlar y a manejar a su antojo.

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Mientras tanto María --la amiga de Guadalupe y de Esther-- seguía, sin ella saber porqué, queriendo ahondar en sus recuerdos de aquel accidentado viaje que hicieron al Valle del Jerte, un viaje concebido para pasar unos días apacibles y que terminó en una horrible tragedia como si alguien hubiera ido encadenando, uno a otro, todos los hechos nefastos allí acaecidos. A pesar del tiempo transcurrido no lograba dar una explicación a tantos puntos sin respuesta. ¿Qué habría sido de José? ¿Quiénes eran y dónde estaban sus familiares? Guadalupe habría tratado de averiguar algo sobre él y nada había conseguido, todo quedó en un enorme misterio. ―Tengo la impresión de que nunca existió‖, pensaba María.

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IV.La frustración y la ira se iban apoderando de Esther, la sangre le hervía en las venas y una perversa idea empezaba a fijarse en su criminal mente, aquello que Aurelio no pudo hacer. Ella no admitía el fracaso y aquel indeseable fue tan torpe que, según la versión de la Policía, fue él quien había terminado por caer al barranco en contra de lo que ella creyó que había sucedido de acuerdo con sus planes. El fracaso de aquel truhán todo lo cambiaba. Ella, que se sentía a salvo de aquel hecho, con lo sucedido ahora ya no lo estaba, Cuando el asesino pierde el control sobre sí mismo multiplica su maldad pasando del frío cálculo a la acción directa. Por ello, pensaba Esther, lo primero sería averiguar la certeza de la versión policial de los hechos y establecer de forma definitiva la muerte de Aurelio y no la de José, como ella había previsto y planeado. Ella no iba a permitir que la llevaran a la cárcel por la ineptitud de aquel a quien había contratado para la consecución de sus fines. ―No y no...‖, se repetía una y otra vez. A Marisa, la tía de Guadalupe, la aparición de José la ponía ante un tremendo cargo de conciencia pues de ella iba a depender, en gran medida, resolver el dilema que suponía la presencia de José de nuevo en sus vidas. Si tal hecho era realidad, si aquel hombre era José, aquello podría trastocar la vida de su hermana y la de su sobrina, incluso la suya propia. Un hombre al que todos, desde hacía más de cuatro años, consideraban fallecido ahora aparecía como cosa más propia de otro mundo. Su mente se había convertido en un torbellino de ideas sin que, por el momento, ninguna le aportara las soluciones que necesitaba, si bien había una que empezaba a tomar cuerpo porque, además, no encontraba salida alguna después de todo: lo primero era asegurarse de si aquel hombre era, realmente, el que había estado con su hermana en aquellas accidentadas vacaciones y si era él debía informar rápidamente a su hermana para que, a partir de ahí, todo se aclarase para siempre. ―Madre mía --se dijo para sí--, como si pudiera ser así de fácil…‖. Para su hermana aquel hombre dejó de existir hacía ya mucho tiempo, cuando un accidente se lo llevó para siempre... Su sobrina nunca supo que existía pues al que ella tenía por su padre, en realidad no lo era. Grave error de su hermana, pensó, el no haberle dicho a su hija la verdad. Hay veces en que por querer evitar sufrimientos a los seres queridos colgamos de su cuello una mentira que en cualquier momento puede ahogarles en un mar de lágrimas si la verdad llegara a tirar del invisible lazo.

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María Nogales, la amiga de Guadalupe, comentaba con su esposo las malas relaciones de su amiga con Pedro, su marido: --Creo --decía María—que, por fin, se han dejado... El otro día me habló por teléfono y su voz sonaba llorosa pues, al parecer, Pedro había hecho daño a la niña, que presentaba un moratón en uno de sus hombros. --Salvaje --Juan no pudo contenerse al oír lo que su mujer acababa de decirle--: me están dando ganas de ir a decirle a esas cuatro cosas... --No es necesario --respondió María—pues, por lo que pude deducir de las expresiones de Guadalupe, se marchó muy nervioso y, repito, saqué la conclusión de que salió de casa hace varios días y ya no ha vuelto. --Nunca --añadió—debió casarse con un hombre que, desde el primer momento, dejó entrever que no aceptaba a la niña. María y Juan seguían lamentando la mala suerte de la amiga cuando sonó el timbre de la puerta. María fue a abrir y se llevó una no muy agradable sorpresa pues a quien menos esperaba ver en ese momento era a Esther. --Pasa --le dijo. --Me alegro de verte --dijo Esther al tiempo que la abrazaba sin que María añadiera nada pues sabía que Esther nada bueno podía traer pero era su amiga y habría de hacer de tripas corazón y atenderla aunque no fuera persona de su agrado ya que la conocía a la perfección y sabía que no podría ocasionarle otra cosa que algún problema imprevisto. --¿Puedes concederme unos minutos?... –ya Esther se había dado cuenta de que a su amiga su presencia no le había caído nada bien. --Sí, claro --respondió María--: dime de qué se trata. --Se trata --dijo Esther yendo al grano—de que el otro día estuvo en mi casa un Inspector de Policía haciendo una serie de preguntas sobre un individuo que, según el policía, coincidió con nosotros en los días que pasamos en aquel dichoso pueblo del Jerte. --El Policía --prosiguió Esther—quería saber si le conocíamos y Benito y yo le dijimos que no... --Pero... –comenzó a decir María. --¿Tú le conociste? --interrumpió Esther. -- No sé de quién me hablas... –María había comprendido que, por el motivo que fuera, su amiga no quería ser relacionada con aquel hombre. Pero estuvo al menos una vez, que ella supiera, hablando con él. De eso María estaba segura pero pensó que lo mejor era no hacer preguntas que pudieran incomodar a Esther. Ésta, viendo los titubeos de su amiga, quiso despejar algunas dudas, dudas que sus palabras podían haber despertado en el ánimo de María: --Según el Policía --prosiguió--, por aquellos días que disfrutamos en aquel lugar pasó por allí un sujeto que luego apareció carbonizado entre

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los restos de un vehículo que se desbordó por un barranco cercano cuando ya nosotros nos habíamos ido y, por tanto, nada supimos de tal accidente. Juan, momentos antes de que Esther entrara en el domicilio, se había retirado a una habitación interior pero al salir llegó a tiempo de escuchar las últimas palabras de Esther y fue tajante en su intervención: --Si aquel sujeto cayó por el barranco y resultó carbonizado, asunto zanjado para nosotros pues, como tú misma has dicho, nada tenemos que ver con dicho accidente. María no dijo nada. Pensaba que nada estaba resuelto sino todo lo contrario. Principalmente había una pregunta cuya respuesta quedaba pendiente: ¿Y qué fue, entonces, de José si él no fue el que cayó por el barranco sino otro, según la Policía? A María la cabeza empezaba a darle vueltas y pensó que tenía que ver rápidamente a Guadalupe. Cada vez estaba más convencida de que en aquel rompecabezas había, como solía suceder, alguien inocente y alguna mente malvada... José sólo deseaba que llegara la tarde para poder volver a pasar unos momentos con Lupe. Aquella niña había irrumpido en su vida de una forma inesperada creando una situación nueva para todos. Él, por su lado, pensaba que podía dañar los lazos familiares pero, al tiempo, se creía capaz de establecer otros nuevos con él y con Paula, unos lazos que no serían tan naturales pero que se basarían en aquel sentimiento nuevo nacido en él al momento mismo de conocerla. El que la niña llegara a desaparecer de su vida de forma tan súbita como había aparecido le aterraba. Ni tan siquiera se planteaba que hubiera alguna fuerza capaz de separarlos. ―No... –una y otra vez se lo repetía--, no haría nada que pudiera separarlos otra vez‖. Tal vez aquello que hacía no estuviera bien pero era incapaz de plantearse otro razonamiento. Aquella niña había creado en él el deseo de vivir de nuevo, un deseo que, por momentos, creyó perdido para siempre. Vivir para ayudarla, para protegerla sin que esto implicara el deseo de sustituir a sus padres y, con ello, ocupar su lugar. Pero si ellos se lo permitían prestaría toda la ayuda que necesitaran sin menoscabo de sus funciones naturales... La aparición de aquella niña estaba siendo como una luz al otro extremo del túnel, una luz que tiraba de él para que pudiera abandonarlo. Cuando la miraba la sentía tan indefensa que sólo recuperaba totalmente la tranquilidad cuando sentía la confianza con que la niña aceptaba su nueva presencia. José miraba una y otra vez el reloj: las mañanas se le hacían eternas ya que sólo podía ver a Lupe por las tardes, en el parque. El día anterior Paula se había dado cuenta de una señal que la niña tenía en el hombro. Aquella señal no parecía ocasionada sólo por el roce continuo de las correas de la mochila escolar y a Paula se le antojaba que alguien se las había producido con un cinturón o algo parecido, aunque no 42


se atrevía a decírselo a José: lo conocía y sabía que era capaz incluso de emprenderla contra la propia familia de la niña. ―De momento no se ha dado cuenta y espero que no se entere‖, pensaba Paula. ¿Quién podía ser tan cruel como para hacerle aquello a una niña?... --Nos vamos... –el apremio de José la sacó de sus pensamientos que la llenaban de tristeza: también ella había empezado a sentir un cariño muy especial por aquella niña. --Vamos a pasar por la tienda en la que estuvimos el otro día –sugirió José-- Quiero comprar para Lupe una pulsera que ella estuvo observando y tocando el otro día y seguro que le gustó. --Pero esa niña tiene de todo --indicó Paula—Su familia es gente de dinero y a la niña no le falta un capricho... --Sí, seguro que sí... Pero yo quiero tener el gusto de comprársela. Paula comprendió que José estaba más que decidido a comprar aquella pulsera y que nada le haría cambiar de opinión, de modo que entraron en la tienda y procedieron a su compra. Poco después, al encontrarse en el parque con Lupe y su tía, José hizo entrega de la pulsera a la niña. --Gracias --dijo al recibirla, pero su tía al darse cuenta le pidió el regalo para verlo. --A ver, hija, déjame que lo vea... Una pulsera preciosa --dijo—pero es una pena pues ella no puede usar esta clase de bisutería ya que le produce alergia en la piel. ¿Tú no llevas nada en las muñecas? --terminó la tía de la niña. --Pues no, porque ni tan siquiera uso reloj --contestó José que no entendía a qué venía aquella curiosidad por parte de Marisa. --¿Y por qué no lo llevas? --insistió ésta. --Bueno... –José se miró las manos, confuso por aquel interrogatorio inesperado--, lo cierto es que los brazos se me llenan de pequeños granos en cuanto llevo algo en ellos... --En una palabra --interrumpió Marisa--: que el material de la pulsera del reloj te produce alergia... Paula sintió un escalofrío al escuchar estas palabras. Miró fijamente a la niña. Su nariz, los ojos, el pelo... y otra vez volvió a estremecerse. ―No puede ser: la mujer con la que José estuvo había sufrido un accidente...‖ pensó. --Lupe --se dirigió ahora Marisa a la niña--: tú sabes que hay cosas que te producen alergia, ¿verdad? Es una preciosidad la pulsera, pero no te la puedes poner. --Sí, tía --admitió la niña. Lupe y José se fueron, cogidos de la mano, hacia donde había un grupo de niños jugando y Marisa aprovechó la ocasión: --¿Desde cuándo lo conoces? 43


Paula se sobresaltó, ensimismada como estaba en sus pensamientos y no esperaba esta pregunta tan a bocajarro. No tenía intención de contestar pero intuía que Marisa podía desvelarle un misterio que ella no llegaba a percibir. Sin saber porqué comenzó a contarle a Marisa cuanto sabía de José desde que le conocía, desde hacía ya más de tres años. --O sea que José, cuando lo conociste, --adujo Marisa-- se estaba recuperando de un trauma que padecía a causa de unas poco afortunadas relaciones... Y estas relaciones las tuvo con una joven llamada Guadalupe... --Al menos --admitió Paula-- ese era el nombre que repetía en sus, digamos, delirios. Marisa miraba atentamente a Paula: --¿Puedo confiar en ti? --continuó—Ten en cuenta que lo que te voy a decir es de una tremenda gravedad para mi familia. Por eso insisto en saber si puedo confiar en ti... Esther salió de la casa de su amiga María y en su bello rostro se iba plasmando una expresión que delataba aquello que llevaba dentro de sí, una expresión que formulaba toda la maldad de que era portadora, la misma expresión de satisfacción que puso al darle a Aurelio el dinero en pago por hacer desaparecer a José. Aquel José que le había gustado desde el mismo momento en que lo vio por primera vez y a quien ella consideró su pertenencia, un sentimiento que, de por sí, sólo puede formarse en una mente enferma. Esther siguió andando con su expresión de regocijo mientras extraía de su álbum de maldades el recuerdo del joven estudiante Andrés Nieto a quien aquel día fatídico para él ella había llamado por teléfono citándole para pasar un día agradable. --Oye, cariño, soy Esther --inició al descolgar Andrés el auricular del teléfono--. Te espero en el apartamento si quieres pasar conmigo un día agradable. Te prepararé una de esas meriendas que tanto te gustan. Perdona si el otro día estuve un poco brusca contigo, pero es que estaba de muy mal humor después de haber discutido con el imbécil de Pedro. Andrés, llevado por su vanidad, no supo entrever hasta dónde podía llegar la maldad de aquella mujer y accedió a seguir adelante con la cita que Esther le proponía. El Inspector de Policía Jacinto Rubio, siguiendo con su plan de investigación, se dirigió al pueblo en donde sucedieron los hechos motivo de la misma encomendada por sus Superiores de forma especial, pues aquel caso se había complicado al comprobar que Aurelio había estado, antes de su muerte, complicado en el asesinato de un joven en Madrid. Si con las pruebas aparecidas en la investigación del accidente pudiera demostrarse que en aquel vehículo iban dos personas y no una sola como se supuso en 44


principio, esto podría significar que Aurelio tenía un cómplice. Y entonces ¿dónde estaba este cómplice? El Inspector, al llegar al pueblo, supo por sus pesquisas del bar en que se reunía la pandilla que, de alguna manera, protagonizó los episodios que investigaba y se acercó al mismo dándose a conocer al barman por medio de su placa. --Por favor: ¿puede contestarme a unas preguntas en relación con unos hechos acontecidos aquí hace algún tiempo? El barman, ante la petición del Inspector, quedó dudando unos breves momentos: --Sé a qué hechos se refiere --terminó por contestar y prosiguió con el relato de cuanto recordaba, ayudado por las propias preguntas del Policía que requería su colaboración. Las respuestas del camarero revelaron algunas sorpresas para el Inspector pero éste también consiguió lo que esperaba averiguar: si Esther había llegado a entrevistarse personalmente con Aurelio. Y según el relato del camarero, corroborado por otros testigos, a aquella mujer se la había visto en compañía de Aurelio en repetidas ocasiones. Lo que el Inspector no pudo averiguar, de momento, era la identidad de la otra persona que le había acompañado en el vehículo accidentado. Sin embargo, y ahí estaba una de las sorpresas, pudo establecer la presencia de otra persona relacionada con el grupo de Madrid y especialmente con una de las jóvenes, con la que había mantenido una relación más directa. El camarero, y otras personas del pueblo, sabían las respuestas que el Policía buscaba pero que no supo obtener. Jacinto pensó que el cerco sobre Esther se iba cerrando, con lo cual tendría que andarse con cuidado pues las fieras, al sentirse acorraladas, atacan sin seleccionar a sus víctimas pudiendo dañar incluso a quienes no consideran sus enemigos, sólo pensando en destruir creyendo que ahí está su salvación. María Nogales había llamado a su amiga Guadalupe con la intención de pasar un rato las dos juntas para comentar algunos aspectos de las no muy gratamente recordadas vacaciones en el Valle del Jerte. Habían quedado para el sábado siguiente en el restaurante que siempre había sido su favorito cuando eran estudiantes y, al verla llegar, Guadalupe fue hacia María para abrazarla no sin que antes aparecieran algunas lágrimas en sus ojos. --Tranquila, amiga --le dijo tras el saludo inicial--, sabes que me tienes a tu disposición para todo cuanto pueda hacer por ti. Sé que has pasado mucho y no sólo por lo sucedido con José sino también en tu convivencia con Pedro. ¡Pero si tú eres una Magdalena, la que nunca ha hecho daño a nadie!, ¿porqué te han pasado tantas cosas desagradables? 45


María sacó un pañuelo y, con gran cariño, secó las lágrimas que asomaban de nuevo a los ojos de Guadalupe. --Si me necesitas --añadió—puedo ir a tu casa todos los días para estar contigo todo el tiempo que quieras... En el bello rostro de María se reflejaba toda la verdad de su corazón. También tuvo que pasarse el pañuelo por sus ojos pues, al ver la honda pena que asomaba al rostro de su amiga, no pudo evitar que las lágrimas llegaran inconteniblemente como prueba de la angustia que embargaba todo su ser. María notaba cómo, en tan poco tiempo, había envejecido el rostro de Guadalupe. La volvió a abrazar besándola repetidamente. --No te preocupes: todo se solucionará --trató de tranquilizarla. Se sentaron las dos y pidieron unos zumos al camarero. Luego, ya más relajadas, comenzaron a repasar su problema. --Lo primero que quiero saber es si Esther te ha contado que el otro día estuvo la Policía en su casa...—María esperó a la contestación de la amiga. --No, no sé nada de eso --dijo Guadalupe intrigada. --¿No te ha contada nada? --María sabía que lo que estaba a punto de decirle a Guadalupe la alteraría profundamente pero prefería ser ella la portadora de las malas noticias a que fuera Esther quien lo hiciera. --Está bien: pero quiero que te armes de valor porque lo que te voy a decir, como poco, te va a sorprender. María no sabía cómo empezar y Guadalupe la tranquilizó: --Dime lo que sea, que yo ya estoy curada de espanto. María la miró y respiró hondo: todo su ser deseaba no tener que decir nada de lo que iba a comunicar a su amiga. Si José aún vivía a Guadalupe se le plantearía un dilema que cambiaría toda su vida y la de su hija en un instante. --Muy bien, allá voy... El otro día --comenzó su relato—estuvo un Inspector de Policía en casa de Esther y, entre otras cosas, le dio una noticia: según sus investigaciones el fallecido en el accidente el barranco era un individuo que respondía al nombre de Aurelio Valle. --¿Cómo Aurelio Valle? --dijo Guadalupe balbuceando. Su rostro se había tornado bruscamente blanco como la cera y María se acercó a ella rodeándole los hombros con su brazo ante el temor de que pudiera llegar a desmayarse. Había visto cómo la tez de la cara de Guadalupe perdía el color y, tras pedir un vaso de agua, trató de reanimarla hasta que vio cómo ésta recobraba su compostura. --Ya me siento mejor --dijo, aún casi sin voz-- ¿Así que no era José el accidentado? María no contestó y Guadalupe insistió: --¿No fue José el que cayó al barranco, María? 46


--No...—Respondió la amiga por fin--, según la Policía los restos allí encontrados pertenecían al tal Aurelio. Hay lazo de amistad tan fuertes que, a veces, llegan a superar a los de la propia sangre. Pero para que esto suceda ha de darse en las personas que lo sienten un sentimiento de acercamiento a los demás y un proyecto con un objetivo común y esto es lo que unía en aquellos momentos a las dos amigas. Andrés, el joven estudiante, acudía a su cita con Esther sin tener la más remota idea de la trampa que la mujer le preparaba. El Mal no avisa y Andrés llegó al apartamento en que le esperaba la hermosa mujer totalmente desprevenida. No así ella que se había preparado de la forma más provocativa que pudo y la verdad es que el chico, al entrar, quedó por completo deslumbrado ante tanta belleza, lo que le hizo perder los cinco sentidos. Ella se dejó acariciar mientras le ponía una bebida: --Toma, come y bebe. Te he preparado el aperitivo que más te gusta. No todos los sentimientos tienen el mismo poder sobre las personas. A veces hay sentimientos que, empujados por nuestros deseos, nos someten a tales esfuerzos que nos convierten en débiles y sumisos ante los demás y, así, Andrés había sucumbido ante los encantos de la bella mujer que mantenía en esos momentos entre sus brazos, con lo que no pudo intuir la proximidad del fin de su joven vida. Entre caricia y caricia iba comiendo e ingiriendo alcohol sin darse mucha cuenta de nada: se sentía feliz y sólo le faltaba, para culminar esta felicidad, poseer a aquella mujer. No cesaba de acariciar la bella piel de Esther que no ponía ningún freno al obsesivo deseo del joven por poseerla. Él, aunque se encontraba algo mareado, trataba de llevarla a la habitación, lo que al final consiguió. Pero la droga que ella le había administrado con la bebida ya estaba haciendo su efecto. La sustancia no era mortal pero tenía la suficiente potencia como anular cualquier atisbo de resistencia en el chico. Éste no podía incorporarse y acabó derrumbándose sobre la cama, momento que ella aprovechó para encender una sustancia inflamable y salir de la habitación y del apartamento escuchando ya los alaridos de Andrés -sin fuerzas para huir del fuego- y cuidándose de pasar desapercibida en su precipitada huída. Aquel monstruo de maldad nada sentía. Cuando la maldad se apodera de un ser lo convierte en una piedra y ya nada puede conmoverlo. Donde sólo hay materia no caben los sentimientos. Esther, en su huída, miró hacia atrás al oír una gran explosión producida por la bombona de gas butano. La gente ya gritaba contemplando el incendio y oyendo las sirenas de ambulancias y bomberos que se acercaban. Todo era caos en el edificio en que se había provocado el incendio.

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A la perversa mujer sólo le preocupaba lo que hubiera sido de su amante en el sentido de que no hubiera sobrevivido para poder delatarla. Lo más probable era que hubiera fallecido dada la magnitud del incendio y ella, mientras tanto, trataba de alejarse lo más posible para que nadie pudiera verla por los alrededores y no pudieran relacionarla con los hechos. Si el joven desaparecía ya nadie podría inquietarla. ―¡Qué más da uno más que menos! "¡Él se lo había buscado!‖ En la mente del asesino no hay lugar para la culpa. El Mal a nadie conoce, sólo busca la amistad cuando por sí mismo es incapaz de llevar a cabo su obra. Paula, ante el requerimiento de Marisa -la tía de Lupe- acerca de si podía confiar en ella, tuvo el presentimiento de que estaba a las puertas de un gran misterio que ella ya intuía que existía aunque se creía en su derecho a no participar en aquella historia en la que nada le iba, pero pensaba que todo cuanto tuviera que ver con José la afectaría a ella aunque nada bueno resultaría de aquel misterio. Una gran inquietud empezaba a apoderarse de ella pero no tenía otra alternativa que la de atender a los requerimientos de Marisa pues estaba segura de que José iba a ser el protagonista principal de sus revelaciones: --Está bien, pero siempre que sea por el bien de José. --Sí, por supuesto --admitió Marisa que, no obstante, titubeaba ya que revelarle aquel secreto a alguien a quien no conocía quizás no fuera lo más conveniente. Pero el destino, pensaba, las había puesto en el mismo barco y debían ponerse de acuerdo para navegar con el mismo rumbo. Por fin se decidió a desvelar aquel secreto pues no le cabía duda del interés de Paula por José, aunque sabía que su revelación la alegraría y la atemorizaría en la misma medida. --Paula --comenzó--: la joven que estuvo con José en aquellas vacaciones de las que te han hablado más de una vez es mi hermana. --No falleció --continuó Marisa—y tuvo una hija... El Inspector regresó a Madrid después de llevar a cabo un minucioso trabajo en sus investigaciones en el lugar de los hechos y aunque trató de hurgar en todos los sitios para tratar de aclararlo, lo más significativo para él era la total seguridad de la participación activa de Esther y si aquello podía darse por seguro no cabía duda de que se encontraba ante una psicópata capaz de hacer daño sin ninguna clase de remordimientos, lo cual le ponía sobre aviso y le convencía de que aquella mujer debía ser detenida antes de que produjera más dolor, cosa que ya había sucedido dando la razón al Inspector en cuanto a sus malos augurios sobre aquella mujer. Por supuesto que el Inspector desconocía los últimos hechos que la mujer había provocado pero presentía que debía darse prisa en detenerla. 48


Pero ¿cómo hacerlo si las pruebas de que disponía eran insuficientes a pesar de su certeza personal? Jacinto pensaba que, realmente, quien estaba en verdadero peligro era el misterioso hombre que había mantenido relaciones con una de las chicas del grupo y de quien nadie había podido darle indicios acerca de su paradero. Estaba decidido a adelantarse a Esther localizando a aquel hombre pues ésta ya sabía que el fallecido era Aurelio Valle y aquella mujer debía saber la identidad del otro ocupante del coche accidentado por lo que la asesina no se sentiría segura. ¿Por dónde empezar? ¿Quién le daría alguna pista sobre aquel hombre? De pronto tuvo una idea ―¿Cómo no lo había pensado antes?‖ La joven que había estado con él era quien mejor podía darle información de su identidad y de su paradero aunque aquí surgía una nueva interrogante pues aquella joven también había tenido relaciones con otro delincuente. El siguiente paso era visitarla con lo que el Inspector tuvo que hacer algunas averiguaciones para dar con su paradero y, por fin, aquella mañana bastante temprano se encontraba ante la puerta que, según sus pesquisas, pertenecía a la casa en la que vivía Guadalupe. Llamó y se abrió la puerta perfilándose en ella la figura de una mujer (―joven, muy guapa...‖, pensó el Inspector): --Soy el Inspector Jacinto Rubio... Ella le invitó a pasar al interior de la vivienda: --Dígame, ¿qué se le ofrece? --¿Es usted Guadalupe Ruíz? --preguntó el Inspector. --Así es --contestó Guadalupe intranquila. Paula estuvo a punto de desmayarse al escuchar las revelaciones que Marisa acababa de hacerle: José era el padre biológico de aquella niña que en esos momentos jugaba con él. Le parecía una locura, todo aquello no era más que una pesadilla. Las siguientes palabras de Marisa la devolvieron a la realidad: --Por favor, Paula --la conminaba--: nadie, por el momento, deberá conocer todos estos detalles. --Y cálmate --añadió viendo la momentánea ausencia de color en el rostro de Paula--. Mujer, lo siento pero en alguien tenía que confiar para poder desahogarme. --Efectivamente --continuó--: la mujer con la que estuvo José, que es mi hermana, no falleció y tuvo una niña fruto de aquellas relaciones. --Entonces esta niña es...Guadalupe --balbució Paula, que ya comenzaba a entrever cómo influirían todas estas circunstancias en el futuro inmediato de todos ellos.

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Por otro lado tampoco Guadalupe podía dar crédito a lo que su amiga María acababa de comunicarle: que según las investigaciones policiales no era José el muerto aparecido carbonizado tras aquel accidente... Todo aquello le parecía irreal y sentía como una extraña fuerza la transportaba a otro mundo nuevo para ella --aunque ella fuera la principal protagonista--, un mundo en el que las risas se mezclarían con las lágrimas y las alegrías con las penas. Nadie sabía cuál sería el papel de cada uno en esta nueva disposición de sus vidas y de sus destinos. Todo sería como empezar de nuevo: José, el padre de su hija y amor de su vida, estaba vivo, aquel amor que ella creía perdido para siempre... ¿Qué ocurriría a partir de aquel momento? ¿Quién le diría a su hija que aquel hombre, desconocido para ella hasta aquel momento, era su verdadero padre y qué sería de ella misma? --¿Estás segura de lo que acabas de decirme? --Sí, estoy segura --confirmó María-- ¿Cómo, si no, iba a atreverme a decirte algo tan grave? Difícil dilema el de Guadalupe. Difícil de resolver sin dañar a nadie. Y José, pobre hombre, lo que habría sufrido...Sólo de pensar que el hecho de su reaparición pudiera ser algo no deseado por algunos, ya era una crueldad. Pero su inesperada irrupción provocaría insospechados desequilibrios en las dos familias. José era un hombre buen y su reaparición sólo podía ser motivo de alegría aunque significara, al tiempo, la modificación de algunas cosas. ¿Habría motivos para la incomprensión? Esther, camino de su casa, iba pensando que aquel simple de Andrés se creyó que ella era una idiota como las chicas a las que él estaba acostumbrado a tratar y, aunque alguna vez le había proporcionado placer, su falta de inteligencia y de tacto habían terminado por convertirlo en un peligro para ella. Esther no sabía lo que es el amor. Ningún ser que ama es capaz de destruir pues el amor es, en sí mismo, creación. Para ella las necesidades de su cuerpo se manifestaban y se realizaban de forma automática, carente del supremo placer de amar, por lo que nunca se ligaría a un hombre concreto. Esta clase de personas no siguen regla alguna y actúan sin control y poniendo de manifiesto que todos sus actos vienen impuestos por los sentimientos más primitivos del ser humano sin llegar a sentir amor sino más bien guiados por el odio en el que acaban instalándose de una manera definitiva. Al llegar a casa su marido trató de besarla pero ella lo rehuyó un tanto hoscamente: no estaba para caricias. Se había librado de un peligro pero había otro que la amenazaba, la inesperada presencia de José. Si era cierto lo que decía el Inspector no podría vivir tranquila bajo la amenaza de 50


que pudiera descubrir su implicación en el intento de asesinato forjado con la ayuda de Aurelio. Pero si éste había desaparecido ¿cómo podrían relacionarla a ella con aquellos hechos? Sí, lo mejor era olvidarse de una vez por todas y para siempre de aquel suceso... Salió de la habitación en la que había entrado dejando plantado a su marido y de forma inesperada se acercó a él para, cogiéndole del brazo, hacerle una proposición inesperada: --Cariño --comenzó diciéndole de forma melosa. No tenía para ella secreto alguno el arte de la simulación y la falsedad--: ¿por qué no salimos a cenar? Todo ser, por siniestro y malvado que sea, necesita un espacio para salir del cieno y limpiarse y no se sabe si es descanso o es que en alguna pequeña parte de su ser existe algo que no es tan malo y necesita ese pequeño espacio limpio de maldad. Al marido no le sorprendió la petición de Esther pues conocía de sobra los instantáneos cambios de carácter de su esposa: --De acuerdo --contestó Benito--: hace tiempo que no disfrutamos de una velada agradable. Todo individuo posee un mínimo de sentimientos no corrompidos totalmente pues se ahogarían, de otra manera, en su propio veneno. Son los sentimientos que afloran tímidamente pero que acaban diluyéndose de una forma rápida como si su naturaleza malvada rechazara toda debilidad. Al ser el Mal su principal alimento esta debilidad le restaría fuerzas para atentar contra sus semejantes. Nadie puede forzar el cambio en su propia naturaleza. La pareja se preparó para salir pues ambos necesitaban un momento de esparcimiento. Benito ni siquiera conseguía recordar cuándo fue la última vez que había salido con su esposa sin importar el destino ni los horarios.

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V El local elegido por Esther y Benito para cenar presentaba un ambiente agradable por lo que eligieron una mesa en un rincón de los más discretos y no tardó en aparecer el camarero, que los saludó mientras les ofrecía la carta: --¿Buenas noches, señores, que puedo ofrecerles para beber? Esther dirigió una rápida mirada alrededor dividida entre la mera curiosidad y la precaución. Los individuos a cuyo calibre pertenece Esther conllevan el peligro en sí mismos y, allá donde van, no dejan de otear el horizonte en busca de posibles amenazas, el peligro forma parte de sus vidas y viven en permanente alerta ante todo lo que les rodea por lo que Esther no tardó en apercibirse de la presencia, en otra mesa del local, de una pareja que, al igual que ellos, estaban sentados solos. --Esther… --recriminó Benito al observar que su mujer, como otras veces, miraba con descaro a la pareja que acababa de descubrir. --Yo conozco a ese tipo… --dijo Esther. --¿De qué lo puedes conocer? ..--se extrañó Benito. --Del Instituto… --respondió Esther tras un pequeño titubeo—Sí, le conozco del Instituto y se llama Ángel Sánchez… El hombre de la mesa vecina, al sentirse observado, se fijó a su vez en aquella mujer y le vino a la memoria una imagen de otros tiempos. Se levantó de la silla y se acercó a la pareja que había estado dirigiendo miradas en su dirección mientras susurraban. --¿Esther? ¿Esther Buendía…? --preguntó. --¿Ángel Galindo? --Esther se levantó de su silla para saludar al hombre que la interpelaba. Tras las presentaciones entre su marido y el antiguo amigo de Esther, ésta invitó a la pareja a que se sentaran a su mesa, a lo que accedieron de buen grado. Durante el transcurso de la velada Benito pensó que la nueva situación en poco favorecía la felicidad de los dos al haber invitado a su mesa a la otra pareja. Con Esther era inútil aspirar a ningún privilegio. Ella se lo estaba pasando en grande bebiendo y recordando los viejos tiempos con su amigo Ángel mientras Benito pensaba que ya había acabado la noche proyectada para los dos y que ahora tenía que compartir con la otra pareja. ―¿Será capaz esta mujer de ahogar el amor que siento por ella?‖ ―No lo sé‖, pensaba Benito planteándose si el mal comportamiento de su mujer sería más potente que su amor por ella. Aquel sábado José y Paula, como otros fines de semana, salieron temprano para pasar por el parque en que habitualmente encontraban a Lupe y, al llegar, allí estaba la niña acompañada de Marisa, su tía. 52


--Buenos días --saludó José. --Buenos días --contestó Marisa al tiempo que se ponía en pie. Las palabras que diría a continuación sumieron a José en un mar de dudas y desconcierto. --Mi sobrina --continuó Marisa—me ha pedido que os pidiera, a mi vez, si le permitiríais pasar la noche con vosotros, en vuestra casa. Yo, por mi parte, no tengo inconveniente pero depende de vosotros. Paula se adelantó al ver la cara de sorpresa que había puesto José: --Claro que estamos de acuerdo. Y encantados con la idea. Guadalupe tomó la mano de José esperando su respuesta y la que salió de la boca de aquel hombre fue como un jarro de agua fría para ella: jamás hubiera esperado la niña una negativa. José seguía completamente desconcertado. La niña iba a pasar un día en su casa ¡Qué locura era aquella! Pero lo que le desagradaba era todo lo contrario. La idea de que pudiera estar con ella le parecía estupenda, si por él fuera la niña estaría siempre con ellos. Pero eso sería ocupar un lugar que no les pertenecía a ellos: ese era el lugar de sus padres ¡Qué barbaridad! ¡Aquellas mujeres se habían vuelto locas! --No…--había contestado de forma brusca sorprendiendo a las dos mujeres y a Lupe, en cuya tierna expresión se dibujó la más grande sombra de amargura, tristeza y decepción. José la miró y al verla con la cabeza baja y a punto de las lágrimas se le rompió el corazón. --Bueno… --rectificó tratando de borrar la tristeza de aquella cara. Nunca debió negarse a que estuviera con ellos y quiso arreglarlo de inmediato pero estaba seguro de que aquella desafortunada salida de tono por su parte dejaría huellas en el corazón de la niña--: Sí, sí. Puedes venir con nosotros a nuestra casa… --Yo decía que no –continuó-- porque tal vez tus padres no estuvieran de acuerdo con tal decisión. A mí no me importaría que estuvieses todo el tiempo con nosotros. --No te preocupes --intervino Marisa--: sus padres están de acuerdo en que Guadalupe vaya con vosotros y se quede todo el tiempo que quiera. Eso ya sólo depende de ti. José pensó que habría de esforzarse en borrar la herida que su desafortunada intervención hubiera podido producir en el ánimo de la niña. Se acercó a ella pasando su mano por la pequeña cabeza alisando sus rubios cabellos. Ella, queriendo dar a entender que le perdonaba, se puso en pie y se abrazó a sus piernas. La niña se preguntaba quién era aquel hombre que tanto significaba para ella desde el momento mismo de conocerlo. Todo ser, cuando siente un vacío, comienza a buscar con qué poder llenarlo. Lupe sentía este vacío y veía en aquel hombre una oportunidad. Veía que sus amigas de juegos no sentían aquella carencia que ella llevaba 53


dentro de sí pero cuando se encontraba con José aquella sensación de abandono desaparecía, se consideraba más protegida estando junto a él. La niña estaba viviendo la edad en la que más necesitados estamos de la protección de los demás, aquella en la que nuestro ser adquiere los elementos que construirán nuestra personalidad. Si este desarrollo se hace sobre cimientos de fortaleza y sin temores seremos personas libres y rectas. Todos ya de acuerdo se despidieron de la tía de la niña. Y la pareja, acompañados de ésta, se dirigieron a su domicilio. Lupe, al llegar a la casa, recorrió con curiosidad sus dependencias sintiendo como si cuanto veía le perteneciera, como buscando en ello la tranquilidad de lo normal y lo habitual. En la cocina abrió el frigorífico y tomó un refresco que escanció, a continuación, en un vaso sin que nada la cohibiera. Y con el mismo ánimo cogió el mando del televisor y encendió el aparato sentándose, acto seguido, en uno de los sofás que ocupaban el salón. José y Paula la observaban dejándola hacer sin intervenir y la niña, mirándolos, comentó: --Me gusta muchísimo vuestra casa. Paula le pidió que se levantara y tomándola de la mano la condujo de nuevo hacia la cocina: --Me tienes que decir cuáles son tus comidas favoritas. La niña, con todo desparpajo, relató a Paula todas las comidas que le gustaban y seguidamente volvió al salón sentándose de nuevo en el sofá con aire desenvuelto. José se había sentado a su lado y las palabras de la niña le dejaron perplejo: --Quiero quedarme aquí esta noche. --Paula… --llamó José en la dirección de la cocina-- ¿Puedes venir un momento, por favor? --¿Querías algo? --preguntó Paula que había llegado al salón a toda prisa. --Paula --inició José--: la niña quiere quedarse esta noche. Paula, sin responder, se dirigió al teléfono para descolgar y marcar un número. Transcurrieron unos segundos hasta que empezó a hablar: --Soy Paula… --y prosiguió—No, a Guadalupe no le pasa nada. Pero dice que quiere pasar la noche con nosotros. Sí... ¡Ah: en la mochila tiene un pijama…! Está bien… Seguía Paula respondiendo a la persona que estaba al otro lado de la línea, tratando de mantener la calma pues enseguida había advertido que quien hablaba no era Marisa sino su hermana, Guadalupe, la mujer que – más temprano o más tarde—le quitaría el lugar que ocupaba junto a José. Finalmente colgó el auricular en la horquilla del aparato.

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--Bueno, Guadalupe se puede quedar --dijo Paula volviendo la cara hacia la niña. --¿Con quién has hablado? --quiso saber José. El sonido del teléfono salvó a Paula de la embarazosa situación en que estaba a punto de caer. --¿Diga?... Sí, soy Paula. –esta vez sí era Marisa, la tía de la niña, la que hablaba. --Me dice mi hermana --decía la voz que estaba al teléfono—que Guadalupe quiere quedarse esta noche con vosotros… ¿No tenéis ningún inconveniente? Sabes que con nadie puede estar más segura que con su padre… --Sí… --admitió Paula, que comprendía lo que Marisa quería decir— Todo está en orden: se queda esta noche. --¿Qué pasa? --preguntó José cuando Paula volvió a colgar el teléfono. --Nada, nada, --respondió Paula apresuradamente--: que no hay ningún problema para que se quede. Seguidamente Paula se llevó a la niña a preparar la habitación que habría de ocupar mientras estuviera en la casa. Esther descolgó el teléfono: --¿Diga? --inquirió. Una voz conocida para ella sonó al otro lado, una voz que entonaba palabras lúgubres como pájaros de mal agüero. --Señora --apremiaba aquella voz—Venga enseguida: un familiar suyo ha sufrido una desgracia. A Esther le parecía que aquel anuncio venía de otro mundo, aquella voz pertenecía al tipo de voces que sólo sirven para anunciar desgracias. Se preparó rápidamente para acudir al lugar en que se le reclamaba. Tenía la seguridad de que algo malo había sucedido. Tomó el coche y salió para dirigirse a la dirección en donde estaría quien reclamaba su presencia. Sentía que en aquellos momentos iba a enfrentarse con su destino, un duro destino que, como un milagro, hizo brotar de aquellos bellos ojos las lágrimas que hacía mucho tiempo no lo hacían. ¿Cuál sería aquel encuentro que estaba consiguiendo que aquel duro corazón se ablandara? Al parecer era un acontecimiento que superaba su voluntad de hierro. Podría ser el encuentro con su propia imagen, su propia existencia, su misma miseria humana. Tardó en llegar pues el tráfico, a aquellas horas, era muy denso. Mientras aparcaba acudía a su mente un desfile de terribles imágenes, unas imágenes que pertenecían a una parte de su infancia pero que seguían vivas y actuales.

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Si el Mal se injerta brotará para hacer daño pero, para que brote, allí donde se injerte habrá de abonarse el terreno de forma conveniente. Finalmente Esther logró aparcar y se dirigió, no sin aprensión, al encuentro con su destino. Benito, marido de Esther, fue recibido en casa de los Andrade por el matrimonio y su hija. --¡Cuánto tiempo! --fue la bienvenida de la dueña de la casa. --Sí, mucho -respondió Benito. Sentía que necesitaba la compañía de sus amigos pues se encontraba rodeado de soledad, aunque no deseaba que sus amigos se percataran de ello y les ocasionara preocupación. --Pasarás todo el día con nosotros ¿no? --decía la señora Lola, la señora de la casa-- pues te hemos echado mucho de menos. Supongo que Esther vendrá más tarde… Benito no quería engañar al matrimonio: --No --respondió--: no creo que ella pueda venir. --No te preocupes --dijo Lola, abrazando de nuevo a Benito—Lo pasaremos bien. Voy a preparar los platos que se que te gustan. Don David, el marido, abrió una botella de vino especial y sirvió de beber para los tres --la niña es menor—y Benito al beber el buen vino sintió de inmediato cómo su ánimo mejoraba pues llevaba algún tiempo con, como se suele decir, la moral por los suelos. Lola le miró y, un poco en broma otro poco como reproche, le dijo: --Puedes contar con nosotros para cuanto necesites. --Lo sé --respondió Benito ya más animado por la inmediata acción de la bebida. La conversación mantenida por los tres durante la velada giró casi exclusivamente en torno a las relaciones en su matrimonio, tema que él mismo había sacado a relucir debido al agobio que llevaba sufriendo ya desde hacía algún tiempo. --Cada día me preocupa más el extraño comportamiento de mi esposa --relataba Benito a sus amigos--. Cada vez lo entiendo menos y he llegado incluso a dudar de todo lo que hace y lo que dice. A veces pienso que son los malditos celos los que me han llevado a pensar que quizás me engañe con alguien. --Por otro lado --prosiguió tras apoyarse en otro trago de su copa--, y a pesar del tiempo transcurrido, vuelven a aparecer los comentarios sobre lo ocurrido en aquellas vacaciones, de las que ya os hablé, con una serie de hechos que nunca llegué a comprender. --¿Otra vez estáis con esas historias? --intervino Lola. --Otra vez --reconoció Benito compungido—Hace días nos visitó un Inspector de Policía y en el transcurso de la conversación, o tal vez podría decir interrogatorio, volví a sufrir nuevas decepciones pues a cada 56


pregunta del Policía Esther respondía con nuevas mentiras, lo que me lleva a sospechar que ella tuvo algo que ver con el devenir de aquellos hechos. David había seguido con toda atención las explicaciones de Benito y pensó que su amigo estaba viviendo un verdadero calvario con aquella mujer. Estaba seguro de que todas sus sospechas eran ciertas y quiso suavizar el malestar de su amigo: --A lo mejor es que te dejas llevar por los celos y, en el fondo, no hay más que eso… --Sí, es posible que eso me haga exagerar --admitió Benito, pues amaba a su mujer y no quería reconocer la certeza de sus dudas. --¿Qué interés puede tener tu mujer en engañarte, si la vida le va bien contigo? --David insistía en quitar hierro al asunto—Yo pienso que debes confiar en tu mujer y rechazar toda sospecha sin fundamento y éstas no tienen ningún sentido. Aceptamos la culpa cuando la verdad nos duele y, sin quererlo, con ello favorecemos al Mal y nos dañamos en contra de nuestra voluntad, por lo que el Mal se aprovecha de nuestra debilidad. Los cuatro amigos --Benito, el matrimonio y su hija--, tras la comida, salieron para dirigirse a casa de Guadalupe, con la que deseaban reunirse para pasar juntos el resto de la tarde ya que tenía constancia de que, en esos días, la amiga necesitaba el apoyo de todos sus allegados. El Inspector, al contemplar de nuevo el rostro de Guadalupe, llegó a la conclusión de que aquella joven era el otro lado de la moneda que formaba con Esther. Pensaba que la joven que tenía delante en nada se parecía a la otra mujer. Saltaba a la vista que allí no existían dobleces pues su cara era la viva imagen de la bondad. ―Sí --pensó--, estoy seguro de no equivocarme en mis apreciaciones‖ --Perdone, señora, por lo que le voy a decir --comenzó--. Pero mi obligación es ponerla sobre aviso en torno a aquellos hechos que por algún tiempo se consideraron como fortuitos pero que no es así sino que, según los datos que hemos ido recabando con posterioridad, formaban parte de una trama urdida contra algunos de los componentes de aquel grupo. --Pero lo peor es --continuó el Sr. Rubio-- que aquella especie de complot no se desbarató y puede tener continuación hoy día pues la mayoría de sus protagonistas --por casualidad o por las manos del Destinovuelven a reunirse, protagonistas de un triste episodio por desgracia sin resolver y cuyo desenlace final pudiera producirse en estos momentos, quizás de forma trágica. A Guadalupe las explicaciones del Inspector le ponían los pelos de punta. El Policía siguió con la exposición de sus ideas basadas en las últimas investigaciones.

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--Lo que pasó hace algunos años sigue, al parecer, pendiente --dijoOjalá no fuera así y todo hubiera terminado. Por lo tanto, para que nada suceda, tendremos que actuar con cautela y rapidez al mismo tiempo. Cuando el Mal entra a formar parte de un círculo, si no se le detiene a tiempo, arrastrará a todo el círculo al abismo. --Sé que la estoy alarmando --admitió el Inspector-- y desearía que cuanto le digo no tuviera fundamento alguno, pero poseemos suficientes pruebas como para sospechar --como ya le he dicho—que aquellos sucesos no fueron obra de la casualidad sino por la instigación de alguien y el problema es que no estamos seguros de quienes fueron, ni siquiera de cuántos fueron y porqué lo hicieron. Aunque tenemos sospecha de una de sus amigas, pero nos falta la prueba definitiva que nos permita proceder. --Ahora --pidió el Inspector—voy a hacerle algunas preguntas de índole personal. Si no cree oportuno, no las responda. --Vamos con ellas… --accedió Guadalupe. --¿Tuvo usted relaciones personales con un hombre llamado José González? --comenzó el Policía. --Sí… --admitió Guadalupe--: Tuve relaciones con él y, como fruto de ellas, tengo una niña. Guadalupe fue relatando a continuación, con todo lujo de detalles, cuanto pudiera servir de ayuda para aclarar los sucesos objeto de la entrevista con el Inspector... --O sea --dijo el Policía--, que ha tenido una hija de su relación con José González… ¿Él lo sabe? --De momento, no --respondió Guadalupe--. Ni siquiera sabe si yo sigo viviendo… --Hábleme de su amiga Esther --pidió el Inspector. --Siempre hemos sido amigas. Desde el Colegio. ¿No pensará que ella tiene algo que ver en todo esto? --Me temo que sí… --¿Y qué interés podría ella tener en perjudicarme? --Los asesinos no son seres normales --explicó el Sr. Rubio-- Sus motivaciones no obedecen a regla alguna, por lo que sus actos suelen ser imprevisibles. El ruido de la puerta interrumpió la exposición del Inspector en el momento en que aparecieron Marisa y la hija de Guadalupe y apenas se habían saludado cuando sonó de nuevo el timbre de la puerta que anunciaba la llegada de Benito y el matrimonio Andrade y su hija. Esther caminaba rápida y firmemente. A veces bajaba la cabeza: por su mente desfilaba un mundo cuyas imágenes hacían que todo su ser se estremeciera de rabia generando un intenso odio hacia todo y hacia todos. --Señora… 58


Aquella voz la sacó de sus tenebrosos pensamientos y Esther miró hacia la persona que la había emitido. La voz le había sonado como el graznido de un pájaro de mal agüero. Aquella mujer --Alicia, que así se llamaba-- le crispaba los nervios: era de figura un tanto desagradable pues era alta pero un poco desgarbada, pelo negro, ojos huidizos, nariz aguileña. Una figura, en fin, como sacada de una película de terror. Esther volvió a mirarla y se dijo para sí que aquella mujer era la viva imagen de lo más oscuro del ser humano. Alicia aguantó la fría mirada de Esther sin inmutarse: las dos se odiaban pero se necesitaban y sabían que cada una cumpliría con su misión ocupando sin equivocarse el lugar que a cada cual le correspondía. --No me acompañe si no lo desea --dijo Esther. --De todas formas debo hacerlo, son las normas –respondió la otra. Esther nada añadió y entró en aquel lugar que parecía formar parte del mismo cuadro que la mujer que la recibió a la entrada. El lugar era una Clínica privada de poca relevancia hospitalaria. Comenzó a andar por el frío pasillo que la conducía a cerrar uno de los capítulos más importantes de su vida. El más duro, el más triste. Un capítulo en el que se daban las más grandes contradicciones que el ser humano pudiera soportar. Se detuvo ante una puerta. Ya esperaba lo que se pudiera encontrar al otro lado. El Inspector Rubio, camino de la Comisaría, iba pensando que si se confirmaran sus temores algo terrible podría suceder. Pero por más vueltas que le daba no encontraba la forma de poder evitarlo, se le escapaba de las manos aquel caso y por desgracia no había podido, hasta la hora, hallar los medios para evitar la tragedia. Al entrar en su despacho, le esperaba un compañero que le había visto llegar a la Comisaría: --Toma… --le dijo al tiempo que le alargaba un expediente. Cuando el Sr. Rubio comenzó a leerlo la expresión de su cara se volvió, de pronto, tremendamente seria. Guadalupe, tras la breve visita de sus amigos, quedó pensando en la nueva situación en que en aquellos momentos se encontraba y sentía que habría de encontrarle una salida. ―Pero ¿qué salida?‖ Se dijo a sí misma que se sentía muy cansada. Así mismo pensaba que su vida hubiera sido totalmente diferente si José y ella hubieran podido realizar sus sueños. Pero, de golpe, todo se enredó de tal forma que acabó por convertirse en una tragedia. ¿Podrían ella y José reanudar aquellas relaciones que se habían roto de una forma tan dramática? ―No lo sé, no lo sé…‖ repetía para sí, sin saber qué camino tomar. Pero estaba su hija, que tenía todo el derecho del mundo a vivir con su padre y él con ella. 59


Envuelta en tan profundos y delicados sentimientos se dejó caer en un sofá, quizás sin fuerzas para encontrar el camino correcto y favorable para todos. De nuevo el Destino llamaba a su puerta para anunciarle que una nueva etapa de su vida podría comenzar. Su hermana la miraba y se preguntaba de cuánto poder disponemos para decidir el curso de nuestro destino. ―De poco --pensó--, quizás de ninguno pues cada día, al levantarnos, elaboramos un plan para hacerlo y ¿acaso hacemos algo o son las circunstancias las que deciden por nosotros?‖ Ella había pensado alguna vez hacer lo que hubiera de hacerse en aquellas circunstancias. Las truncadas relaciones de su hermana y José podrían parecerse al cuadro que alguien arranca de la pared y, al caerse, se hace añicos. ¿Cómo se reconstruye de nuevo una pareja? Marchan por un camino y al llegar a una encrucijada se detienen pero al emprender de nuevo el paso uno o los dos se equivocan tomando caminos diferentes ¿Podrán los caminos algún día volver a confluir en un mismo cruce? Nunca había pensado que aquello podría suceder. Marisa volvió a mirar a su hermana que seguía con la cabeza entre las manos, inmersa -tal vez- en un mar de encontrados sentimientos. El Inspector Rubio examinó una vez más el informe que le había aclarado algunas cosas. De forma tajante la principal aclaración era que Esther, efectivamente, estuvo implicada en los sucesos del caso que en estos momentos investigaba. También en aquel informe se reflejaba que Esther había tenido relaciones con el estudiante fallecido de forma trágica, circunstancia que le llevaba a sospechar que, tal vez, tuvo algo que ver en el suceso. Todo muy confuso, como si aquel drama se hubiera desenvuelto en el interior de una nebulosa. Pero cualquiera con un mínimo de imaginación podría relacionarlo con aquella mujer. Él, por su parte, la consideraba capaz de participar en cualquier suceso delictivo aunque, en apariencia, no estuvieran relacionados entre sí. Para él el siguiente paso estaba claro y consistiría en montar un plan de alerta y vigilancia en torno a Esther Buendía. Debía obtener datos suficientes para poder, en primer lugar, conseguir una orden de detención contra ella. Otra de las pesquisas a seguir sería la de entrevistarse con José González para averiguar con toda certeza quién era y de qué forma estaba implicado en todo aquello. Pudo averiguar cómo localizar a aquel hombre y se dirigió, sin más dilación, a tener una entrevista con él. Lupe, a pesar de que aquella casa era más modesta que la suya, había tomado posesión de ella moviéndose con soltura por todas sus 60


dependencias. Por su cabecita pasaban una serie de ideas que, sin embargo, no se atrevía a llevar a la práctica por temor a provocar problemas con su madre y con su tía. Pidió a Paula que marcara el teléfono de su casa y ésta lo hizo pasándole, seguidamente, el aparato a la niña al advertir una presencia al otro lado de la línea, una presencia cuya voz conocía Guadalupe a la perfección. Paula la observaba admirando su desparpajo, cómo siendo tan pequeña se desenvolvía de tal forma. --¿Está mamá…? --preguntó Guadalupe. --No, las dos han salido hace un rato --dijo Antonia, la mujer que realizaba las faenas de la casa y que, por el tiempo que llevaba en ella, se podía decir que, prácticamente, había criado a aquella niña. --¿Necesitas algo? --preguntó Antonia y como advirtió que la niña dudaba, tomó una decisión--: mejor voy a verte. La mujer colgó y Paula, que seguía atenta a las evoluciones de la niña, inquirió: --¿Qué te ha dicho? --Que viene a verme… --Bueno, está bien --aceptó Paula. Antonia Suárez era una mujer morena, de mediana estatura y de aspecto agradable. Había visto nacer a Lupe y no tenía hijos pues tuvo unas relaciones con un hombre que terminaron de forma un tanto desagradable sin que llegara la descendencia. Aunque nadie la informaba de nada ella estaba segura de que algo raro sucedía en la familia de un tiempo a esta parte. Cogió el coche y se dirigió al lugar indicado en la nota que encontró entre las pertenencias de Marisa. Estaba segura de que era allí donde se encontraba la niña y al llegar llamó a la puerta apareciendo de inmediato un hombre cuya presencia a punto estuvo de provocarle un desmayo. José se dio cuenta de la impresión que había causado en el ánimo de aquella mujer aunque estaba seguro de no haberla conocido antes. Antonia trató de no perder la calma: --¿Está aquí Guadalupe…? --Sí --la interrumpió José sin dejarla terminar lo que fuera que trataba de decir--: aquí hay una niña que se llama así. Ésta hizo acto de presencia en aquel mismo momento. --¡Hola, cariño! --dijo Antonia al ver a la niña. --Entrad las dos --dijo José. Y añadió--: tú dirás quién eres... --Trabajo en casa de la madre de Guadalupe --explicó la mujer—Se puede decir que la he visto nacer y soy quien más ha ayudado a criarla.

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―Sí, estoy segura --pensaba Antonia--: este hombre es quien aparece en una foto al lado de Guadalupe, una foto que yo he visto muchas veces‖ ―O sea --dedujo para sí—que este hombre es el padre…‖ Antonia miraba alternativamente a José y a la niña y comprobaba el gran parecido existente entre ambos sin atreverse a hacer preguntas por miedo a meter la pata. Pero Paula se había dado cuenta de la curiosidad que sentía la mujer. --Ven --la llamó en un aparte--. Sí: son padre e hija, pero todavía no lo sabe ninguno de los dos. --¿Tú sí? --preguntó Antonia. --Sí, yo sí lo sé. Callaron por la presencia de Guadalupe que miraba intrigada a las dos mujeres sin saber de qué hablaban. Titubeaba, pues no se atrevía a decir lo que había pensado hacer: --¿Qué es lo que te pasa por la cabeza? --preguntó Antonia, que tan bien la conocía. Pero la niña se removía inquieta sin decidirse a hablar. Hasta que se atrevió, arengada por las preguntas de Antonia: --Yo…Yo… --vacilaba hasta que arrancó--: He pensado que quiero venirme a vivir aquí, con Paula y José. --¿Venirte a vivir aquí? --repitió Paula sorprendida. Las dos mujeres se habían quedado de piedra comprendiendo que la situación se volvía cada vez más difícil. La Naturaleza, como fuerza que rige los destinos de todos los seres y haciendo uso de su poder, genera corrientes de simpatía para atracción y acercamiento de criaturas que por ley natural son parientes próximos pero que, por circunstancias ajenas a su voluntad, no lo saben. Si el azar hace que en un momento dado de sus vidas sus caminos se crucen, ese acercamiento se producirá sin que nada ni nadie pueda evitarlo. Las averiguaciones que el Inspector Rubio había hecho le llevaron hasta el domicilio de José sin ninguna dificultad y, al llegar, observó la apariencia modesta de la vivienda. Al llamar a la puerta salió a la llamada una mujer de apariencia joven y atractiva. --¿Qué desea? --preguntó dirigiéndose al recién llegado que mostró su placa identificadora. --José González… ¿vive aquí? --Así es --respondió Paula, pues ella era quien había salido a la puerta ante el requerimiento del recién llegado. --¿Puedo hablar con él? --Espere, por favor… --Paula miró un momento hacia el interior de la vivienda y terminó añadiendo--: sí, pase. 62


Seguidamente le condujo al salón de la vivienda, en donde se encontraban José y la niña. ―Una niña de corta edad --pensó el Policía--. Podría ser la hija de Guadalupe. ¿Qué haría en aquella casa?‖ José se levantó y saludó al Policía tras las presentaciones hechas por Paula. --¿Quiere usted hablar conmigo? --quiso saber. --Así es --admitió el recién llegado mirando a aquel hombre con la impresión, a primera vista, de que en modo alguno podía ser un delincuente. Más bien todo lo contrario, quizás era la víctima de una trampa criminal cuyas causas no acababan de estar claras. Pero una cosa le llamaba especialmente la atención: si aquella niña le llamaba continuamente José ello indicaba que éste ignoraba totalmente la existencia actual de Guadalupe y que aquella niña era su hija. Iba a averiguarlo pero se contuvo pues pensó que aquello pertenecía al ámbito estrictamente familiar y no era asunto de su incumbencia. José respondió a todas sus preguntas sin vacilación alguna y con todo lujo de detalles, lo que reafirmó al Inspector en la impresión que tuvo acerca de aquel hombre al verlo por primera vez. Guadalupe había sembrado el desconcierto en el ánimo de Antonia y de Paula al comunicarles su deseo de quedarse a vivir en casa de José. --Tú no sabes lo que estás pidiendo --le dijo Paula--. Y aunque eres una niña pequeña, debes empezar a saber algo de lo que está bien y lo que está mal. Por lo tanto has de saber que los hijos viven con los padres y tú debes vivir con los tuyos. --Yo sólo tengo madre --dijo la niña--. Mi papá se fue y no ha vuelto. --Pero volverá muy pronto. –le indicó Antonia. --No volverá --insistió la niña. Guadalupe era aún una niña de corta edad pero su inteligencia o tal vez su intuición demostraba estar muy por encima de la edad que, en realidad, tenía. Ella comprendía que su madre, José y ella no podían vivir juntos ya que José vivía con Paula pero sentía que tenía su derecho a ser feliz. Desde pequeñita había sabido valorar el maltrato que su padre le dispensaba y se daba cuenta de que esto no sucedía con José. De súbito su espíritu se rebeló y se puso a patear el suelo mientras gritaba: --¡Quiero venir a vivir aquí, quiero vivir aquí…! El pateo y los gritos atrajeron a José que no comprendía a qué se debía el arrebato de Guadalupe. --¿Qué le pasa? --preguntó. --Que quiere quedarse a vivir en casa --explicó Paula.

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--Vamos a ver, cariño, cariño… --era la primera vez que José la llamaba de aquella manera y tuvo un primer pensamiento de sorpresa que dio paso a la explicación de que el cariño por aquella niña había traspasado todas las barreras. ¿Qué pasaría cuando tuviera que dejar de verla? A veces tenía la idea de subir al coche, partir y no volver nunca más. Pero sabía que aquello sería como si se arrancara el propio corazón, sería actuar como un cobarde. --Es como si vivieras aquí --trató de tranquilizar a la niña--. Podrás venir cuando quieras y estar todo el tiempo que se te antoje. Las dos mujeres y la niña le miraron como si no le conocieran pues la salida que daba al asunto les parecía, cuando menos, ridícula. --Sí --reafirmo José--. Puedes venir cuando lo desees y estar aquí todo el tiempo que tus padres te permitan estar. La niña ya sabía que de aquel hombre podría obtener todo cuanto se propusiera. Su inteligencia, que no iba en consonancia con su corta edad, le permitía saber que tenía derecho a reclamar aquello que la hiciera feliz. --Yo quiero estar con mi mamá. Pero también me gustaría estar contigo –dijo la niña cruzándose de brazos en actitud desafiante y dejando dibujar en su rostro un gesto como de pucheros, adelantando el labio inferior sobre el superior. José miró a las dos mujeres que habían puesto cara de estupor. Iba a soltar una carcajada pero pudo contenerse a tiempo

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VI

Esther se encontraba detenida ante la puerta de aquella habitación y, quizás por primera vez, un temblor azotaba su cuerpo, un sordo temor la atenazaba impidiéndole abrirla. Aunque ella sabía lo que podía esperarle allí dentro, no estaba preparada para afrontarlo. Ella, que se consideraba una persona a la que nada podía detener, se encontraba ahora indecisa. ¿Qué era lo que le impedía seguir adelante? Por fin, haciendo un gran esfuerzo, recuperó parte del aplomo que le era característico y logró las fuerzas necesarias para empujar la puerta y seguir adelante. La imagen que se ofreció a su vista al entrar en la habitación hizo que su ánimo, de pronto, se desmoronara. Aquella terrible mujer, en contra de lo esperado, sintió cómo sus fuerzas se desvanecían convirtiéndose en una niña desvalida y abandonada a quien nadie pudiera proteger: en la cama existente en aquella habitación yacía el cuerpo de una mujer, un cuerpo inmóvil con la cara blanca como las paredes que la rodeaban. Era el cuerpo sin vida de su madre. Con pasos inseguros y tambaleantes llegó hasta la cama y, sin poder contenerse, se abalanzó sobre el cuerpo levantándolo entre sus brazos con las escasas fuerzas que le quedaban. Un sollozo brotó de su garganta, un sollozo que más parecía el alarido de una pequeña fiera abandonada sin nadie a quien pedir protección. La porción de ternura que su cuerpo pudiera contener apareció en estos momentos quizás por primera y última vez y una palabra -más que palabra, un rugido- brotaba de su garganta: mamá, mamá... Sollozaba: ―mamá, no me dejes, llévame contigo‖, mientras movía el cuerpo ya rígido como si quisiera devolverlo a la vida, como si estuviera dormida y ella pudiera despertarla. No aceptaba que su madre la hubiera abandonado. No, su madre estaba dormida y en cualquier momento podría despertar... Su mente había huido de la realidad y todo su cuerpo cayó en una especie de pesado sopor penetrando en un mundo en el que sólo ella vivía. Se encontraba en un jardín, el de su casa, por el que se movía con naturalidad una mujer todavía joven y muy guapa y hermosa. Sin embargo era obvio que algo había dañado aquella hermosura y se podían apreciar las huellas que el mal iba dejando. Aquella mujer se entretenía en el cuidado de las flores y la miraba enviándole una sonrisa. En esa escena ella jugaba con las muñecas y era feliz como también lo era su madre que amaba las flores y le encantaba cuidarlas. Pero aquella felicidad fue interrumpida por una horrible voz y la sangre se le heló en las venas al ver perfilarse una silueta temida y odiada por ella. La silueta pertenecía a su padre que, como casi siempre, venía bebido como ponían de manifiesto sus andares zigzagueantes. 65


Su madre era una humilde enfermera que vivía de su trabajo pero su padre poseía ya capital propio cuando se conocieron y podría decirse que, literalmente, se la apropió. ―Cuando yo sea mayor cuidaré de ella‖, se decía una y otra vez desde la altura de sus sentimientos infantiles. Aquella horrible voz la hizo estremecerse. Aquel horrible monstruo se dirigía hacia donde se encontraba su madre: ―¿Qué haces con esas malditas flores en vez de tenerme preparada la comida?‖ Pensó Esther que cuando venía bebido nunca comía. Seguía insultando a su madre pero de las palabras pasó a los hechos: las bofetadas que aquel animal asestó sobre aquella cara tantas veces humillada se clavaron en el corazón de Esther como cuchillos. Toda la luz que brillaba en aquel jardín se apagó y la felicidad se tornó en amargura. Aquellos golpes seguían resonando en sus oídos como trallazos de un látigo cuando aquel hombre se dirigió, entonces, a ella: ―¿Y tú qué haces?‖ Su padre era un hombre no sólo embrutecido por su carácter sino por los excesos del alcohol. Para ella, que le odiaba, era como un monstruo y su pequeño cuerpo se encogía cuando se dirigía a ella pues casi siempre su actitud era amenazante. Su padre la miraba y hacía aquel gesto de tratar de quitarse el cinturón que ceñía su pantalón con la idea de agredirla y aunque no lo hiciera a ella le producía terror. Se levantó del lugar en que se hallaba jugando encaminándose hacia el interior de la casa. Miró a su madre y vio la imagen de aquella mujer maltratada y humillada, la cabeza baja en actitud de sumisión, de entrega y de humildad ante la furia de aquel hombre cruel. Miró una vez más el cuerpo frágil de aquel ser cuya naturaleza iban minando los malos tratos y que ya iba dando señales de agotamiento. En su mente se iba fijando una idea: ella sería médico para cuidar a su madre... La presión de unas fuertes manos la hicieron despertar de aquel feliz y. al tiempo, terrible sueño. Aquellas manos trataban de separarla de aquel cuerpo ya sin vida pero ella se aferraba con todas sus fuerzas al cuerpo de su madre mientras seguía lanzando agudos gritos y palabras entrecortadas: ―Mamá, no te vayas...‖, repetía una y otra vez como si su llamada pudiera ser oída aún por aquel cuerpo ya inerte. Se dejó oír de nuevo aquella voz, una voz firme y suave a la vez: era la voz de su tío Fidel, hombre de aspecto fuerte pero de ademanes suaves que denotaban nobleza. A la vista de la mujer Fidel no pudo contenerse y sus ojos se llenaron de gruesas lágrimas sintiendo que su fortaleza no era suficiente para aguantar el tremendo drama que representaba el cuerpo sin vida de su hermana al cual su sobrina se aferraba sin que hubiera forma de separarla. Hubo de hacer un tremendo esfuerzo para conseguirlo. ―Esther, hija -repetía una y otra vez-: tenemos que preparar a tu madre para que se la lleven...‖ Él quería a aquella mujer que para él era aún como una niña y a quien consideraba como la hija que nunca pudo tener. 66


Antonia Suárez, al llegar a casa, encontró juntas a las dos hermanas que le preguntaron de dónde venía. --De casa de José --respondió--. Y hay otro problema: Guadalupe quiere quedarse a vivir con ellos. Antonia lo soltó tan de sopetón que las dos hermanas se quedaron sin habla hasta que Guadalupe expresó de una manera extraña: --Se ha vuelto loca de querer estar con su padre. --Su padre, su padre... –intervino Marisa--: ella no sabe que lo es. --Ella no lo sabe --admitió Guadalupe—pero su instinto tal vez sí y cuanto más tiempo pase más difícil será la resolución de esta situación. Pero no podía presentarse en casa de José de improviso y por las buenas y Marisa, como si leyera los pensamientos de su hermana, aventuró: --Yo iré y buscaré la forma de afrontar el problema aunque del sobresalto que se llevarán no los podremos salvar... --Que sea lo que Dios quiera --prosiguió—Ya no tenemos otra salida y no podemos ignorar la realidad. Hay mucha gente que conoce la verdad y sólo un milagro cambiaría las cosas y es que José se fuera de Madrid para siempre. --No, yo no quiero que se vaya. Guadalupe no podía disimular su deseo de que José no se fuera y siguiera viviendo en Madrid: no podía consentir que desapareciera de nuevo de sus vidas. Aunque no pudiera estar con ella si podría hacerlo con su hija, aunque sólo fuera por temporadas. --Sí, irás tú --dijo Guadalupe dirigiéndose a su hermana--. Y cuanto antes mejor. --En cuanto a decírselo a Guadalupe --objetó ésta--, creo que sólo tú puedes y debes hacerlo. ―Sí, creo que sólo yo debo hacerlo‖, pensó Guadalupe mientras por su mente comenzaron a desfilar imágenes de aquellos hermosos recuerdos, los recuerdos de cuando conoció a José y comenzaron aquellas felices y ya lejanas relaciones cuyo fruto fue su hija. Ella le hablaría de estas relaciones de las que había nacido y de su verdadero padre. Sólo en aquel momento se daba cuenta del tremendo error que había cometido al unir su destino al de Pedro Serrano, el hombre con quien se había casado, disculpándose a sí misma al decirse que lo había hecho con la sola idea de que la niña ya tuviera un padre al nacer. Pero sentía que no había disculpa ninguna pues el error del que se sabía culpable había sido refrendado por el daño que aquel hombre había producido a su hija, algo que nunca le perdonaría y si se produjera el encuentro y convivencia con su verdadero padre podrían cerrase las heridas producidas por aquel malvado. ―Espero que José nunca se entere de los malos tratos de Pedro a la niña‖, concluyó Guadalupe en sus pensamientos. 67


Ella vería a José una vez que su hermana se entrevistara con él para ponerle al corriente de la situación. Guadalupe, al pensar en todo aquello, entraba en un estado de desasosiego que la sumía en un mar de dudas y de contradicciones al no saber qué hacer ni cómo reaccionaría José al verla puesto que estaba en la creencia de que ella ya no existía. ¿Cuáles serían sus sentimientos una vez que comprobara que estaba viva? Ella misma había pedido una y otra vez, muchas veces, que lo del fallecimiento de José no fuera cierto pero ahora que sabía que su deseo se había hecho realidad la incertidumbre se apoderaba de ella, no estaba segura de qué sería lo mejor y menos de cómo se resolverían las cosas. Pero ya no podía haber marcha atrás. ―Los tres juntos...‖, pensó y al hacerlo la inquietud la embargaba. Ángel Galindo, el recién descubierto antiguo amigo de Esther, miró a su mujer que, sentada en el sofá, miraba con toda atención la película que en aquel momento estaban poniendo en televisión. Pero su pensamiento estaba en otro sitio, acudían a la imagen de Esther. Aunque eran muy jóvenes cuando se conocieron en el Instituto siempre le había gustado pero ella nunca le hizo caso. El sorprendente reencuentro sucedido unos días antes le había hecho volver al pasado y al deseo de poseer a aquella hermosa mujer. En los momentos en que estuvieron en el bar en donde se encontraron se dio cuenta de que ella y el marido no eran lo que se dice una pareja feliz y de que aquel hombre no era más que un monigote en sus manos. Pensó que tenía que verla otra vez. --¿En qué piensas? La pregunta de su mujer le sacó de sus cavilaciones. Eva conocía a su marido tan bien como para darse cuenta de que algo no muy limpio se traía entre manos, desde hacía unos días lo notaba raro. En ese momento le vino a la mente, sin saber porqué, el encuentro que tuvieron unos días antes con aquel matrimonio con el que, por causalidad, coincidieron en aquel restaurante y al que su marido conocía, al menos a ella con la cual se mostró muy atento durante todo el rato que pasaron juntos. --No me gusta esa amiga tuya que encontramos el otro día... --¿Porqué no te gusta Esther? --Ángel miró a su esposa sin ocultar su sorpresa--. Es una mujer inteligente, rica, gran profesional… --Y muy guapa --interrumpió Eva a su marido y su tono de voz denotaba su menosprecio hacia la mujer de que estaban hablando. --Sí, muy guapa --afirmó Ángel--, pero eso no quiere decir que sea mala. --No, mala no es --admitió su esposa—pero me dio pena su marido, al que no prestaba ninguna atención. --Yo los vi normales, como cualquier matrimonio –objetó Ángel— --Y él me pareció un buen hombre --dijo Eva--, un hombre sincero mientras se nota a distancia que ella es más falsa que Judas. 68


--No sé cómo le has tomado esa manía sin conocerla… --Me cayó mal de inmediato --insistió Eva--. No me gustaría encontrarme más con ella: mientras más lejos, mejor. --¡Claro! ¡Y si los vemos nos escondemos! --ironizó Ángel. Eva observó que su marido había subido la voz y ante el cariz que estaba tomando la situación prefirió cambiar de conversación y empezó a hablar de otras cosas pues sabía que, de lo contrario, terminarían por discutir los dos Todo ha terminado, ya nada queda… Esther caminaba sin rumbo y en su mente se agolpaban ideas a cual peor. Aquel mundo que le había dado momentos de felicidad, aquel cuerpo que yacía en la cama de aquella Clínica, aquel fatídico día en que alguien la llamó y se encontró ante el cuerpo sin vida de su madre… Aquel cuerpo se llevó por delante aquel mundo en que se sintió feliz y, con ello, el corazón de Esther. Se hallaba cada vez más vacía y en vez de ablandarse se endurecía pues la única fuente de la que podía venir ternura para ella se había ido para siempre y, a partir de ahora, su camino sería un avanzar sin meta, en cualquier recodo podría aparecer el abismo… Habían pasado ya dos días desde el fallecimiento de su madre y sentía que, en adelante, para ella todos los días serían tristes. Caminaba sin rumbo y no le apetecía encerrarse en casa con su marido. De pronto le vino a la cabeza una idea descabellada. ―Pero es lo único que me puede sacar de esta agonía‖, se dijo para sí. Y, sin pensarlo más, cogió el teléfono y marcó el número de Ángel, su antiguo amigo del Instituto… --¿Ángel…? --Sí… --dijo la voz al otro lado de la línea. --Soy Esther. --¡Hola! --respondió Ángel sorprendido. --Oye --siguió Esther--: ¿te apetecería una copa?... Esther quedó con Ángel en un bar conocido por los dos para verse momentos después, sin dar lugar a dudas ni a más explicaciones. María Nogales terminó de poner la mesa y se sentó al tiempo que se dirigía a su marido: --¿Cómo has visto a Esther? --Fría, como siempre --contestó Juan. --No digas eso, pobre mujer --le objetó María-- ¿Cómo eres tan rudo con ella, con lo que debe estar pasando por la pérdida de su madre? --¿Cuántas veces nos ha hablado de su madre? --inquirió Juan--: nunca, como si no existiera. La tenía encerrada en aquella Clínica en donde nadie la veía. La misma Clínica en donde había trabajado toda su vida, en donde conoció a su padre y en la que ella misma, Esther, había nacido… 69


--Sí, la Clínica era de la familia de su padre --admitió María—y al morir éste pasó a ser propiedad de su madre y de ella misma, por lo que la madre se sentía en ella como en su propia casa. --Esther --prosiguió—varias veces quiso llevársela a casa pero ella se negó a cambiarse. Además, ya te lo he dicho, con el empeoramiento de su enfermedad necesitaba cuidados sanitarios que en una casa normal no le hubieran podido administrar. Juan, viendo que con sus diferencias de opinión nunca se pondrían de acuerdo, cambió de conversación: --¿Qué pasa con Guadalupe? María se quedó pensativa antes de responder a su marido pues no sabía qué decir dada la situación tan compleja que estaba viviendo toda la familia de Guadalupe. --No sé cómo se resolverán los problemas que tienen --acabó por decir sin que su marido insistiera en el tema. Juan y María conocían perfectamente los asuntos a que se referían ya que eran amigos de ambas mujeres y formaban parte del grupo que había pasado aquellas extrañas vacaciones de unos años antes en el Valle del Jerte y que había traído tan funestas consecuencias a sus vidas. El Inspector Rubio repasaba una vez más toda la información que había ido acumulando con el auxilio de sus compañeros y de sus subordinados que seguían aquel caso. No dejaban de recabar pruebas que les sirvieran para aclarar aquel asunto tan complejo. Manuel Parejo era, de todos sus auxiliares, el más dedicado a aquella tarea por lo que no había duda de que era el que más le ayudaba en todo aquello. --La mayoría de las pruebas nos conducen a Esther Buendía --le señaló el Inspector Rubio. -- Sí --admitió su inferior en rango—pero ninguna de ellas es tan concluyente como para permitirnos la detención de la sospechosa. --Es cierto --respondió el Inspector--: ninguna de las pistas aportan las pruebas suficientes para su detención pero nos dan elementos para asegurarnos de que vamos en la dirección adecuada. --Y con ellas --prosiguió—estamos seguros de que todo parte de la aparición de Aurelio, de que algo tramaron contra alguien y estoy seguro de saber quién era ese alguien. Pero algo en el plan les salió mal, no tal y como ellos esperaban, y Aurelio pagó las consecuencias de su error… --También podemos estar seguros --añadió el Inspector para concluir sus análisis—de que la asesina tomó parte en el incendio en que murió el estudiante de Medicina amigo suyo. --Pero ¿cómo demostrarlo? --inquirió Manuel--: ningún Juez mandaría a la cárcel a esta mujer por simples sospechas. Sabemos que 70


estuvo en el piso con el estudiante pero no podemos demostrar que ella fuera la que causó el incendio --Sí --interrumpió Jacinto--, estamos seguros de encontrarnos ante una asesina muy astuta… --¿Una asesina en serie? --quiso saber Manuel. --Bueno --respondió su Superior--, de momento no parece que estemos ante tal clase de asesino pues los hechos parecen más obra de la casualidad dada la improvisación con que fueron ejecutadas las acciones y todos sabemos que el patrón del asesino en serie es la perfecta planificación de sus actos. --Pienso --prosiguió—que es una criatura que sólo siente odio, sin que sepamos bien por qué, y en el momento en que se le presenta la ocasión de descargarlo lo hace con quien se le ponga por delante. --Tenemos el perfil de una asesina --volvió a remachar Manuel— pero no tenemos pruebas para llevarla ante el Juez y que éste pueda con ellas encarcelarla e impedir que ponga en peligro a más personas… --Sí --respondió Jacinto--: esa es la triste paradoja… Esther y Ángel celebraban su reencuentro a lo grande, copa tras copa, y Ángel sentía que le hervía la sangre en las venas pues al fin veía cumplidos sus deseos de estar con aquella mujer. Deseos enfermizos pues, según él, se había enamorado de ella siendo aun casi un niño. Pero aquella noche, por fin, sería suya… --¿Porqué no nos vamos a un lugar más íntimo? --propuso. --¿A un hotel? --sugirió Esther sin pensárselo dos veces. --Sí: un hotel estaría bien --aprobó Ángel. Era sábado, día de compras, y la pequeña Guadalupe había pasado la noche durmiendo en casa de José y Paula. --¿Cómo has dormido? --preguntaba Paula mientras ponía todo lo necesario para el desayuno. --Muy bien --respondió la niña alegremente--: en esa cama duermo mejor que en la mía… Tras el desayuno a José le entraron las prisas: --¡Vámonos! --dijo dirigiéndose hacia la puerta. Al salir una ligera brisa le tocó el rostro. No hacía frío ni calor y el otoño se alejaba dejando aparecer ya el tiempo de invierno. Los tres caminaban por la acera observando cómo las tiendas abrían sus puertas. Guadalupe iba cogida de la mano de José a quien, mientras caminaban, le iba describiendo los planes de compra que tenía. A José los planes de compra no le preocupaban en absoluto pero los que sí le tenían en ascuas eran aquellos de que quisiera quedarse a vivir en

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su casa… José nada decía al respecto pues no quería amargarle la fiesta, al menos hasta el momento en que su tía viniera a por ella. --Aquí… --dijo la niña parándose ante una tienda que acababa de abrir, una tienda en que había cuantiosas prendas de vestir para su edad. Entraron y a Guadalupe, aunque no era exigente, le gustaba cuanto veía en las estanterías. --Quiero esto --dijo tocando uno de los vestidos que, junto a otros, colgaba de una percha. --¿Seguro que es eso lo que quieres? --preguntó Paula --Sí --contestó la niña descolgando el vestido y presentándoselo a Paula--: éste es el que más me gusta. Al salir de la tienda José propuso comprarle unos zapatos adecuados para el vestido que acababan de comprar y se encaminaron a una zapatería en la que la niña se probó unos zapatos, los primeros que vio, y los compraron sin más. José se extrañó por lo poco que la niña exigía y con la rapidez con que se decidía en sus elecciones: --¿No deseas algo más? --y propuso--: Vamos a una joyería por si vemos algo que te guste… --Me gusta la bisutería. --Vamos a ver --intervino Paula en este punto--: sabes que no puedes ponerte bisutería por la alergia, pero en las joyerías también hay cosas adecuadas para los niños. --No --insistió la niña--: a mí me gustan más las cosas de bisutería. --Pero te pasa como a mí, que no puedes usarla --observó José. --¿Porqué como a ti? --quiso saber la niña. José dejó la pregunta en el aire… La veía y la sentía flotar: ―¿porqué como a ti?‖… Mucha gente tenía las mismas alergias… José miró a la niña y vio sus ojos claros como un cielo radiante: también en eso eran iguales. Y al hacer aquellas comparaciones algo que no sabría explicar le removía lo más profundo de su ser, es como si cruzara el muro del tiempo situándose en el lado en que estaban la madre y la hija. --José, ¿a dónde vamos ahora? --la voz de Paula le trajo de nuevo al mundo real. --Sí --reaccionó José dirigiéndose a la niña-, ¿a dónde quieres ir? --No has contestado a mi pregunta --insistió ésta-: ¿Por qué me pasa lo mismo que a ti con la bisutería? ¿Es que somos iguales? Yo quisiera ser igual que tú en todo. --Mucha gente es alérgica a la bisutería --señaló José. --Igual que tienen los ojos iguales --reforzó Paula. --¿Qué quieres decir con tener los ojos iguales? --dijo Guadalupe. --Nada, nada --repetía Paula--, no quiero decir nada... --¿Mis ojos y los de José son iguales? --insistió la niña.

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--No --respondió José y añadió con algo de burla--: los tuyos son preciosos y los míos no Eva Medina, la esposa de Ángel, no encontró a su marido al llegar a casa y una sospecha comenzó a llegar a su ánimo: antes de que ella saliera su marido recibió una llamada telefónica de la que nada quiso comentar pero este hecho sacudió su intuición de mujer que tenía sobradas razones para no fiarse de su marido y esa intuición la llevaba a sospechar que aquella llamada no era normal. Y sin pensárselo dos veces salió de casa cogiendo el coche y encaminándose al domicilio de Esther. ―Pero sé que nada voy a conseguir pues mi marido es un pobre hombre en manos de esa loca‖, iba pensando mientras, con su vehículo, atravesaba el denso tráfico de la ciudad. Llamó a la puerta, en la que apareció el marido de Esther, Benito: --Pasa --dijo éste al reconocerla--. Dime, ¿en qué te puedo servir? --No quiero molestar: sólo venía por si estaba Esther. --Pues no, no está --admitió Benito--. Salió hace tiempo sin decir a dónde iba, como siempre. --No nos conocemos de nada --dijo Eva—pero la otra noche, cuando nos encontramos en el restaurante, me caíste bien desde el primer momento... --Vale, vale... –interrumpió Benito--. Gracias, pero si vienes por algo concerniente a mi mujer te ruego que lo dejes pues no quiero tener ningún problema con ella. Eva iba a decirle a Benito que Esther y su marido lo más seguro es que en aquellos momentos estuvieran juntos pero le dio pena de aquel hombre. --Tengo un horrible presentimiento --comentó, sin embargo—Nadie es adivino, pero cuando ves a alguien en manos del mal te pones en lo peor. --Serás adivina… --admitió Benito--, pero ¿cómo evitar lo peor? --¿Dónde podrán estar? --acabó exclamando Eva. Precisamente en esos mismos momentos Ángel y Esther se dirigían a un Hostal de no muy buena reputación pero que a Ángel ya le había servido para otras correrías esporádicas. Tomaron habitación en el Hostal soportando sin más las miradas maliciosas de la recepcionista y ya en ella Esther sugirió: --Pide champán: yo traigo algo más que terminará por ponernos bien a tono para la ocasión… --Yo no puedo tomar drogas --opuso Ángel. Pero en el desarrollo de la situación terminó por claudicar ante las provocaciones de Esther entrando en un estado total de desenfreno por el efecto combinado de la bebida y las drogas. 73


La recepcionista llamó la atención de Santiago, el conserje del Hostal: --No me gusta nada la apariencia de la tipa que acaba de entrar. --A mí tampoco --aseguró Santiago--: venía bebida. --Él también… --indicó la recepcionista. --Los dos, sí --admitió el conserje--. Pasarán bien esta noche pero confiemos en que no nos den problemas. --Insisto en que no me gusta ésa --insistió la recepcionista--: tengo como un mal presentimiento. --No seas ceniza --medió su compañero. Y mientras los empleados del Hostal hacían toda clase de conjeturas la pareja, en la habitación, daba rienda suelta a sus más bajos instintos haciendo cuanto se les pasaba por la imaginación aunque Esther no dejaba de observar que Ángel no satisfacía plenamente todas sus expectativas: estaba tan bebido y tan drogado que no era muy dueño de sus acciones mientras ella se encontraba bastante serena, dadas las circunstancias. --Buenas noches, Carlos. El conserje que había relevado a Santiago para el turno de noche levantó la vista del periódico que leía y miró a la mujer que había salido del ascensor y se dirigía a la puerta de la calle. --Buenas noches --respondió Carlos al saludo. ―Hermosa mujer‖ pensó viéndola abandonar el Hostal. Para él, conserje de noche, no dejaba de ser normal lo que acababa de presenciar y volvió a su lectura. Eva, viendo que llegaba la noche sin noticias de su marido, cogió el teléfono con intención de llamar a algunos de los amigos de éste y así lo hizo sin obtener resultado alguno en sus indagaciones. Sus malos presagios aumentaban a medida que pasaba el tiempo sin tener la mínima señal de dónde podía estar. Empezaba a pensar en llamar a Hospitales e incluso a la Policía y no quería precipitarse pero la impaciencia la consumía. Ya había pasado la medianoche y seguía sin noticia de Ángel que mantenía su teléfono móvil desconectado desde que salió de casa. Ana, la señora de la limpieza del hostal, comenzó su trabajo -como todos los días—a su hora exacta y, como era lógico, avisaba un par de veces para comprobar que las habitaciones estaban desocupadas antes de pasar a efectuar su tarea. Así lo hizo también aquella mañana en la puerta de la número 10 sin que nadie respondiera y se decidió a entrar aun haciéndolo de forma lenta por si el cliente se hallara dormido y no hubiera oído sus requerimientos.

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Se asomó, por fin, a la habitación y percibió un bulto en la cama quedando como petrificada, pues el bulto no reaccionaba a sus llamadas. Pálida como la cera se tapó la boca para tratar de evitar el grito que pugnaba por salir de su garganta ya que sabía que no debía armar escándalo alguno bajo ninguna circunstancia. Retrocedió y se apoyó en la pared tratando de controlar los temblores que sentía en las piernas y que apenas la dejaban mantenerse en pie. Seguidamente, armándose de paciencia, logró llegar hasta el ascensor y bajó hasta la recepción en donde estaba su compañero quien, al verla tan descompuesta, se asustó: --¿Qué te pasa? ¿Qué sucede? --No se mueve, no se mueve... –logró balbucir Ana a duras penas. --¿Quién no se mueve? --peguntó Carlos que acabó por serenar a la señora de la limpieza y que ésta se explicara diciéndole que el cliente de la habitación 10 permanecía acurrucado de forma extraña y sin contestar a sus llamadas. --Quédate aquí y llama al Director, rápido --le indicó Carlos a la asistenta. Subió con celeridad hasta la habitación 10 pero al llegar a la puerta de ésta se detuvo en seco, él tampoco era ningún héroe. Entreabrió la puerta y comenzó a llamar tímidamente: --Oiga, oiga… Entró, por fin, pero no se atrevió a tocar a la persona que yacía inmóvil sobre la cama. En ese momento llegó el Director del Hostal, que había sido alertado por la asistenta. --¿Qué pasa? --dijo al tiempo que entraba y tocaba el cuerpo yacente con ciertos reparos. --Avisa a Urgencias y a la Policía, por favor. De forma discreta. Y que nadie entre aquí ni toque nada. Aquella noche Eva no había dormido nada esperando a que se hiciera de día para llamar a Hospitales y a la Policía por si podía averiguar algo sobre el paradero de Ángel. Pensaba que, dadas las horas que eran y sin haber regresado, algo podría haberle sucedido. Iba a coger el teléfono pero en ese momento sonó el timbre de la puerta y sintió como si le diera un vuelco el corazón. Era un Policía: --¿Es usted la señora de Ángel Galindo? -- Eva asintió a la pregunta del funcionario. --Acompáñeme, por favor --pidió el Policía. --¿Qué le ha pasado a mi marido? No pudo contenerse Eva: toda la angustia acumulada durante tantas horas dio paso a una explosión de lamentos y gritos sin poder dominar la terrible zozobra que la atenazaba haciéndola entrar en un estado de total desaliento. 75


No había forma de consolar a aquella mujer, contaría el Policía más tarde a sus Superiores. Entre insultos y otras palabras incoherentes no dejaba de señalar a una mujer como la posible culpable de lo que le hubiera pasado a su marido. No sin esfuerzo pudieron trasladarla hasta el Hostal en que se encontraba el cuerpo de su marido, al que habría de reconocer. Tras las primeras actuaciones con la Policía trató de subir hasta la habitación en la que su marido había sido hallado pero fue informada de que el cuerpo sin vida ya había sido trasladado a las dependencias en que habrían de hacerle la pertinente autopsia. Eva hubo de seguir ese horroroso camino hasta proceder a la identificación de su esposo pero supo sobreponerse a todo y sacar fuerzas de flaqueza hasta conseguir interponer la correspondiente denuncia en la que acusaba a Esther del asesinato de Ángel. Guadalupe y su hermana Marisa sentían que se encontraban ya al final de aquel largo camino. Había llegado la hora de la verdad, una verdad con un cruel destino manejado por un ser maldito que había ocultado una evidencia secuestrada por el Mal. Lo que a veces parece una obra maestra no es más que una malvada manipulación de un ser sin conciencia, una obra que cualquiera es capaz de realizar pero que necesita de ese don que estos seres poseen, dotados de no se sabe qué poder ni cual habrá sido la naturaleza que los ha creado. Es un poder ajeno a lo natural, que es aquello a lo que pertenecen los demás. Dos naturalezas distintas y contrapuestas y la tragedia procede del enfrentamiento entre ambas que, al final, sufren las lesiones que la una produce a la otra y viceversa. Las dos hermanas estaban seguras de que la tarea que les esperaba era de una gran complejidad, sería como empezar desde el principio. Pero ¿qué principio?, se preguntaban a sí mismas. ―Es hacer de varios caminos un camino solo. Tendremos que abandonar nuestra ruta para seguir la que los demás nos señalen…‖, expresaba Marisa. Guadalupe la miraba mientras pensaba que no entendía nada: sabía que todo lo que hicieran sería costoso y delicada de tomar cada una de sus futuras decisiones, habría que remover muchos sentimientos. Algunas de esas decisiones no podrían ser entendidas por todos de la misma forma en que ellas se las planteaban. --Tú, a tu hija. Yo, a José --resolvió Marisa--: A ver cómo les vamos a explicar la verdad. Y Marisa salió dirigiéndose a la casa de José para enfrentarse a una difícil misión, quizás la más difícil de su vida porque explicarle a un hombre que la mujer de la que en un momento de su vida se enamoró y a la que una extrañas circunstancias le hicieron creer que había fallecido, 76


explicarle que la mujer a la que amó y la hija que esperaban en el momento del accidente habían sobrevivido a éste no sería tarea fácil. En aquel momento, más de cuatro años después, ella iba a decirle que aquello nunca ocurrió y que todo fue un error de interpretación, que la mujer de la que él estuvo enamorado y el hijo --la hija, más exactamente— que esperaba de ella vivían y que todo aquello no había sido más que una horrible pesadilla. Es posible que exista un espacio compartido entre lo real y lo irreal, entre los sueños y la realidad. ¿A quién no le asalta alguna vez la duda de en qué momento es una cosa y al siguiente otra completamente distinta? Estamos dormidos y, al pronto, despertamos. ¿Es lo real lo que sentimos ahora o es lo que vivíamos hacía sólo unos minutos? Marisa pensaba en que aquella noche había dormido pero ahora se encontraba bien despierta y que por delante tenía una difícil cuestión por resolver. Aunque era una mujer de mucho temple aquella situación la desbordaba. Pensaba una y otra vez en cómo resolver tan arduo problema y, a medida que se acercaba a la vivienda de José, su nerviosismo iba en aumento. Daría cualquier cosa por que ya se hubiera producido y terminado aquel temido encuentro con José... Paula abrió la puerta a la llamada de Marisa: --¡Hola! Buenos días, Marisa. La recién llegada estaba hecha un manojo de nervios, cosa que no pasó desapercibida para la aguda mirada de su anfitriona: --Pasa --dijo--. José no está en casa. --¿No está? --se extrañó Marisa, que siempre los había visto juntos. --No, no está --reafirmó Paula--: hace más de media hora que salió y ni sé por dónde andará. --¡Vaya! --se lamentó Marisa--: ¡Hoy, que por fin me había decidido a venir para contarle la verdad sobre la niña…! ¿Y no sabes a dónde ha ido ni cuándo vendrá? --Ni idea --expresó Paula—A estas horas suele salir, va a dar un paseo y a comprar el periódico y vuelve sin tardar demasiado. --Cálmate, por favor --añadió—Voy a prepararte un té para que se te aplaquen esos nervios. --No me apetece nada --dijo Marisa. --Lo voy a traer de todas formas --decidió Paula que se dirigió a la cocina de la que no tardó en regresar: --Toma, ya verás cómo desaparecen esos nervios. --Espera un momento: llámale por teléfono… --pidió Marisa. --Sería inútil --repuso Paula--: he visto que se ha dejado el suyo olvidado en la cocina. --¡No es posible! --exclamó Marisa cada vez más descompuesta--: ¿no se lleva el móvil? Sí, no me lo digas: unas veces se lo lleva y otras 77


veces no, como todos. Unas veces se va por una calle, otras veces se va por otra... ¡No aguanto más, salgo a buscarlo! Guadalupe miraba una y otra vez a su hija con los nervios a flor de piel. Daba vueltas a la mesa del salón, se detenía, miraba otra vez a su hija. No se atrevía, sabía el impacto que en la niña iban a causar sus palabras y no quería ni pensarlo. Ella sufrió mucho al enterarse de la desaparición de José y ahora el saberlo vivo le había producido una de las mayores alegrías de su vida. Seguía amando a aquel hombre y si no había salido corriendo en su busca había sido por su hija y también por Paula, a la que no quería ocasionar daño alguno con su aparición. Volvió a mirar a la niña, no sabía cómo empezar: --Guadalupe, hija… --comenzó a hablar deteniéndose al instante. --¿Sí, mamá? --Tengo que decirte algo y no me atrevo, hija, pues seguro que tras oírlo me odiarás. --Yo nunca podré odiarte, mamá --dijo la niña con ternura. --A lo mejor no lo entenderás… --¿Porqué no lo voy a entender? --Verás, es que es una cosa muy difícil de entender --Guadalupe se daba cuenta de que no decía más que incoherencias, divagaciones a las que ni ella misma encontraba sentido. Estaba a punto de dejarse de tapujos y rodeos y decirle la verdad a su hija sin más preámbulos que no harían otra cosa que retrasar de forma dolorosa el momento que tanto temía tener que afrontar --¡Hola! --Marisa acababa de irrumpir en la estancia sin previo aviso-- ¿Interrumpo algo? Miró a madre e hija, hizo un gesto ambiguo con los hombros y calló. --No interrumpes nada --dijo Guadalupe con cierto alivio. El Inspector Rubio y su compañero se dirigieron al domicilio de los Ortiz. Habían conseguido del Juez la orden de detención contra Esther y sentían que ya se acercaba el final de aquella demente. Aunque las pruebas obtenidas en la autopsia de Ángel no indicaban que hubiera sido un asesinato sí demostraban que su fallecimiento se produjo como resultado de la mezcla de bebidas y drogas y ello, en una persona que tenía padecimientos de enfermedad coronaria, podía dar lugar a la imputación de Esther como inductora de las causas que provocaron el fallecimiento. Y aún otras preguntas quedaban en el aire: si ella no le hubiera abandonado aquella noche en la habitación del Hostal , Ángel pudiera haber salvado la vida. Pero todos sus movimientos habían sido hechos de 78


manera muy calculada y sería difícil inculparla como autora de hechos que nadie podría demostrar que hubieran sido realizados por ella. --No podemos acusarla de nada --señaló Manuel, el subordinado del Sr. Rubio, mientras conducía camino del domicilio de Esther. --Así es --contestó el Inspector--. Todos sabemos que ha sido ella la que ha provocado esta nueva desgracia pero no habrá manera de hacer una acusación en firme con todas las garantías de poderla llevar a la cárcel para toda su vida. --Pero sí tenemos suficientes indicios contra ella para detenerla e interrogarla y veremos qué sorpresas nos depara este interrogatorio --dijo el subordinado— Además, esta detención nos permitirá tenerla controlada y que no ocasione más desgracias. Marisa, al entrar en casa, había interrumpido a Guadalupe que se disponía a confesar a su hija los extremos de su nacimiento: --¿Qué ha pasado? --indagó Guadalupe. --Nada, no ha pasado nada --la cara de Marisa no expresaba que trajera, precisamente, buenas noticias—No estaba José en casa y no he podido localizarlo en la calle. Y a ti, ¿cómo te ha ido? --Lo mismo: nada de nada… --expresó Guadalupe con desaliento. Marisa dio una pisotada sin saber porqué y las dos mujeres quedaron mirándose la una a la otra y acabaron soltando una carcajada. A veces el nerviosismo encuentra salidas insólitas pues las dos se hallaban en tal estado que no sabían si reír o llorar. --Dejemos que el tiempo lo solucione todo --propuso Marisa. --Esta tarde lo arreglaremos: yo iré con vosotras al parque --propuso Guadalupe. --Ya sé, ya sé --añadió viendo la expresión que apareció en la cara de su hermana—Sé que puedo provocar un desastre pero más tarde o más temprano tendrá que suceder. Marisa no objetó nada, a falta de un plan mejor. --A veces -concluyó—las situaciones más difíciles se resuelven por sí mismas y esta es muy difícil: tanto que quizás ninguno de nosotros estemos capacitados para resolverla pues está por encima de nuestras posibilidades --José… --parecía que el corazón se le iba a escapar del pecho ante la visión del hombre al que amó y seguía amando por mucho que se dijera a sí misma lo contrario. Su hija se había dado cuenta de que a su madre le había huido el color de la cara al ver a aquel hombre. Aunque era muy pequeña notaba la inquietud de su madre aún sin entender el porqué si su madre no conocía a José. Las palabras de su madre la confundieron: 79


--Mamá: ¿por qué has dicho que José está igual que el día que desapareció? ¿Acaso le habías visto antes? Guadalupe ya no pudo aguantar más: --Hija: José, ese hombre en cuya casa has estado hace unos días, es tu padre, tu verdadero padre… Guadalupe, desde la altura de su infancia, pensaba que cada vez entendía menos: --Tita: no entiendo qué quiere decir mi mamá. --Verás, hija --la miró Marisa--: tu mamá conoció a José antes de nacer tú. Fueron novios y cuando seas mayor comprenderás lo que te estoy ahora diciendo. Estas palabras no consiguieron otra cosa que confundir más a la niña. Su madre fue novia de José… ¿Y por qué no se lo habían dicho antes? Odiaba a su tía y odiaba a su madre, por mentirosas. Se encontraba por completo desconcertada. Su madre había dicho que José era su papá y eso era lo que ella quería. Sí, eso era precisamente lo que ella más deseaba: que José fuera su papá. Lo demás ni lo entendía ni le interesaba y tal como lo pensó trató de hacerlo: --Mamá: voy a decírselo a papá… --Guadalupe: espera, no, todavía no…-gritó la madre. Pero ya la hija se alejaba corriendo hacia el lugar en que se encontraba José que ya había oído los gritos de la niña y se había vuelto hacia ella. La sorpresa ante la imagen que apareció ante sus ojos le heló la sangre en las venas. No podía ser lo que estaba viendo. Quiso andar y no pudo, quiso gritar y de su seca garganta sólo salieron unos extraños sonidos inconexos. Guadalupe… La mujer que veía era ella, no era un espejismo, no era otra de sus pesadillas, era ella… La niña corría hacia él y le gritaba algo que no entendía. Envuelto en mil emociones en estos momentos no encontraba explicación a nada de lo que estaba ocurriendo. Comenzó a andar en dirección a la niña pero algo horrible iba a suceder: sonó una terrible explosión. Era un disparo… otro disparo…José comenzó a tambalearse y cayó de rodillas en el momento en que se escuchó un tercer disparo y una ola de terror invadió aquel bullicio. José quedó tendido en el suelo y todos gritaban mientras corrían en todas direcciones y entre el tumulto se veía la figura de una mujer que acababa de caer y quedaba también en el suelo a pocos metros de José. Y se vislumbraba a un hombre que empuñaba un arma: ese hombre era Jacinto, el Inspector, que acababa de derribar a Esther para impedir que siguiera disparando. Seguían las carreras y la niña llegó hasta donde se encontraba José en el suelo aferrándose a sus pantalones y tratando de que se incorporara. Un 80


grito desgarrado brotó de su pequeña garganta mientras su manita se empapaba en sangre, la sangre de su padre. --No, papá, papá… --gemía cuando la apartaron los camilleros que acababan de llegar en una ambulancia. Todo el mundo gritaba, madres llamando a sus niños y policías que intentaban poner orden en todo aquel caos. Guadalupe pudo, por fin, llegar hasta donde estaba su hija que había sido apartada del lado de José para que este pudiera ser atendido: --Vamos, hija, vamos… --apremió logrando retener a su hija con la ayuda de su hermana. --Papá, papá... --sollozaba la niña--. ¿Por qué se lo llevan? El parque se iba vaciando, sólo quedaban los escuadrones de la violencia y los componentes del concierto de los Infiernos. Las largas sombras de todos los actores de aquella tragedia se iban encogiendo y terminaba el último acto al tiempo que caía el telón. Sólo quedaba el silencio, no había aplausos, el argumento de la obra era una tragedia que hacía ya tiempo que se fraguó y cuyo desenlace había sido el acto que cerró la representación y el escenario un bello parque destinado a los juegos y las alegrías pues era el lugar que las madres escogían para el disfrute de sus hijos, el lugar donde se manifestaban los más puros y limpios sentimientos, el lugar de la inocencia. Se instaló el silencio en el parque y las sombras de los protagonistas terminan desapareciendo, empieza a oscurecer y el Sol se retira como sintiéndose avergonzado de lo que acaba de presenciar. El aire helado que presagia la noche mueve las ramas más altas de los árboles y éstas, como si buscaran protección, se aferran alrededor de los troncos apretándose las unas con las otras y, tras sentir el aliento del Mal, caen hojas como lágrimas que nos hicieran sentir que los árboles también lloran la pérdida de aquellos seres cuya vida ha segado el frío y afilado corte de la guadaña. Una espesa niebla va cubriendo aquel bello parque quizás para ocultar el horror del drama que ya nadie debe ver, hay que borrar tan horribles imágenes. Aquella noche hay duelo en el parque y todos sus habitantes estarán en silencio, no se oirá el aleteo del pájaro ni el canto del grillo. En la Naturaleza ha tenido lugar una desavenencia, una lucha y la tragedia se ha producido, la terrible batalla entre fuerzas opuestas ha terminado y la niebla cubre el paisaje como una mortaja. Todos los protagonistas se retiran con su misión cumplida, cada uno ha desempeñado el papel que le correspondía y la Policía se lleva a la mujer que empuñaba el arma de la que brotaron los disparos causantes de la algarabía posterior mientras la ambulancia, con José en su interior.

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Miremos adelante, sigamos adelante. El Sol y el aire aquel día, igual que siempre, caminan juntos en el tiempo. En el sendero se vislumbra la silueta del caminante que avanza a veces deprisa, a veces lentamente por el pavimento a veces húmedo, a veces polvoriento. Los prados que le rodean son a ratos verdes o secos mientras él sigue su recto camino. ―El mundo -pensó el hombre—es como una noria en la que el asno camina lento dejando sus huellas. Él cree que su caminar le llevará lejos pero, por mucho que camine y por muchas vueltas que dé, seguirá siempre en el mismo lugar y siguiendo la misma trayectoria circular en el mismo puesto‖ El hombre prosigue su andar, ahora acompañado por una niña que se ha cogido de su mano. Ambos avanzan por el camino y así seguirán, siempre juntos en el tiempo.

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