De la Extremadura. Retablo de poesía popular por Juan Solano

Page 1






>


CO LECCIÓ N DE ESTUDIOS EXTREMEÑOS

LA EXTREMADURA R ET A B LO

DE

P O E S IA

PO PU LA R

por

JUAN

SO LAN O

Diputación Provincial de Cáceres Servicios Culturales 1952



JU ST IFIC A C IÓ N

I'

7 \ E LA EXTREMADURA, Otra vez lo extremeño. J ) Con una distancia en el tiempo y en el espacio, respecto a dos interpretaciones poéticas del alma de esta tierra. La distancia en el tiempo ha de influir ne­ cesariamente en el modo de realizar el hecho observado, vistiéndolo a tono con el gusto reinante, sin perder su sabor de origen y ambiente. En el espacio, porque, aun tomando a la Extremadura toda como unidad, tiene sus lugares con matices propios. Bien son de notar esas di­ ferencias en las dos realizaciones poéticas ya consagra­ das a que nos referimos: la de Gabriel y Galán y la de Chamizo. Aparte la sensibilidad y el gusto personal de cada uno de estos autores, hay en los tipos, en las reac­ ciones, en el lenguaje, una diferencia espiritual e incluso terrigena. Y en esto del lenguaje no me refiero a lo dia­ lectal, que, si en ocasiones sirve para acentuar los ca­ racteres, no deja dé ser un puro accidente. En los dos extremeños clásicos se salva, desde luego, lo esencial del hecho: esas dos notas extremas que constituyen el modo permanente de ser de esta tierra, la dureza y la ternura. Gabriel y Galán en la Extremadura Alta. Chamizo en la Baja. Por arriba, tocando en lo castellano. Por abajo, en lo bético. Circunstancias que han de tenerse en cuen­ ta para cualquier estudio erudito. De la fe sencilla de «El


Crista Bendita» a la vibración calderoniana de «El em­ bargos cabe toda una teoría de coincidencias con las concepciones clave de Castilla. De la coz densamente sensual y telúrica de «La Nacencia»hasta el aire de ma­ leficio de «Las Brujas», hay toda una concordancia de motivos con tradiciones héticas. Extremadura otra vez. Esta de ahora en un retablo de poemas , formados con vivencias de un trozo concreto de esta tierra. Ese trozo geográfico, comprendido en el triángulo Cáceres-Trujillo-Montánchez, centro exacto de la Región ; aunque algún tipo o hecho—siempre extreme­ ñoi, desde luego — , no tenga esa delimitación precisa. Parten estos poemas de un pie forzado: el cantar, un dicho, la costumbre, un tipo o un sentimiento personali­ zado. Son raíces de la tierra y del alma populaf', Quise arrancarlas y fueron ellas las que tiraron de mi, arran­ cándome esta intimidad entrañable. Poesía concreta y humana, en estos tiempos en que tos poetas se pierden en abstracciones de puro subjetivis­ mo lírico. Creemos con D‘Ors que «si un acto humano es poético, es porque no es lírico». La forma romanceada era una exigencia írrenunciable que nos imponía el fondo épico de esta tierra y de estas almas. Y no es que precisamente cantemos héroes. Todo en estos poemas es elemental y sencillo. Pero es esta la misma tierra primitiva y dura, donde, en otro tiempo, nacían los dioses. EL AUTOR


ROMANCE NÓMADA «Ya

van íos pastoras

a la Exfram aJurrf»;..


A flA M O H 3>ViAHOfc


ROMANCE NÓMADA

Se van a la Extremadura... De pena se viste el viento, las mozas bordan con lágrimas cenefas en su pañuelo, Triste y oscura se queda la sierra. Bajan los cerros penosamente las bellas zagalas. Se pierden lejos los esquilones, dejando rumor de llanto y de besos de despedida. Los ojos no tienen ya más espejos para mirarse que el roto cristal de tiernos recuerdos. ¿Por qué se van los pastores? A y , el frío del invierno de A vila la paramera, con sus pedregales yertos. El mayoral es un hombre con ánimo muy entero.


ClaVada deja tu pena •n las puntas de un helecho. — Z agal, carea el ganado, que se sale del lindero. No te importa que, al pasar a raya el último pueblo, suenen tamboril y flauta y se te corte el aliento. El camino que hay que andar no es camino de destierro. C astilla sigue sus rutas entre tajos extremeños. Por C abezuela del V alle ya soplan húmedos vientos. A l Puerto de Tornavacas llegan zumbando los perros con los primeros ladridos del nevado aire de Gredos. A quell as zagalas lloran. Estas sonríen al verlos. Con el temblor de la aurora, y por las bardas del huerto, empinándose curiosas, muy cerca pasar los vieron. —

M adre, vuelven los pastores,

De A vila traen el invierno. El viento se lo ha prendido


en la cinta del sombrero. Embózate en la tu cama con tu sábana de lienzo que el aire tiene cuchillos. Yo todo te iré diciendo: Un mayoral, tres zagales, dos grandes y uno pequeño; dos caballos hateados con cumplí do cargamento; y dos mastines talludos con carlancas en los cuellos. N eblina viene del monte. A y , madre, ya está lloviendo. La U na de las ovejas se lava en el aguacero. Un manto tiene el camino de merino blanco y negro. Seguid marchando, pastores, más Extremadura adentro, entre mudos encinares, junto a berrocales secos; por cordeles que despiertan con retozos de moruecos, •n M esías estremecidas con siglos de pastoreo, Seguid, que pronto habrá fiesta en los chozos extremeños, dorados de sol y lumbre. Lumbre y sol os ofrecemos.


Zagalas en primavera, ya tenéis aquí el invierno. Bajó al valle en transhumancia da la alta sierra de Gredos. Zagales lo traen prendido • n la cinta del sombrero.


ROMANCE DE LA RUECA «Calentura la ha dado, madre, a la rueca. A | huso tabardillo, a mí, jaqueca». (Cantar da V*ld#fuent*s)


• ••

-J

,


ROMANCE DE LA RUECA

D ale que dale a la rueca. A tiza, niña, el candil; que ya son largas las noches, pasado San Agustín. Aprieta en la calabaza el copo que va a su fin; y dale que brinque el huso, jugando con tu mandil. Vara de alerta la caña de la rueca, en tu cuadril; giro despierto en el huso la arandela de marfil. Remata el pardo ovillejo, que sueña ya con salir a curarse al sol, tendido en matas de toronjil. Q u e en gozo artesano esperan los telares, para urdir el hilado de tus sueños de casadera feliz.


Hila tu propio desvelo, que la dote se hace así: despabilando mil veces desvelos de noches mil. Verás qué ramo florido de lienzo que va a salir del peine de medio ancho, sin nudos y sin tamiz. |Cómo se esmera tu madre, cuando teje para til Q u e ya está crecido el huerto, con mejorana y jazmín. De agua y luz en su charquita el lino se va a cubrir. Hila de prisa, que pronto tu madre te va a decir: ¡Q u é blanco, qué blanco, niña, y yo moreno lo vil Hilando sigue la moza y yo la he visto reir porque dicen que se casa para otro San Agustín.


ROMANCE DEL BUEN ZAGAL «Si se duerme el M ayoral despierto queda el zagal».


'

.

:

â–

'


ROM ANCE DEL BUEN ZAGAL

El dulce pito de cuerno con su tierna melodía; caramillo de pastores, rumor de rarna y esquila. Bajo los canchos pelados, ya está la yerba crecida; y el sol de otoño se baña en un regato de brisas. A lg o presienten las flores del tomillo y la bonita cordera blanca, que pasa pisando tierra mullida. A quella oveja cansada, desde ayer está cumplida. Busca lecho a sus dolores, con susto de primeriza. Relleno de blancas yerbas tiene el tronco de la encina, con musgo de nacimiento. En él la oveja se ovilla.


Hay rumor de pastorela. Suenan todas las esquilas y va creciendo entre yerbas un vellón de lana fina. El balido más reciente sube al ramo de la encina. Y por el aire se extiende un fuerte vaho de vida. Y a tiene el rebaño un nuevo cordero. Suene otra esquila. Zagal, que pronto anochece; no caiga la noche encima, sin alcanzar la majada, atravesando la umbría. Carea ya tus ganados y vuelve de recog ida. Por los campos de romero se va el rebaño. Cansina, atrás se queda balando la oveja recién parida. Trabada la carga al hombro, el zagal. Juega a la trisca con su recental un perro, que lo empuja entre caricias. Y

pasan los leñadores

con sus ramajes de encina; y lavanderas con cestos de mimbre, blanca de orillas.


A y , zagal, que, fatigado, hacia los chozos caminas, compartir quiero contigo la mitad de tu fatiga. Carga en mis hombros tu oveja, que envidio llevarla encima. El buen zagal, compasivo, me h^i regalado más dicha. —

Coge el recental,— me dijo

Llévalo hasta la dormida. \ Y

enriqueció mi andadura

con vellón de lana fina.



LA MORACANTANA «No te asomes a los pozos que hay una M oracantana» (L ay e n d a p ara ahu yen ta r a los niños d e l p eligro a h o g a d o s).

d e morir



LA MORACANTANA

Porque, al asomarte al pozo, juega el aire con tu falda, muchacha, ¡vaya revuelo, cuando estás sacando el agua! Q u e no te asomes al pozo que hay una Moracantana, — Una leyenda de niños. Y o soy ya moza granada.

— M oza fué la que se ahogó y está en el fondo encantada, mirando con ojos turbios de fondo sin esperanza. Deja el cántaro vacío y vuélvete pronto a casa. — No sabes lo que me dices. ¿Cómo quieres que me vaya, si tengo la cantarera sin una gota de agua? ¿Y si pasas esta noche


por la puerta de m¡ casa, y me pides de beber y está seca mi tinaja? El pueblo me tomaría por moza desoficiada. — Yo iré a por mis aguaderas y t» llenaré una carga: cuatro cántaros de barro de Arroyo. Por la empedrada calle, sobre dócil muía te los llevaré hasta casa. No será porque en el pozo hay una M oracantana. — M e da miedo que te pongas en el brocal recostada. — Te da celos que se fijen en los picos de mi enagua, — M e da... no sé qué me da al verte que eres mirada. — Tras la soga va el caldero, y el caldero está en el agua. — C aldero mi corazón que tú lo llevas de rastra.


Déjame que llene el cántaro.

M e recogeré la falda. Q u e más miedo dan los hombres que da la M oracantana.


_


ROMANCE ENTRE BERROCALES «Si fueres a Trujil lo, por donde entrares, hallarás m edia legua de berrocales».



ROM ANCE ENTRE BERROCALES

Berrocal, Berrocalejo: nombres de lugar y pueblo. Lugares de Extremadura, que tienen piedras de verso heroico. Y aquí Trujillo. Un pueblo con voz y acento. En el berrocal se enciende el sol con yesca de fuego, frotando sus pedernales con eslabones de hierro. A p ag a aquella otra hoguera de leyendas de porqueros; que si hay romance de historia, nos hacen daño los cuentos. Esta llama es para hidalgos y señores de abolengo. De berrocales se alzaron los pilares y cimientos de altivos arcos romanos y de acueductos eternos;


y de basílicas altas y de calzadas de imperio. En berrocal se labraron los escudos solariegos. El berrocal pide espadas y agudas lanzas de acero para guardar el camino que va al castillo roquero. El berrocal forjó el alma y dió dureza a los pechos, que el filo de sus espadas con soles incas bruñeron. Por aquí pasó Pizarro C ad a piedra tiene un verso, que canta en los berrocales su voz, su nombre, y su aliento. Q u e callen la flor y el árbol. Q u e en este paisaje seco, para hacer romance heroico, ni flor, ni rama, ni viento.


ROMANCE DEL A&UÁ CLARA «Las de la calle Calero s se lavan con ag uardiente. Y las de Cam ino Llano, con el agua de la fuente». (C a n ta r d e C á c e re s )



ROMANCE DEL A G U A CLARA

No te saques las colores con aguardiente, muchacha. ¡Si hasta la luna te envidia esa tu color quebradal Trigueña como tu tierra. Ramita de trigo en rama. Tu color, al natural como la luna y el agua. Repara en M aría Dolores. ¡Q u é coloquios, cuando pasa por el Caminito Llano, recién compuesta y lavada!: —

Dolores, M aría Dolores,

¿con qué te lavas la cara, que te huele tanto a flores? — M e lavo con agua clara. Revuelo de ropa limpia. Rico olor a carne sana. Q u e le ha robado el secreto a la belleza del agua.


y tiene el cutis más fresco que e! aire de la mañana. Niña, tú, la de Caleros, ¿no sabes lo que es el agua? Q u e te lo diga el regato con su rumor sin palabras; y la gota de rocío en los rosales de! alba; y la paloma que pule de espuma sus blancas alas; y la aurora que en su espejo se mira por las mañanas. ¿Sabes tú, niña bonita, sabes bien lo que es el agua? La besan hojas de sándalo. Se abren las flores si pasa rozando sus tallos tiernos. El mirto y la mejorana beben su gloria en los huertos, y el sol en ella se baña. No es poco que tú te laves tan sólo con agua clara. A y , la Fuente de Concejo cómo te dará mañana la flor de sus manantiales,


en cuanto que apunte el alba; que tĂş serĂĄs la primera a su broca! asomada, para arrancarle el cogollo al primer rosa! del agua. Camino Llano y Caleros: calles que en los labios andan, con eternidad de copla, tan eterna como el agua.



ROMANCE DE LA MALA OTOÑADA «El sol se va poniendo por los terrones. El verdugo del amo iquó bezos pone!». (C a n ta r d e V e ld e fu e n te s)



ROM ANCE DE LA MALA O TO Ñ ADA

Q u a yo no tengo la culpa

de arar con yunta tan lenta, bregando con estos bueyes, que hasta la sangre me queman. Pon en surco un par de muías, rijosas y zahareñas: y verás cómo se doman, desmigajando la tierra, como salvado menudo en bordes de cernidera. Este otoño viene seco. Las rejas caspones peinan. En ijadas sin rocío se clavó la sementera. Una lluvia primeriza apagó el sol en las piedras; pero las secas besanas siguen de lluvia sedientas. Aún se baña la calandria en el charco de la cerca. La cogullada en su moño no prende horquillas de yerba,


de verde yerba de otoño con rizos de brisa fresca. — Yo soy un mozo cumplido, que no me quebrantan rejas: ni por surco más o menos se relajan mis muñecas. V o z del gañán que rechina como la lija en las piedras. El amo mira a los cielos, pidiéndoles la respuesta: — ¡Esta tierra de secano...! Si el agua a punto no lleg a, no h ay manos que la domeñen; sólo D ios pueda con e lla. A nte la angustia del amo, el mozo su voz doblega, como una vara de mimbre que se tuerce o se endereza. De bronca y dura, se vuelve templada, sin perder fuerza. La ¡jada pica en los bueyes que sacuden las orejas. Y en los terrones esparce la esperanza con que espera. — ¡Cuándo me dará en los ojos aire fresco de marea!


Nubes se ven por el Tajo y el sol en barra se acuesta. ¡Dios! Q u ie ra Dios que esta noch el G u ad iana se dé cuenta que, uniendo su nube al Tajo, mojada saldrá la tierra. A veces se siembra en seco; a tiempo la lluvia llega. Y ¡válgame Dios, qué brotes que saca la sementera!





ROMANCE DEL ENCINAR

Encinares milenarios de los campos extremeños. G uardianes que montan guardia permanente en nuestro suelo, desde que Dios hizo el árbol y empezó a medir el tiempo. Encina, hermana del Lar y amante esposa del Fuego. A y , qué sería sin ti desarbolado el calvero. Morirían caravanas de campesinos resecos, sin tu sombrilla de sombra, en los veranos de incendio. ¡Q u é angustia en el descampado, sin tu paraguas de invierno! En ti el pastor se guarece contra la lluvia y el cierzo. Eres en la sequedad de los parajes más yermos,


almena sobre los canchos, adorno al pelado cerro; voz entre los berrocales que le da voz al silencio. Hito de vida en la muerte de los baldíos inmensos.

Siente el amor de la casa; y por amor se haca fuego, dando calor a los hombres, de la cuna el cementerio. Corazón grande su tronco; sus ramas, brazos abiertos.

A y, padre, saltan potriscos. No hurgues más el trashoguero, que en el refajo de madre las chispas se van prendiendo.

¡Este frío de mis años, bajo un tejado de invierno...!

En el encinar se rompe un día el grave silencio.

A q u í está la Montanera. Por los campos extremeños, con caracolas de mar la pregonan los porqueros.


(Las caracolas (Je mar en esta tierra tan dentro. V o z misteriosa del agua que llamó a estos hombres secos para abrir surcos al mundo con erados extremeños.) Por el monte, salteados, van mozos varilargueros, con sus zurriagos al hombro y el zurrón de pan y queso. Corren gruñonas piaras, hocicando los terrenos. Renegras de sol, curadas hasta sus picos de acero, saltan las duras bellotas, al golpe de los vareos. Entre los tallos quebrados, caen, rebotando en el suelo. Hermana encina, azotada para gula de los puercos. Ira de! Dios de los campos. Restalla un látigo el viento.



SOLEDAD DE LA CAÑADA «Soledad de la cañada. La mujer es la que pierde, que el hombre no pierde nada». (C o p la d e A lc u é s c a r)



SOLEDAD DE LA CAÑADA

Este silencio del valle... Esta orilla sosegada... Y el frescor anochecido de los juncos... y la calma de la tarde que se muere entre horizontes de grsna... ¿A dónde vas, Soledad, tan sola por la cañada? Si ya has regado tu huerto y has prendido la albahaca al cruce de tu pañuelo, vuélvete temprano a casa. Q u e a los cuernos de la luna le van creciendo las aspas; que una mariposa negra en los juncos se agazapa y polen de maleficio suelta el temblor de sus alas. ¿A dónde vas, Soledad? Tira el ramo de albahaca,


que huele a riego de huerto: ardiente tierra mojada temblor de pecho florido con su grana ya granada. Sabes que el amor te ronda y no pierde la esperanza da verte sola, en la sola soledad de la cañada. Pasó orillando las eras, por las callejas con matas resecas; y entre canchales con lumbre de resolana. V ió el cigüeñal de tu huerto y bajó a beber tu agua. Soledad, ya no estés sola. H uele a sombras entre bardas, a recato y seno virgen, a mariposa turbada. Sal corriendo hasta el camino, Tú, mariposa sin alas. No vuelvas atrás los ojos que ya la noche te alcanza... La luna sale cantando: «Soledad de la cañada la mujer es la que pierde que el hombre no pierde nada»


ROMANCE DE LAS HOCES «El sol metido en los tuétanos»



ROMANCE DE LAS HOCES

Los campos de verde rama quieren vestir de amarillo. El tintorero del sol le tiñe su traje al trigo. G ranand o están las espigas y van de verde cañizo las puntas de las argañas, que al aire clavan sus pinchos. Este sol de Extremadura, color de cobre encendido, hace madurar las mieses de mayo a junio, de un brinco. Y

al campo salen cuadrillas

de segadores, curtidos al reverbero del sol resquemante del estío. Cantan las hoces bruñidas canción de broncos sonidos, copla de cañas resecas y rastrojos doloridos.


Mira qué entero aquel viejo renegro, mira qué altivo el pecho que se le aúpa al dar tajazos al trigo. Enjuto brazo de acero. N i una espiga se ha caído de su gavilla, mordida por los dientes del hocino, Pisan las cañas quebradas. Los surcos crujen vencidos. Clavad o queda el cansancio en las cruces del martirio. Marcha penosa y triunfante. Brazos al aire tendidos en una oración de angustia al Dios que hizo carne el trigo. C uadrilla, unidad del hombre, con hombre y hombre fundido, bajo la espada de fuego del Angel del Paraiso. A y, qué raza de hombres duros que llevan el sol metido en los tuétanos, y al sol con las hoces han vencido.


ROMANCILLO ENTRE LAS MIMBRES — «Toma, M a ri* — ¿Q u é me das, Juan? — Un niño quebrado que quiere sanar», (L e ye n d a de un rito d e la noche d e San Ju a n )


4

â–

'

.

.

_______________


ROMANCILLO ENTRE LAS MIMBRES

El niño ha quebrado. Si lo has de sanar, por bajo las mimbres lo habrás de pasar. A sí lo aseguran, no sé si es verdad... ¡Tiene tanto sortilegio esta noche de San Juanl M anos vírgenes formaron con las mimbres del mimbral un arco de verdes ramas. El niño desnudo está. Las doce. En punto a las doce por el arco ha de pasar. Las estrellas se sonríen desde el alto romeral. — Toma, M aría. — ¿Q u é me das, Juan?


64 — Un niño quebrado que quiere sanar... Noche, huerto verdiblanco, luna, clara oscuridad, madrugada, carne niña quebrada, blanco pañal, para envolver ese cuerpo que estremeciéndose está. Envuelve al infante. Si no ha de sanar, ¿para qué el tormento de verlo llorar? ¡Leyendas! ¿Q uién puede leyendas borrar? La yerbabuena creciente en verde sazón está. Las mozas en plenilunio al niño quieren besar. ¿Tendrán los besos de moza, las verdes mimbres, tendrán la luna y la yerbabuena esta magia de curar? Sortilegio de la noche, de la noche de San Juan.


Tómalo ya, medra. Llévatelo ya, cubierto de luna el blanco pañal; pasada de mimbre su carne... Se van envueltos en sortilegio de la noche de San Juan.


>


ROMANCE DE LA TORTOLA Y LA ESPIÜA «Cuando la tórtola vuelve espigas el campo tiene».



ROMANCE DE LA TÓRTOLA Y LA ESPIGA

La vereda del camino... Tiene la blanca vereda polvo de arena cernida. Q u é garbosa y recompuesta va la tórtola, pisando el polvo de la vereda. Una espiga se cayó de la mies de la carreta. Sueña con pámpanos frescos el incendio de las ruedas. La tórtola va pisando y en la espiga picotea. A b anico en miniatura pinta en su menuda huella la tórtola; un abanico con tres varillas sin tela. En la rama de la encina, que da sombra a la vereda, el macho rúa orgulloso, estirándose la espuela.


Q u é coloradas se ponen de la tórtola las medias. Del macho la jaspeada gargantilla gris y negra, |cómo en el cuello se aúpa y al hueco ruar se ahueca! Los farolillos redondos de los ojos de la hembra se han encendido de gozo, sobre los campos en fiesta. A lza se loco en el vuelo; citada sube la hembra. Y allá muy alto, muy alto, en vuelo se picotean: Y a huele a gozo de nido la tórtola. Y a , en pareja, picotean en la espiga, juntos, sin darles vergüenza. Para entenderse, volaron al cielo, desde la arena,


ESTÍO EN PRIMAVERA « A b ril y M ayo llav e del año».



ESTIO EN PRIMAVERA

El sol enciende en las calles sus más tempranas hogueras. La primavera se puso llantas de estío en sus ruedas. C alien te alarma dorada del llamador de la puerta. El sol penetra en las casas y se ríe de las fechas de un calendario, asustado, debajo de la espetera. En mayo, Señor, en mayo Extremadura se quema. A rd e el tejado, sin humo, en la blanca chimenea. Pies descalzos pisan llamas del regajo por la arena; y van perdiendo contorno las orillas de la alberca. A y , calentura del campo que en pasmo al sembrado deja.


Q u e queden sin flor los ojos. Pero el ganado sin yerbas... ¡Y el dolor de esas espigas!... ¡Y el susto de esas cosechas, que rogativas levantan de sus puntas medio secas!...

Aún es tiempo, si tú quieres, Señor. La lluvia está cerca de tu mano. Da fragancia de olor mojado a la tierra. A y , mayo, llave del año, mil almas tienes suspensas, y tú, prendido de angustia en rumbos de las veletas. No tienen sueño las noches. ¡Si mis ojos la marea mojase esta madrugada!... Q u e los párpados se queman con desvelo de sequía. Martirio de tierra extrema.


ROMANCE DE LOBOS «Anoche hubo lobada».



ROMANCE DE LOBOS

C ayรณ la noche asustada sobre una tierra sin cielo, con sombras sin horizontes, con nubes sin firmamento. Los rumbos se deshojaron en la rosa de los vientos. Los canjilones del tino en ciega noria cayeron. A y , mi campo sin veredas. Los caminos sรณlo abiertos al aire, que, sin caminos, salta enramadas y cerros. Entre las jaras del monte los lobos andan revueltos, buscรกndole a la andadura un cabo a la marcha suelto. Las orejas se le arriscan a aquel lobato mรกs viejo, que sabe andar los caminos, sin tropezones, al tiento. Aupรกndose sobre el cancho) su olfato afina en venteo.


78 (Q u é sabor trae de majada y oveja lamida el viento! Carne de panza lanosa pone el valle al descubierto: Las redes están prendidas a estacas de humilde leño. Los pastores se marcharon a hacer provisión, al pueblo; y el temporal les retuvo, cuando volverse quisieron. A y , Dios, que haya pronto claras por los oscuros senderos. Chozos de encina y retama, pobres chozos extremeños. La noche, cruda en tu ronda; calor de vida en tu dentro. La pastora está asustada con su zagal tan pequeño. Los mastines cariñosos corren a quitarle el miedo. Arañando, abren la puerta y el zagal juega con ellos. Las mansas ovejas, solas, pasos de lobos sintieron. Entre rehurtos de espanto,


79 las redes sacude el miedo. Y de una piña de lana desgarros se lleva el viento. A y , oveja, mansa oveja qué mal hermano te dieron. Para un sayal franciscano tu lana iré recogiendo. ¡Pero habrá luego batidal De rabia ladran los perros.


.

â–


LAS ESCARDADORAS «Acaba de irte, sol, tirano de las mozuelas, que nos tienes todo el día tirando de la yerba». (D a una can ció n d a t i c a r

Ja.—

b



LAS ESCARDADORAS Y a pasa Marzo ventoso y A bril con sus aguas viene. Los campos de Extremadura llevan espigas en ciernes. Este A b ril, el de aguas mil, bajó por un cerro verde, teñido el pelo de sol, pintadas de luz las sienes. M ira, con su aliento húmedo, mira cómo el trigo crece. Despertad, mozas tempranas, que el trigo prendido tiene en sus tiernas espadañas un temblor de beso imberbe. Y los rudos yerbulajos robárselo a fuerza quieren. V enid las escardadoras, que ese temblor os presiente. Con sus canciones de escarda los caminos se estremecen.


84 Gozosas cruzan los sesmes, las lindes y los cordeles, cuadrillas de escardadoras que traen la aurora en su frente. Cuerpo del trigal en júbilo. A deshilvanar los pliegues de tus sedosas ropillas, las manos vírgenes vienen. Un descortés yerbulajo la enagua blanca, inocente, con festones colorados, de una jovencilla, prende: la que cumplió sus catorce años, el pasado jueves. La brisa pasa ligera. La brisa sus celos siente: que las mozas ya cumplidas jugar con los mozos quieren. La hondonada de los surcos con yerba arrancada crece. Y el lomo, limpio, se queda solo con su trigo imberbe. Q uebranto de la cintura: que el sol muchas horas tiene; y hora tras hora, tirano


de mozas tiernas se vuelve. ¿Por qué no te escondes pronto del monte tras las paredes? A y, puesta del sol, qué gozo del alto del monte viene. Las mozas se recomponen. A l pañolillo se prenden matas de trébol cortado. Las mozas a trébol huelen, en la ronda de la noche. Y no es extraño que jueguen en la oscura rinconada mozos y mozas al trébole.





LA BELLA ESPIGADORA

Bien sé yo que tú no tienes campos de trigo sembrados. Toda tu hacienda es tu honra y tus bellos quince años. V ara florida sin suelo, d elicad a flor sin prado. Por eso, con tu presencia se regocijan los campos. Espigas abandonadas se están contigo soñando. Vistióse de espigadora, una mañana temprano: su gran sombrero de paja con cinta roja adornado; sobre sus brazos desnudos ató de seda unos mangos; un blanco morral de lienzo, bajo el cintillo terciado. Traspuso las callejuelas, y entró gozosa en los campos.


Rastrojos y más rastrojos se van abriendo a su paso. Cruza una linde erizada de secas matas da cardos.

.

Una amapola retinta queda erguida sobre el tallo; ¿será una mancha de sangre que un segador se ha dejado? Por más que busca la moza, surco arriba y surco abajo, ni una espiga se le viene, en su rebusca, a las manos. — A y , Señor, este rastrojo ya debe estar espigado. Abandona el campo abierto, para entrar en un cercado. Y qué bendición de espigas extiende el gozo a su paso. Por el camino a lo lejos viene un jinete a caballo. De susto tiembla la moza. |A y madre, si será el amol — ¿Q u é haces aquí moza lin — Estoy tu cerca espigando.


91 - ¿ N o sabes que está prohibido espigar en los cercados? — Lo sé; pero en campo abierto ni una espiga hallé a mi paso. — A lza un poco tu sombrero; deja el rostro despejado... ¿De quién es esta mozuela? — H ija de Juan y Rosario. -Y a

lo vi. C oje si quieres

más espigas, sin trabajo, al lado de las hacinas, mientras yo te voy mirando. Llena el morral con gavillas, retorciéndole los tallos. La moza baja sus ojos, con malos ojos mirados. Echar a correr quisiera. El miedo corta su paso. — Sigue espigando, mocita, que nadie te lo ha estorbado. —

Yo no quiero tus espigas,

que soy de padres honrados.





ROMANCE DE LA CHARCA

La charca. Siempre una charca en las orillas dei pueblo. Por irse lejos el rĂ­o, quedĂł la charca tan dentro. Es hermana de los pozos y vecina de los huertos. M itad respirando campo, mitad suspirando pueblo. A guas de lluvia y regato, aventado en el invierno, traen, por callejas con zarzas, sus caudales de acarreo. Turbia la charca y revuelta con su avalancha de cieno. C lara y limpia en primavera, se pule, como un espejo, con orla de flores blancas y amarillos filamentos. En las tardes apac ibles, orea tiernos secretos;


y en su barranca se rompe cristal de mozos requiebros. Las golondrinas remojan sus picos en raso vuelo. En tibios anochecidos, campanillas y cencerros salpicados, se estremecen de las yuntas en los cuellos. La limpia luna enjalbiega de blanco sus rizos frescos, para que salgan las ranas a cantar el tiempo bueno. Y a mirarse van las mozas de la orilla en el espejo. ÂżQ u ĂŠ tienes linda MarĂ­a? A y , luz de tus ojos negros, con brillo de calentura; y esa desgana en tu cuerpo. Le tengo miedo al verano. La charca vierte un veneno. Tienes color de tercianas, pajizo el cutis moreno. Paludismo. Extremadura con sus charcas en los pueblos. A y, sus orillas sin flores, su nivel a ras del cieno,


con pobres aguas verdosas, donde se enlodan los puercos. Y a medio seca en estĂ­o, cuando en las casas del pueblo se queman las chimeneas, sin encender lumbre dentro. Y hay copas, llenas de quina, mojando labios resecos. Q u e se renueve mi charca, con lluvia de otoĂąo nuevo. Y

a su barranca, M arĂ­a

pueda acercarse sin miedo. Y en sus aguas retratados vuelva a ver sus ojos bellos,



ROMANCE DEL PAN ¥ EL ¥IN 0 «Con pan y vino se ancla el camino». (Refleja la

proverbial

austeridad extremeña),



ROMANCE DEL PAN V EL VINO Pámpanos de mi esperanza de alegre fiesta romera. Corté en las viñas de otoño racimos de vides frescas. Los exprimí con mis manos; guardé el vino en mi bodega. Con su aroma generoso desperté en la primavera. Las espigas ya llevaban su floración en promesa. En un agosto de lumbre trillé mi trigo en la era. Tan reducida es mi troje que a embozadas se me llena. A l horno de mis afanes cocí el pan de mi pobreza. Tuve pan y tuve vino, el gozo de humildes mesas. Un camino que andar tengo muy largo. La aguda flecha de mi inquietud me señala su ruta blanca de estrellas


por los cielos; sus barrancos y hondonadas por la tierra. No quiero cinchar albarda para una marcha ligera. Sólo un cayad o nudoso, un vestid o de estam eña

.

y mi andadura en san d alias, hasta lle g a r a una ald ea , donde encuentro esa que busco mi a leg re fiesta rom era. En mi morral pan y vino. Q u ie n lleva alforja repleta no se para a cortar flores, ni a mirar a las estrellas. Por campos de Extremadura gozosa el alma me lleva. He traspuesto las majadas. Atrás los chozos se quedan. Pasan los niños descalzos y van cantando con pena. M e escabullo por los montes, con jaras y cambroneras. V uelan palomas torcaces, sobre las ramas cimeras de corpulentas encinas. Pasan los lobos muy cerca. A l seco valle, sin río llegaré, antes que anochezca.


Señor, esta mi andadura ¿cuándo encontrará su aldea? Q u e anduve pueblos y campos, sin barruntos de estar cerca de mi gozo. Ya se agota el morral da mi pobreza. Dormiré en campo de esquilas, en esta noche serena. Lleno el morra! de tomillos, servirá de cabecera. M i humilde sayal de abrigo; mi techo, toldo de estrellas. No sé qué tiene este campo. Un Dios antiguo está cerca. Estaba cortando flores de retama. Tras la peña, ¡Dios te guarde, hermano!— dijo una voz mansa y entera. V ente conmigo hasta el chozo, que estamos a llí de fiesta. Le brindo mi último vino y el poco pan que me queda. —

D éjalo para mañana,

si has de volver a la aldea. V en, acércate esta noche al gozo de nuestra mesa.


Cordero pascual, pan blanco, vino da tinaja añeja. A y , Señor, ¿qué gozo es éste? ¿Será mi fiesta romera? El chozo huele a torvisco y a romero en mata seca. Por ios claros de sus troncos se ven las altas estrellas. Cordero con pan y vino. Lo mismo que Cristo hiciera con los suyos, en la noche de la Pascua. N ada espera ya mi afán d s caminante. Esta fué mi mejor cena. Como Cristo: con hermanos. M esa sin Cristo, no es mesa.


¡BOTIJOS FINOS! «A rroyo, pucharos. G u a ra ñ a , tinajas. Tierra Barros botijeros».



[BOTIJOS FINOS!

La angarilla de botijos, cargada en el esperpento de un pardo borrico triste y un pregón de pueblo en pueblo. |Botijos finos, botijosl Se clava el grito en el cielo. Los resoles se hacen agua y tiene fragancia el viento. Una calle y otra calle. Y en esta esquina un secreto. La vieja regateando. Y un colorado requiebro a las mozas que en la fuente prueban si el botijo es bueno. —

Mira qué bonito, niña;

y tiene dos agujeros: Uno pitorro y gracioso, para tirárselo a pecho, cayendo, desde muy alto,


el chorro sobre el garguero. O tro , redondo, con bordes de vasito o de puchero, para pegarse los labios, como cuando se dá un beso. ¡A y, quién pudiera saber los cuentos del arriero! Pereza de sus andares, desvencijo de su cuerpo. Su jota degenerada con puro deje extremeño. C erca del pardo borrico se cuartea en paso lento. Y anda que anda muy despacio, despacio llega tan lejos, que en París y en Londres sa ben el pregón del botijero. Sus ojos son ya paisaje. Se le han posado en el pelo bellos copetes de sol y rayos de luna y viento y polvo de carreteras y briznas de espiga y heno. Los vilanos voladores le saludan desde el cielo. Es seco como la tierra, pero lleva barro fresco.


Si bello no lo sacaran las manos del alfarero, de andar por tantos paisajes su botijo se hizo bello. Huel e a ramo de albahaca con luz de balcón abierto. Suena a grillo y a canario su menudo chorro fresco. Tiene fragancias de luna, de fuente y patio en desvelo. Y un temblor de moza virgen en la ventana del sueño.

Con buriles de verbena C upido en él grabó un beso, después de perder su aljaba una noche de revuelo. Y fué capricho de novia, y fué de esposa recuerdo. {Botijos finos, botijosl Extremadura en un sueño del agua, gritando el agua clavó su grito en el cielo,


ti-..' ,:•«

.■

'

l ■• i ’

.


ROMANCE DE LAS ESQUINAS «A d ió s, calle de la plaza, con tus esquinas de bronce A d ió s, palom ita blanca, que te quedas sin amores». (C o p la de Q u in to s .—“ A lc u é sca r),



ROMANCE DE LAS ESQUINAS

A diós calle de la plaza. Mi angustia de última noche aquí se queda contigo, grabando en pasos mi nombre. Tus olivares en sueño, con mis desvelos al borde. M añana, al nacer el alba, por tus esquinas de bronce vuelo alzarán mis palomas, en busca de otro horizonte. Repicado en la campana más temprana de tus torres, las alas de mis palomas se llevan también tu nombre. ¡Este volver a otros mundos! ¡Este quedar sin los sones de una canción con acentos de vida, de tierra y hombre...I M ás allá de tus esquinas ciudades sin esquilones.


Porque deprisa te dejo, tendrĂŠ prisa que tu nombre vuelva al recuerdo. Q u e sea para siempre ya un acorde vivo en el alma. Tus bellos cantares que son amores de novio que va de quintas a un Regimiento sin nombre, de una ciudad con cemento, sin tierra blanda; y sin hombres que en la entraĂąa de la tierra hicieron brotar canciones.


CHAMIZO VOZ D E EXTREMADURA Disertación del autor en el C afé Lisboa de M adrid, «n una de las veladas poéticas de «Adelfos», el día 22 de Febrero de 1951


•

-

.

____________________________________________


CHAMIZO V O Z DE EXTREMADURA

esta sección de «Poetas de ayer», incluye «Adel­ fas» a Chamizo, en la velada que hoy celebra. Si la muerte no se le hubiera llevado algo prematuramente, por razón de sus años él pudo muy bien decir en persona sus versos, en alguna de estas reuniones. Pero con la muerte todo pasa al ayer. No quiero entretenerme en ha­ cer biografía o aportar datos personales sobre la vida del autor. L.a vida de un escritor como tal es su obra. Se ha dicho de Chamizo que es un poeta regional. Yo mismo, al evocar hoy su nombre, lo hago bajo este ban­ derín de «Chamizo voz de Extremadura». Pero diré por qué. Quizás se le ponga esta limitación a su acento, más que por sus temas, humanísimos y por tanto transcenden­ tales, por la forma dialectal extremeña que emplea. Lo hizo así de propósito. Y no porque no supiese vestir sus imágenes con ricos paños de Castilla. Escuchad, sino. n

Corre el tren retumbando por los hierros de la vía. Retiemblan los recios alcornoques que esparraman en redor del troncón las hojas secas. Huyen las yuntas cuando el bicho negro silbando traquetea. Se desmorona un terrón y el humo riñe con las ramas de encinas que lo enredan. Lo pudo decir así, tal como lo habéis escuchado, en un castellano redondo y perfecto. Pero él le puso refajo «campusino» y mantilla de merino de ovejas que pasta­ ron junto al Guadiana.


Y si yo dijese: Esa cara tan bonita que han bruñido estos labios con la fuerza de sus beses hasta hacerla reluciente como el oro de la tarde cuando el sol se va poniendo, dudaríais si esto es de Chamizo. Pues sí lo es. Sólo que despojado de formas y acentos extremeños, para dejarlo netamente en lengua romance. Y nos llegaría su voz hen­ chida de esa solemne gravedad con que pudo hacer en engua madre estos versos maravillosos: Ellos saben que la tierra labrantía seria, llana y arrogante en los recuestos es la hembra que mantiene muchos hijos con la fuerza de la savia de sus senos. O aquel aire juguetón, como brisa fresca de huerto, sobre las mozas en flor: Se arriscan las mozas y van peripuestas, luciendo los guapos pañuelos de seda, oliendo a manzanas, oliendo a camuesas. Y ¿para qué más testimonios de lo que pudo decir con plenitud de lenguaje, renunciando al querencioso regusto de su habla vernácula? Pero sí. Aquellos versos definiti­ vos con que empieza «La Nacencia». Bruñó los recios nubarrones pardos la luz del sol que se agachó en un cerro y las altas cogollas de los árboles de un color de naranjas se tiñeron. Un poeta que pudo hablar así, es ancho como Casti­ lla. Y si vistió el traje regional, fué por dar color más realista a la humanidad de sus figuras. Y hemos llegado


a donde queríamos: al realismo de Chamizo. Chamizo es Un poeta realista, de un realismo elemental y primario, casi telúrico. Quizás en esto se apoyaron algunos para combatirlo o discutirle al menos. Pero ya el hecho de ser discutido fué concederle honores que bien merecía. En el año 21 publica «El Miajón de los Castúos», el libro clave de su revelación y de su estilo. Bien vale de­ cir aquí que el estilo es la persona; porque sus rapsodias extremeñas lo definieron de cuerpo entero. Parecen ver­ sos hechos con piezas de tronco de encinas y bloques de berrocal, la piedra dura y el árbol duro de aquella tierra; penetrados a veces de un suave acento de ternura, como si en su campo reseco sonasen de pronto esquilas de gana­ do transhumante y balidos de corderos recién paridos en los caminos, al borde de lindes de romero florido. Es muy importante ésto para comprender a Chamizo y todo lo extremeño: que en el paisaje, en el alma, en la configu­ ración de esta tierra, se funden dos elementos completa­ mente opuestos, la dureza y la ternura. Extremadura, tierra extrema. Su dureza ha dado a las almas un carác­ ter entero, su ternura un tono sencillo. Resultando en lo humano un tipo noblemente altivo y humildemente resig­ nado. La embravecida voz que suena también en «El em­ bargo» de Gabriel y Galán. Pero vamos a lo nuestro, a «El miajón de los Cas­ túos», a la voz de Chamizo. Ya el título es un poema. «Migajón», corazón, meollo del pan. «Castúo», puro, sin mezcla. Un pan de harina integral moreno y crujiente en su corteza, blando y sabroso en su entraña. En una sola frase encontraríamos en Chamizo estos caracteres del alma extremeña, hecha de contrastes extremos. Por ejemplo en aquella escena en que la madre amamanta al niño y le mira y le dice: «Chachino, chuperretea». No ca­ be una mayor suavidad de diminutivo, «chachino»; enla­ zado con un término de fonética bárbara, «chuperretea», casi de una fuerza brutal y fisiológica. Yo mismo he oído


a u n a madre decirle a su hijo de pecho: «Mi m ozo chiquinino». «Mozo», !o vital y maduro; «chiquinino», lo tierno, reducido a la quinta esencia. Y, si seguimos analizando el léxico de Chamizo, en­ contraremos términos de una impresionante rudeza, como si las palabras fuesen voces vivas de una naturaleza siA roturar. «Bilistrajo»... (Observemos: Es posible que so­ bre las formas de algunos de los términos que usa Cha­ mizo, cogidos de la voz del pueblo, haya demasiado sa­ bor de lugar. En muchas otras partes de Extremadura suele decirse «Miuisírajo», de ministra o menestra. Y co­ mo en ésta, le sucede en el empleo de oirás muchas pa­ labras). Pero sigamos con sus términos castúos: «Calajanso, Calambuco, carajamandanga, ceburrencha, cegafiudo, jueyébra, moracantana»... Voces duras, ásperas. Pero luego dirá: «Mijina, chiquinino, cosina». Y llamará a los niños, «chirivines, chirivejes». Sí, en Chamizo se da lo extremeño de un modo más realista, de una manera más castúa que en Gabriel y Ga­ lán, en quien lo extremeño por cauces de tierras de Plasencia tiende a escaparse hacia lo salmantino, hacia Cas­ tilla. Así como Chamizo, en algún caso, está más próximo a la alegría bética, como en «Fandango extremeño», o en aquellas imágenes de «El chiriveje»:

Pimpollo, rey de tu madre, miajirrinina de la gloria mesma, que cayó de los Cielos desprendía del botón reluciente de una estrella. Y vuelve en esta composición a su tono extremeño, salpicado de contrapuntos de aire castellano: Lucero, pan y cotidío, espiguina de carne de mis eras. Y siempre entre fuertes cambios expresivos. Cuando em p ieza a ser tierno, se vuelve bruscamente duro. Y una


rudeza queda cortada a veces por un arrumaco delicado y dulce. Tierra de contrastes, alma de Extremadura equi­ distante entre dos fuerzas de vario sentimiento: Castilla de un lado y Andalucía del otro. Entre la tierra seca y parda y el cielo claro. Pese a los muchos elogios que mereció este primer libro de Chamizo, entre ellos los excepcionalmente cali­ ficados de Ortega y Munilla, y de Don Antonio Maura, Presidente, a aquella sazón, de la Real Academia Espa­ ñola, hubo, como dije, quien lo tachó de poeta rudo y bárbaro, imitador de Gabriel y Galán. Cualquiera puede observar que son dos manifestaciones muy distintas del hecho extremeño, con un punto central de coincidencias esenciales. Pero quiero llamar la atención sobre un juicio que pu­ do influir en toda una generación universitaria. Me refie­ ro a una Historia de la Literatura, quizás la más ambicio­ sa en su sentido documental y crítico; la que conocen to­ dos los estudiantes de una época que hayan hechola carrera de Filosofía y Letras o la de Derecho en la Uni­ versidad de Madrid. No sé si también los de la actual. En esta Historia se dice: «Es lástima que (Chamizo) confun­ da lo regional con lo vulgar; y sus composiciones resul­ ten a veces hasta groseras por reflejar asuntos bajos», No comprendimos nunca este juicio. Suponemos que los autores de esta Historia no po­ drían referirse a expresiones sueltas de las que con fre­ cuencia usa Chamizo, como éstas: «¡Qué corcio!» «¡Qué contri!» «No te acagaces». O a la fonética que tiene algu­ na palabra malsonante; aunque después de alguna novela neorrealista, estos términos nada tengan para provocar el susto. Pero no son estas palabras sueltas las que le valieron a Chamizo tan fuerte censura, ya que concretamente se le acusa de reflejar «asuntos bajos». ¿Acaso por «La nacen­ cia»? Sería absurdo, el tema es humanísimo y cristiano:


el nacimiento de un hijo. Y esa fuerza bellamente dramá­ tica que le prestan las circunstancias: al descampado, una mujer desvalida en el trance supremo, sin otros brazos para partearla que los de la Providencia. Quizás, y con algún punto de razón, quisieron referir­ se los autores aludidos a determinadas frases de «El Chiriveje», en esos rudos arranques de la madre al darle el pecho al niño. La castúa extremeña cumple todas las funciones de la maternidad con tales desbordamientos que, en ocasiones, sus raptos de madre parecen sólo ins­ tintos elementales e inferiores. Por fin nos inclinamos a creer que estos juicios desfa­ vorables estuvieron también influidos por lo que se dice en «El por qué de la cosa». Cierto que esta composición tiene estrofas de poca estética literaria y de un realismo convencional; porque una mujer extremeña es tan ver­ gonzosa y recatada que no se atreve a decir ciertas cosas; y si es «campusina», menos. No vemos, pues,*lo grosero y bajo - dicho así tan cru­ damente—que pretendieron descubrir en esos profundos sentimientos de las almas extremeñas de Chamizo. En la obra poética de nuestro vate podremos tropezar - e s cierto—con alguna que otra manifestación de rudeza campesina, pero salpicada siempre de esa ternura inne­ gable que entraña todo lo extremeño. Chamizo, en una palabra, voz de Extremadura. Y Ex­ tremadura, tierra de contrastes. Dura como una encina o un berrocal. Tierna como un cordero acurrucado en una mata de romero florido.


INDICE Páginas

J ustificación .......................................................................... R o m ance n ó m a d a ........................................................ .. R om ance de la r u e c a ..........................................................

7 9 15

R om ance del b uen z a g a l....................................................

19

La m o r a c a n ta n a ...................................................................

25

R om ance e n tre b e r r o c a le s ................................................

31

R o m an ce del a g u a c la r a ....................................................

35

R om ance de la m ala o t o ñ a d a .........................................

41

R o m an ce del e n c in a r...........................................................

47

S o le d a d de la c a ñ a d a ............................................. ..........

53

R o m ance d e la s h o c e s ..................................................... ..

57

R o m ancillo e n tr e la s m i m b r e s .......................................

61

R o m ance de la tó rto la y la e s p ig a .................................

67

E stío en p r im a v e r a ..............................................................

71

R o m an ce de l o b o s ...............................................................

75

L a s e s c a r d a d o r a s ................................................................

81

L a b e lla e s p ig a d o r a .............................................................

87

R om ance d e la c h a r c a ........................................................

93

R om ance del p an y el v i n o .............................................

99

¡B otijos f i n o s ! .......................................................................

105

R o m an ce de la s e s q u in a s ..................................................

til

C hamizo, voz de E xtremadura.........................................

115


.

'

â–

,


A CABÓ SE D E

IM P R IM IR

ESTE

U N D É C IM O

V O LU M EN L E C C IÓ N TREM EÑ O S» D E

LA

DE

D E EN

IM P R E N T A

C ER ES, D EL

A

LA

«CO ­

E S T U D IO S LO S

EX ­

TA LLER ES

P R O V IN C IA L

L O S V E IN T IT R E S

M ES D E

M C M L li,

D IC IE M B R E

V ÍS P E R A S

L A N A T IV ID A D N U E S T R O SEÑ O R

DE

D E

DE D IA S DE

CÁ-


f 1

I «


O TR A S

P U B L IC A C IO N E S

D EL

A U TO R

Poesía

Al trasluz (1933). Glosario del Himno Azul (1937). Prosa

Novelas (Colección Biblioteca de Lecturas Ejempla­ res). Su mejor título. Rosa alegría. Esperanza Nuestra. La copa del Virrey. Galardonado con el Premio de Periodismo «Aureliano López de Serra» de la Dirección General de Prensa al artículo «HOMBRE, TIERRA Y ARBOL». En prensa

La Sexta Ciudad (Novela).





Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.