Sesión Crítica con los clubes de lectura

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Textos para la sesión de crítica Taller de Escritura Creativa “Casa de las Conchas” Lunes, 17 de diciembre de 2012 19,00 h.


Biblioteca: motor de la palabra Cuando el silencio acuna un libro, despierta los caminos de una idea. Poros del pensar, nido de encuentros que el cuerpo derrite en su creaci贸n. Cascada de palabras, vestidas de coherencia, doran un nuevo pensamiento, tat煤an los recuerdos, para ser fruto de nuevos despertares. Collar de textos, pulsera de recuerdos, ensartan siluetas de papel, pedalean en el tiempo. Lectura del ayer perfuma la inquietud del sentir en el presente.


Porque siempre tengo cosas que decir Una obra en marcha, sí, articula un destino, pone argumento a los días, eje a las horas. Estructura una conciencia, ayuda a vivir. Lo de menos, al final, quizá, sea la obra. Francisco Umbral Mortal y rosa

Frente a la hoja en blanco, empieza una andadura sin retorno como el arado al sembrar, como el tractor con sus siete cuchillas hundiéndolas en la tierra para arrastrarlas hasta el final del renglón. Hueco, suena a un nada que se va a todos los sitios. Quiero mirar y no veo, quiero decir cosas, que me salgan de dentro, un interior rebosante de neuras, prejuicios, deseos, complejos, ilusiones… donde se va tejiendo un vivir diario que a veces se hace cuesta arriba y otras se deja arrastrar por una modorra sensiblera dándole sentido a muchas cosas. No sé de donde sale esa máscara púrpura, que aparece en un estandarte trasnochado, entre penumbras, roída por arañas, anclada en piedras de montículos falsos. Parece de broma pero el sonido latente de microorganismos de ciencia-ficción, invade una diminuta célula de la existencia y se sumerge en un universo privado, que se quiere transformar en esponja. Es una lástima, nunca llegaré a creerme nada, pues nada tengo y nada soy. Sales de ti para navegar no sabes donde. Hay una luz que ilumina los deseos de rasgar los papeles para que despejen las ideas que se escabullen por unos orificios amarillos, que se ciegan por los fuegos intencionados de corazones descreídos y deformes. Es el momento de sonreír, de ir aligerando una memoria desmotivada que quiere alzarse hasta llegar a las nubes para flotar y sentir el latido de las estrellas. Ha caído la tarde fría y ha dado paso a una noche que se enrosca con una luna llena que se parece a un melocotón dorado. Deseo caminar por los renglones del cuaderno y dejar una huella que sature el espíritu inquieto de un saltamontes del ánimo, que pretende ser milagro vital, capaz de rozar el azul inmenso de un cielo mesetario. Deseo acariciar las largas hebras del destino, que se resquebraja como un muñeco de nieve. Me hundo en el mar para mojar los sentimientos, mezclarlos con las algas saladas y dejar que las olas los manipulen de aquí para allá, hasta hacerlos chocar contra unas escarpadas rocas para romperlos en añicos, como una taza china de porcelana. Podría terminar bajo las ruedas de un avión de pasajeros en un aeropuerto que va a cerrar la semana que viene y así, los fantasmas del bosque se adueñarán de la pista agrietada. Vuelvo por los derroteros que hicieron posible ser lo que soy, aunque reniego de tanta locuacidad banal y preparo las herramientas para desmontar las formas disimuladas que han convivido siempre debajo del mantel. Fallezco con mis insomnios y mis deseos desconsolados, me aprieto junto a la ventana del tren que transporta las arenas movedizas del distrito de la fantasía. Es hora de cenar, la mesa está puesta. Un color indefinible se quiere hacer dueño de la situación y fluye por debajo de las cejas hasta convertirse en sopa de fideos. El sofá está dispuesto, acoge con los brazos abiertos los músculos cansados que durante todo el día no han parado de ir y venir. La tele funciona lejana, hay un murmullo atroz que corroe las entrañas del sillón. Al final sucumbes acunado por un olor ocre de salón casero. Protegido por los ladrillos revestidos, te adhieres a unos recursos inventados, que se ramifican a lo largo del techo blanco de escayola y pintura plástica. Sopas y vino, con un pan de horno de leña, se asientan ágilmente junto al balcón, para escuchar como se


deslizan las ruedas por el asfalto y el quejido de los motores, movidos por la combustión de petróleo refinado. Ha llegado el momento en el que la tarde pasa de puntillas y deja que los maléficos duendes de la noche se hagan con las riendas. Sin respirar para que no llegue el aire contaminado de tantas mentiras volantes. Debajo de un puente imaginario, pretendo esconder el agrio sabor de unas pretensiones y evaporar los enigmas que se alimentan en las orillas de ríos contaminados, en las ciencias exploradas por ambiciosos sabios, filósofos y magos de recónditos mundos diminutos. Cada mano se coloca en la posición que está determinada por una estrella a la que le queda un millón de años luz para que se pueda ver, cada pie marca un paso por suelos defectuosos en los que en cualquier momento se pueden hundir. Que raro se hace remar en un remolque tirado por bueyes chotos que han vendido sus cuernos por una vaca lechera. ¿Cuánto me queda? me queda el suspiro de ese aire de otoño que mece las hojas de los plátanos del jardín de mi barrio. ¡Huy! se me han caído los motivos al suelo, algunos ni se ven, confundidos con el polvo que se convertirá en barro en cuanto llueva. No sé si agacharme a recogerlos, total, solo son motivos, no hay que molestarse, ya se crearán otros. Es confortable sentarse en el sillón cuando despunta el día, un viernes final de noviembre, sintiendo como detrás de la ventana nieva débilmente, entonces se pone uno a pensar en unos motivos que se han caído y que ya no interesa recoger… hoy es un día cualquiera para hacer cualquier cosa, un día más, intenso y frío… me olvido de los motivos y contemplo los tejados blancos, distraído con el continuo ruido de vehículos afanados en llegar a sus destinos cargados de motivos. Siempre estoy regresando al pasado para disculpar lo que ya nunca será y en las noches sin luna se pasean los sueños atormentando el descanso para luego despertar, respirar y tomar conciencia de que se pasó. Me dejo llevar hasta un infinito cualquiera para darme cuenta de lo que nunca va a poder ser y olvidar que los hilos los manejan otros, que está ardiendo un leño cuyo humo se escabulle entre los dedos y que ese humo es negro y aunque intento limpiarlo con el aliento, solo logro que me de la tos. Voy a tirarme a una piscina de aguas claras, llegar hasta el fondo para emerger sin aire. Voy a subir al monte más alto que se oculta en la imaginación para descender sin cuerdas y llegar rodando al valle donde ya se han secado todas las lágrimas. (Continuará… ¿o no?)


Óleo a mi amigo Carlos Con mi pincel recreado sobre tu lienzo plasmé el sentir de Zeus. Con la miel obtenida de tu hiel obtuve el color carmesí. Con tu piel sin mi piel fecundaré mi olvido. Gracias por haberte amado. Gracias por haberte conocido. Gracias por haberte olvidado.


La rebelión zumbante Hace dos meses falleció un funcionario de Higiene en un baño público. No había signos de violencia, ni móvil, así que lo enterramos sin más. Una semana después falleció otro, mismas circunstancias. Tres días después uno más. Ni rastro de veneno, de lucha, de nada. con la cuarta víctima ni el más estúpido y optimista creía en el azar. Empezamos a acompañar a los funcionarios de Higiene por seguridad. No queda claro si por su seguridad o para asegurar que continuaban haciendo su trabajo. Sólo logramos que cayeran inspectores y agentes. Y seguíamos, seguimos, sin una maldita explicación, siquiera un mísero dato al que aferrarnos. Pese a los denodados esfuerzos por mantenerlo oculto, la opinión pública se enteró. Lo más curioso del asunto es que ninguno de los usuarios de los baños públicos había visto nada, ni sufrido daños. Sea quien sea ese cabrón va contra la autoridad. Porque barajamos algún tipo de loco asesino en serie. Que fuese contra la autoridad sólo nos puso las cosas más difíciles. Alguna gente no entiende que la autoridad existe por el bien de todos, y hasta simpatiza con el que va a jodernos. Pero hace quince días dio un paso más. No creo que sea casualidad que coincida con la suspensión de las inspecciones de higiene. Necesita matar, y ha empezado con los civiles. Tres al día, en distintos baños. Es un animal sediento de sangre. Por decirlo de alguna manera, porque sus crímenes siguen siendo asépticos. Por eso he venido, directamente enviado por el Secretario General. Reconozco que no me ha hecho gracia el encargo. No me oiréis decir que tengo miedo, aunque tampoco soy tan cínico como para decir que estoy tranquilo. Y en un ataque de sinceridad reconozco que sí, es estúpido pensar que encontraré algo a simple vista donde un equipo de investigación completo no halló nada. Pero son manías de perro viejo, como la de estar hablando solo con este magnetófono. No veo nada raro. Un momento, ¿por qué está tan negro el techo? ¡Joder, se está moviendo! ¡¿Qué es esto?! ¡Estoy delirando, debe haber un millón!...


Poesía loca Robé de tus ojos tu mirada cuando estabas pensando en otra cosa. La guardé en el bolsillo de arriba de mi camisa junto a mi pimiento rojo. Cuando tu ausencia me castiga, abro el cajón de mi mesilla, busco en el bolso de mi camisa: el de arriba, leo la carta de amor que nunca me escribiste. Y pienso en otra cosa. Porque me importas. Me importas un pimiento.


Entre pinos y libros Dime, María, Princesa. Cuéntame al oído tu secreto. Háblame, como lo haces a los sueños de la noche. Adivino el albor de tu mirada. Imagino los latidos de tu ser. Sospecho qué le pides a la aurora. Intuyo que estás huérfana de algo… Luz bella de luna delicada, en noche cargada de letras, entró sigilosa, rozando los pinos, en busca de la joya más preciosa. Y se posó en tu mejilla. Y envidió tus ojos. Y se puso mimosa. Y te robó. Se llevó un cacho de tu sonrisa. Se fue despacio, sin despedirse. Se sintió feliz y cautiva. Luego, se arrepintió. Habló con las nubes, dialogó con su corazón, escuchó a la estrella del norte y decidió devolver lo quitado. Ven mensajero, ve a lo alto del cielo. vislumbra a esa chica y vuelve a poner la sonrisa, en su cara de niña.


Carta En Salamanca, a tres de diciembre de dos mil doce. A ti van dedicados mis pensamientos. Me gustas porque eres hexagonal y coqueta. Porque me miras cada día que vuelvo de trabajar y descargo sobre ti toda mi ansiedad, porque no me reprochas mis malos momentos, porque siempre me esperas. Eres bella. Las aristas de tu cuerpo son perfectas. Tus vértices alineados con mis ojos y ese pañuelo de seda que cubre tu desnudez me hablan de otros tiempos. De aquellos días de mi niñez cuando eras más morena y guardabas secretos. Cada día recibes cartas cuya destinataria no eres tú. Cartas de amor, cartas que piden, cartas negras, cartas de tute, cartas de luz, cartas sin fondos. Hoy ya has recibido una carta con tu nombre; sin apellidos y sin remite. No lo necesitas. Sabes quién te escribe. Gracias por acompañarme todos estos años. No me tengas en cuenta si mañana u otro día sólo eres depositaria de mis llaves y mi cartera. Un beso, mesa bonita.


La casa de los espejos Cuando estaba muy fatigado su mente se convertía en un puzzle mal encajado. Se miraba y observaba su cuerpo sin la proporción lógica. Se encontraba atrapado en un túnel oscuro, atascado con ideas trastocadas. Entonces, ella entraba dentro de su casa y recomponía las piezas alineando cada trozo, alisando y nivelando milimétricamente los bordes, retrayendo los temores acechantes agazapados y situando a las dudas invasoras en su justo espacio. Después de la intervención el espejo le devolvía la imagen que quería ver.

El bosque animado El marqués invisible está de pie mirando a través de la ventana sin cristal del viejo balneario. Dicha estancia se encuentra entre las ruinas de lo que fuera un área de reposo del siglo XIX, situado en el bosque de O Incio, Galicia. Casi a diario acuden los componentes de una banda de rock que querían para sus ensayos un lugar retirado para, de este modo, no molestar a nadie con el ruido. Eso es lo que ellos creían pero ya no saben que creer.

El retrato de la ceja pintada Era un retrato fatal. Cuando estuvo terminado lo colgaron en una habitación color naranja, frente al cuadro del hombre con ropa de mujer que yace en el suelo ahogado con una bola de billar en la boca. Al lado del retrato fatal, otra imagen mostraba a cuatro hombres sentados en un sofá que observaban al travestido con regodeo y a la vez tenían una actitud desafiante. Iban vestidos de blanco, con tirantes y bombín negro. Uno de ellos de ojos azules llevaba una ceja pintada.


Muerte con arte Me siento extraño en este encierro. No sé cuándo entré aquí pero es demasiado tiempo sin respirar el aire puro del campo, sin comer pasto fresco, sin familiaridad alguna alrededor. Ignoro dónde estoy ni qué hago aquí. Oigo ruido, mucho ruido. ¡Corre que yo creo que es el exterior! Pero, ¿qué es esto? ¡no me lo esperaba! ¡Qué movimiento!¡cuántos colores!. Huyo asustado pero estoy atrapado. Me reclama y me provoca y voy de cabeza trotando. Y ahora, ¿adónde ha ido? Media vuelta y ahí está de nuevo. He sentido un dolor en el lomo que ahondaba hasta el esqueleto. Me quería desprender dando cabezazos pero estaba aprisionado. He logrado reducirlo. Escucho más relajado y me olvido del pinchazo. Cuando casi se me había olvidado noto que mi piel se desgarra y sangro y babeo y lloro. No puedo con mi lengua. De nuevo la provocación. Ahora ya troto más despacio. Siento que mis fuerzas flaquean . Miro para un lado y para otro aturdido por tanto alboroto y ya nada llama mi atención. Me pongo recto y acudo y ¡ooooohhhh! el dolor me ha atravesado el cuerpo y caigo y por fin descanso.


Romper silencio Un tímido cuchicheo El llanto de un niño en la noche y el bisbiseo de un rezo

Ji, ji, ji Gua, gua Bis bis

Las sábanas Un beso Mis tripas La tos y un bostezo ….. y un susto

Ras Mua Crucru Achis, Ahaaa ….y Ahg

¡Suspiro Dolor Agonía Un grito a destiempo¡ Copiar en un examen Mover una silla El timbre de la clase La escritura

Aaay Ay Ohhhh Ahhhhhhhh Mm mm Ring ring Rasss

Un disparo más bien provoca silencio Un tren lo corta, desde fuera y desde dentro Así como el agua del río y del mar lo rompen todo el tiempo

Pum Chuck chuck Tlin, plof

Aparatos Pájaro en mis siesta, mi respiración Y el lobo aullando a la luna Shssss

Brrrruuuu Pio pio, jru,jr Auuuuu Shssss


Cruce de caminos En su búsqueda de un lugar apacible donde relajarse un rato, una pequeña cafetería en la esquina de la plaza llama su atención. Parece un local coqueto y familiar. Alicia abre la puerta y entra. Una bocanada de aire caliente le acaricia la cara. A la derecha está la barra, con su máquina de café emitiendo vapor y silbando mientras la camarera calienta la leche. Y a la izquierda se agrupan un puñado de mesas bulliciosas con el ir y venir de tostadas, churros, cruasanes... Alicia se adentra en el local, hacia una puerta que hay en el fondo, preguntándose si allí habrá algún espacio libre o se tratará simplemente de los lavabos. Para su agrado, se trata de un rincón acogedor y bastante silencioso, con sólo cuatro mesas vacías rodeadas de bancos enterrados bajo mullidos cojines. Mientras se quita el abrigo y lo cuelga en la percha, una camarera se acerca a preguntarle qué desea. Alicia pide un café con leche, en vaso de cristal y con dos azucarillos, como siempre le ha gustado. Se acomoda entre los esponjosos cojines y saca de su mochila el libro que está leyendo: “El 8”, de Katherine Neville. Está tan enganchada a la historia, que aprovecha cualquier instante para leer. La camarera regresa con su café humeante acompañado de una galletita y allí lo deja, junto a la lectora ensimismada entre las páginas. El ambiente cálido y solitario del pequeño rincón no se ve alterado hasta mucho tiempo después, en que una chica con aire distraído entra en el lugar y toma asiento en la mesa opuesta a la de Alicia. Hace ya rato que el vaso yace frío y vacío sobre la mesa y Alicia está sólo esperando a terminar el capítulo del libro para salir de la cafetería y retomar su camino. Pero la chica que acaba de entrar llama su atención. Con el rabillo del ojo, la ve quitarse el abrigo y dejarlo en la percha. Luego se sienta apaciblemente, y cuando la camarera acude para tomar nota, ella le sonríe y le pide “un café con leche, en vaso de cristal y con dos azucarillos, por favor”. Aquí, Alicia no puede evitar levantar la vista de su libro y mirarla con curiosidad. La chica permanece ajena a esta mirada y se limita a abrir su bolso y sacar un libro para disponerse a leer. “¡qué casualidad! Me pregunto qué estará leyendo...¿no será “el 8”?” El libro estaba encuadernado, y la vista no le alcanzaba para ver el título, con lo que siempre le quedaría aquella duda. Alicia recogió sus cosas y se dispuso a marchar. Durante un instante estuvo dudando si saludar a aquella chica misteriosa y comentarle la coincidencia, pero por recelo a que pudiera pensar que estaba un poco loca, no lo hizo. Se limitó a pagar su café y salir del local pensando en lo sucedido.


Hace tiempo que conozco al herrero de mi pueblo, supongo que desde que me instalé con mi familia, hace ya algo más de dos años. Se llama Andrés y hace algunos trabajillos modestos para embolsarse unos euros que le complementen su trabajo diario en el Hospital. Es camillero ,“de competición “, escuché un buen día en el comercio y así me lo relato él una tarde que estaba en su taller reparando un frigorífico. Lo que no me contó el muy granuja es que en alguna ocasión había volcado a pacientes por los pasillos haciendo carreras nocturnas junto a su compañero. Dos de ellos no se percataron de nada, puesto que salían de quirófano sedados como una cuba y cuando despertaban lo que se preguntaban era el tiempo que les quedaba de vida. Su fama en el pueblo se consolido con una anciana. La mujer había entrado en el Hospital aquejada de una amnesia global transitoria. Su hija la había sorprendido lavando sus bragas en la olla del cocido. Al parecer el detonante fue éste último; pensé yo, puesto que ya lo había intentado con una sopa de sobre y las judías verdes congeladas. Un cocido completo el Domingo son palabras mayores y si no que se lo digan a mi padre, que no desayunaba ni salía a tomar el aperitivo para dejarse medio estómago ante el condumio. Los días que hay gente en el comercio uno se entera de muchas cosas, desde las goteras que tiene el párroco en su casa hasta la menstrua primera de la hija del alcalde. Ante tanta algarabía a algunos se les olvida comprar el pan, y luego vienen disculpándose de la mala cabeza que tienen. Cuando el tendero se da la vuelta para coger la fruta y en su boca con media sonrisa aparece el diente de oro, los clientes se apretujan ante el mostrador para oír el remate final de la historia. En el trance, el mostrador queda parcialmente destartalado y los fresones de invernadero ruedan entre zapatillas y tacones. Después que la Buena Moza recuperó el bastón bajo el entarimado, y que los clientes ayudasen a poner en su sitio el mobiliario, el desenlace de la historia me llego lejos, pero audible, al final del pasillo donde curioseaba los artículos de ferretería. La anciana cuando llegó al Hospital estuvo toda la tarde tranquila, a la espera de practicarla unas pruebas a la mañana siguiente. Estuvo mirando la televisión, aunque la misma permaneció apagada todo el día, ya que nadie había pagado por utilizarla. Su hija; barruntaban mis vecinos, tenía un curso de cocina en la Casa de Cultura y que por ello no acudió a estar a su lado. Cuando Andrés tuvo que pasarla a otra habitación por motivos que nadie conoce, se encontró con su compañero, que llevaba a otro enfermo en estado muy intranquilo. Se intentaba quitar la ropa de cama y desprenderse el cableado del gotero. Recordaba a un león-anciano mascullando entre sus dientes salivados improperios de ultratumba. Justo en el momento en que las camas se enfrentaban, como si fueran a demostrar la calidad que cada una escondía entre sus sábanas, el anciano logró zafarse y ponerse en pie dejando al descubierto su cuerpo marfileño. En la penumbra del pasillo y el foco de emergencia apuntando su haz al cimbreo loco de su miembro viril, el octogenario parecía una fiera desbocada, incapaz a que toda la medicación del Hospital pudiera derribar su potencial. La mujer ante la visión apocalíptica que presenciaba a escasos centímetros de su cama, se incorporó como un resorte y sus párpados se invaginaron del tal manera, que sus globos oculares parecían en algunos momentos descolgados de sus órbitas. Andrés y su compañero solo pudieron observar absortos como los dos ancianos se fundían en un abrazo carnal rodiniano más propio de lienzos y museos que de esta vida insulsa y terrenal. Cuando quisieron saltar sobre ellos, ambos estaban ya aderezados en un revoltijo de masa muscular y pelo blanco, imposibilitando el separarlos. Mientras los camilleros andaban también por los suelos, fatigados, buscándose los zuecos perdidos en la batalla y sujetando como podían a los amantes, al


final del pasillo pudieron vislumbrar la imagen de una joven que venía corriendo hacia ellos. La hija de la anciana quedo parada ante los cuatro y observó como su madre empezó a reír de una manera hilarante, mientras el anciano se encogía al parapeto de sus rodillas huesudas. La mujer le contó con pelos y señales que su amante momentáneo le había recordado mucho a su Nicanor el día de su noche de bodas y que había experimentado una sensación de libertad nunca manifestada. Mientras la hija, estupefacta aún, se llevaba del brazo a su madre al mostrador para recoger sus pertenencias, memorizaba algunas recetas aprendidas que tuvieran como requisito fundamental el empleo de la olla a presión bien tapada y sellada... Atrás quedaban los alaridos del anciano, suplicando y maldiciendo a los camilleros, que no cansados de los acontecimientos acaecidos, desplazaban a toda velocidad por Radiología los últimos y apasionados ardores de un hombre ante sus postrimerías.


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