Cultura Sur Vol 1 N" 2

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Tecnología y Teatro: ¿una relación irreconciliable?

compatriota Guy Debord (1999) bautizó como la era del espectáculo. Sabemos que hace casi un siglo el crítico alemán Walter Benjamin (2003) analizó la pérdida del aura del arte, una vez que los medios de reproducción anulaban su carácter único y personal. Lo interesante es que todos sabemos que no pocos discípulos-asistentes trabajaban incansablemente en bocetos y piezas, a veces encargos de copias, desde los talleres de Velázquez, Rafael, Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel, por sólo mencionar a algunos artistas. Y para poner un ejemplo más reciente y teatral, hasta hay estudiosos que aseguran que Bertolt Brecht empleaba escritoras que le ayudaban en la creación de sus obras, que luego él firmaba, como hacían muchas veces los otros geniales artistas mencionados, aunque aquellos les dejaran firmar algunas de las piezas que ellos elaboraban. También espero que estemos de acuerdo en que con la modernidad nació el concepto de autoría –el cual otorga autoridad- que hoy se defiende desde las ciencias y casi todas las ramas del quehacer humano y cómo la tecnología y su capacidad de reproductibilidad han puesto en crisis a muchas industrias culturales y a los autores de no pocas expresiones creativas. La polémica no cesa en muchos países y por otra parte son cada vez más las voces que defienden el derecho del acceso al conocimiento, la música, la filmografía y a los libros, mediante la circulación libre de ideas, imágenes, sonidos y fragmentos de textos en la red de redes. El comentario del artista peruano Alberto “Chicho” Durant (2010), justifica con cifras cómo más que anular los mercados de las industrias culturales, los medios de reproducción digital abren el acceso cultural no solo a nuevos públicos que no pueden pagar boletos de alto costo o ver una producción de arte que sale velozmente de las salas cinematográficas, sino que pueden llegar a incrementar las ganancias de conciertos y exhibiciones para quienes sí los pueden pagar. Estoy por entrar en mi séptima década de vida y accedí a internet casi terminado la quinta. Soy lo que llaman una inmigrante digital, frente a lo que ya hoy son las generaciones nativas y tengo aún más preguntas que respuestas en esta investigación. Por lo tanto, les comparto más que nada las inquietudes

preliminares de un camino que me parece de especial relevancia, sobre todo para aquellos que compartimos de manera cotidiana con los más jóvenes, desde las aulas, semestre a semestre. El 4 de julio de 2010 terminó una temporada en los teatros de la Universidad Autónoma de México de 9 Días de guerra en Facebook, escrita y actuada por Luis Mario Moncada, adalid, si los hay, del diálogo con los nuevos lenguajes electrónicos y su procesamiento para los escenarios. Se trata de un suceso real, generado por un internauta que subió a Facebook un poema de León Felipe, acompañado por una foto del Holocausto nazi de judíos, justo cuando se produjo en enero de 2009 un feroz ataque israelí a los palestinos que viven en la franja de Gaza. Durante días se sucedió una literal guerra cibernética, desarrollada paralelamente a la brutal agresión, lo que puso de relieve varias problemáticas relacionadas con ésta y otras redes sociales: el anonimato, los egos exaltados, la discutible democracia participativa, el encuentrodesencuentro de los sujetos… Esto, por mencionar la presencia tecnológica digital en escena y en el plano temático. Recuerdo Alicia detrás de la pantalla del mismo Moncada y muchas otras piezas en varios países, como España, de donde he conocido en los últimos años: Cualquier día nos verán soñar de Jorge Picó, De nens de Joaquim Jordà, Optimistic vs Pesimistic, La máquina de abrazar de José Sanchis Sinisterra, Móvil de Sergi Belbel, las creaciones electrónicas de Marcel.lì Antunez y Jaime del Val, o de Francia El programa de televisión de Michel Vinaver, de Chile los artistas Christian Oyarzún y Brisa MP y estrenándose a mediados de julio de 2010 en California, Foresight: A Two-Act Drama for the Information Age de Rubén Grijalba y bajo su dirección, donde Víctor, un padre moribundo hace migrar su personalidad a una súper-computadora que lleva su nombre con el apellido 2.0 y puede ver crecer a su hija hasta los 13 años, cuando su viuda decide desconectarlo. Lo interesante es que durante la función, el actor trasmutado en computadora es el resultado de un trabajo en vivo en la tras-escena, en el que es filmado noche a noche sobre una pantalla verde, y proyectado en otra que está ubicada al fondo del escenario y que los espectadores ven como imagen virtual.

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