LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

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LA ATLÁNTIDA RIFEÑA de EMILIO BLANCO IZAGA La impronta de un militar español en Marruecos, 1927 - 1945

Edición de Vicente Moga Romero


Colección: «Biblioteca Amazige»; 8. Diseño, maquetación y cubierta: Betlem Planells Compte. Fotomontaje de la cubierta : Sidi Lahcen, hacia 1940, y casas de Er Karetz, en 1997, con banderas de las Intervenciones Militares de Ketama cedidas por Fran Hernández y Antonio Prieto. Digitalización: Teresa Cobreros Rico y Carlos Campoy Gómez. Ilustración de la p. 4: «El interventor», óleo sobre lienzo de Mariano Bertuchi Nieto, 1941. 108 x 81 cm. Museo del Ejército.

Editan: Ciudad Autónoma de Melilla. Consejería de Cultura y Festejos Servicio de Publicaciones UNED-Melilla Instituto de las Culturas. Melilla Ciudad Autónoma de Ceuta. Consejería de Educación, Cultura y Mujer Archivo General de Ceuta © Texto: los autores © Ilustraciones: Archivo General de Melilla. Colección fotográfica. Colección Emilio Blanco Izaga © De esta edición Servicio de Publicaciones Ciudad Autónoma de Melilla Hospital del Rey Plaza de la Parada, s/n 52001-Melilla hospitaldelrey@melilla.es

D.L. ML 10/2014 ISBN: 978-84-15891-13-0

Impreso en Gráficas Fernando Políg. Juncaril, C/ Baza, 9-H. Albolote (Granada) Reservados todos los derechos. Ni la totalidad, ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito de la editorial.


LA ATLÁNTIDA RIFEÑA de EMILIO BLANCO IZAGA La impronta de un militar español en Marruecos, 1927 - 1945

9 Presentación INTRODUCCIÓN 15 Los trabajos y los días de Emilio Blanco Izaga en la Atlántida rifeña Vicente Moga Romero PERFILES DE UN INTERVENTOR ESPAÑOL EN EL RIF 62 Emilio Blanco Izaga, un interventor atípico José Luis Villanova 66 El administrador tribal y las cofradías religiosas Josep Lluís Mateo Dieste 70 Visión del Rif de Emilio Blanco Izaga Mónica López Soler 74 La eclosión de una inaudita arquitectura rifeña. Catálogo aproximativo Antonio Bravo Nieto 78 La cerámica rifeña. Tierra, agua, fuego y manos femeninas María José Matos

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82 Las aristas de la condición femenina en la obra de Blanco Izaga Sonia Gámez Gómez

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86 El arte funerario en el norte de Marruecos Enrique Gozalbes Cravioto

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90 Entre pintores: Mariano Bertuchi, Emilio Blanco y Joaquina Albarracín

índice

José Luís Gómez Barceló LOS «CUADERNOS DE ARTE BERBERISCO» 95 La etnografía emocional de Emilio Blanco Izaga Vicente Moga Romero 110 Las acuarelas etnográficas del interventor militar Emilio Blanco Izaga 209 CRONOBIOGRAFÍA IZAGUIANA Vicente Moga Romero 245 PAISAJES DE EMILIO BANCO IZAGA EN LA ACTUALIDAD Textos y fotografías de Vicente Moga Romero 279 BIBLIOGRAFÍA

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LA ATLÁNTIDA RIFEÑA de Emilio Blanco Izaga

Presentación

Las texturas izaguianas hilvanan con pinceles llenos de contrastes la cromática acuarela de un Rif que ya solo existe en el atlas de los arcanos. En 1927, Emilio Blanco Izaga llega al norte de Marruecos exiguo de equipaje; ha tenido que atravesar la vieja Iberia de norte a sur, desde su natal Orduña hasta los puertos que lo trasladan a las polis mediterráneas e ístmicas de Ceuta y Melilla. Sin estas dos ciudades -«Puertas de socorro», las llamó Rafael Pezzi- no se concibe la obra de este militar español: fronteras y antesalas del Protectorado en el que Blanco veló sus armas de militar y artista entre las coordenadas de un mundo apenas entrevisto hasta entonces, confundido entre montañeses orgullosos de su reciedumbre; entre pescadores de pieles cuarteadas, como pergaminos castigados por la solana; entre campesinas apegadas a la tierra pero imaginativas como cometas en flor; velando las vigilias de sus días y sus trabajos entregado a los hombres y mujeres del Rif, a los que, a menudo, vislumbraba como reflejos de un añorado espejismo, de un mundo irrecuperable, que los ecos griegos, desde Platón, llaman la Atlántida. La urdimbre de la obra de Blanco Izaga en el Rif está recorrida, como el propio paisaje que la inspira, por los contrastes, por lo que representa y por lo que es, pero, por encima de todas las dualidades posibles, por la capacidad única de este interventor para legar una obra escrita y grafica que recrea como nadie la atmósfera rifeña de la primera mitad del siglo XX. Este es su mejor legado, trazado jornada tras jornada, de fusina en fusina, o en caballadas bajo la lluvia, por todas las balizas de una geografía emocional que lo atrapó en la tela de araña de una empatía irrefrenable por las tribus que como interventor estaba obligado a controlar. Algunas de las aristas que delinean la figura rifeña de Blanco Izaga se recogen en este libro, en cuyas páginas sobrevuela una escritura interdisciplinar e intercultural de lo que representó su obra de más de veinte años en el norte de Marruecos. La estructura del libro responde a esta necesidad, la de recolocar al personaje en sus escenarios, presentándolo en sus diferentes facetas, como militar, etnógrafo, arquitecto y artista, deslindando sus poliédricos perfiles y, a la vez, corroborando la unicidad de sus trabajos que desembocan en sus magníficos «Cuadernos de Arte Berberisco». Los autores que han participado en este libro, todos ellos vinculados a los estudios sobre el Protectorado desde diferentes perspectivas, han bosquejado los complementarios

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contornos que presenta la obra izaguiana: José Luis Villanova (Universitat de Girona), señala la atipicidad de Blanco como interventor, aportando unas notas producto de un gran aparato investigador puesto de manifiesto en libros como Los interventores. La piedra angular del Protectorado español en Marruecos (Barcelona, 2006); Josep Lluís Mateo Dieste (Universitat Autònoma de Barcelona), analiza la interrelación entre el administrador tribal y la esfera, en muchas ocasiones impermeable, de las cofradías religiosas, sintetizando lo expuesto anteriormente en su libro La «hermandad» hispanomarroquí: política y religión bajo el protectorado español en Marruecos (1912-1956) (Barcelona, 2003); Mónica López Soler (historiadora) da una visión del Rif tamizada por la de Blanco Izaga, con la sencillez y el colorido que ha aportado en la reciente publicación de Los colores de la memoria. Ruta de arquitectura para viajeros emocionales (Málaga, 2013); Antonio Bravo Nieto (UNED-Melilla) estructura un catálogo aproximativo, pero muy completo, de la inaudita arquitectura rifeña de Blanco que ha ido espigando en estudios como Arquitectura y urbanismo español en el norte de Marruecos (Sevilla, 2000); María José Matos (investigadora) describe el universo que representa la arcilla y la elaboración de materiales cerámicos, como una metáfora del mundo femenino en el Rif, al hilo de lo que ya señaló y fotografió en el libro Cerámica rifeña. Barro femenino (Valencia, 2009); Sonia Gámez Gómez (UNED-Melilla), incide sobre la delicada percepción del

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interventor acerca de un cosmos femenino que le sirve de revulsivo etnográfico, artístico y humano, presentándolo con la sutileza con la que ha realizado el documental Ziara. Más allá del umbral (Melilla, 2013); Enrique Gozálbez Cravioto (Universidad de Castilla-

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La Mancha), traza el papel de las estelas funerarias en la obra de Blanco, indicando

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que su objetivo principal es la recuperación de estos elementos, imprescindibles para el

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conocimiento de lo que se considera el «viejo paganismo berberisco», valiéndose de sus

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numerosos trabajos y publicaciones como «Losas sepulcrales del Norte de Marruecos» (Melilla, 2012); y, finalmente, José Luís Gómez Barceló (Archivo General de Ceuta) traza un inédito triángulo de mutuas resonancias pictóricas entre tres artistas que sintieron profundamente Marruecos, Mariano Bertuchi Nieto, Joaquina Albarracín y el propio Emilio Blanco Izaga, reflejando la experiencia de trabajos sobre la pintura y la fotografía del Protectorado, con trabajos como «Bertuchi y Tetuán» (Tetuán, 1996) y Tiempo de guerra, imágenes de paz. Iconografía militar de Bartolomé Ros (Madrid, 2005). Por mi parte, he vuelto a desovillar el hilo del imaginario izaguiano como ya había hecho en otras ocasiones, sobre todo en El Rif de Emilio Blanco Izaga. Trayectoria militar, arquitectónica y etnográfica en el Protectorado de España en Marruecos (Melilla-Barcelona, 2009), pero en esta ocasión intentando aumentar un tono más el diapasón emocional que pone al descubierto el corazón de un hombre cuyo metrónomo latió de forma

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acompasada junto con el pueblo al que le tocó someter. En mi trabajo, como en el resto de artículos, se presenta un corpus fotográfico procedente en su mayor parte de las colecciones fotográficas del Archivo General de Melilla. Este repositorio, de difícil autoría y datación, representa un discurso alternativo al textual, que visualiza el Rif y los rifeños que conoció Emilio Blanco Izaga, y provoca el retorno del lector a los escenarios en los que fueron gestados los trabajos del interventor; por ello, las fotografías no solo acompañan a los textos, sino que adquieren una dimensión paralela que a veces corrobora y otras contradice el sustrato textual. Junto a la introducción a la figura y la obra de Emilio Blanco Izaga, me ha parecido oportuno presentar también dos capítulos inéditos: el primero es una cronobiografía que escalona algunos de los principales hechos y realizaciones que pespuntearon el contexto de sus días y sus trabajos desde finales del siglo XIX hasta los años sesenta del siglo XX; el segundo es una selección de algunas instantáneas realizadas en los últimos veinte años en Marruecos, en una reactualización fotográfica de algunos de las geografías que hicieron soñar a Blanco hace ocho décadas. Todo este aparato documental y grafico estaría incompleto sino se señalara la importancia que tiene en la obra de Blanco, la impronta artística y etnográfica de los «Cuadernos de Arte Berberisco», concebidos por su autor como una suma de conocimientos y sensibilidades, que, pese a sus esfuerzos, no pudo llegar a culminar. De ahí, el especial tratamiento que se le otorga en este libro. Por último, quiero expresar mi mayor agradecimiento a la familia de Emilio Blanco Izaga y muy especialmente a su hijo, mi amigo Agustín Blanco Moro, que ha hecho todo lo posible para que se conociera mejor la obra de su padre y que ha tenido la generosidad de donar en el año 2013 su archivo a la ciudad de Melilla. De igual modo, es preciso reconocer también el decidido apoyo prestado por las instituciones de Melilla (Consejería de Cultura y Festejos; Centro UNED; Instituto de las Culturas) y Ceuta (Consejería de Educación, Cultura y Mujer. Archivo General), en la edición de este libro y, cómo no, el generoso trabajo de mis compañeros de los archivos de Melilla y Ceuta y el magnífico diseño llevado a cabo por Betlem Planells Compte.

Vicente Moga Romero Melilla, 4 de abril de 2014

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Los generales Silvestre y Monteverde, junto con el coronel Gabriel de Morales, y otros militares espa単oles, conferencian con notables rife単os, antes de la campa単a de 1921.


Grupo de oficiales en Tetuán, diciembre 1948. Fot. F. García Cortés.

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LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS DE EMILIO BLANCO IZAGA en

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Fot. Lázaro.

El «alma de artista» que el comandante Edmundo Seco atribuye a Emilio Blanco Izaga (Orduña, 1892 – Madrid, 1949), representa un diagnóstico tan certero como representativo de la obra rifeña de este militar. Por eso es apasionante continuar hilvanando nuevos itinerarios en la trayectoria de este administrador tribal del Protectorado capaz de generar una obra arquitectónica, etnográfica y artística que engloba algunas de las aportaciones más originales de la impronta colonial de España en Marruecos en la primera mitad del siglo XX. En este contexto se muestran en esta obra algunos apuntes de sus vivencias rifeñas, desarrolladas entre 1927 y 1945, y, en especial, sus aportaciones plasmadas en los «Cuadernos de Arte Berberisco», textos e imágenes del proyecto inconcluso abordado durante su estancia en el Protectorado.

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Escenas de los años veinte en el Rif: Fuente de Imorabtin. Reclutamiento de «indígenas». Madarsa (escuela coránica). Harka amiga. Los «Ritos capilares» son tratados por Emilio Blanco Izaga, en sus apuntes sobre «Los kanon rifeños de Bokoia». En estos reseña que los cabellos cortados a los niños son cuidadosamente recogidos y guardados en un agujero de la pared y que, en el caso de los hombres, estos hacen un paquete y lo esconden en las chumberas. Respecto de los muchachos que se cortaban la coleta o fantasía, la guardaban y eran enterrados con ellos. También se utilizaban los cabellos en exvotos colgados de los árboles, así como para la realización de sortilegios.


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ial El Rif fue el paisaje en el que Emilio Blanco ejerció su tarea interventora, el territorio diana que, como un espejo, retrató el refulgente reflejo de su imaginario e impulsó sus días y sus trabajos más allá del ámbito militar. En un sentido histórico, la percepción de este territorio «ignoto», en expresión de Moulièras, ha sido dispar. Así, aunque el empleo del término Rif se detecta, como señala Ahmed Tahiri, ya en el siglo X, referido «al lugar donde predomina la vida urbana y abunda el agua», parece ser que la constatación de una confederación rifeña diferenciada surge en el siglo XV, atribuida a un grupo de tribus situadas sobre la parte oriental de la vertiente mediterránea, entre el río Mestassa y la península de Tres Forcas. Posteriormente el término Rif se ha atribuido, en un sentido más amplio, a toda la fachada montañosa del norte de Marruecos, por oposición al yebel atlántico. La extensión del Rif a la totalidad de las regiones montañosas del norte de Marruecos es, para muchos autores, caso de Gérard Maurer, reciente, ya que surge desde la época de Abdelkrim. En el periodo inmediatamente anterior a la instauración del Protectorado, aparece una geografía de transición en la que prima la figura del viajero o expedicionario, que basa sus descripciones en la experiencia real de sus itinerarios. Así ocurre con Gabriel Delbrel, quien justifica su obra como un esfuerzo para desarrollar «el conocimiento del Rif, vasta y casi desconocida provincia de Marruecos septentrional... », que dice haber recorrido casi en su integridad en los años 1891, 1907 y 1908. Este autor, aunque admite también la inexistencia de datos censuales, avanza que en 1911 la población rifeña puede estimarse, «como mínimum, en 540.600 almas [...] constituida por el elemento de 30 kábilas divididas en sedentarias, nómadas y seminómadas...». En apoyo de estos datos, el explorador francés detalla en un «Cuadro sinóptico de las

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Kábilas del Rif» el nombre, la «raza», la situación geográfica, la población, y las fuerzas, con lo que arroja un total aproximativo «de la población y fuerzas rifeñas: 540.600 almas, 75.550 fusiles y 1.565 caballos». Por lo que respecta al significado de la palabra Rif, Delbrel discute a los autores que la traducen por «país montañoso» o «país cultivado», para decidirse por el de «límite extremo»: […] los límites de los mahal, o campamentos militares marroquíes, son llamados rif, y así podría suceder [con] la provincia rifeña, la cual, en los siglos pasados y en la época de las luchas que siguieron a la expulsión de los moros de España, el litoral Norte marroquí era la línea directa de contacto del musulmán con el cristiano invasor, de donde el calificativo de rif -límite- pudo dársele, perpetuándose hasta nuestros días. En cuanto a la percepción durante el Protectorado, antes de la llegada al Rif de Emilio Blanco en 1927, esta región, como ha estudiado Manuela Marín, había sido objeto de una tipología descriptiva interesada sobremanera en preparar a la opinión pública para la expansión marroquí. En las

En el tafkunt, horno tradicional para la

tres décadas sucesivas de presencia española en el Imperio Cherifiano, la literatura

elaboración de pan, ca. 1920.

colonial codificó una imagen aceptada del territorio que, en gran medida, todavía hoy permanece vigente. En el caso concreto de los interventores militares la conceptuación espacial del chateau d’eau del Rif, que cubre Le Maroc méditerranéen, estuvo condicionada por las versiones geográficas y de todo tipo que circularon desde el periodo precolonial. Éstas, ya impregnadas del espíritu africanista, se canalizaron poco antes de la instauración

La función interventora permite elaborar

del Protectorado y, en muchos casos, aparecieron oficializadas. De ahí que una de

ideas propias sobre la sociedad, desdeñando los

las cuestiones básicas en relación con el rol jugado por los administradores tribales

estereotipos proclamados por una propaganda

en el Rif se concierte en torno a cuáles fueron las pautas de ocupación del territorio,

superficial europea o racial, cuando no egoísta,

la planificación, reestructuración y control del espacio físico, tan unido al de las

interesada.... E. Blanco Izaga.

mentalidades.

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El zoco rifeño actúa tanto como centro de intercambio de mercancías como de noticias; es un espacio abierto, que la tradición considera «un lugar sagrado y un día bendito en el que se establece una tregua de paz», ca. 1930.

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En lo que atañe al desentrañamiento poscolonial del concepto espacial del Rif, parece existir actualmente un cierto consenso en apelar, sensu stricto, a su incardinación en el contexto geográfico y cultural del arco mediterráneo, calificándolo incluso de pequeño Atlas. Esto lo detalla McNeill, cuando al comparar la montaña rifeña con la Alpujarra española y el Pindus griego, la señala como la más agreste No obstante, entre los científicos sociales no siempre existe unanimidad. El historiador Germain Ayache distingue por un lado el Rif extenso, el de los geógrafos, que ocupa toda la cornisa mediterránea de Marruecos, entre el río Muluya y el estrecho de Gibraltar; y, de otra parte, el mucho más reducido le Rif des Rifains, extendido únicamente por la mitad de esta fachada. De la misma opinión es el antropólogo David M. Hart, quien sostiene que, a menudo, se confunde el Rif geográfico con el político, cuando en realidad se trata de una misma montaña y dos sociedades diferentes, las de Yebala y Rif propiamente considerado. En este aspecto, cabe considerar al paisaje rifeño subsumido en un amplio arco mediterráneo que se extiende desde las estribaciones orientales del Atlas marroquí hasta las del oeste argelino, con el Tell y la berberófona Kabilia.

Hijos de las jaimas. La sagrada hospitalidad rifeña en torno a un vaso de té, ca. 1930.

Los rifeños acogen voluntariamente a los extranjeros y sobre todo a los renegados españoles huídos de los presidios. La f´órmula musulmana la ilaha illa Allah; Mouh’ammed rasoul Allah (no hay más Dios que Allah; Moh’ammed es su profeta), es un salvoconducto mágico para todo europeo cuyo destino le lleve a caer en manos de estos farrucos montañeses. A Mouliéras, Le Marroc inconnu, 1895.


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192 8 Dos años después de producida la pacificación, se retoman los trabajos cartográficos con el levantamiento de nuevos mapas militares, y se materializa la primera visión oficial de la geografía rifeña en el Manual para el servicio del Oficial de intervención en Marruecos, editado en 1928 por la Inspección General de Intervención y Fuerzas Jalifianas Este texto dedica el capítulo primero de su segunda parte a la geografía y la historia, incluidas entre los «conocimientos que debe tener y ampliar el Interventor». En el apartado geográfico uno de los presupuestos iniciales es la asimilación del paisaje septentrional marroquí al meridional español: «Marruecos se asemeja a la provincia de Andalucía y puede considerarse como un pedazo de España […] España y Marruecos son como las dos mitades de una unidad geográfica…». Enseguida, el Manual enuncia las tres zonas en las que se dividió Marruecos en el convenio de 1912 (francesa, española, e internacional de Tánger), sus límites fronterizos, y las extensiones respectivas (572.000 km2, 28.000 km2, y 600 km2). A continuación desgrana las connotaciones geográficas de la zona de influencia española, mediatizada en sus orografía, hidrografía y climatología por la cordillera rifeña, a la que describe como el «pequeño Atlas de Ptolomeo […] un enorme espinazo que, con más o menos sinuosidades, marcha desde Cabo de Agua hasta Sierra Bullones, en Ceuta, adentrándose en el mar en soberbio peñasco de Beliunes, que formaba la segunda columna de Hércules de la mitología griega». No deja de señalar el Manual la impronta administrativa en la configuración territorial al justificar que se ha compartimentado espacialmente «en atención a las condiciones políticas de los habitantes y a las agrupaciones comunes, creadas por la costumbre o por la unidad etnográfica en seis provincias…» y 66 cabilas:

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- Kelaia, con 8 kabilas: Beni Bugafar, Beni Buifrur, Beni Buyahi, Beni Sicar, Beni Sidel, Mazuza, Quebdana y Ulad Setut. - Rif, con 14: Beni Ammart, Beni Bufrah, Beni Guemil, Beni Iteft, Beni Said, Beni Tuzin, Beni Ulichek, Beni Urriaguel, Bocoia, Guesnaya, Metalsa, Tafersit, Targuist y Tensaman. - Senhaya, con 10: Beni Ahmed, Beni Bechir, Beni Buchibet, Beni Buensar, Beni Jannus, Beni Meydui, Beni Seddat, Ketama, Tagsut y Zarkat. - Gomara, con 11: Beni Busera, Beni Ersin, Beni Guerir, Beni Jaled, Beni Manzor, Beni Selmán, Beni Seyyel, Beni Smih, Beni Ziat, Mestasa y Metiua el Behar. - El Utaien, con 5: Ahl Serif, Beni Gorfet, Garbía (incluida Bedaua), Jolot y Tilig, y Sahel. - Yebala, con 18: El Ajmás, Anyera, Beni Ahmed-es-Surrak, Beni Arós, Beni Hassan, Beni Hozmar, Beni Ider, Beni Issef, Beni Lait, Beni Mesauar, Beni Said, Beni Skar, Beni Zerual, Guezaua, El Hauz, Sumata, Uadras y Yebel Hebib. En lo que concierne a la caracterización antropológica de sus habitantes, el Manual señala que, pese a la mezcla que constata, los bereberes son la «raza autóctona», a la vez que destaca que la lengua, hábitos y costumbres de estos son diferentes de las de los árabes, por lo que concluye que «se nota que árabes y bereberes no se quieren; se injurian y discuten fuertemente, pretendiendo cada uno ser el más valiente, más noble y más inteligente», para terminar anotando la ausencia de «verdaderos árabes en Marruecos». En este apartado, el Manual también perfila las aristas religiosas cuando señala la uniformidad que presta a los musulmanes la religión islámica. En lo que respecta a las normas sociales y políticas, recurre como fuente al libro El mundo marroquí, de Paul Odinot, para anotar algunos perfiles de la «psicología racial», tan afín al mundo colonial. Entre ellos no faltan las descalificaciones del autor francés relativas al temperamento «indígena», y lo que considera su viga maestra colonial, la mentira por necesidad o hábito: «África es el país de la ficción: árabes y bereberes, han inventado la mentira […] Los marroquíes, en una palabra, son los maestros del arte de mentir». En compensación, también se enumeran algunas cualidades, como la hospitalidad y el trabajo, aunque

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Vivienda tradicional rifeña. Séquito de una boda rural con dromedario, ca. 1930.


matizando que la primera es muchas veces interesada y que son «trabajadores, cuando quieren». Este es el mismo sentimiento atribuido al rifeño que entra en contacto con el hecho social en las ciudades españolas del norte del Protectorado, como recoge González Burset, profesor mercantil y vicepresidente de la Sociedad Excursionista Melillense: En la ciudad de soberanía [Melilla] todos conocemos a ese indígena «internacional», con un barniz especial de civilización de campamento o de avanzada, de cantina, de puerto, de mercado, hecho de astucias, de «gramática parda» […] es un indígena que se arregló «a su medida» heterogéneas costumbres ajenas, sin dejar las propias, y que, por conveniencia o por convencimiento, se va aproximando algo a la mayoría representativa de una civilización más moderna.

Aduar del Rif. Carboneras en un zoco, ca. 1930.

¿Sabéis lo que representa Melilla en la acción de España en Marruecos? Subid a la Acrópolis […] el símbolo de la tenacidad de la raza y de sus inmensas energías. Hoy, esas energías se redoblan en el ambiente de la bendita paz, porque nuestra ciudad aspira a ser potente faro que irradie sobre el Rif la luz del progreso. Melilla es, señores, escuela de energía y prueba fehaciente de la transformación que en todos los órdenes de la actividad se está produciendo en las Plazas de Soberanía y Zona de Protectorado... Santiago S. Otero, En el corazón del Rif..., 1930.


El Manual para el servicio del Oficial de Intervención en Marruecos plantea así, a modo de pinceladas axiomáticas, el retrato del norte marroquí, que codifica y prepara para suministrar sistemáticamente los datos que a partir de entonces empiezan a generar las Intervenciones Militares. En este sentido, son inestimables las fuentes aportadas por el caudal de los vademécums, que se ocupan de la extensión territorial, la demografía y otros datos de interés para la administración tribal y colonial. La personalización de la percepción geográfica del Interventor la retoma en 1930, dos años después de la publicación del Manual, el comandante de Intervenciones Militares Jesús Jiménez Ortoneda, adjunto en ese año del teniente coronel jefe de las Intervenciones de Melilla, en su Estudio de la región del Rif. Ortoneda, que ya había participado en algunos trabajos literarios publicados en 1927 por la Sociedad Excursionista Melillense en País rifeño: notas de excursionismo, en su mejor trabajo, coetáneo de otros de cierto interés -como los Ramos Charco-Villaseñor y J. Guillermo Sánchez-, comienza abordando una de las cuestiones recurrentes del corpus colonial, cuando ofrece la información que conoce acerca de la realidad histórica y filológica que transmite la palabra-concepto Rif:

Oteadores rifeños, ca. 1930.

En Tamazigt la palabra Rif carece de significado. En árabe, el diccionario dice: Rif, país cultivado y fértil, situado sobre el borde de un mar o de un río caudaloso; borde o límite del mar o de un río. Se deriva del verbo cóncavo «raf» (apacentar en un país fértil; ir a un país fértil); el verbo hace el futuro en i y el plural del nombre es «ariaf» o «ruafa» [...] En los últimos años, la palabra Rif adquirió el concepto de rebelde; y así no debe extrañarnos que a partir de la campaña

La zona de protectorado español es de pura

de 1909, los que tomaban parte en agresiones y combates, fueran llamados rifeños por los

estirpe bereber, si se salvan las cuatro ciudades

indígenas que estaban a nuestro lado, calificativo que perdían al someterse. En general, hoy día

grandemente arabizadas y fajas del litoral

la palabra rifeño ha tomado un sentido despectivo: se le considera inculto y poco versado en

Atlántico y cuenca del Muluya. Ello es razón

materia religiosa.

poderosa para que sigamos los derroteros que marcan quienes tienen especiales estudios y

Jiménez Ortoneda ofrece un apunte estructural de las tribus que integran lo que considera las cabilas propiamente rifeñas, aquellas que forman parte de lo que llama,

dominación en Argelia. Cándido Lobera,

como Santiago Otero, «la médula o corazón del Rif»: Bokoia, Beni-Urriaguel, parte de

«La política bereber del Protectorado», 1926.

las de Beni-Iteft, Beni-Ammart y Guezennaia, Beni Tuzin, Temsamam y parte de las de Beni Ulichek y Beni Said. En resumen, teoriza que: «El Rif propiamente dicho, está formado por todas las kabilas situadas entre el río Kert, el Bufrah y el mar Mediterráneo y

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poseen la experiencia de un siglo de


la línea de montes que constituye la divisoria de aguas entre el Mediterráneo y el Atlántico, desde el nacimiento del Kert, en Azró Akchar, hasta el Iguermalet, en Beni-Ammar». En cuanto al aspecto lingüístico caracterizador del sustrato cultural de la región, Jiménez Ortoneda explica que el lenguaje familiar del territorio es el rifeño, variante del amazige o bereber, y que muy pocos hombres tienen conocimiento del árabe: «En el Rif se habla el “rifeño”, una de las modalidades del idioma tamazigt que es el habla de los berberiscos, perteneciendo al grupo de las lenguas hamíticas como la antigua egipcia, galla, somalí y otras llamadas también protosemíticas». Otro interventor militar, Andrés Sánchez Pérez, apreció una visible transformación en el Protectorado entre 1915 y 1930, un lapso en el que en un poco más de una docena de años, el Marruecos español experimentó un cambio fundamental en todos los aspectos: «Se acometió, con la ocupación militar, la organización del país. Los puertos, las carreteras y los puentes, en complicidad con los automóviles y con toda clase de máquinas, terminaron [… con] el viejo Marruecos». Vista parcial de Puerto Capaz a inicios de los

Esta transformación, tan poco realista, fue adjudicada por el autor de Cosas de Moros a

años cuarenta. Col. Juan Martínez Borrego.

la labor desarrollada por las Intervenciones Militares: «Es difícil lograr el injerto de la estandarizada civilización actual en el viejo árbol marroquí para que produzca frutos selectos; pero es esa una labor que sólo podrán hacerla quienes se hayan acercado con

En 1929 la población de Punta Pescadores fue bautizada Puerto Capaz en recuerdo del militar

respeto al viejo tronco para admirar su belleza rústica y para gustar con fruición el agridulce fruto primitivo».

que dominó Gomara en el verano de 1926. El

En estos planteamientos, las publicitadas transformaciones no podían ocultar la

dahir de 20 de junio, expedido por el Jalifa

persistencia del mal conocimiento de un territorio cuya extensión calculaba en 1930 el

Muley Hassan Ben-el-Mehedi Ben Ismail y

Vademécum de las Intervenciones Militares que era de 20.947,616 km2 para el conjunto

rubricado por el Alto Comisario, el Conde de

del Protectorado español, una superficie que suponía algo más del cinco por ciento de

Jordana, apelaba al «deseo de testimoniar la

los 398.627 km2 asignados a Francia. En cuanto a la región Oriental, que englobaba las

labor extraordinaria que el Coronel de Infante-

Intervenciones del Rif y Melilla, ocupaba 9.107 km2, con 278.677 habitantes.

ría D. Fernando Capaz Montes, jefe político del

Como ha señalado Cordero Torres, el solapamiento de la geografía de protectoría

sector Gomara-Xauen viene llevando a cabo en

con el entramado del sistema de Intervenciones en varios niveles concéntricos, no

nuestra zona feliz». Anuario-Guía Oficial de

impidió que a este respecto, todavía en 1943 se expresaran las dificultades de dar cifras

Marruecos y del África española…, 1927.

exactas:

25


La superficie del Magreb no ha sido precisada de modo inequívoco. El General Aranda, en 1928, calculaba una extensión próxima al millón de kilómetros cuadrados para los cinco reinos tradicionales (Fez, Mekinez, Marrakech, Tafilete y Tremecén), englobando un trozo del Sahara. Los franceses asignan a su zona (después de las «rectificaciones» de frontera operadas en el siglo XIX en favor de Argelia) 398.627 kilómetros cuadrados, a los cuales hay que añadir los 20.842,94 de la zona norte española (incluidos los 380 de la antigua de Tánger) y los 1.394 de Ifni y los presidios españoles, geográficamente marroquíes. En cambio, es muy dudosa -geográficamente- la inclusión de la llamada «Zona Sur» del Protectorado español (unos 23.000 kilómetros cuadrados).

Aparte de las ciudades, el Protectorado queda jalonado por poblados surgidos, en su mayoría, después de la pacificación. Son los casos de: Targuist y Tlata de Ketama, en una región dominada por el cultivo del kif, que comercializa la Tabacalera de Tetuán, y que se impone como monocultivo a pesar de los esfuerzos de los interventores por intensificar otros, como el maíz y la patata; y los poblados de

Calle principal de Nador

colonización, como Tafersit, Azib de Midar, etc.

en sus orígenes, a inicios del siglo XX.

No obstante, la pujanza de los centros poblacionales rurales y urbanos fue dispar hasta el tramo final del Protectorado, de forma que lo que privó en la mayoría de ellos no fueron las realizaciones, sino las expectativas. Bab Tazza resulta un ejemplo de esto. La población que –según Touceda Fontenla- en 1927 fue testigo de cómo «la espada toledana del general Sanjurjo se cimbreó para rubricar la orden que ponía fin a la acción militar de España, [cuando] nadie podía presumir la felicidad de los tiempos venideros», en 1950, cuando contaba con 16.000 habitantes y tenía de interventor a Francisco Mena Díaz, vio cómo se había solicitado el cambio de nombre por el de Villa Varela, para homenajear al Alto Comisario, el teniente general Enrique Varela Iglesias, el bilaureado «amigo de los marroquíes, que ha dado lo mejor de su vida, a la pacificación y prosperidad de Marruecos». En 1950, la Corporación de Tetuán había dado el nombre de Avenida del General Varela a la construida en ese año que enlazaba la ciudad con «su nueva y ya populosa Barriada de Málaga», como reseña la revista Marruecos. En estas fechas, el Delegado de Asuntos Indígenas era el general Larrea, y el Delegado de Educación y Cultura, Tomás García Figueras.

26

Vista de la rada de Ceuta, con su puerto en construcción, África, 1927.


Otras poblaciones, como Puerto Capaz, actual El Jebha, la primera en la que Emilio Blanco actuó de interventor, apenas había sufrido transformaciones, pues aunque se habían levantado algunas edificaciones y mejorado las comunicaciones de acceso su ubicación la aislaba, determinando una producción ligada a las actividades tradicionales de subsistencia, en especial –como señala Ahmed Chaara- las relativas a las faenas pesqueras con los tradicionales barcos sardineros, denominados chebbak. En la década de los cincuenta ya se llegaba a Puerto Capaz por un ramal de la carretera Tetuán-Melilla, al que se accedía en Bab-Tisichen; desde aquí había que recorrer una pista de sesenta kilómetros que desciende desde los 1.600 metros hasta el nivel del mar y permite otear la población plantada a la orilla del mar, resguardada del levante por el promontorio de Sidi Yahia el Uardani. En 1950, año en que el Interventor Comarcal de Puerto Capaz era José María Martínez Piñeiro, comandante de Infantería, y su adjunto, el teniente de Ingenieros Luís Crespo Gavilán, la revista Marruecos, en el artículo «La prosperidad de Extracto de un mapa que muestra la conexión

Puerto Capaz está en el mar», lo describe así:

con Puerto Capaz, mediante un ramal de la carretera Ceuta-Tetuán-Melilla. Román Martínez

Al aparecérsenos ante la vista Puerto Capaz se nos ofrecen en su totalidad resplandecientes

de Velasco, «La carretera de Bab Berret a Puerto

de blancura las terrazas de las casas alineadas en una bien trazada urbanización en la que en

Capaz y su utilidad económica», 1946.

perfecta armonía alternan las amplias plazas con los grupos de edificaciones encajadas en calles rectas y espaciosas. Algunos edificios se destacan sobre los demás: el de la Intervención Comarcal, la Mezquita, la Escuela Musulmana.

Para articular el territorio e implantar una

El desarrollo de otras poblaciones había seguido paralelo a la impronta económica

malla urbanística en el Protectorado era vital

desarrollada en aspectos puntuales del Protectorado, como las de las explotaciones

comunicarlo de punta a punta. Por ello, desde

agrícolas de los llanos del Garet, surgidas a impulsos de la Compañia Española de

finales de los años veinte, la carretera del norte,

Colonización Agrícola, casos de Zeluán y Monte Arruit; y de los núcleos levantados en

siguiendo el eje Ceuta-Tetuán-Melilla, se diseña

los cotos mineros de Guelaya y Rif, como San Juan de las Minas, Uixan, Setolazar, Afra y

como una espina dorsal de casi 500 kilómetros

Segangan. Todos ellos responden a una caracterización privativa, al ser, por definición,

que hilvana estratégica, política, administrativa

poblados europeos y estar en muchos casos bajo la jurisdicción de empresas mineras

y económicamente zonas hasta entonces

como la Compañia Española de Minas del Rif.

estructuralmente fragmentadas.

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Escenas del Rif en el primer tercio del siglo XX: «Rifeño», óleo de José Francés, La Esfera, 1915. Componentes de una harka rifeña. El capitán Redondo en Beni Bu Ifrur, 1912. Los chiujs Chehca y Salah, autoridades tribales rifeñas.


El coronel Gabriel de Morales en Beni Bu Ifrur. Asistentes a una fiesta en el morabo de Jenada (Beni Bufrah). N贸madas delante de una jaima en la regi贸n de Garet. Morabo de Sidi Al铆 el Hassani, en Zelu谩n.


Escuelas de la Policía Indígena, años veinte. Carnicería en Cabo de Agua. El té de la hospitalidad en una casa rifeña.

La política escolar ha de orientarse de modo que siendo la más favorable al indígena beneficie también más al país protector. Cándido Lobera, «Política rifeña del Protectorado», 1926.


de ar

c rue os, 1935

La i m ag en

l Rif en la Geogra fía

M

co

de ial n lo

En 1935 la Comisión Histórica de las Campañas de Marruecos edita el primer volumen de la Geografía de Marruecos. Se trata de una publicación oficial que pretende dotar de contenido científico a la acción colonial de España. En ella se describe la zona ocupada por España como consecuencia de la implantación del Protectorado hispanofrancés en Marruecos. Una vez más el punto de partida es la correspondencia territorial, en su mayor parte, con la fachada mediterránea marroquí y la presencia de su más destacado elemento geográfico, la cordillera rifeña: «La característica general de la zona es la montaña, que la cubre en más de las tres cuartas partes de su superficie». Así, la escasa fachada atlántica (Garb y Utauien), punteada por los asentamientos urbanos de Larache (separada de la región del Garb, por el valle del río Lucus), Arcila, y Tánger (no incluida en el Protectorado), dan enseguida paso, en Ceuta-Tetuán, a la región de Yebala, y al arranque occidental de la costa rifeña. Esta se encuentra comprimida por el sistema orográfico que la define, en un arco que se extiende hacia el este hasta la desembocadura del río Muluya, línea hidrográfica que hace de frontera natural con Argelia, en las cercanías de Melilla. Por el sur, el cierre de la cordillera se corresponde con las depresiones de los ríos Muluya (a Oriente) y Sebú (a Occidente), pasillos naturales hacia las estribaciones del Atlas Medio y sus mesetas precedentes. «Vista desde el Mediterráneo, la cadena rifeña tiene el aspecto de un murallón punto menos que infranqueable...». Esta es la marca que sustenta el dibujo de la geografía, conocida de forma específica como Rif, aunque este concepto contiene una regionalización que incluye: Yebala y Gomara (al Oeste), y el Rif (al centro y Este), con

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dos vertientes: occidental -el Rif propiamente considerado, con Targuist como línea divisoria- y oriental, con la frontera del río Kert, y la comarca de Guelaia en la región de Melilla. A este respecto, en la Geografía de Marruecos puede leerse: El Rif, propiamente dicho, con Yebala, constituyen la región marcadamente montañosa que cubre la mayoría de la zona de nuestro Protectorado [...] El relieve típico rifeño ofrece, sin embargo, algunas mesetas altas, tales como la de Targuist a 1.204 metros y la del llano Amarino, que se eleva a 1.490 [...] El relieve de la zona, sumamente compartimentado por montañas y sierras, justifica, singularmente en su parte central, la tradición rebelde del Rif, así como ha provocado su parcelación en pequeñas cabilas, lo que ha impedido en nuestra ocupación utilizar el régimen de los Grandes Caídes. En nuestra zona existen nada menos que 71 cabilas. Por tanto, la extensión media de cada una es de unos 300 kilómetros cuadrados solamente. Algunas de aquéllas, tales como la de Tagsut y Targuist, tienen nada más que 46 y 37 kilómetros cuadrados, respectivamente.

Los datos que la Geografía de Marruecos recoge para 1931 –obtenidos a su vez de los aportes estadísticos de la última edición del «Vademécum» de las Intervenciones

Rifeño en una fuente

correspondientes a ese año-, indican que los 20.312,94 km2 de extensión que asigna

construida por los españoles en los años veinte.

al Protectorado, cuentan con una población de 581.282 habitantes, lo que promedia una densidad de 28,61 habitantes por km2. A estas cifras hay que sumar los 135.980 habitantes de los ochos términos municipales y los once poblados con junta vecinal de la zona que, por disfrutar del régimen municipal, estaban fuera del control del Servicio de Intervenciones. Igualmente, para obtener un retrato lo más completo posible, cabe añadir los 116.742 habitantes de los 32,05 km2 de extensión de las plazas de soberanía de

Fuentes, aguadas, abrevaderos para los anima-

Ceuta y Melilla. Todo ello arroja para el Marruecos español: 20.346 km de superficie,

les, aperturas de pozos, etc., fueron algunas de

834.004 habitantes, y una densidad de 41 habitantes por km2. Para 1933, la Geografía

las realizaciones más tempranas y frecuentes

de Marruecos anota los 720.273 habitantes que incluye la población urbana y rural del

realizadas por los militares españoles desde los

Protectorado, clasificada en: 673.876 musulmanes, 32.804 españoles, 12.988 israelitas, y

primeros años del Protectorado. El acceso al

605 extranjeros.

agua como elemento funcional, pero también

2

Para el cálculo de la extensión del Protectorado se utilizó en un primer momento la cartografía publicada en 1926 por Angelo Ghirelli, que sirvió para delimitar la zona fronteriza entre España y Francia, conforme al artículo 2º del Convenio hispano-francés, firmado en Madrid, el 27 de noviembre de 1912. Posteriormente se realizaron diversos

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simbólico, dotaba de una visibilidad pragmática a la presencia española en el Rif.


retoques con los datos aportados por las Intervenciones militares que actuaban sobre el terreno. Así, en 1935 se consideraba en 20.313 km2 la extensión del Protectorado español y 542.000 la del francés. La misma confusión existente en torno a la superficie del Protectorado, se traslada a su población, de la que siempre persistía su caracterización mayoritariamente bereber. Las Intervenciones militares estimaban un cómputo de 725.160 habitantes (589.179 de ellos asentados fuera de las ciudades), con una densidad de 25 habitantes por km2, cifras que estaban muy por debajo de los casi cinco millones de la zona francesa y sus 9 habitantes por km2. Según anota la Geografía de Marruecos: «La población urbana de Marruecos se evalúa en unos 640.000 indígenas, de los cuales corresponden a la zona española 95.046 (82.840 musulmanes y 12.206 hebreos) y a la francesa 545.000 (462.000 musulmanes y 83.000 hebreos). La proporción entre ambas zonas es de 1/6». Para 1934, con datos recabados del Boletín de la Sociedad Geográfica Nacional, de junio de ese año, la Geografía de Marruecos censa 592.782 habitantes repartidos en cuatro regiones: atlántica (62.044 habitantes; 37,25 habitantes por km2), Yebala-Gomara Amennai, jinete rifeño.

(225.604; 23,97), Rif Occidental (142.665; 32,12), y Rif Oriental (162.469; 33,85). A estos datos hay que sumar los 127.491 habitantes de los poblados y ciudades –Tetuán, Xauen, Arcila, Larache, Alcazarquivir, Villa Alhucemas, Nador, Zaio, Torres de Alcalá y Puerto Capaz-, así como los de Ceuta y Melilla, «cuyos incrementos hacen subir la población del

Existe una relación estrechísima entre el agua, los árboles y los morabos. Estos son reminis-

Norte de Marruecos español a más de 837.000 habitantes, lo que significa una densidad de 41,14 habitantes por kilómetro cuadrado».

cencias del culto pagano en los que los yenun

La constancia de unas cifras tan exiguas, en comparación con las francesas,

(demonios) estaban representados, o mejor dicho,

configuraba la idea de ejercer el Protectorado sobre la parte menos «útil» de Marruecos,

ejercían su influencia mediante el agua y los

una noción implementada con la certeza de administrar una zona adjetivada como no

árboles. Al implantarse el islamismo se sustituyó

sometida al Gobierno central marroquí. En esta suerte de geografía político-ideológica,

la influencia de los yenun por la de los morabos,

se impuso una doble consideración, la debilidad de Marruecos como Estado organizado,

cambiándose al efectuarse la mutación, en

además de su concepto «como nación muy reciente» y la responsabilidad del Rif en esta

representación bienhechora la acción de árbol y

anacrónica situación. Así lo resume la Geografía de Marruecos, trasladando a la oficialidad

el agua. Ignacio Iribarren Cuartero, «Morabos

colonial la presunta doble juriscicción imperante en Marruecos hasta la irrupción

de la kabila de Beni Said », 1929.

española:

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El país ha vivido en parte sometido de un modo constante al poder y voluntad de los sultanes, única ley que le regía, y en parte también, por el contrario, totalmente independizado de su jurisdicción. Así ha surgido la división original del Imperio, basada en esa realidad histórica de Blad el Majzen, o sea el país del gobierno, sometido a aquella autoridad absoluta, y Blad es Siba o territorios a donde el poder imperial no llegaba nunca o solo lo hacía temporalmente por medio de expediciones de castigo enviadas por el Sultán.

En sus trazos más etnográficos, la Geografía

de Marruecos alude a

la población del Protectorado señalado un sustrato tan común como la geografía, de los «bereberes o berberiscos», cuyos caracteres y cualidades, los «asemejan mucho a los campesinos nuestros». En esta aseveración se introduce, como en las más granadas obras precoloniales, las referencias clásicas y medievales de Ptolomeo, Heródoto, Ibn Jaldún –considerado el «que más ha profundizado en el origen de los bereberes...»-, hasta llegar a Tissot, sin dejar de aludir a los ancestros bíblicos. Todo ello, con el único objetivo de plantear una vez más la dicotomía árabe-bereber, y el reconocimiento de que es en Marruecos, de todo el norte de África, «donde la raza

Unos pescadores en la playa de Sidi Lahcen

berebere ha quedado más pura. Sobre todo, en las zonas montañosas del Rif y Yebala

(Bugafar) recogen el copo junto a sus cárabos.

la masa de la población está constituida por berberiscos, no habiéndose hecho sentir la influencia del árabe más que en su periferia, conservando los aborígenes sus costumbres e idiomas». En este tramo, la Geografía dedica sucesivos capítulos a las diferentes «razas» marroquíes: berberiscos, árabes y árabes berberiscos, moros procedentes de al-Andalus y moriscos expulsados de España, negros, descendientes de esclavos africanos, hebreos, llegados originariamente al norte de África desde Palestina y Alejandría en las épocas púnica y romana, a los que se incorporarían los llegados de España, y, finalmente, los «europeos de Marruecos», con predominio de la colonia española (33.000), y 600 extranjeros. En el Censo de 1933, la población hebrea del Protectorado español -excluidas las Plazas de Soberanía- se cifraba en 12.988 personas; se trata de una población mayoritariamente urbana, distribuida en: Tetuán (6.428), Larache (3.035), Alcazárquivir (2.422), Arcila (635), Nador (253), Torres de Alcalá (152), Zaio (88), Xauen (85), Villa Alhucemas (44), y Puerto Capaz (26). Como anota la Geografía, buena parte del comercio, la banca y la riqueza urbana de estas ciudades -y de «las poblaciones de soberanía»- estaban en manos de los judíos.

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En 1935, año en el que se edita el primer volumen de la Geografía de Marruecos, esta aporta los

siguientes

porcentajes

demográficos

para el

Protectorado

español: población «indígena» (93%), española (5%, aunque si se incluye el censo de «las ciudades de soberanía», este porcentaje sube al 20%, con 135.000) y hebrea (2%). En lo que atañe a la población europea en «Berbería» la mayor parte corresponde a Argelia, con 5.113.000 «indígenas» y 833.000 europeos; seguidos de Marruecos, con 4.411.000 y 95.000; Túnez, con 1.986.000 y 173.000; y para el Protectorado español, 673.876 y 33.409. La Geografía de Marruecos, incluye también un cuadro de ciudades y poblados y otros muy completos de superficie y población de Marruecos, que aportan datos económicos, de comunicaciones, y elementos comparativos de

las zonas

española y francesa. En el inicio de la guerra civil española, la visión geográfica más simplista respecto del Protectorado, como la que ofrece el Atlas geográfico y estadístico de España y Portugal. Nuestras posesiones en África, recoge para 1936 una población de 700.000 habitantes asentada en una extensión de 28.200 km2 comprendida «entre el río Muluya Tetuán. Puerta de Fez y cuartel de Regulares.

y el mar Mediterráneo, el océano Atlántico, el paralelo 35, el río Lucus, y una línea arbitraria hacia el E. que llega hasta el Muluya». En cuanto a la geografía económica, algunas publicaciones ofrecen en el horizonte de 1936 una visión halagüeña. Destacan la pujanza de Tetuán, con 50.000 habitantes. La capital del Protectorado, llamada en el mencionado Atlas «la ciudad de las fuentes y las mezquitas…», es equiparada a Melilla en población y situada por encima de Ceuta, que

La elección de Tetuán como la capital adminis-

contaba 37.000 habitantes. Además se resalta su inscripción en una zona que cuenta con

trativa y política del Protectorado recayó sobre

«regiones fértiles, valles risueños y pintorescos, minas de hierro y plomo. Productos

la ciudad-medina más importante de la cornisa

agrícolas; naranjas, higos, alpiste, hortalizas. Carreteras muy buenas».

mediterránea rifeña, centro tradicional de las

Tetuán se había convertido además en un centro cultural, donde el pintor Mariano

migraciones de este territorio, que representaba

Bertuchi dirigía la Escuela de Bellas Artes. Su ensanche urbanístico, proyectado por el

para los españoles la evocación del imagina-

arquitecto Carlos Óvilo Castelo (1883-1952), asentaba una ciudad moderna, por contraste

rio de la guerra de 1859-1860 («la guerra de

con la histórica medina fundada por Al-Mandari. Un grupo de nuevos arquitectos

África»), primera irrupción armada de España

introducen en la ciudad los estilos de moda, como José Larrucea, que aporta el art déco y

en Marruecos, y uno de los primeros referentes

el racionalismo, dos de los que más influyeron en la arquitectura de Emilio Blanco Izaga.

periodísticos y literarios que nutrieron

En la zona oriental, la dinámica urbana corresponde a Melilla, pero al ser plaza de

las obras de Pedro Antonio de Alarcón,

soberanía, el status oficial de capital administrativa de esta zona del Protectorado osciló

Benito Pérez Galdós, etc.

entre Villa Sanjurjo y Villa Nador.

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Plano del Protectorado, 1947.


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