Sembrando un sentido de pertenencia en los primeros años

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El sentido de pertenencia Martin Woodhead, Profesor de estudios sobre la primera infancia, Open University, y Liz Brooker, Profesora adjunta sobre la primera infancia en el Instituto de educación de la Universidad de Londres

La importancia para los bebés y los niños pequeños de sentir la pertenencia a sus entornos sociales tempranos es algo que se da fácilmente por sentado, pues parece evidente, natural e inevitable. No es sorprendente que la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño (nu, 1989) no incluya la “pertenencia” explícitamente como un derecho del niño, pero el concepto de pertenencia está, de muchas formas, en el corazón de los enfoques basados en los derechos para la primera infancia. Desde que nacen, los niños tienen derecho a un nombre, a una nacionalidad y a conocer, y (en la medida de lo posible) a ser cuidados por sus progenitores (Artículo 7). Los niños tienen derecho a recibir el nivel de vida y las atenciones adecuadas (Artículo 27), educación (Artículo 28) y juegos y oportunidades culturales (Artículo 31). El niño también tiene derecho a que se respeten sus puntos de vista y sentimientos (Artículo 12), a la no discriminación (Artículo 2), a poder practicar la religión, la cultura y el idioma (Artículo 30) y a la protección contra las relaciones coactivas y de explotación (Artículos 32 y 34). Estos derechos son especialmente importantes para los grupos de niños vulnerables o para los niños que crecen en situaciones difíciles. Entre las varias provisiones de la Convención sobre los Derechos del Niño, el derecho a la identidad (Artículo 8) es el que parece estar más cercanamente vinculado al sentido de pertenencia. La pertenencia es la dimensión relacional de la identidad personal, el “adhesivo” psicosocial fundamental que sitúa a todo individuo (bebés, niños y adultos) en una posición concreta del espacio, del tiempo y de la sociedad humana y, lo que es más importante, conecta a las personas entre sí. El sentido de pertenencia tiene que ver con las relaciones con las personas y los lugares, las creencias y las ideas, las formas de vestir, de caminar, de jugar, de aprender, de reír y de llorar. La pertenencia es un proceso bidireccional. Tiene que ver con el reconocimiento y la satisfacción de las necesidades y los derechos de los niños, con su protección y proporción, con su cuidado, respeto e inclusión. Y también con tener oportunidades para

expresar la capacidad y la creatividad personales, con sentirse capaz de contribuir, de amar y de cuidar a otros, de aceptar responsabilidades y cumplir tareas, de identificarse con actividades personales y de la comunidad y de compartir en celebraciones colectivas. También tiene que ver con sentirse parte de, así como separados de, el entorno social. Obviamente, estos son procesos dinámicos y multifacéticos. Las experiencias de pertenencia de los niños varían día a día y año tras año, a medida que conocen a nuevas personas y lugares nuevos, y que aprenden nuevas habilidades y prácticas culturales. Las experiencias de pertenencia son raramente singulares, especialmente en las sociedades modernas y complejas. Es posible que los niños, en varios grados, se sientan vinculados a sus padres en casa, a sus amigos del colegio, en la guardería o en otros entornos de la comunidad, y pueden tener acceso a varias formas de pertenencia, con distintas creencias culturales y prácticas. En otras palabras, la frase “poligamia de pertenencias” está más cercana a su realidad (Vandenbroeck, 2008). Con frecuencia, pertenecer se experimenta como algo positivo. Sin embargo, existe un lado oscuro, en situaciones donde la inversión emocional de un niño en su pertenencia con su padres (u otro cuidador) no es recíproca). Cuando las relaciones se convierten en posesivas o distorsionadas, los sentimientos de pertenencia pueden convertirse en manipuladores, trastornados o abusivos. El equilibrio entre la pertenencia y la separación también se puede distorsionar por las desigualdades de poder y acceso a los recursos dentro de las familias y las comunidades, especialmente en casos extremos de esclavitud infantil, donde los trabajadores “pertenecen” literalmente a sus amos. Finalmente, las necesidades fundamentales de pertenecer dentro de un grupo social o cultural concreto pueden conducir al rechazo de los otros, que los perciben como no pertenecientes. La dinámica de la inclusión y la exclusión se aprende temprano en la vida, desde ambos lados de la valla, dado que la identificación de los niños con sus familias, con su género y con su religión va de la mano

Bernard van Leer Foundation | Espacio para la Infancia | Noviembre 2008

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