BARRILETES Nº0 - Agosto de 2001

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EDITORIAL

No dejes que el hombre muera para saber que todo corre peligro, ni a que te cuenten los libros lo que está pasando ahí fuera" (J.M. Serrat).

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ecorremos por estos días caminos de desazón y baja autoestima: por obra y gracia de errores propios y engaños ajenos, casi llegamos al convencimiento de que no encontraremos jamás una salida. La sensación de derrota nos duele y paraliza. Tal vez un poco de esto anidó en nuestros corazones en días previos al momento en que decidimos sacudir la vida buscando el soplo que levante nuestro barrilete. Ya tenemos el primer número en la manos y no nos parece mentira. No podía ser de otra manera ya que decidimos desenterrar la llamita de la solidaridad que amenazaba extinguirse y, sumándola, invitar a toda nuestra ciudad a convertirla en hoguera. Te invitamos a sumar lo tuyo, si te la ofrecen, comprala; si te prendió la idea, agarrá el piolín y soplá. Entre todos formaremos el viento que la eleve. Te la va a ofrecer alguien que de aguantar la esperanza sabe, y sabe mucho, y que gracias a Barriletes tal vez hoy va a poder llenar la panza con comida y dignidad: el fruto de su trabajo. Del material de la revista, solo te decimos que tocará temas que nos duelen y temas que nos reconfortan, pero todo elaborado con responsabilidad editorial, sin golpes bajos, atropellando los problemas sin ocultar las causas. Esperamos que te conformen y te ayuden a pensar. Acordate: muchos esperan algo de vos, y si alguien te ofrece "Barriletes", ayudalo a volar.

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NOTA DE TAPA

Los chicos y el compromiso de todos

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Plantear un abordaje periodístico de la problemática de los chicos de la calle es una tarea que debe recorrer diversos caminos de la vida social. Y es también un desafío que nos obliga a escuchar distintas voces, tanto de los sectores directamente involucrados como de quienes pueden señalarse como responsables en las esferas representativas de una comunidad, e incluso de aquellos que tengan algo para decir al respecto, desde un compromiso profesional o personal. Desde Barriletes nos proponemos brindar en cada número los informes del recorrido que realicemos. De nuestro recorrido y nuestro compromiso de trabajo para los chicos. Y en el intento de ahondar sobre el tema, es bueno empezar despejando algunas dudas. En lo periodístico, no se trata de marcar rápida y linealmente algunas personas, instituciones o circunstancias en donde depositemos un cierto grado de culpabilidad por la grave situación de la “minoridad”, como se le llama fríamente a los chicos. De esa manera, tan sólo tranquilizaríamos en parte nuestras conciencias.

El recorrido que debe realizarse es, antes que nada, el del compromiso social crítico, reflexivo y activo. Tampoco se trata de desparramar información, estadísticas, posibles iniciativas o grandes discursos mediante lo cual canalizar un afán solidario que, de todos mo-

dos, es entendible, necesario y saludable. ¿Qué hacer entonces para trabajar en serio en este terreno donde los obligados protagonistas son chicos que viven o permanecen gran parte del día en las calles, ya sea por causas de abandono o cuestiones básicas de supervivencia? ¿Cómo ocu-

parnos – la sociedad – para minimizar el riesgo material y moral en el que se encuentran? El recorrido que debe realizarse es, antes que nada, el del compromiso social crítico, reflexivo y activo. Para ello, la profundidad en el análisis teórico, el debate y la ayuda concreta son los pilares a los que no debemos renunciar. Desde luego, ya está establecido un mapa en donde encontrarnos con los distintos aspectos de la problemática. Aún así, y sin dejar de guiarnos en él para conocer la realidad de Paraná, la provincia o el país, será algo más que un buen ejercicio periodístico el plantearnos redefiniciones, reposicionamientos y nuevas preguntas en ese mapa que involucra al Gobierno y sus dependencias, las instituciones intermedias, las entidades solidarias, la Policía, la Iglesia, las comisiones barriales, los grupos culturales, entre otros. En esta primera entrega de Barriletes

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Si la observación se remite sólo a América Latina, los registros señalan que el 60 por ciento de los 190 millones de niños que habitan el continente (alrededor de 114 millones de menores de 18 años) viven en la pobreza. Y cerca de 20 millones de chicos con menos de 15 años se ven obligados a trabajar para cubrir sus necesidades básicas queríamos dejar explicitada la forma de nuestro compromiso para empezar a introducirnos en el complejo problema de los chicos de la calle. La promesa – que extendemos a los lectores – es permanecer atentos al tema en cada espacio que ocupemos como ciudadanos, intentando no caer en prejuicios, lugares comunes y frases hechas, que son claros retrocesos en el camino del mejoramiento social.

ALGUNOS DATOS

Introducirnos en el tema implica conocer su contexto general y manejar algunos datos para ilustrar mejor el panorama de la niñez. Antes que nada hay que decir que – según UNICEF – en el mundo hay más de 200 millones de niños que padecen desnutrición y unos 16 millones que anualmente mueren a causa del hambre. Se observa en forma rápida la dimensión que adquiere la problemática de los chicos de la calle, puesto que es la situación principal de la que derivan no sólo la desnutrición, sino también el analfabetismo, la delincuencia juvenil, la proliferación de dro-

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gas peligrosas en ambientes marginales y la deserción escolar, entre otros. Si la observación se remite sólo a América Latina, los registros señalan que el 60 por ciento de los 190 millones de niños que habitan el continente (alrededor de 114 millones de menores de 18 años) viven en la pobreza. Y cerca de 20 millones de chicos con menos de 15 años se ven obligados a trabajar para cubrir sus necesidades básicas, con lo cual la problemática presenta otro aspecto a considerar: no ya el hecho de que los chicos tengan que trabajar, sino las pésimas condiciones laborales a las que son sometidos, lo cual se constituye un atentado cotidiano contra la dignidad humana. No sólo por la exposición de estos datos sabemos del permanente riesgo moral y físico, y de las carencias materiales, en las que un chico de la calle atraviesa la etapa de su desarrollo emocional, social e intelectual. Lo percibimos a diario con tan sólo recorrer un poco la ciudad o bien cuando las consecuencias del problema golpean a la puerta de nuestras casas. Pero más allá de los niveles de conciencia de distintos sectores de la sociedad, el asunto es que en definitiva los afectados


NOTA DE TAPA

constituimos una mayoría que no se muestra capaz de construir una existencia digna y plena como comunidad, ni logra implementar alternativas profundas para que la mayoría de los niños pueda alimentarse y formarse debidamente, de cara a su propio desarrollo individual y a su inserción en el mundo adulto.

LOS QUE AYUDAN

En nuestro país, la falta de políticas de minoridad eficaces – y si apuntamos con mayor amplitud, de políticas educativas y culturales – muchas veces generan desaliento. Sin embargo, por detrás de o pese a la mezquina gestión del Estado en lo que son funciones indelegables, hay grupos e instituciones que intentan ayudar a quienes sufren condiciones de marginalidad, falta de oportunidades o exclusión directa del sistema productivo.

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Según cálculos oficiales, en Argentina hay alrededor de 20.000 organizaciones solidarias, las cuales involucran a millones de personas dedicadas a ayudar a los demás o entre sí. Después del Estado y el mercado, este tercer sector lo conformar las asociaciones, fundaciones y organizaciones cuyo objetivo primordial es la acción social. Sin desmerecer la importancia de este numeroso organigrama solidario, el asunto es que muchas veces la ayuda pierde fuerza por el desorden, la inconstancia o la falta de credibilidad en que se ven obligadas a existir esas instituciones. Padeciendo las dificultades y la burocratización que el

Desde 1989, en Paraná funciona la Casa Hogar de Chicos de la Calle (“La Casita”), que puede adjudicarse con orgullo el haberles evitado el destino de la delincuencia a muchos chicos que deambulaban por la ciudad.

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propio sistema impone, aún cuando se quiere realizar el trámite de ayudar a quien lo necesita, hay casos y ejemplos que sirven de aliento para seguir trabajando. Desde 1989, en Paraná funciona la Casa Hogar de Chicos de la Calle (“La Casita”), que puede adjudicarse con orgullo el haberles evitado el destino de la delincuencia a muchos chicos que deambulaban por la ciudad. A partir de este ejemplo concreto y alentador, y de muchos otros similares que tendrán su lugar en Barriletes, debemos empezar a interpretar el sentido y la forma del compromiso social. Asimismo, en Buenos Aires existe un equipo de voluntarios que colabora permanentemente con la Secretaría de Promoción Social del Gobierno porteño, respetando siempre la preponderancia del trabajo anónimo y grupal. Ellos constituyen otro claro ejemplo de compromiso. Optaron por trabajar en la calle para lograr un contacto verdadero con los chicos y los mayores a los que ayudan. Y pareciera ser que ellos, los que deciden ocuparse de lo que le pasa al otro, los que a diario se topan con el dolor, la miseria o la muerte, son los únicos que sufren y se cuestionan su accionar. Mientras tanto, las falencias estatales siguen siendo materia prima del periodismo y a los devas-

tadores caprichos del mercado nadie se les enfrenta. Así, la indiferencia de la que todos nos contagiamos en alguna medida, sobrevuela poderosamente nuestra sociedad.

LOS CHICOS ESPERAN

Durmiendo en las plazas, abriendo puertas de remises, cargando bolsas, vendiendo flores o estampitas, aprendiendo los gajes del ratero, drogándose o simplemente parados en una esquina matando el tiempo, los chicos de la calle esperan respuestas. Íntimamente, esperan dejar para siempre esa forzada identidad que construyeron huyendo de sus casas, de la prostitución, el alcoholismo, los golpes y maltratos, y las carencias económicas, afectivas y sociales. Los chicos esperan, entre tantas cosas, que la familia sea un vínculo factible de permitir su desarrollo y su libertad, que el Estado no abandone sus compromisos esenciales, que por la esquina no pase la policía con rostros amenazantes ... que al menos una vez al día puedan enfrentarse a un plato de comida.

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LITERARIAS

LOS LOS ASUNTOS ASUNTOS HUMANOS HUMANOS Desde la literatura de salón la que yo llamo “muñeca de cera”, es difícil casi inconcebible, “mencionar asuntos humanamente graves”. Este tipo de literatura no pasa de “mencionar asuntos individualmente graves”; mal de amores, la muerte de un ser querido, un suicidio... En cambio hay una literatura de calle, de oficina, de fábrica, la cual aunque también pasea por el amor, y por cada sujeto con su vida a cuestas, incursiona profundamente en las grandes temáticas de la humanidad. A veces lo hace hablando de un solo sujeto,

pero lo elige como paradigmático de una gran temática social. A la página literaria de Barriletes traigo entonces, la literatura vestida de calle. Hay tanta, gracias a Dios, que la traigo a cuenta gotas, esperando me alcancen los años de vida de la revista, y los míos, para representarla como se merece. A partir de este número cero, refrescaré a uno de aquellos poetas que le han escrito a los niños de algún modo carenciados ( asunto humanamente grave dejar que un niño carezca de lo que necesita). Habrá todo un set de números dedicados a aquellas poesías que se han musicalizado también ¡ Que pena no poder incorporar también la música al papel!

Hoy: “Canción para un niño en la calle” ( fragmento del poema “Hay un niño en la calle”, de Armando Tejada Gómes, musicalizado bellamente por Angel Ritro).

A esta hora, exactamente, hay un niño en la calle. Le digo amor, me digo, recuerdo que yo andaba con las primeras luces de mi sangre, vendiendo una oscura vergüenza, la historia, el tiempo, diario, porque es cuando recuerdo también las presidencias, urgentes abogados, conservadores, asco, cuando subo a la vida juntando la inocencia, mi niñez triturada por escasos centavos, por la cantidad mínima de pagar la estadía como un vagón de carga y saber que a esta hora mi madre está esperando, quiero decir, la madre del niño innumerable que sale y nos pregunta con su rostro de madre: qué han hecho de la vida, dónde pondré la sangre, qué haré con mi semilla si hay un niño en la calle.

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ESCRIBE: Elisa Sarrot

Es honra de los hombres proteger lo que crece, cuidar que no haya infancia dispersa por las calles, evitar que naufrague su corazón de barco, su increíble aventura de pan y chocolate, transitar sus países de bandidos y tesoros, poniéndole una estrella en el sitio del hambre, de otro modo es inútil ensayar en la tierra la alegría y el canto, de otro modo es absurdo porque de nada vale si hay un niño en la calle. Dónde andarán los niños que venían conmigo ganándose la vida por los cuatro costados, porque en este camino de lo hostil, ferozmente, cayó el Toto de frente con su poquita sangre, con sus ropas de fe, su dolor a pedazos. y ahora necesito saber cuáles sonríen; mi canción necesita saber si se han salvado, porque si no, es inútil mi juventud de música, y ha de dolerme mucho la primavera este año. Importan dos maneras de concebir el mundo. Una, salvarse solo, Arrojar ciegamente los demás de la balsa. Y la otra, un destino de salvarse con todos, comprometer la vida hasta el último náufrago, no dormir esta noche si hay un niño en la calle. Exactamente ahora, si llueve en las ciudades, si desciende la niebla como un sapo del aire y el viento no es ninguna canción en las ventanas, no debe andar el mundo con el amor descalzo enarbolando un diario como un ala en la mano, trepándose a los trenes, canjeándonos la risa, golpeándonos el pecho con un ala cansada. No debe andar la vida recién nacida, a precio, la niñez arriesgada a una estrecha ganancia, porque entonces las manos son dos fardos inútiles y el corazón, apenas una mala palabra.

Cuando uno anda en los pueblos del país o va en trenes por su geografía de silencio, la patria sale a mirar al hombre con los niños desnudos y a preguntar qué fecha corresponde a su hambre, qué historia les concierne, qué lugar en el mapa, porque uno Norte adentro y Sur adentro, encuentra la espalda escandalosa de las grandes ciudades nutriéndose de trigo, vides, cañaverales donde el azúcar sube como un junco en el aire. Uno encuentra la gente, los jornales escasos, una sorda tarea de madres con horarios y padres silenciosos molidos en las fábricas. Hay días que uno, andando de madrugada, encuentra ha intemperie dormida con un niño en los brazos. Y uno recuerda nombres, anécdotas, señores que en París han bebido por la antigua belleza de Dios, sobre la balsa en donde han sorprendido la soledad de frente y la índole triste del hombre solitario. En tanto, sus señoras, tienen angustia, y cambian de amantes esta noche, de médico esta tarde, porque el tedio que llevan ya no cabe en el mundo. Y ellos son los accionistas de los niños descalzos. Ellos han olvidado que hay un niño en la calle, que hay millones de niños que viven en la calle y multitud de niños que crecen en la calle. A esta hora, exactamente, hay un niño creciendo. Yo lo veo apretando su corazón pequeño, mirándonos a todos con sus ojos de fábula. Viene, sube hacia el hombre acumulando cosas, un relámpago trunco le cruza la mirada, porque nadie protege esa vida que crece y el amor se ha perdido, como un niño en la calle...

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AJE REPORT Blanca Teresita Bizzotto de Fiore

Mi corazón quedó ahí Barriletes la visitó casualmente el día de su cumpleaños. Torta de por medio, nos contó sobre los primeros tiempos de La Casita (como todos la llamamos), de calle Cervantes 361, en pleno centro de nuestra ciudad. Blanca Teresita Bizzotto de Fiore, psicopedagoga, diseñó junto a Marta Albarenque y Graciela Usinger el proyecto de la actual institución que recibe y asiste a más de docientos chicos en Paraná hoy Casa Hogar y cariñosamente, por los mismos chicos,“La Casita”.Las mencionadas profesionales fueron designadas por el Consejo Provincial del Menor en 1988, para comenzar esta historia. Así hablamos con Teresita ...

- ¿Porqué nació esta idea? - En ese momento se sabía poco y nada sobre los chicos de la calle. Ningún sector público atendía este tipo de circunstancia. Empezamos por aunar a los ponchazos, porque teníamos poca información- las distintas experiencias que habíamos tenido en la parte de minoridad. Después conseguimos material, fuimos a congresos, y conocí experiencias parecidas en otros países, incluso mientras el hogar ya estaba en marcha. Recuerdo que vino gente de otras provincias a conocer La Casita y nos felicitaron, les impactó. De ahí en adelante, Teresita, como coordinadora del proyecto desde 1988, puso el corazón y la cabeza hasta lograr que el 2 de abril de 1989 La Casita abriera sus puertas. - Se consiguió un inmueble en estado deplorable. En ese momento alquilaba el Consejo. Estaba en calle Tucumán una casa muy fea, pero a nosotros no nos

importaba si había lujos o no. Yo siempre fui partidaria de que esa casa fuera un punto de referencia para el chico. Un lugar donde mirar televisión, comer, bañarse, hacer las tareas. Un hogar sin el modelo de los hogares tradicionales en los que estuve, y que respeto muchísimo. Esto era otra cosa.

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Esta nueva idea fue un tanto criticada porque no se comprendió el significado, ni creo que se entienda hoy. Lo entiende la gente que trabaja hoy en el hogar de los Chicos de la Calle. Su directora no puede haber sido mejor elegida. Una persona muy correcta, con mucho sentido del amor, sin embargo este lugar no es comprendido a niveles institucionales superiores. Teresita rememora esa casa donde los chicos iban y venían “no era un hogar de menores donde se reglamentaba horarios de entrada y salida, o el baño obligado. La Casita requería un trabajo lento, donde el chico podía entrar y salir, respetando sus tiempos y sus procesos. Una vez que ingresaba y volvía a su casa entendía poco a poco los cambios de calidad de vida. Nunca se

enseñó de golpe ninguna pauta de vida.” - En su momento nos criticaban que los chicos agregó con la memoria frescacuando toda la vida lo venían haciendo en la calle y una vez que pisaban la casa no se le podía imponer dejarlo de un día para otro. También tuvimos el obstáculo que se nos llenara de cajones de ropa, cuando el chico sabe y a veces abusa de que si rompe o vende su pantalón, total le dan otro. Nosotros intentábamos que valorara lo poco que tenía. No le dábamos nada de lujo, nada de grandes compras, para que el chico alcanzara el sentido del valor de cada cosa, ese es por lo menos mi criterio.

fumaran

mediante charlas y largo acompañamiento. Por ejemplo: el almuerzo. A estos chicos no podíamos reprenderlos por comer groseramente, por la simple razón de que nunca lo habían visto hacer bien. Yo me sentaba con ellos a comer, y reparaba a Mirta Legrand, es decir exageradamente, para que vean cómo tomar los cubiertos y llevar el bocado a la boca. Nunca me voy a olvidar lo cómico de la situación. Entonces de a poquito entre ellos se iban corrigiendo.

Los educadores en ese momento los acompañaron mucho y algunos de ellos todavía hoy están en el hogar. Realmente pusieron el hombro. Son los mejores recuerdos que tengo, el primer tiempo, un esfuerzo personal totalmente de todos. Yo no tenía sábado ni domingo, lo hice con mucho amor. - A la distancia, Teresita, cuál es tu mirada particular hacia el chico que permanece en la calle... - La calle es su medio, su ambiente. No se lo puede sacar de allí de un día para otro y pretender que sea un niño del liceo militar. Me alegré que quedara Claudia Vuconich como directora, pero también me preocupan

- ¿Cómo recordás aquellos primeros tiempos de La Casita? - Hermosos. No teníamos cocina ni agua caliente. En una sola olla enorme, hacíamos arroz sobre un asador que teníamos. Una vez que les gustaba bañarse, o habituarse al lugar, empezaron a respetar la casa y a mirarla de otra manera. Comenzaron a asumir cambios interiores, se miraban de otra forma a ellos mismos, por supuesto

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No teníamos cocina ni agua caliente. En una sola olla enorme, hacíamos arroz sobre un asador que teníamos. Una vez que les gustaba bañarse, o habituarse al lugar, empezaron a respetar la casa y a mirarla de otra manera.

los estratos superiores, que a veces indican lineamientos que hay que respetar pero que a veces no comprenden la estrategia de este hogar un tanto atípico con sus particulares condiciones. - ¿La asistencia a la escuela fue también una premisa? - Sí, desde el principio. Pero también llevaba un minucioso trabajo; hablar con la directora y maestras cuando se trata de chicos que nunca habían asistido, o cuando eran muy irregulares en concurrir. No se podía pretender una reincorporación inmediata. Nos llevaba un año hasta que el chico retomara la actividad. Hubo quienes lograron terminarla, pero después se enfrentan a la imposibilidad económica. Uno

de los proyectos posteriores, era que esos chicos que ya habían adquirido una cierta independencia o manejo de su propia vida, pasara a otro espacio institucional, con otro proyecto. Eso nunca se cumplió. - ¿Hubo chicos que lograron salir del circuito y lograr una vida más plena?-Si, hubo chicos que salieron del

ambiente callejero, que no es ni bueno ni malo, yo no lo puedo juzgar. La situación social y familiar lleva a que los hijos salgan a pedir. Eso nadie lo puede juzgar porque el chico no puede tener en la cabeza una ética que le indique qué hacer y qué no. - El sistema abierto de La Casita fue desde el

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principio una particularidad ¿Te parece correcto que se mantenga esta modalidad. - Si, porque de otra forma ya no sería el hogar de los chicos de la calle. Un lugar donde el chico ni bien entra a La Casita recibe límites impuestos, no puede durar mucho. La calle lo ha criado de otra manera, con otros códigos, y no se le puede imponer en forma taxativa qué es lo correcto y lo incorrecto, porque no dura ni un día adentro del hogar. mi criterio, esto lleva un tiempo. - ¿Hoy la sociedad paranaense, conoce la realidad del chico de la calle? - No sé realmente. Cuando abrió La Casita visitamos a cada vecino del barrio. Porque el hogar fue totalmente rechazado, se lo catalogaba de sucio o marginal. Fue conflictiva la relación. Convocamos a una reunión con los vecinos de toda la cuadra hasta que ellos entendieron cómo era la cosa. Hubo una muy buena relación, salvo casos puntuales. La gente cuando festejaba sus cumpleaños compartía sus tortas con los chicos. -¿Hasta qué año trabajaste en La Casita? - Hasta 1993. Pocos años pero tan intensos para mí, y de mucha gratificación afectiva y laboral. Lamentablemente por otro tipo de razones me tuve que ir. Mi corazón quedó ahí. Hasta el

día de hoy, entrar a la Casita es entrar en mi casa. Los chicos también me visitan. Aun no he roto el cordón, la quiero como a un hijito.


No somos pocos, al contrario. En el país se repiten los ejemplos de personas que aún creen que el trabajo solidario transforma y sirve. Solamente vivimos unos al lado de otros sin saber que existimos."Barriletes" rescata esta

Aquel día paseaba por la peatonal en el centro mismo de Córdoba, mirando vidrieras con mi hermana. De pronto, me topé con cuatro o cinco gurises callejeros que no estiraban la mano para pedir una monedita, sino que me ofrecían una revista. No pude contener la curiosidad al notar que en su tapa se recuadraba la leyenda "Mendigar nunca más". Desde ese momento, la curiosidad y el asombro respecto de esta experiencia son parte de la lucecita de Barriletes.

La Luciérnaga Otro mundo es posible

La luz de la Luciérnaga va llegando cada día a distintos puntos del país. Es un proyecto que en julio cumplió 6 años de existencia, habiendo comenzado como una iniciativa de un pequeño grupo de gente que trabajaba con temas de la infancia en riesgo, desde programas estatales. Podemos decir que la idea de que los chicos en situación de calle vendieran una revista surgió por varios motivos. En primer lugar, los chicos en situación de calle que, en Córdoba, generalmente limpian vidrios y/o abren puertas de taxis, se consideraban a sí

mismos como "trabajadores" y no como mendigos; aunque esa era la concepción general sobre ellos del resto de la gente. Partiendo de que la situación de calle no es el mejor ámbito para el desarrollo de un niño o adolescente, pero considerando las condiciones reales de pobreza en que están inmersos y que su trabajo aporta más del 50% de la economía familiar separándolos así de la línea de la "pobreza extrema" se intentó rescatar con este recurso los aspectos positivos del trabajo callejero como la "menos peor" de las alternativas de las que dispone un niño en esas

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condiciones de pobreza (delincuencia). La propuesta circula en la imposibilidad real de erradicar el trabajo infantil si no se abordan proyectos serios y sostenidos; entonces se piensa en construir para estos adolescentes y jóvenes un mercado laboral "digno". Digno significa para ellos, básicamente: que sea reconocido como trabajo y que no reciban por esa actividad ningún trato violento, ya sea discriminatorio o de violencia física y/o verbal. Que sea, asimismo, rentable y que le permita ganar dinero suficiente en pocas horas de modo tal que puedan dedicar el resto del tiempo a la educación y recreación. En los trabajos callejeros típicos (limpiavidrios, abrepuertas, etc.) los chicos declararon recibir insistente maltrato psicológico y requerir muchas horas de trabajo para aportar al sustento familiar. Entonces se analizó que el trabajo callejero más legitimado era el de "canillita". Pensar en una revista que hablara de la temática particular de la infancia en la calle, del trabajo infantil, de la pobreza, de la discriminación, etc. no sólo serviría al sustento económico de estos chicos, sino a la redefinición de ciertos prejuicios sobre los niños que están en la calle (nos negamos ha llamarlos chicos "de" la calle porque ellos no nacieron de una baldosa) y la conformación de nuevos vínculos con la

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sociedad. De hecho, este es uno de los mayores éxitos del proyecto. Los vendedores de La Luciérnaga han crecido mucho gracias a ese nuevo vínculo social que los reubica como verdaderos sujetos de derecho. En 1995, comenzaron trabajando una decena de chicos, vendiendo un centenar de ejemplares. Luego del efecto Tequila, el Estado retiró el financiamiento del proyecto que ya tenía un par de meses. Uno de sus responsables, el Director Oscar Arias, sintió que no les podía fallar a los chicos y continuó con el proyecto en forma privada constituyendo la Fundación La Luciérnaga. Hoy, hay más de 300 NATs (Niños y Adolescentes Trabajadores) que venden la revista y se imprimen mensualmente 50 000 ejemplares. El proyecto ha comenzado a replicarse en otras regiones por iniciativa de grupos locales (fundaciones y ONGs). La revista es vendida por NATs de Río Tercero, Río Cuarto, Venado Tuerto, San Luis y San Juan, y han nacido proyectos autónomos inspirados en éste: "Changuitos" en Santiago del Estero y "El Angel de Lata" en Rosario. La Fundación lleva adelante otros proyectos complementarios (pero igualmente importantes), relacionados con el área educación: Escuelita de Luciérnagas (apoyo escolar a los niños desertores y repitentes del sistema formal para que logren completar los

ciclos), salud, alimentación y recreación. El aporte de la comunidad es indiscutidamente el más importante. Las personas se acercan para ofrecer capacitación, ayuda en el comedor, ayuda en la compaginación, donaciones de diferente índole, etc. Sin duda lo más valioso es el reconocimiento de la necesidad de una convivencia solidaria de ambas partes. Actualmente se ha extendido el alcance de este proyecto a las familias de los NATs y a los grupos de más alto riesgo: los niños que viven en la calle en absoluto desamparo. Para ello se crearon desde el ámbito estatal los programas "Madres Guapas" y "Autorrescate", que son coordinados por gente de ésta fundación. Por último, como proyecto a futuro se quiere construir "Pueblo Luciérnaga", esto es, un dispositivo institucional capaz de atender eficientemente todas las demandas de los chicos y sus familias. Hasta el momento no son muchos los que trabajan en esto; se ponen muchos pulmones, ganas y pasión. Pero saben que esta red se va extendiendo y que hay muchas personas dispuestas a hacer esfuerzos verdaderos para hacer un mundo mejor.


TESTIM

ONIO

Ramón Ortíz

Antes no tenía donde quedarme”

El recorrido de Barriletes no puede marchar sino por el rumbo de los chicos, pues ellos son los protagonistas de ese amplio mundo en el que se encuentran indefensos: la calle. Grabador en mano, arribamos a “La Casita” de calle Cervantes una tarde, cerca del horario en que los chicos vuelven de la escuela. Los celadores – como llaman los chicos a los responsables de la Casa Hogar – sabían de nuestra intención de charlar con algunos de los chicos para publicar la nota en la revista. Así es que se presentaron dispuestos a hablar Ramón y dos compañeros

m á s , d e quienes nos ocuparemos en sucesivos números. Les preguntamos si ya tenían noticias de la revista para explicarles el motivo de nuestra visita ... “Sí – contestó rápido y entusiasmado uno de ellos – es donde van a poner los dibujos que nosotros hacemos”. Así nomás empezó la charla y la presentación del protagonista de este primer número.

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- Me llamo Ramón Ortiz y vivo en el barrio Yatay. Tengo seis hermanos, mi mamá y mi papá. Tengo 13 años y soy el mayor. Ramón contestó estrictamente lo preguntado, se sonrió algo nervioso y bajó la mirada como deseando que eso hubiese sido todo. Pero no por eso dejó de contarnos un poco de su historia. - Vine a “La Casita” porque no tenía lugar para quedarme en mi casa. Conocí una señora de acá y vine ... Ahora sí tengo lugar. Pero antes no tenía dónde quedarme. Yo vine sin nada y acá me dieron ropa, me hicieron bañar ... y seguí viniendo porque me gustó. Además, en mi casa hicieron una pieza para que yo pudiera quedarme. Hoy, recién vuelto de la escuela a la que concurre con gusto todos los días, Ramón puede recordar sin asombro y sin preocupación parte de sus días. - Antes de estar en “La Casita” iba a la escuela, pero sólo a veces. Ahora voy todos los días y me gusta todo. En la calle no estaba tanto, más o menos ... Quedarme en la calle a la noche me daría miedo, sí ... porque me da miedo la oscuridad. Pero ahora tengo donde quedarme. Para el final de esta pequeña charla, Ramón nos contó su sueño, convencido y con una expresión en el rostro que nos hace desear profundamente que se le cumpla. - De grande me gustaría ser doctor.

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