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Rincón del libro

Balcei 199 enero 2022

#alcorisasaleunida

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Una guía hace inventario de las romerías y santuarios del Parque del Maestrazgo

La publicación, de 222 páginas, repasa los enclaves con mayor devoción en este territorio

Romeros, ermitas y peregrinaciones. Este es el título de la guía que acaba de editar el Parque Cultural del Maestrazgo, una publicación a color y de 222 páginas ilustrada con numerosas fotografías que viene a ser la continuación de la guía sobre las fiestas de invierno que publicó en 2012 bajo el título Hogueras, mochigangas y sanantonadas.

Coordinada por los técnicos del Parque Cultural del Maestrazgo Ángel Hernández y Carlos Lacaba, la publicación repasa y analiza este tipo de tradiciones que tienen un fuerte arraigo en la primavera, cuando renace y se renueva la naturaleza. Ese es el momento en el que se enmarcan las romerías que itineran hasta los santuarios para pedir que llueva o que las cosechas sean fértiles.

La publicación describe el origen de distintas peregrinaciones en la zona como la del Llovedor en Castellote, la de la Virgen del Agua, la de San Marcos en Villarluengo y Montoro de Mezquita, las dedicadas a Santa Bárbara, protectora de las tormentas; la de Santa Lucía en Molinos; la peregrinación al Santuario de la Estrella en Mosqueruela; la del Olivar en Estercuel; la de la Virgen de la Peña en Berge, entre otras muchas.

Se trata de un trabajo en el que han intervenido varios autores, además de Hernández y Lacaba. Escriben Daniel Millera desde un punto de vista turístico, Ángel Sancho, que hace una visión antropológica que justifica el sentido de las romerías y todos los ritos que encierra con los romeros; Luis Mampel, que aporta una interpretación geológica, así como Mari Cruz Aguilar, Cristina Mallén, Pedro Luis Hernando y Alberto Iranzo.

Ángel Hernández, coordinador de la guía, señaló que «las romerías más genuinas del territorio son la de San Marcos en Villarluengo, la de la Virgen de la Estrella en Mosqueruela o las que se organizan hasta el convento del Olivar en Estercuel». Es también reseñable la importancia de la que se organiza a la Virgen de la Peña, en la que participan vecinos de varios pueblos.

Para Hernández, esta publicación «supone la continuidad de la serie sobre el ciclo de la vida que se inició en el año 2012 y que ahora hace hincapié en ese periodo de la primavera en la que proliferan las rogativas cuyo sentido tiene que ver con los frutos que esperan de la naturaleza. El coordinador del trabajo enfatizó que «estamos muy satisfechos con el resultado, puesto que nos va a permitir conocer las tradiciones que tenemos, entenderlas y, sobre todo, en tiempos como éstos, es un buen aliciente ir a visitar las ermitas y disfrutar de esos horizontes que tenemos y esos paisajes que las rodean».

CURIOSIDADES

Entre estas peregrinaciones hay algunas que presentan algunas peculiaridades, como es el caso de la romería a la ermita del Llovedor, en Castellote, donde la devoción a la Virgen del Agua se expresa con emotividad. En este caso, tienen lugar dos romerías, una de ellas el 1 de mayo (fecha fijada desde 1968), en la que los asistentes son únicamente hombres, y la otra el sábado más próximo al lunes de Pentecostés, con la participación exclusiva de mujeres.

Otro peregrinaje curioso es el que tiene lugar al Santuario de la Virgen de La Estrella, en Mosqueruela. Lo es porque, además de desplazarse caminando los 17 kilómetros que separan el lugar de peregrinación del pueblo, los participantes hacen noche.

Aún con todo, el mayor centro de peregrinación de todo este Maestrazgo turolense es el monasterio del Olivar, en Estercuel. Desde la aparición de su imagen a mediados del siglo XIII, ha generado un gran flujo de peregrinaciones y relaciones desde los pueblos próximos e incluso de otros más alejados como Perales, Alfambra o Lécera. Antiguamente también en estas romerías «solían quedarse a dormir los vecinos en el santuario, sobre todo los que venían de más lejos, como los de Lécera, que tardaban dos días en realizar el trayecto, pero ahora ya se desplazan en coche particular», resaltó Hernández.

Según el coordinador de la guía, «todos los pueblos que están bajo el paraguas de la orden de la Merced suelen realizar una romería desde los municipios al santuario de Estercuel; van desde Ejulve, Cañizar del Olivar, Gargallo, Obón, Alcaine, Alloza… y todos suelen realizar al final una romería mayor», enfatizó Hernández.

M. S. T. Diario de Teruel

Balcei 199 enero 2022

#alcorisasaleunida

ecos de infancia Dolores Morera Carbó

Dolores Morera Carbó.

Mi madre se llamaba Carmen Carbó Morera y mi padre Domingo Francisco Morera Alquézar, pero le llamaban Paco. Eran primos hermanos. Tengo una hermana que se llama María, Pilar que es religiosa de la Consolación en Madrid; después sigo yo, Bienvenida, «Bienve», Emérita, que tiene nueve hijos y está en la provincia de Lérida, y luego Jesús, el más pequeño.

PRIMERA ETAPA ESCOLAR

Con tres años fui a párvulos con Sor Celedonia. No hacíamos nada, pero cuando menos estábamos recogidas. Estudiar casi no estudié porque, así como tengo hermanos muy listos, yo soy bastante tonta, es verdad. Sí que hacía los deberes que me mandaban, pero nada más y siempre he estado endeble: a los siete años me rompí la pierna y a los ocho me operaron de una rija del ojo.

Sor Celedonia era pequeñica y a veces se enfadaba mucho, pero era muy buenecica. Por la mañana leíamos y dábamos la clase y por la tarde nos hacía labores muy majas. Nos enseñaba a coser un panel con calaos, con puntos de esos que se hacían antes. Había cosas que ella repetía y antes me acordaba, pero ahora no tanto. Con ella estuve hasta los doce años y ya vino la guerra.

De Sor Isidora, la superiora, apenas me acuerdo, pero la nombran mucho. Recuerdo a Sor Concepción y a Sor María, que enseñaba a tocar el piano, a mí no. Algunas compañeras subían con Sor Anuncia y les llamaban «las vigiladas», que eran como las señoritas, digamos. Yo no era de las señoritas, yo era de las que iba a fregar al río porque estaba con mis abuelos siempre.

Cuando estalló la guerra, tenía doce años. Era cuando los rojos y me obligaron a ir a la escuela en el Seminario. Entonces tuve como maestra a doña Paquita, que precisamente vivía en nuestra calle. Era soltera, iba siempre con su madre y como era de diferentes ideales no teníamos mucha relación, solo de «adiós y vete con Dios» y nada más. Otra se llamaba doña Magdalena y otras que no conocía porque nos marchamos a la masía y volvimos al colegio cuando entraron los nacionales.

MASÍA EN LA FOYA

El marido de mi tía Dolores Carbó se fue al frente. Entonces, como veía a mi madre sufrir tanto, me marché a la masía en la Foya con mi tía porque tenía tres niños pequeños y yo les hacía compañía. Su marido, Bienvenido, no había estado nunca en Alcorisa, vivía en Barcelona, jugaba al tenis y era entrenador, pero cuando se marchó a la guerra ya no volvió.

En aquella masía no estuvimos mucho tiempo: la cocina, la cuadra, la pajera y arriba un pajar grande. Teníamos gallinas y animales, pero la comida nos la traían del pueblo. Mi tía limpió y fregó lo que había sido cuadra, y en los pesebres poníamos la ropa limpia que ella lavaba en la balsa. Había una pajera donde se ponía la paja, me la limpió bien, me puso un colchón y yo dormía allí, junto a ella, en otra cama, con los tres niños pequeños: mi prima mayor Lolín, Manolito que tuvo la meningitis, pobre, murió muy jovencico, y Rosita.

Todo esto lo recuerdo pasando mucho miedo porque allí no había personas alrededor, nada más que campos y los que venían a trabajar. Yo jugaba con mi tía y con los críos en las eras. En la masía había una balsa, un chopo y la cochera para el carro, más allá un montecico y el tendedor con pinzas sobre alambres. Un día sale mi tía y dice «¡que vienen los moros, que vienen los moros!» No sé si vio las sombras de las pinzas que bailaban o se creía que en aquel monte había gente, pero no, lo que pasó es que cogió miedo y antes de terminar la guerra se marchó a Barcelona. Yo me vine con mi madre y volví al colegio.

AL COLEGIO OTRA VEZ

Ya había hecho los catorce años y cuando se terminó la guerra nos dijeron a las mayores: «Id al cuartel a ver si es verdad que ya han entrado en Madrid». Entonces estaba de superiora Sor Ana María Muñoz Seca, hermana de los famosos escritores, que nos cogió a las más mayorcicas para darnos clases. Recuerdo que era una gran pintora. Me llamó mucho la atención que a los más pequeñicos les pintó un mapa de España en el suelo de un salón de lo que dejaron un poco arreglado con la guerra. Para enseñarles el mapa de España, les puso cada provincia de su color y les decía «tal provincia» y ellos saltaban. Por el color sabían la provincia. Era bastante alta y corpulenta, lo que pasa que la tuvimos poco tiempo.

Como compañeras de clase me acuerdo de Dolores Ciércoles, que es monja de las Discípulas de Jesús en un pueblecico de Alicante; de Mª Luisa Ferrer, casada con un caminero de los que limpiaban las cunetas, y de algunas que eran guardia civilas y se marcharon: Esther Esteban y Luisa Tizón que nos encontramos en Tortosa después de la guerra. Íbamos cinco o seis, pero ahora no me salen.

TIEMPO DE GUERRA

A mi madre le venía todo bien, era muy mañosa y además tenía gracia para curar. Pilar, la mujer de mi tío Sebastián, el que llevaba el coche de Caspe a Andorra, tuvo un hijo y como tenía «un mal pecho» le dice: – «Carmen, sube, no me encuentro bien, este pecho lo llevo mal». – «Que no, Pilar, quiero que te lo vean el médico y el practicante». – «Que no, que me da mucho miedo el señor Eusebio, que es muy bruto, buen practicante, pero para tratar a la gente…».

Mi tía no fue al practicante y mi madre la convenció con lo que llamaban «ungüento del tío Formento» y le quitó todo el pus y la curó.

Antes de la guerra teníamos una tiendecica para mi madre y nosotras en la esquina de la calle El Pilar. A mi madre le llamaban de apodo «la de la Barrilla» o del «Morera» y así se conocía la tienda. Vendíamos chocolate, fideos, salvao, pulpa y un comestible que ponías a remojo el día de antes para la comida de los cerdos. También teníamos sacos de arroz y de garbanzos que con un badilico lo cogías y lo pesabas con la báscula. Pero en el tiempo de la guerra esa tienda la desbarajustaron y se lo llevaron todo.

La fábrica de «Aceites Castel» era nuestra con toda la casa, toda la costera, tres corrales, además de todos los pisos. Y mi madre tuvo que vender la fábrica, que estaba llena de aceite y con el mejor olivar, porque no nos quisieron pagar el abono de aquel año. A mi padre le pagaban a cosecha, pero, como vino la guerra, se quedó sin cobrarlo antes de recoger y algunos le pagaron, pero la mayoría no. Se nos llevaron todo. Una pareja de los que se fueron de aquí pero que no estuvieron en el frente, ya personas un poco mayores, le dijeron a mi madre: «¡No toques nada que no es tuyo, es para los soldados!» Y dijo mi madre: «¡Cómo que no, cuando estalló la guerra estaba lleno de aceite y yo tengo que pagar con esto!» Una noche vinieron dos señores, con un camión y un tanque, y se llevaron el aceite; y, para colmo, le mandaban tres o cuatro milicianos a mi madre para que les guisara y a callar porque ¡eres una facista! Yo no sé qué es esa palabra de facista, porque para mí somos católicos, no facistas que no sabemos lo que es. Pero que nos robaron mucho todos, los unos y los otros, nos pegaron por una parte y por otra.

En la plaza había dos o tres bares pequeños, el de los republicanos era el «Cantábrico». Mi padre no estaba de bando, nada más que iba al bar de los de derechas en los balcones de la plaza y creo que le llamaban Independiente, sí, gracias a Dios era de derechas, pero no hablaban de izquierdas ni eso. Vinieron a buscarle tres veces y lo soltaban. Pero el 19 de octubre del 1936, cuando mi padre se estaba acostando, vino el alguacil: «Voy a decirle adiós a la Carmen». «No, si enseguida vienes». Y todavía le esperamos.

20 de septiembre de 1924