Narrado por
Javier Franco
Ilustrado por Leticia
tintin책bulum
Sagredo
SegĂşn cuenta la leye nda, hace muc ho, mucho tiempo un joven
prĂncipe q u
iso ser cor onado emperador.
Las leyes, tan antiguas o mรกs que esta historia, no le dejaban s
erlo a m
enos que tuviese una esposa.
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os esp
a. . .
y SĂ prisa po r g obe
rna r.
La prisa era tanta que aceptó uno de los miles de consejos que le daba el pesado* de Tuyaux. Era buena idea poner a prueba a las pretendientas y lanzarles un desafío. Pero en aquel momento Tanjú y Tuyaux no conversaban solos, les acompañaba desde la distancia la señora Natsuko, la más antigua sirvienta de quienes trabajaban en palacio. Había visto a Tanjú crecer, desde sus primeros pasos hasta llegar a ser un apuesto príncipe. Natsuko, como además de antigua, era madre, sabía del gran amor que profesaba su hija por aquel joven.
*Pesado en esta historia es alguien que con buena fe se preocupa por tí.
Al llegar a casa, Natsuko le dio la mala noticia a su hija. Si no hubiesen sido de origen tan humilde, la noticia sería buena y Natsuko no estaría tan apenada. Parece que eso no le importaba a su hija, que precisamente de ilusión no era pobre y quería asistir a la celebración.
Natsuko, que además de antigua y madre, era pesada*, quiso quitarle los pájaros de la cabeza a su hija y hacerle entender que no era buena idea. El problema es que estos pájaros, por muy raro que parezca, se alimentan de ilusión y los esfuerzos de la madre no iban a servir de nada. Ya sólo la idea de estar cerca del príncipe, hacía brotar más y más pájaros en la cabeza de Naia.
Esa misma noche, Naia llegó a palacio. Allí estaban todas las muchachas con las más bellas* ropas, las más bellas* joyas y la mejor de sus sonrisas.
*bello es algo que bonito o no, tiende a ser caro.
Entonces Tanjú anunció el desafío: “Os daré a cada una de vosotras una semilla. Aquella que en seis meses me traiga la más hermosa flor será mi esposa y futura Emperatriz de China”.
Con este desafío, Tanjú honraba a su pueblo que tan arraigado estaba a las tradiciones y además valoraba mucho las virtudes de quien cultiva. Para ellos, una gran amistad o una buena cosecha era el fruto de muchos meses de duro trabajo y la futura emperatriz debería tener grandes dosis de paciencia y constancia; sólo así podría gobernar de corazón.
El tiempo pasaba muy deprisa para aquella joven que apenas tenía conocimientos de jardinería. Probó los mejores abonos, cantó las más dulces canciones, puso dosis extra de paciencia y ternura para que algo brotase de la semilla, pues estaba convencida de que si la belleza de la flor surgía como su amor, no tendría que preocuparse por el resultado.
Tanto esfuerzo fue en vano, pasados seis meses nada hubo brotado.
Pese a ello, la muchacha tenĂa la intenciĂłn de presentarse en palacio. AsĂ se lo hizo saber a su madre.
La sola idea de estar cerca del príncipe por unos instantes nublaba cualquier sentimiento de vergüenza ante su tiesto vacío y su cabeza llena de pájaros.
Llegó el día y llegó la hora. Llegó también Naia a palacio. Todos las pretendientas portaban su flor. Aquellas flores eran preciosas, a cual más bella*, de todos tipos y colores, de las más diversas formas y tamaños. Naia admiraba perpleja el trabajo de las demás muchachas. Nunca había visto algo tan hermoso.
El príncipe observó las flores una por una, charlando con las muchachas sobre las técnicas usadas y los cuidados precisados. Después de haber visto todas y cada una de las flores, anunció su decisión.
La flor . . .
. . . mรกs bella.
Aquella joven que portaba su vaso vacío se convertiría en su esposa. Nadie entendía la extraña decisión ni por qué Tanjú había elegido a la única muchacha que no había cultivado nada. Entonces el príncipe explicó a los allí presentes que aquella joven fue la única que realmente
cultivó la semilla
entregada hace seis meses y eso la hizo digna de convertirse en emperatriz. Esa era la flor de la honestidad, pues todas las semillas
eran estériles.
Fin.