revista Mitad Doble nº 18

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415926535 Quisimos ser dos y cuando fuimos tres nos sentimos uno.

Foto: Carlos BolĂ­var | Texto: Laura Naranjo

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Editorial

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Las proposiciones matemáticas, en cuanto tienen que ver con la realidad, no son ciertas; y en cuanto que son ciertas, no tienen nada que ver con la realidad. Albert Einstein

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n número que va de números podría ser una redundancia; de hecho, lo es. Es como un número al cuadrado o una ecuación donde se mezclan relatos, cifras, ilustraciones, teatro, fotografía y poemas. Porque las matemáticas son un lenguaje y es divertido combinarlas con otros, hasta convertirlas en un idioma más. Mezclar, revolver, agitar. Eso es lo que pretende nuestra revista, que alcanza en este número sobre los números diez años. Son muchas páginas numeradas, personas que colaboran, ideas que viajan, conceptos, sentimientos, certezas, incógnitas. Otra vez las ecuaciones, de nuevo las pizarras que se borran y se llenan, las mentes que inventan, fabulan. La vida, el arte. Sí, eso es lo que pretende Mitad Doble. Queremos crear espacios que no existen: somos la habitación número trece de los hoteles, un grupo de ceros protestones a la izquierda, los decimales nunca enunciados del número pi. No nos conformamos con menos y siempre queremos más: nos gusta dividir lo absoluto, multiplicar lo relativo, hallar la raíz cuadrada de los círculos viciosos. Nuestro límite es el infinito, la meta es volver al principio. Porque eso es una revista: acabar un número para empezar otro. Y lo peor es que nos gusta, lo mejor es que no nos cansamos de ello. Bueno, a veces sí, y entonces miramos hacia atrás, que en realidad es contemplar lo que nos queda por hacer, porque nadamos en circunferencias imperfectas asidos a su radio y cuando parece

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que nos van a faltar las fuerzas, pasa por allí un dodecaedro que nos recoge, nos envuelve en mantas geométricas y nos susurra nanas en código binario. Somos náufragos absurdos, felices, que saltamos de isla en isla desierta. Sería interesante calcular cuánto tiempo vamos a seguir, hasta qué número vamos a llegar, en qué momento seremos una publicación de coleccionista, un vestigio de este presente que hace un rato era futuro y ya es pasado. Pero no queremos capitular, preferimos «catular» antes que calcular: vivamos y amémonos, hagamos caso omiso a todas las habladurías de las personas en exceso escrupulosas. Los astros pueden ocultarse y reaparecer, pero nosotros tendremos que dormir en noche perpetua tan pronto como se apague la breve llama de nuestra vida. Dame mil besos y después cien, otros mil luego, luego otros cien. Empieza de nuevo hasta llegar a otros mil y a otros cien. Después, cuando hayamos acumulado muchos miles, los revolveremos todos para perder la cuenta o para que ningún malvado envidioso sea capaz de embrujarnos cuando sepa que nos hemos dado tantos besos. Contemos números, contemos historias, y sobre todo, que siempre seamos incapaces de contar el número de besos. Os damos la bienvenida a vuestra isla desierta de tinta y papel. Olvidad el naufragio y sed felices. Bienvenidos, un número más, a Mitad Doble. Augusto López


Menú

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2-3 Haiku | Laura Naranjo, fotografía Carlos Bolívar 4 Editorial Augusto López 5 Menú 6-7 Fotografía Paco G. Vicario | Texto Carmen Enciso 8-9 Texto Francisco Villatoro 10-11 Ilustración Daniel Garralón | Texto Bernardino Contreras y Ana Gómez Perea 12-13 Ilustración Tatu | Texto Ángeles Trenado 14-15 Fotografía Paco G. Vicario | Texto Ángel Simón Márquez 16-17 Fotografía Amelia de los Ríos | Texto Andrés Sánchez 18-19 Texto Marga Dorao 20-21 Ilustración Marcos Reina | Texto Nathalie Warlop 23 Texto Marta Almela Lucas 25 Cómic Pío Vergara 26-27 Viñeta Chano Mánino | Texto Silvana Centurión, Carmen Ortíz y Paco García Vicario 28-29 Fotografía Amelia de los Ríos | Texto Claudia Guillén, Malena de la Cruz, Claudia Recio y Mikel Juango 30-31 Fotografía Amelia de los Ríos | Texto Carmen Ramos 32-33 Fotografía Amelia de los Ríos | Texto Malú Porras 34-35 Fotografía Amelia de los Ríos | Texto Ester Ruíz 36-37 Ilustración Pamela Lohmuller | Texto Victoria Delaney 38-39 Ilustración Daniel Garralón | Texto Carmen Rodríguez Bonilla 40-41 Fotografía Amelia de los Ríos | Texto José Luis Rosas, Mª Jesús Rider, Pilar Valderrama y Amor de Pablo 42-43 Haiku | Laura Naranjo, fotografía Sandra Lara

Créditos / mitad doble nº 18 / / números / / portada y contra: Carlos Bolívar y Chano Mánino / / verano de 2016 / / 2,95 euros / / © de los autores / / director: Augusto López / / editores: Amor de Pablo Inurria y Jonatan Santos Moreno / / corrección de textos: Laura Cerezo Cobos / / maquetación: Mon Magán / / envíanos colaboraciones a revista@mitaddoble.com / / depósito legal MA-1137—2005 / / ISSN 1888-380X / / www.mitaddoble.com / / mitad doble no se identifica necesariamente con las opiniones de sus colaboradores / mitad doble


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El primero

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o encontré agazapado en el rincón más oscuro del cuarto. Me acerqué. Sus ojos gritaban las ganas de vivir; temblaba. Él, el primero en la escuela; en la universidad; en echarse novia; en encontrar empleo. El de la esposa más hermosa, los hijos más inteligentes y la casa más grande. El de los buenos modales, destacado deportista y divertido. El alto y elegante. El que mira desde arriba con la arrogancia de saberse quien es: el primero. Yo, sin embargo, con esta cabeza heredada de los árabes, tremenda e inmensa, que ni siquiera me sirve para pensar, solo para ser el último y llenarla de un resentimiento que no deja de crecer. Había contado los días, uno a uno, hasta que llegó el momento. Levanté el puñal y lo vi temblar como a ninguno había visto. El olor agrio de su miedo me alcanzó como un guantazo. Un puñal pide sangre y lo intenté de nuevo. Después de mearse se desmayó. Desconocía que tanto temor cupiera en un cuerpo tan delgado. Fue cuando lo entendí: mi compañero era el número uno en todo. ¿En todo? Me alejé cavilando y agradecí ser el nueve.

4159265358979 Foto: Paco G. Vicario | Texto: Carmen Enciso

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La pluma del papa

5492655353895 Texto: Francisco R. Villatoro Profesor de la Universidad de Málaga

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a madre de Gerberto nunca imaginó que su hijo sería el primer papa francés. El abad del monasterio de Saint-Géraud d’Aurillac envió a su preferido a estudiar Matemáticas al monasterio de Santa María de Ripoll sin saber que sería el papa matemático. Elegido el año DCCCCXCIX (en numerales arábigos 999), el papa Silvestre II impuso a los clérigos la obligación de usar el «ábaco de los claustros» en sus cálculos. Sus cospeles (similares a monedas) llevaban grabados los números arábigos del 1 al 9. Para dominar su uso había que estudiar el libro del propio Gerberto de Aurillac, Regulae de numerorum abaci rationibus (ca. 980). Cuenta la leyenda que, disfrazado de musulmán, Gerberto viajó a Córdoba, un emporio cultural con una biblioteca de 400.000 volúmenes. Quería asistir a las clases de una medersa (universidad musulmana). No hay pruebas. El monasterio de Santa María de Ripoll contaba con una biblioteca repleta de manuscritos árabes y sus traducciones. Allí Gerberto se enamoró de la numeración indoarábiga. Como el monje Vigila, del monasterio de San Martín de Albelda (Rioja), que estuvo en Ripoll en varias ocasiones antes de finalizar el 25 de mayo de 976 el

Códice vigilano (Crónica albeldense). Los numerales arábigos aparecen por primera vez en un manuscrito occidental en el folio 12 de este códice, custodiado hoy en la biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Vigila aclara que «los indios poseen una inteligencia muy sutil, [que] se pone de manifiesto de la mejor manera en las nueve figuras a través de las cuales expresan cada grado de no importa qué nivel» y presenta las cifras de los números del 9 al 1, sin incluir el cero. Disfruté de esta obra en mi visita a la exposición «La vida de los números», que se organizó en la Biblioteca Nacional de España durante el verano del año 2006, con motivo de la celebración en Madrid del Congreso Internacional de Matemáticos (ICM 2006). En el medievo se llamaba «pluma» a la forma de calcular con los números árabes. Se hizo popular tras el libro del matemático italiano Leonardo Fibonacci, Liber abaci (1202). A pesar de su título, no era un libro sobre el ábaco. Pero hasta la invención de la imprenta en 1450 el sistema de numeración arábiga no se empleó de forma generalizada en Europa. Hoy usamos los números arábigos gracias a la pluma del papa matemático.

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Ilustraciรณn: Daniel Garralรณn


Por orden de aparición

Desvelo de números

6589553549253 6589553549253 Texto: Bernardino Contreras

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no se pregunta a menudo si la escritura es un vicio o una enfermedad crónica con recaídas periódicas. A Dos le duele la boca de decir que vivir con Uno es una elección y lo volvería a hacer. Cierto que la escritura genera molestias, pero están ampliamente compensadas con otras ventajas que no puede precisar. Además, hay cosas peores. Uno escribe cuando no tiene otra cosa mejor que hacer. A veces se miente y finge que ha terminado con sus tareas para poder escribir lo último que se le ha ocurrido. Tres recopila cuentos para la revista Mitad Doble y a veces incluye algún texto de Uno. Una revista que maqueta Cuatro y venden entre todos. Y Uno sigue con las preguntas de siempre, intentando justificarse. Porque si escribir fuera una enfermedad o un vicio, si nadie gana nada, ¿qué mueve a Dos a soportar los inconvenientes, a Tres a editar, a Cuatro a maquetar, a Cinco, Seis y Siete a escribir cada uno su cuento, a Ocho a comprar la revista? Algo tiene que haber. Algo oculto, por supuesto. No perdamos el tiempo hablando de dinero, de gloria o prestigio. Es solo contar algo que seguramente ya ha sido contado de una forma que con toda certeza alguien ha usado en el pasado. Algo tiene que haber. Algo en esta revista que tienes en las manos. El cuento de Siete está muy chulo.

Texto: Ana Gómez Perea

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or la noche cuento ovejas, pero solo hasta cinco, porque en mi dormitorio no hay espacio para más. Rodean mi cama y rumian mis desvelos hasta que comienzan a balar. La oveja negra me desafía balando con uve. Cuando se ponen en ese plan, las ignoro y cuento las cuatro esquinitas que tiene mi cama; cuatro esquinitas con cuatro angelitos que me la guardan. La otra noche, y para gran regocijo de las rumiantes, el que toca el arpa me la tiró a la cabeza y me hizo un corte de mangas; las muy jodidas reían: be, be, ve (la negra), be, be... Pero a las tres de la mañana, ¿dónde va a ir una? Al frigorífico, a coger un quesito de la vaca que ríe, para restregárselo al querubín de los cojones. Se cuentan ovejas cuando se es pastor... o cuando se es insomne. Me alegro de ser solo lo segundo; no me quiero ni imaginar lo que debe sufrir un pastor desvelado. ¿Contarán lobos que acechan rebaños? Cinco ovejas, cuatro angelitos con sus cuatro esquinitas, una vaca que ríe, un arpa que vuela y un lobo que acecha. Cinco, cuatro, tres, dos, uno. ¡Así es imposible conciliar el sueño! Y encima, mañana me toca descontarlos a todos para que vuelvan al lugar de donde salieron. Al pastor que le den, que se vaya por su propio pie. mitad doble


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En busca de los números perdidos

5565899253354 Ilustración: Tatu / Texto: Ángeles Trenado

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Juan salió de su casa para buscar los números. Durante su caminata se encontró al 1 trabajando de arpón con un pescador. El 2 estaba trabajando en una tómbola, de pato. Con el 2 Juan se planteó que no podría estar quieto en la esfera del reloj.

El número 7 trabajaba como tal en la camiseta de un futbolista. El 8 estaba en el cielo como nube muy negra, la cual rompería a llorar en forma de lluvia para que el campo no se secara. El 9 trabajaba de globo para hacer las delicias de todos los niños. El 0 del número 10 era el aro de un niño que corría por el parque. Lo guiaba con ayuda del 1 para que no se escapara. Al 11 lo encontró en el campo de fútbol, donde sostenía la portería. El 12 trabajaba en un circo con un encantador de serpientes. El 1 era la flauta y el 2 la serpiente.

Al 3 se lo encontró en un museo junto a la letra E, puestos en un cuadro. El número 4 hacía de silla en la plaza del pueblo. El 5 trabajaba como actor en una telenovela de máxima audiencia. El 6, como casa de un caracol.

Como todos los números que fue encontrando estaban trabajando, se volvió a casa, cogió su caja de lápices y pintó los números en la esfera con diferentes colores; cuando el último número estuvo pintado, el reloj empezó a sonar con su peculiar tictac alegre y juguetón.

na tarde, Juan se encontraba en el desván de su casa buscando el disfraz de pirata para la fiesta del colegio que tendría la semana siguiente. Mientras rebuscaba en las infinitas cajas que allí había encontró un reloj que no tenía números, algo extraño, pero así era. Y se le ocurrió que tenía una misión: arreglarlo.

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Todo al cero

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s como las balas de un revólver, te plantas el cañón en la mollera y vete a saber cuál te espera la primera y cuál la última. Solo es seguro que la última en dispararse será la primera que te mate. Así me sentí frente a la mesa de la ruleta, rígido como un gatillo, al empujar con las dos manos el montón de fichas y pronunciar un ronco: «Todo al cero». Quién sabe por qué escogí el cero. Tal vez por su forma, ese huevo hueco en el que todo cabe. Tal vez por cómo suena, ce-ro, terminando en esa O redonda, que al caso es otro cero. O tal vez por simple corazonada, un pinchazo en la sangre que te obliga, haciéndote olvidar que a más fuerte la corazonada, más cerca queda el infarto. Recuerdo la cara del crupier, mitad asombro mitad miedo, quizá dudando de si el salonzucho de juegos podría pagarme en caso de que saliese mi número; el viejito a mi lado que soltó un silbido, «hijo, qué cojones tienes», sin siquiera imaginar cuán absolutamente todo suponía ese todo al cero: la hipoteca, los ahorros, el orgullo, poder pagar las deudas o ayudarme del revólver, allí mismo, del bolsillo a la cabeza y solo una de las seis balas, ni esperarme a que el crupier barriese mi montón de fichas. Entonces, el impulso a la ruleta y la bola orbitando sobre el rosco de números centrífugos, los porcentajes bailándome las ideas, la mano apretando el arma en el bolsillo, las ruletas de otras mesas, todas girando, todas escapándose a mis cálculos, mis cálculos escapando a mis remordimientos, cómo expresar en números el hambre de mis hijos si esa bola se llegase a parar antes del cero. Pero aún no había que pensar en eso, aún el 100 %, aún la bola giraba firme, aún el 0 %. La ruleta empezó a decelerar. Las uñas mordieron el borde de la mesa. Primer golpe de la bola contra las casillas. Diez. Uno. Treinta y dos. El corazón de piedra. Veinte. Treinta y cuatro. Cero. Un latido en los pulmones. Dieciocho. Cinco. Mi vida al gusto de una bola y sus rebotes. Trece. Cada vez más lenta. Diecisiete. Cada vez más la mano en el revólver. Veintiuno. Quince. Treinta y dos. Un último titubeo. La bola cayó en el siguiente númer0.

8955335465925 Foto: Paco G. Vicario / Texto: Ángel Simón Márquez

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Los números no respiran

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Fotografía: Amelia de los Ríos | Texto: Andrés Sánchez www.pipasdecoco.com

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quella vez me vi llorar bajo un árbol tan alto como dos cielos, dudando de las tres dimensiones, escapando del teatro que amenaza mis neuronas, fantaseando con los cuatro jinetes, gritando contra las promesas hechas por los cinco elementos. Incluso recuerdo que no entendí, jamás, las guerras de seis días, kilómetros de barro rojo lamiendo con placer los siete pecados capitales. Mantengo la cordura y respiro, nadando en la virtud de los ocho inmortales, ñateo cada átomo de vida, oxigenando así las nueve revelaciones, paseo atento a los pensamientos que no atiendan ni respeten sus diez mandamientos. Rara es la vez que el profeta siente pudor al aplicar los once principios de la mentira, tiene la seguridad de la arrogancia, unge su ego durante doce meses, vive en su torre sin saber lo que aplasta, wasabi para un santo martes trece, xenofobia vestida de humanitarismo. Yo no puedo solo mirar y sentarme ante los catorce ochomiles, zozobro paciente para escalar, caer y levantarme, cada día, en un eterno Big Bang.

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58958954834595465335653358954 Infinito

- CERO A LA IZQUIERDA MARTÍNEZ RUIPÉREZ (18): El gemelo bueno. Nació un minuto y un segundo antes que su hermano. - CERO A LA DERECHA MARTÍNEZ RUIPÉREZ (18): El gemelo malo. Haga lo haga, siempre consigue salirse con la suya. - UNO MARTÍNEZ (40): El padre de los gemelos. Odia a su hijo CERO A LA IZQUIERDA porque no aporta nada a la familia. - UNA RUIPÉREZ (37): La madre de los gemelos. Es una mujer apocada y nunca se atreve a opinar nada en alto. ----(Vemos el salón del hogar familiar de los Martínez Ruipérez a oscuras. CERO A LA IZQUIERDA entra en la estancia y trata de encender la luz, sin éxito). CERO A LA IZQUIERDA (Vocifera). ¿Hola? ¿Hay alguien en casa? (Vuelve a presionar el interruptor pero no ocurre nada. Encogiéndose de hombros, abre la puerta de la cocina y se adentra en ella). CERO A LA DERECHA (Irrumpe en la escena hablando por teléfono). ¿Sí? ¿Estás segura? (Ríe traviesamente). Mira que luego no voy a dejar que te eches atrás… (Unos gritos de alegría interrumpen su conversación). ¡¡¡SORPRESA!!! ¡¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS, HIJO!!! (UNO MARTÍNEZ y UNA RUIPÉREZ entran en el salón con una tarta de cumpleaños con dieciocho velas encendidas. CERO A LA DERECHA suelta el móvil con cara de fastidio). JODER, ¡QUÉ SUSTO ME HABÉIS DADO! (Resopla y vuelve al teléfono). Muñeca, ahora te llamo, que mis viejos me han organizado una fiesta ñoña. Ciao. (Cuelga). UNO y UNA (Cantando, colocan la tarta en la mesa del salón. UNO enciende los plomillos y se hace la luz). ¡¡¡CUMPLEAÑOOSSS FEEEELIZ, CUMPLEAAAAÑOS FEEEELIZ!!! mitad doble

CERO A LA DERECHA (Interrumpe). Vale, vale, que sí, pero vamos rápido, que he quedado. CERO A LA IZQUIERDA (Abre la puerta de la cocina sorprendido. Lleva un sándwich en la mano). Pero ¿y esto? ¡Pensaba que no había nadie en casa! UNO (Molesto). Venga, sí, únete a la fiesta, anda, total, uno más… ¡Bueno, aunque este (señala a CERO A LA IZQUIERDA con desprecio), lo que se dice sumar, no suma! (Se carcajea). CERO A LA IZQUIERDA (Riendo). Ay, papi, ¡qué gracioso eres! UNO (Deja de reírse abruptamente). Bien, hijito (dice dirigiéndose a UNO A LA DERECHA), tu madre y yo hemos decidido que por tu dieciocho cumpleaños ¡vamos a regalarte un apartamento! CERO A LA DERECHA Pero ¿dónde? Estará cerca de casa, ¿no? Ya sabéis que no me gusta cocinar… CERO A LA IZQUIERDA ¡Qué suerte, hermanito! (Le toca el hombro y CERO A LA DERECHA se zafa con desprecio). CERO A LA DERECHA ¿Y a este imbécil no le regaláis nada? UNA (Dirigiéndose a CERO A LA DERECHA). Cariño, no te metas con tu hermano, que él no tiene la culpa de ser un inútil… CERO A LA IZQUIERDA ¡Mamáááá! UNO Pues sí, ¡tiene razón! ¡Un inútil total ¿Qué has


4689546533553354653359258954 Texto: Marga Dorao

hecho tú por esta familia, a ver? No eres capaz ni de sumar… Ni con todos los decimales del mundo llegas a ser un uno. ¡Eres lo peor que me ha pasado! Y por eso… hemos decidido que tú también te vas de casa, pero por tu cuenta. CERO A LA IZQUIERDA Vale… UNO ¿Cómo que vale? ¡Ni para discutir sirves! ¿Por qué no puedes ser más como tu hermano? CERO A LA DERECHA (Sonriendo satisfecho). Si es que donde no hay, no hay… Y seguro que ahora se las da de interesante porque se está whatsappeando con esa perdedora de CERO CON CINCO… CERO A LA IZQUIERDA (Mirando a su hermano con resignación). Déjalo, hermano, no me defiendas, si tienen razón. No sirvo para nada… CERO A LA DERECHA (Exasperado). ¿Eh? ¿Defenderte? ¡Pero si yo no…! CERO A LA IZQUIERDA (Interrumpiéndole). ¡No, no! En serio, no insistas… Papá tiene razón. No sirvo para nada. Ya va siendo hora de que me vaya. (Mira hacia abajo y se retira). UNO (Satisfecho). Bien, pues listo. CERO A LA DERECHA (exclama con solemnidad), ¡aquí están tus llaves! Tu apartamento está en la calle Hache Jota Ka, aquí al lado. ¡Así podrás comer calentito todos los días! CERO A LA DERECHA (Coge las llaves, se las guarda en el bolsillo sin dar las gracias y se va).

UNO ¡Qué suerte tenemos! Este hijo nuestro va a hacer grandes cosas por nosotros… ¡Tiene un gran espíritu negociador! ¡Con todos sus amigos de la Hermandad del Cero logrará hacerse millonario en menos que canta un gallo! Como si lo viera… CERO A LA IZQUIERDA (Entra en el salón con una pequeña maleta). Bueno… Pues ya me voy. Papá. Mamá. Gracias por haberme dejado formar parte de esta familia. Nunca os olvidaré. (Abre la puerta de la calle). UNA (Gritando). ¡Espera! (Se abraza a él). No te vayas… CERO A LA IZQUIERDA (Abraza a su madre con fuerza). Mamá… UNO ¡Insensata! ¿Qué haces? ¡Déjale ir! Estaremos mejor sin él… UNA (Separándose de su hijo y enfrentándose a su marido). ¡No! ¡Tú estarás mejor, viejo ambicioso! Pero ¿me has preguntado a mí qué es lo que quiero? ¡A mi hijo a mi lado, eso es lo que quiero! Puede que no sirva para nada en este mundo materialista en el que vivimos, pero en mi mundo, el de una madre que quiere a sus hijos a pesar de sus defectos, ¡no pienso separarme de él! Y si a ti no te parece bien, ¡el que se va a ir de casa eres tú! ¡QUIERO LA DIVISIÓN! Y de ti, hijo mío…, quiero el infinito. (Mientras UNA y CERO A LA IZQUIERDA vuelven a abrazarse, UNO sale de la estancia y vuelve casi inmediatamente con una pequeña bolsa de nailon. Mira a su hijo y a su mujer, y se marcha. CERO A LA IZQUIERDA sopla las velas de su tarta mientras su madre le canta Cumpleaños feliz. Las luces del salón van bajando). FIN

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Aylan

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a no cantan los pájaros en los techos de tu ciudad, se derrama en silencio el camino del exilio. Niño de Homs y de Damas, andas desapercibido en cifras amontonadas. Contamos muertos, heridos, desplazados sin destinos y te quedas mirándonos en las filas sin miradas. Borramos vidas contadas, historias ametralladas con números autómatas y olvidamos tu nombre, tu hermano y tu madre. Hoy gritamos indignados, se ha muerto el pequeño en una de nuestras playas. Mientras cerramos fronteras, mañana invocaremos los números desalmados, otra vez en nuestros dedos florecerán crisantemos.

2589553354659 Ilustración: Marcos Reina | Texto: Nathalie Warlop

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Y respiro

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e me cuelan tus dos manos entre mis cinco dedos, calientes, laten entre nuestras intermitentes miradas que no alcanzan a abrazarnos. Se me cuelan tus mil palabras entre mis decenas de carencias, frágiles, me mueven entre las veces que te pienso y las que te recuerdo, hablándome con tu voz rota —quebrada de tanto amar— y si las resto me quedo en tormenta entre mis precipicios interiores, espejos sin reverso. Tu melodía me trae los millones de palabras que no te dije, que no me dije, las diez veces que no me quise entre tantas que tampoco lo hice, las dos fotografías que indican un principio, donde ahora construimos que no hubiera finales, la única vez que no te hice el amor —una se convirtió en un millón de besos donde hicimos posible que no cupiera más cariño—.

Y ahora, todas las veces me saben a suficientes, las mil miradas me huelen a infusiones, y estallan una, dos, y mil flores en mis manos, cansadas de eclipses acuáticos. Me miro, me miro y recuerdo ser algo más que olvido, algo más que restos, que humo, que líquido… Y respiro, porque puedo respirar, y hablo, porque puedo hablar. Se me cuelan mis dos alas entre tantas pieles que ningún número puede encerrarlas.

5258953355946 Texto: Marta Almela Lucas

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Paseos marĂ­timos Geo Nikolov

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El valor de los números

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Viñeta: Chano Mánino | Texto: Silvana Centurión, Carmen Ortiz y Francisco García Vicario

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esde pequeño, Héctor se había sentido atraído por los números. Cuando iba en el coche con su padre, le gustaba apuntar las dos últimas cifras de la matrícula de los coches que iban delante. Una vez que llegaba a casa, clasificaba los números apuntados en diez grandes apartados, del cero al nueve. También anotaba en su libreta los números de las casas de sus amigos y familiares. Cuando veía un partido por la tele, reflejaba en su libreta los minutos en los que habían conseguido cada uno de los goles. Al entrar en el instituto empezó a clasificar a sus compañeros en dos listas: chico y chica, del uno al diez. Antonio, su mejor amigo, diez: era inteligente. Carlos, nueve, porque, aunque no se le daban bien los estudios, era listo como el hambre. Cuando vio a Laura, Héctor, sin dudarlo, le dio un diez: era la chica más bonita que había visto jamás. Un día se atrevió a preguntarle: —Perdona, ¿me podrías dejar los apuntes de Lengua? Ella lo miró como a un gusano y ni siquiera le contestó. Aquel día le quitó un punto, lo que la dejó con un nueve en su lista particular. Intentó hablar con ella varias veces más, las mismas que ella le dio de lado; él le fue restando puntos: ocho, siete, seis…

Una tarde, al acabar las clases, se fijó en una matrícula con el bonito número capicúa 9009; lo conducía un chico de cuarto, y vio cómo Laura se subía con él. Era el famoso Andrés, repetidor y engreído. Héctor tembló de rabia: ¡Laura, su Laura, en manos de ese tipejo! Héctor los contempló de lejos durante 283 días; Laura apenas le daba los buenos días. Pasado el tiempo, exactamente seis años y ochenta y siete días según la cuenta de Héctor, se encontró con Laura. Desprovista de aquella belleza inmaculada, seguramente consumida por el famoso Andrés. —¡Héctor, tú eres Héctor! ¡Por Dios, estás guapísimo! —¡Laura, pero qué sorpresa, no te había reconocido! Ella pronunció las 585 palabras que jamás le dedicó. Le contó que Andrés resultó ser el 666, el propio demonio, quien había convertido su vida en un infierno. —¿Te vienes a mi casa? Te invito a un café —le propuso Laura entusiasmada. —Agradezco tu invitación, pero mi familia me espera; ellos tienen un diez y tú estás a menos uno. Laura, sin comprender sus palabras, vio cómo Héctor se alejaba. mitad doble


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Neutropatía

9553354659258 Fotografía: Amelia de los Ríos | Texto: Claudia Guillén, Malena de la Cruz, Claudia Recio y Mikel Juango

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esplomó todo su peso en el sofá, estaba agotado, como cada día. Miraba hacia el frente sin pensar. Cuando se percató de que llevaba ocho minutos distraído fue cuando le prestó atención al libro olvidado sobre la mesa. Era denso y particular. Su autora había escrito ochocientas ocho páginas con ocho hojas por capítulo. A él le quedaban ocho capítulos y, como el polvo de la cubierta indicaba, se quedaría sin leer otros ocho meses.

Cuando echó el café, miró la fecha de caducidad: el siete de julio, el día en que cumpliría setenta y siete años, y en el que no recibiría una caja con siete bombones, como siempre le envió su madre. Le dio un sorbo a la bebida y la contempló un instante. Era tan negra como los siete gatitos que nacieron un domingo, a las siete de la mañana. Sacudió la cabeza para alejar aquellos recuerdos que atraían la melancolía. Sentado en una silla, los ojos llenos de lágrimas, por la ventana vio siete aviones bombarderos acercándose a la ciudad.

Trece de mayo. Se despertó con el cigarrillo consumido, pegado entre el dedo índice y el corazón, la boca reseca. Observó el vaso que había estrellado la noche anterior, roto en trece pedazos. Trece días habían pasado desde el día en el que ella se marchó. Él llevaba aún en el cuello una crisálida de cristal. Trece llamadas perdidas a un número que decía incesante: «No existe». Ansiaba dormir para verla, pero no aparecía todas las noches. Necesitaba beber otra copa, por si aparecía esa noche. El silencio de la habitación se interrumpió con el abrupto tono de llamada de su móvil. Un número surgió en la pantalla: tres, uno, cuatro, uno, cinco, nueve, dos, seis, cinco. Sin duda alguna supo que era ella. Alejó el aparato, creyendo que así apartaría sus dulces recuerdos, que con el tiempo se volvieron amargos. Apoyado en el marco de su circular ventana, observaba a través del humo los camiones que acababan de llegar. Se levantó suspirando y echó el cerrojo de la puerta de su habitación, esperando que las llamas lo abrazaran, para sumirlo en un cálido sueño antes de que llegaran los bomberos. mitad doble


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Suficientes tomates

2589553465936 Fotografía: Amelia de los Ríos | Texto: Carmen Ramos

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ntró y le pidió a la chica de la ventanilla que preparase todo el dinero que quedaba en su cuenta para el día siguiente. Tres, cinco, siete. Era una manía que tenía desde pequeña; le gustaba caminar contando las losetas del suelo. Nunca se lo había dicho a nadie. Tres, cinco, siete, nueve. Era su momento ideal y feliz del día. Todas las mañanas en su camino al trabajo, era casi una hora a solas con ella misma. Tres, cinco, siete, nueve, once... Aquel día se dio cuenta de que cuando no contaba baldosas pensaba en su eficiencia: «Llevo cinco ventas y estamos en la tercera semana del mes, necesito otras cinco ventas para cobrar mil euros y trabajar al menos tres meses más. Tal vez hoy en ocho horas consiga dos». Se paró en seco. «Lucía, ¿desde cuándo son todo números para ti?», se dijo a sí misma. Recordó los recados que hacía a su vecina María con siete años, una sandía de no más de cuatro kilos, pero solo si no estaba a más de sesenta pesetas el kilo, y luego a la panadería de Andrés a por dos teleras —mmm, qué bien olía el pan recién hecho—; después, con todo el peso, subir tres plantas y no llegar cansada para demostrar que podía y así recibir su recompensa, veinticinco pesetas o una bolsita llena de chuches. Ocho horas de trabajo, ocho horas para dormir (ya son dieciséis), al menos dos horas para comer (ya son dieciocho) y solo quedan seis horas para la vida. Eso sin contar el tiempo para otras obligaciones. Y los tomates habían subido a uno con noventa y cinco el kilo, le parecía un disparate. Lucía abrió los ojos de par en par, sorprendida y sin entender que hubiese llegado a ser un número ella misma. Se había detenido justo en la puerta de su banco. Volvió a casa escuchando música francesa en su móvil, disfrutando del paisaje y sin contar las losetas del suelo. Ya no las necesitaba: iba a plantar tomates.

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Un, dos, tres, ¿A qué temes?

7895533546592 Fotografía: Amelia de los Ríos | Texto: Malú Porras

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uatro, cinco, seis… Apretó más sus párpados, la respiración acelerada y los dedos crispados en el borde de la sábana con la que, tapada hasta cubrirse el rostro, intentaba ocultarse de un mal invisible. Siete, ocho, nueve... Escuchó el sutil aleteo de las conocidas mariposas negras que la sobrevolaban. Él estaba cerca. —Esto no es real, esto no es real —se repetía como una letanía antes de llegar al diez, como le había prescrito el psiquiatra. El ruido sordo de crujidos y choques de huesos hacía eco en su cabeza al aproximarse más a ella, quien tras respirar hondo contenía el aliento intentando pronunciar un número diez que se resistía a abandonar su lengua. Sintió unos dedos huesudos aferrarse a su tobillo y tirar del pie; todo su cuerpo se tensó, los dientes se clavaron en su labio inferior y el sabor férrico de la sangre se deslizó en su lengua. —Te estoy esperando —retumbó en su cabeza, con el sonido de una voz metálica inhumana. El angustiado grito irrumpió desde lo más profundo de su garganta mientras pulsaba el interruptor de la luz y se incorporaba en la cama con los ojos abiertos. La habitación se expandía diáfana frente a ella; por el rabillo del ojo vislumbró una mariposa negra deslizarse bajo un oscuro pliegue del papel pinta-

do de las paredes. Se levantó agitada y, con más ira que temor, arrancó y arañó el papel hasta asegurarse de que nada se ocultaba. Desde niña cada noche había sido un rosario de gritos; tras cada ataque de pánico su abuela la abrazaba repitiéndole: «El Coco no existe, mi niña». Pero cada noche volvían las mariposas y los crujidos. A sus veinte años aún no había logrado dormir sin temor. Sin aliento, se sentó en la cama. Cogió de la mesilla un Trankimazin que ingirió con violencia. Volvió a contar lentamente, esta vez hasta cinco, y cuando sintió recuperada la calma se tumbó de nuevo. Examinó cada rincón con la mirada y, con el firme propósito de dormir, dejó encendida la luz, que comenzó a parpadear hasta desaparecer. El corazón volvía a latirle fuerte; uno, dos, tres, empezó a contar de nuevo mientras sus pupilas se adaptaban a la oscuridad y sus dedos se aferraban a la sábana, dispuesta a cubrirse. Cuatro, cinco, seis… El aleteo de un enjambre de mariposas negras sobre ella lo impidió. Con un grito ahogado miró al frente, hacia el lugar del que provenía el craqueteo de huesos. Siete, ocho, nueve… Del suelo emergió una sombra de profunda oscuridad que se acercaba alargando su mano huesuda hasta acariciar su rostro. Las lágrimas brotaron. Se perdió en los ojos vacíos de la criatura. Diez: la oscuridad la engulló. mitad doble


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Tierra de nadie

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vanzaban a través de los campos grises y mojados por la lluvia del sur; la niebla se mezclaba entre las colinas, nubes de tormenta amenazaban con estallar en cualquier momento. En la seca tranquilidad proporcionada por su asiento del tren se paró un segundo a meditar sobre lo que le rodeaba, de lo paradójico que resultaba que a su marcha, tras radiantes días de tímido calor, el cielo se hubiera puesto de luto. Cuando se veía obligado a partir le invadía aquella melancolía que acompaña a los hijos de nadie, a quienes vagan, nómadas, de un lugar para otro sin llegar a pertenecer nunca a nada. Las semanas, los meses, se volvían meras fechas, continuas cuentas atrás. Había pasado a vivir entre números, vagones de tren y momentos que tardaban toda una vida en llegar. Quiso, con la tremenda agonía de quien ya no puede distinguir la rutina de lo excepcional, que aquellos números tortuosos desaparecieran de una vez por todas, ver el final de la espera, no volver a preocuparse por aprovechar cada segundo de cada hora, que no hubiera un final.

Conforme se acercaban al final de trayecto los campos se fueron volviendo cada vez más verdes, más vivos, ellos habían disfrutado de la escasa lluvia de aquel extraño invierno. No pudo distinguir pueblo o ciudad alguna en la distancia y supo que muchas veces de eso iba todo, de no saber diferenciar las distancias, medir fuerzas, seguir andando para poder encontrar lo que la vista no alcanza a observar. En sus oídos resonaba una de esas bandas sonoras que hacen que hasta la peor película valga la pena, la sentía en cada nervio de su piel, le transportaba lejos, resultaba hipnótica. De nuevo otro número, de velocidad, la suya: 191 km/h. No daba esa sensación desde el asiento, si miraba arriba parecía que fuera corriendo por el campo, sin embargo, al mirar las vías pasar como relámpagos caía en la cuenta de lo ridículo del tiempo, de los dígitos, de las fechas. Si todo podía reducirse a mirar arriba o abajo desde un mismo asiento, ¿qué se estaría perdiendo al observar solo en una dirección?

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Fotografía: Amelia de los Ríos | Texto: Ester Ruiz Giménez mitad doble



Mitad Doble: una historia de papel

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itad Doble ha tenido una larga historia desde la creación de Malacara hasta el comienzo de Juglar. En sus inicios, los textos literarios abarcaron poesía, teatro y ficción corta, mientras que la faceta plástica se centró en las ilustraciones y cómics. Ahora incluye fotografía, un editorial, ensayos, humor gráfico, haikus, sin olvidar todas las cosas de sus principios. Mitad Doble ha crecido como una revista impresionante con la imaginación y dedicación de sus trabajadores, el apoyo de los lectores fieles y su habilidad para adaptar temas y contenidos a las cosas importantes de la actualidad como la inmigración, la educación (libros infantiles) o las mujeres. La trayectoria de Mitad Doble es interesante porque ha evolucionado mucho en sus diez años y casi veinte ediciones. Comienzan en 2005 bajo el nombre de Juglar hasta 2007 cuando la revista quiere tener una presencia vía digital; pero este, «juglar», ya estaba registrado en el mundo digital y la asociación tuvo que cambiarlo para mantener una cohesión entre la edición en papel y la publicación en la red.

El cambio de nombre permite a Mitad Doble afianzar su identidad y hace que la revista, al estar disponible digitalmente, llegue a la gente que no la conoce en papel, pudiendo descubrir su contenido a través de la red. Además el paso que supone el acceso a la revista digitalizada sirve como expansión de esta, ganando colaboradores y una mayor audiencia. Por otro lado, la página web es el lugar desde donde se comparten cosas importantes para la comunidad de Mitad Doble como anuncios de eventos y presentaciones, publicaciones de la sección editorial, comentarios y éxitos de colaboradores, y más. En general, la meta de Mitad Doble como revista y asociación cultural, es crear un ambiente donde las personas creativas pueden desarrollar sus disciplinas, exponiendo sus obras y congregándose en espacios que no limiten la imaginación, sin importar la distancia ni el nivel de experiencia. La inclusividad en la que han insistido desde su creación hasta la actualidad augura un prometedor futuro en el que continuará desarrollándose por muchos años más.

8765335465925 Ilustarción: Pamela Lohmuller | Texto: Victoria DeLaney


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Las hilanderas

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Ilustración: Dani Garralón | Texto: Carmen Rodríguez Bonilla

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quella habitación solo estaba iluminada por la tenue luz de las velas. Casi no podía ver a las tres damas. Fuera nevaba. El aire helado se colaba por las mismas paredes. La más anciana mentía. Podía notarlo en la forma de mirarme, en la pequeña arruga que se le hacía al lado de la boca. Había una niña que lloraba sin decir nada, con los cabellos rubios revoloteándole en el rostro. Empecé a recordar algo. Pareció un suspiro caído que acariciaba mi frente, recordé su sonrisa. La mujer joven repiqueteaba con las uñas sobre la gran mesa. Tres velas, tres ventanas, tres puertas. Tardé en percatarme de aquello: tres espejos, tres mujeres. Torció su boca la joven, sonriendo, provocándome, protegiéndome de una manera que no entendía en ese momento. Alzó entonces la vieja su cuello, lo cual le dio un porte altivo. Ojos grises como un cristal sucio y opaco. Hacía demasiado frío. Abrió la boca y dijo algo, pero no pude entenderla. No era el lenguaje, era su voz: sangraba desde las profundidades de su garganta y, obscena, acarició la habitación como un aullido suave. Todo quedó herido, hasta el sentimiento más recóndito.

Y yo no recordaba mi edad, mi nombre, mi sexo. Tenía los huesos congelados. Como una mota de sol en invierno, pude notar mi cuerpo al acercarse la infante. El vaho se deslizó de mis labios hacia fuera y empecé a tiritar. Hasta ese momento no me di cuenta de que a pesar del frio no temblaba, no respiraba. El aire inundó mis pulmones cuando la sentí cogerme de la mano. Me llevó hasta la mesa y me ofreció asiento. —No recuerdo quién soy. —Era mi voz la que retumbaba tímida en aquel lugar. La joven me miraba. Su piel, hermosamente colocada sobre cada uno de sus gestos, se dulcificó al sonreírme. Comprendí entonces que todas aquellas cosas ya no importaban. Pero recordé: recordé vuestro calor, el sabor de la sal, tu risa al verme. La niña cogió un ovillo de lana. Se lo ofreció a la joven y esta, al igual que un lutier acariciando las cuerdas de un violín, fue deshaciéndolo con cuidado. La anciana agarró uno de los extremos con sus arrugados dedos. Vi la tijera brillar. Chasqueó con aquel sonido afilado al cortar el hilo. Entonces fue cuando caí, me deslicé hacia abajo, hacia arriba, hacia todas partes.

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Reflotando

2589553354659 Fotografía: Amelia de los Ríos | Texto: José Luis Rosas, Mª Jesús Rider, Pilar Valderrama y Amor de Pablo

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na noche más de insomnio y a la hora de levantarse se ha quedado dormida. Al mirarse en el espejo se siente contrariada: le ha salido un grano en la nariz. No se lo piensa; el pus queda estampado en la pulida superficie. (2,1): fragata hundida. Un nudo le oprime la garganta al pensar en su trabajo. Al pasar por el salón, ve sobre la mesa la carta que llegó ayer con la oferta de Sídney. Le atrae la proposición, pero… Debe darse prisa si no quiere llegar tarde; baja las escaleras anhelando el desayuno. Él ya se ha ido y no le ha dejado café, tampoco encuentra las llaves del coche. Nerviosa, se cambia los zapatos de tacón por otros planos y corre hacia la parada del autobús. Llega a tiempo para decirle adiós. No hay un taxi en toda la calle. (8,3): destructor hundido. La reunión ha comenzado hace media hora; al entrar, oye un murmullo incómodo. La mirada abrasadora de su jefe le hace recordar que dejó el dosier doscientos once en el asiento de su coche. Es su turno de palabra; antes de empezar pide disculpas, titubeante. Intenta recor-

dar el contenido del dosier. «No me voy a salvar», piensa. (1,6): submarino tocado. La reunión termina y salen a fumar. Aprovecha para tratar de explicar a sus compañeros más cercanos el retraso, el olvido del informe, su desánimo; lejos de comprenderla, le hacen una broma incisiva. (10,6): destructor tocado. El jefe la llama a su despacho. Ella sabe que no está cumpliendo sus objetivos desde hace meses; no tiene excusa, pero tampoco piensa inventar ninguna. Con la carta de despido entre las manos, ella, junto a su última nave, cree sucumbir. (10,10): tocada y hundida. Son las nueve de la noche cuando llega a casa. Se sirve una copa de vino y se sienta en el sofá junto a Manuel. La televisión es lo único que comparten. Dirige la mirada hacia la carta y respira hondo. La coge y encamina sus pasos al dormitorio. Prepara la maleta sonriendo y se dice que, después de todo, ha sido un buen día. Enciende el móvil y busca una agencia de viajes; reserva el vuelo doscientos once en dirección a Sídney. (0,0): comienza la partida.

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415926535 Calle de infancia NĂşmeros que aĂşn bailan sobre la acera.

Texto: Laura Naranjo | Foto: Sandra Lara

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745926535 números

número 18 verano 2016 mitaddoble.com 2,95 €


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