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sábado 11 de octubre de 2014 | página 13

FERGUSON Y LOS UMBRALES DE UN NUEVO LIDERAZGO NEGRO EN ESTADOS UNIDOS

Back to black Por Ezequiel Gatto

E

L 9 DE AGOSTO PASADO, EN FERguson, una localidad suburbana de 20.000 habitantes pegada a St. Louis (una de las principales ciudades del estado de Missouri) un policía blanco mató de seis balazos a Mike Brown, un joven negro de dieciocho años. No fue un hecho inesperado: la zona lidera hace un tiempo el ranking nacional en materia de segregación y racismo. La policía del lugar, que contabiliza 50 blancos sobre un total de 53 uniformados, trató de proteger al oficial involucrado (cuyo nombre, Darrell Wilson, se supo días más tarde) sosteniendo que aquél había intentado quitar a Brown del medio de la calle y, al notar que el joven tenía un arma, le había disparado. Era el retorno de un clásico, la “autodefensa” es un personaje principal en las argumentaciones de policías implicados en hechos similares; pero el relato se reveló, enseguida, inverosímil: fue entonces que una ola de indignación y hartazgo detonó una semana de choques entre negros y fuerzas policiales en una ciudad donde los primeros constituyen el 68 por ciento de la población. En paralelo, aún sin multiplicarse en forma de estallidos, el homicidio 2013 –investigado en estos días por el FBI– terminó de caldear una agenda racial que lleva tiempo acumulando tensiones. A pesar de que las últimas décadas han visto numerosos intentos de afirmar que la estadounidense es una sociedad posracial, lo cierto es que el deterioro de las condiciones de vida de la población negra en los últimos años (en especial, desde 2005) permite hablar de un endurecimiento del racismo. Desempleo y subocupación superiores al resto de las razas, brutalidad policial, niveles de deserción y suspensiones escolares alarmantes, bajos salarios, encarcelamientos masivos (una “industria sin chimeneas” que marca la vida de uno de cada tres negros), desmovilización política y violencia intrarracial letal (más de 6000 negros mueren por año a mano de otros negros) diseñan un panorama muy complicado. Paradojas de la era de Obama, una presidencia que llegó como coronación del largo ciclo de luchas abierto hacia los años '50 por el Movimiento por los Derechos Civiles de Martin Luther King y que se irá dejando activa una bomba que se perfila como el nuevo (viejo) rostro de la conflictividad social en Estados Unidos. Ya no existen grandes grupos suprematistas como el Ku Klux Klan ni linchamientos a plena luz del día pero la brutalidad policial, un rasgo crónico del racismo desde finales del s. XIX, ha alcanzado niveles escandalosos en el último tiempo. Por frecuencia y por características: lo sucedido en Ferguson los días posteriores al asesinato de Brown puso en evidencia que las policías, dotadas de armamento militar gracias a las estrategias de seguridad interna propiciadas por el gobierno de Bush Jr. luego del 11/9, se han vuelto verdaderos ejércitos de ocupación de los barrios negros. Al día de hoy, según los informes del Malcolm X Grassroots Movement que relevan tasas y modalidades de dicha brutalidad, las fuerzas de seguridad (estatales y privadas) están matando a una persona negra cada 28 horas. En su mayoría hombres jóvenes, pero también mujeres y adultos mayores. Los arrestados, heridos, golpeados y amenazados son incontables. El resultado territorial es un estado de sitio de no tan baja intensidad. Que ni siquiera un presidente negro haya podido enfrentar estos problemas y alcanzar logros, sino más bien lo contrario, revela que el racismo estructural e institucional (que no necesita vociferar la superioridad blanca para ser eficaz) sigue inscripto en las profundidades y superficies de lo social estadounidense. Esta frustrante conclusión parece ser el signo bajo el cual comienzan a

producirse transformaciones políticas en la comunidad negra, expresadas en la reciente aparición de discusiones y redefiniciones que, al tiempo que cuestionan al gobierno federal, buscan alternativas.

La vida después de Obama Por un lado, la acomodada clase mediaalta negra no parece tener más la legitimidad política que tuvo y que depositó a Obama en la Casa Blanca. La densa trama de asociaciones, voluntariados, coaliciones profesionales y ONGs que ha sabido construir, no siempre se preocupa por los sectores que más la necesitan ni asume los niveles de conflictividad que exigen los problemas que enfrenta. La brecha entre la acotada cúspide de la clase media-alta negra y los sectores marginados, además de ser materia de tensiones, es fuente de experiencias muy distintas de la condición racial que desembocan en un extrañamiento recíproco. Pero por otro lado, otros sectores de esa clase media, menos privilegiados y disconformes con la situación actual, están asumiendo posiciones más intransigentes respecto al racismo, traducidas en un ataque más decidido a las razones económicas del mismo y en un acercamiento a las mayorías pobres. Tal es así que Kareem Abdul-Jabbar, embajador cultural designado por Hillary Clinton, tuvo que publicar hace unas semanas un artículo en Time casi alertando que las variables económicas y de clase signarán los nuevos movimientos negros. En consonancia con esos cambios, medios de comunicación identificados más abiertamente con las luchas afroamericanas (Alternet, Atlanta Black Star, Black Voices-Huffington Post, colorofchange.org, Colorlines, The Nation, entre otros) están asumiendo un tono más desafiante a la hora de problematizar la situación racial. Esta tendencia, que el estallido en el suburbio de Missouri profundizó sensiblemente, está abriendo una vía a presencias políticas y comunitarias afroamericanas que toman fuerza de las enseñanzas sobre lo que puede y no puede la representación política. Por un lado, formas más bien reactivas, con una línea muy afín (a veces caricaturesca) al Black Power de los años sesentas y setentas, como New Black Panther Party (que no tiene vínculos directos con los viejos Panteras),

Black is Back Coalition y Black Riders. Aunque su crecimiento ha sido escaso, las nuevas condiciones parecen ofrecerle la oportunidad de tener mayor relevancia. Sin embargo, estos espacios, compuestos exclusivamente por negros, que apoyan y promueven acciones de diverso tipo (sindicales, habitacionales, antirrepresivas), manejan discursos y estrategias que no parecen a tono con los tiempos actuales. Por lo general, configuran estructuras partidarias jerárquicas y sostienen posiciones nacionalistas culturales dogmáticas, que suelen involucrar revisionismos históricos y tradiciones africanas así como una prolífica construcción simbólica y estética alrededor de la negritud. Quizá útiles en escenarios de estallidos, no parece que sean capaces de pensar nuevas formas de vida social. Por otro lado, se está vertebrando una red de colectivos y organizaciones, compuesta en gran medida por jóvenes, que no traza fronteras raciales respecto a la participación pero se focaliza en problemáticas que afectan a la población negra. En ella se puede incluir a Million Hoodies Movement for Justice (Movimiento Un Millón de Capuchas por la Justicia), Dream Defenders (Defensores del sueño), Black Youth Project (Proyecto Juventud Negra), Freedom Side (El lado de la Libertad), agrupaciones estudiantiles como Ohio Student Association y a algunos pocos fragmentos inquietos dentro de la moderada National Association for the Advancement of

Colored People (Asociación Nacional por el Avance de la Gente de Color). Estas organizaciones combinan, de diversas maneras y con argumentos y horizontes a veces diferentes, mayor presencia en los territorios, instituciones y calles con una militancia activa en materia de violencia policial y autoprotección, derechos políticos y educativos, desempleo, resistencias a la gentrificación de los barrios, producción cultural y autogestión de la comunicación. Su uso de las redes sociales no se agota en sitios web, Twitter y Facebook: se piensan ellas mismas como una red que articula heterogeneidades, diseña plataformas de acción y pone en conexión experiencias dispersas. Otro dato fundamental es que se involucran con problemáticas de género e identidades sexuales, un rasgo que diferencia a estos agrupamientos de las organizaciones nacionalistas, centradas en el hombre negro (y heterosexual). Además, su retórica y sus estéticas se nutren de una variedad de flujos y recursos culturales (negros pero también latinos, blancos y asiáticos). Todas ellas coinciden en un punto: llegó la hora de reinventar el liderazgo comunitario. La muerte de Mike Brown, una de esas muertes que suceden cada 28 horas en Estados Unidos, podría haber sido un golpe más sobre un cuerpo ya cansado de recibirlos. En cambio, subió la temperatura de la agenda racial y parece configurarse como el toque de reunión de un nuevo y heterogéneo protagonismo político negro.


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