El Club

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EL CLUB -­‐ La cuenta, por favor –murmuró Hilario, vocalizando exageradamente, mientras con un gesto de la mano hacía como que escribía sobre el aire. Uno de los camareros que permanecía hieráEco a la sombra de un gigantesco roble, rompió su rigidez con una inclinación de cabeza, dando a entender que había captado el mensaje-­‐. Espero que este pequeño fesHn haya sido de vuestro agrado. Aunque tú apenas has probado la comida –le reprochó cariñosamente a su única hija. -­‐ Porque me parece obsceno –musitó su hija Nina, con la vista fija en el plato de fina porcelana, al Eempo que se limpiaba la boca con una servilleta bordada-­‐. Con la mitad de la comida que han servido a nuestra mesa se podría haber alimentado a toda una aldea. Personalmente habría quedado saciada con menos de la décima parte… Y mucho más saEsfecha, eso por descontado. A pesar de la dureza de sus palabras, la expresión vacía de los ojos de Nina imposibilitaba añadir carga semánEca alguna a sus palabras, por lo que Hilario decidió atribuir aquel comentario a una más de tantas manifestaciones del cinismo hiriente tan caracterísEco en su hija. -­‐ No le hagas caso Hilario: ha sido un banquete magnífico –aseguró su suegra, Francisca, quien trataba de ocultar en vano su avanzada edad tras un porte de dignidad muy sobreactuado-­‐. Seguro que le ha encantado… Si conoceré yo a mi nieta. Anda Nina, sé una buena hija y muéstrate agradecida con tu padre. En mis Eempos, este Epo de exquisiteces tan sólo estaban al alcance de la realeza. Y, al fin y al cabo, si nuestra familia es uno de los miembros más relevantes de este presEgioso Club se lo debemos a los enormes esfuerzos de mi querido yerno –concluyó guiñándole un ojo al susodicho. -­‐ ¿Acaso os creéis de verdad que teníamos otra opción…? –preguntó desafiante la joven alzando los ojos pero sin fijarlos en nadie en parEcular-­‐ ¿Acaso le importa a alguien mi opinión al respecto…? –la animosidad de las palabras de Nina iba a juego con la furia de su mirada, que fue a clavarse sobre su padre-­‐. ¡Y tú, ¿qué…? ¿Cómo siempre, no tendrás nada que decir…? –esta vez, el reproche iba dirigido hacia su madre, la fiel y abnegada esposa de Hilario, la silenciosa y sumisa Maruja, quien se limitó a bajar aún más la cabeza y concentrarse, como si le fuese la vida en ello, en dividir con cuchillo y tenedor el úlEmo arándano que quedaba sobre su plato-­‐. Y, ahora, si me perdonáis…, tengo que ir a vomitar al baño –concluyó Nina arrastrando ruidosamente su ornamentado butacón y dejando caer la servilleta arrugada sobre el asiento. Hilario se afanaba por verbalizar sin éxito algún comentario que le restase hierro al asunto. Francisca meneaba la cabeza con resignación. Maruja se limitaba a constatar con la vista cómo su hija se alejaba con paso firme y decidido, a pesar de que la hierba amorEguaba el sonido de sus pisadas. ¡Era tan guapa…! Muchísimo más atracEva que ella cuando tenía su edad. Comprobó con muda saEsfacción cómo varios miembros de otras ilustres familias giraban el cuello para fijarse en su Nina. Y, aunque a su hija no le agradase ser socia del Club, era de ley reconocer que era aquel y no otro el escenario natural al que Nina pertenecía, donde más posibilidades tendría de forjarse un porvenir tan espléndido como su belleza. Sencillamente no se la imaginaba en ningún otro contexto que no fuese aquel exclusivo y paradisíaco entorno, a salvo de todas las amenazas exteriores, de las que ella no quería o no parecía ser consciente. La llegada del camarero con la cuenta les otorgó la excusa perfecta para disipar de sus cabezas aquel nubarrón. Arrebujándose en sus respecEvos asientos, los tres parecían senEr un gran alivio. Su ingenuidad no les permiHa darse cuenta de que estaban trocando incómodos vientos por la inclemencia de un huracán… -­‐ ¡Espere…! –el tono agudo y algo desesperado en la voz de Hilario alarmó a los comensales más próximos-­‐ Disculpe, debe de tratarse de un error –dijo tratando de conferir a su voz toda la calma y la confianza que no senHa, al Eempo que extendía de vuelta hacia el camarero el elegante sobre que contenía el coste de aquella colación.


Tanto su esposa como su suegra presuponían que el precio a pagar sería elevado. “Y así ha de ser”, pensaba la anciana. Al fin y al cabo ellos eran tan miembros del club como los que más. Habían sido muchos años soportando lacerantes miradas por encima del hombro. Nadie contaba con ellos. Y, ahora que, para sorpresa de propios y extraños, se codeaban con la flor y nata, le llenaban de orgullo las miradas cargadas de celos que les dedicaban el resto de las familias cada vez que servían un nuevo manjar a su mesa. Era como si las envidias ajenas confiriesen a aquellas deliciosas viandas de un sabor aún más refinado y exquisito. No obstante, el rostro exangüe de Hilario, aquella expresión estúpida y pánfila que de pronto se había adueñado de su semblante, parecía presagiar algo más que un ligero contraEempo. Presa de la curiosidad, Francisca se giró hacia su hija, apremiándola mediante gestos a que consultase a Hilario sobre el moEvo de tanto suspense. Maruja por su parte, con un ostentoso encogimiento de hombros, le dio a entender a su señora madre que, si bien no conocía el pesar que afligía a su esposo, de haberlo sabido, igualmente, se la traería al pairo. -­‐ ¿Algún…, ejem, existe algún inconveniente, querido yerno…? –espoleada por la pasividad de su hija, incapaz de seguirse mordiendo la lengua, Francisca decidió pasar a la acción. -­‐ Esperadme aquí, os lo ruego. Yo solucionaré esto… –fue la única respuesta por parte de Hilario, quien se levantó de su asiento y se encaminó presuroso hacia las oficinas del Club. “Comienza a anochecer”, pensaba Maruja, mientras contemplaba impasible la galopada de su marido. Sin embargo, pese a lo tardío de la hora, el Club estaba a rebosar. Nadie parecía querer marcharse. El ambiente, por lo general sereno y elegante, se encontraba esa noche algo turbado. Los miembros de las disEntas familias, que casi siempre permanecían sentados en sus respecEvas mesas, salvo para los perEnentes saludos de rigor, aquella noche formaban corrillos heterogéneos por todo el jardín. Nunca se escuchaba una voz más alta que otra, pero durante aquella velada, había quienes intentaban hacer oír su voz por encima de las demás. Caras largas, gestos airados por doquier… Algo no iba bien. -­‐ ¿Dónde está mi padre…? –preguntó al cabo de un rato Nina, que regresaba en aquel momento del aseo. -­‐ Precisamente eso mismo estaba pensando yo –replicaron al unísono su madre y su abuela. -­‐ ¡Aquí estoy queridas! –exclamó Hilario que se aproximaba a la mesa apretando el paso. -­‐ ¿Va todo bien? –preguntaron esta vez las tres mujeres a coro. -­‐ Por supuesto que sí… Por supuesto que sí –respondió Hilario con una sonrisa falsa prendida en los labios. -­‐ Perfecto, porque ya estoy cansada de este siEo y quiero volver a casa cuanto antes –replicó Nina, que no estaba dispuesta a abandonar su postura combaEva. -­‐ Pero eso es imposible, Nina, querida mía –arguyó Hilario, posando firmemente una mano sobre el hombro de su hija hasta que Nina, desconcertada, volvió a tomar asiento-­‐. Precisamente los dirigentes del Club están preparando algo muy especial para vosotros, los jóvenes… ¡Verás que sorpresa! -­‐ Pero yo…, yo no… –balbució la chica. -­‐ Tú te quedas aquí mientras yo acompaño a tu madre y a tu abuela a casa –ordenó Hilario sin tener en cuenta la voluntad de su hija. Tras una pausa, suavizó el tono y, dotando a su voz de toda la persuasión con que los años de experiencia ungen a los políEcos, sentenció: Eres joven… La noche te pertenece.


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