Periódico AAL | Edición 101, febrero 2014

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investigador que se acerca con respeto como ante un tesoro. Así es que Robledo captura esta figuración en la búsqueda fotográfica con la delicadeza de un monje Shaolin caminando sobre papel de arroz, plasmándolo experimentalmente sobre la tela en función de la exploración de las capas cromáticas, que van intuyendo capas mnémicas del lugar evocado en el acto creativo. De aquí que el romanticismo sea su taller, realmente el espacio físico puede variar, pero su laboratorio se ubica en el mundo romántico de Friedrich y Turner… como un laberinto interior que le permite encontrarse en los espejos de la ruina entre los destellos del fetiche erótico. Se presenta la oscuridad en su obra como canal hacia la iluminación del pensarse a sí misma, y encontrarse por fragmentos de momentos que aparecen en el gesto romántico de la recuperación de lo devastado. La imagen del retrato fragmentado es elaborada desde la representación y el detalle fotográfico en medio de un ambiente visual más bien pastoso y abstracto que va abarcando este cuerpo contemporáneo como una cobertura melancólica del tiempo “sido” por sobre el tiempo en curso. Se dedica a elaborar

con detención los detalles del fetiche, como si estos aludieran a algún recuerdo erótico específico que sólo se esboza en un ademán que encierra un secreto y que se transparenta en la mirada representada. Este “taller” para Robledo existe en su interior durante el día como un pulso constante, lo que le obliga a encontrar en lo abandonado y destruido un lugar espejo de recogimiento, de manera que camina y habita la ruina en la melancolía romántica de lo perfecto. La fuerza viva contenida en una construcción debilitada por la muerte; la destrucción de lo histórico amenazando constantemente la fragilidad de lo contemporáneo en un vaivén de deseos que se insinúan como peligro y añoranza. Valentina trabaja con acrílico, óleo, pinceles, brochas, paletas, espátulas y materiales reciclados y prepara las superficies (que pueden ser madera o lona) con gesso. Para instalarse a trabajar y constituir un espacio físico como taller sólo necesita “un mueble para poner las pinturas y paleta, atriles y buena luz”. Esto es (posiblemente) porque su taller inmaterial, en definitiva, es el lugar mítico de la fuerza de la ruina. La única influencia que puede reemplazar la de los árboles y la de los prados es la fuerza de la antigua arquitectura². 2

Op. Cit., p. 231.

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