La Voz de la Esfinge - número 05

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A N T E C Á M A R A

Revista de Literatura AÑO II • NÚMERO 5 Segunda Época Enero-Marzo de 2001 DIRECTORA Isabel Jazmín Ángeles EDITOR Antonio Marts CONSEJO EDITORIAL Luis Armenta Malpica Hilda Figueroa Carlos Maldonado León Plascencia Ñol Elizabeth Vivero MARKETING Heinzy Arturo Cruz DISEÑO

IMAGEN PORTADA Carlos Maldonado REVISTA ELECTRÓNICA Antonio Marts CORRESPONDENCIA

INÉDITOS EN ESPAÑOL Paisaje inmundo CHARLES SIMIC versión de Juan Carlos Galeano 4 Nave de tontos CHARLES SIMIC versión de Juan Carlos Galeano 6 TRES POETAS

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Biopsia SUSANNE LUTHERBORROW versión de Isabel Jazmín Ángeles 10

Uris de Alejandría GUADALUPE ÁNGELES 15 Atamas (Rompecabezas) HILDA FIGUEROA 17 El inesperado encuentro con una mujer llamada Miss Coyle en una tarde decepcionante VIZANIA AMEZCUA 21 1978 ELIZABETH VIVERO 25

DOBLE HORIZO

N T E

Corceles de calor JORGE FERNÁNDEZ GRANADOS 28

Y COLABORACIONES

Apartado Postal 39-37 C.P. 44171 Guadalajara, Jalisco, México. Teléfono 36 29 28 98 correo electrónico: antonio_marts@hotmail.com http://read.at/paraisoperdido

~ La Voz de la Esfinge

Nada de correo basura, excepto por los asuntos de la pizza PAM BROWN versión de Isabel Jazmín Ángeles 12

Ando, endo: tres demostraciones exquisitas LUIS VICENTE DE AGUINAGA 36

E J A N D R Í A

AUSTRALIANAS

Salud SUE BEETON versión de Isabel Jazmín Ángeles 8

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Penúltima luz LUIS ARMENTA MALPICA 29 La última moneda JORGE ESQUINCA 33

Del aire a esta parte LEÓN PLASCENCIA ÑOL 38 Retorno ANTONIO MARTS 39 Cuánto tiempo perdido en la esperanza ERVEY CASTILLO 40

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E L I Ó P O L I S

MEMORIA EN EL CORAZÓN

Memorial de la noche FRANCISCO MAGAÑA 41


La realidad como espejismo RAFAEL MEDINA 43

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L U S T R A C I O N E S

TONI GUERRA

Estas celdas que soy de Mario Heredia MARTÍN ALMÁDEZ 44 Los sueños no se borran HARRIET QUINT 45 Favor de no borrar SILVIA QUEZADA 47 La cercanía FELIPE PONCE 48 Breton para principiantes A.M. 49 ADELANTO EDITORIAL

En el fondo del fogón donde aprendí a ver RAMÓN FERNÁNDEZ-LARREA 51 Los miembros del consejo editorial de La Voz de la Esfinge felicitamos a Toni Guerra por el vigésimo aniversario de su primera exposición.

TONI GUERRA Tampico, Tamaulipas, 1950. Desde 1957 radica en Guadalajara. Se inició en la pintura bajo la asesoría del pintor Gustavo Aranguren. Estudió la carrera de pintura en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara. Trabajó bajo la dirección de Francisco Madrigal y bajo la asesoría de Tomás Coffeen Suhl. Es integrante del Centro de Arte Moderno de Guadalajara, A.C. y fundadora de Exágono, taller independiente de artes plásticas. Ha tenido a su cargo la ilustración de varios libros y revistas literarias. Ha expuesto en la Casa de la Cultura de Jalisco, en la Galería de Arte Moderno de Guadalajara, en el Centro Cultural José Guadalupe Posada, en la Ciudad de México y recientemente en el Palacio legislativo de San Lázaro. Ha participado en más de cien exposiciones tanto en Guadalajara como en el extranjero.


PAISAJE INMUNDO

InĂŠditos en espaĂąol de

Charles Simic

Simic

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~ La Voz de la Esfinge

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Filthy landscape CHARLES SIMIC

The season of lurid wildflowers Strewn on the meadows Drunk with kissing The red-hot summer breezes. A ditch opens its legs In the half-undressed orchard Teeming with foulmouthed birds And smutty shadows. Scandalous view of hilltop In pink clouds of debauchery. The sun peeking between them Now and then like a whoremaster.

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ANTECÁMARA

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Galeano

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Paisaje inmundo versión de Juan Carlos Galeano

La estación de flores tristes Por los pastizales Borrachas de besar Las brisas ardientes del verano. Una zanja abre sus piernas En la huerta medio desvestida Llena de pájaros vulgares Y sombras obscenas. Escandalosa vista de colina De lujuriosas nubes rosadas. El sol se asoma de vez En cuando como una alcahueta.

CHARLES SIMIC Belgrado, 1938. Pasó sus primeros años de emigrante en Chicago. Ha sido profesor de California State College, y desde 1974 enseña en la Universidad de New Hampshire. Ha recibido becas como la Guggenheim y los premios Edgar Allan Poe, en 1975, Pulitzer, en 1990 entre otros. Entre sus obras se cuentan What the Grass Says (1967); Dismantling the Silence (1971); Return to a Place Lit by a Glass of Milk (1974); Selected Poems 1963-1983 (1985); Unending Blues (1986); The World Doesn’t End (1990), A Wedding in Hell (1994), Walking the Black Cat (1996) y Jackstraws (1999), del cual se han tomado estos poemas. Simic también se ha destacado por ensayos y traducciones.

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NAVE DE TONTOS

Inéditos en español de

Charles Simic

Simic

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~ La Voz de la Esfinge

Ship of fools CHARLES SIMIC

I’m the stowaway in the crow’s nest. My old love letters are the sails, The ones full of sighs and kisses. At the Captain’s Table a moonfaced nun Is eating a June bug. In the sky, a flock of white shirts Are flying to a laundry line in Africa. The Captain sets his beard on fire. Through the spying glass, I can see the florist on the back of a shark Bringing a dozen bouquets of white roses.


ANTECÁMARA

Galeano

Nave de tontos versión de Juan Carlos Galeano

Soy el polizón en la cofa del vigía. Mis viejas cartas de amor son las velas, Llenas de suspiros y de besos. En la mesa del capitán, una monja cara de luna se come un escarabajo. En el cielo, una manada de camisas blancas Vuelan a secarse en África. El capitán le mete candela a su barba. Por el catalejo, puedo ver al florista montado en un tiburón Trayendo docenas de rosas blancas.

JUAN CARLOS GALEANO Nació en la Amazonia colombiana en 1958, emigró a los Estados Unidos en 1983. Su poesía, traducciones y artículos han aparecido en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. En 1986 publicó su poemario Baraja Inicial en Santafé de Bogotá (Editorial Ulrika); en 1997 Polen y escopetas, investigación sobre la poesía de «la violencia» en Colombia (Editorial Universidad Nacional de Colombia). En 1999 El pollo sin cabeza, traducción del poeta norteamericano Charles Simic, (Editorial Pequeña Venecia, Venezuela). Su libro de poemas Amazonia será publicado en Colombia en 2001. Es profesor de literatura en la Universidad Estatal de Florida en Tallahasee.

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SALUD

Tres poetas

australianas

Beeton

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~ La Voz de la Esfinge

Wellness SUE BEETON

We awake from serious illness much altered Yet unable to explain what happened... Pain and its treatment strips the emotional camouflage— Those drugs, The dozens of strangers at the bedside day and night, Weeping in the arms Of a nurse or three and never remembering which ones they were, Losing all sense of irrelevant, pompous dignity. There are no trappings left No external beacons to tell you who you are No internal hedges left to cower behind. There is nothing left but life. Life that shines so vividly and returns so slowly Is witnessed in its most primal form. It should be frightening, this loss of places for the soul hide and it is for the watchers who are not ill, But for those reluctantly on this bizarre pilgrimage, The lesson is that life is not so absurd after all.


ANTECÁMARA

Ángeles

Salud versión de Isabel Jazmín Ángeles

Despertamos de una grave enfermedad bastante alterados Sin ser capaces de explicar qué pasó... El dolor y su tratamiento desnudan el camuflaje emocional —Esas drogas, Docenas de extraños al lado de la cama día y noche, Llorar en brazos De una enfermera o tres y nunca recordar cuál de ellas era, Perder todo sentido de irrelevancia, de dignidad pomposa. Ya no quedan símbolos Ni señales luminosas para decirte quién eres Ni escapes internos para cubrirte las espaldas. Sólo queda vida. Vida que brilla tan vívidamente y retorna tan despacio Da testimonio en su más elemental forma. Debe ser aterradora esta pérdida de lugares para el alma escondida y lo es para los espectadores que no están enfermos, Pero para aquellos que a regañadientes van en este bizarro peregrinaje, La lección es que la vida no es tan absurda después de todo.

ISABEL JAZMÍN ÁNGELES Guadalajara, 1981. Tiene publicada la plaquette de traducciones In excelsis (Mala estrella, 1998). Actualmente estudia la licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara. SUE BEETON Nació en Melbourne. Actualmente vive en la zona rural del distrito de Victoria. Tiene publicado el libro Beeton´s Guide to Adventure Horse Riding (1995). Este poema forma parte de sus más recientes escritos.

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BIOPSIA

Tres poetas

australianas

Lutherborrow

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~ La Voz de la Esfinge

Biopsy SUSANNE LUTHERBORROW

slowly she bends rubs nivea onto her legs thinks of the appointment today and her skin dry then just before she leaves hurries brushes teeth washes again down there and shakes fragrant rose powder about her

later afterwards blanket wrapped and legs together tight the roses dead she sits on the edge of the examining table and says now you do bulk bill don't you?


ANTECÁMARA

Ángeles

Biopsia versión de Isabel Jazmín Ángeles

lentamente se inclina pone nivea en sus piernas piensa en la cita de hoy y en su piel seca entonces justo antes de irse con prisa cepilla sus dientes se lava de nuevo allá abajo y espolvorea talco fragante de rosas sobre ella

más tarde después la sábana enrollada y las piernas juntas apretadas las rosas muertas se sienta en el borde de la mesa de exploración y dice ahora me pasará la cuenta ¿no?

SUSANNE LUTHERBORROW Vive en Sidney. Es Coordinadora del proyecto comunitario de artes y educación para adultos con discapacidad intelectual. Ha publicado en las revistas y periódicos Overland, Social Alternatives, Sydney Morning Herald, Redoubt y School Magazine.

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NADA DE CORREO BASURA, EXCEPTO POR LOS ASUNTOS DE LA PIZZA

Tres poetas

australianas

Brown

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~ La Voz de la Esfinge

No junk mail except for pizza things PAM BROWN

No junk mail except for pizza things says the sign on the letter box across the road straggly flowers trailing cellophane & fading ribbon stuck skew —whiff to the telegraph pole— planets fade like fading planets, a sickly hue smears the sky, this day a cool-to-mild one.


ANTECÁMARA

Ángeles

Nada de correo basura, excepto por los asuntos de la pizza versión de Isabel Jazmín Ángeles

Nada de correo basura, excepto por los asuntos de la pizza dice el letrero en el buzón al otro lado del camino descuidadas flores arrastran celofán y listón descolorido mal pegadas —afean el poste del telégrafo— planetas desvanecidos como planetas que se apagan, un horrible matiz ensucia el cielo, en este día de clima fresco a templado.

PAM BROWN Vive en Sidney. Es autora de treinta libros, el más reciente se titula 50-50 (Little Esther Books, 1997). También ha escrito textos para performance y realizado cortos de cine y video.

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Ángeles

URIS DE ALEJANDRÍA

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~ La Voz de la Esfinge

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ALEJANDRÍA

Ángeles

Guadalupe Ángeles

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oy la princesa prisionera en la alta torre del castillo de tu nombre. Era la mañana de mi juventud cuando escuché cerrarse tras de ti la pesada puerta de madera, echaste llave con el filo de una parca promesa, seca como el viento de noviembre, y ni las ganzúas de ilusiones que me nacen en el vientre como rosas encarnadas o amarillas pueden abrirla; así que muestro mi desnudez a los espejos; en ellos ensayé sonrisas para lucir como joyas a tu llegada; pero ha pasado tanto tiempo... ahora, reconozco que envejezco. En las caprichosas formas que se insinúan en las paredes de esta sala descubrí o imaginé un lenguaje que se despliega en figuras cuyo significado cambia cada día. Al tocar con los dedos la superficie de la roca descifro sus mensajes que me exigen prenda fuego a la memoria, pero al mirarlo el espejo me recuerda que vivo en el vientre de una promesa y un día he de nacer presagio. Ese destino espero lúcida (cubierta mi piel de frío) anhelante, aguardo, aunque la espera pese como una piedra amarrada al corazón.

GUADALUPE ÁNGELES Pachuca, Hidalgo, 1962. Actualmente reside en Guadalajara, Jalisco. Ha publicado los libros de cuentos Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995) y la novela Devastación (2000) que en 1999 obtuvo el Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos.

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Ángeles

URIS DE ALEJANDRÍA

Un día vino la insania y tomándome de la mano me invitó a conversar con la sombra de los muebles, dijo: «son amables seres que sólo quieren acariciarte»; al oírla, no escupí su rostro ni bajé la frente, sólo le di la espalda, vine a este lecho que aún te espera, me tendí sobre mi costado izquierdo y abracé fuerte mis rodillas, procuré que mis piernas cubrieran bien mi ombligo, no fuera a escapárseme por ahí el alma. Soy la princesa prisionera del recuerdo de tu cuerpo, de la humedad de tus labios... si me nacieran alas, pero esta torre no tiene altos ventanales góticos, sólo rendijas irregulares por donde penetra la caricia del viento, el olor de la noche, la piedad de la lluvia. Envejezco, pero mi razón firme no cesa de llamarte: «ábreme, ábreme», dice mi corazón en cada latido, pero el fragor de las batallas en que te empeñas, poderoso guerrero de corazón sangrante, de alma de paloma, te impide escucharlo y tu silencio viene y se tiende a mi lado, pero no quiero mirarlo, no quiero en su piel de humo acariciar la soledad que me derrite los hombros, que sella mis labios ¿para siempre? «Ábreme, ábreme», dice mi corazón.

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~ La Voz de la Esfinge


ALEJANDRÍA

Figueroa

Hilda Figueroa

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n puño cerrado estrelló toda su fuerza contra mis costillas y el dolor me dobló. La falta de aire nublaba mi conciencia. A pesar del miedo, percibía las voces lejanas, aunque sintiera explotar los gritos muy cerca de los oídos. Reclamaban. Siguieron los golpes, las orejas, los labios, perdían su forma entre la sensación de hormigueo —por la hinchazón— y el dolor tan intenso. Una enorme rabia comenzó a crecerme dentro... El automóvil se mueve a toda velocidad. Siento claramente sus neumáticos rebotando. Sé que es un empedrado... ¿nos aleja de la ciudad? Repetí incansable que se habían equivocado. Que no los conocía, nunca los vi en mi vida y me estaban confundiendo con otro. A cada protesta: más insultos, golpes, y el dolor lacerante de nuevo sobre las carnes ya lastimadas y punzantes. Por instinto sé que mis días están por terminar. Me horroriza y me llena de rabia un final así, sin poder defenderme. No logro idear algo para escapar... No logro entender... mi salida del bar a la media noche —después de dos o tres tragos fuertes en el estómago— la puerta, la calle oscura, el chirrido de los frenos. Yo, empujado por ellos, a la parte trasera del coche... los ojos apretados casi al estallamiento por el trapo maloliente. —Aquí está bien... Me bajan a empujones. Grito que se equivocan, antes de la mordaza y la cinta apretadísima estrangulando mis muñecas. Un forcejeo. El frío de la noche barnizándome todo. Algo dentro del bolsillo de mi saco. Mi caída. La cara sobre el

HILDA FIGUEROA Es psiquiatra, psicoanalista y licenciada en literatura hispanoamericana y mexicana. Actualmente estudia la Maestría en filosofía en la Universidad de Guadalajara. Ha publicado De locura y de muerte, último viaje (1997) y En busca de la luz (1999).

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Figueroa

ATAMAS (ROMPECABEZAS)

pasto mojado. Desde el carro, el lamento de un saxofón fugándose del radio. Olor a hierba despedazada. Un arma. Clic. Y el disparo que sacude mi cabeza... Me miro en el espejo. Acomodo el cabello. La ropa deportiva color azul me sienta bien, pienso. —Ya me voy... Hace frío. Ajusto los audífonos para no escuchar la música estridente del camión. Trato de concentrarme para poder disfrutar mi cinta. ¡Cómo me gusta ese sax melancólico, lento y largo como una línea que vaga, despacio, ondulándose dentro de mí! Bajo con un gran salto, y comienzo mi carrera de todas las mañanas. Disfruto el aire helado quemándome la cara y mordiendo las mejillas. El placer muscular comienza: el braceo, los movimientos de las piernas... mientras corro en la oscuridad de la mañana en mi camino tan conocido. Un bulto en el piso me hace detenerme... distingo un hombre. ¿Muerto? ¿Me voy? La curiosidad me gana. Tanta sangre... Le doy la vuelta. No. No lo conozco. ¿Tendrá identificación o algún papel importante? En el bolsillo del saco: una piedra... Parece fina... La tomo. Corro. Nadie me ha visto, parece. No puedo olvidar la escena: su cara, la sangre... ¿Quién sería? Me la traje. El muerto ya no la necesita. Tampoco necesitaba ayuda ¿Qué ayuda puede necesitar un muerto? Y si pudiera vender la piedra, podría pagar mis estudios, comprar un coche. Tener dinero para salir a dar la vuelta...

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~ La Voz de la Esfinge

Todo el día no he pensado más que en lo mismo. Todos los días. La lavé. Juego con ella dentro de la bolsa de mi chamarra. ¿Por qué la traía ése en la bolsa? ¿Por qué no se la quitaron? ¿Alguien se daría cuenta de que la tomé? ¿Y si me siguieron? ¿Y si me buscan? Estoy seguro que es fina. Podría ser rico. Viajar. Tener una casa... Hacer girar mi diamante entre los dedos me da seguridad. Placer. Me hace sentir bien. Como un rey. Soy superior a todos. Soy rico... La piedra es enorme. —Sí maestra, hace varios días que lo veíamos muy raro. Misterioso. En silencio. Nos evadía a todos. Caminando solo entre los árboles de la escuela. Pero no me extraña tanto, siempre fue muy apartado y raro. Tan estudioso. Evitaba las diversiones, juntarse con los demás... Sólo lo hacía para lo más indispensable, trabajos de equipo o cosas así... ¿Se lo llevaron al manicomio? No le podían quitar el vidrio que traía en la mano. ¿No creo que se pudiera cortar con él o sí? Bueno... a lo mejor... La escalera vacía. Todavía creo escuchar mis propios pasos subiendo y bajando apresuradamente: corriendo al salir de la casa, o al regresar a mi cuarto. Cruzar la pequeña puerta redondeada en su parte superior. Agacharme al pasar porque mi frente podía golpearse en ella. La vida era otra cosa; actividad, movimiento. Idas y venidas por el pequeño patio hasta la cocina, en donde me esperaba un gran vaso de agua, o una cacerola vaporizando aromas deliciosos de la que robaba un pedazo de carne, sin que me mirara nadie...


ALEJANDRÍA

Me siento mal. Toda mi familia me tenía mucha confianza y les he fallado. No sé por qué se me ocurrió registrar su saco. Sacar la joya. Sólo pensé hacer una broma. Ese día, él me dejó solo como siempre, mientras iba por un refresco. Algo me hizo ir allí. Yo cómo diablos iba a saber lo que significaba para él. Además la habíamos robado juntos y él, con sus dudas y sus miedos... ¿Para qué era sino para venderse? Terminó enamorado de ella. La acariciaba como si fuera una mujer. ¿Y nuestros planes ¿Y el riesgo que corrimos? Se puso loco, se volvió loco. Me dan escalofríos de acordarme de su mirada. Sus golpes. Tanta desesperación que ni me dejó decirle dónde la había puesto. Y ahora yo aquí, en la silla de ruedas, tomando el sol. Sin poder hablar ni moverme. Maldito desgraciado, ojalá se pudra en mierda allí donde se lo llevaron. Después de todo, qué bueno que se fue agarrado de su vidrio. Ojalá sepa usarlo. Dios, cómo quema este sol asqueroso, y nadie viene a quitarme de aquí... Me estoy derritiendo... Quiten ya ese jazz inmundo, con esa trompeta desafinada y lloricona... Dios ¿Nadie va a venir? Jugaba con el diamante bajo los rayos de sol. Jugaba a bañarse el rostro con luces de colores. A sumergir la piedra en el agua y ver las líneas de luz quebrarse

Figueroa

bajo la superficie. Sobre sus dedos. Atrapar por un instante su belleza y dejar que se escapara, al ritmo de la música que era como la voz de un pájaro, ronco, tonada larga que parecía recostarse en el viento y desde ahí emitir su silbido eterno. Comenzó a dar volteretas en el patio, con la luz del sol multiplicada en la cara. Vueltas y más vueltas al compás de la música, con sus piecitos desnudos y regordetes que dejaban huellas de sudor en las baldosas calientes. Se puso la gema en la boca. Como si quisiera atrapar toda su capacidad de producir color, hermosura. Luego, una piedrecita aguda bajo su planta. Un titubeo. Un titubeo. Una reacción instintiva... —¡Mamá, al niño se le atoró algo en la garganta! ¡Córrele, está morado! Nadie se enteró de mi descubrimiento. Sólo importaba salvar su vida. Todo el equipo se dedicó a eso. Afortunadamente dejaba pasar algo de aire. Luego de la traqueostomía y de lograr que respirara, más tarde el vómito, nadie quiso ver qué traía atorado. Al fin urgencias, ha habido tanto trabajo... En un descuido de la enfermera dejé la piedra en la gasa. ¿De dónde la sacaría? ¿A su edad? Es buena, creo. Luego lo averiguaré. Necesito cenar, me muero de hambre y la guardia apenas comienza. Se escucha la música de la cinta que

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Figueroa

ATAMAS (ROMPECABEZAS)

traje. Ese saxofón me relaja los músculos cansados y me alivia de toda la tensión que traigo encima. Su tono lánguido me recuerda un orgasmo largo... —Ciertamente, es un gran diamante. Cuesta mucho dinero, pero en este medio nadie le dará nada por él si no tiene los documentos legales. Este tipo de joyas se prestan mucho a los negocios sucios y yo no quiero involucrarme con la policía. Pero hay muchos lugares en los que puede hacer trato, claro que nunca le darán lo que realmente vale. Necesitaría llevárselo al norte, y si lo atrapan a la pasada, va a quedarse muchos años a la sombra. ¿De dónde lo sacó? —Por ser mi amigo, me comprometo a trabajar tu piedra en la noche, cuando ya los cuates se hayan ido a la casa. ¿Cómo quieres que lo monte? ¿Quieres escoger el trabajo o me lo dejas a mí? ¿Es para tu novia, o para ti? —¡A quién se le ocurre salir a la calle con un anillo así, en este barrio! Qué bien se nota que ni sabía lo que traía puesto. Yo creo que se lo robó a alguien. ¿Cómo una persona pobre puede cargar una joya de ésas? O se dedica a la prostitución, o

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vende droga, o roba, o todo junto. Yo vi cuando traía puesto el anillo, la piedra era enorme como una canica, muy, muy bonita. La llevaba exhibiendo con la mano en la ventanilla del coche. Por cierto que iba el radio a todo volumen con una musiquilla de esa que se oye en los bares catrines: muy sonsonetuda y gacha. Yo ya sabía lo que le iba a pasar, es que ya ni la hace, cualquiera le corta uno la mano para quedarse con la piedrota que ha de valer una fortuna. Y luego, con esa facha, que hasta la policía pudo llevárselo para investigarlo por sospechoso. Quién sabe si un poli se la quitó y le dio matarile para revender el anillo, ¿no cre usté? El jefe nos va a matar si no aparece su «vidrio», nos va a despellejar de uno por uno. Tiene el trato arruinado y era de muchos millones. ¿No se lo llevaría la vieja? ¿No fuiste tú? Con eso que quieres que te graben tu porquería de música. Eres capaz de haberlo cambiado por un méndigo saxofón para seguir con tus aullidos. Apaga esa pinche grabadora. No ves que estoy nervioso. No sé como tienes calma para escuchar eso, cuando tenemos la vida en un hilo. Ayúdame a pensar. ¿De veras tú no lo tienes?


ALEJANDRÍA

Amezcua

Vizania Amezcua

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na está sentada frente al escritorio. Sentada frente a la ventana detrás del escritorio, frente a la tarde que discurre detrás de la ventana. Luego de una larga pausa —permanente rito antes de comenzar a escribir— despliega un desierto blanco al abrir su cuaderno. Planea una travesía de la página entera o las líneas que le sean posibles para hacer surgir una serie de espejismos que, una vez puestos en la página, tendrán el valor de realidad. Desde hace varios meses Ana se ha impuesto la tarea de escribir, siempre a la misma hora, otro número preestablecido de horas pero su determinación a veces no logra ser lo suficientemente fuerte como para lograr que su trabajo avance. Sin embargo esta disciplina la hace sentir que es un trabajo como cualquier otro y esto tranquiliza su conciencia. A veces se distrae fácilmente al menor pretexto o mira el sofá en la ilusión de poder recostarse y leer mientras mordisquea cualquier cosa: un intento por evadir su tarea diaria y fugarse pero una vez inaugurado el desierto la travesía debe cubrir, lo menos, un par de líneas en el afán de no sentirse culpable más tarde, pensando que el tiempo se le ha ido y el desierto permanece intacto.

VIZANIA AMEZCUA Tepic, Nayarit, 1974. Estudio la carrera en Medios Audiovisuales en la ciudad de Guadalajara. Fue la productora ejecutiva del programa televisivo semanal Espacios. Tiene publicado el libro Naturalezas distintas (Plenilunio, 1997), y la novela Una manea de morir (Tierra Adentro, 2000).Aparece antologada en Creación joven 1979-2000 (Tierra Adentro, 2000).

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Amezcua

EL INESPERADO ENCUENTRO CON UNA MUJER LLAMADA MISS COYLE EN UNA TARDE DECEPCIONANTE

Con la pluma en la mano hace el ademán de comenzar, sin embargo, la pluma se desvía y Ana hace un preámbulo al trazar un garabato en un pedazo de papel, puesto junto al cuaderno, para comprobar la limpieza de la pluma. Acto seguido desarma la misma para comprobar el nivel de tinta en el cartucho. Gana tiempo antes de iniciar. Tanta blancura la intimida, bien sabe que el primer paso es siempre el más difícil y maquinalmente se descubre confeccionando una pequeña violeta de tinta negra en un extremo del cuaderno. Intenta hacer del desierto otra cosa mientras el número de violetas negras aumenta en el margen, debe comenzar cuanto antes. Busca la palabra inicial y las siguientes para sacar adelante la comprometedora frase del inicio. No obstante algo más la distrae, algo que parece se ha movido fuera del cuaderno, sobre el escritorio, y Ana descubre una pequeña araña. Al principio no le da mucha importancia e intenta continuar pero nuevamente la evasión conspira y Ana decide prestar toda su atención al pequeño arácnido bajo el pretexto de devolverle a sus ojos la función de simples espectadores.

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~ La Voz de la Esfinge

La araña parece descubrir que es observada y se queda estática: grave error puesto que Ana la cerca rápidamente con un par de libros apilados, su taza de café, el pisapapeles. Habría sido fácil escapar para la araña que se encontraba a escasos centímetros del borde del escritorio, un refugio seguro contra los ojos de Ana pero ya es demasiado tarde y queda atrapada, mientras Ana se repite lo mismo: demasiado tarde y esta vez no hay trucos para evitar comenzar a escribir. Parada frente a la ventana miraba la tarde y un poco más abajo la ciudad que podía verse entera desde el departamento de Miss Coyle. Detrás de mí, el canto afilado de las tijeras, el deslizamiento de la tiza sobre la tela, de hilos que, tras la guía de la aguja exploradora de minúsculos túneles construidos en los botones, atraviesan seda de imitación, lino, tweed barato. Miss Coyle era costurera y mi nana. Miércoles y viernes me cuidaba mientras mi madre asistía al teatro. Miss Coyle poseía diez dedos que semejaban las agujas con las que trabajaba, y solía manejarlos con una ligereza y eficacia alucinantes para mis diez años; diez como sus dedos. Mientras cuidaba de mí, ocasionalmente me permitía dibujar algún patrón o coser botones sin par en algunos retazos. Pincharme las yemas de los dedos era mi parte favorita pues Miss Coyle tomaba mi mano con sus diez agujas y entonces notaba cómo parecían estar recubiertas de seda; después me ofrecía un té y quizá galletas, y peinaba mis largos cabellos que parecían ser demasiados porque la agitaban.


ALEJANDRÍA

Una vez terminado el aperitivo yo me quedaba dormida a los pies del maniquí, recubierto de tela suave, que poseía en su departamento y sobre el que colocaba los modelos terminados que después ella misma fotografiaba para su catálogo. Aquel maniquí, sin cabeza, infaliblemente me recordaba la imagen desnuda de mi madre y siempre fue la última visión consciente antes de la entrada al sueño que daba fin a las tardes en el departamento de Miss Coyle. Fue un viernes cuando todo cambió. Entre los sonidos de tijeras y agujas ella trabajaba como de costumbre: sin un minuto que perder. Yo me había aburrido de coser botones, de forma que me arrodillé a los pies del maniquí simplemente para observarlo y un poco más tarde acaricié sus piernas suaves hasta las ingles, me levanté sobre las rodillas y miré para ver si Miss Coyle me observaba, comprobando que sí, besé el triángulo mullido de aquel maniquí. Miss Coyle palideció y después pareció llenarse de una sensación que la hacía estremecer: ahora sabía que me gustaba tanto como yo a ella. Se levantó sin hacer ruido y me enseñó que el resto de su piel bajo el vestido también parecía estar recubierto de seda y cómo sus diez agujas podían llegar a ser mucho más ligeras sobre mi piel. Los miércoles y viernes dejaron de ser entonces los días en los que el maniquí me recordaba la imagen desnuda de mi madre, para convertirse en aquellos donde Miss Coyle me daba una nueva lección, demostrándome cómo manejar las diez agujas, sin embargo yo nunca fui capaz de igualar su destreza y suavidad.

Amezcua

Para este instante Ana ha avanzado más líneas de las que hubiera podido suponer, la imagen del desierto se ha modificado entre las delimitaciones del territorio sembradas de violetas negras y al centro: letras y tachaduras. Algunas palabras que llegan a formar oraciones completas, legibles, demuestran el ímpetu de una escritura que sabía exactamente qué decir, otras en cambio, poco legibles, superpuestas o agregadas fuera de los márgenes otorgan su parte de misterio o de lo que se escribe, no logra convencer y se vuelve a escribir. La araña sigue presa en la celda que Ana le ha construido. Ha intentado escapar escalando la taza, los libros, el pisapapeles, pero Ana no olvidó impedirle la salida agregando una carpeta como techo a la prisión: mantiene atrapadas esas ocho patas como si con ello intentara que la imagen de las diez agujas de Miss Coyle tampoco se le escape. Encerradas en su departamento Miss Coyle cambió un par de veces las sesiones de costura por otras de fotografía: desnudas, ambas nos colocábamos delante de la pared y segundos más tarde el flahs se disparaba; segundos apenas suficientes para adoptar las posturas en las que no nos tocábamos. Una vez reveladas las fotografías Mis Coyle resultaba demasiado alta para el encuadre que centraba mi pequeña estatura y su cuerpo siempre apareció sin cabeza. Fotografías que poco a poco fueron aumentando en número como para testificar nuestras tardes juntas. Tardes que sin embargo terminaron. Por descuido aquella

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Amezcua

EL INESPERADO ENCUENTRO CON UNA MUJER LLAMADA MISS COYLE EN UNA TARDE DECEPCIONANTE

tarde Miss Coyle olvidó cerrar con seguro la puerta de su departamento y una de sus clientas, cuyo modelo reposaba sobre el maniquí, nos sorprendió desnudas mientras pegábamos botones. Aquella mujer salió corriendo a la calle y yo debí conformarme nuevamente con la única desnudez de mi madre. Nunca más volví a ver a Miss Coyle pero a veces pienso que quizá conserve alguna de nuestras fotografías, y observe su cuerpo sin cabeza, y me mire a mí que... Ana detiene su escritura. Vuelve su atención al encarcelado arácnido y quita la carpeta tras un leve golpe para asegurarse de que la araña haya caído al interior de la prisión, en realidad la mira de forma distraída pues está intentando encontrar el vocablo exacto para expresar, tratar de definir, con la mayor de las bellezas posibles, el sentimiento de aquella niña por Miss Coyle, pero éste no llega y Ana desvía la pluma no al trozo de papel sino al arácnido; en realidad no está maquinando qué hará con ella pues se afana en encontrar esa palabra salvadora que no aparece.

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Después de unos instantes más, está claro que el vocablo no habrá de llegar y la araña parece juzgar la aparente distracción de Ana como el momento prudente para escapar: grave error puesto que Ana deja caer la punta de su pluma, como una aguja, para atravesar de un solo golpe, sin dolor, al pequeño insecto. (Quizá, si el vocablo hubiera aparecido la araña no hubiera muerto puesto que Ana actuó solo por reflejo o quizá con esa carga de ira y decepción ante su falta de lucidez para encontrar la palabra exacta). Sin mayor aspaviento Ana limpia la punta de su pluma con el trozo de papel destinado a los garabatos de prueba y nuevamente recarga la pluma sobre el transformado desierto para agregar, simplemente, otro punto a los suspensivos. Permanece sentada frente al escritorio y una tarde, que ya extinguida ha resultado fructífera respecto a su determinación, no puede, sin embargo, hacerla sentir satisfecha.


ALEJANDRÍA

Vivero

Elizabeth Vivero

A mi madre, por tanto esfuerzo

C

onduje todo el día, de regreso a casa. Después de las vacaciones, de la playa, el olor de la carretera me punzaba en la nariz. No deseaba volver a los brazos de una ciudad bañada en luces artificiales. Sin embargo, y pese a haber hecho planes durante años, aún no me era posible retornar al verdor de mi pueblo; y menos tras la boda, tras el nacimiento de mis tres hijos que dormían silenciosamente en la cabina. Yo manejaba mientras mi esposa inundaba sus pupilas con el paisaje que corría veloz a nuestro lado. Sobre el asfalto dejábamos las marcas de nuestra despedida. Durante horas manejó. No se detuvo a descansar en la caseta ni en el mirador. Todo el día condujo con los ojos fijos en la carretera. En la mañana le había propuesto intercalar turnos de manejo, no aceptó. Me convenció de cuidar a los niños. Ellos rápido se durmieron en la colchoneta que colocamos atrás, en la cabina. A excepción de la menor, los otros niños no despertaron. Mi esposo conducía, hipnotizado por las líneas blancas del camino, y mi pequeña hija se acurrucó en mis brazos, no tardó mucho en volver a dormirse. Y así, inconsciente, permaneció una semana en el hospital tras el accidente que nunca presentimos a tiempo. Seguí, con el volante prácticamente estático. Sólo de vez en cuando la rectitud de la carretera se deformaba en curva. El trayecto me resultaba demasiado tedioso, pero no acepté intercambiar lugares con mi esposa cuando me lo propuso al salir. No quería que se enfrentara a esas líneas blancas que enloquecen. Además, los niños querrían estar con ella al despertar y era mejor que estuviera allí, libre para ellos como lo estuvo para la más pequeña que

ELIZABETH VIVERO Guadalajara, 1976. Estudió Lengua y Literaura Hispánicas en la Universidad Autónoma de Guadalajara y la Maestría en Teoría Literaria en la Universidad Autónoma Metropolitana. Ha publicado No para siempre (1997) y Con los ojos perdidos (1999). «1978» forma parte del libro El derrumbe del mundo de próxima publicación en la editorial Paraíso Perdido.

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Vivero

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dormía entre sus brazos. Intenté encender la radio, mas ella me lo impidió. Me dijo que deseaba seguir en silencio, escuchando nuestras respiraciones. No la comprendí en ese momento, sino más tarde, cuando ni siquiera yo era capaz de escuchar la mía. Él quiso prender la radio, yo se lo impedí. La explicación que le di no lo convenció, pero yo solamente deseaba aprisionar en mi memoria el ritmo armonioso de su respiración. Por alguna razón esa idea se apoderó de mí, convirtiéndose en una obsesión. Trataba de escuchar cada inhalación suya, deseando que prolongara la siguiente pues con ello atrapaba la vida. También estuve atenta a los latidos de mis hijos que contrastaban por su cadencia con el desorden de mi corazón. A mi hija intenté pegarla a mi cuerpo con el afán de retenerla. No estaba segura del por qué de mi ansiedad y comencé a pensar que el calor del viaje me estaba afectando. Mi esposo no me contradijo, aunque me observaba de reojo como queriendo desentrañar mi actitud. Ella continuó con la vista inundada y con mi pequeña hija prácticamente incrustrada en su cuerpo. Yo no le reproché nada, solamente la miraba por el rabillo del ojo, no para descubrir algún sig-

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no que me clarificara su comportamiento, sino para grabar su imagen en la memoria. Igual que ella, por alguna razón, anhelaba registrar los más mínimos detalles de su figura. A mis hijos comencé a buscarlos en los recuerdos y a delinearlos con precisión. Algo se apoderaba de nosotros y creo que ninguno de los dos lo supo con certeza hasta que fue demasiado tarde para despedirnos. Su insistencia con la mirada era tanta, que estuve tentada a preguntarle. Sabía que me daría un «no sé» por respuesta y preferí seguir con la tarea que me había impuesto. Ya no me importó el paisaje, el cual había cambiado sus arbustos verdes y su llano por pinos y montañas. La carretera comenzó a perder su rectitud y poco a poco aparecieron curvas y desfiladeros. El aire trajo más ansiedad a nuestro viaje y entonces, en una de las curvas, sentí el desgarre del que es desprendido con violencia del vientre. Alguien se había llevado la mitad de mi aliento, dejándome al descubierto el vacío que se formó en mi alma. El corte fue provocado sin aviso, se realizó de repente como la explosión que nos ensordeció, iniciándose el final. Supe que le incomodaba mi mirada, pero no podía evitarlo ni cuando la carretera perdió su


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rectitud dando paso a tantas curvas que parecían convertirse en una sola. Ella perdió el interés por el paisaje, por los pinos que semejaban centinelas dispuestos en fila para vigilar a los viajeros y dar parte de su paso por esos senderos. Aunque no los concluyeran satisfactoriamente. Mi esposa comenzó a inquietarse sin motivo, me miró con desesperación y apretó con fuerza a la niña. La montaña que se levantaba frente a nosotros se estremeció con un estruendo, con la explosión de una de las llantas traseras. Jamás logramos llegar a la montaña como se lo había prometido a mis hijos cuando estaban despiertos. La tierra se confundió con el cielo y los pinos pincharon con sus copas puntiagudas las nubes. Ellas descendieron hasta mis ojos y me ocultaron la vida de un solo golpe… duro. Al escuchar la explosión comprendí que todo terminaba. Segundos antes nos habíamos mirado y no había podido decirle adiós. Sólo logré gritarle en si-

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lencio la desesperación de no ser capaz de retenerlo tal como lo hacía con mi hija. La camioneta dio vueltas por el barranco. El destello del parabrisas al romperse me lastimó la vista igual que el sol al salir del vehículo. Mi hija se había desprendido de mis brazos sin que me diera cuenta y yacía cerca de mi esposo. Mis otros dos hijos salieron, confundidos por los golpes que les tiñeron de morado la piel. Mi esposo nos miraba desde una roca, por entre las lágrimas de sangre que fluían de sus ojos, uniéndose a las de su nariz y sus oídos. Sobre la camisa se formaba el océano de muerte que lo ahogaba. Por él no podía hacer nada, más que darle las gracias por los años compartidos, por los hijos que lloraban asustados ante su despedida. Mi pequeña hija logré arrebatársela al cielo con mi propio soplo de vida; tuve que esperar una semana para verme reflejada en sus pupilas. Y allí, con mis dos hijos desconsolados y la niña en brazos, velamos a mi esposo mientras llegaba la ambulancia. Sobre la carretera terminamos nuestro viaje para iniciar otro, conmigo al frente.

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Fernández

CORCELES DE CALOR

D O B L E

H O R I Z O N T E

Corceles de calor JORGE FERNÁNDEZ GRANADOS

Astutos hedonistas que han sabido deletrear, con faltas pero a su manera, el crucigrama.

JORGE FERNÁNDEZ GRANADOS Ciudad de México, 1965. Es autor de los libros de poesía Resurrección (1995) y Los hábitos de la ceniza (2000), así como del volumen de cuentos El cartógrafo (1996). En 1995 obtuvo el premio Jaime Sabines de poesía y en 2000 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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Sentados peroran acerca de su vida (canas). Itinerarios impensables del placer. Beben los ratos de esa risa casual. Qué cara: la risa. Los viejos hedonistas a punto de caer del árbol de la vida (bostezan). Ya gordos de vivir y ver como niños fugados de la culpa.


DOBLE HORIZONTE

Armenta

Penúltima Luz LUIS ARMENTA MALPICA a Javier Narváez

En las certezas de la vida en su espacio íntimo podemos ser y estar solos. Pero el dolor ¿escapa con la luz cuando al cerrar los ojos muere desamparada la imagen que tenemos sobre el mundo? Aquí estuvo la luz hace millones de años, parece que nos dice el párpado obturado del dragón de Komodo, el pétalo marchito de la rosa o la veta con hongos de la piedra caliza. Su desaparición no fue inmediata. Primero fue una niebla la que amuebló las huellas de los seres que se movían despacio por el agua. Después el fango que escurrió de sus cuerpos al ir quedando inmóviles. Al final era polvo lo que sobresalía de sus tumbas. Así nació el olvido. Si olvidamos la luz, siempre regresa. Apenas se abre un ojo, su creencia se extiende y lo ilumina. Ni la muerte que recubre los párpados con el azul del agua puede negar que existe. Ni los hongos que ennegrecen la voz en el esófago. La luz es la memoria que se olvidó un instante y se volvió infinita. Pero siempre regresa, desde la negación del pensamiento, a la naturaleza, a la carne, al instin-

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Armenta

PENÚLTIMA LUZ

to. Inclusive la roca, que una vez se movió (al inquietar sus pasos), quedó clavada en tierra para siempre por el astil de luz de sus preguntas. Así como la luz es un cuestionamiento el dolor es un ojo que nos ve desplazarnos o desplegar raíces. Posee, de la misma manera, su neblina y su mosto. Es de la arcilla pálida que le sobró a la piedra, al polen y a la escama. Carece, por lo tanto, de toda cualidad de la salivación de los dragones y puede ser pinchada por la rosa del llanto sin encontrar consuelo. El dolor se acomoda en los hombres en su costilla falsa. Pero nada es más cierto que el dolor que produce en los pulmones o la incapacidad del canto en su garganta. Es el parto de sangre para la última rosa. El réspede que lo une a lo ancestral, a lo más primitivo de las piedras. La calcificación de la luz hace de nuestro cráneo el hogar prodigioso para los caracoles que pueden ser los ojos. Siempre cambian de concha, pero nunca de luz. El dolor de la luz se ha forjado en el fuego de todas las preguntas entre todos los hombres. No hay ningún inocente. Tampoco responsables. La vida es ese andar oblicuo del cangrejo (también un ermitaño) que busca alguna cuenca para formar su casa. En su inmortalidad imaginaria parece desdecir lo que ha vivido: cada paso que borra es el paso que ha andado. Igual hace la piedra (de modo sigiloso). Podemos suponer que la roca es un cangrejo muerto que ha tapado el olvido con su polvo, que confundió la cuenca con la tumba. Pero sería inexacto. La roca, mientras más ignorante, más se mueve. El animal más sabio se convertirá en piedra. Sin más por descubrir. Sin nada que lo inquiete. Ni siquiera la luz, pues su divinidad es indolora (los hongos necesitan de lo oscuro, de la humedad del pecho, por donde corre el llanto de lo que no se dijo). Así llego al dolor: ¿por qué tu enfermedad me ha convertido en roca, pero una roca oscura, con ceniza del cielo?, ¿el amor no nos basta para sellar el pecho al dragón que es inmune a los otros dragones o al polvo que reseca el estambre con el que nos tejimos? ¿Debe morir la flor sin darse cuenta? ¿Era extensiva la maldición genésica a todos los

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DOBLE HORIZONTE

Armenta

reptiles? El hombre no renace del humus de sus muertos. El hombre no camina. Se arrastra por la tierra. Hasta quedar exhausto, como roca... sin su sabiduría. Convidado a la luz de un fuego primitivo que siempre le resulta doloroso, que incendia su garganta aunque guarde silencio. Y derrite sus huesos y su sangre. Y lo que prolifera son los hongos de una mala experiencia de la infancia, el rencor, la impotencia, los duendes que crecieron a costa de una risa que se nos va apagando, de los ojos que casi se nos cierran, del ogro al que le queda chico nuestro cuerpo y el amor que pudiera atravesarlo. No hay astiles. No hay luz. Lo que fue en el silencio cubre otra vez al mundo. Dejo la flor de la esperanza en estas páginas que yo mismo enveneno antes de darles vuelta (en nombre de la rosa). Debo cerrar el libro marchito de mis ojos. Y sin embargo (como todo se mueve) me pongo de rodillas (lo más quieto que puedo) y busco algo de Dios en tu mirada. Si tu fin está cerca pido al Dios del dragón que me permita realizar entre mis huesos fláccidos una antorcha para arder el veneno que te apaga suplico al Dios de la rosa alguna espina para rehacer con ella mi costado ruego al Dios de la roca hacer un zapapico con mis ojos para llenar el mundo de agujeros por donde entre

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Armenta

PENÚLTIMA LUZ

la luz de mi esperanza. Si todo fuera inútil (por el dolor inútil) pido al Dios de los hombres que me otorgue una muerte (la parte de tu muerte que me doy) tan cierta como lo sea tu muerte (la parte de tu muerte que yo puse) para estar los dos juntos (ya muy quietos): el uno iluminado por el otro compartiendo una piedra inmarcesible. Sea.

LUIS ARMENTA MALPICA Ciudad de México, 1961. Es autor de Voluntad de la luz (1997), Cantara (incluido en el libro El mundo era un prodigio, 1998) Terramar (1999), Des(as)cendencia (1999), entre otros. N.A. Las rectas forman parte, a modo de sampleos, de la «Conversación» con Jaime Gil de Biedma.

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DOBLE HORIZONTE

Esquinca

La última moneda JORGE ESQUINCA

In memorian Elías Nandino

Estaba él ahí, en ese mar tan blanco, a medias sumergido. Años antes, al cobijo de otras aguas, recostado en otra barca —provisional, precaria— le fue dado saborear a solas la sal sin rumbo que se decanta en los labios del durmiente. Habló entonces, como hablan los que duermen, y se llamó «centinela volátil» de sí mismo. Luego, sueño adentro, separado de su estatua, ligero de huesos, reconoció en la anochecida blancura de las sábanas, la tibieza de aquella espuma. Esta misma, que ahora, mientras lo miro bajo la luz glacial, lo envuelve como un sudario benigno, como el llamado de la madre que atraviesa las colinas y es ella la voz del mar que viene por la noche. «El azul es el verde que se aleja», le digo —o imagino decir—

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Esquinca

LA ÚLTIMA MONEDA

con tal de invitarlo, torpe, a jugar el juego de quedarse. Pero las olas rompen muy cerca, le bañan la frente y se deshacen en voces que sólo él escucha. Estamos casi solos. Afuera, en torno de la barca, el ajetreo de médicos y enfermeras como pájaros de atareada cal. Separo con mis manos las aguas en las que flota su cuerpo y tomo una de sus manos. «¿Qué puedo hacer por usted?» Pero la ventisca arrecia y las olas golpean la quilla de su lecho y mi voz se parece más al relincho de un caballo en los potreros. «¿Qué puedo hacer por usted?» «¿Hay algo que todavía pueda hacer por usted?» Pero un rayo ha partido el áncora y la ventisca se lleva el relincho y el caballo. Vamos a la deriva, en blancura. Sostengo su mano, como quien se aferra al último resto del naufragio. De pronto, en un lapso, oigo con nitidez su voz familiar —aunque otra, aunque rota—, la voz de quien habla desde otro mar. —Dame diez pesos. Dame una moneda de diez pesos. —¿Una moneda? —le grito entre las ráfagas— ¿Una moneda? —Sí. Necesito diez pesos para mi pasaje.

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DOBLE HORIZONTE

Esquinca

Luego me soltó. Lo miré girar, remolinear desde la orilla. Entonces abrió los ojos. Miraba nada, o miraba justo en el centro de la nada. Yo busqué en mi bolsillo la moneda que al hundirse entre las sábanas relumbró un instante frente a la noche sin límites.

JORGE ESQUINCA Ciudad de México, 1957. Es autor, entre otros, de La noche en blanco (1983), Alianza de los reinos (1988), El cardo en la voz (1991), que obtuvo el premio de poesía Aguascalientes en 1990, La edad del bosque (1993) y Sol de las cosas (1993).

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De Aguinaga

ANDO, ENDO: TRES DEMOSTRACIONES EXQUISITAS

Ando, endo: tres demostraciones exquisitas LUIS VICENTE DE AGUINAGA

1. New age Entré a la indistinción y salí huyendo. Como si te fundieras llegué a verte, fijeza desdoblada de mis ojos.

2. Postal de Indias ...esa porción de pájaro que nos pertenece. ramón cote baraibar Añadiré que seguimos avanzando. (No eran éstos los territorios, por si alguien todavía lo dudaba. Era la costa, y nada más, de una mínima isla. El ala,

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DOBLE HORIZONTE

De Aguinaga

o el sonido fragmentario del vuelo. Minutos del segundo que venía.) Pronto ni el ala ni el batir volverán a cruzársenos: indicio que andamos alcanzando el fin y el puerto.

3. Resolución autobiográfica En este caso y en todos se impone ser preciso. Comenzaré declarando lo que pienso o nada más terminaré, si me apresuran.

LUIS VICENTE DE AGUINAGA Guadalajara, 1971. Su libro más reciente es La cercanía (Filo de Caballos, 2000). Ha publicado también El agua circular, el fuego (1995) y Piedras hundidas en la piedra (1992).

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Plascencia

DEL AIRE A ESTA PARTE

Del aire a esta parte LEÓN PLASCENCIA ÑOL

Estaba escrito: sus senos eran dulces y el aire es un poco más aire desde entonces. Hurgué un poco en casi todo. Junio en la respiración, por si acaso. Geómetra en el cielo y los pájaros aquí están (casi los veo). Hurgué: puse la lengua un poco abajo del ombligo y era dulce el recuerdo. No quería pensar en nada y menos tener remordimientos, me lo dijo. Voy hacia el fósforo y me detengo: quiero dormir largamente entre su cuerpo. Es verano en el relámpago gozoso. Es su abrazo a las dos de la mañana estar a la intemperie en tanta altura.

LEÓN PLASCENCIA ÑOL Ameca, Jalisco, 1968. Entre sus libros se encuentran: En los párpados del aire (1994), Estación llena de pájaros (1993), Bitácora de anunciación (1997) y Enjambres (1998).

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Blanco mi exilio y no hace falta saber lo que vendrá después. ¿Qué hago si es mía su dulzura, o es de ella el oleaje de ser muchacha en la nube de la sábana?; ¿cuál el goce de este aire si meses no han pasado? Es la música de su piel esta figura, o música sonámbula en el roce. Contemos por dos. Han sido dos las heridas. Un latido múltiple de animales desnudos. Arcángel y sonrisa la muchacha tan liviana, tan cielo y párpado en la blancura de su propio cuerpo. Estaba escrito: durmió un segundo, velocísima, anoche en el tacto izquierdo de mi rostro: toqué el brillo profundo de su abrazo.


DOBLE HORIZONTE

Marts

Retorno ANTONIO MARTS

Luz atraviesa la oscura sala en el blanco las imágenes dibujan la sonrisa de una hermosa niña (Parque funeral, ciudad silente de pesados muros, ciudad de un niño solitario donde la madre yace en el multifamiliar de cinco sótanos, la tumba) esa niña es la madre que corrió sobre los campos que los ojos ciegos de no llorar vieron caer bajo el blanco del invierno (pero aquí no hay nieve: una loza, remedo de puerta, pesados goznes y pino moribundo dan la bienvenida al que desciende cinco pisos vacío y angustia silencio y paz) el haz de luz parpadea: la niña —minutos, que son años— llora por el niño de la tumba que aprieta los dientes y cierra el puño así el dolor lo consuma Y mientras en la oscura sala el viento despeja la nieve del camino y unos extraños caracteres desfilan ante los párpados encandilados el niño —ahora joven— se levanta: sus pasos se pierden en el parque

ANTONIO MARTS Guadalajara, 1976. Tiene publicados Sobre los piratas de los sueños (1997) y Antes de Estar (1998).

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Castillo

CUÁNTO TIEMPO PERDIDO EN LA ESPERANZA

Cuánto tiempo perdido en la esperanza ERVEY CASTILLO

El corazón del hombre es una estrella de sombra herida e ilusión perpetua Pietro Disogno

Me queda entre las manos el temblor de tus manos En mis labios no cicatrizan tus últimas palabras Arden las rosas que te di una tarde (entre mis ojos hurgan las cenizas) Por la calle que avanzas no se detiene el tiempo (Los caminos que habitas los cubre la memoria) ERVEY CASTILLO Editor, traductor y periodista. Es miembro del consejo editorial de Ediciones Monte Carmelo Tiene publicado el libro La luz en la penumbra (1999).

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Tus pasos son caminos que avanzan Cada huella que dejas Se duplica en sentido contrario a los recuerdos


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Memoria en el corazón FRANCISCO MAGAÑA

Memorial de la noche Gracias al amor sabemos lo que de carne tiene el espíritu ORTEGA Y GASSETT

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no de los sentimientos fundamentales en la vida del ser humano (quizá el más desastroso, quizá el más sublime), es el amor. En él y por él se mueven las fibras más insospechadas del ser humano. No hay pensador o artista que no haya dedicado parte de su tiempo, o de su vida, a reflexionar sobre los siempre misteriosos mecanismos que conducen al amor y que lo alejan de él. «El amor que destruye lo que inventa» escribió el italiano Bruno Bianco según la traducción de Guillermo Fernández. Las diferentes preocupaciones y los resultados varios de las diversas pesquisas, coinciden de alguna ma-

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nera en el terreno minado de los riesgos del amante. Pero fue quizá Kierkeergard quien fue más lejos, al advertirnos que nos condenamos desde la primera vez que nos enamoramos, pues a ese amor sólo lo podrá salvar la presencia de otro, y así sucesivamente, en una larga cadena de sucesiones, de remplazos temporales, de sustituciones que en su germen llevan la condena. Me refiero a las manifestaciones del amor carnal, que en los otros tipos (el místico, el fraternal) tienen sus propios códigos, sus propias valoraciones regidas por ese sentimiento que en sus ramificaciones tiene todas las expectativas y tesituras del hombre. Memorial de la noche es, para empezar con la primera impresión que causa el libro al tenerlo entre las manos, un homenaje al buen gusto, al diseño, una bellísima edición que salió a la luz en 1997, gracias al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a «El cocodrilo poeta» y a las Jornadas Internacio-

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nales «Carlos Pellicer». Y es la más fresca entrega de poemas de Ramón Bolívar, y también, a mi juicio, la más enaltecedora. Dicho sea, aunque pueda y sea una redundancia: es un poema amoroso, es un poema que alcanza uno de los momentos más altos de la poesía de Ramón. En este poema la madurez reconcentra sus dones. Y los extiende. No es quizá un poema nuevo dentro de la producción poética de Ramón, en el aspecto de nuevas exploraciones temáticas, de atisbos nuevos: es un poema de confirmación, una renovada comunión con sus incursiones vitales, con sus perspectivas, con su vida. Desde esta óptica, es un libro arriesgado, valiente, que desdeña los signos de los cánones tradicionales para enseñarnos las consabidas y siempre nuevas sendas, los nuevos, los inagotables caminos, aquellos donde se invierten los valores semánticos: y es que sólo el dolor alivia al sueño

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Magaña

MEMORIAL DE LA NOCHE

nos dice el poeta, para saber que estamos cayendo en la tierra que levantará el vuelo, para volver a la pregunta que más que respuestas encierra una escala mayor de interrogantes: ¿Quién emite con los brazos abiertos la tristísima plegaria /que nunca [regresa en la mejilla húmeda de olvido /el llanto resbala /hacia la superficie baldía de otra tierra? Dentro de la multiplicidad de connotaciones que encierra un texto, para mí, este libro de Ramón admite por lo menos un par de lecturas. La primera, consiste en la manera habitual de leer, que a la vez conduce el tono narrativo del poema, permite que exista una lectura segunda, una escritura alterna sugerida por la palabras en negritas: un poema que, a la vez que apoya al texto por formar parte imprescindible de él y muestra todas sus posibilidades, puede leerse además como un texto independiente, como un poema dentro de un poema, esto es, como un metapoema, dando como resultado una lúcida indagación de las alternativas que proporciona la

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página en blanco en la imaginación de un poeta, en la exploración lingüística y visual y en la conjunción de éstas con el contenido, que era nada menos que la idea postulada y defendida por Mallarmé en sus famosas reuniones de los martes en Valvins. Memorial de la noche es también la sangre palpitante desde la noche del memorial: la memoria de la noche y la noche en que la memoria es ritual que abre zonas de percepción para que la herida encuentre su motivo de vida, su razón de morir. Escribir es un acto de amor. Y en esta escritura de Ramón, un acto que se canta y nos canta desde los más abismales territorios donde la distancia sirve para reconciliarnos con el todo que es esta nada:

Algo cae por dentro y en el [retorno donde se precipita Inerme la palabra de los cuerpos se desdoblan La oscuridad [Se inclinan /y al instante una tibia cadencia [los separa en actitud serena /ya nudo las manos [anochece sobre muslos /que sin poder contenerse [al azar se mezclan y un palpitar de cuerpos acompasa [una tonada suave que se repite infinitamente [desde el fondo de aquel cuarto —y el todo se ilumina en un día que [apenas no comienza. Pueblo Nuevo de San Isidro Labrador Año de Dios

http://read.at/paraisoperdido


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La realidad como espejismo

NOVELA EN EL ABISMO, BARTOLO SERGIO-JESÚS RODRÍGUEZ ACENTO EDITORES GUADALAJARA, MÉXICO, 2000. RAFAEL MEDINA ien, he ahí el espíritu del hombre— y señaló la densa multitud de luces a nuestros pies, bajo la enorme Luna, que ahora se había tornado rosácea—. Con Dios pasa lo mismo, pregúntale a la gente y por consenso te dirán que existe. Dios es real porque existe en la conciencia de todos y cada uno de los que ahí abajo duermen ahora mismo, o fornican, o rezan, o lo que sea que su espíritu empuje a hacer. Es la fe lo que refuerza su vida. Sonreí y di una fumada honda, luego escupí al vacío.

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La realidad es un espejismo. Los sentidos son insuficientes, limitan, con ellos no se puede llegar al conocimiento absoluto, a la verdadera realidad. Para acceder a ella hay que darse cuenta del engaño en que se vive, situarse en el límite, vivir en él, vencer el vértigo y lanzarse al abismo. Sólo así es factible despertar a la verdad. Por lo menos así nos lo dice Bartolo Singüenza Joya, personaje de la novela En el abismo, Bartolo de Sergio-Jesús Rodríguez, y para convencer al lector cuenta tan sólo con una noche de un poco más de trescientas páginas. El camino no es fácil. El encuentro de un hombre común y corriente «honrado y un buen ciudadano» como él mismo se define, con Bartolo, ser enigmático «un loco de esos, que tienen que atravesársenos algún día», provoca en el primero un cambio radical en su visión del mundo, su percepción de la vida. Lo que inicia como un acercamiento propiciado por la curiosidad, termina por un descenso doloroso a los abismos de la vida, más allá del cielo y el infierno. La vida de Bartolo es el sendero a seguir, y el protagonista lo sigue,

Medina

con todo su dolor, con toda su luz, superando los límites marcados paso a paso. La teoría del caos marca a los personajes, los rige, y así los vemos desfilar en la visión personalísima de Bartolo, cada uno con su fragmento de verdad, tratando de armar una realidad que siempre se antoja frágil, quebradiza: los padres, la pandilla, el viejo Zacarías, Ivón, Arcelia, Teresiano y Nicolasa. Cada uno jugando un papel múltiple, simbólico, repetido hasta el cansancio. Todo para lograr conjuntar el mensaje a descifrar para arribar a la certeza del mundo, no sin antes descubrir a los guardianes, porteros infranqueables de la verdad, ¿ángeles o demonios? Novela ambiciosa en que Rodríguez nos muestra su autoconvencimiento y lanza el reto al lector inteligente. De una simple parranda por los lugares más sórdidos de una Guadalajara nocturna, hasta el despliegue descarado y fresco de un existencialismo renovado. El lector adoptará su posición respecto a la diégesis de un autor que ya da muestras de solidez

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Almádez

ESTAS CELDAS QUE SOY DE MARIO HEREDIA

narrativa, pese a algunos diálogos inverosímiles y a lugares comunes en su lenguaje. Narrativa última que indica uno de los tantos caminos que sigue la nueva literatura jalisciense.

Estas celdas que soy de Mario Heredia

NOVELA ESTAS CELDAS QUE SOY MARIO HEREDIA MANTIS EDITORES MÉXICO, 2000. MARTÍN ALMÁDEZ* stas celdas que soy de Heredia es una novela de la estirpe de los poetas. Es un texto literario manado de la imagen y del lenguaje rítmico. En el interior de sus párrafos y en la totalidad de sus capítulos, la construcción de una figura mayor predomina. La figura de un hombre preso. El presidiario envuelto en sus

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reductos espaciales y espirituales. Un hombre sin libertad, dentro de su celda, transformado en no más que en su propio cuerpo. Es, el preso, el personaje, los personajes, porque habrá de mostrársenos, con distintas caras, nombres, tiempos y espacios. Es también, ese mismo preso, el acercamiento más directo a las necesidades humanas: el pan, el sueño, el aire, la tibieza de la carne, todas exhibidas en lo hostil de la soledad. La división de la novela en capítulos, numerados unos y subtitulados otros, anuncia desde su esquema, la intercalación de dos elementos narrativos. Los primeros designados para ofrecernos la vida de Flavio, el protagonista y los segundos para develarnos historias vinculadas con la libertad perdida; e historias que conforman el cuerpo de la novela y sin embargo, quedan, pueden quedar, independientes de la misma. Pero no es tanto en este aspecto de estructura, donde Estas celdas que soy, se vuelve un trabajo extraño, desconcertante, y por lo tanto, retador para lectores que buscan una novelística que desaparezca el tedio. Mario Heredia, logra en esta novela, presentar dos tonos narrativos distintos y distantes: Los capítulos destinados al protagonista, se internan

en los placeres de la narrativa introspectiva. El mundo del lector se vuelve la mesura y austeridad del lenguaje usado para la exhibición de un preso. La descripción del alma más que la presencia de los hechos, vuelcan a las páginas un ritmo lento, de vocablo cuidado y aliento poético. Características fieles de principio a fin. Por otra parte, la frescura de una narrativa despreocupada por la adjetivación cotidiana, la presencia de los estereotipos y la constante advertencia de desenlaces previstos, evidencian, de forma clara, un contraste que ayuda con la intención del narrador, de separar historias que a la vez se complementan. A esto habrá de agregarse un narrador juguetón que asoma las narices cuando, técnicamente, no debiera. Pero sabemos que este recurso responde a una intencionalidad de autor, por la uniformidad mantenida. El novelista no demuestra ni cuenta: recrea un mundo, sentencia Octavio Paz. El mundo recreado en Estas celdas que soy, es aquel que se erige en las zonas oscuras del personaje. Se aleja, en medida de lo posible, de las nefandades descriptivas del espacio y de los excesos de las acciones. Dirigidos los argumentos del discurso al conocimiento de los personajes, el lector queda frente a


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la ventana de la intimidad humana y aun más, queda inmerso en la atmósfera de los placeres y remordimientos de la conciencia. Porque no hay mejor plano en la literatura, que ofrezca el más cercano de los enlaces entre personaje y lector, que aquel, que permite la comparación de hechos y juicios, entre el papel impreso y los ojos que lo descifran. El manejo magistral que logra Mario Heredia en su novela, está terriblemente endeudado con el humor. Es el manejo del humor quien permite al lector salir victorioso de una historia (historias) que personaje a personaje se pierde en la posibilidad o certeza de la tragedia. Hay que recordar que sus personajes siempre mantienen una relación directa con ese fantasma que tanto nos ha preocupado durante siglos que llamamos moral. Desfilan dentro de sus terrenos el Sacerdote, débil, cobarde, incapaz de actuar ante la vida; la Madre, agradecida con Dios por quitarle al marido, haberla librado de tres abortos y dejar en cadena perpetua al único hijo; el Inquisidor, figura más comprometida con el juicio religioso no la hay, quien al condenar a la supuesta bruja, queda perdidamente enamorado de ella, ligando su amor con una incontrolable y vergonzosa

eyaculación casi pública; o los personajes que daban todo, hasta... todo, entre los cuales aparece nuestro misterioso Franz Kafka y su golfa prima, dispuestos a embolsarse la fama, sin importar el precio a pagar. Las circunstancias que llevan el hilo conductor de la novela de Heredia, siempre tienen un blanco directo a los valores humanos: la moral. Y como novela lleva intrínseco el espíritu crítico de su sociedad y tiempo. Estas celdas que soy, es la exposición de circunstancias de la conciencia del hombre en soledad. Develan lo complejo de nuestra condición humana y nos acerca a la línea tan frágil que existe entre lo trágico y lo cómico de nuestros hechos cuando somos capaces de reflexionarlos. De acuerdo con Bajtín, Estas celdas que soy, es una novela que encara la única posibilidad de sobrevivencia del lenguaje, de su lenguaje. Está en su anatomía, la exposición de un acto moral, humano y por ende, sustancialmente literario. Me congratulo, como lector, por esta novela, me anima esta joven narrativa jalisciense de bases ontológicas, aunque sea importada de Veracruz. *Texto leído en la presentación del libro.

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Los sueños no se borran

NARRATIVA LA MÚSICA Y OTRAS RAZONES PARA CONTAR

MARCO AURELIO LARIOS UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA SEGUNDA EDICIÓN GUADALAJARA, MÉXICO, 2000. HARRIET QUINT ilke, en su novela Die Aufzeichnungen des Martin Laurids Brigge, opina en un tono en cierto grado pesimista pero infalible, que la poesía no sólo es sentimiento sino experiencia. Para escribir un verso se tiene que viajar, conocer, observar a la gente y los objetos que la rodean. Y considero pesimista a Rilke, porque además dice que un hombre apenas al final de su vida, y ojalá sea larga, podría considerarse capaz de escribir 10 versos que valgan la pena. Si todos los poetas siguiesen

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LOS SUEÑOS NO SE BORRAN

este consejo, no podríamos hablar de poetas jóvenes. Tal vez, algunas personas reunidas aquí esta noche, se preguntarán a qué viene todo esto, si aquí, en la presentación de un libro de cuentos no hablamos de poesía sino de prosa. Me parece, que tanto la poesía como en general el arte de la escritura, no deben ser nada más una simple expresión de sentimientos melancólicos que disfrazan ciertas frustraciones de algunos escritores, de malabares lingüísticos, o de experimentos estructurales; al contrario, todo arte literario debe ser, en primer lugar, portavoz de ideas, que a su vez difícilmente se aprenden en libros de filosofía; se trata más bien de una experiencia adquirida en la vida. Y con eso, creo que podemos hablar del libro La música y otras razones para contar , de Marco Aurelio Larios. El libro abarca varios cuentos: «Historia de tres», «Los sueños de José Martín», «Claudina y la música», «Huaco Sinfonie», y al final «La nueva imaginación», un ensayo teórico sobre las razones de la narrativa contemporánea. Según el título los personajes se reúnen alrededor de la música. Interpretan el sonido con diferentes instrumentos o ejecutan su ritmo con movimientos corporales. Sin embargo, el tema

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~ La Voz de la Esfinge

central de los cuentos es el amor con sus matices oscuros o luminosos. La frustración, el anhelo, el rechazo, le otorgan o le quitan brillo, mas no afectan su consistencia. ¿Qué otro tema se presta más para experimentarlo en la vida? Me parece que ninguno. Nuestra vida gira alrededor del amor. El amor se toca, se vive, se desea, se alcanza o se escurre entre los dedos de la mano como la arena. Y la huella profunda que este doloroso escurrir deja en el alma, es la experiencia que narra Marco Aurelio Larios. Sometidos al mecanismo de la predestinación, los personajes ven truncados sus deseos. No hay resistencia, una plena aceptación los caracteriza. La lucha con el destino no se da en un plano exterior, que implica acción y determinismo; la batalla, más bien, se transfiere a un nivel interior donde el papel dominante lo juegan los sentimientos, tan vulnerables y tan sujetos a las impre-

siones. Pero es allí, en el interior, en el alma donde se procesan las experiencias, donde las pasiones desengañadas producen lesiones dolorosas y el paso del tiempo las cura, mas no las borra. José Martín sueña con ser un gran músico en Viena, sueña a una muchacha morena con una mariposa tatuada en el tobillo de la pierna izquierda. Con grandes sacrificios económicos realiza su viaje de Guadalajara a Viena, donde hundido en la soledad del fracaso profesional encuentra un amor. Él no sabe que la cicatriz en el tobillo de la joven es un tatuaje borrado con una cuchara candente. Ella no quiere confesarlo, porque «las verdaderas mariposas del amor no son corporales». Y ese brillo que la ilusión otorga a la mirada, de pronto ya no se ve en los ojos de José Martín, porque «los sueños» aunque «existen, no les pertenecen a todos». Volátil, el sueño alimenta los deseos por muy poco tiempo y una vez difuminado, le cede el lugar al desamparo y al silencio. En «Claudina y la música», el personaje sufre su desengaño también. La muchacha decide estudiar música para realizar su pasión por los clásicos. Se enamora de su profesor con quien tiene una aventura. Las interrogaciones constantes del autor concluyen de esta manera el cuento: «Claudina. Clau-


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dina. ¿Qué buscabas con inscribirte en la Escuela de Música? ¿Tocar, o ser tocada?». El Intérprete, personaje del cuento «Historia de tres», es defraudado en su amor por Dámaris. Ella decide mejor enamorarse de un conocido compositor, quien a pesar de que le dobla la edad, puede ofrecerle fama y lujos. El Intérprete se queda solo con su rabia; rabia por el compositor que «huyendo de la vejez» decidió regresar a esta Guadalajara con «sus tristes rincones culturales», y rabia por Dámaris cuya pérdida se convierte en renuncia y sigilo. La mano que se estira para tomar el amor permanece en suspenso sujetando la nada. Toda esperanza necesita de un espacio y de un momento precisos para su realización. Esta coincidencia, en ocasiones llamada destino, casualidad o suerte, confiere solidez al sueño, lo vuelve tocable. Un pequeño desajuste en la maquinaria del tiempo y la fata morgana sigue lo que es: una imagen, una proyección de los anhelos. La soledad desértica que se experimenta después, agrieta para siempre el cuerpo y el alma, «pues el amor que no corresponde devasta más que el tiempo». Este es el riesgo que se corre al echar los dados. Los personajes se arriesgan y aceptan el fracaso, porque en cuestiones de amor sólo vale la pericia.

El libro La música y otras razones para contar fue publicado por primera vez en 1994, después de haber ganado en el mismo año, el primer lugar en el Concurso de Publicación de Obra Literaria de la Universidad de Guadalajara. En 1997 salió en las librerías la primera reimpresión. Ahora, en diciembre del 2000, acompañamos al autor en la presentación de la segunda edición de su libro. Si alguna vez Marco Aurelio Larios se imaginó este éxito, entonces este sueño suyo ya no es borrable.

Favor de no borrar

NARRATIVA FAVOR DE NO BORRAR MIGUEL GARCÍA ASCENCIO MANTIS EDITORES GUADALAJARA, MÉXICO, 2000. SILVIA QUEZADA unque se presenta como una colección de cuentos, Favor de no borrar es un

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Quezada

conjunto de relatos, viñetas y narraciones. Esta precisión es necesaria porque más que contar, Miguel García Ascencio describe. Su afán por la brevedad y la concentración de significados lo acercan a la prosa poética de manera afortunada. Usa con libertad las herramientas del poeta para lograr sus fines. Asocia los objetos de manera inusitada, rasga las cuerdas del arpa si ha de evocar al personaje diluido por el tiempo, o arrecia el tambor para indicarnos que viene una lección fonética disfrazada de instrumento. Su conocimiento del idioma convoca a las palabras sonoras si lo que ha de nombrarse es la campana o a las voces delicadas si lo que habrá de pintarse será la rosa. La unidad del libro se encuentra en su estructura. Favor de no borrar remite al lector al juego de la lotería. Es la frase que el hombre que administra las barajas nos recomienda antes de concluir el juego. «Favor de no borrar por si no es buena», insiste. No hay que desapuntar a los animales, los personajes ni las frutas de la tabla, posesiones finitas que cada uno de los jugadores siente como aliados de la suerte. Un tinte regional colorea necesariamente al libro, que juega con los casi siempre grotescos dibujos de las tablas del juego.

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Quezada

FAVOR DE NO BORRAR

La parodia del libro es exacta: para jugar lotería se necesita un administrador (escritor) sólo él tiene en sus manos la totalidad de las barajas jugadores (lectores) les corresponde tan solo la posesión de la carta, geografía limitada de la que van adueñándose conforme se nombra a las partes. En la libertad innata del juego, la mano reinventa todas las combinaciones posibles: hace surgir ante la vista de los jugadores la oscuridad de la araña, seguida por el de una estrella deslumbrante que se sostiene luminosa en la esquina de la carta. Cercana al azar, la escritura propone sus infinitas combinatorias para barajar las posibilidades de una nueva realidad. No duda en el uso de la adivinanza como recurso descriptivo, ni desdeña al fragmento poético para ampliar la visión que de alguna carta de la baraja pudiéramos tener. Al simulacro del juego se suma el entretejimiento de la añoranza. Alejandro Silva Márquez nos adelanta en la contraportada, que en el libro «anida la nostalgia». Nos esclarece que esa memoria vivificará las páginas. La atmósfera de fiesta es innegable; no conforme con hacernos respirar la policromía de las ferias, el autor convida a muchos de

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sus amigos a través de las dedicatorias. Quizá por ello no nos amargan los rostros imperturbables de los solterones de pueblo, y nos divierten tanto los gritos de ingenio en la voz de los vendedores callejeros. El conjunto de luces me recordó a Arreola, con su novela mosaico y el tratamiento de sus personajes me trajo la finura de Julio Torri. La narrativa de Miguel García Ascencio es de esa estirpe de cultivadores del giro sintáctico, de los autores que tiñen los renglones con la reflexión universal de lo humano. El libro termina con el aviso de que faltaban nueve cartas antes de que alguien diera su juego por bueno. Favor de no borrar, le digo al narrador, necesito repasar las páginas para darme cuenta si efectivamente no ha salido la botella, porque bien quisiera yo brindar por la salud de este nuevo libro.

La cercanía

POESÍA LA CERCANÍA LUIS VICENTE DE AGUINAGA FILODECABALLOS GUADALAJARA, MÉXICO, 2000. FELIPE PONCE A partir de Noctambulario (Guadalajara, 1989) —un cuadernillo de 36 páginas y tiro de 150 ejemplares—, llegaron a las librerías de la ciudad tres títulos de Luis Vicente de Aguinaga: Nombre (1990), publicado en Zacatecas, Piedras hundidas en la piedra (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1992) y El agua circular, el fuego (UNAM, 1995); tres libros que no pasaron desapercibidos y que provocaron favorables comentarios en revistas como Vuelta, en donde se calificaba a De Aguinaga como «un poeta que rechazaba ser un elemento más en el paisaje» (número 195, página 66, febrero de 1993). Hasta hace poco, a finales de 2000, después de casi doce años, De Aguinaga se reconcilió por fin con las prensas tapatías con la publicación de La cercanía, volumen inaugural de Filo de caballos, la prometedora editorial que dirige León Plascencia Ñol, hecho que confirma los pronósticos sobre su obra y también le concede un mejor lugar en

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nuestra engreída república literaria (por cierto, lugar bien ganado, porque de Luis Vicente —así, sin apellidos— se ha hablado mucho y bien —cosa rara— en corrillos, cónclaves, aulas y cocteles, a pesar de no haber ganado concursos ni de ser beneficiario una y otra vez del Estado). 2. Si en 1993 se decía que «tal vez una de las más visibles cualidades (...) sea la inconformidad que lo orilla a dejar los senderos y aventurarse, por cuenta propia, a través de la espesura» (Vuelta, ibídem), creo que ahora podemos decir que De Aguinaga franqueó la selva con su nuevo libro, dejó las sombras y llegó a la llanura en donde su obra se fortalece por un sol generoso. El libro de la UNAM, El agua circular, el fuego, sería la espesura, ahora sólo una estación, un juego demasiado barroco; el de Filo de caballos, el llano, la llanura, la llaneza. Ligada a lo anterior, adelanto una frase concluyente antes de dos o tres breves anotaciones sobre el libro: me parece que los lectores encontraremos en La cercanía la más clara y mejor expresión poética de Luis Vicente de Aguinaga hasta ahora, y puede comprobarse lo ante-

rior si hacemos nuestra la observación de Raúl Aceves sobre otro «poeta de claridades»: «cosa rara hoy en día», a Luis Vicente «se le entiende todo lo que dice». 3. En buena parte de los 27 poemas, el autor nos tiende puentes y abre senderos entre las experiencias cotidianas y banales —los enormes hallazgos de la vida— y algunas referencias o anécdotas librescas o poéticas, con las que une terrenos insospechados: un embarque de palmeras que naufraga con el Titanic, un partido callejero de futbol, un pasaje del Eclesiastés, los aniversarios, una flor y un florero, Dios, una navaja; o ya cita un verso de François Villon como invoca en dos ocasiones a Marcel Schwob, invita a leer un poema escuchando Dire Straits y otro a Lennon, recuerda a González Martínez, llama a Roberto Juarroz y a Novalis, dedica versos a José Francisco, Ricardo Castillo y Manolo y cita «al margen de cierto Estravagario». Y al margen de esta caótica enumeración debo decir que los poemas de La cercanía son resultado de la paciencia y la decantación de varios años y anuncian una madurez que se antoja próxima; sirvan como ejemplo los siguientes versos del poema

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«Novalis & Hindemith: Himno»: «Pausas finales de un reloj de arena: / el día toca fondo en su propio remolino / ¿Volverá siempre la mañana? / ¿No dejará nunca / de girar la tierra? / La materia, el cuerpo, ¿sabrán que la tierra / sabe a muerte? / Los ojos, ¿recuerdan ahora lo que han visto?» Otras dos frases, ahora sí finales: que Luis Vicente de Aguinaga tiende la cercanía hasta el lector, quien, avezado o no, se solazará en la llanura de sus poemas; y que hasta ahora su siempre admirada obra no había ofrecido tanta claridad en el paisaje.

Breton para principiantes

POESÍA ANDRÉ BRETON. ANTOLOGÍA ANDRÉ BRETON EDITORIAL LETRAS VIVAS MÉXICO, 2000. ADQUIÉRALO EN: JARDÍN DE SENDEROS

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BRETON PARA PRINCIPIANTES

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André Breton. Antología, es una edición bilingüe de 25 poemas publicada en la colección «Los poetas de la banda eriza» de la Editorial Letras Vivas, la cual tiene entre sus libros publicados obra de Fernando Pessoa, Hölderlin, Blake, Rilke, Cocteau, Baudelaire, Rimbaud, Kandinsky, Lee Masters, entre otros. Con un diseño fuera de lo convencional y de gran colo-

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rido, esta editorial busca llevar obras clásicas en traducciones contemporáneas, a los jóvenes lectores. Aunque se puede discrepar con Alberto de Olveira en cuanto a las versiones —en algunos casos bastante libres—, sin lugar a dudas los veinticinco poemas seleccionados nos acercan a la obra de Breton, autor clásico del siglo XX. La ensoñación, la locura, la presencia femenina, el juego lite-

rario y metaliterario son los temas sobre los que gira la selección de los poemas. Se trata de un libro que juega con el caos, que en algunas páginas, debido al diseño, no deja en claro donde termina un poema o si continúa a la vuelta, perdiendo la continuidad en la lectura. Esta antología nos abre la puerta al vasto mundo literario de André Breton.


HELIÓPOLIS

Fernández

Adelanto editorial Ramón Fernández-Larrea Bayamo, Cuba, 1958. Es autor de El pasado del cielo (1987), Poemas para ponerse en la cabeza (1989), El libro de las instrucciones (1991), Manual de pasión (UdeG, 1993) y El libro de los salmos feroces (1994). Entre 1993 y 1994 residió en Guadalajara y fue colaborador del suplemento Nostromo. Poemas suyos aparecen en casi todas las antologías de poesía cubana reciente y han sido traducidos a varios idiomas. Con su primer libro, FernándezLarrea se puso a la cabeza de «la tendencia más agresiva de la llamada Tercera Generación de la Revolución». Este poema forma parte del libro Cantar del tigre ciego, de próxima aparición en la Colección Canto de Sátiro de Ediciones Arlequín. * André Breton

En el fondo del fogón donde aprendí a ver* RAMÓN FERNÁNDEZ-LARREA para todos los hijos que necesité siempre en días alternos con la cara embarrada de insatisfacción les digo a última hora que nunca me recuerden que las fotos de un padre no son la licencia de conducción especialmente de un padre cruel específicamente de una sombra en los labios les digo que viajen a tortuga pidan piezas de a ocho con un loro en cada alma porque francis drake era una gran puta estatal su corazón de ballena esperaba algo de la corona le pido también hijos míos un sólo amor que a veces se llama respeto un sólo amor que no resiste consignas o movilizaciones yo que una vez recordé sentarme frente a mi madre en un pueblo al que nunca regreso porque ya no hay mesas ni platos o madres hablando en aquella cocina les pido especialmente que tengan un perro desmenuzado que ladre en las noches contra la felicidad de los vecinos y que de vez en cuando cante a sus lunas porque una vez lo salvé de la lluvia.

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Revista de literatura de la Asociaci贸n de Clubes del Libro A. C.

Tel茅fono 36 86 42 40 correo electr贸nico: mgurrola@infosel.net.mx


PS GRAFICOS, A F S , S.A. A . DE C.V. C TIPS PS AF S, A. CO R LE No 17-A 7ZO CE O GUADALAJARA, AD JA J NICOLAS REGULES No. ZONA CENTRO JAL. . / 1 TEL./FAX 614 8211


Museo de Maquinaria y Herramientas Antiguas de la Joyería • Exposición Permanente de la Obra de Don Jesús Valencia González • Galería de Artes Aplicadas • Exposiciones Temporales • Escultura en Plata Pequeño Formato • Arte Objeto, Pintura, Grabado, Cerámica • Joyería de Artistas Plásticos Ediciones Limitadas

Libertad 1939 Col. Americana S.J. C.P. 44160 Tels 38 26 45 38 38 26 45 09 Horario de visitas Lunes a Viernes 10:00 a 18:00 hrs Sábado 10:00 a 15:00 hrs


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