Anomalianimalia#0

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AnomalĂ­a Revista cultural

AĂąo 1, No. 0, Enero 2014.

Animalia

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Contenido

[CAFÉ Y CIGARROS] IDIOT SAVANT J.C. Treviño

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EL CARACOL DE ARENA DE INÉS FERRERO CÁNDENAS: UNA LECTURA

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BORGES SOBRE BORGES...

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LAS PÁGINAS QUE CAEN DE ALEQS GARRIGÓZ

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Alejandro Rojas

Ernesto García Castro José Antonio Banda

SOBRE LA CONJURA DE LOS NECIOS Y LA CONJURA DEL AZAR 21 Lucía Noriega Hernández

ONE PIG

Xilotl Ibarra Pacheco

[FICCIONARIO]

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CUCARACHAS EN LA ALACENA

26

EL LEÓN

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UN HOMBRE CONTEMPORÁNEO

39

Paco Gallardo

Alan Saint Martin Juan Mireles

ABRAZO. 41 Zú Zaldivar


[EL MINOTAURO]

HISTORIAS NATURALES

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CUATRO PROSAS DE LOS ANIMALES DEL MAL

50

Georgina Mejía Amador Aleqs Garrigóz

[EL VUELO DE ÍCARO]

PÁJAROS 52 Carmen Villoro

ACROFOBIA 54 Mauricio Ramirez Maldonado

POEMAS 55 José Antonio Banda

ARGUMENTOS PARA MUDAR DE PIEL

58

LA HORA MÁS CALMA

62

Enna Georgina Osorio Montejo María Andrea Esparza Navarro

[LA NAVE DE LOS LOCOS]

APUNTES SOBRE CHÉJOV

64

LA LONZA DE LA DIVINA COMEDIA: LUJURIA, AVARICIA Y OTRAS CONSECUENCIAS

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Adela Flame

Augusto Nava

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Nombre: Ropaje de plumas negras Autor: Raúl Cuevas Técnica: Dibujo digital

DIRECTORIO DIRECCIÓN GENERAL: Colectivo Anomalía FINANZAS Y RELACIONES PÚBLICAS: Maricela Loza GESTIÓN Y PROMOCIÓN CULTURAL: Ernesto García DISEÑO EDITORIAL: Gaspar Kú PRESIDENCIA DEL CONSEJO EDITORIAL: Alejandro Rojas CONSEJO EDITORIAL: Lucía Noriega, Ernesto García, Alejandro Rojas PRESIDENCIA DEL CONSEJO GRÁFICO: Charly Gil CONSEJO GRÁFICO: Gaspar Kú, Maricela Loza, Gilberto Ibarra, Charly Gil MANTENIMIENTO WEB: Ernesto García, Alejandro Rojas ASESORÍA JURÍDICA: Edith Pérez CONTACTOS: revistanomalia@gmail.com anomaliasalvaje. tumblr.com Facebook: Colectivo Anomalía


Nota Editorial Trabajamos en cualquier lugar para pagar la renta, no usamos Ray Ban, no somos hijos de Slim ni de ninguno de sus amiguitos. No sabemos lo que somos, pero hacemos lo que queremos siempre que podemos y cuando nos alcanza el tiempo. Cumbia, pachanga y folclore... o skinhead, no importa, sacamos la revista y pensamos que no somos buenos improvisando. También pensamos que existe una distancia respetable entre Los Ángeles Azules y Paco Stanley, por eso nunca bailaremos dos veces el gallinazo, ya que lo consideramos humillante. Crecimos con los Caballeros del Zodiaco, Candy Candy, ThunderCats, Fly (algunos nunca supimos el final de la serie), Carisaurio y Nintendomanía, Dinoplatívolos, Gatos Samurái, Dragon Ball y Dragon Ball Z, Motoratones de Marte, Supercampeones, Power Rangers (primera generación), y también nos levantábamos los domingos temprano para ver a Chabelo. Anomalía Revista Cultural nació por la absurda necesidad de hacer algo en este mundo. La revista es un mestizaje de ideas, disciplinas y propuestas. Desde distintas coordenadas, gente nómada - y vaya que apenas sabemos de nosotrospromovió el proyecto: Maricela Loza, artísta plástica de Guanajuato, Charly

Gil, el coyote de Tijuana, Gilberto Ibarra, también de Guanajuato, Aleqs Garrigóz, poeta de Puerto Vallarta, y el valiente diseñador Kú, que llegó en un momento crucial para la revista; todos ellos fundaron en la distancia otra forma de acercarse, era necesario. Fue más a menos así que empezamos este proyecto en donde se intersectan una pluralidad de cosmovisiones y diferencias. Cuando pensamos en una revista cultural, no vacilamos en el problema que entraña toda definición, y es que la cultura es todo, es decir, la huella del humano cada vez que se decide a pensar, a crear y a destruir, eso es cultura, una creencia, finalmente. La esfera de lo natural, libre de consideraciones de tipo moral y político se nos antoja perfecta e inalcanzable... qué ingenuo (y qué envidia da esa inocencia) era Rousseau cuando soñaba con el Buen Salvaje. Sin embargo, aún así, anhelamos para nosotros mismos descubrir y poner de manifiesto la Anomalía que somos, y es por eso que presentamos aquí, en nuestro #0 Animalia, un eje temático que trata de explorar esa animalidad que persevera en cada uno de nosotros bajo la forma de los cuerpos en los que experimentamos el mundo, con cierto sentido anfibio para poder leer, sentir y desear al mismo tiempo en diferentes capas de la realidad.

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[CAFÉ Y CIGARROS] IDIOT SAVANT J.C. Treviño*

Nuestra Ficción de Cada Día No jures más que por ti mismo, y te creeré. Shakespeare

Hace un año aproximadamente, estaba en la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, platicando con Daniel J., un contemporáneo que ocupa su energía en la maestría en estudios latinoamericanos y organiza talleres de poesía. Hablábamos de muchas cosas, como suele suceder entre los inconformes con el estado de cosas. Y de todos esos temas abordados (desde el ya trillado problema acerca de si hay o no filosofía latinoamericana, hasta los zapatistas y las izquierdas en México) lo que más resaltamos fue la irrefutable crísis de las instituciones educativas, que hace mucho habían dejado de estar a la altura de las circunstancias sociales. Sus argumentos, a granel, eran casi todos de índole marxista. Yo no me siento ajeno al pensamiento de Marx, pero debo confesar que juego más en la cancha de


Schopenhauer, que siempre desacreditó la educación de su tiempo y que ya perfilaba en su época una crítica a la idea de progreso y a la ilusión que ésta entraña. Clément Rosset, en sus Escritos sobre Schopenhauer (Pre-Textos), explica cómo el tema del absurdo es clave importante para comprender al autor de El mundo como Voluntad y Representación: El absurdo consiste en que todo sea a la vez necesario y no necesario, que la necesidad que gobierna el mundo esté ella misma privada de necesidad, de causa para explicarla y justificarla al mismo tiempo. Fundamento de todo, la necesidad está a la vez desprovista de todo fundamento. De ahí el yugo paradójico que pesa sobre la existencia humana, y el carácter ficticio de la necesidad que gobierna el mundo. La necesidad no tiene más realidad que la finalidad. El hombre es un esclavo sin amo, que obedece sin órdenes: la necesidad que lo encadena forma parte también del reino del «cómo si».

Esto que escribo puede ser leído como una variación de aquellas consideraciones; y es que todos los días somos testigos y partícipes de un sospechosismo generalizado, cuyo germen no es otro que la ruina de los proyectos nacionales, religiosos, políticos e institucionales, eso que en buena medida la filosofía identifica como la liquidación de los “grandes relatos” y el surgimiento de una época tildada de post-moderna. En este escenario, casi todas las ciencias sociales han dado cuenta de dicha fragmentación amén de un diagnóstico sin duda fatalista; bibliografía a este respecto sobra, así que dejaré que el lector curioso construya su propia opinión. Lo que me interesa compartir con el lector en esta ocasión es la oportunidad de pensar eso que constituye la ruina misma de cualquier proyecto en cualquier época, y cómo la literatura en específico hace un registro desdoblando la realidad, manifestando en ese desdoblamiento, que llamaremos ficción, la incapacidad humana de trascender su condición mortal.

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En el canto XI de la Odisea, Ulises narra en el palacio del rey Alcínoo lo acontecido en el reino de Hades, donde encuentra, entre otros personajes, a Sísifo, rey de Corinto, sufriendo un ejemplar castigo por tratar de engañar a Hades: Después vi a Sísifo, padeciendo también los más crueles tormentos, y con los dos brazos hacía rodar una enorme piedra; esforzándose con los dos brazos y con las manos, empujaba la piedra hacia lo alto de la montaña, pero cuando estaba a punto de alcanzar la cima, una fuerza superior la rechazaba hacia atrás: entonces la piedra con todo su peso volvía a caer a la llanura. Entonces Sísifo comenzaba de nuevo a empujar la piedra con esfuerzo; el sudor corría de sus miembros, un vaho espeso subía de su cabeza.

No nos sorprenderá entonces que este pasaje de la Odisea haya inspirado el célebre ensayo filosófico de Albert Camus, publicado en 1942,“El mito de Sísifo”, el cual explora el absurdo de la vida, el sentido y la posibilidad de extraer, a pesar de ello, un lugar para la esperanza. El epígrafe lapidario que acompaña, y de alguna manera resume al ensayo, proviene de la III Pítica de Píndaro:

Por ahora podemos decir que aquello que ya estaba plasmado en la obra de los primeros griegos no dejará de ser un elemento crucial en toda la literatura occidental hasta nuestros días: el esfuerzo del hombre resulta absurdo y banal en perspectiva con su finitud.

*J.C. Treviño es un personaje imaginario que ha publicado ensayos y cuentos en diferentes revistas culturales y literarias de prestigio interplanetario, internacional y nacional, tales como El Agujero Negro de Marte, El abuelo cojo de España, y su poesía ha sido recientemente publicada en la revista electrónica enGuanajuato.

Autor: Francisco Enríquez Muñoz Nombre:Sin título (ambas) Técnica:Fotografía

Oh, alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible.


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EL CARACOL DE ARENA DE INÉS FERRERO CÁNDENAS: UNA LECTURA Alejandro Rojas

No es de sorprender que existan lugares, tanto en el mundo real como en la mente más razonable, en donde los signos no sólo parecen ya arbitrarios en las más rigurosas de las ciencias, sino, por así decirlo, como signos en estado puro, es decir, engañosos, sin poder engañar a nadie. Una multitud, así sea obstusa y vulgar, reconoce su verdad que también es su ilusión ante las mentiras del teatro, de sus sueños, de sus lecturas y también de sus pasiones. Por doquier, en nosotros, puede abrirse siempre la escena que siempre es otra. (Octave Mannoni: La otra escena. Claves de lo imaginario, 1969) El caracol de arena Cándenas Ferrero, Inés Cascahuesos editores Col. Pájaro de cera El caracol de arena es la primera incursión de Inés Perú, 2012 Ferrero Cándenas en la poesía, como autora. Se trata 63 p.p de un poemario que se propone como un viaje personal, un sueño alucinado por un laberinto en forma de espiral (caracol) infinito, en el que cada imagen, cada palabra aparece como una máscara, un símbolo en una realidad múltiple, extraña y desértica, poblada de seres escurridizos que viven la sed y el anhelo propio de quien habita un desierto, presencias fantasmales actuando en un teatro fuera del tiempo y el espacio, en una representación que no llegan a comprender.


Me remito al epígrafe de Anaïs Nin que abre el poemario, ya que éste sin duda es capital al momento de querer arrancar un sentido a la obra. El sueño estaba compuesto como una torre formada por capas sin fin que se alzaban y se perdían en el infinito, o bajaban en círculos perdiéndose en las entrañas de la tierra. Cuando me arrastró en sus ondas, la espiral comenzó y esa espiral era un laberinto. No había techo ni fondo, ni paredes ni regreso. Pero había temas que se repetían con exactitud.

En base a esta primera escena es que empiezo a construir mi interpretación -ejercicio hermenéutico, pero, sobre todo, invitación a la lectura en el más amplio sentido de la palabra-, a sabiendas de que la riqueza de los muchos símbolos universales empleados en el tejido de la obra, así como la irregularidad sistemática de los elementos de cada uno de los poemas que la componen, producen, en realidad, significados de una infinitud discreta; entendiendo también que el lector que decida adentrarse en este caracol de arena deberá en todo caso buscar su propio hilo de Ariadna en el laberinto que se abre justo en la primera página del libro. Y cuando digo “irregularidad sistemática” me refiero que la obra se construye, fragmentariamente, tanto de versos tradicionales como de prosas, llegándose a mezclar ambas formas en un mismo poema; y en ellos se usa la puntuación o se niega de la misma manera, de acuerdo a las necesidades expresivas del texto o al carácter multivalente de éste. Después del epígrafe, ¿descendemos o ascendemos? al primer apartado o momento del poemario, “Alejandra”, que yo interpreto, más que como una estancia, una onda de esa espiral. Los poemas de ésta parte se encuentran reunidos en torno a la figura de una Alejandra que, según ha revelado la propia autora, es también Alejandra Pizanik, a quien rinde aquí un homenaje personal. En este inicio, la voz lírica revela que “El sueño no es quien soy.

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Son las circunstancias que guiaron mi desaparición entre páramos y artificios, medias verdades, elucubraciones, pero también entre algo lúcido y hermético.” He aquí, en mi opinión, otros indicios que nos servirán para nuestra lectura: la idea del sueño como algo que no se es, la del artificio y el hermetismo como atributos, sin duda, de la poesía de este trabajo, que nos ayudarán también a proponer individualmente, al final de nuestra travesía, el sentido global del poemario. Aquí “Alejandra no tiene función alguna (…) excepto como idea de sí misma” y el desierto de ella es también el desierto de la voz lírica: “Yo, ella, estamos misteriosamente unidas por nuestra existencia iconográfica”. Interpreto este deseo de ser estar vinculada a Pizarnik como la necesidad de un sueño lúcido, una proyección de la fantasía mediante la cual hay un desdoblamiento por el que podemos ser también ese otro que tanto nos fascina. Se entabla entonces, a partir de ello, un diálogo íntimo con el icono de Alejandra, cuya vida y obra son una lección categórica de delirio poético y actuación. En este sentido, los temas que se repiten con exactitud en la espiral, de los que se habla en el epígrafe, son acaso los temas que poblaron la poesía de Alejandra y que también están a lo largo de las páginas de este libro, como guiños o recordatorios: una soledad constitucional, el delirio, la orfandad, el miedo. Esta complicidad o unión metafísica con el fantasma o imagen de Alejandra se ve poetizada en el momento en el cual el personaje de la voz lírica “recuerda” haber tenido un encuentro con ella: ambas se miran a los ojos por unos momentos en el vagón de un tren. Si es verdad que los ojos son la ventana del alma, como dice la sentencia popular, es probable que el personaje lírico (máscara de la autora real de este libro) haya entrado por allí al alma de Alejandra, cayendo en su abismo en espiral, en donde ha quedado ya unida a ella “misteriosamente”. “Alejandra en el lugar del origen”. La idea de un teatro como el espacio que en verdad es esta espiral se ve desarrollada significativamente en


varios de los poemas y es clave en el libro: “empiezo a pensar que me gustan las representaciones, deslizarse entre los telones (…) Quise vivir en la cuarta pared.”, “el teatro será lágrimas caídas”, “detrás de la pantalla de la representación”; de allí que podamos pensar en una máscara poética. Allí la actora principal (la voz lírica) hace el “gesto febril de alguien a quien no le importa ser entendido” con un “cuerpo curvado en interrogación”. Los actores, las presencias de este teatro son “marionetas” “indefinidas” a quienes “les habían quitado sus puntos de referencia”, condenados a una representación bárbara e inmemorial y, quizás, cíclica. En un apunte cosmogónico del libro, se sitúa la existencia del teatro en esta realidad o universo incluso antes del vacío original, mucho antes de la posibilidad del amor y de la ausencia que dicta y modela ese amor: “Un átomo sedujo a otro átomo y se produjo el amor. Pero antes existía el nadie y el nunca, y antes aún existía el teatro”. Por ello, el teatro puede ser entendido en el libro como el elemento fundamental sobre el que se erige este universo. La actora declara luego: “dentro de mí crece una serpiente ebria, (…) una serpiente mórbida”. Es imposible no pensar entonces inmediatamente en la correspondencia simbólica entre la forma de la serpiente y la de la espiral, y en la de la espiral como una representación de la eternidad y el movimiento progresivo (de hecho existe la especulación científica de que el universo físico que habitamos tendría la forma de una espiral que se alarga incesantemente). Pero tampoco podemos olvidar a la serpiente como figura arquetípica del mal, del principio femenino y de la resurrección (Cirlot). Así, ese macrocosmos en el que se inserta la voz de la actora mantendría una relación de correspondencia, o de espejeo, con su mundo interior y afectivo. En esta realidad del texto, en este universo reconcentrado pero a la vez infinito, si bien predomina lo siniestro, parece no haber finalmente diferencia entre la pureza y la maldad. Y además, esta realidad parece alargarse, estar en movimiento por la simple necesidad de sentir “el interior

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en extremo” que tienen quienes la habitan, por el deseo –y por ello el dolor- y por una sed de amor bajo “la sombra especular del placer”. El tema del amor es así predominante en el segundo momento u onda del espiral, apartado del poemario que se llama precisamente “El amor”. Aquí hay por ello, unido a todo lo anterior, un erotismo sutil de cuerpos y sudores, y también una cierta exploración de la sexualidad, junto a lo cual irrumpe sin embargo el horroroso aullido: “Me ves y aúllas. (…) No distingo la naturaleza de tu aullido.” No perdiendo de vista la presencia del fantasma de Pizarnik en el libro, me ha gustado equiparar el sentido de este aullido con el de la poesía misma: “La poesía es un aullido que hacen los seres en la noche” (Pizarnik: Diarios). Aullar entonces como la necesidad imperante de expresar ese “interior en extremo”, ese desgarramiento, con el lenguaje simbólico de la poesía con el que hablan las presencias de este laberinto. Por otro lado, el amor que produce el deseo anhelante, la sed que a veces lleva a estos pocos encuentros fugaces, es “el juguete del diablo” con todo lo que el Diablo representa: apariencia, engaño y mentira; lujuria; daño. Y los fugaces encuentros amorosos no se perciben como comunión plena, sino más bien como la necesidad imperante de romper la soledad constitucional y engañar con esa nueva actuación al miedo, al menos unos instantes o una hora o unos siglos que, en

esta eternidad, no serían nada. Y si el amor es “el juguete del diablo”, y la necesidad del amor que está generalmente ausente parece ser el hilo que mueve a los actores/ marionetas, entonces es el Diablo el que ordena los acontecimientos y siembra el mal en este teatro, el cual estaría representado, como en la tradición, por la serpiente ya señalada, pero también, en un momento, por un chacal: “El chacal encerrado en un escenario / robando un cuerpo celeste”. Luego, en varios momentos del libro se habla de un centro como algo que se busca y que se figura muy importante. Sin embargo, la imagen de ese centro “que se siente pero no tiene forma” es demasiado abstracta, vaga e inaprensible y termina siendo un misterio más. Pareciera tratarse del centro mismo de la espiral, por donde se pensaría podría ser posible sustraerse, fugarse. Pero ya en un principio se había establecido bien en el epígrafe que de esta espiral, de este “laberinto repitiéndose / conteniéndonos exánimes”, de este sueño, no hay regreso. Así llegamos al último momento del libro, “La torre”. Aquí se refuerza la impresión inicial de la espiral como una metáfora de los ciclos inmemoriales de la vida y la muerte, del caracol cósmico como símbolo de los ciclos vida-muerte de los seres (Chevalier): “certeza o enigma de vidas pasadas”. Y


a pesar de que la torre, como un nuevo lugar de arribo en esta espiral, nos sugiera ideas de fortaleza, seguridad y elevación, nada nos dice que ésta no sea una torre invertida, además de que en esta torre tampoco hay seguridades, y todo continúa siendo incertidumbre: la misma altura puede ser vértigo. Persiste la supremacía de la ausencia y la lucidez se asocia otra vez al vacío. Continúa “la sed insatisfecha vuelta espectáculo puro.” Y entonces comprendemos que la imagen de Alejandra no se ha ido, que sigue haciendo estallar al yo como un presente encarnado, teatral, que se manifiesta con la extravagante lógica del sueño y sus leyes: condensación, desplazamiento, sustitución (Freud). Continúa la presencia insoslayable del desierto (“yo le dije que veía un desierto donde había musgo y él me dijo: lo que ves es una verdad justa”) en el que ser se asume como un cansancio del cual se ha querido retroceder, esconderse, escapar. Realidad que incluso juega con la posibilidad de su propia existencia: (“¿Posibilidades de existir? / Sí hay una / no hay ninguna”), que tiene “la virtud de ser incomprensible”, y que quizá sea esencialmente una farsa. Llegamos finalmente al final del libro (que no del caracol de arena: espiral desértica) y quedamos suspensos, impresionados con la misma sensación nebulosa y enigmática que nos queda después de haber tenido un sueño, un viaje o desdoblamiento

astral por la noche. Pero, aún cuando fracasemos en el intento de extraer un orden inteligible a la confusión de ese laberinto de sueño en el que nos internamos (espero no haber fracasado yo), nos queda el deleite de haber asistido a su espectáculo teatral (o participado en él) y la seguridad de haber sido en él, pudiendo volver a ser una y otra vez con la oportunidad de ser otros: “Ya era en otra vida pasada ya fui muchas que quise ser” (frase con la que cierra el libro). Nos queda la demostración escénica -lección- de que, para ser ese otro que queremos ser, deberemos adoptar su máscara en el teatro (¿absurdo?) del sueño, del viaje en espiral de este libro y, ¿por qué no?, de la vida que llevamos en esta otra extraña e incomprensible dimensión que llamamos “realidad”. Sobre la autora del poemario: Inés Ferrero Cándenas (Asturias, España) estudió Filología Inglesa en la Universidad de Oviedo; y posteriormente una maestría en Literatura Comparada y un doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Edimburgo. Ha publicado artículos en revistas arbitradas especializadas, nacionales e internacionales. Es autora y co-autora de varios libros de corte académico. Actualmente es catedrática en la Universidad de Guanajuato. E-mail: inesferrerocandenas@gmail.com Sobre al autor de la reseña: Sus reseñas de libros y eventos culturales, así como entrevistas con artistas y escritores han aparecido en El Vallartense, Semanario Chopper y EnGuanajuato.

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BORGES SOBRE BORGES... Ernesto García Castro

Borges sobre Borges (ad infinitum): una reseña en el espejo a La novela perdida de Borges.

La novela perdida de Borges, Pablo Paniagua. Ed. Tombooktu México y Ed. Nowtilus (España). Literatura Indie* http://literaturaindie.mex.tl/

Para Pablo Paniagua - como para Borges en sus Ficciones - el juego de espejos no sólo se presenta como un tema que atraviesa la novela, sino que constituye la estrategia narrativa de las peripecias y vicisitudes que determina a los personajes.

Aderezada de insolencias La novela perdida pretende desmitificar a uno de los grandes de la literatura latinoamericana; así, Paniagua redondea el conflicto creando a uno de los más irónicos y reduccionistas críticos de literatura, un tal John Lehninger, que insiste en demostrar, a través de la versión más acartonada del psicoanálisis, que la incapacidad del argentino para desenvolverse en el arte de la novela se debe a un complejo de Edipo, y que el autor del Poema conjetural se vio obligado, como consecuencia de sus traumas, a refugiarse en el ninguneado quehacer


del relato (a ojos del archiodiado crítico). Por si fuera poco, le reprocha a Borges su condición de eyaculador precoz, razón por la cuál, arguye Lehninger, nunca pudo escribir una novela. Sin embargo, Borges deja un manuscrito inacabado de 69 páginas. Todo esto es revelado en una conferencia magistral dictada en la Casa de América en Madrid de la que el crítico no sale vivo, pues un fanático de Borges lo asesina a cuchilladas. Testigos más o menos conscientes de lo que esto implicaba, Aurora -borgeana de corazón- y Jorge Luis Borges – el antiborges de la novela(personaje homónimo que hace centro de gravedad durante toda la narración), ambos estudiantes del último curso de literatura en la Universidad Complutense de Madrid, se lanzan a la aventura de recuperar el manuscrito conservado por un violinista en la ciudad de Guanajuato, México. Esta obra se nutre del recurso paradójico con que Jorge Luis Borges inaugura el relato de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, que aparecería por primera vez en 1940: “Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres.” En la novela, el lector encontrará un mundo donde el desdoblamiento de la realidad y la proliferación de las casualidades dan lugar a la risa y a la incredulidad con que el autor desarrolla una voz que, si bien es en primera persona, no supone pertenecer a alguien en particular, premisa patente de la ficción borgeana: si un soñador es soñado por otro soñador ad infinitum, equivale a decir, por reductio ad absurdum, que todos somos soñados y no existe ningún soñador. Sin duda un guiño que no deja de hacer referencia a Pierre Menard, Autor del Quijote.

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LAS PÁGINAS QUE CAEN DE ALEQS GARRIGÓZ José Antonio Banda

Garrigóz, Aleqs Páginas que caen Ediciones La Ran Colección Formato Portátil, México, 2013

Aleqs Garrigóz (Puerto Vallarta, 1986) pertenece a una generación marcada por el ascenso de las nuevas tecnologías. La televisión, con sus programas de baja calidad, el cine de importación, las revistas de moda, la proliferación de los ordenadores y la internet, con sus redes sociales y mensajería instantánea, son asuntos que espolean a los jóvenes poetas que comenzaron a escribir en los albores del siglo veintiuno. A estos poetas les tocó crecer en un México que la delincuencia tomó por asalto, uno que caía en crisis económicas constantes, que miraba caer la fortaleza de las ideologías; a la par, comenzaba a burocratizarse trayendo como consecuencia una baja en la educación cuando, paradójicamente, se abría un mayor número de centros educativos. Garrigóz, sin embargo, como poeta, soslaya los asuntos que espolean a otros miembros de su generación. Para el jalisciense, el avance tecnológico, o la vida marcada por la pulsión tecnológica, no es importante; al menos eso se desprende de una lectura de su poética. La mirada de Garrigóz atiende sólo a las extravagancias de la naturaleza y de los hombres. Estos extrañamientos son dignos de mirarse y escribirse porque en ellos, parece decir el autor de Páginas que caen, el hombre revela sus verdaderas dimensiones.


Páginas que caen, obra editada por La Rana (editorial del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato) en este año, abunda en el proceso creativo que inicia en el 2004 con Luces blancas en la noche. Además, no solo prolonga la búsqueda iniciada por el autor radicado desde hace varios años en Guanajuato; sino que llega a un hito importante. La obra en cuestión fue premiada en el 2008 en un concurso organizado por las autoridades culturales de la ciudad de Guanajuato y, pese a ello, vuelve a salir a la calle con una cara distinta a su precaria primera edición. Esta situación muestra no sólo a un autor preocupado en la difusión de su obra, sino también a un poeta que ha desarrollado una elaborada conciencia formal; es decir, a un autor que se ha preocupado porque sus poemas alcancen una perfección lingüística, por más fugaz que ésta sea. Páginas que caen se divide en dos apartados distintos uno de otro. El primero, “Cosas observadas”, muestra a un autor interesado en las dimensiones del mundo que lo rodea. La pretensión lírica, en este apartado, se detiene en la fuga de las aves, en la soledad de las ruinosas habitaciones universitarias, en el tiempo, en la locura, en las formas de un caracol. El mundo por entero es sugerente a la mirada creativa del poeta. La segunda parte, “La primera persona”, presenta la fuerza patética de un yo que dimensiona su juventud en la figura de una caída o abismo temporal marcado por la misma condición transitiva. Situación esperada en el caso de un autor joven. Esta segunda sección, por otra parte, es de menor fuerza lírica y desdibuja un poco el libro. Asunto que se corrobora si por alguna perversidad crítica se quisieran comparar los poemas del primer apartado con los del segundo. Dicha carestía, sin embargo, no se presenta en la primera sección porque el yo cede su lugar a los objetos observados objetivando así la expresión poética. El mundo, en este caso, habla como si fuera un nosotros. Dos poemas son fundamentales a la hora de configurar el significado de Páginas que caen: “Suicidio” y “La palabra”.

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El primero dice:

“No sólo la fuga sensual de la sangre/ […] también el corazón dibujado en el vaho del ventanal” descifrando de esta manera la clave del libro. Pareciera que todo lo dicho en la obra son imágenes que se dibujan en el vaho de la ventana, de la tarde, de la mirada. La subjetividad con la que se dibuja el mundo de Páginas que caen resulta en una cosmovisión donde la muerte activa un erotismo descrito con fineza. En esta obra, la muerte es un lugar donde

“El que sabe morirse de amor/construye el poema con su cuerpo”. La sensualidad de lo mirado es el signo que anima la voluntad poética del hablante lírico. El narcisismo de los hombres, la belleza momentánea de una rosa, trasunto del equilibrio humano, de la perfección, de la poesía que engendra y destruye, o la palabra dirigida a lo alto, como si fuera un conjuro que todo lo puede, se muestran como una “hermosura del mal, / y el poder del bien”. Romántico contemporáneo, Garrigóz sostiene que mirar hacia el cosmos es mirar la riqueza de un mundo interior, acaso más interesante. Si algo se le puede reprochar a un autor tan joven como Aleqs Garrigóz es su precocidad y, en mi opinión, una cierta tendencia a la formulación de juicios morales hacia el final de algunos poemas. Su poética, incluso, llega a forzar la mirada del lector para que éste penetre en un mundo a veces libresco. Afortunadamente estas tendencias son mínimas. Por lo demás, el lector de Páginas que caen encontrará delectación en la obra y el anuncio de un poeta cuya voz posee desde ahora marcas propias, fácilmente distinguibles, y de unas cualidades rítmicas que se encuentran en vías de maduración.


SOBRE LA CONJURA DE LOS NECIOS Y LA CONJURA DEL AZAR Lucía Noriega Hernández

Esto que escribo es tangencialmente una reseña, o la historia de cómo, por una serie inesperada de tangentes sucesivas, llegué a escribir esta reseña. Es también una crónica, minúscula pero significativa, sobre cómo el azar opera de maneras misteriosas en nuestras vidas, en las reales y en las literarias, construyendo escaleras a nuestras espaldas, peldaño a peldaño, para que subamos como ciegos o sonámbulos, a tientas y sin darnos cuenta siquiera de si vamos cuesta arriba o cuesta abajo, sumidos en el sueño de la realidad. Así, un día la escalera termina, es decir llega a destino, y el último paso decide si estamos en algún lado o si nos disponemos a saltar desde una ventana que más bien da al vacío. Pero también exagero; en realidad todo se desliza frente a la vista de manera casi intrascendente: de haber estado ligeramente más ocupada en otra cosa el suceso detonante me habría pasado de largo y ni habría leído el libro que me dispongo a reseñar, ni estaría, evidentemente, escribiendo esto. Esto. Quiero comenzar entonces con el grupo quebequois Arcade Fire, primer cabo suelto de esta sucesión, y su entonces recién estrenado álbum Neon Bible. Debo decir ya de entrada que llegué a él por lo que seguramente fue una casualidad: una reseña positiva en internet o algún comentario visto de pasada en un blog de música.

Toole, John Kennedy La conquista de los necios Anagrama Barcelona, 1992 392 pp.

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El internet es un poderoso instrumento del azar y, si se tienen los ojos bien abiertos, navegarlo puede poner en marcha singulares concatenaciones. En fin, si el título del álbum me había llamado ya la atención fue cuando lo escuché que empecé a desarrollar una extraña obsesión por dos de las canciones: la homónima del álbum y otra que lleva por título (Antichrist television blues), así con paréntesis. Lo que alcanzaba a entender de las letras, rodeadas a su vez de un aura musical vagamente blusera, parecía una increpación constante, confrontación y súplica a la vez, contra un Dios (God) ausente en acción y esencia. La curiosidad me fue picando cada vez más: a qué exactamente señalaba el estribillo que repetía “It’s the Neon Bible, the Neon Bible[...]”, y regresé entonces al internet para investigar aquella peculiar asociación de palabras. Dos datos obtenidos me saltaron como revelaciones en ese momento: el primero de ellos, ahora trivial, fue que Win Buttler, compositor y figura principal de Arcade Fire, tiene un grado en estudios religiosos. El segundo, aún profundamente significativo, iba todavía más allá: existe un escritor norteamericano, un tal John Kennedy Toole (1937-1969), que escribió una novela titulada Neon bible. La relación entre una cosa y otra, álbum músical y autor literario, pasó a segundo plano cuando hurgué otro poco en la historia personal de Kennedy Toole: publicó y ganó el Pulitzer de manera póstuma porque estando en vida no hubo editor que se animara a publicarlo, negativa que le causó tal desasosiego que decidió poner fin a su vida. Con todo y eso, Kennedy Toole murió firmemente convencido de que había escrito una obra maestra, convicción que sólo vuelve más desesperada y trágica esa última decisión. La persistencia de su madre lo salvó del olvido; fue ella quien dió finalmente con un editor que leyó la obra de Toole y, asombrado, la declaró en efecto una obra maestra. Esa obra maestra es La conjura de los necios. Si bien Kennedy Toole escribió a los 16 años y con inusitada perfección su primera novela, Neon Bible, fue con La conjura de los necios que alcanzó la cúspide de la escritura. El epígrafe de la novela, debido al siempre mordaz y certero Jonathan Swift, reza: “Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él.” Pues bien, Ignatius Reilly, un personaje que sólo


puede ser descrito como elefantiástico, es el tremendo ‘genio’ que protagoniza la novela y hace que ésta gire en torno a él como por efecto gravitatorio: enorme y patoso, se hunde por su propio peso en medio de los estruendosos fracasos que propicia con su indolencia y su peculiar manera de ver la vida y, en el proceso, arrastra hacia el hoyo a todos aquellos a los que toca: su abnegada madre, de pronto deseosa de nuevas experiencias vitales, burócratas comodinos y bastante imbéciles, un insólito policía honesto pero sin suerte, los trabajadores negros de una fábrica que gritan consignas proletarias con la misma alegría con que cantan en la Iglesia, una extraña novia pseudo-hippie dispuesta a redimir a Ignatius de su apatía sexual para mostrarlo al mundo como lo que ella cree que es: un ser insólito, un genio auténtico. La lista continúa añadiendo figuras absurdas, tocadas todas ellas por el sino de Ignatius Reilly que, en sus ratos de ocio, que son la mayoría, desarrolla en arrugados cuadernos su propia visión de la filosofía y la historia humanas mientras sueña con la instauración de la monarquía, con el equilibrio teológico, con eliminar el mal gusto y con comer infinitas pastitas de mantequilla. La ciudad de Nueva Orleáns es el escenario donde la rueda se escha a andar para trastocar la suerte de Ignatius, sacado de su cómoda hibernación y de sus meditaciones metafísicas por un accidente desgraciado. Así, con la fortuna torcida, se ve lanzado al desalmado mundo laboral en el que tiene que hacer de archivador o de vendedor de salchichas o de cualquier otra cosa que lo ponga a salvo de la amenaza que representa la alianza entre su madre, la policía y una tía entrometida. Es entonces que, caprichosamente, los destinos de los distintos personajes de la vida de Nueva Orleáns empiezan a enredarse entre sí y la rueda que no deja de girar los arrastra y los mezcla en una serie de líos que puede hacer estallar las carcajadas. La risa, en efecto, es el signo de esta novela que lleva al absurdo hasta su extremo más ácido y disparatado y que logra que la caída al final de la escalera desigual de Ignatius Reilly sea como la de la jabonosa burbuja o la de la pluma tenue: toda una fiesta. En esta novela, notable deudora del mecanismo de la casualidad y asequible bajo el sello de Anagrama, John Kennedy Toole demuestra cómo el peor de los necios puede ser también el más inusitado de los genios. Punto.

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ONE PIG Xilotl Ibarra Pacheco

Herbert, Matthew One pig Accidental Records Londres, 2011

One Pig del músico inglés Matthew Herbert, ha sido considerado por la crítica como uno de los mejores álbumes de ese año y una obra maestra del arte sonoro. Sin embargo para otros, entre los que se apuntan activistas de los derechos de los animales, ha sido visto como la más insufrible falta de respeto hacia un animal, en este caso un cerdo. Después de que Herbert hiciera una exhaustiva documentación visual y auditiva sobre la vida de un cerdo, desde su nacimiento hasta el sacrificio, y posteriormente, él mismo asesinara, comiera y convirtiera en instrumentos musicales algunas partes del animal, mismos que se emplearían en la maquila de One Pig, el músico se enfrento a la crítica por parte de Jobst Eggert, miembro de PETA, quien afirmaba que a pesar de las intenciones del álbum, el haber cometido las atrocidades antes mencionadas, le resta todo merito. Cualquiera que sea la polémica, One Pig es una obra llena de matices y atmosferas que indudablemente nos hará percibir y encarnar la vida misma del cerdo. En cada pista, que acertadamente da el nombre del mes de la investigación, podemos apreciar claramente la intención del autor, cuyas acciones no son un acto irresponsable y desmedido de burda carnicería, sino uno de protesta en contra de la cultura del consumo excesivo que provoca a diario la muerte de miles de animales cuya carne muchas veces no terminan en el estomago de un humano, sino en el de las larvas que las descomponen, así que podremos comenzar a preguntarnos ¿Quién es en verdad el animal irracional?


Título: Animal foráneo Autor: Ma Loza Técnica: Dibujo digital

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[FICCIONARIO] CUCARACHAS EN LA ALACENA Paco Gallardo

Su noche de bodas fue un éxito rotundo: hubo tequila Corralejo, música de Rubén Méndez y un juego de lotería. María y Cleto, la joven pareja, se retiraron temprano, antes de la medianoche, a bordo de un Grand Marquis que habían alquilado a escondidas de su propietario en un taller de hojalatería y pintura. La defensa del auto tenía latas de frijoles bayos atadas con cordeles, las cuales hacían un ruido de fiesta conforme la aguja del kilometraje

se catapultaba a la derecha. Cuando llegaron a la casa, Cleto entró con María en brazos y la condujo directamente a la alcoba. Pese a que el vestido de novia le quedaba apretadísimo, como la envoltura de un embutido, logró despojarla de él y le hizo el amor más tiempo que un joven semental. En la intimidad, María era bastante escandalosa; se prendía con más facilidad que un fósforo. Por suerte Cleto acababa de adquirir aquella casa, a orillas de la ciudad, apartada de la civilización, valiéndose de un jugoso crédito bancario. El gerente del Banco Nacional de México (BANAMEX, sucursal Pénjamo), Manolo Fajardo,


decidió darle una confianza expedita porque él mismo había sido testigo privilegiado de cómo su negocio se encontraba marchando viento en popa. Cleto tenía una taquería en la calle Hidalgo, y don Manolo era uno de sus clientes frecuentes, uno de los más asiduos, el único que se tomaba la molestia de conservar los calendarios con la imagen de San Francisco de Asís que expedía cada año con fines publicitarios. En menos de un mes, Cleto había acondicionado la taquería a ultranza: ocho mesas con la marca de una refresquería, ochenta sillas plegables, ocho manteles color beige y unas lámparas de barra encastradas a las paredes. Según María, solamente hacía falta una alacena en la cocina. Cleto, esposo fiel y devoto, para quien la felicidad de su pareja estaba por encima de todas las cosas, incluso de la suya propia, compró la mentada alacena y la puso en la cocina, al lado de la estufa Mabe y enfrente del fregadero. No le importó que hubiese otras prioridades, como, por ejemplo, seguir las indicaciones de la Secretaría de Salubridad y Asistencia (SSA) al pie de la letra. A manera de agradecimiento, María le dio un beso tronado en la mejilla y le prometió que, de ahí en delante, le ayudaría en lo que fuese necesario. La alacena estaba hecha de aluminio, cubierta con un esmalte color gris. Tenía tres compartimentos especiales para guardar ollas y sartenes, y tres

cajones, además, que eran idóneos para los cuchillos, los exprimidores, los sacacorchos, etcétera. En la parte de arriba tenía una piedra rectangular de granito moteado que pesaba lo que un caballo adulto. A los cargadores de la tienda de línea blanca, por cierto, les salieron hernias al momento de introducirla al local; sus fajas de cuero para físico culturistas fueron de poca utilidad. A espaldas de María, Cleto les recomendó un remedio casero y les dijo en secreto: “Yo sentí lo mismo cuando, después de mi casorio, tuve la idea de cargar a mi mujer”. *** Hacía más de veinte años que Cleto había emigrado a Pénjamo, durante los tiempos de la revolución cristera. A su negocio lo había bautizado con el nombre de “Taquería Arandas” porque, siendo arandino, estaba sumamente orgulloso de su patria chica. La especialidad de la casa eran los tacos de cabeza. Cleto solía hacer esta comparación: “Saben igual o mejor que los que se preparan en Arandas”. Había personas que viajaban kilómetros y más kilómetros con tal de gozar de ese suculento manjar; también aprovechaban la ocasión para escuchar las anécdotas que Cleto les departía sobre la campana del templo de San José Obrero, la más grande de Latinoamérica y la protagonista, según él, de leyendas tan largas como increíbles.

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El cuarto donde se congregaban los comensales estaba separado de la cocina, únicamente, por una cortina de encaje. Esa cortina, pese a su delgadez inaudita, impedía la visibilidad de afuera hacia adentro pero no de adentro hacia afuera. Cleto, quien hacía las veces de cocinero, podía verlos a todos, pues, sin ser visto por nadie. Parecía un Gran Hermano. Sin embargo, no usaba la virtud de la clarividencia. El trabajo arduo lo absorbía, literalmente, como una esponja. Las habilidades de Cleto eran innegables: abría uno de los cajones de la alacena, sacaba un cuchillo forjado con acero alemán y, sobre un tronco de mezquite de treinta centímetros, picaba carne con la fuerza de un destazador. Antes de tocar un billete, para cobrar o dar el vuelto, se enfundaba la mano con una bolsa de plástico. La caja registradora se desbordaba. Sobre la alacena, puso un teléfono de disco. A veces Cleto no podía dar crédito de su buena suerte. Para rematar su éxito profesional, aproximadamente cinco meses después de que llegara la alacena a la taquería, llegó también su primogénito. Cleto y María, de mutuo acuerdo, quisieron llamarlo Nicolás, en honor a San Nicolás de Tolentino, patrono de su gremio. Nicolás creció junto a la alacena como un hongo crece al lado de un arce.

Cuando María cocinaba lo sentaba arriba de la piedra y lo entretenía haciéndole cosquillas. Nicolás exploraba libremente en compartimentos y cajones en pos de comida. La alacena siempre estaba cerca de él o él de ella, era cuestión de perspectivas. En cierta ocasión, mientras buscaba una canica de alabastro que se había ido al fondo de ésta, una cucaracha lo tomó por sorpresa: se trepó en su mano y le corrió por el antebrazo hasta llegar al codo. Nicolás, al verla, comenzó a gritar y a pedir auxilio. Era una cucaracha grande, gorda, gamberra, y parecía haber salido de la alcantarilla. *** Una tarde de abril, Cleto y María revisaron la alacena y corroboraron la existencia de un nido de cucarachas. Un núcleo de insectos rastreros explotó subrepticiamente en el rostro de Cleto y, dando un salto hacia atrás, éste le dijo a su esposa: ─Mira nada más el tamaño de esta plaga. Había cientos de cucarachas, quizás miles o millones. En los rieles de los cajones, los especímenes en edad reproductiva habían depositado sus huevecillos en forma de píldoras. María intentó seguir una estrategia que, a la postre, apenas estuvo sujeta a modificaciones: aplastó con la palma de las manos cuantos huevecillos pudo a fin de impedir el surgimiento de las nuevas generaciones. Sus bríos, sin embargo, fueron inútiles. Por cada


huevecillo que aplastaba salían dos mil cucarachas de otro. Veinte huevecillos ajusticiados significaban, entonces, cuarenta mil nuevas cucarachas. No hacía falta ser un genio de la aritmética para saber a ciencia cierta que los números estaban en contra suya y de su marido. Por las noches, cuando Cleto llegaba a la cocina y encendía el bombillo de veinticinco watts, las cucarachas, que estaban tapizando la alacena, empezaban a correr a tropel. Cleto también corría y con el puño cerrado trataba de propinarles una paliza. Por supuesto, las bajas que lograba ocasionar en el bando rival eran mínimas. Una vez sacó un cajón completo y vertió su contenido en el fregadero. Tapó la coladera y abrió la llave. Flotando entre cuchillos, tenedores y otros tantos aditamentos de cocina, miles de cucarachas bregaban por salir a la superficie. Cleto esperaba que murieran ahogadas pero, para su sorpresa, esas pillas sabían nadar mejor que un calamar. En la intimidad de aquel cuarto, exasperado y a la vez rendido, Cleto les dedicó una seña obscena. *** La capacidad de supervivencia de las cucarachas es especialmente admirable. Cleto, quien no era muy afecto a la lectura, leyó en un tabloide que dado el caso de una hecatombe

nuclear, las únicas que se salvarían serían ellas. Enarcando las cejas, cerró la publicación y se admiró aún más al ver a su criadero. Por fuera, las cucarachas forraban la alacena, por dentro, la tapizaban. En conjunto, no eran un enemigo que se doblegara fácilmente, pero Cleto tampoco era tal. Éste se levantó de su silla y dijo: “Ya veremos quién puede más”. Como era de esperarse, pronto aumentaron las hostilidades. En cierta ocasión María le dijo que quería hablar con él muy seriamente. Lo tomó del codo y lo condujo discretamente a la calle. Lejos de los comensales, apartados, le exigió con una voz marimandona: ─Quiero que contrates a un exterminador profesional, ¿me oíste? Amén de la petición había una suerte de ultimátum, pero Cleto, de cualquier modo, se rehusó y mejor compró ácido bórico en el supermercado. La dependienta, una señora de cincuenta años que tenía una verruga del tamaño de un piñón en la nariz, le explicó cómo debía aplicarlo. Cleto, recordando la mímica de la dependienta, colocó el ácido bórico debajo de la estufa, del refrigerador y la alacena. “Con eso tendrán esas malditas”, pensó y procedió a limpiarse los residuos de ácido de los dedos. Quién sabe si la población de cucarachas sufrió alguna merma, lo cierto es que Nicolás, quien entonces tenía alrededor de seis o siete años,

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sacó ácido bórico de debajo de la estufa, el refrigerador y la alacena. Luego de inspeccionarlo con el olfato, se lo llevó a la boca. La indigestión que le sobrevino obligó a Cleto a pagarle mil pesos a un pediatra. *** Cuando Nicolás sanó, María le dijo a Cleto que ya no le diera vueltas al asunto, que contratara, por el amor de Dios, a un exterminador. Cleto, terco y empecinado como una mula, le respondió que no se metiera en cosas de hombres. Sus palabras exactas fueron éstas: ─No te metas en cosas de hombres, mujer. Con una jeringa longilínea inyectó una especie de silicón a las ranuras de la alacena. Al vendérsela, la dependienta del supermercado le aseguró que, después de la primera aplicación, las cucarachas desaparecerían en un par de horas. Chasqueando los dedos le dijo: “En un santiamén”. Cleto siguió las instrucciones de la caja paso a paso, pero el resultado no fue el esperado: las cucarachas no sólo no desaparecieron, sino que el silicón contaminó las cuchillas de Cleto. Un domingo por las mañana, cuando la clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) tenía abierto únicamente el apartado de urgencias, una serie de enfermos llegó en fila india con dolor de estómago, náuseas, vómito negro y fiebres de hasta 40°. El médico de guardia redactó cientos de veces, como posible causa de la

enfermedad, una intoxicación con químicos por determinar. Todos los enfermos habían cenado, la noche previa, en la Taquería Arandas. El suceso parecía no tener una explicación satisfactoria en la escuálida defensa de Cleto: ─Probablemente fue una coincidencia. ¿Qué sé yo? Luego de ese incidente, el gobierno municipal mandó investigar el caso. Los funcionarios de la Secretaría de Salubridad y Asistencia (SSA) encontraron la alacena llena de cucarachas. La Taquería Arandas fue clausurada, el futuro de Nicolás fue puesto en entredicho y los sueños en común de María y Cleto parecieron esfumarse como el vapor en una olla exprés. *** El 22 de enero de 1951 María dejó, sobre su almohada, una carta dirigida a Cleto. Amor: Hasta que no contrates a un exterminador y acabes con esa pestilente plaga, mi hijo y yo estaremos en casa de mis padres. La decisión es tuya. Con amor, María. Cegado por la ira, echando humo por las orejas, Cleto cogió un machete Tramontina para carniceros y abrió todas las compuertas de la alcana. Descorrió los cajones hasta sacarlos de los rieles e hizo que se desplomaran, uno a uno, en el piso. Un ejército de cucarachas intentó batirse en retirada.


Cleto, por su parte, comenzó a dar machetazos contundentes; cuando el filo del arma blanca chocaba contra la piedra de granito producía más chispas que un petardo en la noche del grito de Independencia. La mitad de sus ataques eran certeros, pero la otra mitad no. Empezó a dar también pisotones, como si estuviera bailando el jarabe tapatío de Arandas. Algunas cucarachas escapaban, mientras que las demás eran inminentemente mutiladas: heroínas de guerra. En su furor, en su enervamiento, Cleto le atizó un machetazo al cable del teléfono: lo escindió en dos cordeles fláccidos. Estuvo dos minutos como loco, girando sobre su propio eje, defendiéndose y atacando. No se percató de que su cinturón se enredó en una de las perillas de la estufa Mabe y la giró hacia el lado izquierdo. Una fuga de gas, tenue e imperceptible pero a la vez constante, fue adormeciéndolo gradualmente hasta que, de buenas a primeras, lo hizo perder la conciencia. Cleto despertó en una cama de la clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Del buró lateral cogió un vaso de agua y bebió un trago refrescante. Tenía una leve jaqueca y, al parecer, era presa de enormes lagunas mentales. Una enfermera vestida de blanco entró a abrir las persianas de la habitación. Valiéndose de un tono amigable, le dijo a Cleto que había tenido suerte, que uno de sus vecinos, atraído por el fuerte hedor a gas LP, lo había

rescatado. Cleto, con una mano, se frotó los ojos y adquirió un semblante reflexivo. Le preguntó a la enfermera: ─Señorita, ¿sería tan amable de prestarme su directorio telefónico? De la Sección Amarilla extrajo dos números: 69-2-14-15 y 69-2-23-87 De la línea pública extrajo uno más: 69-2-27-63 1 El primero era el número de un exterminador profesional de plagas; el segundo el de un terapeuta matrimonial; y el tercero y último el de la casa paterna de María. Como en la clínica el teléfono estaba a dos pasillos de él, Cleto decidió que, en cuanto fuese dado de alta y le reparasen el cable de su teléfono particular, marcaría los tres números siguiendo un orden aleatorio, indistinto.

Francisco Gallardo actualmente es Estudiante de la Maestría en Literatura Hispanoamericana (UG). 1 Estos números son reales y el cometido de su transcripción en esta obra ha sido única y exclusivamente testimonial. El autor les agradecerá profundamente a los lectores que eviten marcar a cualquiera de ellos.

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Autor: Luis Amézquita Nombre:FADU-Buenos Aires Técnica:Fotografía Digital

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Autor: Liz Velazquez Nombre:Sin título Técnica:Dibujo


EL LEÓN Alan Saint Martin Para Violeta Valdez

Los sueños eran cada vez más recurrentes; largos y de extraños. Tristam no sabía por qué tenía manifestaciones nocturnas de ese tipo: caminaba por ese túnel oscuro y hediondo que se enanchaba y apestaba minuto a minuto. No podía observar el fin y mucho menos el inicio. Por más que Tristam caminaba sin detenerse, parecía no avanzar. Sin conciencia alguna, mientras soñaba, su mano derecha se movía lentamente, en un continuo vaivén que culminaría en una explosión. Ahora, en su sueño, observaba un majestuoso león. Las miradas de ambos se cruzaron; animal y hombre. El ir y venir sobre las sábanas era cada vez mayor. Su cuerpo era refrescado por el sudor que salía de los poros. El león iniciaba su camino hacia donde Tristam se encontraba inmóvil, pero a la vez seducido por esa potencia y esa fuerza. El animal llegó a una distancia considerablemente cerca y Tristam sentía el calor de su respiración emanando desde su nariz. La lengua recorría su hocico dejando entrever su cruel mandíbula. Una nueva lucha de miradas se presentaba entre los dos. El sudor de Tristam aumentaba. Intentó moverse de ahí, sin embargo sus pies no respondían. El dominante león brincó hacia su presa abrazándolo y sometiéndolo en el piso. Tristam

no sabía por qué se sentía excitado. Antes de que el león diera su golpe de gracia, un escalofrío recorrió el cuerpo de Tristam, mientras que su mano regresaba a su posición inicial. La noche comenzaba: la gente iba regresando poco a poco a su casa después de un día largo y duro, y por ello era necesario un descanso. Una calle vacía alumbrada tenuemente por un farol. La esquina estaba más iluminada. A lo lejos se oía ladridos, y uno que otro grito de pandillas. Poco a poco, alguien se acercaba a la esquina. Era una prostituta. Vestía una minifalda de cuero negro, medias oscuras, zapatos blancos, una blusa roja escotada, la cual permitía que se asomaran la mayor parte de sus senos. Su cara estaba delicadamente pintada: los ojos delineados, las pestañas enchinadas y los labios lucían un rojo carmesí. Llevaba una peluca sintética de un rubio alaciado. En la mano derecha tenía un cigarro prendido y en el hombro izquierdo colgaba su pequeño bolso. Un coche negro se acercó donde estaba ella y se detuvo. Tristam Simon, un joven de unos veinte años, bajó el vidrio de la puerta del copiloto. Después de unos momentos, el automóvil comenzó su marcha por la oscura calle. La noche se volvía cada vez más fría, las nubes rebanaban la faz de la luna, el viento era delicado. Se detuvo frente a la fachada de un edificio un poco descuidado. Había un letrero que decía: cuartos disponibles, cuya N estaba parpadeando.

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Entraron en él y caminaron hacia la habitación. Era oscura, las paredes mostraban el paso del tiempo con lo descolorido del amarillo, además de las fisuras. Había una sola cama en el centro y una ventana cubierta por una gruesa cortina verde. El lugar parecía estar limpio, los resortes de la cama, así como el olor, lo hacían inhabitable. De pronto, Tristam le quitó violentamente la ropa; ella lo veía como un cliente más. Él tenía sólo un objetivo en mente: hacerla suya. Mientras mordía sus senos, los vellos del cuerpo se erizaban, su color aumentaba, al igual que su temperatura. La mujer buscaba acomodarse en la cama, mas la ansiosa fiera acechaba a su presa. Las pupilas del joven se dilataban, sus sentidos sobrepasaban los umbrales. Un espasmo recorría su cuerpo, el sudor se deslizaba en su espalda. Su excitación no radicaba en tenerla acostada, sino en poder dominarla. No le importaba la cantidad de dinero a gastar, quería saciar su instinto. Se bajó el cierre del pantalón, la aventó boca abajo. Un rugido salió de su pecho mientras que la mujer sintió cómo se desgarraba su interior y gemía como un gato en celo. El tiempo transcurría rápido para él y a pesar de que ella necesitaba que todo eso acabara pronto, sentía cómo el ritmo cada vez era más lento. La violencia que presentaba Tristam iba en aumento, así como su grado de excitación. La penetraba con fuerza hasta que estalló en un rugido aún mayor.

Tristam estaba cansado y extasiado. Se tumbó en la cama. Ella sólo lo observaba, no sabía qué pensar. El olor a lujuria, a sexo mezclado con el sudor, entraba por sus poros y narices hasta marearlos. Ella pensó… Se pensó usada como cosa, ya no como persona.Tristam le aventó la suma acordada mientras se dirigía al baño. Cuando salió, la mujer se había acurrucado en una esquina del cuarto, cubría su desnudez con sus brazos y sollozaba. Su mirada se postró ahora en el rostro de ella. Le parecía familiar y la situación le era conocida. Tristam regresó a la misma esquina. La prostituta observó cómo el coche se acercaba hacia donde estaba parada. Las dos miradas volvieron a cruzarse: cazador y cazado. Ella no quería subir. El dolor en el cuerpo la trituraba, sin embargo el pago anterior resultó satisfactorio. Con duda en su cara, abordó el automóvil y éste dirigió su camino al mismo hotel. La mujer aún tenía impregnado el olor de la noche anterior, mas éste se incrementaba mientras se acercaban a su destino. En la frente de Tristam se comenzaba a leer la excitación que tenía, mientras en el radio sonaba Deep in the Darkness of passion’s insanity. I felt taken by lust’s strange inhummanity.. Él se observó por el retrovisor y miró su fuerza en los ojos. Un estremecimiento recorrió su espalda, algo le inquietaba en esa mirada; empero, no sabía muy bien qué era. En ese momento no quería pensar en qué lo atormentaba, sino en poseerla. Ya estando en el cuarto. Tristam repitió la rutina, golpeando con sus garras,


mordiendo con sus afilados colmillos y violando con su fuerza bestial a la indefensa mujer. Cuando Tristam intentó introducirse en ella, observó, a través del reflejo de la ventana, esos ojos penetrantes que torturaban su mente. Ella retrocedió un poco; creyó ver los ojos de su abuelo. El cuerpo de Tristam quedó paralizado. Un nuevo temblor recorrió todo su cuerpo mientras veía los ojos con malicia de su otro yo. Recordó su vida de huérfano en casa de su abuelo. Ese ser que le imponía miedo, respeto y fascinación al Tristam de 12 años. Los ojos de deseo y de león que el abuelo tenía era lo que más atrapaba al niño. Recordó cómo su abuelo se expresaba de las mujeres. Su aguardentosa voz retumbaba dentro de su cabeza. “Escúchame lo que te digo: la mujeres sólo sirven para dos cosas: mantener la casa limpia y coger”. Recordaba cómo entraba en su cuarto en la noche y se introducía en Tristam mientras el pequeño sentía el olor de alcohol y la respiración entrecortada del viejo en la nuca además de sus manos como garras que sujetaban su delicado cuerpo. Todas las noches era de igual manera. La mujer observó la frustración y la palidez que Tristam reflejaba en su cara. Intentó preguntarle si aún estaba dispuesto a seguir, pero el color volvía a la cara de él. Ella creyó ver cómo las pupilas redondas se transformaban en una fina línea, como de felino y que volvían a dilatarse. Con una fuerza mayor, Tristam penetraba a la chica

mientras rasguñaba su espalda. De las heridas de ella brotaba poco a poco la sangre que le deleitaba, hasta culminar en una descarga. Cuando Tristam se dirigió al baño y accionó la ducha, la prostituta escuchó el correr del agua. La cara de él le resultaba familiar. Observó los pantalones del joven en el suelo. Sacó su cartera, vio su identificación, las manos le temblaron y ésta cayó de sus manos.

Alan Saint Martin (México, 1988) Docente. Licenciado en Letras Iberoamericanas por la Universidad del Claustro de Sor Juana. Tiene dos libros de cuentos: Letras a la Muerte (Cátedra Miguel Escobar G., 2011) y Las redes de la mentira (Editorial Pelícano, 2011).

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UN HOMBRE CONTEMPORÁNEO Juan Mireles

Autor: Amarillo Maldonado Nombre:Homoso Técnica:Ilustración Digital

A Roberto le cayó la noche sin importarle, mejor, no la vio llegar como siempre. Las teclas de su ordenador las machacaba en cada intento por no dejar rastro de error ortográfico. Después, voces cada vez más altas en tono, entre agudas y graves, el rechinar de respaldos de sillas flojas, lo despabiló. Guardó la captura del día y apagó la computadora. Resopló al tiempo que echaba en su portafolio dos papeles propagandísticos sobre cierta obra que se presenta en el teatro de enfrente que él nunca vio, junto con el montón de hojas que guardaba celosamente para, al día siguiente, continuar con su trabajo. No se despidió de nadie al igual que ninguno de sus compañeros advirtió su sigilosa marcha. Cabizbajo, con los ojos echados sobre la acera caminó dos cuadras, bajó las escalinatas del subterráneo. Esperó junto al calor humano que se podía contar por un par de miles, todos amontonados, el vagón del metro. Se dejó sobre la espalda de otro que esperaba ansioso entrar en la lata naranja. Cual cuerpo muerto sobre mar, echado a la suerte, con la inercia en pleno acto, entró. Allí, no quiso ver a nadie. Se internó en sí mismo donde la pesadumbre era su somnífero. Al llegar a su casa, viejo departamento, chico, en el que todo lo que habita ahí parece sufrir un estado perenne de amnesia cruda, y con la pena tendida sobre el plato, cenó algo que parecía haber sido preparado mucho tiempo atrás dado el estado descompuesto de la carne. No pasó mucho tiempo antes que se echara sobre el colchón, sin tomarse un tiempo para ponerse ropa más cómoda. El traje color caqui era su funda. A la mañana siguiente la misma rutina: hizo la pantomima de la ducha: no agua, aire; jabón seco sobre el piso; óxido por todo el cuadro metálico que hacía de esqueleto de bañera. Pasó al comedor barnizado en polvo, ése que

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hiere las fosas nasales, que irrita la garganta, enfermizo. El mismo plato, la carne verde, el vaso de agua marrón: misma acción de mímica. Tomó su portafolio negro y salió del departamento: mirada al suelo, cuerpo sobre riel imaginario con dirección al metro, cabello peinado a dedo, sin pasos. De vuelta en el trabajo, casi las nueve de la mañana, Roberto ya teclea sin parar, de su portafolio saca el fajo de hojas, comienza a capturar, así como lo ha hecho durante treinta años ininterrumpidamente. Sigue, la mañana acabada, la tarde en huida, otra vez la noche. Movimiento, voces, rechinido del cajón del archivero que está a contra esquina de él haciendo el esfuerzo por encajar en su espacio; pasos, computadoras apagándose. Roberto hace lo propio, guarda su captura del día, vuelve a meter los dos papeles sueltos de la propaganda de la obra de teatro que se estrenó hace veinte años y que hacía quince que hubo desaparecido debido a la quiebra del teatro, también, guardó el bonche de hojas que diariamente apila sobre el escritorio justo antes de comenzar a teclear. Cruzó la sala de captura, bajó las escaleras y salió de la oficina directo a la noche que no ve. Entonces, vuelve a perderse en sí mismo, dobla la esquina, otra, y al bajar las escalinatas del subterráneo desaparece.

Juan Mireles Escritor (Estado de México, 1984) y director editor de la revista literaria independiente Monolito (México). Ha sido publicado en la revista española Palabras Diversas (España), Letralia (Venezuela). Cronopio (Colombia), Cuadrivio (México). Blog personal: http://wwwjuanmireles.blogspot.mx/


ABRAZO. Zú Zaldivar

Qué extraño fue despertar con los primeros rayos del Sol sobre mi rostro. Esa mañana el aire tenía una humedad irrepetible, la luz era casi enceguecedora. Me pregunté en qué momento fui a olvidar cerrar la ventana y correr las cortinas la noche anterior. Con pesadez moví mi brazo para alcanzar mis anteojos, pero en su lugar encontré entre mis dedos tierra. ¿Tierra? Abrí de golpe los ojos y me vi como tirado sobre esa tierra húmeda y fría, rodeado de rocas y árboles de altura incalculable. Tallé mis ojos pensando que la luz tan resplandeciente me había quemado el cerebro y hecho imaginar esa ridiculez. Pero no, al quitar mis puños llenos de tierra de mi cara pude ver perfectamente, aún sin anteojos, que estaba en medio de la más grande variedad de tonalidades verdes que hubiera visto en la vida. Justo ante mí se plantaba imponentemente un árbol robusto como para que ni diez hombres tomados de las manos pudiesen abrazarle, tan alto que mis ojos no alcanzaban a vislumbrar su fin. Quise tocarlo. Al levantarme, la sensación bajo mis pies me obligó a bajar la mirada, para descubrirme completamente desnudo. Qué podía hacer ahora, nada que no fuesen rocas y plantas estaba a mi alcance.

Opté por pensar que en un lugar como ese no podía haber muchas más personas que pudieran burlarse de mi desnudez y, en todo caso, he preferido siempre la ropa ligera. Di algunos pasos hacia el gran árbol y llegó hasta mi oído una especie de murmullo. Me esforcé por saber de qué se trataba y pude sentir mis orejas moverse hacia adelante. No sabía hasta entonces que tenía la capacidad de mover mis orejas de esa forma. Sin embargo, al hacerlo pude identificar mejor los sonidos y su origen. Muy cerca de mis pies, por debajo de la tierra y entre la corteza de los árboles, pequeños insectos daban pasos con singular ritmo. A la derecha se escuchaban monos balanceándose sobre las ramas, saltando y chillando, dando vueltas, enloquecidos por una fuerza desconocida. A la izquierda se escuchaba una cascada, golpeando con fuerza las rocas hasta desgastarlas con su fuerza. Pude imaginar las rocas, talladas hasta quedar lisas. La naturaleza crea imágenes tan perfectas, que resulta difícil imaginarles diferentes. Al frente nada, aún moviendo las orejas no había sonido perceptible así que las regresé a su posición. Miré el árbol. Daban ganas de trepar hasta lo más alto y mirar desde allí la inmensidad del lugar. De pronto, tras de mí, escuché una respiración ajena. Un movimiento sutil del aire entrando y saliendo de las fosas nasales de algo que me

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observaba. Intenté ladear mi cabeza y nada, quietud absoluta. Estaba paralizado. Pude sentir el vello de todo mi cuerpo erizarse por completo y… crecer y multiplicarse hasta cubrir mi piel antes desnuda. Apenas perceptible, un ligero aroma llegó hasta mi nariz. Me era familiar, pero antes de poder identificar de qué se trataba, el aroma se perdió entre el hedor de mi propio sudor. Tenía miedo, fuera lo que fuese, aquel ser me observaba de manera violenta. Estaba seguro de que era una feroz bestia a punto de atacarme. Probablemente una pantera, o un león que se lanzaría sobre mí y de un zarpazo desgarraría mi piel, me revolvería los intestinos, desfiguraría con sus colmillos mi rostro y devoraría mi corazón. No había mucho a dónde correr, los monos que entorpecerían el camino, la cascada que no sabría cruzar o la nada, la inmensa nada que se me ponía enfrente. Supe entonces que lo único que podía hacer era dar media vuelta y enfrentar a quién me daría la muerte. Alcancé a ver sus ojos brillantes y sus grandes patas acercarse. Tan sólo cerré los ojos. Aún sin abrirlos dejé de oír a los monos y empecé a escuchar las voces de los vecinos entrando por la ventana. Se fue la cascada y escuché el borboteo de aceite hirviendo bajo un trozo de carne. Bajo mis pies no estaba la tierra húmeda sino la suave alfombra, y esa familiar esencia volviendo a mi nariz. Sentí un cálido abrazo y un beso sobre mis labios. Con miedo abrí los ojos para recobrar la miopía, y ver ante mí esos brillantes ojos. Estaba en mi habitación y a mi alrededor no había depredador alguno. Pero el miedo sigue aquí, el peligro, la selva, todo es real. Sé que todo está ahí, al otro lado del espejo.


Autor: Herc y G. Vinieg ra Técnica:Foto grafía Digita l

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[EL MINOTAURO] HISTORIAS NATURALES Georgina Mejía Amador

I. Elefantes marinos Una colonia de elefantes marinos a orillas del mar, en el Cabo de Buena Esperanza, Sudáfrica. Es la época de apareamiento y los machos se disputan el mayor número de hembras posible. Embisten. Arrastran sus enormes cuerpos, impulsándose con las aletas. Abren las fauces. Cuelgan de sus hocicos sus trompas fláccidas. Muestran los colmillos. Chocan sus cuerpos y se destrozan a dentelladas. Sangran. Las hembras buscan comida en el mar, casi indiferentes a las peleas de los machos. Una aleta dorsal sobresale entre las olas cerca de la orilla.


En la playa, uno de los machos se aparea con una hembra pequeña. Parece asustada. Ella es tan frágil frente a ese otro cuerpo que es cinco veces más grande que el suyo. El macho parece acariciarla con una de sus aletas. En la arena se distingue el pene, rojo y sanguinolento. El macho ha terminado y casi con ternura la deja ir. La hembra introduce su cuerpo esbelto al agua. El macho la observa alejarse. Parece una escena de amor. Ella nada unos cuantos metros lejos de la playa. Él sigue mirándola, jadeando. Entonces el mar se agita con violencia: el tiburón ha hecho pedazos a la pequeña hembra. El agua del mar y la sangre se mezclan irremediablemente. El macho ve la escena. La hembra a la que hacía unos minutos le hacía el amor está convertida en jirones de carne de los que escurre sangre. El tiburón la devora. No hay nada que hacer. El elefante marino se aleja. II. Guepardos En la sabana del Serengueti, una guepardo hembra ha criado dos cachorros: un macho y una hembra. Han sobrevivido ataques de leones, de hienas y hambrunas de varios días. Los cachorros ya están grandes, aunque todavía no desaparece el pelaje blanco en su lomo, característico de las crías del guepardo. La madre ha hecho innumerables esfuerzos para que aprendan a cazar, pero la mayoría de las veces ellos fallan. Es más, incluso han estropeado la cacería de la madre en sus momentos de mayor concentración: han espantado a la presa, creyendo que es un juego. Hasta ahora la madre ha hecho todo por ellos. Una tarde, ella sale de cacería. Los cachorros la siguen, jugueteando entre sí. Las gacelas pastan en la sabana con sus crías. Es tan fácil cazar una. La madre guepardo se concentra, camina sigilosa. No necesita ocultarse entre los pastos altos como las leonas. Ha visto una cría de gacela y cuando ésta la percibe, la persecución comienza. Los cachorros observan a su madre. No pasa mucho tiempo para que ella regrese con la gacela muerta. Deja caer el cadáver y los cachorros empiezan a comerlo, entusiasmados. Pero la madre se aleja.

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La hembra es la primera en darse cuenta de que su madre no está. Alza la cabeza y la llama con esa voz de gato asustado que tienen los guepardos; la naturaleza no los dotó de rugidos intimidantes. Su hermano se ha dado cuenta también y entre los dos la llaman. Nadie les contesta. Hasta se diría que asoman la angustia y el miedo en sus rostros felinos inexpresivos, surcados por esas líneas negras desde sus ojos hasta las comisuras de sus fauces. Insisten, pero hace mucho que su madre se fue. Al saberse solos, los hermanos pasan el resto de la tarde y la noche juntos. Al día siguiente, cada quien toma su propio camino. III. Tigres Una tigresa tiene cuatro cachorros, dos hembras y dos machos. Hasta ahora, sus vidas han transcurrido entre juguetear, permanecer ocultos entre las rocas cuando la tigresa sale a cazar y refrescarse en una charca a donde los otros animales de esa selva de la India acuden a beber agua. El padre de los cachorros es el dueño del territorio y lo patrulla constantemente. No hay nada de qué preocuparse. El equipo que filma a la tigresa y sus cachorros decide poner cámaras escondidas en su guarida entre las rocas y en la charca; colocan otra cámara en medio de la selva y un día el macho, el padre, descubre su propia imagen reflejada en el lente. Creyendo que es otro macho, embiste el reflejo con rabia. Los cachorros crecen y un día la tigresa vuelve a la guarida con zarpazos en el cuerpo. Se echa, sin hacer mucho caso de las crías que se le acercan, y se lame las heridas. Otro día, sale a cazar con ellos para que la observen. Acecha a un grupo de venados que comen hojas entre la maleza. Cuando decide llevar a cabo el ataque, uno de los cachorros se adelanta y los venados huyen. Pasan varios días sin comer (los cachorros tienen esa manía de estropear la cacería de la madre) y mientras buscan presas, encuentran otra tigresa, hija de la que ahora tiene los cachorros. Las tigresas, madre e hija, se reconocen, pero la joven tigresa rechaza a los más pequeños.


En otra ocasión, la tigresa camina junto a un río con los cachorros, pero tienen un encuentro incómodo: otro macho anda rondando la zona, deseando apropiarse del territorio que le pertenece al padre de las crías. La tigresa sale para distraerlo y sus cachorros permanecen escondidos, observando. Pocos días después, el equipo de filmación encuentra el cadáver del padre de los cachorros. Hay algo de belleza sórdida en ese tigre de Bengala muerto, tirado en medio de la selva, roído por las moscas. Incluso ha perdido los ojos, los mismos con los que miró su reflejo. La cámara escondida en la charca filma un día a los cuatro cachorros refrescándose. Como aún son pequeños, los demás animales no les temen. Otro día, la cámara filma a la tigresa deambulando por la selva, sin los cachorros. Lleva heridas por todo el cuerpo y cojea. Conmueve observar su fuerza derrotada. No se descarta que haya sido el otro tigre quien la atacó y quien probablemente mató al padre de los cachorros. La tigresa se acuesta en la hojarasca, con muecas de dolor. Lleva la lengua de fuera. Uno de los episodios que se cuentan sobre Buda para demostrar su compasión por todos los seres es aquel en que le ofreció su propio cuerpo como alimento a una tigresa agonizante. Pero no esta vez. Los camarógrafos vuelven al día siguiente a donde vieron a la tigresa la última vez, pero ha desaparecido. Nunca más vuelven a verla. Días después, encuentran a los cachorros. Ahora sólo quedan tres: uno de los machos ha muerto. Los divisan caminando junto al mismo río en que encontraron al nuevo tigre dominante. No saben cazar y atacan a los demás animales de tal modo que no se sabe si quieren matarlos o sólo están jugando con ellos. No saben dónde morderlos, cómo atraparlos. Las presas se escapan fácilmente. Los tres cachorros vagan por la selva, hambrientos, hasta que encuentran a la tigresa joven, su hermana mayor. Esta vez no los rechaza al verlos y deja que se echen a su lado. Meses después, una de las hembras espera cachorros. Y la historia empieza de nuevo.

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Nombre: Retrato hablado de la mujer cuervo. Autor: Charly Gil T茅cnica: Ilustraci贸n digital.

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CUATRO PROSAS DE LOS ANIMALES DEL MAL* Aleqs Garrigóz

SERPIENTE, LA Insignia del engaño y la lujuria, su regalo al hombre fue el ojo abierto a la vergüenza, la ciudad de muros alzados, las matemáticas del Diablo. Con la punta de su lengua bífida tentó a Eva, y la piel le erizó de sexo. Roba la leche del seno de las mujeres; y aquella que ama al Diablo deberá introducirla en su vagina, para que se retuerza allí, como en la cueva oscura de su predilección. Quien sea mordido por ella no encontrará la senda de regreso a casa. Como en el caso del hombre, una nunca encuentra verdaderamente a otra. Su maldad se prueba en que son exclusivamente carnívoras y sordas; en la mudanza de su piel. Repta como la envidia que mata con sus colmillos; como el deseo que envenena al corazón. La serpiente cerrada es el hombre: círculo vicioso capaz únicamente de encontrarse a sí mismo en el desierto del mundo.

LOBO, EL Su hermosura glacial y trashumante, su simpatía vestida de un pelaje que invita a posarle largamente las manos ateridas de frío, su caminar acariciado con reverencia por la mirada obediente, los ojos como dos brasas que encienden la negrura, las piernas ágiles en correr los bosques de un cuento donde ha de devorar a un niño, su huella graciosa en la nieve, el hocico que lame la sangre en mansedumbre: todo él, gallardo y sobrio, es la imagen animal del más oscuro sueño romántico. Nuestro espíritu se alarga por perseguirlo y visitar en sueños su morada. Cuánto duele su apostura a los poetas, la conciencia de su perversidad instalada rígidamente en su sino. Ataca a nuestros hijos, arrebata los rebaños dejándonos como recuerdo de su paso un jirón desparramado. Padre adoptivo de pueblos que devastan, su ferocidad es clemente; sus ojos no son sino una conminación. Por eso lo anatematizan los libros; el campesino le dispara sin miramientos; y el hechicero lo quiere para usar en sus planes malévolos su alma convertida en esclava, o, ya en un rapto lunático, se convierte en él.


CERDO, EL En su hocico henchido de infección encontramos residuos de toda clase de bazofias. Las heces son su más caro manjar. Por ello, es del pecado capital de la gula la más obvia representación. Fornicador extremoso, sus larguísimos orgasmos, chillantes y convulsos, no lo llegarán a saciar. Sus pezuñas se aferran al lodo y a la mugre que le hacen tanta compañía en el mundo rancio, lleno de basura, pestilencia y desechos, de la vida del hombre. Allí siempre le sobra molicie; allí se entrega a la gordura, esa deformación. Su corazón es de las mismas dimensiones que el del hombre; ambos albergan la misma forma de amor. El hombre que ufano lo ofrece en banquete puede pensar que tal vez ha inmolado a un prójimo.

SAPO, EL El sapo es el corazón de la noche húmeda, el palpitar del peligro que acecha el pantano, oscuro reloj que cuenta los segundos que faltan para que no amanezca. Especie maldita, su carne está envenenada; su piel supura una leche que nos causa verrugas. Sus ojos están hinchados de una tétrica inocencia que parece mirar con necesidad y engaña: lanzan sangre urticante. Hosquedad, mide el espacio a saltos escapando de la boca desesperada que lo quiere besar, criatura resbaladiza, serpiente a su modo. Para desaparecer, su color cambia según el fango que lo contiene. Las hechiceras lo aman por sus propiedades malignas, ingrediente infalible de bebedizos que atraen la ruina, de ungüentos de falso amor. Piedra viva, Dios lo hizo con el barro sucio que sobró después de amasar al hombre.

*Los animales del mal es un bestiario en proceso de escritura, apoyado por el programa de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato. Dicha obra se centra en los animales que en tradición literaria y popular occidental representan al mal en todas sus formas.

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[EL VUELO DE ÍCARO] PÁJAROS Carmen Villoro

Anhelo de volar el de los hombres que saben de su pesada existencia, de su estar irremediablemente anclados a la tierra. Seres varados, los hombres hemos siempre visto al cielo y envidiado la grácil ligereza de las aves, su visión panorámica, su falta de conciencia. Pájaros son, lo saben pero no lo saben. Son el impulso mismo de su vuelo, la alta plenitud sin tiempo. El poeta quisiera ser un pájaro, animal sin ideas, vivencia pura, sangre y plumas en el aire despejado de la página en blanco. Así el deseo se condensa en la palabra “pájaro”


y abre entre sus letras “a” –sonidos que son letras—el giro de la jota y se lanza en esdrújula como pirueta alegre en la garganta. Pájaro letra, ave sílaba volátil que es escritura y signo. Versos que vienen a posarse sobre los cables de la luz formando endecasílabos. Notas que hacen del tendedero un pentagrama. Voces que en el follaje de la tarde cantan la presentida oscuridad. Pájaros de grafito que son trazos del habla abierta, inconmensurable, de la naturaleza. Eso, los negros. Los de colores son incendios: azules o amarillos. Otro deseo se gesta en su tibieza. Pálpitos claros nos visitan desde su corazón en llamas. Los pájaros son también ese deseo que despierta para cortejar la vida en otro cuerpo, alas abiertas de mulata tendida, flecha del hombre que penetra un cielo denso. A vuelo de pájaro, el poeta mira también su vida, su mar, el golpe de las olas sobre el acantilado. Se vuelve pájaro para aventurarse en la maleza cerrada de la selva, de su oscuro secreto. A ciertas incursiones las llama poemas, o otras, prosas, y escoge hablar de pájaros para hablar de los hombres.

Carmen Villoro nació en México D.F. en 1958. Vive en Guadalajara desde el año 1985. Ha publicado varios libros de poesía y prosa poética, entre ellos: El tiempo alguna vez, Fondo de Cultura Económica; El habitante, Editorial Cal y Arena; Jugo de Naranja, Trilce Ediciones; Obra negra, Editorial Arlequín; Espiga antes del viento, en la colección Clásicos Jaliscienses, Secretaría de Cultura de Jalisco; La algarabía de la palabra escrita, Editorial Rayuela. Ha escrito también libros para niños como Amarina y el viejo Pesadilla y otros cuentos, Editorial Norma, Bogotá, Colombia; Papalote, papelito, Ediciones S.M. Fue directora de la revista de cultura Tragaluz. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de CONACULTA.

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ACROFOBIA Mauricio Ramirez Maldonado

ov l l Soy un infeliz, eso es, un verdadero infeliz, me irrita el ave, majestuoso turpial por volar en vientos inhóspitos cuasi desconocidos, el albatros, acróbata gigante, por ser el foco de atención del miserable marinero, y no se diga el águila que sube en estampida hasta romper las nubes para bajar carnívora e infecta a devorar las rojas entrañas de la tierra, como odio la cruel reputación del ave no cautiva, quetzal de tornasol y cola larga que arrastra hasta llegar a los infiernos, pequeños, diminutos pajarillos que tornan mi humor en iracundo por ser de rojo pecho como el sol y a veces amarillo, los aires en parvada magistral se contaminan con negras avecillas que bailan al unísono la danza de la exacta guillotina, las odio, las repugno y cuanto me entristece ver gaviotas de blanquecina estampa zampando sin problema las doloridas carnes, con todo el desparpajo, de colosal ballena que hace temblar los mares y no logra quitarse de su averiado lomo aquella pena.

Mauricio Ramirez Maldonado (Uruapan, Michoacán, 1980) es licenciado en Comunicación por el Instituto de Estudios Superiores del Centro. Cursó diplomados en historia y apreciación del arte, en filosofía contemporánea y en creación literaria. Ha publicado en las revistas Cuestiones Culturales, Calmecac y El Canto del Ahuhuerte. Forma parte del consejo editorial La Malsana.


POEMAS José Antonio Banda

POR TI, SÓLO POR TI

Por ti olvidan sus nombres los meses del año El mar encuentra su rostro en los soles del trópico Y el áureo sueño se encharca en la espesura de los bosques nocturnos Se agota la sombra al acercarse tu horizonte Perla enamorada de su imagen La aurora busca su horneado polen en tu bahía Las somnolientas barcas tus muelles de talámica blancura Y el selvático perfume de las olas el infinito sentido de tu cuerpo Por ti naufraga el dolor de los mares en la fluvial espuma de tus piernas Tus atroces piernas arrecife donde crece un árbol lleno de frutos Única noche a la que fio mi descanso Boca de hermoso lenguaje Vocal de inaprensible cauda en el tiempo

Por ti el silencio calla sus mentiras Y los patios de apasionadas jacarandas se deshojan Dime, ¿por qué has tardado tanto? Las montañas hurtan lejanía Los naranjos reverdecen catedrales Y los ídolos de sangre ruegan la gracia de tus astros Mujer de estremecida carne entre los dientes tiránicos del lecho todo cambia por ti sólo por ti en el solitario jardín de los días

(Extraídos de Teoría de la desolación, Azafrán y Cinabrio: 2012)

Mis ojos crecen en tus ojos Crecen hasta romper sus crisálidas Hasta caer a tierra enloquecidos por tu aroma Y mojar sus tiernas raíces en tus ríos

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HOGAR BAJO LA SOMBRA A Efraín Bartolomé y Baudelio Camarillo

A lo lejos, a millones de pasos de distancia, la ciudad se sumerge en un descanso íntimo; no el Hogar del Poeta, no sus raíces delicadas, hundidas en el pecho del valle; no el ventanal de la Diosa que mira siempre al Sur, el ventanal suspendido justo a mitad de la noche. Un Ojo de Jaguar fue mancillado en el jardín del tiempo y su rostro, el hachazo de la sombra, los muros del hogar, el dolor de sus heridas, la luz rota de la rota certidumbre, ahogan sus horas en largas horas desoladas. Han mancillado la Casa del Poeta y las ventanas al alba se inflaman de lejanía y los minutos caen al suelo cada vez más hondo y el silencio del mundo se extiende cada vez más alto y la noche de los nombres delira cada vez más noche.

Título: Recordando a Magritte (L’Empire des lumières) Autor: Emmanuel Acosta Ramírez [eartmx]

Han allanado la Casa del Poeta, las estancias donde la luz aroma el rostro que contempla el corazón del hombre. Han apagado los cristales de la torre más alta, las ofrendas consagradas al oro más pulido, tenaz relámpago de sueños, nuestra porción de eternidad en esta noche amarga.


Convertida a escala de grises para su publicación. Licencia: Creative Commons Fotografía digital Año 2012

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ARGUMENTOS PARA MUDAR DE PIEL Enna Georgina Osorio Montejo

Acoger animales era asunto de mi hermano. Su compañía, pensaba, lo llevaría por buen camino. En la infancia adoptó un renacuajo con patas crecidas, rabo pronto a desaparecer, y ojos; los ojos que mudan la piel cuando nos miran. Una tarde de lluvia, Maya absorbió del todo su cola, y en un brincovuelo estrelló sus deseos contra las piedras. Carlos amparó lagartijas, arañas con seis patas y cuanto perro hambriento se encontraba. Dijo que sería investigador de animales y coleccionista de insectos.

Título: Yo no la maté Autor: Ma Loza Técnica: Óleo sobre tela

Papá le propuso ser un hombre de negocios.


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Ayer es una palabra y nada más. Repito ayer y no logro vaciarlo. Preparo nostalgias, reparto oscuridades sin remedio, amargo la boca con promesas de gusanera y polvo; pero esta visión aisla horas rubias. El trebejo de la edad blanca está en mis manos: un paquidermo que remonta el juego. Mi cama es una balsa en el río, las cortinas, pendiles para ruidos de la selva. Allí el sol está furioso, pero no busca vengarse de la lluvia. Aunque la casa tiemble, a nadie importa, el agua es fresca, obsequia un baño de lodo para el elefante y su mesura. Eko es su nombre, arde en todos los reflejos. Los machos saben del amplio sueño que es su cuerpo. Cuando el tiempo de celo llega, una especie de locura monta el lomo de los elefantes, es el estado de guerra. Días y noches van sobre sus pasos, arremeten contra árboles: los gigantes se enfrentan.


Tras el monzón el parto es dócil. Eko es una dama inteligente en la espesura. Su cría robusta nació albina. Juntas cruzamos por primera vez el río, sabemos mantenernos cerca de la familia y buscamos remanso en la arquitectura de nuestras madres. Sin embargo, del otro lado del río los felinos son legado y la vida es precaria. Encontramos el cuerpo sin vida de un elefante. Eko llora con toda su memoria. Dejo la cama, me hundo en el agua. Ayer amanece tierno en la madera, devuelve a la llama.

Enna Georgina Osorio Montejo, es originaria del Distrito Federal, radica en la ciudad de Oaxaca. Es Licenciada en Humanidades por la Universidad de las Américas, Puebla. Becada por el FONCA en el Programa Jóvenes Creadores 2011-2012.

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LA HORA MÁS CALMA María Andrea Esparza Navarro

Lo que no se puede nombrar arde todavía en la boca y en el fondo de la garganta herida yacen bosques florecidos trozos de placer y esmeraldas acompañados de un dios callado que estrangula el tiempo Es el silencio en él soy alta como el medio día fundida con el limpio sol y su erizada cabellera Ay de la tierra que pasta mi árido destino para luego cederle el paso al invierno

MARÍA ANDREA ESPARZA NAVARRO (Fresnillo, Zacatecas: 1989), licenciada en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Publicó su primer libro en 2007 bajo el nombre Con amor de cardo (Ediciones de Medianoche). Actualmente es estudiante de la Maestría en Filosofía e Historia de las Ideas.

Nombre- Abril Autor-Charly Gil Técnica-Dibujo Digital

Llegó la hora parda como la sonrisa de mi rostro tierna como la mirada del ciervo en la que las cosas cantan su propia muerte


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[LA NAVE DE LOS LOCOS] APUNTES SOBRE CHÉJOV Adela Flame

No basta con ponerse un camisón sucio y unas botas viejas. Para ser un personaje de Anton Chéjov hay que hurgar en las más indeseables emociones humanas. Hace casi un año que entré a estudiar Artes Escénicas. Cada día aprendo y desaprendo sobre mí. Vivo la posibilidad de interpretar almas desconocidas. Siempre quise ser un pájaro. Me persigue la presencia de estos personajes. Gallináceos, guturales, mujeres-pájaro. En este caso aves blancas aunque nada limpias. Me atrapó la escena de La Gaviota de Chéjov en la cual fui Nina. Ella es la gaviota, signo y subtexto de la obra de teatro.


Esta gaviota se vuelve objeto de deseo entre dos escritores. La tranquila vida de Nina, quien ha crecido junto a un lago y quiere convertirse en actriz, se vuelve “tema para un relato breve” en la mente de un escritor (Trigorin). Él, busca llenar su ego. Emplea a Nina, ni siquiera en realizar la obra de su vida, sino para un relato cualquiera. Ella queda prendada de él y su idea. No sabemos si se enamora o se obsesiona. Pero Trigorin la abandona. Sacrifica a la gaviota en nombre del arte, de la literatura. Un amigo en una cantina me preguntó el otro día: ¿Crees sea necesario matar en nombre de la escritura? ¡No matemos literalmente! ¡No lo hagamos!, pero cada vez que escribimos una fibra de nosotros muere, mientras otra revive. Con el rabillo del ojo nos llevamos a gente entre las piernas. ¡Digo, entre las letras! Por su parte el otro personaje (Kostia). tampoco sabemos si ama realmente a la gaviota o sólo la ve como el reflejo de sus derrotas como escritor. Kostia mata a una gaviota real como capricho por no tener la atención de Nina. Así que junto con Triogorin, el triángulo amoroso no parece tan amoroso sino individualista. Hay una fuerte tendencia de ensimismamiento y egoísmo en los personajes de Chéjov, (no sólo en esta obra). La tríada desea, pero en un eterno desencuentro. Por ello me tocó hurgar en lo más bajo. ¿Cuánto somos capaces de herir? Estos personajes son especialistas en dar golpes bajos, sobre todo Nina, y nunca están conformes. Estos comportamientos nos enfrentaron a mi compañero actor y a mí, a negar y reconocer emociones nunca experimentadas. Conexiones que duelen pero enriquecen. Cómo técnica actoral es necesario tener un banco de imágenes, observar y guardar impresiones. No podríamos experimentar en escena cada vez la misma intensidad de una vivencia real. ¿Cómo sería

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si recibiéramos de verdad una mala noticia a diario? En escena, se desgastaría y sería devastador para los actores. La memoria de emociones es como el valioso tarjetero que mi papá conserva para recordar los teléfonos de sus amigos de toda la vida. No se puede desechar aunque no sean los años setenta y no haya más teléfonos de disco. Stanislavsky dice: “Nadie puede tener el alma universal que encontramos en ‘La Gaviota’, de Chéjov que ha tenido todas las experiencias humanas, incluyendo el asesinato y la propia muerte.” Nadie puede guardar en su ser tantas emociones. Por eso es una obra que vale la pena leer o ver representada, no sólo para conocer el destino final de la gaviota, sino para ahondar en el misterio del comportamiento humano. Casi siempre contradictorio. Esta obra, encierra en un aparente gozo burgués, un común y vagabundo existir. Pobreza y confusión del corazón. Por eso se vuelve una interpretación humana visceral, poética e incluso metafísica de la vida. Quisiera en otro momento volver a ser esta gaviota y actuarla completa. Probablemente no acabaría de llenar de sentido esta vida universal. Por lo pronto volaré de vuelta a la tierra. Pido un descanso. Vuelvo a ser gallina y/o ave de corral.

* Actriz y estudiante del posgrado en Arte de la Universidad de Guanajuato.


LA LONZA DE LA DIVINA COMEDIA: LUJURIA, AVARICIA Y OTRAS CONSECUENCIAS Augusto Nava

En el principio de esta historia, el personaje principal se ha perdido en un bosque oscuro: Nel mezzo del cammin di nostra vita mi ritrovai per una selva oscura ché la diritta via era smarrita. (Inf. I, 1-3) En medio del camino de una vida humana i, y deambulando en tal sitio, se halló (mi ritrovai) con que había equivocado (smarrita) la correcta vía (diritta via) ii. Para salir de tal aprieto (y de tal oscuridad), nuestro héroe trata de subir un “deleitoso” monte al amanecer, pero le corta el paso un felino; luego se le presenta un león, que lo atemoriza; a continuación, se le aparece una loba hambrienta, la que, al final le hace perder la esperanza y lo empuja a retirarse al sitio donde empezó su periplo: la “selva oscura” (para decirlo en el italiano del siglo XIV; ‘selva’ viene del latín ‘silva’, que significa ‘bosque’). De los tres animales del primer canto de la Comedia, quizá el que más ha hecho correr tinta es el felino al que Dante llama lonza y que describe como ligera, muy rápida, y de piel manchada: una lonza leggiera e presta molto che di pel maculato era coverta. (Inf. I, 32-33) No hay que olvidar, sin embargo, que para Dante los animales eran símbolos, es decir, alegorías (el pensamiento medieval no hacía diferencia entre una cosa y la otra). (Eco 1988: 235-236). Los animales eran, junto a toda la realidad, parte del gran libro de la Naturaleza, como expusieron reiteradamente las autoridades intelectuales de la época.

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Uno de los más importantes dantistas actuales, Carlos López Cortezo, hizo notar que la elección de Dante por el felino lonza no tenía que ver sólo con el simbolismo de ese animal, sino que el simbolismo proviene de la palabra que lo designa (López Cortezo 2003: 143). Si las bestias o fieras (como también las llama el poeta) son parte del libro de la Naturaleza, entonces la elección, por parte de Dios, de los vocablos adecuados tiene una gran relevancia. Para dar justificación a esta idea, y acudiendo a una formulación de su tiempo, Dante escribió que “los nombres son consecuencia de la cosas”: nomina sunt consequentia rerum. (Vida nueva XIII, 4). En suma, podemos afirmar que en dicho contexto el nombre del animal es incluso más importante que el mismo animal, porque de la palabra que lo nombra se deriva la imagen que nos hacemos de aquél. Esta lógica de producción verbal es propia de la Edad Media, pero Dante sacó mucho provecho de ella. Según la interpretación tradicional, que aún impera en nuestros días, para Dante la fiera en cuestión era una alegoría de la lujuria, y muchos la han identificado con un lince (lynx) (Eneida I, 323) o con un leopardo (pardus) (Jeremías 5:6) iii. Sólo que Dante, como señala el mismo López Cortezo, podría haber elegido palabras acordes a esos animales, como lince o pardo, y sin embargo no lo hizo. Dante echó mano de un expediente

muy común en su obra. La voz lonza —dice el dantista— es la combinación de lonza (o leonza, es decir, una leona pequeña) iv y l’onza (moneda: “la onza” o “la oncia”) (López Cortezo 2003: 143).v Tomando en cuenta este dato, las reverberaciones de lo que ese animal significa amplían su campo de comprensión. Una lonza es un felino pequeño, ágil, veloz, de piel manchada, con características leoninas; y es una moneda (una onza). Por ahora y sin profundizar en lo que afirma el especialista, extendamos su simbolismo al pecado de la avaricia. Ante lo asombroso de tal recurso literario, que da cuenta de la singular ideología medieval, pongamos el siguiente ejemplo. En el Diccionario de la Real Academia Española (XXII edición), aparece la palabra ‘onza’; su primera acepción (del latín uncia) es: “Peso que consta de 16 adarmes y equivale a 28,7 gr.”; de ahí que se designe con ese nombre a las monedas relacionadas con ese peso (media onza, onza de oro). Pero en su acepción segunda dice: f. Mamífero carnicero, semejante a la pantera, de unos seis decímetros de altura y cerca de un metro de largo, sin contar la cola, que tiene otro tanto. Su pelaje es como el del leopardo y tiene aspecto de perro. Vive en los desiertos de las regiones meridionales de Asia y en África, es domesticable, y en Persia se empleaba para la caza de gacelas.vi


El diccionario apone que la raíz es el latín lynx, lyncis. Por otra parte, en un diccionario del italiano actual ‘onza’, además de moneda, es también un felino, y su etimología es la palabra ‘lonza’, “por una equivocada interpretación de la ‘ele’ como artículo” (per errata interpretazione de la ‘l’ come articolo [l’onza]). vii En el diccionario del italiano de los orígenes (s. IX-XIV, ed. 2001) viii la palabra ‘onza’ como felino, no se registra; en cambio ‘lonza’, según la Accademia della Crusca (ed. 17291738), es lo que en latín se llamaba panthera o podría referirse a lynx. ix Si la raíz de la palabra española ‘onza’ es lynx, sería interesante saber cómo se llegó de lynx a onza (¿quizá a través del italianismo ‘lonza’?). En todo caso, podemos adelantar que hay un fuerte vínculo ideológico medieval entre este animal, la moneda, la lujuria y la avaricia, y que una de las claves para entender ese vínculo está en su nombre (nomina sunt consequentia rerum). Como se recordará, Carlos López Cortezo dice que una ‘lonza’ es, entre otras cosas, una ‘leona’ pequeña. Cabe agregar pues que el Tesoro de la lengua española o castellana (1611), de Covarrubias aporta para la palabra española onça una explicación que mezcla la hipótesis de la leoncita y la posición del artículo “la” del diccionario italiano: ONÇA.- Animal fiero conocido, cuya piel está manchada de varios colores.

El macho vulgarmente se llama pardo, Lat. dicitur panthera. Dixose onça quasi leonça, por ser en talle y fiereza semejante á la leona. Quitaronle la ele, como si fuera artículo, engañados, pensando que sería artículo: la onça. (Covarrubias 1611: 569). x Uno de los primeros comentaristas de la Comedia xi, Jacopo de la Lana, apuntó que así como ligera y rápida (leggiera e presta) es la lonza, así la vanagloria sube y se enciende en el corazón humano de acuerdo a cada persona, “a chi per bellezza, a chi per gentilezza, a chi per fortezza, a chi per scienzia e a chi per ricchezza, ecc.”, xii(es decir, unos se vanaglorian de su belleza y otros de otras cosas). Pero cuando habla de cómo Dantepersonaje dice haber intentado, infructuosamente, cazar a la lonza (Inf. XVI, 105-108), ese comentarista glosa lo siguiente (1324-1328): credette molte volte per frauda prendere beni temporali, e vanagloriavasi d’acquistar quelli. xiii En suma, Jacopo de la Lana, uno de los glosadores iniciales de la Comedia ya había notado la relación entre la lonza y la adquisición de bienes temporales (prendere beni temporali); había expuesto que en la escena de la lonza estaba implícito un error de juicio, un engaño (frauda): adquirir bienes y luego vanagloriarse de haberlos adquirido (vanagloriavasi d’acquistar quelli).

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El Códice Cassinese, que es un poco posterior (13501375), dice: luxus consistit in pelle (el lujo está en la piel), mezclando fonética y semánticamente el lujo (luxus) con la lujuria (animal luxuriosum), y transfiriendo parte del significado simbólico a la piel manchada del animal. Siguiendo esta línea de pensamiento, el comentarista Guiniforto delli Bargigi (1440) habla de la piel de la lonza como algo que Dante-personaje aspira a poseer. Dice: “de esa lonza de la cual Dante no habría podido tener la piel, sin haberla vencido y desollado” (di quella lionza della quale Dante non avrebbe potuto aver la pelle, che non avesse vinta, e scorticata la bestia) xiv. En el contexto del simbolismo medieval, López Cortezo (2003: 162) llama la atención hacia la definición de “piel” en las Etimologías de Alain de Lille, una de las grandes autoridades de la época: “dicitur etiam bonum temporali.” (Alanus Insulis, Distinctionibus, PL, col. 896; vox: ‘pelle’; cf. Job 2:4). Finalmente, es interesante hacer notar que, en el Reino de la Nueva España (actualmente México), existió la crónica de un tal Fray Agustín de la Madre de Dios (s. XVII), quien describe apariciones de demonios tentadores en forma de “onza”, es decir, de un “cuadrúpedo muy ligero de piel manchada, semejante al leopardo.” (Gilabert Hidalgo 2010: 68). xv Lícitamente, el origen de este cruce de palabras o mezcla de significados podría rastrearse, tratando de plantearse, por ejemplo: Aunque de etimologías distintas, ¿existió una vieja moneda con una lonza (¿lince?, ¿leopardo?, ¿pantera?) grabada?, ¿un sello romano, sirio, babilónico? Cualquiera que sea la respuesta, no serviría por sí misma, para explicar el éxito y la difusión de un símbolo.Madrid, 15 de octubre de 2013. P. S. La identificación de la lonza de la Comedia (es decir, qué animal quiso describir Dante) es un asunto trivial; muy probablemente, para el autor no era algo importante. La cultura medieval era fundamentalmente textual; y, más que textual, simbólica (entendiendo símbolo en el sentido


medieval, cuyas características he apenas esbozado en esta breve exposición). La mentalidad simbólica de la Edad Media es a la vez fascinante y extraña. La comprensión del mundo en esa época se basaba en el principio aristotélico de que no hay conocimiento sin imágenes: nihil potest homo intelligere sine phantasmata (De anima III, 8, 431 a 16-17). Es decir, no hay conocimiento sino a través de los sentidos (sobre todo, pero no únicamente, la vista); éstos reciben y producen imágenes —o, para usar el término griego licuado en latín medieval: phantasmata, “fantasmas”. Esos fantasmas tienen un doble valor: mantienen al ser humano atado al mundo, y lejos de Dios, pero, al mismo tiempo, son el único vehículo para descubrir la huella divina. Hacia esa zona contradictoria se dirigieron la mayor parte de las especulaciones de la baja Edad Media. Se entiende pues que Galileo, en los años previos a su proceso, emitiese un juicio elocuente contra los pensadores escolásticos que aún dominaban la Iglesia, aludiendo a que éstos aconsejaba a los profesores de astronomía desconfiar de sus propias observaciones y, hasta cierto punto, “ordenándoles que no vean lo que ven” (se gli comanda che non vegghino quel che e’ veggono) (Lettera a Madama Cristina di Lorena, granduchessa di Lorena, 1615).xvi A este respecto, el dantista Juan Varela-Portas comentó: “En efecto, frente a la mirada literal de Galileo (la generada por una ideología literalista de la ‘realidad’ […]) el hombre feudal ve fantasmas (y ni siquiera fantasmas de cosas, sino fantasmas de símbolos [...]).” (Varela-Portas Orduña 2002: 164).-

AUGUSTO NAVA. Ha publicado, en diversos medios, poesía, ensayo, cuento y crónica. Ha sido autor y curador de obras donde convergen la poesía con el teatro, con las artes plásticas o con el cine, en México, Canadá, Italia y España. Ha traducido del italiano y del portugués, textos de teoría e historia del cine, en particular, sobre Glauber Rocha. Es miembro de la Asociación Complutense de Dantología. Actualmente realiza su tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid; su investigación reúne la mística judía medieval y la filología dantesca.

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NOTAS

[i] Es decir, a los 35 años; cf. Convivio IV, 23; Salmos 90 [89]:10. [ii] En apoyo de esta lectura, no la más popular, pero de fuertes bases filológicas, cf. el comentario de Siro A. Chiemenz (1962): Dartmouth Dante Projecto (DDP): dante. darmouth.edu. En medio del camino de la vida, y en una ‘selva oscura’, me encontré con la situación de que había perdido la correcta vía, es decir, me había extraviado. La causa de ese “smarrimento” aparece a partir del verso 10. La edición es la de Giorgio Petrocchi, tal como se halla en la misma base de datos. [iii] También se habla de una “pantera”, a veces considerada un género de leopardo. Cf. L’Ottimo Commento (1333) y Niccolò Tommaseo (1837): DDP: dante. darmouth.edu. [iv] Cátedra del 21 de noviembre de 2012. Asociación Complutense de Dantologia. Universidad Complutense de Madrid. Cf. la glosa a la Comedia, de Boccaccio: “la leonza o lonza che si dica” (1373-75) (DDP: dante.darmouth.edu). [v] Para la moneda —de uso corriente en muchos estados italianos de la Edad Media—, López Cortezo, remite, entre otros, a un pasaje de Boccaccio (Dec. IV, 10 [I, IV, 433]): “i prestatori che imbolata avevan l’arca in dieci once”. Biblioteca Italiana: www. bibliotecaitaliana.it (Università degli Studi di Roma “La Sapienza”). [vi] DRAE: lema.rae.es/drae [vii] Dizionario Garzanti: www.garzantilinguistica.it [viii] Tesoro della Lingua Italiana delle Origini: http://tlio.ovi.cnr.it/TLIO/. [ix] Vocabolario della Accademia della Crusca: http://www.lessicografia.it [x] Según la Enciclopedia Dantesca (vox: ‘lonza’), la voz italiana podría derivarse del francés antiguo ‘lonce’. [xi] El Infierno, que es la parte que nos ocupa, fue escrito en un lapso probable que va del 1306 al 1313. Cf. Varela-Portas 2010: 125. El primer comentario al Infierno fue seguramente el que publicó el hijo de Dante, Jacopo Alighieri, en 1322, poco después de la muerte de su padre; el poeta murió en 1321. [xii] DDP: http://dante.darmouth.edu. [xiii] DDP: http://dante.darmouth.edu [xiv] DDP: http://dante.darmouth.edu. Agradezco la aportación de estos dos datos a Rosa Affatato, miembro de la Asociación Complutense de Dantología, quien actualmente realiza su tesis doctoral sobre los primeros comentaristas de la Comedia. En la opinión de Affatato, esto sería señal implícita del uso de estas y otras pieles como ornamento y signo de riqueza en la Florencia de Dante, tema muy sensible para el autor (cf. Varela-Portas Orduña 2010: 22-24). Por otro lado, en el Diccionario Etimológico (www.etimo.it; 19261993, ed. facsimilar), de Ottorino Pianigiani se dice que lusso y lussuria, provienen de una misma raíz: luxus. El segundo vocablo es un derivado del primero. [xv] Agradezco a la autora quien, de viva voz, me indicó este dato. [xvi] Biblioteca Italiana: www.bibliotecaitaliana.it


RECURSOS WEB Biblioteca Italiana. Università degli Studi di Roma, ‘La Sapienza’: http://www.bibliotecaitaliana.it/ Dartmouth Dante Project (DDP), “Searchable full-text database containing more than seventy commentaries on Dante’s Divine Comedy - the Commedia”: http://dante.dartmouth.edu/ Dizionario Etimologico (1907-1993) (ed. Ottorino Pianigiani): http://www. etimo.it Dizionario Garzanti: http://www.garzantilinguistica.it/ Tesoro della Lingua Italiana delle Origini: http://tlio.ovi.cnr.it/TLIO/ Vocabolario della Accademia della Crusca: http://www.lessicografia.it

BIBLIOGRAFÍA [Alain de Lille] (1884-1891), Alanus Insulis, Liber in distinctionibus dictionum theologicalum, Patrologiae Cursus Completus Series Latina, Vol. 210, Minge JP, Paris. Eco, Umberto (1988), “La epístola XIII, el alegorismo medieval, el simbolismo moderno”, en: De los espejos y otros ensayos (trad. de Cárdenas Moyano, revisión de Elena Lozano), Lumen, Barcelona, 1988. Enciclopedia Dantesca (1984), Tomo III, Istituto della Enciclopedia Italiana (ed. Umberto Bosco), Roma. Gilabert Hidalgo, Berta (2010), Las caras del maligno. Nueva España, siglos XVI al XVIII, Tesis Doctoral, UNAM, México. López Cortezo, Carlos (2003), “Le promesse della filosofía. Analisi del proemio della Commedia”, Tenzone nº4, UCM, Madrid. Varela-Portas Orduñas, Juan (2002). Introducción a la semántica de la Divina Comedia. Teoría y análisis del símil, La Discreta, Madrid. Varela-Portas Orduña, Juan (2010), Dante Alighieri, Síntesis, Madrid.

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Cafetería, Galería, Foro, Cine, Talleres artísticos. Calle Alhóndiga no.32 Guanajuato, Centro. Abierto de Lunes a Domingo de 10:00 am a 10:00 pm. Facebook y Twitter


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