Misión católica de lengua española

EL TIEMPO DE HACERSE CRISTIANO

En la Iglesia de los primeros tiempos, la cuaresma era, ante todo, el tiempo de preparación al bautismo, y por lo tanto, el tiempo en el que uno se hacía cristiano. En efecto, la Iglesia de los primeros tiempos estaba convencida de que para todo hombre, volverse cristiano se hacía siguiendo un largo camino de cambio y conversión que se realizaba poco a poco. Los que pedían el bautismo debían antes de nada seguir una enseñanza de tres años sobre el bautismo; a este tiempo se le llamaba el catecumenado y era un tiempo consagrado a introducir a las personas en el conocimiento de la fe y en la vida cristiana.

En la antigua Iglesia, el catecumenado estaba institucionalizado: Quien pedía el bautismo debía probar seriamente y de manera visible el lazo entre su bautismo y su conversión. Hoy, como bautizados, cuando celebramos el tiempo de cuaresma y con ello renovamos en alguna forma el tiempo de nuestro caminar para hacernos cristianos, lo hacemos con una consciencia total basándonos en nuestra propia experiencia: a saber, que el camino para convertirnos en cristianos no está nunca detrás de nosotros, y que nunca se puede completar de una vez por todas. Siempre se debe emprender de nuevo el camino, porque concierne a toda nuestra vida. Este tiempo de cuaresma nos hace tomar conciencia de nuevo que ser cristiano no es posible sino volviendo a serlo siempre y en cada momento. No es un acontecimiento aislado perteneciente al pasado, sino, al contrario, un trabajo que vuelve a empezar cada día.

Si celebramos este tiempo de cuaresma con esta actitud fundamental, entonces se convierte en un tiempo de retiro anual de la Iglesia. Conscientes de la hermosura de nuestra fe, podemos alegrarnos de nuevo y marchar hacia la Pascua con una fe plena y segura. Y el tiempo de desierto puede ser para la Iglesia de hoy también un tiempo de gracia: de los sufrimientos del desierto puede nacer un nuevo amor en el que se despierte al amor primitivo.

Kurt Koch