En blanco y negro: Capítulo 5

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Capítulo 5 Semana infernal Los exámenes del Bécquer no tenían nada que ver con los que había hecho antes y no sólo los de su instituto público. Antes pensaba que era una faena que sus exámenes fueran más difíciles que los del colegio privado al que iban algunas de sus amigas. En esos momentos los añoraba. ¿Qué se creían en el Bécquer, que eran genios superdotados? Estaba pensando en eso en vez de la maldita pregunta de matemáticas en la que se había atascado y, cuando se dio cuenta, agitó la cabeza y la afrontó de nuevo. Iba a salir con jaqueca y obsesionada con números, lo estaba viendo. En ese preciso momento, Ariadne se levantó y se dirigió hacia la mesa del profesor sin ni siquiera echar un vistazo al resto de la clase. Tras entregarle los folios, mantuvo una breve, aunque cálida, charla con el hombre, a quien le regaló unas cuantas sonrisas. Tania, desesperada, pensó que, quizás, si se distraía un momento, luego se concentraría mejor. Por eso, se dedicó a mirar a su alrededor, dándose cuenta de que tanto Erika como sus amigos estaban fulminando a Ariadne con la mirada, seguramente pensando que era una pelota. Ella, por su parte, envidiaba su calma y su capacidad de hacer exámenes. Aunque, claro, si miraba por encima de su hombro, recordaba que su caso no era tan malo como otros. Jero llevaba resoplando desde que el examen había comenzado y se dedicaba a pasar de una hoja a otra, mientras mascullaba cosas que Tania no lograba descifrar. Volvió a concentrarse en la pregunta que se le había atragantado y, al final, decidió pasar de ella hasta haber terminado el resto. Le dio tiempo a resolverla como pudo, pero estaba segura de que no iba a tener una de sus mejores notas, todo lo contrario. - ¿Qué solución os daba el ejercicio tres? - quiso saber Miguel, uno de los amigos de Jero y Santi, con los que Tania había comenzado a confraternizar. - Siete - dijo Santi. - Tres - dijo ella. - ¡Uy, uy, uy! Que a mí me ha dado tres - canturreó alegremente Miguel, provocando que su amigo le fulminara con la mirada, aunque el chico no le hizo ni caso. En su lugar, le pasó un brazo por los hombros a Jero.- ¿A ti que te ha salido? Jero soltó un gruñido indescifrable y salió del aula a toda velocidad, casi arrollando a Deker Sterling que, únicamente, enarcó una ceja. Tania se despidió y, con todo el cuidado de no


mirar al traidor, salió corriendo detrás de su mejor amigo. Lo alcanzó en las escaleras, aunque tuvo que apurar el paso para poder mantenerse a su lado mientras las bajaban. - ¿Pero a dónde vas? - A la biblioteca. Aquella respuesta la pilló tan de sorpresa, que no pudo evitar el preguntar: - ¿Tú? ¿A la biblioteca? ¿Estás bien? Sorprendentemente, Jero frunció el ceño y clavó en ella una mirada hosca, que la intimidó un poco, ¿desde cuándo Jero se enfadaba con ella? Vale que, quizás, había sido un poco bruta, pero no pretendía herir sus... Quiso pegarse en la cabeza. Jolín, ¿por qué tenía que olvidar tan a menudo que Jero tenía sentimientos y orgullo y problemas...? - Lo siento - se disculpó, en seguida. - ¿El qué sientes, Tania? ¿El creer que soy tonto o el que se te haya escapado? - agitó la cabeza de un lado a otro, visiblemente airado.- Sé que crees que sólo soy tu fiel vasallo que te acompaña siempre para apoyarte, pero, ¿sabes? Soy algo más. Yo también tengo problemas, Tania, por mucho que tú nunca repares en ellos. - Yo... - Tengo que aprobar todas las asignaturas para mantener la beca y este curso tengo atragantadas todas porque, en vez de atender en clase, he estado jugando a los detectives - hizo una pausa, tomando aire.- No soy tu mascota, soy una persona, un chico... A ver si empiezas a darte cuenta. Y se marchó sin más, desapareciendo tras las puertas de doble hoja de la biblioteca, sin reparar en que, en aquellos momentos, el que hiriente había sido él. Tania comenzó a sentir una opresión en el pecho: dolor. Quiso salir corriendo, aunque se supo controlar para girarse. Entonces se dio cuenta de que Deker Sterling estaba a los pies de la escalera con su maldito gesto inescrutable. Decidió que lo mejor sería ignorarlo, así que pasó por su lado sin más. No obstante, sintió una presión en el brazo, Mister Personalidad la estaba sujetando para retenerla unos instantes. - Sé que ni siquiera eres consciente de ello, pero ten cuidado. Deja de hacerle daño. Tania se liberó con tanta brusquedad que se hizo daño, así que acabó acariciándose la muñeca, sin dejar de mirar desafiante a Deker. Comprendió que la situación estaba divirtiendo al chico, así que sintió todavía más ganas de abofetearle. - ¿Pero quién te crees que eres para darme lecciones? Él, únicamente, se encogió de hombros. - Alguien que no intercambia personas a su voluntad.


No pudo reprimir más su ira y, por primera vez en su vida, abofeteó a alguien. De algún modo, su mano salió despedida e impactó en la mejilla de Deker, que siguió sin inmutarse. ¿Era un robot o algo así? ¿Por qué narices tenía que ser siempre tan indescifrable? Aunque fuera algo infantil, ella se hubiera sentido muchísimo mejor si le hubiera mirado un poquito herido. - ¡Vete a...! ¡Vete a freír espárragos! - Qué malhablada, me van a sangrar los oídos. Subió las escaleras a toda velocidad, dejando a Deker Sterling atrás, aunque no podía olvidar las palabras que acababa de escuchar. Por mucho que le doliera, sólo le había dicho verdades.

 Aunque para casi todo el mundo la semana de los exámenes era un infierno, para ella era casi una bendición. Mientras los demás se pasaban el día estudiando o en la biblioteca, ella podía estar en el Bécquer a sus anchas. En aquellos momentos, además, le servía para poder librarse de sus amigos y, así, descubrir lo que había pasado durante la noche en que murió toda su familia. Había decidido que lo primero era refrescar su memoria, así que quería investigar si existía algún Objeto que pudiera emplear para revivir el recuerdo de aquella noche. Tenía la teoría de que el pisapapeles de ámbar de su tío, que había vuelto al despacho del director, podría servirle, pero no estaba muy segura. Necesitaba consultar el archivo, pero, claro, para eso tenía que colarse en los subterráneos sin ser vista por absolutamente nadie. Iba a utilizar la entrada del cobertizo, por lo que iba a salir del edificio cuando, en la puerta, se encontró con Valeria Duarte. La mujer sonrió al verla y fue directamente hacia ella.

Me cago en las casualidades y las leyes de Murphy... Sin embargo, le devolvió el gesto a Valeria, mientras la mujer le acariciaba el brazo con aire cariñoso. La guió hacia la sala de profesores, por lo que Ariadne no pudo evitar mirar la puerta con lástima, había estado tan cerca de poder marcharse. - Vengo del hospital - le informó, mientras arrastraba una silla para que Ariadne tomara asiento; Valeria le dio momentáneamente la espalda para prepararse una taza de café y arrugó el rostro al comprobar que estaba frío.- No hay novedades... Como siempre - de pronto, pareció terriblemente triste, aunque no tardó en agitar la cabeza como para despejarse un poco.- Pero te he llamado porque quería hablar contigo. ¿Estás bien? - Bueno... Bien, sí, dentro de lo que cabe.


- Claro - Valeria era la viva imagen de la comprensión y de la dulzura. Se apartó el pelo de la cara, antes de acercarse un poco más.- Oye, si necesitas hablar con alguien, me tienes a mí, ¿de acuerdo? Cuando quieras, Ariadne. - Gracias - volvió a regalarle una sonrisa. - Al fin y al cabo prácticamente te he visto crecer - prosiguió, apretando los labios.- No como ese tío tuyo...- la expresión de Valeria fue digna de fotografía. Ariadne conocía suficiente expresión corporal como para saber que se quedó ahí por mera educación y que tenía toda una retahíla de insultos guardados en la recámara para otra ocasión.- Perdona - agitó la cabeza, volviendo a mostrarse calmada, un poco melancólica.- ¿Los exámenes bien? - El que acabo de hacer, perfectamente. No te preocupes por eso - Ariadne suspiró y, en aquella ocasión, lo hizo de verdad.- No quiero que se preocupe cuando despierte, ¿sabes? Por eso pienso sacar tan buenas notas como siempre. - No me extraña que siempre haya estado tan orgulloso de ti. Tuvieron que despedirse porque Valeria tenía que repasar el examen que iba a poner en la siguiente clase. Ariadne salió de la sala de profesores y fue directa a una de las puertas. El frío le caló hasta los huesos, pero avanzó hasta la zona de los columpios que estaba desierta. Se sentó en uno de ellos y no tuvo que esperar demasiado para que crujiera el de su lado. - Escuchando detrás de las puertas, ¿qué eres: un protagonista de Gran reserva? - Fui a entrar, os escuché y decidí daros intimidad - Álvaro se encogió de hombros, antes de impulsarse con los pies para columpiarse un poco.- Entonces me pudo mi vena cotilla y me quedé ahí. Ariadne suspiró, reposando la cabeza en la fría cadena del columpio. - Valeria te odia. Incluso más que yo cuando te conocí y era tan ignorante. - Se supone que Felipe está en coma porque acudió a mi rescate y tuvo un accidente - le recordó, antes de encogerse de hombros.- Es normal que me odie...- soltó una carcajada.- Felipe estaría encantado de saberlo. Que me odie quiere decir que le quiere. - ¿Crees que le despertaría un beso de amor verdadero? - preguntó, divertida.

Riamos por no llorar. - Creo que si consigues seguir siendo la princesa del clan, podrías acceder a los archivos clasificados y, entonces, podríamos tener más oportunidades de ayudarle. - ¿Acaso crees que no he pensado en eso? - se aferró a las cadenas, mientras se giraba para clavar la mirada en él.- Sé que no me crees cuando te lo digo, pero estoy bien. Lo haré bien delante del Consejo. Confía en mí. ¿Tanto te cuesta confiar en mí? - ¿Y a ti tanto te cuesta recordar que he pasado por lo mismo que estás pasando?


- De hecho, él también mató a un miembro de mi familia. La voz de Colbert la sobresaltó, había sonado tan cerca de su oído... Con mucho cuidado, para que Álvaro no notara su turbación, miró por encima del hombro, mientras fingía que se echaba hacia atrás el pelo. Colbert estaba agachado a su lado, sonriéndole con altanería. - Me preocupas, Ariadne - admitió, agitando la cabeza.- Lo que tuviste que vivir fue... Horrible. Durísimo... No hay palabras que lo definan. Ni siquiera puedo imaginar cómo te sientes. Quiero decir, maté a un desconocido para salvar a un ser querido, pero tú...- suspiró.- Y no sé si te castigas, si sólo quieres huir o si de verdad crees que estando con medio pueblo vas a ponerte mejor. No lo sé porque no me lo dices. Y quiero ayudarte, Ariadne, de verdad. Pero no puedo. Si no confías en mí, sino hablas conmigo, no puedo. - La princesa de hielo ha mutado a La princesa de fuego - comentó Colbert con sorna.

Estupendo. Toda una vida estoico y ahora que está muerto, se vuelve un cachondo. Un fantasma gracioso y acosador que no tiene límites que le detengan. Yo sí que sé elegir chicos. Ignoró a Colbert para obligarse a concentrarse en Álvaro que no mostró señales de haber notado algo extraño. Menos mal. - Desde que tengo memoria, me acuerdo de él, ¿sabes? - reconoció, recostándose en la fría cadena de nuevo, aunque sin dejar de mirarle.- Le quise desde el primer momento. Y, como en el fondo soy una idiota, siempre fantaseé con el cuento de hadas: que fuera mi primer beso, mi primera vez... Pero resultó que viví el cuento al revés: mi príncipe se transformó en bestia y no como debía ser - se encogió de hombros.- Sólo quiero superarle, recuperar el tiempo perdido, demostrarme que los cuentos de hadas no existen. Álvaro le miró con fijeza. Ella no tembló, no mostró ni asomo de duda, a pesar de que no las tenía todas consigo. No había mentido, simplemente le había revelado una parte pequeña de la verdad. La parte que se repetía a sí misma para no tener que pensar. Entonces, al lado del hombre, apareció Colbert que la miraba con dulzura. Tuvo que agarrarse al columpio con todas sus fuerzas para no cerrar los ojos. No soportaba seguir viendo a Colbert James. Cada vez que lo hacía se le revolvía el estómago y, además, intuía que aquello no estaba bien, que no era algo natural... Sino algo muy raro. - Supongo que pasar por un trago así y a solas no es fácil - acabó diciendo Álvaro. - A veces me gustaría contactar con alguna médium - suspiró, añadiendo con toda la naturalidad del mundo.- Quizás, además de con los muertos, pueden con... ¿Qué pasa? - inquirió con inocencia al ver la expresión adusta del hombre. - Nadie puede hablar con fantasmas, Ariadne.


- ¿Nadie? Hombre, sé que es algo que no es recomendable y está prohibido, pero... - No existen las médium de la televisión. Se puede contactar con los muertos, aunque es increíblemente difícil y peligroso - se abrazó a sí mismo, parecía inquieto.- Como mucho, se puede establecer comunicación con una güija, pero... Ni es seguro, ni se puede ver, ni hablar, ni nada, en realidad. Pensé que lo sabías, pero las médiums únicamente lidian con vivos. Ariadne asintió lentamente, sin moverse, aunque sus ojos se deslizaron de Álvaro a Colbert, que estaba al lado de éste sonriendo con malicia: - ¿Cómo te quedas? - ¿Un güija? - agitó la cabeza desdeñosamente.- Anda que... - Te lo creas o no, tu tío y yo lo probamos una vez - Álvaro suspiró, poniéndose en pie. Ella le imitó, agradeciéndole el gesto cuando el hombre le colocó la chaqueta sobre los hombros; hacía un frío del carajo, pero se habían estado aguantando, quizás demasiado absorbidos por la conversación.- Cuando tu abuelo murió. No sé si lo sabes, pero fue algo precipitado y... Bueno, Felipe siempre estuvo muy unido a él. Entraron en el internado y Ariadne agradeció el calor, aunque Colbert seguía junto a ellos y volvió a helarla de nuevo. Bueno, estaba ya acostumbrada al frío.

 - Jo, no entiendo nada de esto, ¡maldita física y química! Antes de que Rubén pudiera ni levantar la mirada de sus apuntes, sintió algo sobre él. Erika había arrastrado la silla hacia él para poder frotar su cuerpo contra el de Rubén con una mirada que, suponía, era seductora. La silla era típica del Bécquer: tapizada en rojo oscuro con ruedas, como la de las oficinas. Apartó a Erika con un gesto, antes de concentrarse en sus apuntes de historia; al día siguiente tenían examen justo después del de inglés, pero dicha asignatura nunca le había supuesto ningún problema. La historia, en cambio, era otra cuestión. No era su favorita, pero le agradaba, aunque, claro, luego iba a estudiarla y se ponía de los nervios. ¿Por qué no podía recordar las fechas o no liar los distintos reyes? - Rubén, ¿no podrías ayudarme? - insistió Erika, acariciándole la oreja. - Santi podría aparecer en cualquier momento. - ¿Ese pardillo? Bah - Erika hizo un gesto desdeñoso, mientras se ponía a dar vueltas con la silla y se ahuecaba la rubia melena.- Estará consolando al inútil de Jero, que estará con el drama de perder la beca... Episodio mil doscientos cuarenta y seis.


- Pues para ser un inútil, bien que te acostaste con él - repuso con frialdad. Enseguida notó que la había herido, aunque siguió sin dejar de repetir los distintos reyes que habían gobernado los distintos reinos de España durante la reconquista. Aún seguía teniendo problemas para no confundirlos. - Creí que eso había quedado atrás - musitó ella. - Al igual que el tacto y la simpatía entre nosotros - se encogió de hombros. - Rubén...- la voz de Erika parecía a punto de quebrarse. Ella insistió en el contacto físico y le rodeó el brazo con los suyos; él seguía ocupado con los reyes del reino de Aragón.- Por favor. Yo te quiero, ¿no podrías...? - Estoy comprometido contigo. Creo que es suficiente. - Al menos sé cariñoso - insistió. - ¿Cómo voy a serlo después de lo que pasó? Una vez más, Erika no se dio por vencida y siguió haciéndole arrumacos. Él logró decir de un tirón todos los reyes del reino de Aragón.

 Después de la charla con Álvaro, que ya empezaba a convertirse en una costumbre, tuvo que ir a clase durante el resto de la jornada escolar. En historia el delegado, Rubén Ugarte o más conocido como El cabronazo, había convencido a Gerardo para que les dejara repasar para el examen del día siguiente; el resto de las horas había sido la misma pérdida de tiempo, aunque le había cundido haciendo una caricatura muy lograda del Cabronazo. Había decidido comer muy rápido para poder visitar los archivos y poder investigar si el pisapapeles de ámbar le servía para sus propósitos. Sin embargo, en cuanto se sentó en una mesa del comedor, Tania lo hizo a su lado, prácticamente tirando el plato. - Vaya asco de día. Ariadne enarcó una ceja, sorprendida. A decir verdad había notado que tanto Tania como Jero estaban raros, pero no había supuesto que sería para tanto. Mientras removía un poco las lentejas con chorizo, suspiró, estaba claro que aquel no era su día. - ¿Qué ha pasado? - Ese... Ese... Deker me ha dicho que no le haga daño a Jero, ¡cómo si yo le fuera haciendo daño a Jero! ¿Verdad? No sé, ni que le fuera entregando a tíos malos que torturan... ¡Ah, no, que eso lo hace él! Es que... ¡No entiendo por qué me da lecciones! ¡Él! Si es un... Un... ¡Un capullo, eso es lo que es! - hizo una mueca, cubriéndose los labios con la mano.- Perdón.


- Estoy escandalizada por su rudo lenguaje, señorita Esparza. - ¡Ariadne! - Vale, vale...- asintió, apoyando la barbilla en la palma de la mano.- Pero es que no sé qué quieres que te diga. Quiero decir, soy la primera que llamaría a Deker algo más que capullo, pero... Es que...- suspiró. ¿Pero por qué todos se empeñaban en desahogarse con ella y consultarle ese tipo de cosas cuando estaba claro que era una negada? ¿Quién de todos ellos había tomado la peor decisión en lo que a su vida sentimental se refería? Porque, no era por nada, pero ella ganaba de calle con la carta del novio psicópata y destructor de mundos. - ¿Es que qué? - susurró Tania.

Bien, Ariadne, esta es una de esas veces en las que debes tener tacto y ser delicada. - Que Jero tiene sus sentimientos, está loco por ti y que puede que estés usándolo o que se sienta usado y, claro, el pobre lo pasa fatal.

¿No me he dicho a mí misma que con tacto? Sic. - ¿Me acabas de llamar...? - No. ¡No! ¡NO! - exclamó, agitando la cabeza.- Es complicado y... Oye, yo soy una inútil en estos temas. Es decir, en la lista de los más negados para hablar de esta cosa el primero es Sheldon Cooper y luego estoy yo - Tania la miró como si no la entendiera, por lo que Ariadne dio un respingo.- ¡Vale, ya sé como explicártelo! En Crepúsculo Bella quería a Edward, pero las cosas no iban bien y aparece Jacob que es encantador y... - Ah, vale, creo que sé por dónde vas - la interrumpió, por lo que Ariadne suspiró con alivio, pues no le apetecía lo más mínimo seguir con esa analogía.- Aunque... Jolín, no soy tan pavisosa como Bella y, de momento, en mi vida no se han cruzado vampiros. - Vampiro, hijo de puta...- hizo una balanza con sus manos, fingiendo que ambos pesos estaban igualados.- Tampoco se llevan mucho. Tania pareció relajarse y comenzó a comer, aunque, de pronto, añadió con los ojos un poco cerrados, como si aún quedara algún atisbo de furia o rencor en ella: - Odio que Deker Sterling tenga razón. - Yo también.




A Deker empezó a pitarle un oído y sonrió para sí al pensar que se debía a que Rapunzel se estuviera metiendo con él. Aquella invención le alegraba porque, por un lado, quería decir que ella pensaba en él y porque, por otro, también podría significar que estaba mejor. - ¿Me estás escuchando? - Perdona, Tim, se me ha ido el santo al cielo. Había conocido a Timothy Ramsey hacía varios años cuando los dos coincidieron en un internado en Inglaterra. Tim enseguida se había convertido en una de las pocas personas interesantes con las que se había topado. Larguirucho, de pelo pajizo que siempre peinaba con raya a un lado, tenía pinta de pringado, pero no lo era, no lo era un absoluto. Era muy inteligente y, sobre todo, un auténtico prodigio con los ordenadores. Así había acabado llevando a cabo tales estafas que, a pesar de contar con tan solo veintidós años, ya era uno de los mejores agentes de la Interpol. - ¿Pensando en la ladrona? - preguntó con sorna. - Están las cosas como para pensar en una chica...- suspiró, apoyando la nuca en la pared de madera de los cubículos que separaban los teléfonos públicos del internado; no se fiaba de utilizar su móvil, por lo que prefería hacerlo ahí.- ¿De verdad que mi padre no está metido en nada familiar? - Le he estado observando desde que me lo pediste y no - repitió Tim.- Pero ya sabes que no es algo que te pueda jurar al cien por cien - suspiró.- No formo parte de nada, soy un mero policía como quien dice.

Y mi familia también. Los grandiosos Benavente, famosa y respetable estirpe de policías que llevan luchando contra el crimen varias generaciones. Apresamos ladrones y asesinos a toda costa... Cuando podemos, claro, aunque eso no suene tan publicitario como el resto. Suspiró. - ¿El resto de mi familia? - Bueno, lo normal... Alguno de tus tíos está persiguiendo a algún asesino o algo así. Tú me lo dijiste, los Benavente sois cazadores y siempre tenéis alguna presa en el objetivo. Era cierto. Cuando los altos cargos de la Interpol le ofrecieron a Tim la placa o la bola de preso y eligió lo primero, su padre intentó que ingresara en los Benavente. Lo había hecho con cuidado, claro, sin apenas revelar información, por lo que Deker le había contado la verdad. Tim siempre le había caído bien y no quería verlo atrapado por un juramento que no terminaría de entender hasta que fuera demasiado tarde. - ¿Entonces nada sobre el internado Bécquer?


- Nada. Si averiguo algo, te informaré. Deker colgó el auricular y se frotó el rostro con las manos, mientras su cerebro iba a mil por hora. Desde su última reunión familiar, había deducido que conocían la verdadera identidad de Ariadne Navarro como Zorro plateado. Por otro lado, no estaba muy seguro de lo que sabían o dejaban de saber sobre las Damas y lo que ocurrió con los hermanos James. La cuestión era que, oficialmente, él ya no estaba de misión en el Bécquer, así que la lógica dictaba que hubieran enviado a alguien para vigilarla. Pero no había llegado nadie, no había cambiado nada. ¿Por qué? No era algo que pareciera propio de los Benavente. Su familia siempre había querido exterminar a las familias reales de los dos clanes rivales, pero nunca habían podido pues no habían descubierto la identidad de la de los ladrones y los Mikage eran tan peligrosos que prácticamente resultaban intocables. ¿Qué narices estaban planeando? Estaba seguro de que su abuelo había reconocido a Ariadne y la había dejado marchar por eso, ¿pero por qué? ¿Y por qué no había enviado a nadie...? A menos que... De pronto, se sintió desprotegido en el Bécquer. Conocía demasiado bien los protocolos y procedimientos de los Benavente como para no saber que había alguien observando a Ariadne. Y si él no era, ni habían enviado a nadie, quería decir que había alguien infiltrado desde el primer momento. Pensando en posibles candidatos, regresó a su habitación. Esperaba estar solo el resto de la tarde, pero se encontró a Jero prácticamente dentro del libro de historia mientras mascullaba cosas. El chico, al final, emitió un gruñido y lanzó el libro contra la puerta violentamente. Deker tuvo que dar un paso a su izquierda con rapidez para evitar que el volumen le impactara en la cara. Lo hizo justo a tiempo, pues escuchó el estruendo que provocó al chocar contra la puerta, cayendo al suelo después. Jero se llevó una mano a la boca, abriendo los ojos de forma desorbitada. Se quedó así unos instantes, mientras Deker recogía el libro del suelo. - Si no querías que entrara, con un calcetín en la puerta habría sido más que suficiente. - ¡Perdón! No sabía que estabas ahí, no quería darte... - Era una broma - le sonrió, tendiéndole el libro.- ¿Problemas con la historia? - Es una mierda - admitió, dejándose caer sobre la cama con aire dramático; Deker se sentó a los pies del jergón, echándole un vistazo al libro de texto.- No puedo recodar nada. Dios, ¡qué asco dais Ariadne y tú! En serio, ¿cómo coño lo hacéis para ser Wikipedias con patas? ¡Pero si ni siquiera recuerdo las fechas de nacimiento de mis hermanos!


- Aprender de memoria no suele funcionar. Es mejor que intentes entender lo que pasó, buscar la lógica, entender que todo está relacionado... A ver, ¿con qué tienes problemas? - ¿Por qué me estás ayudando? - Porque necesitas ayuda. Jero se quedó en silencio, mirándole con aire extrañado y entonces Deker recordó que, en aquellos momentos, no se hablaban. Sólo esperaba que le pudieran más las ganas de aprobar que el rencor hacia lo que hizo. - ¿Quieres que vuelva a creer que me aprecias? - Sólo quiero que dejes de parecer el doctor Jekyll y mister Hyde. - A veces creo que sólo eres un cabrón frío como el hielo, otras me pareces alguien que merece la pena y que se preocupa por los demás - Jero hizo una pausa, mirándole a los ojos por primera vez en más de un mes.- Ella te defendió, ¿sabes? - aquella información hizo que le diera un vuelco el corazón, pero se mantuvo inexpresivo... O no porque Jero añadió.- Te importa. - ¿Quieres que te ayude a estudiar o no? - No te veas obligado... Deker resopló, cogió el libro y comenzó con las clases particulares. El examen de inglés había sido a primera hora y lo había hecho en apenas cinco minutos tras batallar con la profesora. Consideraba ridículo que tuviera que demostrar su dominio de la lengua inglesa cuando se había criado en Inglaterra. Después, había pasado cuatro horas sin hacer nada, pues la mayoría de sus compañeros se habían fugado a la biblioteca a repasar para el temible examen de Antúnez. De hecho, había sido un tanto incómodo pues estaba en el aula junto a cinco alumnos más: Rubén Ugarte, que estaba repasando historia y podía escuchar que mascullaba entre dientes datos como nombres y fechas; detrás de él, dos de las amigas de Erika Cremonte, Carlota Martí y Mercedes Hinojosa, que se dedicaban a cotillear con susurros mal disimulados; al otro lado del aula, pegando a las ventanas, estaba Tania Esparza, visiblemente incómoda; delante de ella, Ariadne leía una novela, El jardín olvidado. Antes, hubiera disfrutado de aquellas horas, ya que se habría sentado al lado de Ariadne y hubiera conversado con ella, en parte porque le divertía sacarle de sus casillas y, en parte, porque le gustaba hablar con ella. Sin más. Pero desde hacía un mes, sólo se acercaba a ella cuando era necesario. Había untado bien a un par de camareros de los locales del pueblo para que la vigilaran y le avisaran en caso de que hiciera alguna tontería. En el internado, no solía quitarle la mirada de


encima, por mucho que eso le doliera, sobre todo porque llevaba un tiempo embriagado por sus propios recuerdos y la melancolía que destilaban. Para no pensar en todo aquello, se dedicó a terminar El juego del ángel de Carlos Ruiz Zafón, aprovechando que los profesores les dejaron hacer lo que quisieran. Con la última clase del día llegó el temido examen que, al final, resultó que se merecía la fama que tenía. Había que ver a Gerardo Antúnez, qué narices tenía. A él, por supuesto, no le costó ningún esfuerzo el rellenarlo con sumo detalle, pero se dio cuenta de que era una prueba muy difícil y no le extrañó que los demás resoplaran continuamente. En cuanto terminó, fue a entregar el examen, pero se percató de que Jero parecía hundido y no dejaba de soplar o pasarse las manos por el pelo, alborotándoselo todavía más. No le estaba saliendo bien. Cogió el tippex y cubrió su nombre con él para, después, escribir “Jerónimo Sanz” encima. No tuvo que esperar demasiado a que Ariadne se pusiera en pie, captando la atención de Antúnez por completo. Deker aprovechó la coyuntura para ponerse en pie y dirigirse hacia la mesa del profesor, pasando por delante de Jero. Con un rápido juego de manos, cambió su examen por el del chico y se colocó al lado de Ariadne para escribir su nombre en él. Antúnez enarcó una ceja al ver la caligrafía, pero tuvo la delicadeza de no decir nada y aceptarlo. Salió del aula acompañado por Ariadne que sonrió, divertida. - Vaya... Eres todo un sentimental. Deker enarcó una ceja, volviéndose hacia la chica, que seguía con aquella sonrisa bailando en sus labios. Le colocó un dedo sobre ellos, quedándose muy quieto, sintiendo como algo se sacudía en su interior. - Guárdame el secreto, anda, prefiero la fama de cabronazo.

 Todavía no podía creerse que hubiera sobrevivido hasta aquella tarde de jueves, sobre todo porque llevaba cuatro días histérico e inaguantable. Apenas había hablado con nadie, apenas había hecho algo que no fuera estudiar. De hecho, aquel mismo día ni siquiera había comido pues nada más acabar el examen de literatura, había subido a su habitación a preparar el de física y química que tenía al día siguiente. Sin embargo, había acabado durmiéndose, descansando como no lo había hecho en cinco noches. Al despertar, encontró a Deker tirado de cualquier manera en su cama. La camisa por fuera de los pantalones, las mangas remangadas hasta el codo y su guitarra entre las manos. Estaba


arrancando algunos acordes, sin esforzarse, simplemente rasgando las cuerdas al azar y, aún así, sonaba bien. Muchas veces le envidiaba, si él fuera así... Agitó la cabeza, ¿para qué perder el tiempo con imposibles? Se peinó con los dedos, al mismo tiempo que apoyaba los pies en el suelo y se alisaba la corbata. Ante aquel gesto, Deker enarcó una ceja. - Con ese nudo tan desastroso, lo lisa que esté es lo de menos. Se fijó en que la corbata de Deker, de color verde con finas rayas amarillas, estaba muy floja, casi como si fuera un collar, aunque... Debía admitir que el nudo parecía perfecto. Sin embargo, se limitó a decir: - Le dijo la sartén al cazo...- le sonrió. Hacía mucho que no lo hacía y, la verdad, lo echaba de menos. Extrañaba mucho a su amigo. Quizás no fuera el más alegre, ni el más amable, ni el más hablador... Bueno, prácticamente era todo lo contrario, siempre con ese humor tan ácido, el sarcasmo impregnando cada palabra que decía, que eran más bien escasas, pero había algo en él que le gustaba. De hecho, había sido el único que en vez de decirle las tonterías de siempre (tranquilo, no te preocupes, ya verás como apruebas, sólo esfuérzate...), directamente le había ayudado: primero con las clases particulares, luego intercambiando exámenes. - Oye...- dijo, revolviéndose el pelo.- Quería darte las gracias de nuevo. - Debería dártelas yo a ti: así mantengo mi reputación de alumno desastroso. Jero cogió la silla que le correspondía y la arrastró hasta la cama de su compañero, que seguía enfrascado en tocar acordes. Le miró fijamente durante un buen rato, pero lo único que hizo Deker fue clavar la mirada en él, hastiado. - ¿Estás esperando a que llegue la Inquisición a apresarme? - Sólo quiero hablar contigo - reconoció con suavidad. Apoyó los pies en la madera que rodeaba la cama, colocó los brazos cruzados sobre las rodillas y se echó un poco hacia delante.¿Recuerdas que Ariadne te defendió? Me dijo que había que entenderte, que tenías tus razones y... He estado pensando. - No creo que sea algo que puedas...- comenzó a decir Deker. - ¿Entender? Fue lo que dijo Ariadne. Que no sabía lo que era crecer en una familia como la vuestra, pero...- alargó un poco las sílabas, antes de añadir en tono confidencial.- Creo que sí entiendo tus razones. - ¿Y qué razones son esas? - inquirió el chico en tono cansino. - Lo hiciste por la chica. Porque te importa mucho.


Deker soltó una carcajada, antes de agitar la cabeza de un lado a otro con aire desdeñoso, pero Jero no iba a achantarse: - Te enviaron a capturar al Zorro plateado. Tú sólo querías cumplir tu misión y largarte, pero luego descubriste que era Ariadne y la cosa cambió - ante las risas de incredulidad de su amigo, prosiguió.- Todo eso de que querías su ayuda para proteger las Damas era una mera excusa. Y el entregar a Tania era una maniobra de distracción para proteger a Ariadne - cruzó los brazos sobre su nuca, victorioso.- La chica te importa y yo soy un genio. Deker ladeó la cabeza, por lo que su ondulado flequillo le cayó hacia un lado, sobre los ojos del color oscuro del café solo. - ¿Y me has perdonado? - Me duele que pusieras en peligro a Tania - admitió con un suspiro.- Pero... Te echo de menos y... A mí también me importa Ariadne y va a necesitar tu ayuda - le dedicó una sonrisa.Eso sí, no vuelvas a hacerle algo malo a Tania. - Jamás... Alguien llamó a la puerta y el profesor Antúnez entró en la habitación sin ni siquiera esperar respuesta, sorprendiéndolos a los dos. Les miró con gravedad, mientras se presionaba el puente de la nariz con la yema de los dedos. - Espero que ninguno de los dos tenga planes para mañana. El Consejo quiere que seáis testigos en el juicio - hizo una pausa.- Para evitarte problemas, Sterling, tanto Álvaro como yo hemos atestiguado que eres un mero alumno que se vio envuelto en esto. Justo como el señor Sanz y el señor Ugarte. Les miró una vez más, antes de marcharse, dejándolos a los dos con el ánimo por los suelos. A Jero le sorprendió la palidez de su amigo, que había cerrado los ojos y apoyado la cabeza en armario que había en el cabecero de su cama. - ¿Pasa algo? - le preguntó y, al instante, se sintió estúpido. - Ya he visto uno de esos juicios y... No va a ser divertido.


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