En blanco y negro: Capítulo 3

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Capítulo 3 No de la misma manera Bajó con Jero las escaleras, ayudándole a transportar la maleta. Ella no llevaba porque iban a su casa y ahí tenía todas sus cosas, aunque ésta hubiera estado abandonada todo el tiempo que su padre estuvo secuestrado. En cuanto cruzaron el enorme portón de madera, sintieron la bofetada del frío, aunque enseguida se acostumbraron al gélido aire que recorría los terrenos. Tras el tono lechoso que había teñido el cielo por la mañana, en aquellos momentos era de un azul más bien intenso, como de día verano, pero sin el calor. Lo miró un instante, disfrutando de aquella tonalidad tan bonita, pues no tardaría en oscurecerse. Al bajar la mirada, encontró a su padre. Mateo estaba apoyado en la puertezuela del copiloto de su coche. ¡Cuánto había echado de menos aquella tartana! Tania no recordaba que su padre hubiera tenido otro vehículo, además de aquel viejo Ford de un desgastado azul oscuro. Se le hizo raro ver a su padre ahí, a las puertas del internado, esperándola. Pero... ¡Era su padre y estaba recogiéndola! ¡Cuántas veces había deseado aquello meses atrás! Sonriendo de oreja a oreja, corrió hacia su padre, abrazándole. - Antes no eras tan efusiva - rió su padre en cuanto se separaron; enarcó una ceja con aire divertido, risueño, siendo el de siempre.- No, si al final el secuestro va a tener sus cosas buenas. - La próxima vez que quieras algo de mí, simplemente me lo pides - dijo ella, antes de entrecerrar los ojos y hacer un gesto desdeñoso con la mano; intentó que le quedara algo elegante y altivo en plan Ariadne, pero sólo parecía que estaba espantando moscas.- No me apetece ir siguiendo pistas para salvarte de nuevo. - ¿Incluso si te pido que seas célibe hasta los cuarenta? - ¡Papá! - Vale, vale, lo rebajaré hasta los treinta porque soy un padre enrollado... Su padre clavó la mirada en Jero, que acababa de reunirse con ellos, arrastrando la maleta como buenamente podía. El chico volvió a quedarse impresionado, esbozando una sonrisa temblorosa, mientras Mateo seguía con aquella expresión flemática. Incluso Tania temió que tuviera una de esas reacciones exageradas y demasiado protectoras porque, claro, Jero era un chico, el enemigo para el padre de una chica como ella. De pronto, se sintió un poco estúpida. Por algún motivo, era la primera vez que pensaba en Jero como un chico. No es que hubiera dudado de su sexo, pero... Jero no era un chico para


ella, no estrictamente hablando. Era su amigo. Las cosas habían comenzado a cambiar cuando los secuestraron, Jero demostró ser todo un hombre: listo, sereno, dedujo cosas que ni ella ni los demás alcanzaron a pensar y... Bueno, estuvo a punto de morir por protegerla. Oh... Seguramente su padre iba a matarlo por eso. Estaba a punto de intervenir, cuando la expresión de su padre cambió: una sonrisa afloró en sus labios, cambiando sus rasgos de severos a afables. Antes de que Jero o ella pudieran reaccionar, su padre se abalanzó sobre el muchacho y le dio un sentido abrazado que casi provocó que la boca de Tania se abriera hasta parecer la de un dibujo animado. - Hola de nuevo, Jero. Me alegra volver a verte. - A mí también, señor Esparza - logró decir Jero, agitando después la cabeza.- Quiero decir que me alegro de verle, no es que me alegre de verme a mí mismo... Eso lo hago cuando me miro en el espejo y... No soy tan egocéntrico, aunque crea que tengo mi encanto y... Creo que debería callarme de una vez, ¿verdad? - Eres un chico curioso - sonrió su padre. Le ayudó a guardar el equipaje en el maletero, mientras Tania no podía evitar mirarlos con una sonrisa de oreja a oreja, que no dejaba de ser la exteriorización de la dicha que sentía. Era tan bonito que su padre y su chi... Y Jero se llevaran tan bien.

 No había podido pasar demasiado tiempo en su casa tras su liberación, tan solo un par de días entre viaje y viaje. Su secuestro, además de la nueva efusividad de su hija, había traído otra cosa buena: trabajo. Todas las publicaciones se habían interesado por contratarle para poder tener la exclusiva de su historia, incluso alguna editorial que otra le había ofrecido escribir un libro sobre su secuestro. De la noche a la mañana, Mateo Esparza se había convertido en alguien famoso. Hasta el punto de que algunos programas de televisión estuvieron hablando sobre él, contando lo sucedido... Con algunos hechos cambiados, claro. Para el mundo, Lucía tan solo era una acosadora obsesionada con él, en vez de una asesina psicópata que se le acercó para poder conseguir la caja de Perrault. No le convenía ser conocido. Sí, antes lo era también, pero sólo dentro del mundillo periodístico, no era para tanto, pero se había convertido en una especie de celebridad a principios de noviembre y no lo podía permitir. Por eso, había aceptado un puesto en un semanario que le mantuvo ocupado de un lado a otro del mundo, cubriendo festividades curiosas o haciendo


reportajes sobre lugares pequeños donde pasar unas vacaciones de ensueño. No era lo que solía hacer, pero le permitió ausentarse el tiempo suficiente para que se olvidaran de él... Y para buscar una serie de libros que Álvaro necesitaba. Sin embargo, en cuanto cruzó el umbral de su casa junto a Tania y el amigo de ésta, Jero, todo estaba en perfectas condiciones. Se había pasado la mañana entera ordenándola. Nunca le había gustado el tener las cosas fuera de su sitio o la casa llena de polvo. - ¡Está como siempre! - exclamó Tania alegremente. - ¿Qué esperabas? ¿Telarañas y fantasmas? - preguntó él. - No lo era cuando tú no estabas, papá - se encogió de hombros su hija. A Mateo casi se le cayeron las llaves de las manos. Se quedó mirando a Tania, que ya no sonreía, pero se le veía calmada, un poco melancólica e inmersa en recuerdos. Le impresionó el darse cuenta de que en unos cinco meses, su hija parecía haber crecido cinco años. Parecía tan madura, tan mujer... El pensar que su niña se estaba convirtiendo en una mujer le asustó más que nada en el mundo, siempre le había aterrada el inevitable momento en que Tania volara sola. Agitó la cabeza. De momento, Tania seguía siendo su niña, sólo tenía dieciséis años y seguiría viviendo con él unos cuantos más. Debía de disfrutarlos. Por eso, la abrazó con la misma efusividad con la que ella lo había hecho hacía un rato. - Lamento que tuvieras que pasar por todo eso. - Bueno... No estuve sola. Su hija miró a Jero, que permanecía discretamente callado. Aquel muchacho le gustaba y no porque se hubiera lanzado sobre Tania para salvarla. Parecía un buen chico, sencillo, uno de esos que recibían más daño del que provocaban. Decidió que no debían malgastar el tiempo con cursilerías o recuerdos. Estaban juntos, eso era lo único que importaba, así que mejor disfrutar el fin de semana. Por eso, se frotó las manos y obligó a los chicos a ir a la cocina para que le ayudaran en la preparación de la cena. Durante un buen rato, todo transcurrió ameno, entre risas. No obstante, en cuanto terminaron de cenar, Mateo decidió que el tiempo para reírse y entretenerse había pasado ya. Llevaba un mes retrasándolo y ya no podía hacerlo más, por mucho que le pesara. Estuvo a punto de suspirar, pues había llegado el momento de las explicaciones. Se pasó una mano por la cara, antes de servirse un nuevo vaso de vino, al que le dio un buen tiento. - Que sepas que me ha sorprendido tu paciencia - dijo al fin. Apreció que la cara de Tania cambiaba. Le miraba con aire suspicaz, seria, ávida de información que saciara su curiosidad. Se sintió muy orgulloso. Tania era la viva imagen de su madre, lo que siempre le había gustado, pero en aquel momento al que se parecía era a él. Siempre


había envidiado a Elena un poco por eso, era algo pueril, aunque no podía evitar sentirlo, por eso disfrutó tanto al verla así. - Un buen periodista no presiona, allana el camino para que el otro hable por sí solo. Para eso, hay que tener paciencia - Tania volvió a sonreír, ladeando un poco la cabeza.- Me lo enseñaste tú, ¿recuerdas? - Muy bien, joven padawan. - ¿Te he dicho alguna vez que te llevarías bien con mi amiga Ariadne? - rió ella, antes de poner los ojos en blanco.- Los dos decís cosas que no entiendo. - ¡No me puedo creer que no hayas visto Star Wars! - exclamó Jero. - Nunca ha consentido. Ni de pequeña y eso que le ponía El retorno del Jedi por eso de si los Ewoks le hacían gracia. Pero nada - Mateo cogió el vaso del vino, sonriéndole a Jero, pues el chico le miraba con sus enormes ojos azules brillando de emoción; su hija le importaba de veras, le bastaba aquel mero gesto para saberlo.- Eso sí, luego le ponía los Backstreet boys y se volvía loca. Le encantaban hasta de bebé. - ¿En serio? - Tengo vídeos de Tania con... Dos años cantando canciones suyas. - Vídeos que no vamos a ver - aclaró su hija con rotundidad.- Además, tenemos que hablar sobre cosas importantes. ¿De dónde sacaste la caja de Perrault? Apuró el vaso de vino, cerrando los ojos un momento. - Era de tu madre. Me pidió que la guardara porque era muy valiosa - explicó, enlazando las manos por encima de la mesa. Vio que tanto su hija como Jero abrían la boca, así que miró primero a uno y luego a otra, antes de decir.- No sabía que la Dama estaba dentro, aunque sí que quien abría la caja, quedaba en coma. - ¿Conocíais los Objetos? - Espera, Tania - deslizó las yemas de los dedos por sus cejas, exhalando un profundo suspiro. Nunca se había creído capaz de contar aquella historia, pero ya no tenía otra opción.Antes de que preguntes nada, tengo que contarte algo. Aquello debió de darle mala espina, pues Tania se puso tensa. - ¿Sobre...? No le respondió, en lugar de eso tomó aire y comenzó a relatarle la noche que cambió las vidas de ambos, bueno... Y de más gente también. Todo eso, mientras él mismo se sumergía en aquel horrendo recuerdo, curiosamente al que más se había aferrado durante dieciséis años.

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El bebé dormía. Quizás se debía a que era padre primerizo, pero le seguía maravillando que aquella cosita tan diminuta, sonrosada y bonita pudiera dar esos alaridos. Quizás su pequeña fuera cantante de ópera algún día, quién sabría, aunque, eso sí, buenos pulmones tenía. Abandonó la habitación andando con suavidad, a punto de reírse de sí mismo pues se sintió como un ninja. Cerró la puerta tras de sí, sin hacer un solo ruido para no despertar a la pequeña Tania que, por fin, había conseguido dormirse. Al conseguirlo, tuvo ganas de ponerse a dar saltos. Era la primera vez. En su lugar, caminó rápidamente hasta el salón de la casa dispuesto a celebrarlo con su mujer. Pero al llegar, se quedó paralizado. Sentada en un sofá, rodeada de libros y con un lápiz en la boca, estaba ella. Elena. Aún seguía sintiendo que no podía respirar al verla. Se había vuelto a dejar el pelo largo, así que las espesas ondas doradas le caían por el pecho y por el rostro, pues estaba inclinada hacia delante, muy concentrada en uno de los libros. Sus ojos verdes se movían de un lado a otro, devorando las frases impresas en las páginas. Su piel seguía siendo suave y del color del melocotón. Era tan hermosa. Debió de escuchar su respiración o notar su mirada embelesada, pues abandonó el trabajo para mirarle con su radiante sonrisa titilando en sus labios. - Lo he conseguido. Tal y como me enseñaste. - Te dije que podías hacerlo. Le indicó con un dedo que se acercara, por lo que Mateo cruzó el salón para sentarse a su lado. Elena le pasó las piernas por encima, recostándose en él para poder besarle. - ¿Qué estás haciendo? - se interesó cuando se separaron. - Estaba preparando un dossier de prensa - Mateo enarcó una ceja, aquellos libros eran antiguos, no eran de su trabajo en la productora. Elena asintió un poco, como si le hubiera entendido sin necesidad de palabras.- Cuando he visto esto en el periódico. Mateo tuvo que inclinarse un poco para poder leer. PÁNICO EN EL MUSEO DEL PRADO Se ha dado a conocer esta mañana, en una rueda de prensa, que el director del museo del Prado ha llegado a un acuerdo con la policía nacional para reforzar la seguridad del museo. Esta noche se abre al público una nueva exposición, donde estarán presentes autoridades en el mundo de la política, del cine y de las artes.


Tanto los encargados de la seguridad como los directivos del museo del Prado han decidido tomar precauciones, pues se teme que el famoso ladrón, conocido como Zorro plateado porque deja una figura de plata con forma de zorro en la escena del crimen, pueda llevar a cabo un golpe en dicha exposición. - Vas a ir a verle - dijo Mateo y no era una pregunta. Apartó las piernas de Elena para ponerse en pie, pasándose ambas manos por el pelo.- Es peligroso. - No tanto. Es de fiar, cielo. Elena también se puso en pie para acercarse a él, rodeándole con los brazos por detrás, además de enterrando el rostro en su espalda. Se quedó muy quieto, a pesar de todo lo que estaba rondando por su cabeza, el contacto con su mujer hacía que se le erizara la piel. - ¿Y si te pasa algo? - se volvió con suavidad, para tenerla frente a frente. El rostro de ella no era el de siempre, sino su máscara inexpresiva; la odiaba, nunca podía entrever lo que estaba pensando cuando se ponía así. Aquello le preocupó todavía más.- Tienes una hija, Elena. Tania te necesita y... ¿Qué cojones? ¡Yo también! - Pero tengo que hacerlo. Hay mucho en juego. - Ya no tienes que hacerlo. ¡Ya no eres una ladrona! Ella le acarició con suavidad, sonriendo un poco, de aquella manera triste y lejana. Cerró los ojos. ¿Cómo podía ser que, a pesar del amor y la confianza, la siguiera sintiendo tan lejos de él? Siempre había sabido que no se querían del mismo modo, que no eran iguales y que, por eso, él se entregaba completamente y ella no. Siempre le había dolido, pero en aquella ocasión fue como si Elena cogiera su corazón y se lo estuviera estrujando. - No puedes entenderlo, amor - susurró su esposa, colocando las manos a ambos lados de su cara.- Mateo...- todavía le daba un vuelco el corazón cuando la escuchaba pronunciar su nombre.- Abre los ojos, por favor. - Si lo hago, sé que te irás, pero no sé si volverás... - Nunca te dejaría. Nunca. - Sabes que no estoy hablando de eso - consintió en abrir los ojos; su posición estaba siendo pueril, también egoísta y no podía seguir así, respetaba demasiado a Elena como para hacerlo. Agarró las manos de su esposa, eran tan pequeñas y suaves.- ¿Y si te atrapan? ¿Y si te matan? ¿Qué haría yo sin ti? Me dejarías solo, me romperías el corazón... Por mucho que no lo quieras, por mucho que no fuera tu intención, Tania y yo sufriríamos lo mismo. - Soy una ladrona, mi amor - dijo ella con suavidad.- Sé que no lo entiendes... - Para nada.


- Y es algo normal. Créeme, te envidio mucho por ello - volvió a sonreír con tristeza.Los ladrones nacen, no se hacen. Ya no es sólo que nos críen para respetar una serie de normas, para tener una serie de valores, sino que... No sé cómo explicarlo. No somos como la gente normal, no... No sentimos igual, no valemos para la rutina, nos sentimos presos con la monotonía y nos gusta sentirnos libres, aunque luego seamos reos de nuestra propia forma de ser. - No entiendo a dónde quieres ir a parar. - Puedo vivir sin aventuras, sin robar, teniendo una vida normal - declaró, estrujándole las manos.- He sacrificado mi falsa libertad por ti y volvería a hacerlo, pero... No puedo permitir que otros estén en peligro. No puedo quedarme en casa tan contenta, mientras sé que algo raro está pasando. Por eso, tengo que hacerlo, tengo que entrevistarme con el Zorro plateado. Mateo la soltó, alejándose de ella. No compartía sus ideas, él no lo haría jamás, pero la amaba, la amaba demasiado como para hacerle chantaje emocional o enfadarse con ella. Por eso, simplemente suspiró, mientras se dirigía a la ventana del salón, recostándose en el helado cristal. El frío había llegado pronto ese año, sólo estaban a finales de septiembre. - Intenta regresar. Sólo te pido eso. - Siempre lo intentaré - Elena hizo un pausa.- Siempre te amaré. Pero Elena ya no regresó nunca más.

 - ¿Mamá era una ladrona? ¿M-mamá? La voz de Tania sonaba pastosa, sus ojos castaños brillaban demasiado, como si estuviera a punto de llorar. A Jero se le encogió el estómago, no le gustaba volver a verla mal, sólo quería pasarle un brazo por los hombros para poder consolarla, pero no le pareció adecuado dada la situación, así que, simplemente, le cogió la mano por debajo de la mesa. - Lo dejó al poco de conocernos. - ¿Siempre lo supiste? - preguntó, atónita. - Tu madre siempre fue sincera conmigo - asintió Mateo con calma, acercándose un poco a su hija, aunque con cuidado, como si temiera que Tania fuera a estallar.- Bueno...- hizo un gesto con la cabeza.- Todo lo que le era posible, claro está. - ¿Por qué no me lo dijiste? - A decir verdad, tenía varias razones. - ¿Cuáles? - insistió ella.


- En primer lugar, por seguridad. Cuanto más sabes, más peligros te acechan. Recuerda al pobre Ismael, por ejemplo - hizo una pausa.- Aunque, sobre todo, porque quería que fueras una niña normal y feliz. - ¿Cómo? ¿Podría haber sido una ladrona? - ante la pregunta de Tania, su padre asintió y ella se puso en pie, sin dejar de mover las manos, hecha un manojo de nervios.- Podría haber sido una ladrona, pero tú lo impediste... - No. - ¡Lo hiciste! - Tania, escúchame - le rogó su padre, abandonando la silla para poder alcanzarla y, de paso, sujetarla de las manos.- Creo que no entiendes lo que supone ser un ladrón - ella abrió la boca, pero Mateo se adelantó.- Sólo ves la parte romántica de ser un ladrón: los viajes por el mundo, la aventura, las habilidades de tu amiga... Pero no todo es tan bonito - el hombre ladeó la cabeza para poder contemplarla.- Lo que hice fue ofrecerte algo que los ladrones no podrían darte, lo más importante: la oportunidad de elegir. - ¡No! ¡Me lo arrebataste! ¡Me quitaste la opción de ser como mamá! - Si quieres ser parte de ese grupo, puedes serlo. Tienes derecho de sangre porque tu madre era una ladrona - la expresión de Mateo fue reveladora: era una opción que le desagradaba claramente.- Pero si te hubiera contado todo, si te hubiera entregado a ellos, ¿qué te crees que pasaría? No podrías elegir. Tendrías que robar de un lado a otro y no tendrías el futuro tan fantástico que te espera. Piénsalo bien, Tania. Puedes ser una ladrona si quieres, pero también puedes ser maestra o veterinaria o camarera o periodista... ¡Lo que quieras! - No tenías derecho a ocultarme esa parte de la vida de mi madre - rebatió. - Tenía y tengo la obligación de hacer lo mejor para ti. Los dos se miraron fijamente un instante. Al siguiente, Tania frunció el ceño y salió despedida hacia su habitación, dando un portazo. En cuanto el estruendo cesó, Mateo Esparza se desplomó sobre una silla, enterrando la cabeza entre las manos. Jero lo miró un instante, después se puso en pie lentamente. No sabía muy bien qué hacer, sobre todo porque se sentía tan violento que apenas podía pensar. Al final, se aclaró la garganta, antes de marcharse hacia la habitación de Tania. - Voy a hablar con ella. El hombre asintió casi imperceptiblemente, por lo que Jero recorrió el pasillo hasta hallar la puerta blanca que correspondía al dormitorio de la chica. Llamó con los nudillos, apoyando el hombro en ella para decir. - Tania, soy yo, Jero. Ábreme, por favor.


No tuvo que rogar más. La puerta se abrió casi automáticamente, por lo que Jero estuvo a punto de caerse, aunque logró mantener el equilibrio y entrar. Se dio cuenta de que era la primera vez que estaba en la habitación de Tania, aunque no pudo fijarse demasiado, pues no pudo salvo mirar a la chica que seguía alterada. - ¡Me ha mentido durante toda la vida! - Técnicamente se ha callado algo, no te ha mentido. - ¡Me da igual! - exclamó, abriendo mucho los dedos de las manos, casi fulminándole con la mirada.- Está claro que apenas conozco a mi madre y, mira, puedo con eso, ¿sabes? Al fin y al cabo no llegué a conocerla en vida. Pero... Mi padre me ha mentido. ¡Mi padre! Yo creía que él no era así, que nunca nos mentíamos... Está claro que no le conozco. ¡No le conozco en absoluto! - Tania... - ¡Si es que soy idiota! Siempre creyendo que teníamos una relación idílica, que no éramos como los demás y no. ¡Me miente! Jero, ¡me ha mentido y ni siquiera se arrepiente! La conocía demasiado bien como para saber que había entrado en un bucle exaltado y que le iba a llevar mucho tiempo salir de ahí. También sabía que después se sentiría mal, que cuando pudiera razonar, lamentaría cada palabra que estaba saliendo de su boca. Dio un par de pasos para poder cogerla de los hombros. Se miraron a los ojos. Un segundo después, Jero sufrió un ataque de valentía sin igual y tiró de Tania para que sus cuerpos chocasen y, así, abrazarla con mucha fuerza. Entre sus brazos, sintió que la chica se relajaba, que no tardaba en rodearle la cintura con sus suaves y femeninas manos. - Sigues conociendo a tu padre tan bien como siempre - le susurró al oído.- Aunque, claro, acabas de descubrir que también es humano y que a veces no estáis del todo de acuerdo. Pero eso es normal, Tania. Él te quiere, te quiere mucho y por eso intentó protegerte. - ¿Crees que hizo lo correcto? - No sé si fue lo correcto - admitió, encogiéndose un poco de hombros.- Pero, en su lugar, yo habría hecho exactamente lo mismo. - ¿Por qué? - Porque querría que fueras feliz. - No te entiendo...- Tania, ceñuda, se separó un poco. - ¿No recuerdas lo que nos explicó Álvaro? - como toda respuesta, ella negó con un gesto, por lo que Jero suspiró.- Nos explicó que, mientras tú y yo estábamos jugando tan felices, Ariadne, por ejemplo, se entrenaba. No sé, es una vida demasiado sacrificada para cualquier persona y más aún para una niña. Por eso, te habría mentido, para que tuvieras una infancia normal y pudieras elegir tu futuro, no huir hacia delante de un robo a otro.


Tania se sentó a su lado, recostándose en él. - Cuando hablas así, siempre me sorprendes - reconoció, alzando la mirada en dirección a su rostro.- Pero es culpa mía, claro, porque soy tan estúpida que olvido lo maduro que eres - le rodeó el brazo con los suyos, acomodándose todavía más.- Haces que me dé cuenta de tantas cosas, Jero. - Se lo puedes decir a Ariadne y a De... Estuvo a punto de atragantarse con el nombre del traidor. Cerró los ojos, maldiciéndose a sí mismo, pues había bajado las defensas y había estado a punto de hablar de él como si fueran amigos. ¿Lo habían llegado a ser siquiera? - ¿Le echas de menos? - preguntó Tania. - Aún a riesgo de parecer una persona horrible o simplemente tonta... Muchísimo. - No, nada de eso - observó ella, volviéndose hacia él, muy seria.- Parecerías tú. Y siempre he creído que eras la mejor persona que he conocido jamás - le dedicó una sonrisa radiante, que se tornó alicaída, a medida que se giraba, por lo que Jero no pudo ver más que la coronilla rubia de Tania.- Echas de menos el sentimiento. Aunque al final no fuera lo que tú creías, hubo un tiempo en el que sí lo era y añoras eso, esa unión, esa persona que creías que existía... Jero sabía que no estaba hablando de Deker, por lo que sintió un pinchazo en el corazón, aunque no por ello se movió. Siguió abrazándola, acunándola hasta que Tania se quedó, además de mucho más tranquila, dormida. La cubrió con la colcha. Después, se quedó en cuclillas a su lado, acariciándole el rostro con suavidad, un poco temeroso. ¿Y si despertaba? ¿Y si descubría sus sentimientos? ¿Y si aún así seguía prefiriendo a Rubén? Apenas podía soportar el hecho de que, aunque fuera de vez en cuando, Tania siguiera pensando en Rubén, a pesar de... De todo, en realidad. Rubén había sido un capullo, un auténtico cerdo.

¿Cómo puedes seguir prefiriéndole a él? ¿No te das cuenta de que yo sí que te quiero? Suspirando, abandonó la habitación.

 Entre el recordar la última vez que vio a su mujer con vida y la discusión con Tania, Mateo no podía dormir. Había intentado leer un poco en la cama, pero ni siquiera sus grandes amigos, los libros, podían ayudarle en aquella ocasión; apenas podía concentrarse en las palabras,


algo que muy pocas veces le ocurría. Al final, resignado, se levantó para prepararse algún tipo de infusión o, directamente, engullir uno o varios lingotazos. Al salir de su habitación, vio como Jero salía de la habitación de Tania y apoyaba la espalda en la puerta, cerrando los ojos. Su rostro era un poema. La confusión, la tristeza, el dolor... Conocía perfectamente aquella amalgama de sentimientos, aquella expresión, pues él mismo la había tenido en muchas ocasiones. Entonces Jero le vio y se asustó. Estuvo a punto de reírse por la ironía. Cuando quería resultar fiero con los chicos que su hija traía a casa y no le gustaban, éstos apenas se inmutaban; cuando el chico en cuestión sí que le caía simpático, el pobre se aterraba. Bueno, eso decía mucho de él. Por eso, le sonrió afablemente, haciéndole un gesto con la cabeza para que fuera a la cocina y le acompañara. Jero se quedó pálido, pero le siguió en silencio con la misma cara que tendría si lo fuera a llevar a la tapia de la Almudena en época franquista. Pobrecito, a ver si con un poco de charla, no sólo perdía el miedo, sino que mejoraba. - No puedo dormir - le confesó, mientras llenaba una tetera de agua y la colocaba sobre uno de los fuegos de la vitrocerámica. Tras encenderla, se volvió hacia el muchacho, que estaba sentado entorno a la mesa. - ¿Es por la discusión con Tania? - En parte. - Bueno... No se preocupe. He estado hablando con ella... ¡P-porque eso es todo lo que hemos estado haciendo! ¡Lo juro! - exclamó, exaltado. - Lo sé. ¿Por qué crees que sigues con vida? - el pobre chaval volvió a palidecer, por lo que Mateo rió, agitando la cabeza de un lado a otro.- Lo siento. Sólo era una broma - le guiñó un ojo, poniéndose serio justo después.- ¿Sabes una cosa? Me recuerdas mucho a mí. - ¿En serio? - se sorprendió Jero. - Yo sé lo que es querer a alguien que no te quiere igual - sus palabras desarmaron al muchacho que, únicamente, pudo mirarlo en silencio.- El saber que... No sé. Dejarías que un tren te atropellase o recibirías un balazo o una puñalada por ella, pero ella no haría lo mismo por ti suspiró, sentándose a su lado para tenerlo más cerca.- No es que no te quiera, es que lo hace de distinta manera. - Tu mujer...


- Fue muy sincera conmigo - se encogió de hombros, poniéndose en pie para verter el agua en una taza donde había colocado una bolsita de té.- Me explicó que había sido ladrona y que... Bueno, digamos que es algo que siempre sería, aunque no ejerciera. ¿Quieres? - No soy inglés... Pero gracias. - Elena me acostumbró - suspiró, regresando a su silla.- Y ella se crió en Escocia. Padre inglés y madre española. Una mezcla curiosa, ¿no crees? - No quiero ser un borde, pero... ¿Por qué estamos hablando sobre esto? - Porque no quiero abandones a Tania - sonrió un poco.- Sé que estoy siendo un poco egoísta, pero Tania es mi hija y me preocupo por ella - hizo una pausa.- Tengo casi cuarenta años, soy perro viejo en estas cosas, ¿sabes? Sé que a Tania le importas, le importas mucho, lo que pasa que, de momento, no estáis en la misma sintonía... Puede que nunca lo estéis, pero, aún así, puede funcionar, créeme. - Yo sé que funcionaría, pero ella ni se lo ha replanteado - el chaval parecía triste, aunque le dedicó una breve sonrisa.- Estoy cansado, ¿te importa que me vaya a dormir? Y, mientras veía a Jero alejarse, los recuerdos acudieron a su mente.

 Vio como Álvaro se alejaba entre el gentío que poblaba la Autónoma y se iba hacia la cafetería para participar en el campeonato de mus. Él, en cambio, ya había acabado los estudios y estaba trabajando, por lo que nadie le iba a salvar de recoger opiniones acerca del profesor que era el protagonista de aquel reportaje que le había llevado hasta Barcelona. Envidiaba un poco a su mejor amigo, que era tres años más joven y aún podía vivir como estudiante, aunque estuviera cambiando de facultad continuamente. Era raro. Lo había conocido en su cuarto año, el primero de Álvaro, en la Complutense. Después, estudió un año en el extranjero y había acabado volviendo a España, aunque a Barcelona. Como estaba distraído, a los dos pasos chocó contra alguien al que ni siquiera vio. Las cosas se escaparon de sus manos y acabaron en el suelo, mezclándose con las de esa persona. - Perdón, iba distraído...- comenzó a decir. Y, como alzó la mirada, su voz se quebró. Frente a él, acuclillada, había una chica. La chica más bonita que había visto jamás. Tenía el pelo largo y rubio, que le caía sobre el pecho en forma de espesas ondas; lo llevaba retirado de la cara con unas horquillas, que dejaban despejado su bonito rostro de rasgos delicados, sinuosos labios con carmín rosa y ojos verdes.


- Ya veo - dijo ella, resoplando, mientras ordenaba sus papeles.- Aunque, bueno, yo no andaba muy atenta tampoco...- entonces le miró y su rostro se suavizó, por lo que la chica le brindó una de las sonrisas más radiantes y bonitas de la historia. Le tendió una mano, llevaba las uñas pintadas de un rosa chillón.- Me llamo Elena, por cierto. - Ma... Ma... Mateo. Me llamo Mateo. - Pues encantada, Mateo. Se quedaron sin decirse nada y sin moverse ni un centímetro durante unos instantes más. Después, ella se encogió de hombros. - Es que estaba buscando a alguien, quizás lo conozcas... - ¿A tu novio?

¿Pero por qué has dicho eso? ¿Eres idiota? Se te está viendo el plumero demasiado, la vas a asustar... Idiota, idiota, idiota... ¿Por qué me mira así? Claro, se está riendo de ti porque eres idiota. - No - ante la respuesta de Elena, Mateo estuvo a punto de ponerse a dar saltos y bailar por todo el campus, como si fuera el protagonista de un musical.- Es mi mejor amigo. Tengo entendido que está estudiando aquí, se llama Álvaro Torres, ¿le conoces? - Sé donde está - respondió, terminando de recoger sus cosas, incluido un libro que era de la chica.- Si quieres... Bueno, que si quieres, te acompaño hasta la cafetería que es donde está. Elena, ya de pie, se pasó una mano por el pelo. Después, se humedeció los labios, apenas podía reprimir una sonrisa, por lo que Mateo seguía sintiéndose henchido. Si en vez de Elena, se hubiera llamado María, habría dejado al protagonista de West side story atrás. - Me encantaría ir contigo. - Pues vamos...- comenzaron a andar. Mateo no podía estar más nervioso y, al mismo tiempo, contento. Por eso, acabó reparando en el libro. Lo conocía, lo había leído un par de veces y le gustaba mucho. Algo más calmado y más seguro de sí mismo, se volvió hacia Elena para decirle.- Nada de Carmen Laforet. Vaya birria de libro...


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