Corrientes del tiempo: Capítulo 8

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Nunca había hecho un viaje tan incómodo. Desde que habían salido del internado, en aquel enorme coche negro, ninguno de los dos había abierto la boca. Kenneth no dejaba de mirar por la ventanilla, mientras él consideraba el iniciar la conversación o no. La última vez que habían hablado había sido algo civilizado, pero no se atrevía a mediar palabra por si volvían a discutir. Venga, Álvaro, que no eres ningún cobarde. Dile algo. - Eh, vaya, últimamente no dejamos de ir a Londres, ¿eh? - comentó; él mismo se sonó algo artificial, también dubitativo.- Deberíamos buscar un paraguas como el de Mary Poppins, ¿no crees? Nos ahorraríamos un montón de vuelos. Kenneth se volvió hacia él, ladeando un poco la cabeza, pensativo. - Mejor una cama voladora como en La bruja novata. - ¿Estás hablando de una película? Tú, el inglés que no sabe quién es Maggie Smith. ¡No me lo puedo creer! Increíble - exclamó él, realmente sorprendido. El joven se echó a reír, mientras se quitaba las gafas y las limpiaba con un pañuelo. No tardó en volver a colocárselas en su sitio, todavía sonriendo y asintiendo. - Pues sí, hasta yo he visto alguna película que otra. - Me estás decepcionando, Kenneth - Álvaro le hizo burla. - Cuando era pequeño, no debía de tener más de siete u ocho años - le contó sin que la sonrisa desapareciera de sus labios, aunque se volvió melancólica al mismo tiempo que su tono se tornaba distraído.- Al salir de la escuela vino a recogerme mi padre. Me alegré mucho. Era algo raro, ¿sabes? Generalmente venía mi abuela para llevarme al conservatorio porque ella consideraba


que los Murray hasta debíamos saber de música. Odiaba el conservatorio, no valgo para tocar. Por eso, al ver a mi padre me alegré... Y porque le adoraba, claro. >>No me explicó por qué vino él. Supongo que no había explicación, le apetecería y sencillamente lo haría. Así era mi padre. La cuestión es que me llevó a merendar y al cine. Vimos La bruja novata. Era la primera vez que iba al cine porque, habitualmente, no tenía tiempo para casi nada y el poco que tenía prefería dedicarlo a los libros. Me encantó la película. Recuerdo que estuve años girando el boliche de mi cama, pensando que si la magia existía, ¿por qué mi cama no iba a poder volar hasta Naboombu? - Mi cama no tenía boliches y la odiaba por eso - añadió Álvaro, casi riéndose ante sus propios recuerdos.- Una vez me metí en la de Héctor, el hermano de Felipe, porque si las tenía. - ¿Conseguiste volar? - Nah. Mi padre me descubrió y me puso el culo como el de un mandril - se echó a reír, agitando la cabeza de un lado a otro.- En la cama del príncipe, me decía, junto a inconsciente, tarado y demás lindezas. Ay, mi padre, qué hombre. - Nunca me has hablado de tu familia. Se volvió hacia Kenneth, que se mordía un poco el labio inferior, incluso se frotaba las manos. Seguramente estaría nervioso por si había traspasado algún tipo de línea. Álvaro le hizo un gesto para tranquilizarle, aunque la verdad era que todavía le dolía hablar de él pese al tiempo que había transcurrido sin verle. - Tampoco hay mucho que contar. - Si no quieres... - No, no es eso - se apresuró en añadir, antes de exhalar un suspiro.- Mi padre, Ramón, provenía de un linaje de mayordomos que siempre había servido a la familia real. Se casó con mi madre, Ingrid. Y lo hizo por amor. - Así es casi siempre, ¿no?


- Mi madre era de una familia importante de ladrones. Es una de las más antiguas, de hecho, incluso se consideraría de la realeza - le explicó Álvaro.- Se enamoró de mi padre, el mayordomo real y se casó con él a escondidas. No fue precisamente fácil, todo lo contrario. La desheredaron hasta el punto de que los Jönsson siguen vivitos y coleando y no sé cómo son. - Vaya. Lo siento. - Oh, ellos se lo pierden. Soy una persona digna de conocer. - La verdad es que sí - sonrió tímidamente Kenneth.- ¿Y qué pasó con tus padres? - Aquí es cuando la historia deja de ser tan romántica. Mi madre murió cuando yo tenía tres años, en el parto de mi segundo hermano, así que mi padre nos crió solo. Lo hizo bastante bien dadas las circunstancias, sobre todo porque yo no se lo puse muy fácil. No me llevaba bien con Héctor, apenas pasaba tiempo con él porque estaba muy ocupado o cuidando de Felipe o me metía en líos con Elena, la madre de Tania. - Le quieres mucho, ¿verdad? - Era un gran hombre. - ¿Era? Álvaro hizo un gesto con la cabeza, más triste que otra cosa, pues seguía echando de menos a su padre. Una parte de él se preguntó si Ariadne le habría visto, aunque no tardó en concentrarse en Kenneth. - Murió cuando yo tenía doce años. Le falló el corazón. Fue... Sorprendente es poco, nadie se lo esperaba. Simplemente le dio un infarto, le llevaron al hospital y no sobrevivió a la cirugía - lo relató con voz monocorde, como si le estuviera contando lo que le había sucedido a una persona ajena a él, aunque sí que le tembló al añadir.- Mis hermanos se fueron con mis tíos, yo me quedé en palacio bajo la tutela de Gerardo - hizo una pausa.- Lo único bueno es que no vio mi caída en desgracia. - No digas eso. No has caído en la desgracia.


Agitó la cabeza de nuevo. Llevaba años siendo un asesino, se encontraba en paz consigo mismo pese a su segunda ocupación, pero no estaba muy seguro de que su padre lo hubiera soportado. No, seguramente le habría roto el corazón en el mismo instante en que atravesó el de su segunda víctima.

 Hacía ya cuatro años desde la muerte de Elena. Cuatro años que se le habían hecho tan largos como cortos. Por un lado, todavía extrañaba a Elena y seguía sin acostumbrarse a su ausencia, hasta había tenido que pasar solo por su juicio y el exilio; mantenía una relación cordial con sus hermanos menores, también con la hermana de su padre y su familia, pero no eran precisamente cercanos. Por otro lado, habían sucedido demasiadas cosas: había asesinado para salvar a Felipe, había dejado de ser un ladrón y se había convertido en un abogado. Eso, sin contar a su nueva familia. Era, junto a Lucía, el principal apoyo de Mateo, a quien ayudaba tanto en el cuidado de la pequeña Tania, como a la hora de protegerle de sí mismo. Mateo estaba obsesionado con averiguar la verdad sobre el asesinato de Elena, lo que preocupaba a Álvaro: ¿y si llamaba la atención de alguien peligroso como los asesinos o los Benavente? A veces se sentía tentado de llamar a Felipe, pero una parte de él siempre se resistía, sobre todo tras saber que su amigo era el actual rey del clan tras el asesinato de su familia. Se sentía culpable porque él había provocado la distancia entre los hermanos, una distancia que se había convertido en definitiva. Pese a todo, la vida no estaba tan mal. O eso pensó cuando Mateo se volvió hacia él, llevando a Tania en los brazos. La niña tenía cinco años cumplidos hacía unos cuatro meses. Mateo la sentó en el cambiador, colocándole de nuevo el albornoz rosa, mientras él miraba la hora.


- Vas a llegar tarde. Vete ya. - No sé si es buena idea... ¿Podrás apañártelas? - ¡Claro que sí! Es una niña, no una bomba atómica - resopló, antes de coger una toalla y dejarla caer sobre la cabeza de Tania, que se echó a reír. Agitó la toalla sobre la cara de la niña, provocando que se riera con más ímpetu.- ¿Ves? Le seco la cabeza maravillosamente. - ¡Tío Álvaro! - protestó con su vocecita infantil. Dejó de juguetear con la toalla para apartarla y, de paso, coger a Tania, que se aferró a él como si fuera un koala. Ambos sonrieron a Mateo con aire angelical, por lo que éste puso los ojos en blanco, antes de salir del dormitorio de la pequeña. - Vale, me pongo una corbata y voy a esos estúpidos premios. - Ponte la roja, la verde no pega nada con esa camisa - añadió él, siguiéndole hasta la otra habitación de la casa. Tania comenzó a juguetear con su pelo, aunque Álvaro ni se inmutó.- Y no digas que son estúpidos, al fin y al cabo te van a dar uno a ti, señor periodista. - Papá, ¿qué es estú... estupído? - Eh... Una cosa muy fea que no debes decir nunca - improvisó el interpelado. Éste se colocó la corbata roja, la chaqueta del traje y se acercó a ellos.- Las niñas bonitas como tú no dicen cosas feas, ¿vale? - Tania asintió muy seria y decidida, por lo que Mateo sonrió como un bobo, antes de darle un beso en la mejilla.- Hasta luego, mi vida. Cuida de tu tío, ¿eh? - ¡Sí! Mateo volvió a besarla, aquella vez en la coronilla y se marchó gabardina en mano para recibir un galardón importante. Al quedarse a solas con la niña, Álvaro le secó el largo cabello rubio, le puso el pijama y se acomodaron en el sofá para ver La Cenicienta. - Tío Álvaro, ¿por qué rompen el vestido? - preguntó Tania de repente. - Porque no quieren que Cenicienta vaya al baile. - ¿Y por qué no quieren que vaya al baile? - Porque no quieren que el príncipe elija a Cenicienta y no a ellas.


- ¿Y por qué? - Porque son malas. - ¿Y por qué son malas, tío Álvaro? Tragó saliva. Se le estaban terminando las respuestas, aunque Tania parecía no quedarse sin preguntas, ¿qué iba a hacer? Además, temía soltar una burrada que o bien traumatizara a la niña o bien la sorprendiera lo suficiente como para repetirla, metiéndole a él en un lío. Estaba buscando una explicación que Tania pudiera entender, cuando ella abrió la boca, presa del sueño. No lo dudó y aprovechó la ocasión de acostarla, prometiéndole que al día siguiente terminarían la película. En cuanto arropó a la pequeña, ésta cayó presa del cansancio, durmiendo apaciblemente, abrazada a su peluche Tambor, el amigo conejo de Bambi. Fue en ese preciso momento, cuando escuchó un leve clic. Podría ya no ser un ladrón, pero conservaba sus habilidades y los recuerdos, así que supo al instante que alguien había forzado la cerradura de la casa. Sin hacer ruido, regresó al pasillo, donde vio a un hombre ataviado de negro. Los ojos de éste se agrandaron durante un segundo, delatando su sorpresa, lo que quería decir que él no era la víctima, sino Mateo. Primero Felipe, ahora Mateo, ¿por qué siempre intentan matar a mis mejores amigos? Con algo de fastidio, se abalanzó hacia el recién llegado. Éste, sin dudarlo, sacó un cuchillo y le atacó. Álvaro esquivó el golpe, recibiendo únicamente un corte en la parte superior del brazo. Ignoró el escozor de la herida para volverse y asestarle una patada a su atacante. El hombre cayó al suelo. Sólo durante un instante. Al siguiente, se puso en pie, todavía filo en mano. Saltó sobre él. Álvaro se apartó, chocándose contra la pared. Se golpeó a sí mismo en el corte, lo que le nubló la vista. Sin embargo, pudo reaccionar: tirándose al suelo, rodó hasta alcanzar la cocina. El atacante le siguió, pero Álvaro cerró la puerta con ambos pies, provocando que el primero recibiera un golpe en toda la cara. Rápidamente, se puso en pie. Agarró la base de madera donde Mateo guardaba su colección de cuchillos. Sostuvo uno entre sus dedos. Entonces, la puerta se abrió y el atacante


entró a toda velocidad. Álvaro tiró el cuchillo, que pasó silbando junto a la cabeza del hombre, sin tocarle. Se clavó en el marco de la puerta del salón. Álvaro tiró el resto, sin acertar en el blanco, salvo uno. Lo escondió tras su cuerpo, fingiendo estar indefenso. Su atacante se abalanzó sobre él, empuñando su propia arma. Los hechos se precipitaron. Álvaro se giró un poco, lo suficiente para que el puñal del hombre le atravesara un costado sin tocar un órgano vital. Al mismo tiempo, aprovechando la cabezonería de su atacante, pudo clavar el cuchillo que había reservado. Éste penetró en la carne como si fuera mantequilla, rasgando el corazón sin compasión. Murió al instante. Álvaro soltó el mango del filo, observando con cierta impresión como el cadáver se desplomaba en el suelo, sobre un charco de su propia sangre. Ésta no dejaba de manar de la mortal herida, cubriendo las baldosas de la cocina de Mateo. Le sorprendió como, tras el ascenso de la adrenalina, se le había detenido el corazón al darse cuenta de que había sesgado otra vida. Agitó la cabeza, no era el momento de dejarse llevar por la culpa o la moral. Aquel hombre había acudido dispuesto a matar a Mateo, seguramente también a Tania, debía protegerlos en vez de auto-compadecerse de nuevo. Y ni que fuera la primera vez. Examinó el frío cuerpo en busca de un tatuaje que no encontró. Frunció el ceño. Aquel hombre no pertenecía al clan de los asesinos, ¿entonces? ¿Qué podría ser? ¿Un Benavente quizás? ¿Un mero sicario que seguía las órdenes de alguien más? Se pasó una mano por el dorado cabello, pensando en sus opciones. Mateo no estaba seguro, no lo iba a estar jamás porque no existía persona que le detuviera en sus pesquisas sobre el asesinato de Elena. Sólo le tenía a él, que no era más que un ladrón exiliado, un abogado que no podría estar vigilando a padre e hija las veinticuatro horas. No, necesitaba ayuda, necesitaba que ambos fueran intocables. Y creía saber a quién recurrir para que así fuera.


 - ¿Decías algo? Al regresar a la realidad, le había parecido que Kenneth estaba hablando, pero no había sido capaz de entender sus palabras. Al volverse hacia él, descubrió que el joven negaba con un gesto, sin darle importancia a aquello. - Nada. Nada importante al menos. - Que algo no sea importante, no quiere decir que no tenga que ser oído - le sonrió, algo más relajado, olvidándose de sus propios fantasmas del pasado.- Además, las personas no sólo hablan de cosas importantes. Sería un coñazo, demasiado intenso. Eso, sin decir que la intrascendencia a veces significa intimidad. Y la intimidad está bien. - El problema es que no considero que sea algo inocuo - apuntó Kenneth, colocándose bien las gafas con la yema del dedo. - Tranquilo, no pasa nada. Repite, anda. - Sólo me preguntaba cómo lo estará pasando Rubén. Con lo que sucedió y lo que va a suceder... No sé, no tiene que ser sencillo para él. Recordó a Tania, su sobrina, su niña. Esa misma noche le había pedido con tanta vehemencia ir a salvarle, parecía tan desesperada... Sintió una punzada de culpabilidad. No le gustaba ver así a Tania, tampoco el hecho de que parecía relegar a Rubén siempre: ni siquiera le había tenido en cuenta para incluirlo en su lista y en aquellos momentos lo que menos le preocupaba era lo que podría sucederle por convertirse en un asesino. No era que el chico no le importara, no, sino que se había acostumbrado a hacer lo que tenía que hacer para que el resto estuviera bien, costara lo que costara. Y si Rubén se convertía en asesino, protegería a sus seres más queridos: no provocaría una guerra civil, nadie intentaría traicionar a Ariadne utilizando a un príncipe novato como pelele; también evitaría que Felipe se enemistara con Mikage, pues su amigo no iba a arriesgarse cuando la situación no tenía vuelta


atrás; de paso, impediría que nadie colocara a Kenneth en el complejo dilema de elegir entre honor y amistad... Y quizás solucionaría las dudas de Tania. Racionalmente, sabía que era lo mejor dejar las cosas como estaban, pero no por eso era más sencillo para él. - No - dijo entonces.- Nunca es fácil para nadie.

 El sol se coló por la rendija que había entre las cortinas, cubriéndole el rostro. Al sentir su calor, Rubén dejó marchar los últimos atisbos del sueño que estaba teniendo, que había adoptado la forma de una chica de larga melena dorada y ojos castaños... Tania. Se obligó a olvidarse de ella, mientras se incorporaba, frotándose el rostro. Había intentando no pensar en Tania durante toda aquella semana de reflexión, pues no sabía si la chica le haría reafirmarse o salir huyendo... Y no estaba muy seguro de querer saberlo. Se pasó los dedos por su cabello castaño, nervioso. Aquel era el día en que se convertiría en un asesino.

Desde que había llegado a la casa de Mikage, había adoptado una rutina: se despertaba con la luz del sol, hacía una tabla de ejercicios que había encontrado en Internet, se duchaba, vestía y aguardaba a que le sirvieran el desayuno. Aquel día la siguió paso por paso, aunque algo cambió: tras que el silencioso mayordomo depositara la bandeja sobre el mueble, como siempre, fue Mikage quien entró en su dormitorio. Pese a ser tan temprano, iba de punta en blanco con su elegante traje de raya diplomática conjuntado con una corbata de seda y unos gemelos de oro. - Menuda novedad - comentó, poniéndose en pie.


- Hoy es el gran día. Al menos que hayas cambiado de opinión, claro - apuntó el asesino; su rostro era una máscara férrea, que no dejaba traspasar ninguna clase de sentimiento y sus ojos le miraban tan fijamente que Rubén se sintió como examinado por los rayos x. - Te lo dije hace siete días en un coche y te lo vuelvo a repetir ahora: no daré marcha atrás. He decidido servirte y así lo haré. Es lo mejor para todos. Mikage asintió con un gesto, había cierta suspicacia en sus ojos oscuros, pero Rubén no le dio importancia. Por lo poco que sabía de su propio rey, había deducido que se trataba de una persona muy inteligente que siempre andaba intrigando. Era todo un jugador de ajedrez, se dijo, mientras que él no dejaba de ser un peón... Al menos de momento. - La ceremonia será al anochecer - le informó, dirigiéndose a la puerta.- Una vez comience, ya no habrá vuelta atrás. Tienes hasta entonces para pensar de verdad, para enfrentarte a ti mismo y descubrir si esto es lo que quieres hacer o sólo es una huida hacia delante. - No es... - A veces es más sencillo seguir con nuestros actos, en vez de mirar en nuestro interior e intentar dilucidar qué nos lleva a cometerlos. Hace falta valor para enfrentarse a la verdad de uno mismo y cobardía para empecinarse en que no hay nada más tras nuestras acciones. No me interesan los cobardes, Rubén, así que piensa por qué lo haces y si merece la pena seguir adelante. Mikage le dedicó una última mirada, antes de marcharse y dejarle a solas con aquellas palabras pronunciadas con tanto acierto. Ligeramente molesto por eso, Rubén frunció el ceño y susurró: - Maldita filosofía de galleta de la fortuna.




La torre Benavente se alzaba frente a ellos, tan majestuosa como siempre, también tan terrorífica, pues no podía dejar de recordar lo que sabían que se había hecho ahí. Experimentar con una niña como Ariadne... Y seguramente habría más. - Da miedo, ¿verdad? - susurró Kenneth a su lado. - Ya hemos salido de ahí antes, volveremos a hacerlo. - No me refiero al robo. Sino a ellos. Se volvió hacia Kenneth. Éste parecía más pálido de lo habitual, su mirada era huidiza, como si estuviera escondiendo algo. Álvaro le apoyó una mano en el hombro, mostrándole su sonrisa más encantadora. - No dejaré que te hagan daño, tranquilo. - ¿Y si ya lo han hecho? - inquirió con voz átona. - ¿Qué quieres decir? - Álvaro frunció el ceño, preocupado. - Nada...- le quitó importancia con un gesto, aunque en su rostro seguía existiendo un leve rastro de congoja.- Deberíamos concentrarnos en preparar el golpe. Cuando se entra en la boca del lobo, hay que hacerlo con un plan minuciosamente pensado... - Kenneth, si te ha pasado algo... - Ahora no - le interrumpió con decisión. Cogió el portátil que se habían llevado con ellos y comenzó a trastear con él, sin inmutarse ante el escrutinio al que le estaba sometiendo Álvaro.- Oh, no, no, no...- empezó a susurrar, cerrando un instante los ojos.- No puede ser, no... ¡Menudo inconveniente! - ¿Qué ocurre? - Tim había hackeado la seguridad de la torre, pero la han cambiado. Debieron hacerlo al considerarlo un traidor - Kenneth agitó la cabeza, mordiéndose el labio inferior.- Ahora ya no tenemos ninguna ventaja. - ¿Y lo tildas de inconveniente? Ni me imagino qué será una putada para ti - gruñó, pasándose los dedos por el pelo. Tras resoplar en varias ocasiones, se obligó a calmarse.- Que no


cunda el pánico. Seguimos teniendo los planos y sabemos que guardan esas cosas en el subterráneo. Sólo tenemos que encontrar una manera de entrar sin ser vistos... - Bueno... No, déjalo, no es una buena idea. - A estas alturas, hasta la peor de las ideas es bien recibida - al ver que su amigo parecía reticente, suspiró con impaciencia.- La vida de Tim está en nuestras manos, Kenneth. Di lo que tengas que decir, anda. - Mi familia vive en Londres, quizás... Quizás tengamos algún Objeto que nos sirva. Álvaro cerró los ojos. Ahora entendía las dudas que asaltaban a Kenneth. Su familia era una de las más importantes, también miembros del Consejo y dentro de un tiempo serían parte de la familia real, así que no se iban a mostrar conformes con él, un sucio asesino. De hecho, Álvaro podía recordar perfectamente a la señora Tassone, la encantadora abuela de Kenneth... Encantadora, sí, pero de serpientes. Oh, mierda. Mientras cruzaban la ciudad y un coche propiedad de Felipe, volvió a recordar a Rubén, aquel día iba a ser su iniciación. Aquel pensamiento le hizo retroceder en el tiempo hasta recordar cómo acabó él convirtiéndose en un asesino.

 Llevaba un cadáver en el coche. Alzó la mirada para verse a sí mismo reflejado en el espejo retrovisor. Seguía pálido. Por más que se repitiera que había matado a un hombre desconocido el día anterior, no terminaba de creérselo; además, la situación se le antojaba hasta absurda, como sacada de una película y, por tanto, alejada de la realidad. Soy un sicario de pacotilla. Soy Michael Sullivan en mi propio camino a la perdición.


Tras asesinar al misterioso hombre que había irrumpido en casa de Mateo, había limpiado todo hasta que no quedó ni rastro de pelea y escondió el cadáver en el maletero de su coche, envuelto en bolsas de basura. Después, se limitó a aguardar a Mateo, que volvió relativamente temprano, y entonces se puso en marcha: debía localizar al rey de los asesinos. Había sido sencillo en realidad. No era un ladrón, pero seguía teniendo amigos y logró encontrar a un asesino cualquiera que les puso en contacto. Mikage se había mostrado interesado en lo que tenía que contarle, así que había concertado una cita al día siguiente. Y por eso se encontraba en una carretera secundaria, rumbo a un pequeño pueblo de la sierra madrileña... con un cadáver en el coche. Cada vez que pensaba en eso, sentía que el nudo de su estómago se apretaba todavía más. Había repasado todas sus opciones, había pensado en las posibles soluciones a la situación de Mateo y Tania y todo ello le llevaba al mismo sitio. Uno del que no estaba particularmente seguro de querer estar. Al final, llegó a un pequeño chalet en lo alto del pueblo, alejado de éste. Se trataba de un edificio con forma de L, de dos plantas y con paredes blancas en la parte superior, pero cubiertas de toscas piedras en la inferior. El tejado estaba formado por tejas oscuras, de donde brotaba una enorme chimenea de piedra que humeaba. Los terrenos que la rodeaban estaban completamente cubiertos por aquel espeso manto blanco que resultaba ser la nieve en pleno mes de noviembre; sin embargo, entre aquella masa compacta, había un hueco que correspondía a un caminito de baldosas. Aparcó el coche junto a la alta valla de forja negra, quedándose sorprendido de la imagen que ofrecía el chalet de Mikage: el suelo blanco, los terrenos llenos de árboles cubiertos de nieve, la casa en sí... Era como la perfecta postal navideña, lo que resultaba de lo más inquietante, dado el contenido de la reunión. Olvidándose de todos sus reparos, llamó al portero automático: - Entra. Trae el paquete a la casa.


Así lo hizo. Primero aparcó junto a la puerta del garaje, después cogió el fardo que resultó ser el cadáver y penetró en el chalet con cierto temor. Nunca había visto a Mikage, pues en su época como ladrón el rey había sido Damien James; a éste último lo recordaba fornido, de brazos musculosos, corte de pelo militar y la mirada encendida de locura. Quizás, por eso le sorprendió tanto Mikage Nagato. Mikage era muy alto, de largas piernas, que parecían no acabar, y de constitución ligera y delgada. Vestía pantalón de traje oscuro, camisa violeta con finas rayas, chaleco gris y corbata morada, por lo que más parecía un hombre de negocios que un asesino. Además, en sus alargados ojos no había rastro de locura o de falta de humanidad. Sí, eran astutos, como los de un zorro, pero también serenos. A decir verdad, todo su rostro, de facciones armónicas, parecía transmitir calma, lo que acentuaba la impresión de que controlaba la situación. Nada más verlo, Álvaro se quedó impresionado. Aún así, se mostró seguro de sí mismo, incluso abrió la boca para saludarle, pero el asesino se le adelantó: - Así que tú eres Álvaro Torres, ¿eh? - dijo en un castellano perfecto, sin el más leve asomo de acento. Le miró fijamente, ladeando la cabeza, como si le estuviera examinando.- El ladrón mayordomo exiliado - hizo un gesto desdeñoso.- Es un título que no te hace justicia, no con esa cara y ese porte. No... ¿Qué te parece esto? El hombre al que los asesinos le debemos un gran favor - le sonrió con aire gatuno. - No me importan los títulos, señor Mikage, tan sólo que examine a este hombre. Depositó el fardo sobre el suelo, apartando los plásticos para dejar al descubierto la cara del fallecido. - Tú mataste a Ernest James, el heredero. Tú le diste el golpe de gracia a una familia acabada que no entendía las reglas del juego y que habría terminado con todos nosotros. - Tenía entendido que fue usted quién masacró a los James. - Sólo los rematé.


- Como sea - Álvaro no le iba a dar importancia a su primer asesinato; no se arrepentía de él, pero lo que menos le apetecía era comentar la jugada con Mikage. Se puso en cuclillas junto al muerto, añadiendo.- Como ya le dije, lo examiné minuciosamente y no encontré el tatuaje de los asesinos, así que no tengo ni la más mínima idea de quién podría ser. El asesino le sostuvo la mirada un instante, aunque después se arrodilló junto al cadáver y lo inspeccionó lentamente, meticuloso. Al final, se pasó una mano por el negro cabello, agitándoselo un poco. - Tenías razón en que no es uno de los nuestros, pero podría ser un asesino normal repuso con suavidad, meditabundo.- También podría ser un Benavente, aunque lo dudo mucho. El ataque que me relataste no es su estilo - alzó el rostro en su dirección.- No eras su objetivo, ¿me equivoco? - No, simplemente me encontraba ahí por casualidad. - Hay quien considera que las casualidades no existen. - Casualidad, destino, suerte... Llámelo como desee, pero la cuestión es que han atentado contra un amigo mío. Mucho me temo que habrá oído hablar de él. Se llama Mateo Esparza... - Ah, sí, el periodista entrometido que busca al Zorro Plateado - asintió Mikage con un gesto, poniéndose en pie. Se acarició la barbilla, sonriente, mientras se dejaba caer elegantemente en un sofá azul oscuro, casi nuevo.- Mucho me temo que el señor Esparza no se está haciendo ningún bien con tanta insistencia, ha logrado que todo clan se fije en él y tema que saque a la luz el juego que nos traemos todos entre manos. Álvaro resopló, temía exactamente que ocurriera eso, que Mateo se convierta a sí mismo en una diana andante. Sabía que los ladrones no harían nada, su estricto código moral se lo impediría, pero... ¿Qué le protegería de cualquier asesino? ¿Y si algún hechicero o, peor, un Benavente quisiera deshacerse de él por meterse donde no le llamaban?


Dejó de pensar en todo aquello para observar a Mikage, cuya expresión felina provocó un escalofrío en su espalda. Pudo leer en sus ojos oscuros que sentía curiosidad por él, así que decidió aprovecharse de aquello y proteger a su familia. - Me imagino que usted no estará muy contento con mi amigo. - Me preocupa, sí. Mikage estaba demasiado tranquilo, como si controlara la situación, que, seguramente, era lo que estaba sucediendo. Álvaro empezaba a sospechar cómo iba a terminar todo y, aunque aceptaría si conseguía la protección que andaba buscando, no iba a permitir que Mikage lo considerara estúpido o manejable. No era así. Por eso, se olvidó de todo recato, de todo respeto, y se sentó en el sillón que había frente al sofá donde estaba tumbado con cierta elegante decadencia. Le miró a los ojos, sin temblar, sin dudar y con franqueza. - Y supongo que tienes un plan para solucionar todo. - ¿Qué te hace pensar eso? - enarcó una ceja. - Estás demasiado tranquilo, pero interesado. Si sólo querías saber quién era mi atacante, me habrías largado hace ya rato. Al fin y al cabo, sólo soy un antiguo ladrón que ahora vive exiliado, no soy importante. Pero aquí estamos, tú y yo, conversando. Además, en esa mesa de ahí - con un gesto señaló una mesa redonda que había en una esquina del salón, junto a la ventana.hay un tablero de ajedrez algo ajado y en medio de una partida. Y si algo he aprendido de mi antiguo maestro es que los jugadores de ajedrez siempre van varios movimientos más allá. Durante un momento, Mikage únicamente le miró con fijeza, algo que no afectó a Álvaro lo más mínimo. Tras unos instantes de silencio, el asesino estiró los labios en una sonrisa. - Eres un chico muy listo, Álvaro Torres. - Pero supongo que ni mi cerebro ni mi inconmensurable belleza te interesan. Un brillo divertido cruzó los ojos del asesino. Sin embargo, al volver a hablar, lo hizo con suavidad, también con seriedad, para dejarle claro que no estaba bromeando.


- Lo que me interesaba en un principio era tu don para matar. - Yo no poseo tal cosa. - Pudiste asesinar al mismo príncipe sin ni siquiera haber recibido nunca entrenamiento. Créeme, es algo increíble, digno de admirar - se inclinó hacia adelante, concentrándose en él, al mismo tiempo que Álvaro sentía un nudo en el estómago.- ¿Y aquel otro? ¿Cuánto tardaste en apuñalarle exactamente en el corazón? - el asesino le sonrió de nuevo.- Tienes talento, Álvaro, potencial. Ahora mismo eres todo un diamante en bruto y, por eso, quiero que ingreses en mi clan, que seas mi siervo. Álvaro había supuesto que esa era la intención de Mikage, aunque el hecho de que considerara que tenía un don para matar no había llegado a imaginárselo. No obstante, como lo había tenido claro y había tomado su decisión, asintió con normalidad. - Tengo condiciones. - Vaya, eso es nuevo. - No pretenderás que traicione mi educación sin conseguir nada a cambio, ¿verdad? Puede que me echaran, pero me considero un ladrón y, por tanto, creo que cada vida tiene un valor incalculable y es lo único que no se puede robar - le recordó con una sonrisa socarrona danzando en sus labios; se pasó una mano por el pelo, antes de ladear la cabeza.- No te preocupes. Creo que las encontrarás bastante razonables. - Sorpréndeme. - En primer lugar, quiero establecer una lista de personas intocables. Ningún asesino les podrá tocar un solo pelo de su cabeza y te asegurarás de hacer un hechizo protector en torno a esas personas. Su protección es mi prioridad. - ¿Cuántas personas? Álvaro recordó a Felipe, su mejor amigo, la persona por la que había cometido su primer asesinato y a la que seguía queriendo como cuando eran pequeños. ¿Debía incluirlo? Mikage


parecía civilizado, pero también era verdad que había masacrado a la familia real de los asesinos y no parecía sentirse demasiado culpable. - Cuatro. - Dos. - Tres. Es mi última oferta. - Está bien. Tres. Pero a cambio, no podrás negarte a ningún encargo. Si lo haces, podré eliminar todos los nombres de tu preciada lista. - Me parece justo - asintió Álvaro, calmado. - ¿Alguna otra condición? - Sólo dos más - su interlocutor volvió a arquear las cejas, aunque no dijo nada.- En segundo lugar, quiero que me ayudes a encontrar al jefe de nuestro amigo - señaló con un gesto al cadáver, que seguía tirado en el suelo.- Si ha intentado matar a Mateo mediante un sicario cualquiera, podría volverlo a intentar. Voy a detenerle, dejad claro que tanto Mateo Esparza como su hija son intocables. - No creo que haya ningún problema. ¿Última condición? - No soy tu súbdito, ni tu esclavo, ni te debo pleitesía. Seré fiel, cumpliré con lo que me pidas, pero no pasarás de ser mi jefe. Ni más ni menos. Soy una persona libre que decide sobre su vida y no te rendirá cuentas más allá de a quien me encargues asesinar. Álvaro creyó que aquella última, cuanto menos, provocaría a Mikage, pero éste no mostró reacción alguna, tan solo se puso en pie para acercarse a un buró, que se encontraba junto a la mesa donde reposaba el tablero de ajedrez. Permaneció ahí durante unos instantes, escribiendo con tanta rapidez que la pluma parecía volar sobre la hoja. Después, volvió junto a él y colocó el folio manuscrito frente a él. Era un contrato que recogía todas sus condiciones, además de la única que había impuesto Mikage. - Para que no haya dudas en el futuro. Fírmalo y escribe los tres nombres. - Primero lo leeré. Soy abogado, deformación profesional, supongo.


- Abogado y asesino, una de las peores criaturas del mundo. Álvaro se encogió de hombros, quitándole importancia, mientras se aseguraba de que todo estaba en orden. En cuanto lo hizo, firmó donde debía y en la otra cara de la hoja, que estaba en blanco, escribió los tres nombres:

Mateo Esparza Arias Felipe Navarro Oldman Tania Esparza Rivas

Le devolvió la hoja a Mikage. Éste le echó un vistazo y acabó agitando la cabeza de un lado a otro, entre melancólico y censurador: - Eres todo un sentimental, Álvaro.

 - Álvaro... Álvaro... ¿Pero dónde estás? - Ah, disculpa, Kenneth - agitó la cabeza, regresando al presente, donde su amigo volvía a colocarse las gafas en su sitio con la yema del dedo, mostrándose curioso. Él hizo un gesto desdeñoso, antes de suspirar.- Simplemente recordaba. - ¿Tu iniciación? - No exactamente. Sólo... Sólo estaba pensando en mi primer encuentro con Mikage y cómo acabé convertido en asesino - cerró los ojos un instante, frotándose el rostro con la palma de la mano; de pronto, se sentía muy cansado.- No dejo de pensar en Rubén, en que en cualquier momento hará algo que no tiene vuelta atrás. Sólo espero que su iniciación sea más amable que la mía.


- No sabía que Rubén Ugarte te importaba tanto - ante el comentario de Kenneth, él se encogió de hombros, callándose para sí que nadie sabía gran cosa sobre Rubén Ugarte, tan solo él y Tania. Su amigo, ajeno a todo aquello, le colocó una mano en el hombro, sonriéndole con aire comprensivo y afable.- Es su decisión, Álvaro. Tiene derecho a tomarla. No importa si acierta o se equivoca, pues tiene la libertad de hacer lo que considera correcto y eso pesa sobre todo. No podemos obligar a la gente a acatar nuestras decisiones. Eso está mal. ¿Acaso tengo yo derecho a dejar que la tome sin decirle la verdad sobre sí mismo? Espantó aquel atisbo de culpabilidad, pues sabía que, aunque sonara cruel, seguía siendo lo mejor para todos los demás. A su lado, Kenneth exhaló un profundo suspiro. Tras olvidarse de los remordimientos y también de sus propios recuerdos, pudo fijarse en él y descubrir que estaba pálido; además, se frotaba las manos compulsivamente, lo que quería decir que estaba al borde de un ataque de histeria. - ¿Quieres que me quede en el coche? - Mucho me temo que no cambiará nada - murmuró, agitando la cabeza. Se volvió hacia él, parecía frágil, desarmado.- No es fácil. La relación con mi familia, digo. Son... Bueno, ahora los vas a conocer. - ¿Estás seguro? - insistió él. - Sí. Porque, de hecho, antes me he equivocado - admitió; le dedicó una mirada fugaz, antes de decir, mientras abandonaba el vehículo.- Tu presencia lo cambiará todo. Contigo no estaré solo.

 El espectáculo que ofrecía el cielo era mágico.


Lo contemplaba a través de la ventanilla del avión, maravillada, mientras sentía añoranza en cada fibra de su ser. No podía dejar de pensar en la última vez que había montado en uno, cuando volvieron de Edimburgo y Jero no le soltó las manos en todo el trayecto. Jero... Dios, cómo lo echaba de menos. Intentaba no pensar demasiado en cómo estaría en esos momentos porque, por un lado, el dolor resultaba demasiado intenso y, por otro, las posibilidades que se le ocurrían le provocaban jaqueca. Quizás ahora mismo lleva muchos años vividos. Quizás ahora mismo sea una momia. Quizás el tiempo pasa para él como para mí... Sólo espero que se las apañe para volver a mí, aunque tenga ochenta años o le falte un brazo o lo que sea. Sólo quiero que vuelva. Cogió su teléfono móvil para ver fotografías de él, de los dos juntos, incluso algún vídeo tonto que otro que habían grabado y que guardaban en secreto para que sus amigos no se rieran de ellos. Al ver la sonrisa de Jero, quiso llorar. El mundo parecía mucho más gris sin él a su lado, como si se hubiera apagado. - Venga, Tania, no me grabes - escuchó que decía la voz de Jero en el vídeo.- Si luego Ariadne y Deker lo encuentran, me torturarán con sus bromas... - Hazlo por mí - le pidió ella.- Por fa. - Ainss, haces conmigo lo que quieres. Sabes que haría cualquier cosa por ti. Detuvo el vídeo para ver, una vez más, el rostro de su novio. De repente, se sentía culpable. Estaba recorriendo medio mundo para ir a salvar a Rubén de sí mismo, mientras Jero seguía perdido en algún punto del tiempo que ella desconocía. Entonces recordó la voz de su tío, diciéndole que ella quería que Rubén regresara y la de la bruja dejando caer que estaba enamorada de él... Cerró los ojos. No, amaba a Jero, sólo el no estar junto a él era como una herida sangrante que no terminaba de curarse, pero... ¿Qué sentía exactamente por Rubén?


Resopló. De alguna manera u otra, Rubén siempre la volvía loca. Quizás estás sustituyendo a Jero con él. Quizás le echas tanto de menos que estás confundiendo lo que sientes... Pero si ni siquiera sé qué siento tras haber descubierto la verdad, tras el beso... Puede que, simplemente, me esté aferrando a él porque fue el primero al que quise o porque me siento culpable por tener a Jero mientras él está solo... La voz del piloto les indicó que se abrocharan los cinturones porque el avión iba a aterrizar. Le alegró oír eso, así podría olvidarse de todo y concentrarse únicamente en llegar a Rubén antes de que ya no pudiera dar marcha atrás. Eso era lo único que importaba.

 A la hora acordada, Mikage se presentó en su habitación. Llevaba el mismo traje que por la mañana, aunque su expresión era mucho más ceremoniosa. Nada más verle, Rubén se puso en pie de un salto para reunirse con él. - ¿Sigues queriendo ingresar en el clan de los asesinos? - Sí. - Entonces sígueme. Mikage comenzó a caminar con presteza y Rubén le siguió a trompicones, intentando ver algo más de la casa del asesino. Vio cuadros, estatuas y elementos arquitectónicos, pero no sabía si eran elegantes, imitaciones o auténticas obras de arte. No entendía nada sobre aquel tema, no era como sus amigos. Entonces, se descubrió pensando en Ariadne. Seguro que la chica sabría darle una clase magistral de cada cosa que había en esa casa. Y seguro que a partir de ahora te odiará. No será tu amiga, no te consolará, ni te mentirá al decirte que no eres débil.


Era curioso. A la hora de tomar su decisión, ni siquiera se había detenido a pensar en su amiga, aunque una parte de él encontraba casi insoportable no volver a hablar con ella. Pese al poco tiempo que habían pasado juntos, la sentía muy cercana... Y la iba a perder. Como perdería a Tania. Sabía que, aunque había aguantado estoicamente lo sucedido con Santi, no iba a poder con todo aquello, que acabaría considerándole un monstruo por arrebatar vidas. Bueno, pensó con resignación, el hacer que Tania le odiara había sido una de las pocas cosas buenas que había hecho desde que la había conocido. Mikage y él llegaron a una sala circular de paredes blancas, techo de escayola y baldosas negras tan brillantes que reflejaban sus imágenes. No había más mobiliario que cuatro sillas de aspecto caro que, además, tenían el respaldo y el asiento forrados de terciopelo rojo, contrastando con la madera oscura. Rubén se fijó en que las dos centrales eran más altas que las de los laterales y, de hecho, le recordaban vagamente a un trono. - Ahora van a entrar tres asesinos que servirán de testigos en tu iniciación... - Espera. ¿La iniciación va a ser ahora mismo? - Claro - Mikage le miró como si fuera idiota. - ¿No vas a hacer que me ponga una túnica? O, no sé, que me rape el pelo o me dé un baño extra largo para purificarme o algo así - probó, haciendo una mueca. Su futuro rey puso los ojos en blanco, por lo que él comentó.- Vaya iniciación más decepcionante. - En primer lugar, esto no es una de esas estúpidas sectas. En segundo, las túnicas son unas prendas horribles, aunque si te hace ilusión, te puedo dejar un poncho de mi mujer. Y lo mismo va para la purificación o el pelo, si te apetece, hazlo, pero no dejan de ser gilipolleces. - Entiendo. - ¿Sigues queriendo el poncho? - Mejor que no.


Rubén hizo una mueca, maldiciéndose a sí mismo. Debía aprender a filtrar sus propios pensamientos, pues a veces se comportaba como un auténtico idiota... Justo como en ese preciso momento. Mikage iba a dejar de considerarle un peón para otorgarle el papel de bufón de la corte, algo que empezaba a sospechar que se merecía. - Como iba diciendo antes de tu inteligente aportación - repuso el asesino con ironía, sonriendo un poco, divertido.- Ahora pasarán tres asesinos que servirán de testigos. La iniciación será sencilla. Daré un discurso que ni Colin Firth, jurarás unas cuantas cosas y para demostrar tu fidelidad al clan, matarás a un ser vivo. Se le cortó la respiración. ¿Matar? ¿A sangre fría? ¿Cómo iba a ser capaz? - Pero... No sé si...- comenzó a balbucir. - Pudiste matar a tu amigo a sangre fría, siendo perfectamente consciente de lo que hacías - le recordó con suavidad Mikage.- No creo que matar a un pollo o lo que quiera que hayan traído te resulte demasiado problemático. - ¿Es necesario? - Es lo que te convierte en uno de nosotros. La forma de sellar el trato, si prefieres verlo así - le explicó. Miró un instante la puerta por la que habían entrado, antes de concentrarse en él de nuevo.- Mira, Rubén, tú me llamaste. Tú me pediste esto y yo te he dejado siete días para recapacitar. Aún estás a tiempo. Si no crees... - No. Estoy preparado. Haré lo que sea necesario. Mikage entrecerró los ojos un momento, parecía dubitativo, pero entonces le miró a los ojos y debió de notar que estaba seguro, pues, tras estrecharle el hombro afectuosamente, salió por la puerta. Al regresar unos segundos después, le acompañaban tres personas: una mujer oriental, otra afroamericana y un hombre rubio. La primera debía de ser la esposa de Mikage, pues tomó asiento a su derecha en uno de las sillas más altas, mientras que los otros dos se acomodaron en los extremos. Además, vestía un traje de chaqueta rojo combinado con una blusa blanca, lo que le daba un aspecto sofisticado.


Entonces, Mikage comenzó con su discurso. A decir verdad, Rubén no prestó mucha atención, tampoco lo hizo cuando llegó la hora de jurar fidelidad al clan, se limitó a repetir las fórmulas que, primero, pronunciaba su futuro rey. Y, entonces, llegó lo que de verdad importaba, lo que de veras le preocupaba: cometer un asesinato a sangre fría. Cuando terminó de pronunciar todos los juramentos y votos, el asesino de pelo rubio salió de la sala para regresar segundos después con una jaula. La colocó en el centro de la sala y Rubén pudo ver que había dentro un pollo. Lo primero que pensó fue que, al menos, no era un gatito o un perrito. ¿Pero en qué estaba pensando? Un animal era un animal... Y tú vas a convertirte en un asesino de mascotas. Estupendo. Rubén aguardó unos instantes. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿No le iban a dar un cuchillo o un veneno o algo? Miró a Mikage que, tras poner los ojos en blanco unos instantes, le hizo un gesto con las manos. Ah, debía retorcerle el pescuezo al pobre animal. Asintió y se agachó junto a la jaula para abrirla. El pollo intentó huir de sus manos, pero Rubén pudo cogerlo con facilidad. Una vez en sus manos, el ave ni siquiera trató de luchar, se quedó muy quieto, mientras él rodeaba su cuello... - ¡PARA!


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