Libro de presentaciones

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LIBRO DE PRESENTACIONES (Selecci贸n)

Juli谩n Alonso


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Libro de presentaciones (Selección de alguna presentaciones llevadas a cabo en diferentes ediciones de las “Jornadas de Poesía Ciudad de Palencia”)

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Presentación de Mario Benetti (I Jornadas de Poesía Ciudad de Palencia 13 de mayo 1999)

UN HOMBRE QUE SE PARECÍA A MARIO BENEDETTI

…“Siempre me aconsejaron que fuera otro y hasta me sugirieron que tenía notorias cualidades para serlo por eso mi futuro estaba en la otredad El único problema ha sido siempre mi tozudez congénita neciamente no quería ser otro por lo tanto continué siendo el mismo…” no lo digo yo. Son palabras de otra persona. Yo estoy aquí simplemente para saldar una deuda impagable, los portes debidos de un pasado que a mí y a

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muchos nos hizo como somos. Y esos portes debidos, esa deuda infinita, en este caso, es con la literatura y con un poeta, el hombre íntegro que escribió los versos con los que he comenzado esta presentación, el que nos hizo amar la vida a fuerza de amar la poesía. Comience pues el pago y comience con una pequeña historia, poco más de diez líneas: En la oscuridad cómplice de un cabaret de Montevideo vi una vez a un capitán de barco mercante que se parecía de una manera asombrosa a Mario Benedetti y -estoy seguro que explotando su parecido con tan conocido desexiliado- recitaba poemas en alemán al oído de una mujer de pelo negro como la noche, que ella, a pesar de su aspecto indolente, traducía al universal idioma de las soledades cómplices, con esa infalibilidad que sólo es posible en las personas de ojos melancólicos. Ese hombre, ese capitán de barco alemán, vuelvo a decir, se parecía mucho al mencionado escritor de apellido Benedetti y, qué casualidad, hoy, en este lugar, a mi lado, resulta que tengo a una persona que no se si es aquel seductor solitario del cabaret de Montevideo, el escritor al que tanto se parecía o vaya usted a saber. Sea como fuere, ambos, el escritor y el capitán, tienen muchos puntos en común: ambos son seductores, ambos son viajeros muchas veces a su pesar, ambos dejan por donde pasan algo de si mismos y se llevan, como Julián Alonso


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experimentados depredadores, retazos de vida que van atesorando en su maleta para desplegarlos cuando llegan a casa. Por eso, indistintamente, voy a hablar del marino, del escritor, de la persona que tengo al lado, que es como decir de todos aquellos a quienes en un momento de su vida traicionó su “ángel de la guarda” y quiero hacerlo citando al poeta, que hace muchos años le reprochaba: “Cuando se nubló todo dónde estabas no me salvaste ni me salvarías ya nunca más la noche mansa comenzó a llover y me empapó de dudas dónde estabas para decir que no gritar que sí o mejor para abrir nuestro paraguas y callarnos…” Algo muy parecido fue lo que me sucedió a mí, lo que nos sucedió a mucho hombre y mujeres de mi generación cuando comenzamos a leer a Mario Benedetti y descubrimos que los “ángeles de la guarda” andan de un tiempo a esta parte descuidados.

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No voy a hacer una enumeración exhaustiva de la obra y la trayectoria vital, tan unidas entre sí, de Benedetti. No habría terminado de recitar tantos y tan memorables títulos en el poco tiempo que tengo para hacer esta presentación. Baste por eso decir que, para mí, en la obra de quien les hablo hay cuatro hitos fundamentales y de diferente especie: “Primavera con una esquina rota”, “Geografías” “Pedro y el capitán” e “Inventario”. Del primer título nada diré porque se trata de un libro en prosa, no se si novela, declaración de principios, pedazo de vida plasmada sobre el papel… y hoy estamos aquí en calidad de degustadores de poesía. De “Geografias”, cabe decir que incluye una mezcla armónica de poesía y pequeños relatos entre los que no puedo sustraerme de mencionar la “Fábula con Papa” y dos hermosísimos poemas, el que comienza con un verso que dice: “Una mujer desnuda y en lo oscuro…” y el que abre el libro hablando de una avenida sin árboles que es como decir que habla de alguien a quien se le quiere cercenar la memoria como último modo de claudicación. En cuanto a “Pedro y el capitán” es una obra de teatro tan breve como demoledora, preciso diálogo entre un torturado y un torturador que penetra en el ánimo de quien lo escucha y no da lugar a ambigüedades. Como se

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dice en la introducción al libro, “Tenemos que recuperar la objetividad como una de las formas de recuperar la verdad…”. Pero es “Inventario”, el libro que se va engrosando con los años para albergar toda la poesía de Mario Benedetti, la columna vertebral de lo que hoy vamos a escuchar aquí y que seguro nos ha de llegar muy adentro. Poesía con mayúsculas, poesía didáctica porque siempre enseña belleza pero también enseña vida, poesía de carne y hueso. Cómo si no se iba a poder hablar sin odio de circunstancias tan dolorosas y tan recientes. De qué manera si no -y volvemos al tema de “Pedro y el Capitán”- se le iba a poder decir a un torturador: … “cómo será la cosa, que no te odiamos fijate vos cómo será la cosa que no te hacemos ese amargo honor hombre de mala voluntad pobre hombre” y continuar, una vez constatado que la verdad siempre termina triunfando, que la memoria es muy puñetera, que “estas cosas siempre se saben” y, como no, el pequeño hijo del torturador alguna vez sabrá quién es su padre, aseverando: …”entonces pobre hombre de mala voluntad

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ni siquiera juntando todo el odio que quede disponible en el mercado ninguno de nosotros podrá odiarte como vos mismo te odiarás.” Porque navegando entre los embates de la vida, muchas veces contra corriente, Mario Benedetti ha sido y sigue siendo un hombre de conciencia tranquila, comprometido, un poeta que antes de escribir se echa a la calle, una persona que sueña pero también pone los pies en el suelo, que es consciente de que el tiempo pasa inexorable y nosotros con él: “Soñamos juntos juntos despertamos el tiempo mientras tanto hace y deshace. Y claro está, como hombre que es, nuestro poeta, también se enamora y le canta al amor para esparcir por el mundo el viento fresco al que luego otros se encargan de poner música y voz. Ahí están sus versos cantados por Nacha Guevara, Daniel Viglietti, Quintín Cabrera, Joan Manuel Serrat, Pablo Milanés y tantos otros conocidos y anónimos. Son “Poemas de amor y desamor”, pero también es “Un Padrenuestro latinoamericano” y es que resulta, como ya comencé a decir antes, que “Una mujer

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desnuda y en lo oscuro / genera un resplandor que da confianza”. Amor, política, compromiso social y humano en un todo-uno inseparable y lleno de hallazgos luminosos que se encienden en hoguera acogedora Y ahí aparece nuestro presunto invitado, entre las llamas de la razón, oficiando de enfermero de conciencias heridas. De este modo deviene en dispensador de pequeñas y grandes verdades y nos introduce en la aparente paradoja de hacernos perder la ingenuidad sin perder la inocencia porque con sus versos consigue que se nos abra la mente pero también el corazón. Poesía emocionante y reflexiva, de la utopía y de la más cruda realidad, a ras de cielo sin dejar la tierra. “Pobrecitos, creían que libertad era tan sólo una palabra aguda que muerte era tan sólo grave o llana y cárceles, por suerte una palabra esdrújula olvidaban poner el acento en el hombre.” Eso pone nuestro capitán de navío mercante en boca de un “Hombre preso que mira a su hijo”: “olvidaban poner el acento en el hombre”. Tomen nota quienes usan la palabra para la demagogia.

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Pero nunca la resignación, nunca un paso atrás si no es para regresar con nuevos bríos. Arrastrar las maletas de país en país, de hotel en hotel, con la mirada puesta en el “paisito”, tan ancho, tan ajeno, pero sentido tan propio, tan de todos (…”Qué lejos está mi tierra / y sin embargo qué cerca”…, a decir de Daniel Viglietti) “Ojalá que la espera no desgaste mis ojos” dijo Mario en cierta ocasión con toda la amargura del exiliado rezumando por su pluma. Ya no es así, ya hay de nuevo una patria por hacer, aunque no sea la de Artigas y queden aún muchas heridas por cerrar. Hay una patria y hay muchas porque el poeta es ya de todos y se da a todos con la generosidad de un hombre bueno, como sólo la poesía sabe darse, porque la poesía, como todo dulce veneno que se precie, se nos mete en la sangre y ya no hay forma de sacarla. Nos hace perdidamente adictos a la belleza. Que mejor droga que esta, tan procuradora de lucidez, para estos tiempos oscuros en que la cultura se mide por metros cuadrados de paredes y estanterías. Qué mejor placer que el de esta ocasión única de escuchar a una de las mejores voces en lengua castellana

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en el edificio que una vez quiso ser Casa de la Cultura y que, ojalá, con este y otros actos, comience por fin a serlo abandonando su categoría de almacén. Seamos pues receptivos, pongamos en nuestros oídos la caracola que nos traiga “todo el escándalo del mar” y aprendamos a responder a su sonido inconfundible. Por eso callo y sin más preámbulos les dejo con este viejo marino alemán que tengo al lado y que tanto se parece a Mario Benedetti.

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Presentación de Ángel González (III Jornadas de Poesía Ciudad de Palencia 24 de mayo de 2001)

UN TIEMPO LLAMADO ÁNGEL

Ángel González es el poeta de la constatación y el compromiso, el de la desesperanzada esperanza en que no todo, no siempre, va a seguir igual, el escéptico que cree en el amor, lo que no es sino un modo de paliar el escepticismo, aunque en su “Canción triste de amigo”, entre otras cosas nos pregunte y se pregunte: “Si nuestro reino no fue de este mundo y sabemos de cierto que no hay otro, amigo, dime lo que nos queda. Ni siquiera deseos, ni siquiera esperanza; un confuso montón de sueños negros, eso es lo que nos queda, amigo, Julián Alonso


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un confuso montón sólo de sueños…”

pregunta que él mismo se responderá y nos responderá a través de sus poemas porque el compromiso de Ángel González es un compromiso amplio y prolongado. Amplio en tanto trasciende de hechos puntuales para convertirse decididamente en un compromiso con la vida, pues sabiendo como sabe que “la soledad es un farol certeramente apedreado”, deja de ser él mismo para serlo en todos. No es así de extrañar que inicie uno de sus poemas afirmando: “Para que yo me llame Ángel González, Para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo: hombres de todo mar y toda tierra, fértiles vientres de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo…”

pero también, como he dicho, compromiso prolongado en el tiempo, pues es el tiempo la materia fundamental de la que se nutre toda la poesía en general y la suya en particular.

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Así, el poema puede ser una constatación de su paso y su herencia: “Te tocó un tiempo amargo. Pasó el tiempo. Pero la huella de sus manos sucias permanece en tu frente: grasa espesa de amor, incorruptible odio.”

un dejarlo pasar cuando nada se esperaba del futuro: “Dejábamos que el tiempo planease sobre nuestras cabezas - tenaz y lento como un buitre-…” un modo de olvido, quizás. Y al hilo de esto me viene a la memoria un poema telegráfico de un poeta de aquí, Fernando Zamora: “Dicen que el tiempo todo lo cura. En hojas de calendario tu corazón envuelve.” El tiempo como terapia que no termina de funcionar porque el recuerdo de las cosas vividas es

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como esas plantas trepadoras que asfixian los tempos que los antiguos construyeron en medio de la selva. Es posible que por eso, cuando “Ya ayer va susurrante como un río llevando lo soñado aguas abajo, hacia la blanca orilla del olvido.” el poeta se permite sentir “nostalgia / de todas las mentiras que creyó cuando niño”, puesto que mentira o verdad, trampas de la memoria a fin de cuentas, el tiempo es nuestro único capital, el que, desde el nacimiento hasta la muerte, dilapidamos a manos llenas y, como no somos sino la herencia de lo que un día fuimos y se perdió en un pasado cada vez más dilatado, Ángel González se toma la libertad de decirnos: “Por eso mismo, porque es como os digo, dejadme que os hable de ayer, una vez más, de ayer: el día incomparable que ya nadie nunca volverá a ver jamás sobre la tierra” Ahora bien: si el ayer pasó nos queda la palabra que permanece, distinta y la misma, porque la realidad que provocó el poema, de igual o diferente manera se repite hoy y volverá de nuevo a repetirse mañana.

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De ahí también el escepticismo de Ángel González, acaso un modo de desesperanza, al constatar que la historia se repite “ad infinitum” o acaso sea la misma historia que se prolonga y nos acompaña todos los días de nuestra vida hasta el previsible final en que el telón se baje y las personas no seamos sino marionetas de un incierto destino. “…Pero tal vez sea pronto para hacer conjeturas: dejemos que la tramoya se prepare, que los que han de morir recuperen su aliento, y pensemos, cuando el drama prosiga y el dolor fingido se vuelva verdadero en nuestros corazones, que nada puede hacerse, que está próximo el final que tememos de antemano, que la aventura acabará, sin duda, como debe acabar, como está escrito, como es inevitable que suceda.” El poeta, como notario del tiempo que le tocó vivir, pero, una vez que “la lágrima fue dicha”, lo que debe quedar, lo que de hecho queda, es una visión finalmente optimista -aunque se tiña del color de la ironía- de que nada es eterno. El llanto tampoco lo es y de poco sirve lamentarse por lo ya sucedido cuando, a decir de otro poeta de la misma generación que González, José

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Agustín Goytisolo, “la vida empuja con un aullido interminable”. No le queda pues a nuestro poeta, después de la constatación de la realidad y el conocimiento de los mecanismos que la componen, que mantener, decidido, su compromiso generoso, que como todo verdadero compromiso, no busca compensaciones. Decía Emilio Alarcos que “es más fuerte ese impulso de convencimiento que la corrosión de los años”. Compromiso, a pesar de la desesperanza, más valioso si cabe porque se mantiene contra el viento y la marea del escepticismo. Y como todo compromiso es amor que trasciende de lo puramente individual a lo colectivo, nuestro poeta, en “Deixis en fantasma”, concluye: “No creo en la eternidad. Mas si algo ha de quedar de lo que fuimos es el amor que pasa.” Por eso está hoy aquí Ángel González, constatando seguramente que “todos ustedes parecen felices”, presto a recibir un apretón de manos, una sonrisa, una mirada cómplice siquiera, lo que los transeúntes quieran darle.

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“…Utilicemos la última luz para llenar los ojos con tanta realidad abrumadora…”

Muchas gracias. Les dejo con Ángel González.

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Presentación de Luis Eduardo Aute (IV Jornadas de Poesía Ciudad de Palencia 30 de mayo de 2002)

AFUERA HACE MAL DÍA Alguien llama a mi puerta. Abro y sólo veo un perro. Me mira, ladea la cabeza, entra en la casa. El reloj, olvidando su estúpida manía circular, se ha parado a las cuatro y diez. James Dean se empeña en tirar piedras a una casa blanca y al cielo le han salido granos. Afuera hace mal día y no está uno para salir de casa porque en el aire se presiente olor a fuego.

El perro se queda dormido y yo, sin saber qué hacer, pongo en el tocadiscos un L.P. de Luis Eduardo Aute. “Los espejos se derriten como velas” y la flor primera del estío se abre en la madrugada mientras los altavoces

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destilan sus versos y su música poniendo nubes en todas las almohadas.

Pero Aute, pienso mientras lo escucho, es un hombre contradictorio que piensa que en el mar pueden crecer rosas y nunca ha creído en fórmulas ni en mensajes, un ácrata militante que como Jeckill y Hide sabe que sólo es él cuando es el otro. Alguien que deambula buscando constantemente cómo escapar de ese círculo en continuo giro de amor-vida-muerte, amorvida-muerte, y así hasta el infinito, en el que sucumbimos porque aún no sabemos que sólo pecando nos redimimos de nuestros pecados.

Por eso Eduardo está siempre alerta, presto a lanzar sobre la mesa de Viridiana el decisivo golpe de dados que nos procure el premio y a la vez el castigo de la lucidez definitiva, la inquietante metáfora del infinito que forman dos espejos frente a frente y se emplea entre tanto

en

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escribir

canciones

de

amor

y

poemas


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desesperados, en dibujar fantasmas, símbolos, metáforas, obsesiones, sueños de locos y vigilias de cuerdos.

“Cómo olvidar la memoria”, ese perro, otro más, fiel como ninguno, siempre a nuestro lado, ovillado a los pies de la cama, dispuesto cada mañana a lamernos las manos para dejarnos su saliva indeleble entre los dedos.

Y Aute en su barco pirata, tomando “la heroica decisión de seguir esperando no se sabe qué”, “jugándose – canalla- a Maureen O’hara al dominó” con Robert Louis Stevenson en Vailima, mientras Hemingway delira, Frida Khalo aúlla de dolor y el perro despierta sobresaltado, con las orejas alerta, porque una bruja esquelética se acaba de escapar de las pinturas negras de Goya, afuera hay luna llena y suenan los fusiles de la intolerancia.

Pero queda la música como modo de redención, y la poesía, la pintura, el cine… todo aquello que la imaginación nos dicta y para lo que nuestro invitado,

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“viejo sinvergüenza”, tiene siempre las herramientas precisas como buen cultivador del más radical “carpe diem, pues sabe mejor que nadie que “decir espera es un crimen / decir mañana es igual que matar” porque “el pensamiento no puede tomar asiento / el pensamiento es estar siempre de paso….”. Y aunque el ascensor se detenga entre dos

pisos

encontraremos,

a

poco

que

nos

lo

propongamos, una manera decorosa de salir del apuro.

Ya lo dijo hace muchos años: “cuando sufres las cárceles del silencio / cuando duermes los sueños de la ignorancia / eres un crucificado”. Así que nadie se sorprenda, nadie se llame a escándalo por ese ejercicio de libertad sin trabas que hoy vamos a escuchar y a ver. El poeta dialoga con quien le escucha. El pintor dialoga con su modelo en una especie de duermevela llena de fantasmas mientras un perro llamado Dolor pasea indiferente por la vigilia de nuestros ojos sorprendidos.

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Fuera vestidos, flores y trampas y aprestémonos a escuchar a Luis Eduardo Aute y a ver unos dibujos a veces duros como la España negra a la que representan; a veces lúdicos; siempre “sin la vergüenza que a veces empaña ese instante apenas de transparencia”. “Fumando en la noche, junto al ruido de las calles repletas de historias” hoy tenemos el privilegio de encontrarnos con la palabra y las imágenes de alguien que se declara incapaz de elegir entre la pintura y la música y acaso por eso elige la locura de la palabra escrita y el dibujo animado: Luis Eduardo Aute.

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Presentación de Manuel Rivas (IX Jornadas de Poesía Ciudad de Palencia 8 de mayo de 2007)

LLAMADME NUBE

Si existe un lugar donde la poesía reside de manera habitual, ese es el de los gestos cotidianos:

La mano que dice adiós mientras dos pares de ojos se empañan de lágrimas cuando parte un tren cualquiera de cualquier estación. El gesto de la madre que mesa los cabellos de un niño a punto de acudir a la escuela. El rictus del perdedor que, sentado sobre una piedra, mira sin ver hacia un horizonte por donde el sol se pierde con su penúltima esperanza. La luz que se filtra entre las hojas de los árboles. Una muchacha comiendo una manzana. Un hombre con las manos en los bolsillos

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paseando por una calle vacía mientras la lluvia cae. Un paisaje verde de colinas desgastadas por el tiempo.

¿Qué mejores lugares que éstos para que la poesía habite?. No son necesarias alharacas, grandes metáforas, palabras sonoras y grandilocuentes que se declaman como quien llama al combate. Basta con decir: Bien poca cosa son estas montañas que no cansan ni a un hombre. Lomos de buey, colinas vencidas al norte y al sur por lejanos viajeros, gentes de viento a caballo del mar o del desierto.

Bien poca cosa son. Pero por la noche, la luna está cerca como una manzana.

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Únicamente es preciso esto para darnos cuenta de que la poesía, a poco que nos esforcemos, aparece sin disfraces en cualquier parte.

Y sólo necesitamos escuchar:

Ben pouca cousa son estas montañas que nou cansan nin home. Lombos de boi, outeiros vencidos a norte e a sul por lonxanos viaxeiros, xentes de vento de acabalo do mar ou do deserto. Ben pouca cousa son. Mais na noite, A lúa está perto como unha mazá.

Sólo eso para darnos cuenta de que la lengua es lo de menos, que cada cuál puede tener su propia sonoridad, pero la poesía es única y se reconoce cuando se

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pronuncia, muchas veces aún sin entender lo que estamos escuchando.

Al autor que hoy presento, muchos de ustedes lo conocen más como articulista, como autor de novelas memorables, algunas de las cuáles se han llevado al cine, como activista de causas perdidas y no tan perdidas, tratando de arrimar el hombro entre los chapapotes con que algunos desaprensivos quieren emponzoñar la realidad cotidiana, ese andar por la vida en armonía con la naturaleza y con las personas que es otra de las esencias de las que se nutre la poesía.

¿Cómo no iba a ser Manuel Rivas poeta?. Lo es por acción y por convencimiento y quien no lo sepa lo va a descubrir hoy, aquí, de viva voz.

No sólo en sus versos está la poesía de Rivas. Basta con leer cualquiera de sus historias para comprender que

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en él lo poético es una actitud ante la literatura y ante la vida. ”El hombre curtido se emociona al escuchar las cuerdas de su alma, como el niño, en el desván, una caja de música” , dice en una de esas historias, la misma en la que afirma que “la peor enfermedad que podemos contraer es la suspensión de las conciencias” y lo dice mientras a lo largo de unas páginas llenas de poesía y dolor transitan macabros

los

paseadores

de

las

“Brigadas

del

Amanecer”.

Qué, sino poesía, es su relato “La lechera de Vermeer”, justificado por el poema en torno al que se trenza la historia y que comienza diciendo: “Hace siglos, madre, en Delft, ¿recuerdas?, tú vertías la jarra en casa de Johannes Vermeer, el pintor, el marido de Catharina Bolnes, hija de la señora María Thins, aquella estirada, que tenía otro hijo medio loco, Julián Alonso


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Wíllem, si mal no recuerdo, el que deshonró a la pobre Mary Gerrits, la criada que ahora abre la puerta para que entres tú, madre, y te acerques a la mesa del rincón y con la jarra derrames mariposas de luz que el ganado de los tuyos apacentó en los verdes y sombríos tapices de Delft.” poema coloquial donde los haya y a la vez tan lírico y tan cercano como quien habla con un amigo.

Del mismo modo, poesía coloquial e intimista es la historia donde nos cuenta retazos de la vida de Samuel, el joven drogadicto de “Los comedores de patatas” y su hermano policía.

Y así podría continuar hasta la saciedad hablando de la perfecta imbricación que existe entre toda la obra de

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este escritor simbiótico que es Manuel Rivas, pero para qué, si en unos momentos lo van a poder comprobar.

Mais, eu non quero ficar nesta tarde a miña presentación desviando a súa atención por outros camiños distintos ós transitados pola palabra de quen hoxe está aquí con nós, puesto que lo mejor, y quiero decirlo antes de terminar, es que hoy vamos a escuchar una poesía con vistas, con vistas al mar, a las ciudades bajo la lluvia, al corazón de las personas y, como no, al molino de Ponte do Arnela.

Imoslle dar a benvida a o home da voz libre, o rey dos corvos, un camiñante que chega dende a nación das mazás e que os seus versos, versos do pobo da noite, comecen a soar forte neste lugar amigo.

Con ustedes, Manuel Rivas.

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Presentación de Tomás Sánchez Santiago (X Jornadas de Poesía Ciudad de Palencia 7 de mayo de 2008)

DE DÓNDE SALE EL SUEÑO

No creo que sea casualidad –la casualidad no existe y el azar es un ave cada vez más rara- que en este mes de mayo estemos conmemorando el décimo aniversario de las Jornadas de Poesía Ciudad de Palencia –ya sabemos que sólo en poesía se puede ser tan realista como para pedir lo imposible- y el cuadragésimo de otro mayo en el que creímos posibles todas las utopías y jaleamos la consigna de que la imaginación tenía que llegar al poder.

No, no es casualidad. La imaginación es sin duda un arma poderosa y muy poderosa tiene que ser para Julián Alonso


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hacernos creíble que una tarde calurosa de verano, Federico García Lorca estuviera reposando en un taller de la calle Feria de Zamora o que en una caja de herramientas, junto a destornilladores y llaves inglesas, convivan

en

armonía

ascasos,

durrutios

y

hasta

bacunitas, un material que no debería faltar nunca en nuestros talleres personales.

Y eso, eso y muchas cosas más es lo que nos hace creer Tomás Sánchez Santiago con su sabiduría de escritor y poeta y con esa imaginación de la que, en el reparto de la vida, le tocó un pedazo de la mejor parte.

Su obra comienza, públicamente hablando, hace ya treinta años, cuando inicia esa “Secreta labor de cinco inviernos”, donde a modo de confesión afirma: “No debo a nadie tanto / como le debo al frío” y es que el frío, cualquier clase de frío, aguza el ingenio. Ahí empieza todo, en el reconocimiento de una deuda y el esfuerzo por ir

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pagándola poco a poco con esa voluble moneda a la que llamamos Poesía.

Cuando uno presenta a un autor –y más en un aniversario tan redondo como estetentación

de

compararle

con

tiene siempre la

cualquier

personaje

incuestionable, para que esa comparación engrandezca de algún modo al presentado, pero si tengo que decir que Tomás Sánchez Santiago se parece a alguien, no me queda más remedio que compararlo con el protagonista de uno de sus poemas más celebrados. El poema en cuestión se titula “Uno que no descansa” y nos habla de una persona que está en constante movimiento, uno de esos seres peculiares que, desde su aparente vulgaridad, acaban por ser referente de muchas cosas porque nos hacen reflexionar sobre su actitud ante la vida y, casi sin sentirlo, compararla con la nuestra.

El personaje en cuestión es alguien que parece guardar el secreto del movimiento continuo, haga lo que

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haga, esté donde esté, nunca está quieto. Sus pies no paran de moverse:

Todos lo sabemos: ese hombre no descansa nunca y apenas si se frota con la musculatura de los sueños, huye de lo real endurecido y pasa a nuestro lado empujando su oscura mercancía, barriendo sombras de palabras, corrigiendo con las manos el malestar del aire. Y sólo cuando él nos deja caemos En la cuenta de que ya no hay nadie en el local. Nos hemos ido todos

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con él, que se lleva entre los dientes lo roto y lo sombrío del día, aguantado en la punta de su respiración innumerable.

Así es Tomás: una persona que no descansa nunca en su afán de bucear en el recuerdo, el explorador arrojado que sale en avanzadilla buscando las trampas que la memoria nos tiende, para interpretarlas y descubrir en qué momentos de la existencia se nos van encendiendo esas pequeñas luces que conforman el árbol de Navidad de nuestra vida.

Y puesto a descubrir, descubre que los paquetes que más pesan son los que contienen sueños y deseos, o cuestiones tan fundamentales como esta que nos cuenta: “Los tempranos gorriones de la deshora, los perros sedientos, los colegiales insubordinados y el temblor del cielo

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duplicado en esas aguas inesperadas nos revelan de pronto para qué sirven los charcos”.

Un chispazo de lucidez –uno de tantos- ¿para qué sirven los charcos?. Una pregunta sencilla y una respuesta que de pronto se nos revela.

Este es Tomás Sánchez Santiago, un poeta minucioso en el detalle, con una gran capacidad de observación, ausente de retórica, cultivador de la palabra precisa, la exacta metáfora que hace volar el poema pero impide que se ande por las ramas y, sobre todo, un poeta cuya obra está teñida de una gran sinceridad. Tomás nunca escribe nada que no quiera escribir, porque aún así, sospecha que no siempre salen esas palabras justas que se afana en buscar, las que designan de verdad cada cosa con la precisión del viejo relojero; que a veces salen nombres que nada nombran o nombran algo distinto de lo que quisimos evocar, que queremos hablar, aludir a

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alguien, algo, “…y caen desiertos los nombres al suelo, / se borran por las alas las palabras / como agotados pájaros”.

Este es Tomás. Un infatigable explorador que como aquel Clint Macolo de la eterna caravana de nuestra infancia, como el personaje de su poema, no descansa nunca, agota su vida en un ir y venir por la frontera siempre preguntándose:

De dónde sale el sueño.

Su hospitalaria lana amodorrada -que se nos viene encima derribándolo todo; desmintiéndolo todo con su bajo alentar-, qué será…

…de dónde… y qué habrá luego… …más allá de sus últimas orillas, quemadas ya las flamas vivas de la memoria,

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sofocado el deseo, fofas sus telas locas… . …qué habrá entonces… ¿un reino o el silencio? …………….

Pero como no puede haber silencio cuando de poesía se trata, porque aún sigue vivo y pendiente de cumplir aquél afán de un mayo de hace cuarenta años del que, si algo aprendimos, fue que bajo el asfalto está la playa y porque

Contra espejos, contra números sigue pendiente una revolución que empiece en la niñez de la mirada y ponga a arder de nuevo el alma en retirada de las cosas…

no podemos desaprovechar la oportunidad de compartir la sabiduría poética de quien hoy nos acompaña.

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Por esta sala han pasado a lo largo de diez años muchos grandes poetas y yo he presentado a alguno de ellos, sin embargo hoy es una de las veces en que lo hago con mayor satisfacción y espero que después del recital estén ustedes de acuerdo conmigo.

Les dejo con Tomás Sánchez Santiago.

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