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DIARIO ALFIL viernes 14 SEP 2012

PAUL AMIUNE

No se trata de cacerolas, sino de las libertades (Viene de Tapa) Lo central del episodio es que muchas personas decidieron movilizarse contra un cúmulo de decisiones del gobierno que entienden como atropellos a sus libertades (muchas ciertamente lo son) y como un afán de poner algún límite al arsenal aparentemente inacabable del kirchnerismo para golpear a los que piensan diferente. Un hecho significativo es que las concentraciones de la víspera no tuvieron dueño alguno. Convocadas a través de las redes sociales, el correo electrónico o los mensajes de texto, ningún partido, ni sindicato, ni medio de comunicación pudo arrogarse su autoría. Casi que podría decirse que, si existió un factótum, fue la propia presidente. Con sus recientes iniciativas y arbitrariedades, catalizó mejor que nadie el descontento latente hacia ella. Movilizaciones sin jefes ni banderías, y apenas con una militancia de ocasión, son un peligro para cualquier gobernante. Nadie que viva por y para la política está preparado para lidiar con masas sin nombres ni caudillos, que apenas reclaman más moderación y democracia. ¿Cómo atacarlas, como denigrarlas, sin caer en posiciones ridículas? Los políticos aman la lucha (en esto, Sarkozy no es demasiado diferente a Rafael Correa, por ejemplo), pero el combate requiere siempre un oponente, real o ficticio,

contra el que descargar su fuerza. Sin contrincante no hay lucha verosímil, no hay apoyos al púgil en guardia. A Cristina y a sus espadas les costará mucho trabajo explicar los sucesos de anoche como parte de su lucha contra una gran conspiración surgida de algún desconocido poder monopólico, especialmente cuando la mayoría de los manifestantes prefirió apelar a significantes tan puros, tan simples, como la libertad y el respeto a la constitución. Es muy probable que el gobierno haya menospreciado el impacto profundo de su radicalización ideológica. Enviar a la AFIP a investigar a los enemigos, restringir la libertad de viajar hacia donde se desee, negar la posibilidad de comprar dólares, estatizar empresas de la noche a la mañana, amenazar con fundir a los empresarios que se animan a expresarse en contra del modelo y violar cotidianamente la escasa institucionalidad que aún queda en la Argentina son cuestiones que despiertan los miedos sociales más atávicos. Sucede que la libertad, aquella palabra que poco se utiliza en la Casa Rosada, es un valor que casi todo el mundo da por sentado en cualquier democracia madura, pero Cristina ha logrado que grandes sectores de la sociedad se sientan, por primera vez desde la dictadura militar, con temor a perderla. No estrictamente la libertad física (al menos por ahora), sino aquellas

libertades que pueden ser liquidadas de a poco, en cuotas, y que resultan fundamentales para el hombre moderno. Esto es lo que impulsó a las cacerolas a tomar nuevamente la calle: la sospecha que detrás del famoso “vamos por todo” se esconden los peores fantasmas del autoritarismo. Si a un argentino promedio se le hubiera preguntado, hace dos años atrás, si la Argentina iba en camino a ser como Venezuela, la respuesta mayoritaria hubiera sido que aquello “era imposible”. Esto no sería cierto hoy. Chávez es el gran espejo que devuelve la imagen de Cristina, al menos para importantes sectores de la clase media. Este es el gran límite, el rechazo al fascismo práctico que cultiva en forma creciente el kirchnerismo y que cada vez lo emparenta más con el pintoresco líder bolivariano. Para peor, ni Cristina ni sus seguidores hacen ningún esfuerzo para contradecir tal percepción. Las salidas de los presos por intercesión de “Batayón Militante”, la invasión a las escuelas por La Cámpora, las mentiras del INDEC y las expropiaciones arbitrarias se consideran como los signos más evidentes de la indisimulable chavización de los K. Ciertamente, no existe un antídoto oficial inmediato para desmentir este poderoso aliciente a la protesta. Apesar de haber prescindido de ellos, muchos políticos opositores han dado

la bienvenida a la protesta. De la Sota, especialmente, debe hacerla considerado como una especie de bálsamo en la refriega que lo enfrenta con la Nación. Entre las banderas de los manifestantes se colaron frases que bien podrían haber hecho suyas. “Pensar distinto no está mal”, rezaba una pancarta frente a Patio Olmos, un auténtico resumen de lo que sostiene por estos días frente a la prensa nacional. Sin embargo, nadie con alguna experiencia debería hacerse muchas ilusiones de los alcances de estas experiencias populares. Sin liderazgos que las encaucen hacia un programa alternativo o sin organización para hacer frente al gobierno en las próximas elecciones (la última ratio de cualquier república) estos sucesos no pasarán del hastío y, si nada sucede en adelante, de la frustración. Toda esta energía pacífica, que remite a las libertades y al freno al autoritarismo, se desperdiciará si la dirigencia opositora no se anima a plantar bandera. De la Sota, claramente, marcó un camino pero, de momento, ningún otro líder parece acompañarlo en forma entusiasta. ¿Lo harán ahora que Twitter y Facebook le han puesto voz a una oposición popular que todavía espera que alguien se atreva a liderarla? Los próximos meses serán apasionantes – entre inevitables cacerolas y más movilizaciones espontáneas – para desentrañar este enigma.


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