Bar de La Mancha

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Incierta es la relación entre realidad y fantasía, e incierta es, en último término, la realidad. Difícil que sea de otro modo, cuando no imposible, puesto que «la realidad» es, en esencia, una experiencia, y por tanto humana, que es lo más incierto que hay : Un mirar que transforma lo que toca, como un Midas cambiante, engaño que siempre veremos como verdad… hasta toparnos con el siguiente engaño. «Nadie sabe lo que contiene un corazón humano», nos dice el anónimo autor de los escritos de este libro, y lleva en ello razón, pues todo lo que hacemos, escudriñando lo que existe entre el Cosmos y nuestro ombligo, desde el inicio del tiempo, es buscar saber qué somos, cómo somos, y por qué somos aquello que somos, siempre con el afán de cambiarlo. Un imposible, diría el Orinante Pensador, admirador del Quijote, notable esteta de cantina, que es como decir de la




Bar de La Mancha



Gaspar Ruiz de Castilla

Bar de La Mancha



Bebo cuando tengo gana, y cuando no la tengo, y cuando me lo dan… Sancho Panza El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha

May you be in Heaven a full half hour before the Devil knows you’re dead ! Irish drinking toast



A Jackie Dondequiera que estĂŠs En el deseo de verte pronto

A Richard Por comprender Por estar ahĂ­ cuando fue necesario



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Lores sumir dolor set amen, pera ta lisis exaudir, dolora engaita individua que et. Pera copiosas eferente et. Este id vero soleo. Conque primos ne pre. Hum vero ulula remador ad. Legare judicatura corpuscular ex dio. Ame cuita trastumbas ano, pera ea males ludes domine. In este soleta verdear civismos. Ex uso ilumina incomodo discurre, enigma piscis gubernar ame in. No pro dique tantas presentero. Haute detractar cu sita. In insomnes latine nao, presentir oficiante que tu. Te reverter racionista oficiante mee, mela natura domine et. Has no notros discurre, ne quemo equidad pre. Minimiza moleste pedrusco mela id. Cu voluptuoso abejorrea idus, noreste aliena nao ad. Mela ea ames venial verdear, divisase tamuja abellacas et que, pre discanta cellisquea cu. Ea vis conque aliena catapulte. Que id nial consecuente. Uso remunere pertinacia incidente tu. Juan de la Cueva Suplemento a Virgilio Polidoro



… Al apreciado lector …

Quizá debiera decir aquí, como se hace en encuentros de dipsómanos, echando un largo trago : ¡ A tu salud, amigo querido! ¡Yo te estimo hasta las lágrimas! ¡Lo juro ! Curioso es que, viniendo de antiguo la relación de bebida y escritura, y siendo esta muy estrecha, no exista, hasta donde sé, el campo de la Literatura Dipsomaníaca, con marco teórico propio, copioso aparato crítico, y momentos, obras y personajes estelares, borrachos impenitentes reales o imaginarios. Cosa es de Perogrullo decir que los hay, me atrevo a señalar, y de igual modo se puede afirmar que mucho habrá por ahí para componer una enjundiosa antología. No hay, entonces, en este pequeño legajo la pretensión de algo original, mas si en los desvaríos espirituosos aquí recogidos hubiere alguna industria novedosa, por modesta que fuese, me apresuro en decir que ello no ha de ser mérito del suscrito, quien sirve apenas como escriba, transcriptor o fedatario (o cosa de similar talante, salvo plagiador) de desvelos y quebrantos ajenos, cuando no de mirada atenta ante la humana condición, y de su vuelo imaginativo. No pretendo, por supuesto, un disparate tal, pues nada hay de nuevo bajo el manto de Helios, menos aún con palabras que me son ajenas. Y aun 13


cuando no tengamos noticia de ello, es consuelo pensar que tales delirios guardarían feliz acuerdo con aquel espíritu que vaga libérrimo por bares, tabernas y mesones a los que concurren almas perdidas en busca de efímero solaz (cuando menos, es lo que damos en creer con frecuencia), cuyos azotes y deliquios permiten poderosos encantamientos que logran transmutar la sangre en vino y a amenazadores gigantes en dóciles molinos de viento. ¿Por qué Bar de La Mancha?, se preguntará el leedor de estas líneas. Pues bien, fue el caso que, interesado desde siempre por los tipos pintorescos y los cuadros de costumbres, al lado de sentir grande curiosidad por las estrategias de humana supervivencia, en mi diario trajinar por el distrito de Surquillo en pos de menesteres laborales solía llevar conmigo una cámara fotográfica que me permitiese recogerlos a fin de componer… ¿qué?, ¿un libro, un álbum de estampas, una galería de personajes curiosos?… pues no lo sé, y aún hoy me lo pregunto. En esas me hallaba, cuando una mañana hace muchos años pasé delante de un garito de la calle Dante en cuyo umbral había una mesa en la que individuos de edades diversas charlaban y bebían cerveza. Decidí tomarles una foto (aquella que engalana nuestra portada), por lo que detuve el vehículo para apearme y registrar la escena. El grupo, sorprendido con que un extraño deseara retratarlos, accedió de buena gana por juzgarla graciosa excentricidad, mostrándose generoso con la dorada bebida invitándome 14


a un vaso. Apurado el fermento gramíneo, sentí la necesidad de aliviarme en el retrete, y hacia allí dirigí mis pasos atravesando un salón de olores pesados que se encontraba casi a oscuras; caminando sobre un piso colmado de aserrín, fuerte se escuchaba los aires melancólicos de un bolero cantinero en la voz aguardientosa de alguien que denunciaba la perfidia de una mujer que se había ido con otro, el cliché más gastado del género y quizás el único pues todos cantan lo mismo. Entré con cuidado al retrete, el olor a heces y a orina golpeando mis fosas nasales, cuidando de pisar seguro con cada paso que daba. Luego, sujetar los pantalones para evitar cualquier contacto y, por último, proceder con la micción. Extraña fue la experiencia de estar aliviándome y, de pronto, levantando la vista mientras satisfacía la urgencia, encontrar en la pared un texto inesperado en ese lugar de espanto: Dijo el sabio en Atenas: Para evitar la crítica, di nada, haz nada, sé nada. He aquí el problema: Decir nada, hacer nada y ser nada pueden ser legítimas formas de crítica. Por ejemplo, el gesto valiente de un objetor de conciencia, como Bartleby, una voz que desde su patética nada se alza acusadora contra un dios injusto. (De existir, claro.) No puedo decir que no estoy en desacuerdo.

Quedé de una pieza, tal la sorpresa del hallazgo, y de inmediato se echó a andar la máquina del seso: La cita 15


al inicio era frase de Aristóteles, algo que el comentarista debió saber, por fuerza. ¿Por qué no lo señalaba, por qué aludía de soslayo al padre del Occidente civilizado, nada menos? Pudo decir «el sabio», y el enunciado hubiese servido su propósito, pero la precisión «en Atenas» fijaba el marco temporal pues aludía a la Grecia Clásica, ya que de otro modo el sabio podría haber vivido en años inmediatamente anteriores al presente. Sin embargo, dicho resultado se lograba señalando el nombre del filósofo. ¿Por qué no lo hizo así? ¿Modestia del comentarista?, ¿deseo de reforzar lo afirmado, no distrayendo al lector con algo accesorio?, ¿quizás la intención de no alienarlo, quitando la etiqueta de Gran Filosofía? Y luego, teníamos el argumento del polímata: ¿Cuál es la relación entre decir, hacer y ser? ¿Si digo algo no estoy haciendo algo? ¿Por qué era necesario, además, incluir las tres instancias? ¿Ser crítico, o criticado, es evitable o inevitable ? ¿Las acciones no hablan por uno? ¿Es siquiera posible ser nada? ¿Hacer nada no es hacer algo? Más aún, ¿de qué crítica hablaba?, ¿de la que se recibe o de la que se da? La alusión a Melville, por otro lado, en oposición a Aristóteles, creaba un diálogo de tiempos históricos cuya extensión formaba un arco magnífico. La mención de un dios injusto, asimismo, expresada en condicional, era de una ambigüedad notable, pues no dejaba en claro si se afirmaba que dicho ente sobrenatural no existía, de hecho, o si no existía de una cierta manera: como injusto. Incluso, se podía pensar, 16


forzando el análisis, que siendo la injusticia uno de sus atributos, este no fuese el principal de ellos. La triple negación en el cierre era particularmente interesante, pues en ella el autor declaraba «no estar diciendo» –haciendo un guiño irónico al sabio– al tiempo que parecía dar la razón a Melville mediante un nuevo «decir sin decir». En adición a esto, el que en un primer nivel de significado no dijese de manera precisa con quién estaría en desacuerdo (o en acuerdo), si con el sabio o con el escritor del cuento, ni con qué lo estaba, si lo estaba, impedía formarse un juicio definitivo, haciendo de la lectura un vertiginoso acto de prestidigitación verbal. Las preguntas no se agotaban en las apuntadas, por cierto (abundemos: La presunta refutación del argumento aristotélico, ¿trataba sobre este, o era, más bien, un comentario velado –dicho sin decir– sobre el consumo contemporáneo de frases célebres como si fuesen píldoras de sabiduría, hecho por una angustiada humanidad henchida de milenarismo?), pero lo notable era que pudiese hacer circular un vigoroso flujo semántico en tan pocas líneas. Por último, ¡qué notable empleo de la ambigüedad, y qué esmerada concisión! Sin embargo, quizás lo más provocador era su empleo del humor, pues pese a caracterizarse el breve texto por una fina ironía, en la que lo no dicho era tan importante como lo dicho, podíase aún escuchar la risa leve, mas no por ello menos notoria, de quien era capaz de dejar un comentario como ese en un lugar como aquel, y esa, precisamente, era 17


la mayor de sus ironías : Tirar perlas a los cerdos… sin que lo sepa nadie. Y sin embargo, ese presunto desdén podía ser interpretado en sentido opuesto, como un gesto de respeto y de confraternidad, desprovisto de falso paternalismo, solidario, capaz de tratar al otro como un igual al no hacerle concesiones, prescindiendo de juicios preconcebidos. Pero algo más latía en el fondo, de mayor importancia que el mero juego formal y a lo que nos hemos referido antes al pasar. Era una toma de posición ontológica que parecía decir: No hay Grandes Verdades, y ni siquiera certezas. Las que hay, por importantes que sean, nunca serán permanentes. Nada se salva del paso del tiempo, que cambia inexorablemente a los hombres, ni de la corrosión de la duda. Hasta una institución como Aristóteles ha de caer. ¡Qué tal polisemia!, me dije. El autor sería anónimo, pero su oficio poseía una firma rotunda. Miré a mi alrededor, abarcando con la mirada el cuartucho en que me encontraba, constatando lo desolador de su aspecto. La poca luz me permitió descubrir otros escritos, ilegibles bajo una sucia capa de pintura, mal aplicada, además, pues se transparentaba aquí y allá. Diríase que la pared del urinario –definido por un murete que, a corta distancia de esta, corría de lado a lado separándolo del piso– servía de pizarrón, lo que me intrigó sobremanera. Acercándome con cuidado, distinguí con dificultad el inicio de una frase que, cuando comprendí su sentido, 18


me dejó atónito: «En un bar de La Manch…», el resto se hallaba perdido. No podía creer lo que tenía ante mi vista, y no podía aceptar que a alguien más el populoso distrito de Surquillo, y la ciudad toda, lugares de entuertos por antonomasia, le evocaran la fantasía de La Mancha cervantina. ¡Imposible coincidencia! No, me dije, ¡no puede ser ! Y sin embargo, era. Sumamente intrigado, salí del retrete con muchas preguntas en la cabeza y nadie a quién hacérselas. Azorado por el enigma, dirigí mis inquietudes al encargado de la barra, consciente del absurdo que sería preguntar por alguien de quien, por toda seña, solo podía decir que había escrito algo en la pared del urinario. Hecha la consulta, el muchacho me miró como si fuese un alienígena, por lo que, acto seguido, indagué por el patrón del lugar. Nueva mirada en blanco. Desalentado, miré en derredor para ver si descubría al autor del texto y… ¡nada!, ninguno me dio la impresión de serlo, solo cháchara inconsecuente sobre fútbol, política, mujeres o negocios. Sonreí, recordando «Explicaciones a un cabo de servicio», aquel cuento de Ribeyro donde dos personajes traman un gran negocio en un bar. La vida imita al arte, sin duda, me dije recordando a Wilde. Mis anfitriones, tras una densa nube de humo, discutían acaloradamente las incidencias de un reciente partido de fútbol. Me despedí con un gesto decepcionado al pasar a su lado, y salí a la calle con una sensación de ambigüedad en el ánimo. 19


o O o No es mucho lo que puedo añadir a esta historia, salvo que regresé incontables veces a ese bar de mala muerte a lo largo de esa década. El sitio nunca dejó de ser el antro hediondo y sucio que conocí aquella primera vez, y ni siquiera su nombre me fue dado a conocer a ciencia cierta, permaneciendo ignorado hasta hoy. Pareciera que hasta el esfuerzo de nominar el lugar resultaba excesivo para sus propietarios, e inútil para sus parroquianos. En mis visitas, hallé con alguna frecuencia nuevas inscripciones, unas breves y hasta brevísimas, y otras algo más extensas, mas siempre concisas, concentradas, densas. No pude saber, asimismo, si sería uno solo el autor de los escritos, o varios, pues la grafía mudaba, sí, pero no me decía aquello mucho ya que el carácter de los hombres es también mudable de acuerdo con la substancia que recorre sus cuerpos y posee sus mentes. Siempre que pude recogí las líneas con esmero, algo que debió agradar al tabernero pues pronto acompañé mis visitas con el consumo de una cerveza, so pena de no ser bienvenido. Iba armado de una libreta de anotaciones y de una lapicera que estuviese operativa, pues las magras condiciones de luz del sitio no permitían fotografiar sus paredes; además, nunca es buena idea tentar al diablo en lugares de sordidez, donde más de uno abriga el deseo de hacerse de un duro reduciendo por la fuerza al que 20


ve como extraño, lo que no les habría sido difícil por su lado ni por el mío. Y tipos malencarados los hubo, pues en ello el bar fue rica vega y constante venero. Pocos se libraron de caer bajo la aguda punta de sus dardos, y, si la magia existe, muchos debieron sentir en sus carnes el filo voraz de sus cuchillos, la contundencia de sus balas de plata, pues arremetió contra todo y contra todos, incluido él mismo pues no se tomaba demasiado en serio. Me considero entre las bajas –quiero creer que por fuego amigo–, por eso de: Época terrible aquella en que lo falaz se vuelve feliz con leve pestañeo y mero juego de palabras, y es música celeste el tintinar de las monedas. Los mercaderes de ideas, simples acopiadores de sentires ajenos, declaman sus solemnes arengas de salvación comercial en los templos del bienvivir, las almas perdidas por el desencanto y el hartazgo…

No pude evitar sentirme aludido, por ser, sin duda, acopiador de sentires ajenos, quizás mercader de ideas, y en definitiva el desencanto y el hartazgo eran lo mío. Pero más allá de estas circunstancias, puede decirse que, aun cuando sus temas fueron diversos, estos conocieron ciertas constantes (en sentido estricto, ciertas obsesiones): Desenmascarar el oportunismo del poder, denunciando su odioso control sobre las mentes, su pomposidad inútil, su fausto estéril; y luego, defender la libertad del individuo mediante un humanismo radical, arremetiendo contra 21


los molinos de viento de la mediocridad, el igualitarismo indiscriminado y el conformismo, pero también los de la ignorancia, la banalidad y la complacencia material. El suyo fue un rechazo visceral de la vocación autoritaria de los grandes números, de su amor por la tiranía, de su exigencia de sumisión mediante un chantaje moral que utiliza a su antojo principios y aspiraciones de gran nobleza, con los que trafica obscenamente. A estas sumaría otras, también importantes: Los problemas de la conciencia y del conocimiento, de la interpretación del mundo y de su inevitable relativismo. Ahora que me toca hacer de Cide Hamete Benengeli, atenderé en breve (por no ser lo mío la exégesis), antes de terminar, a su fatalismo… perdón, a su Fatalismo, como diría el autor con uno de sus recursos más corrosivos. En mi opinión, lo suyo no era ver en el mundo optimismo ni pesimismo, sino llamar a las cosas por su nombre, por lo que son, como las veía, sin afeites, un ejercicio de realismo a ultranza, si bien poco o nada tolerante con la necedad humana. Libre de convenciones, llevó esto último hasta la hipérbole, incluso al panfleto y la caricatura, en lo que conoció extremos pues tenía fobias y preferencias, aunque ninguna, por cierto, gratuita ni incondicional. ¿Fue su ocasional cercanía a lo que la mentalidad burguesa llama «el mal gusto» la puesta en práctica de su tesis del exceso? Es posible, pero sospecho que nuestro amigo cargaba las tintas más por afán paródico, buscando un cierto 22


efecto estético –en verdad, el golpe efectista–, antes que por verdadero sentir. Su humor, cáustico, irreverente, no hacía concesiones, y debió serle liberador, terapéutico. A juzgar por el estilo, su oficio debió estar ligado a la escritura –quizá periodismo, o corrector de estilo– y ahíto de doctas lecturas, y que llegado al retrete escribía con ideas resueltas, el alcohol un acicate de la reflexión antes que del escribir. Y que, émulo de Flaubert, no escatimaba esfuerzos buscando la palabra justa, siéndole cara la eufonía. Aunque sin indicar fecha, le ofrezco los escritos según su tiempo, que fue el de su cosecha, no el de su siembra, pues esta no podía ser columbrada. Ello porque no fue raro hallar más de uno, haciendo más difícil fijarlos en el calendario (¿cuál fue primero, cuál después?), y porque las visitas al bar –en verdad, al retrete, aunque llame ello a delirio quijanesco–, por otro lado, fueron irregulares, según los deseos del azar, que distintos de los míos discurrieron, aumentando su incertidumbre. De modo grueso, es de notar que nuestro autor fue haciéndose pródigo en palabras y disquisiciones con el paso de las estaciones, ganando en gravedades y perdiendo un tanto en cosa de juego y travesura. Mas a pesar de haber madurado en desencantos, nunca abandonó el gusto por la diversión palabrera, puesto que, en él –ya se ha dicho, más bien es insistirle–, el humor, un tanto negro, como noche sin luna, y dentellado, como son ciertas criaturas que en ella medran, mas no estropeado, incluso en la vulgaridad, 23


era irrenunciable, como el hígado o las glándulas suprarrenales, sólo que más inflamable que dichas vísceras y presto de aparecer si la ocasión lo exigía. Y con frecuencia lo hizo, sacándole provecho en la pintura de los poderosos y de los estúpidos (que lo uno se acompaña de lo otro por lo común) sentados en la taza con los pantalones abajo, digámoslo así, con coroza como justa mitra, retratos que este rescatador de luces ajenas optó por conservar a oscuras. Y tan grande fue el afán de juego de este bromista redomado que es muy probable que mucho de ello fuese un ardid para embrollar al suscrito, cuyos afanes de burócrata registrador (y bien sabemos lo que de dicha casta pensaba) pueden no haberle pasado ocultos, alimentando su apetencia de pendencias del acumen con la más grande de todas: Incitando el plagio de un plagio, pues al ignorarse su origen se abre la puerta a la bastardía; broma que también sería gastada a costa suya, amigo lector, haciéndolo cómplice del delito. No sabemos cuándo dejó de escribir, ni el motivo, ni si lo hizo, pues salvo sus textos el autor permaneció en el misterio. Quién sabe se encuentre ahora visitando otros bares, volcando su atrabilis y sus epifanías en las paredes de otro retrete, adecuada metáfora de un mundo forjado por seres que se regodean en sus flaquezas, metonimia justa de La Mancha surquillana, limense o perulera, vanos lugares hartos en entuertos y necesitados en extremo de nobles caballeros andantes, de adarga, escudero y rocín. 24


No sabemos, decía, de sus beveedurías, como él las llamaba, ni por qué cesó el caudal de su río. Solo sabemos que secóse de pronto, no habiendo más remedio que aceptar su partida tras meses de ir al Bar de La Mancha, como dí en llamarlo por haberlo él así bautizado, y encontrar nada nuevo. Al cabo, dejé de asistir por carecer de motivo, pues el mero beber, para mí, nunca fue suficiente. Echo mucho de menos la sorpresa del hallazgo, y hasta la música llorona, y los rostros y las actitudes, ora cetrinos ora eufóricos, me resultan ahora entrañables, aunque mucho me cueste admitirlo. Los sucesos de esta crónica tuvieron lugar la penúltima década del siglo pasado, llamada «la década perdida», años que he deseado olvidar, y que olvidé, de industria, por largo tiempo. Aliviado el malestar, me fue posible sacar la libreta de apuntes con las reflexiones parietales de nuestro autor, que ahora pongo en sus manos, amigo lector, en cuidada selección. Antes de terminar, deseo contarle de mi sorpresa cuando en días pasados busqué el bar y encontré en su lugar una ferretería, uno de esos templos del utilitarismo y del lucro incesante. Abominable traición, así lo sentí, como una infamia, pues sólo cabía poner en su lugar un prostíbulo, o una sala de juego, o alguna otra cosa de perdición, como un fumadero de opio, que son en verdad de liberación. Y es que no solo es prerrogativa humana perder el alma, sino que su extravío es condición para encontrarla, pues es la oscuridad lo que permite a la 25


luz brillar intensa. Al final del día, saber dónde se encuentra uno no es más que un mero creer saberlo. Puedo ver en mi imaginación al –según su propia expresión, que denota con ferocidad la radical dicotomía de lo que somos– orinante pensador : El rostro grave, un vaso de cerveza sobre la mesa, solitario las más de las veces, triste, cavilante, leyendo o escribiendo. Puedo imaginar su reflexión sobre el ferreterismo desalmado, y su otra cara, el iluminismo propiciador de mediocridades colectivas y colectivistas, compuesta como una irónica paráfrasis de don Alonso: En esta época aciaga, Sancho, los perros ladran aun sin que caminemos… (¿Importará mucho que la frase que da lugar a la paráfrasis sea apócrifa, pues no aparece en ninguna parte de la novela de Cervantes; haya sido escrita originalmente por Göethe, en un poema de 1808; y que el único Quijote que alguna vez la dijo haya sido el de Orson Welles, uno de los más grandes embusteros del siglo xx?…) Gaspar Ruiz de Castilla

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I

El sentido estricto de una mierda, Âżes otra mierda?

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II

El mundo peligra cuando los ĂĄrboles sueĂąan que son arbustos.

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III

ÂĄDĂ­as mentirosos! Esconden su oscuridad solo para hacernos creer que no es de noche.

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IV

Lo nuestro es Pesimismo Filosófico: Aquí los vasos siempre estarán medio vacíos.

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V

Recemos ahora el Padre Nuestro de cada dĂ­a: Pater Noster, ÂĄMorituri Te Salutant!

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VI

Un elogio aplaudido y moderno: Es un hombre común. Una denostación histórica: Es un hombre común. Por dios, ¡qué comunes son los hombres! (La más común de las invocaciones para expresar la más común de las tautologías, la más común de las obviedades.)

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VII

Perdido, cual náufrago. Ubicado, como condenado. ¿Y tú?

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VIII

Algunos amores empiezan siendo un recuerdo. Pero he olvidado cuåles‌

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IX

Angustia descubrir que la estupidez es una de las mรกscaras del Caos. Mas peor serรก si, al final, el caos resulta ser una de las mรกscaras de la Estupidez.

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X

Tras un agravio, la peor descortesĂ­a es no darse el trabajo de fraguar una simple mentira como disculpa.

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XI

Ante una descortesía, la mentira puede superar a la verdad como disculpa. ¿La razón? Requiere verosimilitud, y esta histrionismo, creatividad, pudiendo alcanzar las galas del arte. La verdad solo requiere decirla, una infidencia que interesa nada más que a las mentes simples.

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XII

En el reino del azar extremo todo es posible. (Hasta la razĂłn y el sentido comĂşn.)

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XIII

Sufro esta paradoja: No sĂŠ si lo nuestro es un absurdo entre dos imposibles o un imposible entre dos absurdos. Pero igual lo amo, por nuestro. QuĂŠ disparate.

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XIV

Esperar y esperanza. Palabras parecidas, mas diferentes. ¿En qué se asemejan, qué las diferencia, qué las liga? Lo siguiente: La vida, en el fondo, no es más que un esperar la llegada del fin, una espera que se esconde tras el dulce disfraz de la esperanza. De que no llegue, de que tarde, de que haya valido la pena. Eventualmente, las dos terminan al mismo tiempo, y por la misma razón.

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XV

Estoy metido en un duelo de colosos: El mundo me ignora, porque yo lo ignoro primero. (¡ Y más  !…)

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XVI

El sueño existe en estado de rebeldía.

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XVII

Los idealistas son criaturas cuyos sueños atentan contra la realidad. Esta se ríe de ellos, pues sabe que los idealistas no cruzan fronteras. (Su risa se debe a que las fronteras son líneas imaginarias que existen en estado de conflicto, como cables de alta tensión.)

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XVIII

Si las fronteras son conflictivas líneas imaginarias que semejan cables de alta tensión, es un problema que los pájaros puedan posarse en ellos. (Y es que los idealistas no se percatan del juego sutil del que son objeto cada vez que los miran, tentados, azuzados…)

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XIX

La materia existe –sólo puede existir– en estado de conflicto, sea abierto o en potencia. Por limitada, por incompleta. Es como un sueño que necesita hacerse realidad, y sufre por ello.

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XX

El pragmático es el mayor idealista de todos, por ser cauto y prestar atención a la realidad; pero, sobre todo, por la osadía de imponerle sus sueños, por pequeños que sean.

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XXI

La pequeñez de sus sueños es la mayor virtud del pragmático, pues ello le permite engañar a la realidad, siempre esquiva, y alcanzar sus objetivos. Un camino por el cual llegan a grandes cuando persisten (casi se diría que por acumulación, por asedio, un enjambre de acciones que la atacan sin piedad hasta torcerle el brazo).

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XXII

El peor de todos los idealistas es el filósofo que aspira a pragmático: El revolucionario. Este nunca llega a comprender que la realidad crea para él, y sólo para él, una versión paralela de sí misma, para que juegue con ella. (Para diversión de la verdadera, claro.)

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XXIII

Los idealistas abominan de la realidad. Esta, en cambio, los adora. (Como el gato al ratรณn.)

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XXIV

El Estado no es otra cosa que la materializaciĂłn de nuestros miedos, todos juntos, concentrados hasta el espanto. Ello explica la actitud reverencial con que lo vemos, la ridĂ­cula pleitesĂ­a que le rendimos.

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XXV

Lo muy grande, como el Cosmos, y lo muy pequeĂąo, como los quark, evocan en nosotros el sentido de lo abstracto. Entre ambas dimensiones existimos, por lo usual inconscientes de estar poblados de abstracciones. (O de ser una, grande y pequeĂąa a un tiempo.)

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XXVI

La materia existe atravesada por sueños, que buscan completarla. De ahí su tensión, su conflicto.

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XXVII

El burócrata y el fanático religioso tienen una sola cosa en común: El culto a la letra. Perdón, a la Letra.

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XXVIII

No, miento, son dos cosas: El fanático religioso es el burócrata del cielo. (Como no lee entre líneas, no sabe que la letra pequeña lo condena a serlo en realidad del infierno. Perdón, del Infierno.)

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XXIX

Para el fanĂĄtico religioso la letra no connota, solo denota. Cualquier lectura entre lĂ­neas serĂ­a aceptar un embarazo solapado, contranatura. Bastardo.

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XXX

El burócrata es el fanático religioso que vive feliz en su Paraíso de formularios, de firmas, de papeles. Sus huríes no tienen cara, sino sellos.

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XXXI

Algo más que une al burócrata con el fanático religioso: Ninguno puede sustraerse a su ministerio, que es la tiranía del púlpito. Poco importa si en nombre del cielo o de la ciudad, o de cualquier otro pretexto elevado…

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XXXII

Con frecuencia nos resulta difĂ­cil, y acaso imposible, renunciar a nuestras heridas. Y es que estas son, primero, como nuestros hermanos, a los que no escogemos, y luego, como amigos de la infancia, que ayudaron a formarnos mientras crecĂ­an con nosotros. Las amamos, entonces, porque son nuestras. (Y porque dan al mundo su forma, su sentido.)

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XXXIII

Otras veces, no lo hacemos porque –perdido en el abismo del que nos habla el filósofo– vaga en nosotros el fantasma de su nacimiento, el sino maldito y bienintencionado que buscaba educarnos. Proyecto que, de alguna manera, nos sentimos compelidos a culminar dejándolo en su sitio, actuando en nosotros…

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XXXIV

La conciencia, si parcial, suele ser operativa. Si completa, tiende a la contemplación. Y es que el Gran Teatro del Mundo solo puede verse desde un eón, lo que supone caminar a tres centímetros del piso. (Centímetros-luz, se entiende.)

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XXXV

Todo en nosotros tiende a la contradicción. Todo apunta a la simultaneidad, al alud, al exceso, hacia algo absurdo como un corazón generoso que comete un acto de terrible egoísmo… sin percatarse de ello. Es triste descubrir que nuestra mayor vulnerabilidad pudo ser nuestra mayor fortaleza, algo que tarde se comprende.

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XXXVI

No puede uno reĂ­rse de las grandes verdades. Uno debe hacerlo solo de las Grandes Verdades. (PerderĂ­amos el tiempo riendo de lo que no existe.)

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XXXVII

Toda moral encierra una utopía, y toda utopía una mentira, la más artera de todas: La que nos toma de rehén estando indefensos. La que creemos incluso antes de poder decirla, por nacer con nosotros. La que se alimenta de nuestros miedos, de nuestras debilidades, de nuestras carencias, de nuestras culpas, de nuestros incontrolables deseos, de nuestras dudas…

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XXXVIII

«La Verdad existe» es el cuento más difundido del folclor humano. Sin duda, la comedia negra es el género literario más antiguo y popular que tenemos. (¿O será el de terror?)

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XXXIX

No hay certezas. Sรณlo dudas que lo parecen por estar endurecidas a fuerza de buscarles respuesta.

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XL

Lo único cierto es la contradicción. ¿Quién podría negar, por ejemplo, que nuestra intrínseca fragilidad ha sido nuestra mayor fortaleza?

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XLI

Mientras mรกs grande es una Verdad, mรกs crece la mentira en que se convertirรก con el tiempo.

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XLII

Si a todo argumento se opone un contra-argumento, ¿a toda contradicción se opone una contra-contradicción? Si fuese así, ¿equivaldría esta a un enunciado coherente, a una verdad? Y si fuese así, ¿significa ello que algo pueda surgir de nada? Ah, sí puede. Otra contradicción.

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XLIII

La única ley que reconoce el universo es la Ley del Caos: Todo regresará a mí.

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XLIV

Nuestro afán de certezas tiene muchos nombres: Dagan, El, Marduk, Ishtar, Moloc, Satanas, Zeus, Brahma, Yahvé, Cristo, Buda, Alá, Babalú-Ayé, Quetzalcóatl, Apus, Ciencia, Progreso, Igualdad, Felicidad, Libertad, Democracia, Inclusión, Justicia Social, Nación, Belleza Física, Juventud… En fin, la lista no acaba, mas el mejor es Afán de Certezas. (Por primigenio, supongo.)

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XLV

El fondo de una botella es como un lente magnificador, un microscopio capaz de mostrar lo que no se ve a simple vista. TambiĂŠn es un prisma, que descompone en sus partes el haz de realidad de lo que somos. (Y tambiĂŠn una linterna mĂĄgica, que permite apreciar unas sombras haciendo travesuras sobre un plano evanescente.)

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XLVI

Un ideólogo es la síntesis perfecta de principios opuestos: Posee, de un lado, la indiferencia absoluta del burócrata, y, por el otro, la insaciable preferencia por lo absoluto del fanático religioso. Una forma de desprecio con una forma de aprecio. El frío y el calor, el hielo y el fuego. Solo así se puede matar millones.

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XLVII

El mundo no soporta por mucho rato el peso de una mirada atenta.

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XLVIII

La conciencia de la prisión hace que el sol brille más en el patio. (Y también, que el viento sople más fuerte.)

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XLIX

En el fondo, no somos más que un fuego de palabras. Perdón, un juego de palabras. (Algunas veces hermoso y divertido, y hasta inteligible…)

77


L

Es inevitable: el mundo siempre serรก plano para alguien.

78


LI

Nuestras miradas y nuestras palabras saben mejor que nosotros lo que guardamos en el corazón, y de la mano caminan las malditas, cómplices, delatándonos a veces unas y a veces las otras, siempre riéndose a costa nuestra en una broma que solo ellas conocen, solo ellas comprenden…

79


LII

Lo Ăşnico que sabemos hacer los seres humanos, lo Ăşnico que podemos hacer, es despedirnos, constantemente. Nuestra vida es una prolongada despedida. (DifĂ­cil que sea distinto en quienes son aves de paso.)

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LIII

Quienes aspiran a la libertad, ignoran que los barrotes tienen forma de recuerdos, de costumbres, de normas. Incluso los afectos contribuyen al encierro, pues son deuda que demanda cobranza, y que, cuando impaga, es culpa que no acaba. Su ausencia tampoco libera, pues su toque de hielo nos oprime. Mรกs sentido tiene vivir con los ojos abiertos.

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LIV

Lo único cierto es la risa irónica con que el universo nos saluda cada mañana. (Y con la que nos despide –y nos despedirá– por la noche.)

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LV

¡ Tanto que hacer, tan poco tiempo para hacerlo ! Perdón, ¡ tanto que beber !…

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LVI

¡Ah!… ¡El tesoro que se esconde en el fondo de una botella! Es como una perla, que exige bucear para encontrarla…

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LVII

Todos nuestros deseos son como botellas lanzadas al mar, que es el Mar de las Dudas. Ha querido Zeus, o quizรกs Neptuno, que algunas lleguen a su destino (para hacernos creer que ello es posible, de modo que sigamos lanzรกndolas).

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LVIII

Toda botella contiene un mensaje, y todo mensaje relata un naufragio. En ocasiones, es el autor del escrito el nรกufrago, y en otras la botella y su mensaje son los que se hunden irremediablemente en el fondo de las aguas. (Casos hay en los que ambos encallan al mismo tiempo.)

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LIX

No es casual que el Mar de la Tranquilidad quede en la Luna.

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LX

Definiciรณn que no encontrarรกs en el drae Bar, cantina, taberna: Nombres con que hoy se conoce a la Academia de Platรณn y al Liceo de Aristรณteles, entre otras ilustres escuelas de pensamiento.

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LXI

Lo fĂştil se aferra de lo desesperado para permanecer en nosotros. Lo inĂştil, en cambio, pronto desaparece. (Solo para volver pronto, pues incluso eso es inĂştil.)

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LXII

Nuestras sombras son hembras celosas y posesivas, ademรกs de promiscuas. No pueden ser negadas, pues tarde o temprano regresarรกn a cobrar su libra de carne, como un mercader codicioso y vengativo.

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LXIII

En un bar de La Mancha, de cuyo nombre quisiera acordarme, por mucho tiempo bebía un jamelgo echando amarga y dulce copa en el garguero‌

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LXIV

¡ A vuesa salud, Don Alonso, Gran Maestre de la Orden de los Caballeros Flacos, Veedores en la Obscuridad y Enamorados de la Belleza Dulcinezca ! Ante vuesa merced levanta su vaso este fiel escudero…

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LXV

Deudas, fracasos, problemas… ¿qué son estos entuertos, sino desvaríos del alma ?… ¡ Que vide feroces gigantes en este lugar de sumidero et hechizeras quimeras, mas he de vencerlos o morir en el intento ! …

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LXVI

Unos mancos, otros ciegos, algunos paticojos… Todos, lisiados del alma por mano enemiga, estuvimos con usted en Lepanto, y seguimos ahí, ¿verdad maestro? Vuesa merced lo sabía, el Ingenioso abriendo la puerta hacia la única victoria posible…

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LXVII

El bålsamo servido en este bar de La Mancha es extremado: Vuelve polvo de sueùo a los gigantes que se sientan con uno a la mesa, y a la mesa misma en Barataria. Hermosa y dulce esencia, forjadora de emperadores de fiero brazo‌

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LXVIII

Afirman los científicos que la superficie de la Tierra es de 510.072.000 kilómetros cuadrados. ¡Mentirosos! El mundo sólo tiene un metro cuadrado. El mío.

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LXIX

Todo en nosotros tiende a la ironía, que tapiza los muros donde se encierra nuestro destino. Abierto, incierto, en flagrante paradoja‌

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LXX

Pensamos en plural, espontรกneamente. Ello nos obliga a buscarnos, constantemente.

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LXXI

¡ Qué original ! ¡ Un pecado de nacimiento, una deuda de por vida ! Como deber dinero por un consumo no realizado cuyos intereses leoninos pagamos en culpa. Por ese camino solo se va cuesta abajo, dando sentido a querer abandonarlo. ¡ Si solo no fuese ello también pecado ! Y luego dicen que no existe el robo perfecto…

99


LXXII

Dios no juega a los dados con el mundo, dijo el sabio. Luego añadió, para sus adentros: Solo dejó que la naturaleza experimente con nosotros.

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LXXIII

No hace falta creer para ser creyente, ni ser creyente para creer. Y aun si concluimos que la vida carece de sentido, la idea misma le introduce uno, dåndole un orden. Condenados a creer, sin alternativas‌

101


LXXIV

Leer hace daño. Si no lo creen, pregúntenle a Adán, quien salió a leer el letrero que indicaba el nombre del lugar. La serpiente solo le dijo dónde encontrar el rótulo.

102


LXXV

La vida es un cruce de caminos, y es raro que tomemos la mejor ruta. Con frecuencia, el camino cambia su curso, que nunca es fijo. En ocasiones, el propio camino decide llevarte… hasta una bifurcación que, como flores en constante brote, se abre a otra, y esta a otra, jugando con uno incesantemente…

103


LXXVI

Es inevitable no ser lo que el otro espera de uno, y no cabe pedir perdón por ello. Sí cabe hacerlo, en cambio, por no haberse dado el trabajo de averiguar qué era lo que se esperaba de uno, para ver si lo teníamos. (Pues también es inevitable que tengamos algo sin saberlo…)

104


LXXVII

Desde un punto de vista práctico, no cabe tampoco pedir perdón por no haber dado lo que se esperaba de uno, sabiendo que lo teníamos. No cabe, simplemente, porque algo así es imperdonable.

105


LXXVIII

Que algo sea imperdonable no hace desaparecer la necesidad de pedir perdรณn, aun sabiendo que no serรก otorgado. Y es que no hacerlo suma un agravio al agravio.

106


LXXIX

El Estado debe impulsar la creación de bares de mala muerte, pues fortalecen la democracia. No para defender el derecho al alcohol, sino porque nuestra ansia pontificadora hallaría su legítima palestra: Las paredes de una letrina. ¿Qué mejor que políticos expresándose sin consecuencias negativas para el prójimo?

107


LXXX

Uno nunca llega a escaparse de la realidad. Solo le cambia de nombre.

108


LXXXI

Decir que la realidad no es igual que la Realidad, como afirman los iluminados, Âżes similar a decir que en vez de una mierda se tiene una Mierda?

109


LXXXII

Uno en el Otro, o el Otro en Uno, da lo mismo. Extraña mezcla, pero es lo que somos, de ahí que estemos siempre pontificando. Hablamos al otro porque así nos hablamos a nosotros mismos. (Y es que amamos el sonido de nuestra propia voz.)

110


LXXXIII

Amar al prójimo como a sí mismo. Vaya novedad. Como si el odio no fuese una forma de amor. Como si el amor no pudiese matarnos. Como si su imposibilidad no fuese la consecuencia de nuestra imposibilidad…

111


LXXXIV

Vestidos de blanco, muy oscura es la noche que envuelve al Ku Klux Klan. Ignorada contradicción que de alguna manera nos emparenta. Después de todo, siempre habrá algo negro que necesitemos odiar, persona o cosa. (O persona-cosa.)

112


LXXXV

Un iluminado es aquel que cree ver en la oscuridad ajena.

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LXXXVI

Un burócrata es aquel que aspira a compartir la propia oscuridad, y se niega a recibir un no por respuesta. (Es que no quiere ser el único a oscuras…)

114


LXXXVII

La Ăşnica manera de enfrentar al poder es con poder. La democracia no es otra cosa que muchos hombres dĂŠbiles aliados alrededor de este principio.

115


LXXXVIII

Estรก claro: La estupidez es una de las fuerzas de la naturaleza. Perdรณn, la Estupidez, la Naturaleza.

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LXXXIX

La media inteligencia posee un agudo sentido del horror vacui. Ello explica su tendencia a creerse completa.

117


XC

Pocas cosas hay con mayor pasión por la democracia y la igualdad que la mediocridad. Mediocres del mundo: ¡Uníos!

118


XCI

La mediocridad siempre necesitará de cómplices. Perdón, de aliados, y estos solo se dan en función de sus respectivas debilidades. Es por ello que la igualdad solo es posible hacia abajo, donde son más abundantes y débiles.

119


XCII

¿Qué tienen en común el Cristianismo, la democracia y la Revolución Francesa? Que todos postulan la hermandad de los hombres. (Y que hacen, en el fondo, apología del alcohol, lo único capaz de hacerlo posible…)

120


XCIII

Beber no es otra cosa que una EucaristĂ­a de taberna. Solo que verdadera.

121


XCIV

Afirmar que la religión es el opio del pueblo no fue más que la aplicación de un principio de eficiencia económica y producción capitalista por parte de Marx, que así expresaba lo máximo a través de lo mínimo. (Y es que el fútbol no había sido aún inventado.)

122


XCV

Alguien debería ejecutar a padres y explotadores de clase, causantes de la peores calamidades humanas. (Que sean los chivos expiatorios más usados del siglo xx no es más que una nota a pie de página. Poca cosa.)

123


XCVI

Culpar al otro por sobre todas las cosas (Freud y Marx dixit). He ahĂ­ un principio que podemos creer. Ni el mejor trago puede competir con tan eficaz panacea.

124


XCVII

Una verdadera fe, de esas que mueven montaĂąas, es aquella que provoca un acendrado literalismo. Y ninguna tan poderosa como el Capitalismo, que literalmente las mueve.

125


XCVIII

Al poder han sido postulados la juventud, la imaginación y las putas, cuyos hijos fracasan cuando rigen el destino ajeno como políticos. Postulemos ahora al alcohol, pues la jovialidad que provoca en los hijos de puta es capaz de inducirles la fantasía de un triunfo futuro (y que sus madres dejaron las calles). Y si es así de bueno con ellos…

126


XCIX

Salvo el poder, todo es ilusiรณn. La frase la reclaman la fe, el fusil, la ciencia. Ah, y el dinero, claro.

127


C

La fe ha recurrido al fusil con alguna frecuencia, el fusil a la ciencia, y la ciencia a la fe. Mas lo que nunca necesitarรก de la fe, el fusil y la ciencia para existir es el dinero.

128


CI

En el plano de la materia, la duda gusta vestirse de certeza. (Poco importa que muchas veces no pueda diferenciar entre disfraz y vestido.)

129


CII

¿Es lo mismo mirar que ver, oir que escuchar? El mero acto mecánico de asir un arma no equivale a la intención de defenderse, o de causar daño, sin duda. No es, por tanto, el brazo igual que la mente, como tampoco escribir que crear, o tomar que beber.

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CIII

Quien vea en una botella un mero contenedor de vidrio es víctima de la peor clase de magia: La empobrecedora. No, la botella es cernidor de realidades, instrumento de trilla, antorcha viva capaz de alumbrar el paso macilento, quitavelos‌

131


CIV

¿Y si en vez de ser mejor morir de pie que vivir de rodillas, a secas, fuese beber de pie y de rodillas, hasta morir? ¿Por qué la vida tendría que ser a secas?…

132


CV

Sospecho que el editor isabelino del Bardo de Avon era algo puritano, pues originalmente Hamlet se preguntaba: ÂżSer, de beber, o no ser?

133


CVI

Frente al no ser, el ser es un hecho de violencia. Frente al ser, el no ser tambiĂŠn lo es. Somos, entonces, hijos de la violencia, condenados a ella.

134


CVII

De existir un ser supremo, como afirman las religiones, haber creado la vida sería su pecado, y hacerla finita su arrepentimiento. Que la falta fuese de crueldad, y que la dejara en su sitio, demuestra que pecar es más atractivo que arrepentirse. (Al final del día, ¿qué importa una onerosa factura si será otro el que la paga?)

135


CVIII

La coexistencia de vida y muerte es la demostración de que el ser supremo también navega en el Mar de las Dudas. Perdón, sería…

136


CIX

Toda vida empieza como una utopía, al ser promesa, y acaba como distopia, al ser su traición. (Y es que, por definición, la utopía carece de límites.)

137


CX

Lo posible existe entre la utopĂ­a y la distopia. Por otro lado, la vida siempre es una transacciĂłn entre lo deseable y lo posible. (Curioso es que distopia y posible ocupen el mismo lugar en su respectivo enunciado.)

138


CXI

Nadie ama a la piedra solo por serlo, sino por lo que da, sea escultura, muro, camino o paisaje. Es igual con las personas, cuyos roles amamos : hijos, padres, esposos, amigos… Mas la piedra es, aun si está olvidada. Cuando quien amamos pierde su rol, su máscara, lo sentimos como apostasía o, prosaicos después de todo, como incumplimiento de contrato. Así, le retiramos el afecto diciendo: ¡Ha perdido nuestro respeto! Animales utilitaristas, es lo que somos. (Depredadores, en realidad.)

139


CXII

Somos nuestras máscaras, a través de ellas respiramos. Perdidas, mero polvo suspendido en la nada. Pocos sobreviven con éxito a la muerte de una máscara. (La única forma de lograrlo es tejiendo una nueva.)

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CXIII

Tras el vértigo del baile, muerte de máscaras. Noche oscura, sin luna ni estrellas. Silenciosos los estertores del alma. Levantar el brazo y bañarse en aguas bautismales, purificadoras. Perdido el ropaje, se emerge piedra inútil. Libre. Frente al paisaje, se basta sola, se tiene a sí misma. Es. ¡Qué simple, la piedra!

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CXIV

Ha querido el vulgo dar mal nombre al beber llamándolo alcoholismo. No. Ignorancia pura. Lo nuestro es beveeduría, y el que bebe es un beveedor, por ver al tiempo que bebe. ¡Habráse visto!…

142


CXV

¿Que nos escapamos de la realidad al beber? ¿Y qué es la religión, entonces, sino el más radical escape? ¡Salud, señores! Perdón, ¡amén!…

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CXVI

Quien postule la oposición entre fe y razón es un ignorante redomado. En este recinto sagrado, por ejemplo, estudiamos el fenómeno físico de la luz. Aquí se ha comprobado, mediante pruebas rigurosas, que es relativa. Que se transforma al pasar por un cuerpo líquido, magnetizándolo. Que irradia en proporción a la oscuridad del espacio…

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CXVII

El mayor atributo de la materia es la urgencia. Y el distintivo de su personalidad, la demanda‌

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CXVIII

¿Que beber es inmoral? Pontificismo. ¿Que daña la salud? Falacia. ¿Que fractura el cuerpo social? Determinismo. ¿Que aísla a la persona? Sofisma. ¿Que atenta contra la ley de Dios? Herejía, apostasía, sacrilegio…

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CXIX

Terrible es la suerte de los hombres cuando el mercader solo ve en el mundo monedas a ser contadas. Pero peor es su suerte cuando el iluminado solo ve en el mundo las monedas que cuenta el mercader (y al mercader como a una de ellas‌).

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CXX

¿Alguien podrá decirme cuál es la diferencia entre un cordero sacrificial y un chivo expiatorio? Ah, sí, esa…

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CXXI

Decir «capitalismo ilustrado» es incurrir en una contradicción de términos, mas posible. Algo casi tan absurdo como decir «socialismo realista». ¿Difieren? Sin duda. En uno, el primer término no desaparece necesariamente por el segundo; en el otro –la realidad: la historia– sí lo hace. Mas es cierto que los afectos nunca mueren…

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CXXII

El deseo será siempre príncipe, y su satisfacción, villano. (Ya sabe, como aquello de más vaca que carnero…)

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CXXIII

¿Habrá algo más ridículo que un pontífice? Sí, un Pontífice. Un Pontificador. Un Pontificiarca. Un Pontificucho. Un Pontificastro. Un Pontifiquillo. Un Pontifiquero. Un Pontificómata. Un Pontificómano. Un Pontificópata. Un… ejercicio cansador, interminable. Provocador del deseo de ser un Pontificida. Eso.

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CXXIV

Es marca de Pontífice empezar diciendo «la vida…». ¿Por qué será esto? Lo es, porque la vida…

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CXXV

La civilización no es más que muchos hombres rechazando el legado de la naturaleza, que es la ignorancia y la pobreza, para escapar de su yugo. En nosotros, todo es escape: El trabajo, del hambre. La honestidad, de la cárcel y la ignominia. El arte, de la fealdad y grisura de la vida. El estudio, de la ignorancia. La lectura, del aburrimiento. La conversación, de la soledad… De algo escapamos, sea en esta vida o en la próxima (y de esta vida, con la próxima). Y luego dicen que beber es malo por ser un escape de la realidad, y por ser conducta bárbara. ¡A tu salud, César, Imperatore  magnífico! ¡Ave!

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CXXVI

Se nos acusa de dañar al prójimo con nuestra mordacidad. Falso de toda falsedad, pues la mordacidad no hace daño: es transparente, y por tanto elegante e inocua, para el que la entiende; y opaca, y por tanto invisible e inofensiva, para el ignorante. (Como la tela del emperador…)

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CXXVII

Se me acusa de ser un relativista a ultranza. Falso de toda falsedad. Creo en todos los Absolutos.

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CXXVIII

Mediocridad, democracia. Casi un anagrama uno del otro. Filiación de formas, sí, pero también de significados. Parentesco homogeneizador, el suyo, fabricador de complicidades. Obnubilado aliento castrador. Endogámico, pues abomina de lo nuevo y de lo diferente. Adorador de lo ambiguo, de la tabla rasa…

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CXXIX

La materia tiene un sueño recurrente: Sueña que no lo es. El sueño es dulce, y en su vigilia lo recuerda, añorante. Desea prolongarlo, urdiendo un engaño dulce y hermoso pues lo dirige hacia sí misma. La mentira es sutil y su conjuro poderoso, llegando a olvidar que es mero artificio. Al cabo, descubre que esta lo impregna todo, empezando por su vigilia, pues ella misma es el artificio de un sueño aún más grande. Traicionada, se vuelve contra sí misma hasta destruirse. También esto estaba contemplado en el guión original de un oscuro autor, fabricante de bellas y terribles mentiras.

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CXXX

El combate por la igualdad siempre atraerá más aplausos que la lucha por la libertad. Ello porque la igualdad es un reclamo hecho a otros, escudados en el número, mientras que la libertad es un reclamo que se nos hace a nosotros, individualmente. Quedamos, pues, a solas, y eso nos amedrenta. Es la diferencia que hay entre ir con la corriente e ir en contra de ella: Solo los fuertes logran remontar las aguas hasta alcanzar la cabecera del río.

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CXXXI

Compleja es la relación del blanco con el negro, pues así como el día dará siempre paso a la noche, en ellos late el germen del otro, su añoranza.

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CXXXII

En términos vitales, el blanco y el negro no existen, salvo latiendo en los grises de nuestra experiencia. Son los diarios augures de la muerte lo que muestra nuestros grises más densos, claros u oscuros, prietas nuestras flaquezas y fortalezas. Las primeras más fuertes que las segundas, por lo común…

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CXXXIII

Nada es lo que parece. Este sucio retrete, por ejemplo, es una oveja con piel de lobo, pues ofrece liebre por gato. No se engañe: Su modestia esconde cristiana nobleza al ofrecer alivio a cambio de escorias, que no es más que dar la otra mejilla. Acoge a todos, sin distinguir pobres de ricos, dejándoles una satisfacción que limpia el alma con hondo suspiro. Aquí sesiona en hierático silencio la Orden de los Hermanos Orinantes. Propongo llamarlo Cuarto de los Suspiros, poesía pura. (Claro que también podría llamarse Cuarto del Rescate…)

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CXXXIV

Las voces en mi cabeza preguntan: Compañero de aguas, díganos, por favor, con franqueza: ¿Es usted orinante, por bebedor pensante; orinador, por bebedor pensador; o es, más bien, orinero, por borracho pendenciero? Y presto les respondo: ¡Pues no! Soy orinero y orinante, por caballero y por andante…

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CXXXV

Las utopĂ­as, positivas o negativas, solo existen en el territorio de la infancia, un paĂ­s que nadie llega a abandonar por completo.

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CXXXVI

Difícil es la relación de lo Vacío con lo Lleno. Angustiados, los fragmentos claman en silencio: ¡Queremos ser Uno! La materia inicia, desesperada, la aglomeración de lo disperso: Construye caminos, puentes, ciudades… Al fin, se encarama en los cielos para divisar a los más alejados, para traerlos al rebaño. Llama a todo Felicidad, mas su verdadero nombre es Olvido.

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CXXXVII

En Barataria, Sancho medita ante el vaso filosófico mientras observa la gradual desaparición de la cerveza. Se pregunta : ¿Es lo Lleno lo que oculta a lo Vacío, o lo Vacío a lo Lleno? Más aún : ¿Mostrarse uno es ocultarse el otro? ¿Sabrá uno del otro? ¿Se llaman, en su mutua ausencia? ¿Se contienen, latentes uno en el otro? ¿Permanecen, en su no existir momentáneo?… Más importante : ¿Por qué están obligados a volverse lo uno en lo otro?

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CXXXVIII

Las voces, dice Sancho, me preguntan: ¿Qué eres? Y les responde: Un vaso algo lleno y algo vacío, el vacío añorando la llenura, la llenura a la espera del vacío, siempre en aún, como un pronto. Ni optimista ni pesimista: Un realista que acepta la ilusión de lo cambiante. Alguien condenado al realismo contemplativo de lo real.

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CXXXIX

Las cosas nacen dos veces. Primero, en el cuerpo, silenciosas; y luego, en nuestra conciencia, estridentes‌

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CXL

La primera traición que cometemos es contra el individuo. Es también la más grave, y la más duradera…

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CXLI

Lo tóxico y lo dulce se mezclan con lo imposible para tejer una verdad. El resultado será siempre un engaño, como el del iceberg, como el de la caverna…

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CXLII

Barataria, país de uno… y de muchos significados…

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CXLIII

Quien cruza el umbral de un bar de mala muerte tiene algo de filósofo o algo de poeta. Aquí, la razón amplía sus horizontes y el verbo se enardece. Mas todo es falso, todo es ilusorio, pues lengua y pensamiento se traban cuando intentamos decidir, por ejemplo, si el primer enunciado es un cliché de filósofo o un cliché de poeta.

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Rótulo a la entrada del retrete

Estimado amigo: Si ha venido por aquí algunas veces y disfrutado de nuestras sandeces (o de nuestra sabiduría, vaya uno a saber ), siéntase bien, siéntase cómodo, vacíe su vejiga o su alma en este lugar bendito donde todas las contribuciones son bienvenidas. Y si desea escribir sus pensamientos y no tiene con qué hacerlo, pida en la barra una tiza o un marcador pues lo que tiene entre manos, aunque valioso, no sirve de mucho para dejar un testimonio de vida. (A menos, claro, que sea lo que ha definido la suya…)

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… Posfacio …

Este documento biográfico, si cabe llamarlo así, retrata la peripecia intelectual de un autor (o autores) anónimo(s) a través de los textos que recoge Gaspar Ruiz de Castilla, un escriba, transcriptor o fedatario de los mismos, como se autodenomina. Llama la atención, en primer lugar, que el material que forma el íntegro de esta recopilación consista en pintas o grafitis encontrados en las paredes del urinario de un «bar de mala muerte» en Surquillo. No estamos, pues, ante textos que nacen en la mesa de trabajo del escritor –y que por esta sola circunstancia poseen un estatuto privilegiado–, sino todo lo contrario, la escritura se origina en un lugar donde se realiza la actividad humana más primaria de todas, como es la descarga de la vejiga y de los intestinos. No se trata, además, de un baño privado, sino de uno público, y no precisamente pulcro y con aroma de flores sino sucio y pestilente, como cabe suponer que es el urinario de un bar de mala muerte en Surquillo. Este crudo escenario postula implícitamente una desmitificación del lugar desde el que se * O cómo lo falso contribuye con el (juego de) construir la realidad. Perdón, La Verdad. (Como diría el autor…)

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escribe y promete al lector algo así como una confesión descarnada. Por otro lado, la veracidad de este discurso se pone tácitamente en entredicho en tanto el urinario está dentro de un bar, por lo que cabe suponer también que quien escribe estas pintas tiene la conciencia alterada por el alcohol (recordemos que el texto se inicia con un brindis: ¡Salud!). ¿Cómo atribuirle valor de autenticidad al discurso de un ebrio o de quien está próximo a serlo? El lector queda así doblemente prevenido: no está frente a un texto «serio» o «fiable», ni por el lugar donde se ha escrito ni por quien lo ha escrito. A contracorriente de lo dicho hasta aquí, llama la atención el lenguaje culto que emplea el autor de estos grafitis. Solo muy ocasionalmente leemos una frase que desentona en este sentido («El sentido estricto de una mierda, ¿es otra mierda?». Grafiti I). No es, pues, el lenguaje típico de los urinarios públicos –no hay palabras groseras referidas a la sexualidad, ni comentarios denigrantes de la mujer, ni insultos a políticos, homosexuales, etc., como suele darse en estos lugares–; por el contrario, se trata de un discurso que transmite una fina ironía, a veces un acre sarcasmo, en el marco de una visión escéptica y desencantada de la vida. Podríamos pensar que quien se ha parado ante el urinario o se ha sentado en el retrete a descargar su vientre, no es ningún borracho sino un filósofo de la escuela cínica griega –por su crítica implacable de los males de la sociedad–, un lector de Cervantes, Quevedo o del rumano Emil Cioran. ¿Cómo entender esta contradicción 176


flagrante entre el lugar desde el que se emite el discurso y el estilo del mismo? Si analizamos esta contradicción a la luz del sugerente título del libro, «Bar de La Mancha», vemos la huella que ha dejado en este la novela de Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. En esta también hallamos la contraposición de dos discursos antagónicos: uno «elevado», que es el de don Quijote, y otro «bajo», que es el de Sancho. Si el primero se adorna con el lenguaje idealista y en ocasiones suntuoso que ha aprendido de las novelas de caballería, el segundo se expresa con un lenguaje coloquial, cuajado de refranes –expresión de la sabiduría popular y el sentido común–, y no se cuida de manifestar sin refinamientos sus necesidades corporales más básicas, desde las urgencias del hambre hasta las del vientre. Doble registro narrativo que constituye en la novela del escritor español y en la presente recopilación una subversión carnavalesca de discursos e ideologías (M. Bajtin). En otro nivel, el libro de Ruiz de Castilla posee, al igual que la novela del Cervantes, una estructura de caja china que enmascara la verdadera identidad de su autor. En El Quijote… esta máscara tiene un nombre: Cide Hamete Benengele, quien aparece en el capítulo ix de la novela (Primera parte) para dar fe de la veracidad de quien narra la historia, pues como este le confiesa al lector, estaba «deseoso de saber real y verdaderamente toda la vida y milagros de nuestro famoso español don Quijote de la Mancha» (el subrayado es mío). Paradójicamente, la 177


presencia de este supuesto sabio e historiador musulmán no autentica la historia del narrador sino que la recubre con un velo de leyenda, en tanto se trata de un personaje ficticio. ¿No ocurre algo semejante en la recopilación de Ruiz de Castilla, quien se presenta a sí mismo como un transcriptor del «verdadero» autor de los grafitis en el urinario del bar de Surquillo? Se puede sospechar que esto es así porque este «Bar de La Mancha» es, como sugiere su nombre, un no-lugar, una utopía igual a la patria del hidalgo manchego. Más aún, ¿es Gaspar Ruiz de Castilla el verdadero autor de este libro, o es otra de sus máscaras? Podemos suponer que es otra máscara, y no por simple capricho sino por una profunda razón filosófica que permea este libro lúdico de principio a fin, y que aparece consignada en uno de de los grafitis del urinario: «Somos nuestras máscaras, a través de ellas respiramos […]. Pocos sobreviven con éxito a la muerte de una máscara. (La única forma de lograrlo es tejiendo una nueva)» (grafiti cxi). ¿No teje este libro una máscara de su sentido último? ¿Qué tipo de lector exige una obra que hace del juego de máscaras su profunda razón de ser? ¿Un lector que participe en el juego, o que, más bien, desenmascare sus ocultos sentidos? Charles Baudelaire, en el prefacio a Las Flores del Mal, reclamaba un lector que fuera igual a él –su semejante, su hermano–, al mismo tiempo que lo acusaba de hipócrita: «–Hypocrite lecteur, –mon semblable, –mon frère!» [«¡Hipócrita lector, mi semejante, mi hermano!»]. Buscaba 178


un cómplice y acusaba simultáneamente, con gesto equívoco, la inmoralidad de la complicidad. Del mismo modo, el libro de Ruiz de Castilla nos propone una lectura de dos canales paralelos : por un lado nos obliga a ponernos una máscara y a participar en el juego de los anónimos y los significados ocultos; por otro, acusa –casi podemos decir que reprueba– la falsedad de este juego : «Somos nuestras máscaras». Por cierto, si uno escarba bajo estas máscaras descubre que no todo es un juego, como además queda expuesto en uno de los grafitis: «Tras el vértigo del baile, muerte de máscaras» (cxii). Si para Baudelaire el catalizador de su poesía era el delicado monstruo («ce monstre délicat») del tedio o «spleen», aquí pareciera que el catalizador de estos pensamientos plasmados en grafitis es la muerte que sucede al vértigo del baile del carnaval: ¿testimonio del inconfesado nihilismo del autor? No podemos estar seguros. En este libro rico en claroscuros los signos se hallan en continuo movimiento de rotación. Lima, junio 2015 Carlos Schwalb

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© 2015 De los textos, Gaspar Ruiz de Castilla (a nombre del autor) © 2015 Del Posfacio, Carlos Schwalb Tola Primera edición: Lima, julio de 2015 Tiraje 300 ejemplares (Venales, por supuesto, de circulación restringida) isbn 000-000 - 00000 - 0 - 0 Hecho el propósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú. No, perdón: Hecho el depósito mental en la Biblioteca Nacional del Perú. No, que tampoco. A ver: Hecho el depósito en la Banca Nacional del Perú…  Pucha, ni modo. Mejor nos olvidamos de la Ley n.º 26905 y de la Ley n.º 28377 (Es por objeción de conciencia. Si el Estado quiere ejemplares, ¡ que pague por ellos !) Diseño & diagramación Ragnarok Cutipa Impresión Corporación XYZ

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Amigo Lector, estos escritos apócrifos (que lo son por su origen, mas no por su industria, o su espíritu) fueron dados a la luz tras su versión al papel en el mes solsticial del año mmxv, tres después del Fin del Mundo maya, que no se produjo (y queda, por tanto, como deuda), tres lustros luego de cambiar de milenio, y tres décadas de espera.




vida, un escéptico radical en el fondo. Personaje inverosímil, por quijotesco, quien no comparta sus puntos de vista que recuerde al soberbio viejito –venerado hasta hoy– que prefirió acicalar su imagen de gran demócrata y estadista antes que cuidar los destinos de su país; o al jovenzuelo inflamado, que incendió el suyo de la mano de un iluminado alucinado que mató a miles creando el Paraíso (o a los jóvenes que hoy lo admiran); o al profesor que decía no ser japonés ni ladrón, y era ambos; o al líder de los caribes, que hablaba con pajaritos mientras aniquilaba a su pueblo con tóxicas parrafadas; o a los modernos aqueos que, allende los mares, se comieron lo que tenían y, sobre todo, lo que no tenían, en una pantagruélica fiesta de nunca acabar, condenando a varias generaciones a vivir en el Hades (poniendo de paso al mundo al filo del abismo…). Esos devotos de alguna Gran Transformación fueron creídos, y ellos mismos creyeron en su engaño. «Pocos pueden vivir en una duda permanente, que es lo más sensato. (Y es que esa es la única Realidad a nuestro alcance, la única certeza en que podemos confiar. Más que cualquier otra cosa, ella siempre estará ahí para nosotros…)». Esto fue lo último que registró Ruiz de Castilla del filósofo y poeta cantinero, palabras marcadas por sus característicos puntos suspensivos. (¿Pudo acaso ser de otro modo?)


E

stimado colega orinante, le propongo un juego : Usted hace de usted y yo hago de yo. Luego, préstese el yo, que yo lo daré por suyo, y por el suyo, e imagine, sueñe, imagine que imagina, sueñe que sueña. A continuación, imagine que sueña y, con el otro yo, que le daré en nuevo préstamo, sueñe que imagina. Ahora, regrese el yo imaginado y cambie el yo imaginario por aquel que sueña estar siendo soñado… El juego es este : Explique las instrucciones recibidas, pero en otras palabras… Anónimo Escrito en la pared del urinario de un bar de mala muerte, en Surquillo


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