Revista 63

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La ayuda a morir bien, deber profesional Marc-Antoni Broggi Trias Presidente del Comitè de Bioètica de Catalunya

Se dice a menudo que, tal como pasa con el sol, no puede mirarse la muerte de frente. Y parece que así sea en la clínica cotidiana, en la que muchos profesionales sentimos aturdimiento cuando la vemos llegar para el enfermo. Y constatamos, además, salvo excepciones personales o de especialidades en concreto (cuidados paliativos, intensivos), que nos falta formación para estar a la altura: nos faltan conocimientos y habilidades*.

Y por esto nos sentimos más ineptos a veces que ante cualquier otro problema de los que manejamos protocolariamente para investigar o tratar cualquier órgano enfermo, trastorno o déficit de los que seamos entendidos. Incluso parece que, ante el final de la vida, el papel del profesional se haya desdibujado algo en la actualidad, que quede más distante y temeroso de lo que solía estar el del viejo médico de cabecera de antaño. Quizás porque, con el esfuerzo en luchar contra la enfermedad y en posponer la muerte cada vez más lejos, ésta ha acabado volviéndose ahora menos tolerada, y es vista en muchos ambientes como una impostora que vendría a desbaratar el noble esfuerzo de la medicina. Esta dificultad y su necesaria mejora sí que deberíamos, los clínicos y los docentes, poderla mirar de frente. Porque, en resumen, y a pesar de lo sorprendente que resulte oírlo, la muerte de sus enfermos es sentida por muchos clínicos como algo extraño a su quehacer. En cambio, la expectativa que tienen los ciudadanos sobre ello es muy distinta; esperan mucho, demasiado, de la ayuda que les podría prestar la medicina. Podríamos decir que últimamente el proceso de morir se ha medicalizado en el imaginario colectivo y que, a su vez, las posibilidades de la medicina se han mitificado. Los ciudadanos cuentan, por de pronto, con que la familiarización de estos profesionales clínicos con este trance es algo tan inherente a su condición que, ya de por si, hace que su presencia sea imprescindible. Lo expresa John Berger: “cuando llamamos al médico, le pedimos que nos cure o que nos aligere el sufrimiento; pero, si no puede, también le pedimos que sea testigo de nuestra muerte. El valor de testigo le viene de haber visto morir a otros. Es el intermediario viviente entre nosotros y los innumerables muertos. Está con nosotros y

Las ideas expuestas están desarrolladas en mi reciente libro “Por una muerte apropiada” de Editorial Anagrama, Colección Argumentos. Barcelona, 2013. *

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