La silla de paja

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LA SILLA DE PAJA 1973-1981


©Adriana Serlik www.lalectoraimpaciente.com

Dibujo de Anuncio Iramáin I.S.B.N.:84-85869 –26-5 D.L.M.-21554 – 1964 Edición en Libro Electrónico 2008 Edición en papel José Esteban, editor Madrid, 1984. En la antología “ La esfera dorada” El taller del poeta, Pontevedra, 2006.


Adriana Serlik nació en Avellaneda (República Argentina) en 1945. Su carrera poética se inicia en 1968 publicando en la antología "Improntus 6" Comenzó sus estudios de música a los cuatro años, finalizando en el Conservatorio Nacional de Música "Carlos López Buchardo" siendo alumna de la compositora Eidylia Mell, quien compuso la música de sus "Discursos desolados". Terminó Magisterio, especializándose en la enseñanza artística y en la Escuela de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, concurriendo a las lecciones del destacado poeta Roberto Juarroz. En 1968 organizó la Biblioteca del Hospital Municipal "Cosme Argerich" con fondos de medicina y literatura introduciendo, como actividad semanal, ciclos de cine y audiovisuales para médicos y pacientes. En 1970 Federico Vogelius, la elige para organizar su maravillosa colección de libros y manuscritos, la Fundación "F.V." tarea que desempeñó hasta 1972. En 1972 publica "Los espejos", con grabados de Carlos Aschero y Gustavo Fernández. Ha realizado la producción integral de programas de radio para Radio Municipal y Splendid de Buenos Aires, Radio Caritas y Comuneros de Asunción del Paraguay y la RAI (Italia) y actualmente lee sus relatos en Radio Ser Gandía. Becada por el gobierno italiano, asistió al "Curso de especialización para Directores de Programas de Televisión" realizado por la RAI en Florencia. Llegó a Madrid en 1975, tomando la nacionalidad española en 1985. En 1978 presentó en una pequeña edición "Desde nosotros los niños". En 1984 en la Asamblea de Madrid "La silla de paja" . En 1996 publica "Poemas del amor y la soledad", que se encuentra en las Bibliotecas del Instituto Cervantes de Nueva York, Bruselas, Tel Aviv, París y Amsterdam Ha escrito artículos para diversos medios de Buenos Aires, Asunción del Paraguay y Madrid y trabajado como correctora y traductora para diversas editoriales españolas.


En 1987 comienza a compartir su vida con José María Celaya Béjar, con el que contrae matrimonio en 1998. Su compañero de vida fallece el 31 de julio de 2004. El dolor y la soledad se transforma en "Poemas y escritos para mi Pirucho" que junto con el poemario "El ojo cósmico" configuran el libro "Andaremos, amor andaremos" publicado en junio de 2005. Actualmente vive en Gandía, (España) donde realiza talleres de creación literaria en la Universidad Popular de Gandía. Obras Los espejos. Buenos Aires, 1972. Desde nosotros los niños. Madrid, 1978. La Silla de paja. Madrid, 1984. Poemas del amor y la soledad. Madrid, 1996. Andaremos, amor andaremos. Pontevedra, 2005. El gran devorador y otros relatos. Pontevedra, 2006. La esfera dorada. Pontevedra, 2006. Las sonrisas gastadas. Jaén, 2006. Haz de luz, en preparación. Y EN LAS ANTOLOGÍAS

Improntus 6. Buenos Aires, 1968 Sociedad de metal. Buenos Aires, 2006. Los planetas alineados. Segorbe, 2007. Poetas de Avellaneda. Avellaneda, 2007. X Caminos de la Palabra: El amor. Segorbe, Fundación Max Aub, 2007. Veinte Poéticas, 2008. En impresión.


Si hubiese sentido el valor de mi risa No le darĂ­a ahora la importancia de un llanto


I Se volvió después sentándose en la paja amarilla trastornada de siglos y poetas que habiendo muerto entre los brazos volvían a nacer en cada minuto de penumbra. En algunos momentos unía las manos para que retornase la imagen al espejo.

II El tiempo hará que se consuma el delito de la sombra o la búsqueda de una rosa en el atardecer entre el canto de algo que se va. Todo permanecerá así sin evolución letal, con un cambio que cuestiona las ideas las palabras aprisionadas entre cojines los suspiros del que pasa


sin saber que ayer alguien pasó por la misma vereda o la calle de piedras recortadas y bajó la cortina para no volver a mirar los mismos vacíos de la mañana.

III A Raúl González Tuñón El día heredará tu melancolía, hermano siniestramente meterás tus palabras en el ruido de la gente que camina y serás otro moviéndote al ritmo de la máquina. No sabrás del grito el cansancio que cierra los ojos el placer en la cama. Si alguien te detiene creerás que habrá sido el engaño del pasado en el presente. Te pararás saboreando una escalera mecánica,


la última computadora y al correr a tocarlas te llevarás por delante el cristal tallado de un pájaro de oriente que canta. ¿Volverás? No valdrá la pena escuchar los cantos del ruiseñor nacido en las manos de un artesano. Por eso, hermano no te envidio. No tengo automóvil aire acondicionado, pero me despierta el aire de los días, a veces el crujido de la hoja al moverse y vuelvo a mi esencia. Rescato la taza y la cuchara el desamparo de la lluvia el olor a pan tostado.


No soy vegetal ni mineral s贸lo humana.

IV El tiempo retorna para transformarse en otro diverso, distinta enunciaci贸n complejidad o simplemente un r铆o en sube-baja pero el tiempo es algo mas que eso un oasis con flores de mantillas con escrituras incaicas.


V A América nuestra 1973 He visto volcarse en un atardecer un río de sangre que venía de los Andes cuando los gritos y alaridos subían como un puño a la garganta. He visto funerales moviendo las pisadas de la calle y miradas con tristeza quedando vacías de repente. He visto celebrar a generales de otra hora aparentes victorias sobre arroyos de espuma y calaveras. Y me miro las manos que se van en banderas en golpes al desprecio de aquellos que no quisieron la esperanza otra esperanza de América. Pero no todo es olvido en este lugar de la tierra ocupada por pueblos ricos en machetes, fusiles e ideas. Todo, a pesar de todos


seguirá el derrotero tan querido y los traidores morirán una mañana con el mutismo de América.

VI Porque si quedo callada y no miro será también que estoy diciendo que pronto vendrán los días suaves, aquellos que pasan sin sentirse deseando que tengan 36, 48 o mil horas. Estoy diciendo que te toco sin tocarte velándote. Que te siento en mí, sólo que es difícil decirlo con palabras o con gestos y lo hago con estas líneas de un poema.


VII A mi pesar el mundo se mueve se instala en mi cuerpo y en mi ropa se incrusta en el diario de todas las mañanas padeciendo a veces de letras minúsculas. Sube al autobús y penetra en la mirada perdida. Creo, por segundo poder superarlo subir tan alto llegar tan bajo, montarme en una escoba de bruja pero sigue allí sin yo notarlo ocupando cada objeto, creando quejidos en la plancha y el mundo no me abandona. Frecuenta mi baño y la cama, la risa, el dolor, el amor, la cucaracha que se oculta en la cocina el huevo que compro en el mercado. De vez en cuando muy de vez en cuando


supongo estar sola. Me apuro entonces, corro para llegar primero a sentarme en un viejo banco de plaza y allí hilvano sueños y cuando de cien me vuelvo una llega con sus ruidos y sus humos a indicarme que sigue en mi sendero.

VIII Por qué mis manos supieron recorrer las ceremonias. —No se resista me dijeron. Penetraron mi cartera: dos cigarrillos a medio fumar, una boleta, una moneda de diez centavos antigua, una pastilla masticable, un río de papeles. ¿Qué es esto?


Una célula de mí ser. He sido de papel en una fascinante época. Sólo las brujas lo han consignado cuando creyeron que podía reírme del cosmos. Eso, mi universo es el retrato que camino y tripulo. Luego quisieron seguir buscando letras y encontraron sangre.

IX Este día también te pertenece aunque afirmes que esta noche no es la tuya que dejaste el aroma de las cosas y persistes en regresar a una orilla donde sueñan


los portadores de estandartes. Ayer los gritos te sobresaltaron. Estás desacostumbrado a escuchar gente que ría y cante. Pretendiste acallar los lamentos de los hombres del futuro pero algo había cambiado aunque fuese mínimo. Los hechos todavía existían más en la imaginación del muchacho que camina por la calle o la mujer sentada frente a la máquina. Qué caprichoso es el tiempo de la abulia, qué rigidez lo rodea, ¡cuán flexible lo vuelve el hombre en su historia! Porque aunque negaras el proceso situando barriles con piedras en las puertas todo seguirá el rumbo ya previsto. Así comprendo, nunca pude amar ni saludarte desde mi pobre mansión hecha de voces. Será que lo tuyo


que ya es mucho hablando de tierras, dinero, de poder, por supuesto, dejará de serlo en este día y sólo serás otro hombre que camina.

X Porque tengo que sentir que he descubierto mi consigna vivir, seguir viviendo... entonces no intervendrá la informática. Entraré al oscuro y maloliente desafío de buscar mis pertenencias sin enumerar las traiciones o el hecho de haber amado. Quedaré quieta tomaré la tierra y naceré de la migaja de una opaca piedra. No me deben asustar las intenciones, el tiempo no se mide por pisadas.


Se refugia en la línea de la mano o en las caras de los míos. Cuántas veces mi cobardía puso ansiedad a los segundos y aun lo hace cuando atino a darme vuelta.

XI Te acaricio en la noche en las horas sacadas al reposo, al rito de cerrar los ojos y volverse nuevo en un mundo que cobija rayos, indios caníbales o un río que baja verde y sube violeta. Las horas sacadas al reposo van multiplicando mi deleite cuando dibujan tus ojos tu boca. o el suspiro en el abrazo. Y el rito de cerrar los ojos


es penumbra del beso las caricias del movimiento de sentirte como una parte mía o desaparecer como un tesoro tuyo. Porque el mundo que creamos, cobijamos cada noche, es algo nuevo y necesario y nos quedamos callados en nuestro río que baja verde y sube violeta.

XlI Treinta años y este abismo que dice que es cierto que no será mañana ni pasado que es hoy. Digiero lentamente esta tristeza vomitando mi dolor


no me repongo. El reto del amor es mi piel mi codicia mi relato mi ojo mi risa y sólo tengo eso a los treinta años.

XIII Cuando llega el tiempo, partido en pequeños bastiones de confesiones sacros sentimientos penes que se yerguen vaginas que se abren y los por qué ocupan las horas y los así es las comparten, puedo decir que llega el ocaso de la luna llena.


Es el paso hacia otra luna que morirá una mañana destetada por nosotros que seremos otros. Porque fuimos llegando al meridiano cero y nos vamos al uno con dientes voces y manos distintas.

XIV No digas que este silencio no es. A veces fue también amor cuando besaste mi mano la otra noche recorrido o río el domingo. Dos personas se aparean nada más o tanto y queda en cada una un latido fuera de horario. Sí,


tal vez identidad contraste o balanza pero es apareamiento cuando tu llanto la última noche de ese año y la búsqueda detrás de las puertas hasta encontrarte. Es difícil asumir la verdad —No ser totalmente fuerte. Los complejos se vuelven golpes o gemidos y sólo soy feliz dirás —Está genéticamente cerca mío— alguien que me sonríe a la sonrisa y juega a jugarse la vida en la misma rayuela.


XV He salido hace días y no he vuelto. Me espero en todas las estaciones en cada una de las esquinas de las calles entre los negocios en la parada de los autobuses pero no llego. No sé dónde hallarme a quién preguntar por mí quién me habrá visto ayer o antes de ayer o la semana pasada. ¿Quién puede darme datos sobre esa que soy y no encuentro? A ésta no la quiero trato de destriparla pero nada obtengo. Tengo que seguir buscando y mientras tanto soportar sus debilidades, sus malas posturas


porque la otra no llega, no me trae sus fuerzas su caminar tranquilo. Es un desdoblamiento de mi ser y acepto este grado de locura. ¿Quién soy, quién es la que camina llorando por la calle que no resiste la mirada o el silencio? ¿Quién es esta mujer que no socorre el tiempo? Lo deja pasar sin respirar, se angustia frente al retorno, no sabe vivir el sol o la luna. ¿Cuándo podré recobrarla? Esta hace una vida normal. Se levanta todos los días a las siete de la mañana va a trabajar se lava los dientes desayuna saluda al jefe


lee las galeradas de Minerva recoge alguna palabra mal escrita recibe una carta. Es una persona normal, se levanta a las siete va a trabajar y cuando sale... el grito se acomoda en la garganta. Se levanta a las siete se lava los dientes toma el metro llega a la oficina, el grito va instalándose... —La libertad es como un grifo abierto en la cabeza. Busca en el diccionario. —La libertad es... Aquella otra que no está aquí que espero todos los días, en las esquinas de las calles en la puerta de las estaciones en la llamada telefónica en la carta.


—La libertad es... Un grito que no sale que se hace nudo, dolor, silencio en la garganta. que se hace... Y no volverás Si no te sigo buscando.

XVI Me has dado la esperanza yo he sabido tomarla. Ahora no sé como darte la esperanza para que puedas tomarla.

XVII Es posible recrear aquello que fue para que sea de miles de formas diferentes y al final


sea una que nada tiene que ver con la realidad pero que es nuestra.

XVIII Aceptar el ayer sin sentirse derrotada es haber nacido nuevamente ser otra.

XIX SĂŠ que has puesto todo de ti o por lo menos me gusta creerlo.


XX Ayer eras uno hoy eres otro y es tan difícil perdonármelo.

XXI A veces después de tantas horas de silencio me asusto de mi voz.

XXII Si supieras que me has ayudado a entender que no soy a medias. Que tu mano cuando se movía sobre mi cuerpo ayer era la sílaba de una verdad


que iba entendiendo. Que tu abrazarme esa noche era resucitar la esperanza que mañana será igual. Aunque hubiese perdido algo, seguiría lo imponderable de otra caricia que me esperaba cuando abriese los ojos. Cómo poder explicarte que hiciste derrotar el pensamiento de sentirme así tan poco mujer. Ambos somos libres, la otra noche una mujer estaba acostada junto a ti, también quizá antes de ayer o esta noche. Nada de eso es importante porque el hecho de tu libertad


es mi posibilidad de sentirte cerca mío y el mundo, nuestro mundo sigue.

XXIII Cuánto amor en estas sábanas calientes. Largas noches de dolores con alguien sentado silencioso tratando de hacerme más dichosa al mover una almohada mojar mis labios o tomarme las manos. Doña Paca sentada, terca pasa las horas sin comer y observándome. Puri estrena su enfermería en esta compañera sorprendida e Isabel recorta miles de caricias que desde vaya a saber cuánto tiene atesoradas. René trae corriendo su libro


mientras Ricardo convierte mi mesa en miles de flores. Lola gime cuántas risas y lamentos en sus historias de Andalucía, mientras Chelo esgrime su ingenuidad nunca perdida de niña de treinta y nueve años. Todos me rodean, hacen un muro de sílabas de amor y mientras las horas pasan, van reconstruyendo a trocitos una Adriana nueva y es como si entrara a España nuevamente. con toda la fuerza de vuestra humanidad.

XXIV A René Mi hermano dice: —He llegado a la madurez. Ha hallado la aguja que su padre buscaba


entre alfileres y telas de sus trajes y sonríe. Lo fundamental es ser prescindible para los demás. Y nuestros ojos se encuentran en las caminatas de una Florencia con chiantis y dudas escondidas bajo los abrigos. O en las imágenes que tejimos de Un uomo che voleva uscire. Cuántas rotaciones sobre nuestras ansias de hambre y de pasos en ciudades desconocidas para encontrarnos ahora sintiéndonos ricos porque poseemos un retacito de cierta parte de la verdad.


XXV Este suceso impone mi respeto. Ha ocurrido ayer y sigue hoy. Declinaba la risa y la sonrisa entre el sudor y las lágrimas de una primavera que moría. Yo también había muerto un poco esa mañana de olor a éter y sábanas esterilizadas. Mi vientre por siempre vacío dolía y cerraba los ojos para no sentir mi impotencia. Pero llegaste y todo fue diverso. No pude separarme de ese ser que había conocido a través de los labios de Eduardo. Apenas me dijeron que estabas supe que había elegido a mi desconocido compañero de la vida. Hoy que ya hemos recorrido muchas horas


soy la mano que te acaricia. Y tengo miedo. He usado tantas veces la palabra amor, que temo ensuciar este amor que es tan verdadero cuando te hablo.

XXVI Fui bordeando con la mano el zócalo blanco y la mata purificadora. Salí sin darme vuelta. Quedaban atrás los meses impagos, el cúmulo de calidez prendida en las paredes el pequeño palomar improvisado donde mi colomba recomenzó a volar. Tuve que volar yo también de éste, mi nido quejumbroso en los pasillos en la grasa de la cocina,


enriquecido de silencios, erratas de mil hojas mal escritas. Esa, mi casa fue MÍA nunca tan sentida tan ofrecida al inquieto amigo presuroso, a la dulce niña de mis cuidados prontos. Allí sus manitas recorrieron la geografía de un salón y un vestíbulo y la primera cucharada de un flan ofrecido en lento deleite. Allí arrastré el cuerpo dolorido de mi more con su muñeca rota y su herida en la cabeza y también allí mis dedos volvieron a reconocer el gusto de las teclas,


después de tantos desvaríos por los años. Hoy, apenas alejada de la calle y la vereda, sé que no volveré a ella pero la tendré guardada en mí para siempre.

XXVII No me preguntes hasta dónde llega la calma de esa gota que cayendo se deshace ni me anexiones prontitudes que nunca serán las mías. Sólo sé que estoy aquí comisionada, que el niño dormía plácidamente hace cinco años en un día tan parecido a éste y hoy otro niño duerme,


a la misma hora, seguro de que estoy cerca y mi vientre ha estado y sigue estando vacío.

XXVIII Siento que estoy muriendo lenta y cautelosamente la araña teje su tela sutil y duramente y sólo quedará el dolor profundo en el corazón de quien me recuerda y una lastimadura gris en el de mis queridos. Teje que teje la araña su tela me cubre con ella el pecho, el ángulo de mi risa el hueco de algo que existió. Voy llegando a los límites los percibo,


adivino en el espacio. Sólo yo tengo conciencia que se aleja una porción de mi mañana.

XXIX No pude escoger no alcanzó el tiempo, ni siquiera la penumbra de un día desgarrado. Porque tenía un mar de caricias guardadas sabiamente. No fueras a reírte de este trozo oculto de mi ser. No quise resquebrajar las palabras dichas al azar, el bostezo inane, la magia de ese copo que caía. No fueras a reírte de mis sentimientos allí agolpados.


No me permití decir razones y los trucajes ocuparon el centro del universo mal avenido e inquieto. No me desdije de mi postura inicial. no fueras a reírte de las acciones pueriles y dejé que todo siguiera onírico y viviente en un segundo de la tarde.

XXX He creído encontrarte postrado, impenetrable poseído por la mágica lentitud de esa ventura seductora pero no fue así. Cerré los ojos me hice sólo eco


de lo que mi nocturna locura deseaba vivenciar. No quise equivocar esa andadura. Un largo viaje hacia un horizonte totalmente dibujado. Segundo a segundo paso a paso. — Diré tal cosa cobijaré en el atardecer esos movimientos y me negaré a decidir este hoy. Todo como si fuera cierto, si estuviese ya contraída en esos minutos que dentro de largo tiempo viviré. Cerré los ojos fueron constantes las mismas imágenes.


Repito revivir lo vivido irrealmente, porque tarde a tarde noche a noche lo he sentido minuto hecho. Por eso supe que la esperanza era una frontera alcanzable, una áspera arcilla que volvía a mis dedos deseosos de saber del nuevo cometido. No me digan que mis sueños no se acostumbrarán al desafío. Hoy es viernes. faltan décimas alcanzables para las doce. Encenderé la vela reparadora, cruzando las piernas me sentaré en mi antiguo rito


y repondré la efigie que busco dentro de lo más profundo. Por eso sé que la esperanza ya es una llama que se acerca y la ventana la oportunidad del salto.

XXXI Cuando mi abuela me hablaba de los pogromos salvajes lagrimones manchaban su cara y mitad en idish mitad en castellano, relataba su llegada a Rosario tras los vaivenes de un barco donde se hacinaban y morían de hambre judíos escapados de Letonia. Lituania o Polonia. Murió su madre en Minsk otros parientes no regresaron


luego de ser hospedados en campos de concentración y exterminio. El largo viaje que hizo mi abuela lo emprendí yo un día a Europa y luego surgieron los pogromos argentinos y no sólo fueron los judíos fue Heraldo, Eduardo, a quien tanto amé mi amiga y el vecino, la profesora el cura del barrio, Wenceslao, el taxista y tanta gente. Las lágrimas de mi abuela fueron clamor y recorrieron la joven orografía de mi cara. Si tanto sufrimos desencuentros, penas, muertes. Si bajamos la cabeza luchando contra intemperies inquisiciones


desiertos, estrellas miles amarillas recortadas, de qué sirve este esfuerzo embrutecido y soberbio al provocar en un pueblo tan parecido al nuestro el gran genocidio. Cuando mi abuela hablaba de los pogromos gruesos lagrimones caían sobre sus envejecidas mejillas y agregaba —Sólo nos pasa a nosotros.

XXXII Siempre habrá una persona solidaria con la lucha del pueblo... Domitila Chungara Pedazo de cuerpo angustiado,


confiscado en largas noches con el recuerdo de ocho voces lejanas y pesantes. Domitila hermana cariñosa y enérgica caminas con el peso de tus socavones orinados. Domitila niña mujer anciana, joven reidera, misterio de dulces sentimientos que revierten en miles de palabras a tu pueblo. Raíz y árbol lloras silenciosa porque siempre habrá una persona solidaria con la lucha del pueblo, mientras el puño se extiende por el mundo y tus manos


buscan escondidas la mejilla de cada uno de tus hijos extraviados, en una Bolivia violenta y dolorida.

XXXIII Cuando el camino se viene reteniendo y los que llegan ya tienen la capacidad de la congoja, el paseo por una calle que no está desierta ni se cierra a las nueve de la noche. Cuando la pena es el recuerdo o la carta en la lejanía, yo sé que no tiene ya sentido construir bibliotecas para estos y el sitio está ocupado con lo terrible y sangrante


a las nueve y cinco de la noche. No preguntes porqué abandono las cuatro paredes, la ventana hacia el patio, los seiscientos libros ordenados. Pregúntame cómo podré hacer para continuar reteniendo las lágrimas y que ellas se hagan cosas. sendas que sirvan para realmente algo. Para que Domitila no prolongue su llanto por la lejanía de los hijos, Walter no sufra recordando a su hermano o finalmente Jorge pueda estrechar entre los brazos a Pepe y Ricardo. Porque los libros seguirán en su lugar perfecto pero los nuestros pierden cada día la posibilidad del aire liberado.


XXXIV Los tres estábamos sentados en la puerta del Blue Star. Una suave brisa corría. Frente a nosotros las antorchas de los gasoductos junto al río. Blue Star era una taberna del puerto con una gran barra de madera brillante, mesas y taburetes de estilo tirolés. Servían cerveza, ginebra y canapés. Frente a la puerta un tragamonedas musical no descansó toda la noche. De las tres mesas en la vereda sólo la nuestra estaba ocupada. No recuerdo si era primavera o ya verano del 67 ó 68. Wenceslao nos hacía reír contándonos las mil aventuras pasadas con sus hermanos en la playa de Puerto Piojo y yo sentía que tenía tanto para hacer pero lo importante de ese momento era nuestra risa provocada por las diabluras de Aldo, Domingo o Luisito. Sentados frente a las lejanas llamaradas junto al puerto, tocábamos con las manos la esperanza y contábamos las estrellas del cielo del Docke. Wenceslao relataba aventuras, Nadia y yo teníamos sólo el ansia de llegar al final de la etapa.


Detrás la vieja taberna Blue Star tímidamente oscura. Quizás ningún barco había atracado en esos días. Blue Star se encendía y apagaba. Una enorme estrella amarilla titilante y asombrosa, porque todo para mi era todavía fruto del asombro. Wenceslao, hermano mío ¿dónde queda nuestra estrella que rillaba sobre nuestros planes de luchas y justicias planetarias? La mesa vacía está. Mi camino se abrió hace años a los cafés de Roma, Londres y esta Madrid lejana. Nadia mutó vida buscó otro amor y tiene hija. Tu mirada oscura estará


en algún hueco de un cementerio en cualquier parte. Los tres somos, fuimos otros huesos roídos y cansados.

XXXV Fui seleccionado en mis sentimientos la mano ufana y la risa loca. Cuando me detuve y me enojé herida, cuando quise detener la marcha y volver atrás, me di cuenta que era en vano y volví a incorporarme suavemente.


XXXVI Continente inundado de la esencia pretendida busca ese perfume remoto, conocido. Esa nota tan cercana a ese ocaso yermo y frío. La veleta redondea las aspas del mundo detonado, los cristales esparcidos, por la monotonía invernal, se unen en un tesoro increíblemente hallado. Mi pie prosigue sobre la baldosa fría y mi cabeza ya no está aquí. Cuanto a mi sucede no es lo mismo que la risa. Porque ayer estuve curioseando en el infierno de mi alma y he aprendido a dejar los objetos en el interior de una vasija


agujereada y torcida. Me cuesta no oír las voces que me piden otra descorazonada palabra de alivio a las asechanzas. He querido olvidar nombres y apellidos, robustecerme en el hoy no saber de este cariño que mantuvo durante tantas tardes nuestros pensamientos unidos en un por qué y sigues vivo en mí, coloso debatido y tu misterio de sueños lo cuidaré por siempre en el frontispicio del libro de mi vida.

XXXVII Extasiada quiero volver a nuestro juego, socapa que no me permito distracciones extiendo la mano y te tocó.


Te defiendes enojas encrespas o ríes. No llegas a comprender este instante tan maravillosamente único. Mañana no creo que podremos repetirlo, ambos luchamos en un mundo tan terrible, que si existe algún sentimiento, parece parte de una lejana época donde nos podíamos permitir esas emociones.

XXXVIII Cuando el incierto relevo se aproxima, taciturna quedo, casi trastornada. Porque tantas veces esperé en vano,


tantos alicaídos días conté interminable el ocio desmoronador de las horas que cuando el relevo va decantándose, las quejumbrosas voces parecen transportadas por la aurora.

XXXIX Quise echarme atrás estaba todo resuelto. La mirada hacia el campo tendida la luna rota, la argolla de papel deshecha por la lluvia y un himno que llegaba de muy lejos y tu voz, se unía a esa desazón que alimentaba


mi corazón sin gran reparo. Y todo sin decir fue dicho, a través de las húmedas paredes, confiscando la gota imprecisa la resumida lentitud de los leños esparcidos y todo sin decir fue dicho, como en el comienzo del mundo.

XL La ligadura celestial emerge sobre el paisaje sólo libre en la imaginación y la aurora desgañita el estío devastador y sombrío donde te mueves iluminado y profético. Remueve las aspas salvajemente graves y dolidas mientras la criatura renace


del espejismo solitario y maldito. No me digas que no te acostumbras a esos nuevos horizontes ni que el aire está temblando y en la copa de los árboles parece divertido el tiempo de la noche. No me digas que no buscas otros horizontes, otras paralelas expuestas, sin molduras, que ese acre grito sin soberbia, que escalonas los folletines sin horario y la presurosa caléndula azulina. Ayer podría haber mencionado otro estío, hoy me remito a éste. Asunción del Paraguay

XLI Aunque no sepas, querido amigo que mis profundas carencias no pueden ser entendidas


en la extensión de este mundo tan fantástico, a veces, cuando te acaricio siento que quizá te devuelvan el sentido del amor y la belleza. Me duele que las horas pasadas en la quietud-inquietud de los placeres y las palabras, de las risas y los críticos pensamientos, sean transformadas en culpas, reproches, porque ambos damos sentido a los momentos. No jugamos al requiebro sensual sin otro ritmo, crecemos a pesar de nuestras pasadas experiencias y negarnos esa dicha es morir un poco.

XLIII Con tus manos he encontrado el camino.


Yo estuve ayer hablando y pude ver la semejanza. No me digas que todo es imposible porque no sólo pude sentir el largo exilio, la tormentosa sensación que la vida es precisa, que no pasan los años inútilmente. Que el tránsito por el llanto, la angustia vana, es una aventura necesaria. Que el ser impaciente destrozar los sentimientos o hacer lo que no cuadra es el paso inicial del desconcierto a la madurez No sé si retornará esa hora donde pudimos recorrer los cuerpos,


buscar la sonrisa tan cerca de los ojos y la conciencia. Pero creo que las voces quedaron y pueden que retomen el sendero justo del mañana.

XLIV Cuando el crepúsculo se avecinaba a nuestros rostros y una lágrima aparecía interrumpir nuestros sueños de lejanos viajes, quise decirte que la mujer escondida me invadía dejándome prisionera de las infinitas debilidades. Yo, luchadora infatigable de miles de caminos,


sucumbía sin pensar a esto que surgía como un extravío de una madurez inmadura pero tuve miedo de mostrarme desnuda y callé.

XLV No quiero tocarte ni quiero lanzarme a abrazarte. Esto y aquello fue parte del juego y te ha dolido el sentido de esta lucha porque no la asimilas, de la misma forma que yo no la acepto. Esto y aquello fue parte del juego y sólo quedarán si tú lo quieres unas líneas.


No hablemos de errores por favor, please, te lo suplico. Que cuando digo que mejor así que cuando dices es mejor así, queda la nube flotando sobre las aristas de unas caricias que se extendían entre tus piernas sobre el independiente sentido de alegrarse, cuando mis mimos te hacían cerrar los ojos sobre tu vanidad de no venir a mí, siempre yo buscándote. Y no es para enojarse sólo es crónica pasada y feliz que recordaremos sabiamente hasta una eternidad creada por nosotros


que fuimos dos y uno y ahora caminos diferentes.



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