"MOMENTOS ESTELARES DE LA CIENCIA" De Isaac Asimov

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Isaac Asimov

Momentos estelares de la ciencia

asistieran a la universidad. Pero Marie no conocía obstáculos. Al terminar la escuela secundaria, consiguió libros prestados y empezó a estudiar química por su cuenta. Trabajando de tutora e institutriz logró ahorrar dinero bastante para enviar a una hermana suya a París, y en 1891 hizo ella lo propio. La tradicional simpatía de los franceses hacia los polacos oprimidos era una historia que se remontaba a los tiempos de Napoleón. Muchos polacos hallaron refugio en París. Marie podía estar segura de encontrar amigos. Pero, más que amigos, lo que necesitaba era una formación universitaria, así que se matriculó en la universidad más famosa de Francia, la Sorbona, y comenzó a estudiar todo lo que se le ponía por delante. Dormía en áticos sin calefacción, y comía tan poco, que más de una vez se desmayó en clase. Pero acabó siendo la número uno de la clase. En 1894 le sonrió por segunda vez la suerte: conoció a un joven llamado Pierre Curie y se enamoraron. Pierre tenía ya un nombre en la física: él y su hermano Jacques habían descubierto que ciertos cristales, al someterlos a presión, adquirían una carga eléctrica positiva en un lado y otra negativa en el otro. Cuanto mayor era la presión, más grande era la carga. El fenómeno se denomina «piezoelectricidad» (del griego piezein, presionar). Hoy día encuentra aplicación en los micrófonos, radioreceptores y fonógrafos. Cualquier radiotransmisor se mantiene en frecuencia gracias a un cristal piezoeléctrico. Marie y Pierre se casaron en 1895. Marie, que estaba haciendo el doctorado, obtuvo permiso para trabajar con su marido, de manera que ambos combinaron trabajo y vida doméstica. Su primera hija, Irene, nació en 1897. El mundo de la ciencia se hallaba por entonces al borde de una revolución. El aire estaba cargado de ideas nuevas. Roentgen había descubierto los rayos X. Becquerel había descubierto que la radiación de los compuestos de uranio era capaz de descargar un electroscopio, y logró demostrar cualitativamente que eran varios los compuestos de ese elemento que poseían tal propiedad, aunque el instrumental de que disponía era demasiado tosco para realizar mediciones cuantitativas precisas. El electrómetro diseñado por Pierre Curie y su hermano Jacques, basado en la piezoelectricidad, podía medir cantidades muy pequeñas de corriente. Marie Curie decidió utilizar el aparato para estudiar cuantitativamente la radiación del uranio. El principio era el siguiente: los rayos del uranio golpeaban contra electrones de los átomos de aire y los expelían, dejando atrás «iones» que eran capaces de transmitir una corriente eléctrica. Así pues, la intensidad de los rayos del uranio cabía determinarla midiendo la cantidad de corriente eléctrica que permitían al aire transportar. La corriente podía medirse equilibrándola en uno de los cristales de Pierre, con diferentes presiones. A una determinada presión, el cristal adquiría una carga suficiente para frenar la corriente. Marie Curie halló que la cantidad de radiación es siempre proporcional al número de átomos de uranio, independientemente de cómo estén combinados químicamente con otros elementos. Y descubrió que otro metal pesado, el torio, también emitía rayos parecidos. Apenas había cumplido los treinta y hacía sólo seis años que había llegado a París, pero su nombre ya empezaba a sonar. Pierre, viendo claramente que su joven y brillante esposa iba camino de convertirse en algo grande, abandonó su línea de investigación y se unió a la de ella. El metal de uranio se obtenía principalmente del mineral pechblenda. Cuando los Curie necesitaban más uranio, tenían que extraerlo de un trozo de mineral. Pero no sin antes comprobar que ese trozo tenía suficiente uranio para que mereciera la pena, lo cual requería medir la radiactividad del mineral. Un buen día, en el año 1898, dieron con un trozo de pechblenda tan radiactivo, que tendría que haber albergado más átomos de uranio en su seno que los que realmente cabían. Los Curie, asombrados, llegaron a la única conclusión posible: en la pechblenda había 59


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