Conéctate, marzo de 2024: El gozo de la Resurrección

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CELEBRAR LA PASCUA

Lo determinante es la Resurrección

«Vi, toqué, creí»

El relato de Tomás

Sé bien a donde voy

La certeza de la vida eterna

CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA Año 25 • Número 3

Año 25, número 3

A NUESTROS AMIGOS

el salvador resucitado

Johanna-Ruth Dobschiner fue una joven judía que sobrevivió a la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial escondida en áticos y detrás de paredes falsas en casas de miembros de la resistencia holandesa. Durante las largas jornadas de encierro en la casa de Bastian Johan Ader, pastor de una pequeña iglesia rural de Holanda y uno de los cabecillas de la resistencia holandesa, Johanna-Ruth tomó una Biblia de su biblioteca, que a la postre leería de tapa a tapa.

En el Antiguo Testamento repasó los episodios que a menudo le habían relatado en su hogar judío-ortodoxo. Entonces, con sorpresa, descubrió que el libro tenía una segunda parte: el Nuevo Testamento. Partiendo por los Evangelios, narraba la historia de un hombre que explicaba cómo vivir la ley judaica desde otro prisma. En su mente, mientras leía, visualizaba que ella misma era uno de sus discípulos que lo seguían por toda Palestina. No dudó de que Él era el tan esperado Mesías y no entendía por qué nadie le había hablado de Él.

Tan desconsolada se sintió después de leer sobre Su crucifixión, muerte y sepultura que cerró el libro y guardó luto por siete días según la costumbre judía. Más tarde, cuando decidió retomar la lectura, ¡descubrió con entusiasmo que Jesús había resucitado de los muertos! Era verdad entonces. ¡Él sí era el Mesías! Luego de leer los Hechos de los Apóstoles entendió que sigue vivo, dentro de nosotros, y le entregó su corazón y su vida.

Nuestro número de Semana Santa de este año explora el sentido de la resurrección. En el artículo «Vi, toqué, creí» Curtis Peter van Gorder retrata la transformación de Tomás el incrédulo, que luego de tocar a Cristo resucitado, encarna al apóstol Tomás. Sin duda disfrutarán del artículo de la página 3 en que Peter Amsterdam hace un detallado registro de Cristo, el Hijo de Dios, y el Mesías anunciado siglos atrás.

Compartamos en estos días de Pascua la alegría de Johanna-Ruth cuando descubrió a Cristo resucitado y propiciemos que otros lo conozcan también.

Gabriel y Sally García Redacción

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EL MILAGRO DE LA ESPERANZA

Creo en la resurrección. Creo en las mariposas que irrumpen de sus capullos zafándose de la muerte. Creo en las semillas de las flores moribundas que caen al suelo para renacer y volver a rodearnos de belleza. Creo que la noche más oscura nos lleva nuevamente a la luz del sol y que las estaciones pasan del sueño invernal al despertar de la primavera. Toda la naturaleza nos da una clase sobre la esperanza.

Esta mañana salí a dar un paseo después de una tormenta. El cielo seguía oscuro. Salí porque el meteorólogo me confirmó que la tormenta había terminado. Dejé la casa entre cielos grises y una bruma que caía de las ramas al pasar yo por debajo.

Caminé un kilómetro y medio, y el viento arreciaba. Pensé que tal vez el pronóstico del tiempo estaba equivocado. Quizá volvería la tormenta. Pero entonces levanté la vista y vi un pequeño claro de sol. Eso me alegró y, mientras seguía mi camino, recé por todos los seres queridos a los que no podría ver estas vacaciones. En ese momento sentí un calorcito y al levantar la vista me encontré con un cielo despejado. No había una sola nube. Sucedió de un momento a otro. Rastreé el cielo para ver adonde se habían ido las nubes, pero no las vi por ninguna parte. El sol había obrado un pequeño milagro para mí. Di inmensas gracias a Dios por haber andado

por fe y no por vista; como consecuencia, pude deleitarme viendo surgir aquel hermoso día después de la tormenta.

Qué grato es observar el mundo todo limpio y barrido después de una tormenta. El aire es más puro; el cielo más brillante; la gente más amable y una pizca más dulce con los demás. Es hermoso ver brillar el sol después de la lluvia. Puede suscitar un sentimiento de gratitud al recordarnos que el Señor cuida de nosotros y nos cobija durante la tormenta.

Esta mañana podría haber optado por esconderme en casa y pasar el día sola. Pero me aventuré a salir y el Señor me obsequió con algo especial. Dios enseña Su poder, belleza y misericordia a través de Su creación, y mucho podemos aprender de ella. Pero, por desgracia, a menudo estamos tan ocupados con las preocupaciones y exigencias de la vida cotidiana que no nos tomamos el tiempo de parar, oír trinar los pájaros, observar las nubes y recordar que Dios protege a sus criaturas grandes y pequeñas.

Que Él te bendiga hoy y que ojalá te tomes un momento para tomar conciencia del milagro de la esperanza.

Joyce Suttin es docente jubilada y escritora. Vive en San Antonio, EE.UU. Su blog se encuentra en https://joy4dailydevotionals.blogspot.com/. ■

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CELEBRAR LA PASCUA

Lo determinante es la Resurrección

Cada vez que celebramos la Pascua evocamos el regalo de salvación divino. Gracias a Su amor por la humanidad Dios nos proporcionó un medio de entablar una relación eterna con Él a través de Su Hijo. Jesús vino a este mundo por amor, vivió como uno de nosotros y se entregó para ser crucificado y sufrir por nuestra redención. Su muerte posibilitó que llegáramos a conocer realmente a Dios y viviéramos con Él para siempre.

Jesús fue el Hijo de Dios. Esto nos consta por lo que se relata de Él en los Evangelios. Hizo y dijo muchas cosas que atestiguan del hecho de que era el Hijo de Dios. Su resurrección de los muertos, que celebramos cada Pascua, fue prueba de que era todo lo que afirmó ser, el largamente esperado Mesías y el Hijo de Dios.

Si bien ocasionalmente afirmó que era el Mesías, por lo general no se aludía a Sí mismo en esos términos. Para la gente de Su época el título

de Mesías conllevaba ideas preconcebidas e ilusiones de índole política. Declararse Mesías probablemente le habría acarreado conflictos prematuros con los dirigentes judíos y con el gobierno romano. Además habría generado expectativas relacionadas con el Mesías, es decir, las de un dirigente que rompería los grilletes de los opresores romanos y liberaría físicamente al pueblo judío.

A lo largo de los Evangelios Jesús se refirió a Sí mismo más 70 veces como el Hijo del hombre, un título no mesiánico del libro de Daniel con el que los judíos de la época de Jesús estaban familiarizados (Daniel 7:13,14). Emplear el título Hijo del hombre permitía a Jesús hablar sobre Su misión en la Tierra —que incluía Su sufrimiento y muerte, Su segunda venida, Su papel en la aplicación de la justicia divina y Su glorioso futuro— sin utilizar el título políticamente cargado de Mesías

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En el contexto de los Evangelios Jesús fue el único que usó el título Hijo del hombre en referencia a Sí mismo. Lo hizo para invocar la autoridad que le confería poder para hacer lo que solamente le estaba permitido a Dios, por ejemplo, perdonar pecados. «Para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —dijo entonces al paralítico—: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mateo 9:6). También se denominó a Sí mismo de esa manera cuando anunció a Sus discípulos, poco antes que ocurriera, Su crucifixión y resurrección al tercer día. (Mateo 17:22,23).

Jesús predijo que como Hijo del hombre daría la vida por nuestra redención: «El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar Su vida en rescate por todos» (Mateo 20:28). Así, fue crucificado, muerto y sepultado, para luego resucitar. Su muerte expiatoria en la cruz es precisamente lo que nos permite alcanzar la vida eterna (1 Pedro 2:24).

Otra forma en que Jesús empleó la frase Hijo del hombre fue en referencia a Su segunda venida, cuando retornará a la Tierra para establecer Su dominio y emitir juicio. El libro de Daniel habla de «uno como Hijo de hombre» que viene en las nubes del cielo (Daniel 7:13). Esa alusión a una figura de aspecto humano, que se presenta con autoridad y gloria

y que es objeto de adoración y cabeza de un reino eterno, evoca una imagen de poder que normalmente le está reservada a Dios. A lo largo de los Evangelios otras personas, así como Él mismo, también llaman Hijo de Dios a Jesús. Su condición de Hijo está entretejida en los Evangelios, sobre todo en lo que dijo sobre Sí mismo. Los Evangelios nos dan a entender que existió eternamente con el Padre desde antes de la creación del mundo como Logos, la Palabra o Verbo de Dios, y que hizo todas las cosas. El Verbo luego se hizo carne en la

persona de Jesús, que con la vida que vivió nos enseñó acerca de Dios y Su amor. «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre» ( Juan 1:14).

En las narraciones de Su nacimiento se nos informa de Su condición de Hijo. En ellas la paternidad se atribuye directamente a Dios, habiendo sido concebido por el Espíritu Santo, y por ende se lo llama Hijo de Dios (Lucas 1:31-35). Se le puso por nombre Jesús, que significa «Yahweh es la salvación». Yahweh (Yahvé, Jehová) era uno de los nombres por el que el pueblo judío se refería a Dios.

Cuando Jesús fue bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán al inicio de Su misión, la voz de Dios atestiguó que Jesús era Su Hijo. «Este es Mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo 3:16,17). Cerca del final de Su misión, cuando fue transfigurado, Dios una vez más declaró que era Su Hijo (Mateo 17:5).

Jesús tenía una relación singular con el Padre, pues siendo Su único Hijo, lo conocía como nadie. Cuando

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los dirigentes judíos le preguntaron si era el Hijo de Dios, respondió afirmativamente: «El Sumo sacerdote le volvió a preguntar: “¿Eres Tú el Cristo, el Hijo del Bendito?” Jesús le dijo: “Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo”» (Marcos 14:61,62).

Las afirmaciones que hizo Jesús acerca de Sí mismo y Su relación con Dios en el sentido de que era igual a Dios, en ciertos momentos aceptando que le rindieran culto (Mateo 14:33) y declarando que hacía la obra del Padre, eran consideradas desopilantes y blasfemas por sus opositores. Los dirigentes religiosos judíos que lo tildaron de falso mesías llegaron a la conclusión de que tenía que morir para que los romanos no destruyeran el país a causa de Él ( Juan 11:47-50). Si bien no contaban con la autoridad para matarlo ellos mismos, lo hicieron crucificar por las autoridades romanas. El presunto falso mesías que afirmaba ser el Hijo de Dios fue crucificado y el problema parecía haber quedado resuelto.

Pero entonces... Resucitó. Y Su resurrección demostró que todo lo que había afirmado ser, la autoridad que había dicho que tenía —Su condición de Mesías e Hijo, Su poder y dominio—, era cierto. Es, en efecto, Quien afirmaba ser.

De no haber resucitado, de no haber habido resurrección, todo lo que dice la Palabra de Dios sobre Él sería falso. Como expresó Pablo, nuestra fe no valdría nada (1 Corintios 15:14). La resurrección, sin embargo, demuestra que nuestra fe es de un valor inestimable. Pone en evidencia que Jesús es el Hijo de Dios.

A raíz de la resurrección tenemos la certeza de la vida eterna por medio de nuestra fe en Cristo. Ese es el punto medular de la Pascua. Por eso es un día para alabarlo y agradecerle Su sacrificio, el haber dado la vida por nosotros. Por eso es un día para alabar a Dios por el maravilloso plan de la Salvación que Él dispuso. Por eso la Pascua es un

día estupendo para comprometernos personalmente a dar a conocer las buenas nuevas de que Jesús resucitó y que Su ofrecimiento gratuito de la salvación se encuentra a disposición de todos cuantos lo acepten. ¡Feliz Pascua!

Peter Amsterdam dirige juntamente con su esposa, María Fontaine, el movimiento cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original. ■

No se turbe tu corazón, no se entristezca tu alma: La Pascua es época de alegría. ¡Todos felices a celebrarla!

Es una dicha reconocer que Jesucristo hizo posible el perdón de nuestros pecados y el Cielo nos hizo asequible.

Que en esta singular temporada nos maravillemos de Su historia. Que con Él nuestra fe se renueve y participemos de Su gloria.

Adaptación de un poema de Helen Steiner Rice

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UNA LINDA CASITA

Hace poco compramos una casita de los años 60 como inversión. Sinceramente, me pregunto si somos buenos inversionistas, pues este emprendimiento de la casita no resultó como esperábamos. Nos ha costado mucho tiempo, dinero y sufrimiento, y no nos ha reportado grandes beneficios.

Cuando la adquirimos, sabíamos que necesitaría una profunda restauración, así que mi marido y yo trabajamos en ella todos los fines de semana del verano pasado. ¿Mencioné que se trata de una casa sin aire acondicionado en pleno verano de Texas? Estábamos sucios, sudorosos, malhumorados y sin plata, pero invertimos todos nuestros recursos y esfuerzos porque pensamos que esa casa sería una buena inversión para nuestro futuro. Aunque queda por ver cuál será el retorno real de nuestra inversión, este es el principio de la misma: Le ves posibilidades a una casa vieja, fea y pequeña, e inviertes tiempo y dinero con la esperanza de que el sacrificio merezca la pena.

Alguna vez te has preguntado qué nos califica a ti y a mí para que Jesús piense: ¡Valió la pena Mi sacrificio! (Romanos 5:8.) «Dios demuestra su amor para con nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros». Él lo hizo antes que fuéramos limpios,

Las manos de Jesús atravesadas por clavos revelan el corazón de Dios henchido de amor. Anónimo

antes que pareciéramos dignos, antes que nos viéramos prometedores. Esa es la verdad más sorprendente. Porque Dios nos ama, cada ser humano tiene un valor inestimable; no por nuestro propio mérito, sino por Su amor.

Cuando me tomo tiempo para reflexionar sobre esto no dejo de asombrarme. A veces lo olvido. A veces estoy tan inmersa en este mundo que olvido que si Jesús no hubiera cargado con el peso de mi pecado, estaría muerta en pecado, separada de Dios, desprovista de esperanza, de amor y de gracia. No obstante, a raíz del sacrificio de Jesús en la cruz fui adoptada y soy hija de Dios.

No soy una casa vieja que haya que restaurar para que cobre valor. Ya tengo valor porque Cristo murió por mí. ¡Ánimo!, busca conmigo esa alegría y esa comprensión.

Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE.UU. ■

Marie Alvero
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La FUERZA Del PERDÓN

El perdón es un tema muy amplio y polifacético. Aunque he leído mucho sobre el tema a lo largo de los años, sigo encontrando espacio para crecer cuando se me presentan oportunidades de poner en práctica lo aprendido.

En cuanto a perdonar a los demás, en los últimos años se ha publicado mucho sobre los beneficios psicológicos y emocionales de ser capaz de eximir a alguien de culpas. Ofrece la posibilidad de liberar a una persona de la ira, la ansiedad, la amargura y otros sentimientos similares. Puede ayudar a una persona a seguir adelante con su vida y no quedarse atascada en el pasado. Todo eso es cierto y debería motivarnos a cada uno a perdonar, aunque más no sea por los beneficios que nos reporta a nosotros mismos y aun cuando no nos apetezca hacerlo.

Así y todo, los seguidores de Cristo tenemos otro motivo más importante todavía para perdonar. Y es que Dios nos ha perdonado todos los pecados, todos los errores, todas las fechorías que hemos cometido o que cometeremos. Se ha hecho con nosotros borrón y cuenta nueva. En vista de eso, tenemos la obligación

ante Dios de perdonar a los demás. Así lo expresó Jesús cuando enseñaba a orar a sus discípulos: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mateo 6:12). A eso añadió: «Porque si perdonan a los hombres sus ofensas, su Padre celestial también les perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre les perdonará sus ofensas» (Mateo 6:14,15).

En Mateo 18 Jesús cuenta una parábola para ilustrar este concepto: Un siervo debía al rey 10.000 talentos. (Por lo que he investigado, se calcula que un talento equivalía aproximadamente a 6.000 denarios, o unos 10 años de sueldo. De modo que 10.000 talentos equivaldrían aproximadamente a 100.000 años de sueldo, ¡una suma astronómica!)

Cuando el siervo no pudo pagar, el rey ordenó que él y su familia fueran vendidos a esclavitud hasta que pudiera pagar la totalidad de lo adeudado. El siervo entonces se puso de bruces suplicando tiempo y clemencia. Al verlo en su desesperación, el rey decidió absolverlo completamente de la deuda.

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Camino a su casa el siervo absuelto se encontró con un consiervo que le debía 100 denarios (unos tres meses y medio de sueldo), lo agarró del cuello y le exigió el pago inmediato. Su compañero le suplicó clemencia y le pidió tiempo para devolverle la suma. Pero no, en lugar de eso el siervo inclemente hizo meter a la cárcel a su compañero y se aseguró de que no saliera hasta reintegrarle todo lo adeudado.

Algunos consiervos vieron lo que había sucedido e informaron de ello al rey. Este llamó al siervo absuelto y le dijo: «”Toda aquella deuda te perdoné porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, así como también yo tuve misericordia de ti?” Y su señor, enojado, lo entregó a los verdugos hasta que le pagara todo lo que le debía» (Mateo 18:32-34).

Jesús concluye el relato con estas palabras: «Así también hará con ustedes mi Padre celestial si no perdonan de corazón cada uno a su hermano» (Mateo 18:35).

A veces he oído decir que lo que debía el consiervo era insignificante, pero en realidad tres meses y medio de sueldo no es poca cosa. Resulta insignificante solo si

El perdón es misericordia manifiesta. Es amor en acción; no amor basado en un sentimiento, sino en una decisión: elegir deliberadamente obedecer a Dios. Joyce Meyer

Los manzanos producen manzanas, las espigas de trigo producen granos de trigo y los que han sido perdonados perdonan. Max Lucado

Perdonar es liberar a un prisionero y descubrir que ese prisionero eras tú. Lewis B. Smedes

A la sombra de mi dolor me parece que el perdón es como una decisión de premiar a mi enemigo. Pero a la sombra de la cruz, el perdón no es más que un regalo de un alma que no lo merece, a otra.

se lo compara con la deuda inicial, que creo que es lo importante aquí. Las cosas por las que estamos llamados a perdonar a los demás pueden parecernos muy grandes o graves, pero si nos hacemos una idea clara de todo lo que Dios nos ha perdonado, absolver a los demás resulta mucho más fácil.

Esta Pascua nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre el gran amor y perdón que Dios nos dispensa a cada uno, además de escudriñar en nuestro corazón y ver si hay alguien a quien aún no hayamos perdonado. Algo que me ha ayudado es recordar que el perdón no es una emoción; no tenemos que tener ganas de perdonar. Tampoco hay que preocuparse de que algo no ande bien si una vez que perdonamos seguimos experimentando emociones negativas hacia la persona que absolvimos. Si continuamos aferrados a nuestra decisión de perdonar, podemos confiar en que esos sentimientos negativos disminuirán y con el tiempo se hará evidente que hemos perdonado de corazón.

Simon Bishop realiza obras misioneras y humanitarias a plena dedicación en las Filipinas. ■

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«VI, TOQUÉ, CREÍ»

Si el apóstol Tomás pudiera relatarnos cómo vivió él la crucifixión, sepultura y resurrección de Cristo, quizá nos contaría algo así:

A muchas personas que leen los Evangelios les asalta la idea de que debió de ser estupendo contarse entre los primeros discípulos de Cristo, sobre todo haber sido uno de los doce elegidos por Él para acompañarlo mientras predicaba y obraba milagros. Aquellos tres años y medio con el Maestro fueron extraordinarios, porque Él mismo era extraordinario, mejor dicho, perfecto.

Sin embargo, nosotros —los discípulos— no teníamos nada de extraordinario. Al contrario, nuestros defectos se notaban aún más a la luz de Su presencia. Pedro era locuaz e impetuoso; Santiago y Juan se dejaban llevar excesivamente por su celo; Felipe era un realista descarnado... ¿Y yo? Por haber dudado del poder de Dios y haber expresado mis dudas con tanta vehemencia, mi nombre ha llegado a ser sinónimo de escepticismo.

alegro de que otros puedan beneficiarse de mi experiencia.

Si tienes dudas sobre Jesús, la Biblia, el poder de Dios o el alcance de Su amor, este relato te vendrá de perilla.

No me enorgullezco de esa etiqueta ni es ese el legado que me habría gustado dejar. De todos modos, me

Después que crucificaron y le dieron sepultura a Jesús, todos nos ocultamos por temor a que Sus enemigos vinieran a prendernos. Cuando volví a ver a los otros discípulos la noche del tercer día descubrí que habían sucedido muchas cosas en mi ausencia. Todos hablaban del asunto al mismo tiempo: «¡Vimos a Jesús!» «¡Está vivo!» «¡Es cierto! ¡De veras!» «¡Yo también lo vi!»

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Pedro tomó la palabra para explicármelo:

—Estábamos aquí apiñados, procurando hallarle sentido a lo que sufrió el Maestro, cuando María llegó a la puerta, casi sin aliento…

—Fuimos al sepulcro a ungir su cuerpo con especias —interrumpió ella—; pero cuando llegamos, habían corrido la piedra de la entrada y Su cuerpo ya no estaba.

—Los demás supusimos que era un cuento tirado de los pelos —continuó Pedro—. Pero como María insistía en que fuéramos a verlo con nuestros propios ojos, Juan y yo accedimos. Lo descrito por ella coincidió cabalmente con lo que vimos: ¡el sepulcro estaba vacío, a excepción del sudario en que había estado envuelto el cuerpo! De regreso, recordé que Él nos había dicho: «Como el profeta Jonás estuvo tres días en el interior del gran pez, también el Hijo del Hombre deberá estar tres días y tres noches en el corazón de la tierra» (Mateo 12:40). Ahí me asaltó la duda de si no sería verdad que Jesús había resucitado de entre los muertos.

Emocionado, Pedro subió el volumen de voz.

—Pero sucedió algo increíble. ¡Jesús se apareció de repente ahí mismo donde estás tú! Nos enseñó los agujeros que dejaron los clavos en Sus manos y la herida de la lanza en Su costado…

Mis dudas silenciaron lo demás que dijo. ¡Imposible!

Otras dos personas narraron el increíble encuentro que habían tenido con un extraño en el camino a Emaús. Cleofás era el que hablaba.

—Estábamos aquí cuando llegó María y nos refirió que ella y las otras mujeres habían visitado la tumba y la habían hallado vacía. Además, vieron un ángel que les declaró que Jesús estaba vivo. Los dos partimos para Emaús tan tristes y confundidos como estás tú por lo que le ocurrió a Jesús. En el camino nos encontramos con un hombre que nos esclareció las profecías de la Biblia relacionadas con la muerte del Mesías, las cuales encajan perfectamente con lo sucedido a Jesús. De súbito, nos dimos cuenta de que ese extraño era ni más ni menos que Jesús. Pero en ese instante y sin mediar palabra, se desvaneció.

—Yo no me creo eso —espeté—. Para mí que ustedes se imaginan esas cosas. Ven lo que quieren ver.

Les rogué que fueran un poco más ecuánimes.

—Yo lo quise tanto como ustedes. ¿No se dan cuenta de lo irracional que es todo lo que están diciendo? Yo para creer que está vivo tendría que ver y tocar los agujeros que dejaron los clavos en Sus manos y la herida de Su costado.

Ocho días después estábamos todos reunidos una vez más. ¡De pronto una figura atravesó la pared! ¡Era Jesús! Se dirigió a mí, me sonrió y me mostró las heridas de Sus manos.

—Tomás, pon el dedo aquí —me dijo.

Enseguida me acordé de lo que había dicho la semana anterior y me dio vergüenza. Él no estaba presente cuando les dije a los demás que no creería a menos que lo viera y lo tocara yo mismo. Sin embargo, Él lo sabía todo. Desde el primer día, siempre había adivinado mis pensamientos y conocido mis sentimientos más recónditos.

Me tomó la mano y me dijo:

—Mete tu dedo en la herida que dejó la lanza en mi costado. Y cree.

Lo hice, y en ese instante cualquier resabio de duda que me quedara se evaporó. Lo había visto y palpado, pero lo que más me conmovió fue mirar Sus ojos, que irradiaban amor y compasión con más intensidad que nunca. Mi escepticismo no había mermado en lo más mínimo el amor que abrigaba por mí. Aunque sentí bochorno por mi incredulidad, Su amor disipó tanto mis dudas como mi vergüenza.

Es verdad que tuve la dicha de estar en Su presencia, de verlo obrar milagros, de oírlo predicar y llamarme por mi nombre. Tuve la dicha de ver y tocar al Salvador resucitado, de que me reafirmara Su amor y de oír de Sus propios labios que mis pecados me eran perdonados. Así y todo, ustedes han sido más favorecidos todavía, tal como Él mismo dijo: «Más bienaventurados son los que sin haber visto han creído» ( Juan 20:29).

Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo. 1 Dedicó 47 años de su vida a actividades misioneras en 10 países. Él y su esposa Pauline viven actualmente en Alemania. ■

1. http://elixirmime.com 11

LA ESPERANZA DEL CIELO

«Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora: Tiempo de nacer y tiempo de morir. (Eclesiastés 3:1,2) Parece ser que esa perspectiva de la vida y la muerte, tan práctica y realista, era más común en tiempos pasados.

Los niños que nacían en ambientes rurales se acostumbraban a observar por sí mismos el ciclo de la vida. Veían parir al ganado y presenciaban el fallecimiento de sus animales favoritos. Los niños mayores cuidaban de sus hermanitos y estaban también atentos a sus abuelos, que con el paso de los años iban ajándose y debilitándose.

No es de extrañar que en los clásicos himnos cristianos, ir al Cielo, estar con Jesús y reencontrarnos con nuestros seres queridos sean temas recurrentes.

Un día, cuando tenía 10 años, acompañé a mi abuelito mientras realizaba sus labores de granja. Como yo lo adoraba, no me perdía una sola oportunidad de seguirlo adonde fuera. Me quedé mirándolo mientras le daba de beber a las vacas. Oí entonces una voz clara en mi corazón que decía: «Tu abuelo será el primero en morir de tu familia». Jamás había oído una voz interior así, pero sabía que no me mentía. Dicho y hecho, cuando yo tenía 12 años, mi yayo partió repentinamente a mejor vida.

Nunca había pensado que pudiera haber otra vida después de esta, pero extrañé a mi abuelo y me surgieron interrogantes. Me iba en bicicleta hasta el cementerio y me sentaba junto a su tumba intrigada por saber dónde estaría y si él me podía ver. ¡Cuánto hubiera querido tener la esperanza del Cielo en ese momento!

Fue reconfortante oír el eco de esas palabras en mi alma. Aunque no entendía, me dio la impresión de que esa suave voz me había preparado para la pérdida de mi querido abuelo. Es probable que sin aquella premonición hubiera quedado anonadada.

Varios años después le abrí el corazón a Cristo. Desde entonces esa voz celestial ha sido mi inseparable compañera. El recuerdo que guardo de mi abuelo es el de un hombre de fe y convivo con la paz de que un día lo volveré a ver.

Apenas estamos de paso por este mundo temporal; vamos rumbo a un lugar en el que «cosas que ojo no vio ni oído oyó, ni han surgido en el corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman» (1 Corintios 2:9). Ruego que todos podamos vivir proyectándonos hacia el Cielo.

Sally García es misionera, escritora y traductora, además de docente y mentora. Vive en Chile con su esposo Gabriel y está afiliada a la Familia Internacional. ■

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Sally García

SÉ BIEN A DONDE VOY

Parte de mi apostolado consiste en ofrecer consuelo y aliento a quienes atraviesan momentos difíciles. Para la mayoría de las personas sufrir la pérdida de un ser querido es una experiencia increíblemente dolorosa.

He visto que puedo consolar y animar a los que están de duelo con las palabras de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá» ( Juan 11:25). Las palabras de consuelo de la Biblia son nuestras gracias al sacrificio de amor de Jesús cuando murió en la cruz por nuestros pecados. El Cielo es real. Es un lugar donde no habrá más tristeza, muerte ni dolor y donde se enjugarán todas nuestras lágrimas (Apocalipsis 21:4). Sin duda echaremos de menos a nuestros seres queridos por un tiempo, pero tenemos la esperanza de la vida venidera.

Sin embargo, cuando hablo con alguien que no cree en Dios ni en Jesús, ¿qué puedo decirle? ¿Qué consuelo puedo ofrecerle? Cuando pienso en lo que debe de ser desconocer la verdad del amor y el perdón de Jesús y del lugar que tendré con Él en el Cielo, la desesperanza me embarga el pensamiento. Creer que esta vida es todo lo que hay debe de ser muy decepcionante. ¡Qué contraste hay entre entender que no nos espera otra cosa que un vacío de inexistencia y creer en la esperanza de la vida eterna donde viviremos en una gloriosa ciudad celestial iluminada por la gloria de Dios! (v. Apocalipsis 21:23).

Hace un tiempo mi hija adolescente tuvo una conversación con un señor sobre la muerte. Era agnóstico y dijo

que abrigaba un profundo miedo a morir y que nunca había conocido a una persona que no lo tuviera hasta cierto punto. Le preguntó a mi hija si temía a la muerte, a lo que ella respondió convencida:

—¡No, porque sé adónde voy!

Sorprendido por la certeza de su afirmación, le preguntó:

—¿Cómo puedes saberlo?

Ella respondió:

—Porque la Biblia dice: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna» ( Juan 3:36).

Cuando se trata de la muerte, Jesucristo, el Hijo de Dios, es la diferencia entre la esperanza y el miedo.

Marie Knight es misionera voluntaria a plena dedicación en los EEUU. ■

Jesús te ama y anhela vivir en tu corazón si te abres a Él. Basta con rezar una oración sencilla como la que sigue:

Jesús, te ruego que me perdones mis pecados. Creo sinceramente que Tú moriste por mí. Te invito a entrar en mi vida. Lléname de Tu amor y de Tu Espíritu Santo. Ayúdame a amarte a Ti y a los demás y a vivir conforme a la verdad de la Biblia. Amén.

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FESTEJAR EL SUFRIMIENTO

En esta época del año disponemos de una ocasión única: la celebración del sufrimiento. Es a la vez un momento solemne y alegre, pues conmemoramos simultáneamente la pavorosa muerte de Cristo y

Su gloriosa resurrección. Además, alzamos nuestro corazón en señal de agradecimiento por el grandísimo e inmerecido don de la salvación.

Es una celebración única, porque el signo convocante de nuestra fe es un objeto de dolor y muerte: la cruz. El foco de atención de innumerables himnos, colgantes, pinturas y demás es una simple construcción de madera, tosca, hendida por clavos y manchada de sangre. Ahora es nuestro signo sagrado, no porque ella sea especial en sí, sino porque lo es Aquel a quien colgaron de ella.

Jesús pasó por tal sufrimiento, dolor y angustia que me estremezco de solo pensarlo. Hay tanto que agradecer, más de lo que podemos imaginar, toda vez que la salvación de nuestras almas es una redención que lo abarca todo, y los que aceptamos el sacrificio de Jesús nunca caminamos solos. ¡Qué consuelo! ¡Qué alegría ahora y siempre!

Con todo y con eso, nuestro consuelo y alegría le costaron muy caros al Hijo de Dios. Vertió lágrimas de sangre. Fue traicionado, escarnecido y golpeado. Jesús padeció tal dolor y tormento que llegó a pensar que

Su Padre le había dado la espalda. Fue espantoso, y me estremezco de pensar que lo hizo todo por mí. Y por ti.

Únicamente Dios revestido de carne humana podía tornar un sufrimiento tan brutal en una victoria, en la victoria de todos los tiempos, en una celebración sin igual. Es que al recordar que Jesús murió recordamos aún más vibrantemente Su magnífica resurrección.

Cada Pascua nos recuerda que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de los que lo aman (Romanos 8:28) y que cada una de nuestras cruces —ordinarias y ásperas como son— puede llegar a ser una bella expresión de Su poder si no nos damos por vencidos (Lucas 9:23,24). Puede que nos sintamos abatidos y cansados, pero nuestro sufrimiento no carece de propósito. Dios puede valerse de él para ayudar a los demás (2 Corintios 1:4), transformarnos y cambiar nuestro mundo. Y afortunadamente, nuestro Señor nunca nos da más de lo que podemos soportar con Su ayuda (1 Corintios 10:13).

La Pascua es una ocasión para dar gracias a Jesús. Dado que conocemos el final feliz, apreciemos hoy la rudeza de la cruz, pues dará paso a una corona eterna.

Chris Mizrany es misionero, fotógrafo y diseñador de páginas web. Colabora con la fundación Helping Hand en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. ■

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ECOS DE LA PASCUA

Mis primeros recuerdos de la Pascua son de edad preescolar: aprendimos una tierna canción sobre un gracioso conejo para cantársela a nuestros padres. Más tarde, en la escuela dominical, cuando veíamos películas sobre la vida, crucifixión y resurrección de Jesús, siempre me tapaba los ojos durante las escenas de la cruz. Me hacía llorar y no entendía por qué tenía que ser así.

A los 18 años tuve un encuentro personal con Jesús y me puse a estudiar los Evangelios. Con la ayuda de maestros y del Espíritu Santo, muchas verdades sobre la vida empezaron a cobrar sentido. La esperanza de que algún día iría a un lugar maravilloso llamado Cielo donde viviría para siempre con mi Padre celestial poco a poco fue sanando mi corazón quebrantado y llenándome de fe y determinación. Con el tiempo me casé, tuve hijos y dediqué tiempo a servir a Dios y a hablar de Jesús a los demás.

Hace unos 15 años asistí al culto de Pascua de las 6 de la mañana en la iglesia de mi vecindario. El templo estaba lleno, y después que la banda interpretara un par de canciones, una joven de 13 años entonó un solo sobre la crucifixión. Describía paso a paso el juicio arbitrario al que fue sometido Jesús y Su recorrido por la Vía Crucis. Después de cada serie de versos, el estribillo decía: «Tú lo hiciste todo por mí, Señor; ¡Tú lo hiciste todo por mí!»

Pronto las lágrimas me corrían por las mejillas de manera incontrolable. Solo que esa vez no eran lágrimas de tristeza, sino de agradecimiento. Me embargó un sentimiento de gratitud por lo que mi Salvador soportó por mí.

Finalmente, en ese preciso momento, comprendí el significado de la Pascua en su plenitud. Es el eco de la resurrección, el eco del renacimiento, el eco de la victoria… Del invierno que siempre desemboca en primavera… De cómo Dios es capaz de tomar incluso lo más horrible que haya sucedido jamás y transformarlo en lo más extraordinario para toda la humanidad. Y, en un sentido más amplio, de cómo puede tomar una vida quebrantada y rehacerla y restaurarla hasta convertirla en algo maravilloso.

Rosane Pereira es profesora de inglés y escritora. Vive en Río de Janeiro (Brasil) y está afiliada a La Familia Internacional. ■

El gran obsequio que nos entrega la Pascua es la esperanza, la esperanza cristiana que nos conduce a confiar en Dios, en Su triunfo definitivo, en Su bondad y en Su amor, que nada puede hacer tambalear.

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De Jesús, con cariño

Te amo con amor eterno

Te amo. Así de simple. Te conozco al derecho y al revés —la suma de tu vida y tus experiencias— y velo por ti. Comprendo las pruebas y adversidades de la vida, que enfrentas a diario al tomar decisiones y tratar de descifrar las mejores formas de vivir y desarrollarte plenamente. Ten siempre presente que las cargas que llevas pueden aligerarse si acudes a Mí (Mateo 11:28-30)

Si bien tu vida seguirá su curso y algún día morirás, tu espíritu, tu verdadero yo, que mora dentro de los confines de tu cuerpo, vivirá eternamente. Por eso no merece la pena afanarse por las cosas materiales del mundo, ya que tarde o temprano las dejarás atrás. Las cosas que entrañan verdadero valor trascienden lo material: el amor, la bondad, la misericordia, la generosidad.

Por tanto, haz el bien. Sé amable. Da con generosidad. Ama a tu familia, a tus amistades, a tus vecinos y a todos los que encuentres en tu camino en el transcurso de la vida cotidiana. Manifiesta misericordia, bondad y compasión. Al conducirte así, me reflejas a Mí.

Te he amado con un amor eterno. Me movió un amor tan grande que vine a la Tierra y asumiendo forma humana entregué Mi vida en la cruz por tu redención. Yo soy la resurrección y la vida. Y todo aquel que vive y cree en Mí no morirá nunca ( Juan 11:25,26). Así que cuando tu vida toque a su fin, vendrás al que será tu hogar eterno, donde el amor, la alegría, la paz y la verdad reinarán eternamente.

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