Matilda - la oveja que aullaba como los lobos

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Matilda La oveja que aullaba como los lobos Pau Tod贸 y Sarah H盲hnle


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Explícale el cuento, pero no le expliques de qué color


Matilda

La oveja que aullaba como los lobos por Pau Tod贸 y Sarah H盲hnle

para Nico Tod贸 y Lilli R眉fenacht


atilda siempre sospechó que ella no era una

en la maleza sólo le proporcionaba pistas falsas. Aunque al

oveja como las demás. Le aburría pasar el día entero pastando

final abandonó la búsqueda, el perro no dejó de pensar en ella

en el prado y seguir al rebaño a todas partes.

ni un solo día. Él sabía que Matilda seguía allí, en algún lugar

Para entretenerse solía contar a sus hermanas historias de

del monte, y nunca perdería la esperanza de volverla a ver.

ovejitas perdidas y lobos malos, pero su juego favorito era alejarse del rebaño para que el perro pastor fuera corriendo

Los primeros días en el bosque fueron duros para Matilda.

tras ella.

Todo era nuevo y curioso, pero también incómodo y desco-

En sus escapadas solía trotar hasta el linde del prado, donde

nocido. La hierba no era fácil de encontrar y al cabo de tres

acaba la llanura y empieza el bosque. Allí se detenía resoplan-

días Matilda empezó a sentir un hambre feroz.

do y, con las lanas de punta, trataba de imaginar qué esconde-

Quizá fue su ingenuidad, o quizá fue la mezcla del hambre

ría la espesura.

que sentía y la curiosidad que la movía lo que hizo que aque-

Un día Matilda se cansó de imaginar y decidió dar el paso que

lla mañana la oveja se acercara a una manada de lobos que

separaba el campo del bosque.

descansaba en un claro.

Entró despacio, sin hacer ruido. Pero al oír los gritos del pastor que la llamaba echó a correr hacia la espesura. Mientras corría sintió miedo de perderse en aquel lugar, pero también tuvo miedo de que la encontraran. Corrió y corrió, y cuando volvió la vista atrás ya fue demasiado tarde. Matilda se había perdido. El perro pastor volvió un día tras otro a aquel lugar con la esperanza de encontrar su rastro, pero la exuberancia de olores 4



l contrario de lo que explicaban los cuentos de Matilda, esta vez los lobos no se comieron a la ovejita. Ella les explicó la verdadera historia de cómo se había perdido, y ellos quedaron cautivados por la audacia que entrañaba su temeridad, conscientes de que ahora el destino de la oveja estaba solamente en sus garras. Matilda pasó muchos meses junto a ellos. Ellos le daban refugio y ella les contaba historias de pastores y ovejas descarriadas; unas veces las recordaba y otras se las inventaba. Ellos le creían unas veces y otras menos, y mientras todo esto ocurría Matilda se hacía mayor entre los lobos. Con el tiempo aprendió a correr, a vigilar y a acechar como ellos, a enfrentarse a otros lobos enseñando sus pequeños dientes y a respetar las leyes de la manada. Finalmente, en una noche de luna llena, los lobos le enseñaron a aullar. Matilda se había convertido en un lobo fuerte y valiente como el resto de sus compañeros. Pero ella continuaba pensando que no era como los demás. Es cierto que no podía mover la cola como ellos, por ejemplo, y que en vez de pelo tenía sobre su cuerpo un gran abrigo de lana blanca. Sin embargo

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no eran estos detalles los que la hacían sentirse diferente. Era otra cosa. Algo que no sabía explicar... y que estaba a punto de descubrir. —Matilda —le dijo un día el jefe de la manada—, ha llegado la hora de que aprendas a cazar como nosotros. Hemos averiguado que cerca de aquí hay un prado donde pace un rebaño de ovejas. Prepárate. Saldremos al anochecer. A la hora acordada Matilda bajó al prado como un lobo más de la manada. Cuando estaban a unos pocos metros de las ovejas, los lobos empezaron a correr tras ellas, pero Matilda se detuvo. No podía hacerlo. Buscó un árbol y se escondió tras él, sin atreverse a pisar la hierba donde hasta entonces pastaban tranquilamente sus hermanas.



ientras veía lo que ocurría, Matilda se dio cuenta de que sentía la misma pena por las ovejas que por los lobos. Era como si les hubiera fallado a todos, o como si uno de sus cuentos se hubiera hecho realidad por su culpa y de la peor forma posible. En ese prado no hubo final feliz para nadie. Los lobos se comieron a dos ovejas, el pastor disparó a los lobos y el perro no pudo hacer nada. Matilda cerró los ojos y aulló. Al oír el aullido, la manada acudió corriendo, pero Matilda ya no estaba allí. Había huido en dirección a las montañas. Corrió y corrió como la primera vez, y tal como entonces, la emoción confusa de querer escapar y ser encontrada al mismo tiempo hizo que se perdiera de nuevo. Era de noche y una luna blanca y redonda como un plato descansaba sobre la montaña. Matilda se tumbó entre las hojas secas y pensó en lo ocurrido. ¡Era todo tan extraño! Le gustaban algunas cosas de los lobos y algunas cosas de las ovejas. Se acordó de los pastos frescos y del sonido de los cencerros, y lloró al sentir que lo echaba todo de menos. Miró la luna y el bosque y volvió a llorar

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acordándose de todo lo que había aprendido con los lobos. Le gustaba correr pero no estar sola, aullar a la luna y explicar cuentos a sus hermanas. Había sido divertido ser una oveja diferente, hacer de lobo siendo en realidad una oveja. Pero ahora sabía que nunca le gustaría comer lo que come un lobo, como tampoco podría gustarle seguir al rebaño por mucho que se esforzase. Quería ser algo que no sabía explicar. Algo que, de nuevo, estaba a punto de descubrir. Cerró los ojos y pensó en ovejas y lobos, en rebaños y manadas, en bosques y praderas... buscó el olor de su lana, notó su calor y se quedó dormida.



o primero que pensó Matilda al despertar fue que tenía suerte de ser quien era. Su manto de lana la había protegido del frío durante la noche, y su corazón de lobo del miedo a las sombras del bosque. La idea le gustó y pensó en ella mientras buscaba hierba para el desayuno. Sin duda, el suyo era un caso especial, resolvió. En el bosque había aprendido todo lo necesario para poder ser una oveja sin cencerro, intrépida y solitaria. Y en el campo, la noche de la cacería, había descubierto lo que no le interesaba aprender. Mientras rumiaba todo esto, y su desayuno, oyó el campaneo de unos cencerros a lo lejos. Para comprobar que no lo estaba imaginando decidió seguirlo, y el repique de las campanitas la llevó de nuevo hasta el linde del bosque, donde empieza la pradera. En aquel campo Matilda vio ante sí un rebaño de setenta ovejitas blancas pastando distraídamente en la hierba. El perro que las guardaba la vio de lejos y, confundiéndola con una de sus ovejas, fue en su busca a todo correr. Matilda conocía aquel ladrido, era el mismo que oía de pequeña cada vez que se alejaba del rebaño, el rebaño al que ahora, finalmente, podía volver.

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Cuando el perro llegó hasta Matilda, la oveja supo que él no la reconocería. Había pasado demasiado tiempo y ella ya no era precisamente una corderita. El perro ladraba dando vueltas a su alrededor, pero Matilda no se movió. Cuando el perro se hartó de ladrar se sentó frente a ella, exhausto. —¿Has terminado? —preguntó Matilda— Veo que ya no te acuerdas de mí. Primero él se fijó en sus ojos, y empezó a recordar. Luego reparó en su coquetería, y supo que era Matilda. Matilda contó al perro la historia de cómo se había perdido en el bosque y había sido adoptada por una manada de lobos, de cómo creció entre ellos hasta casi convertirse en uno más, y también la razón por la que aquella noche descubrió que jamás podría ser un lobo de verdad. Cuando acabó de contar todo lo que le había pasado, Matilda pensó que aquello podía ser una buena historia para contar a sus hermanas, una de las que no hacía falta inventarse.



l perro había estado escuchando muy atentamente la historia de Matilda, y ahora ella quería saber qué había ocurrido en el rebaño mientras estaba en el bosque. —Después de perderte — dijo el perro — volví a este mismo lugar durante semanas con la esperanza de encontrarte, y en el fondo siempre supe que volverías. ¡Lo que nunca podría haber imaginado es que en vez de una oveja encontraría a un lobo! Aquí no han cambiado mucho las cosas. Ya sabes que mi trabajo consiste precisamente en que las ovejas no corran demasiadas aventuras. Las aventuras las paso yo cada vez que salimos a pastorear; hay que estar muy atento, correr detrás de las jovencitas despistadas y conducir al rebaño a todas partes sin dejarse a nadie. Y la verdad es que estoy un poco cansado. Me hago viejo, Matilda. Hace tiempo que espero que el pastor encuentre a un perro más joven que haga este trabajo. Yo quiero descansar, me lo he ganado. Matilda intentó animarle diciendo que hacía muy bien su trabajo, y que a ella le parecía una ocupación de lo más interesante. Le parecía tan interesante, dijo, que ella misma estaría encantada de poder hacerlo si no fuera una... —... ¿oveja? —le interrumpió el perro— Pero si tú casi eres un lobo. Fíjate, tienes todo lo bueno de las ovejas y todo lo

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bueno de los lobos. No quiero ser presumido, pero esa mezcla tan noble de instinto y de bondad es más propia de un perro... —... ¿pastor? —terminó Matilda. —Sí, de un perro pastor. Pensándolo bien, tú podrías hacer este trabajo mejor que nadie, Matilda —dijo el perro—. Eres una oveja criada entre perros lobo, sabes todo lo saben los perros y todo lo que necesitan las ovejas. ¿Quién mejor que tú para guardar un rebaño? Matilda sonrió. El suyo era un caso especial, volvió a decirse, y ahora sabía que debía hacer algo al respecto. Se levantó y corrió en dirección al rebaño. Esta vez, al llegar no se detuvo. Rodeó a su grupo de hermanas trotando a toda velocidad ante el asombro del pastor y condujo al rebaño hasta el límite del prado. Allí, mirando al bosque, Matilda se detuvo y aulló con todas sus fuerzas. Desde aquel día, los lobos de aquel bosque saben que Matilda guarda el rebaño y de vez en cuando bajan hasta la pradera para escuchar una de sus historias de lobos malos y ovejitas perdidas.



Pau Todó (Barcelona, 1971) ha trabajado de periodista, traductor y redactor publicitario tras cursar estudios de Filología Inglesa. En 2000 fundó la agencia de servicios editoriales Urgencias Literarias y ahora realiza trabajos de creatividad publicitaria, además de haber escrito este cuento. Sarah Hähnle (Biel-Bienne, 1969) ha realizado estudios de Diseño Gráfico y Comunicación Visual en Zúrich. Montó Pixelpost, su propio estudio de comunicación gráfica y dio clases en varias universidades hasta que en 2004 se instaló en Barcelona, donde actualmente ejerce como diseñadora gráfica e ilustra cuentos como este. Sebastián Díaz (Santiago de Chile, 1972) estudió Bellas Artes en Santiago de Chile tras cursar sus estudios en Berlín. En el año 1996 se instaló en Barcelona, donde se especializó en la técnica de la serigrafía. Actualmente es propietario del taller donde se ha impreso este cuento. bluemelocoton@gmail.com

© Barcelona 2009, Pau Todó / Sarah Hähnle 14



Matilda no quiere seguir al rebaño. Prefiere explicar cuentos de lobos malos y ovejitas descarriadas. Pero lo que Matilda no se imagina es que pronto se convertirá en la protagonista de su propio cuento, una aventura tan parecida a la vida real que no la podrá explicar hasta que averigüe quién es ella y qué la hace distinta de los demás. Este cuento ha sido concebido y desarrollado de forma totalmente complementaria entre la ilustradora Sarah Hähnle y el escritor Pau Todó, que mientras buscaban la convivencia ideal entre los dibujos y los textos construyeron poco a poco la de sus autores.

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