De Ceniza y Sangre

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DE CENIZA Y SANGRE Por Barrayar «Mi nombre es Rebecca Tesla, nací en Budapest en 1882, mi padre es el inventor Nikola Tesla. No, no hace falta que busques en las bases de datos; no me encontrarás allí. Quiero pensar, que aquello que me arrojó más allá del tiempo y del espacio, borró todo rastro de mi existencia. No sé qué fue, ni cómo sucedió. Abrí los ojos y las montañas de Colorado habían desaparecido. Un parpadeo, sólo un parpadeo… Ahora estoy a años luz del planeta que llamaba hogar, a cien generaciones de distancia de los descendientes que no llegué a tener. Una parte de mí lo echa de menos, pero la verdad es que vivo la vida que ni en mis más descabelladas fantasías podría haberme imaginado. Me gusta. Ahora tengo una nueva casa como la nunca tuve, y una familia como la que no creí encontrar. Y veo las estrellas desde mi casa, y el Sol pero no es el Sol, es Eos, su lejana hermana gemela. Y no es la Tierra, el planeta que se ve tras los cristales, lo llaman Verdara y mi destino es una de sus lunas.» *** La corteza era dura, rugosa y áspera, y tenía tonos cenicientos que recordaban a la piedra caliza, veteada en granates que estallaban en las hojas del color carmesí de la sangre derramada. Era extraño, sí, pero era un árbol. Y había árboles hasta donde alcanzaba la vista por lo que no cabía duda de que estaban en un bosque. Un bosque de ceniza y sangre pero un bosque al fin y al cabo. Desde que Tesla había aparecido en medio del hangar de carga de la Valkiria, había visto cosas que nunca, ni en sus sueños más locos, habría podido imaginar. Un bosque como el que se extendía enfrente de ella no se incluía entre éstas, no así, sus dos compañeros: Guillermo y Riordan. El primero, de un marcado color verde esmeralda, parecía más vegetal que esas plantas y no le faltaba parte de razón, ya que su color le venía proporcionado por la capa de algas fotosintéticas que tenía bajo la piel. El segundo, era aparentemente normal, pero sus uñas afiladas y unos ojos de gato, delataban su bestia interior. Y lo más gracioso del asunto era que ambos eran completamente humanos, fruto de la llamada Revolución Genética que transformó por completo el universo en el que vivían, unos cuantos siglos atrás.

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Y luego estaba ella; más humana que ninguno, más exótica que nadie. La única auténtica terrícola del sistema de Eos. ¿Y qué hacía una terrícola, un fotosintético y un leónida, en medio de un bosque inhóspito de una remota luna en las últimas fases de terraformación? Pues, naturalmente, trabajar. Una sencilla misión de recuperación, había dicho Brunilda, la jefa de la compañía; localizar un aparato estrellado y marcarlo con los anclajes georreferenciados. Sencillo, fácil, rápido y cómodo. Más que una ruta interplanetaria entre Sparta a Galileo, menos tiempo y más ganancias. Por supuesto que había truco, pero en ese momento no lo encontraron. Tesla había visto dirigibles sobrevolar el cielo de Nueva York; y había visto naves espaciales en los puertos de Caribdis y conocía la Valkiria, su nuevo hogar, como la palma de su mano, pero nunca había utilizado una cápsula de descenso y ni se le había pasado por la cabeza su sencillo funcionamiento. ¿Cuál es la mejor forma de mandar algo a un planeta? Tíralo, tarde o temprano llegará. Y, mientras descendía a una velocidad aproximada de cincuenta y cinco metros por segundo, intentaba recordar esas oraciones que su madre le había enseñado de pequeña. Concentrando todos sus esfuerzos en conservar en su estómago las galletas secas del desayuno, intentó abrir los ojos pero no pudo. Quiso respirar y le costó un mundo subir y bajar el diafragma en el doloroso intento de llevar aire a sus pulmones. Fueron unos minutos de agónica tortura pero pasaron de golpe. Bueno, de varios golpes. Todavía le temblaban las piernas y sentía el regusto ácido de la bilis en la boca. —¿Hacéis esto muy a menudo? —dijo conteniéndose por no escupir. Después de todo, era una dama. —Sólo los jueves —bromeó Riordan. Él sí que no se contuvo y escupió varias veces. Tesla arrugó la nariz pero no dijo nada. —Bien —dijo Guille consultando las lecturas de la cápsula—, si os interesa, hemos llegado a las cinco gravedades. Teniendo en cuenta de que no deberíamos haber pasado de tres, creo que toca la revisión de los cilindros de compensación.

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—Tocaba hace dos descensos —señaló Riordan mientras comprobaba que los sistemas neumáticos que se habían expandido amortiguando la caída se recogían correctamente—. ¿Estás bien? —preguntó a Tesla—. Estás un poco pálida. Tesla tragó saliva pero le costaba articular palabras, todavía tenía el corazón en la garganta y temía que si vomitara, no fueran sólo las galletas lo que apareciera. Se limitó a asentir con la cabeza, mientras paseaba en círculos, buscando con la mirada un lugar donde escupir con discreción. —Trescientos grados Kelvin, ochenta y cinco por ciento de humedad ambiental… fantástico —masculló Guille—. Bienvenidos a la selva. En rojo y gris, un poco peculiar. ¿Por qué no es verde? ¿No se supone que los árboles son verdes? —Entonces, ¿no es un bosque normal? —preguntó Tesla, mientras se limpiaba con delicadeza la comisura de la boca. —¿Habías visto alguna vez un bosque así? —preguntó su amigo mientras le tendía una de las mochilas. —No, pero sólo es una cosa más en mi lista de cosas extrañas que no he visto nunca. —Pues también está en la nuestra —dijo Riordan cogiendo su macuto—. ¿Dirección? —Según esto —dijo Guille revisando su plano electrónico—, la última transmisión de la Gorgona la sitúa a unos cuarenta kilómetros en… aquella dirección— dijo, señalando, tras una breve pausa. —Cuarenta kilómetros —repitió Riordan—. No es mucho, podemos llegar antes de que se haga de noche. —¿No es mucho? —gimió Tesla sintiéndose desfallecer antes de empezar a caminar. Riordan se rió y la empujó para que acelerara el paso. *** —No puedo más —dijo Tesla acompañando su renuncia con un gemido agudo y lento. Sin esperar una respuesta, se sentó en el suelo y contempló suplicante a sus compañeros. Guille dejó su mochila en el suelo y se desplomó a su lado. Riordan abría camino y avanzó un trecho antes de darse cuenta de que nadie le seguía.

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—Está bien —dijo asintiendo—, una pausa para beber agua y comer algo. —¿Yo puedo comer? —preguntó Guille esperanzado, su capacidad fotosintética hacía que no le fuera necesario ingerir alimentos sólidos. Pero una cosa era necesitar y otra cosa, desear—. No hace mucho sol y he gastado mucha energía. Comida, por favor, comida, por caridad —lloriqueó haciendo teatro. Riordan le arrojó una de las tabletas energéticas que sacó de su mochila y le tendió otra a Tesla. Guille se arrojó sobre la suya con un afán voraz degustándola como si se tratara de ambrosía divina. Tesla mordisqueó la suya con recato. Le recordaba al chocolate con almendras, pero tenía un regusto que no acertaba a distinguir. Riordan no comía. Permanecía expectante con la mirada clavada en algún lugar de la espesura. —Guille —dijo rompiendo el silencio absoluto que reinaba en el bosque—. Esta luna está en la última fase de terraformación, ¿verdad? —Así es —asintió con la boca llena. —Eso implica condiciones aptas para la vida humana y la introducción de especies animales y vegetales. ¿No? Bien, ¿dónde están los animales? Tesla se atragantó con su barrita. Guille dejó de masticar la suya. Ahora percibían aquello que había captado la atención de Riordan. Estaban en una selva y no había nada salvo esos árboles de hojas rojas. No había pájaros, no había insectos, ni un solo sonido excepto su propia respiración y el crujir de las ramas con el suave viento. —¿Se olvidaron de ponerlos? —aventuró Tesla, ella no sabía nada de procesos de terraformación. Por lo que a ella se refería, alguien había venido y plantado los árboles. Poco preciso e igual de incierto. —No, no funciona así —intentó explicar Guille—. Se supone que la terraformación acelera los mecanismos de evolución. Y lo que tiene que pasar en, pongamos cien mil años, pasa en unos cuantos cientos. Ahora debería haber plantas y animales, y dentro de unos años, un complejo hotelero para los niños ricos de Origen. —Pero tampoco hay plantas —señaló Riordan—. Sólo están estos extraños árboles.

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—Si era una broma para la novata os está saliendo muy bien —dijo Tesla sintiendo que era incapaz de morder un bocado más—. Felicidades, me habéis asustado. Guille no dijo nada pero miró a Riordan de reojo. El leónida perdió su mirada en la espesura y masculló algo entre dientes. No necesitaba leer los labios para saber lo que había dicho, lo mismo que había pensado decir él. «Yo también estoy asustado». —Lleguemos a la Gorgona y salgamos de aquí —dijo en su defecto. No hizo falta que lo repitiera dos veces. Tesla y Guillermo se levantaron casi al unísono. Y emprendieron de nuevo la marcha. No fueron necesarias palabras de coraje para que aceleraran el ritmo: El miedo a lo desconocido los espoleaba. *** El sudor se concentraba formando gruesas gotas en su frente que terminaba resbalando por su nariz. Su ropa, muy poco apropiada para esa situación, se ceñía a su cuerpo de forma indecorosa dejando entrever todas las formas de su silueta. La ropa interior victoriana no era el vestuario idóneo para caminar por la selva, en realidad, no era la ropa adecuada para nada pero no había tenido tiempo ni oportunidad de comprar otra y antes moriría a disfrazarse de hombre con la de sus amigos. Ahora pagaba el precio de su feminidad. —¿Estás bien? —preguntó Guille. El joven se había negado a adelantarla, así la obligaba a mantener el ritmo y ella se sentía más protegida al tener sus espaldas resguardadas. Riordan avanzaba por delante buscando el camino, había bajado el ritmo para adecuarse al de sus compañeros y apenas se separaba unos pasos. Los árboles crecían equidistantes unos de otros y el bosque se extendía prácticamente simétrico en todas direcciones. Era difícil orientarse y no había sendero alguno pues nada parecía haber ollado esa tierra. Lo único que les guiaba, era el mapa electrónico con la supuesta localización de la Gorgona. —Es por allí —dijo Riordan tras estudiar a conciencia la ruta. Eso no era bueno. El camino que señalaba, se perdía entre los árboles más densos, una zona plagada de ramas bajas que se enredaban en el pelo y arañaban el cuerpo. —¡Cáspita! —gruñó Tesla cuando su enagua se enredó en el sotobosque de ramas de árboles jóvenes.

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Tiró de ella con fuerza y calló al suelo impulsada por la inercia. El árbol se balanceó en movimiento pendular y arrojó algo que la golpeó de lleno el pecho. Tesla se levantó de golpe, gritando presa de la histeria. Era pequeño, estaba seco y deforme pero no cabía duda: era un animal. Haciendo gala de una gran imaginación, se podría decir que el animal momificado parecía algún tipo de roedor o de animal arborícola de cola larga, como una ardilla o un lémur. Estaba completamente deshidratado y era posible contar los huesos por encima del pellejo reseco y ennegrecido. —Pues parece que sí hay fauna —dijo Guille inspeccionando los restos del cadáver. —Razón de más para mantener los ojos abiertos —replicó Riordan—. ¿Estás bien? —preguntó con su tono más amable. Tesla asintió con nerviosismo. —¿Qué lo ha matado? —preguntó. —Ni idea —dijo Guille frunciendo el ceño—. Con la humedad que hace es difícil que algo quede en este estado de deshidratación. Quizás algún tipo de arácnido. Dime que estamos a punto de llegar, Riordan, estaré más tranquilo con una plancha de metal para cubrirme la espalda. —Cuatro kilómetros —dijo consultando el mapa—. Guille, ¿qué fue lo que dijo Brunilda de la nave? —Una avería en el sistema de soporte vital —recordó éste—. Se recomendó un aterrizaje de emergencia en una atmósfera adecuada. —La Gorgona es un modelo Myto de BMW, pequeña pero con capacidad para realizar incursiones en atmósfera. —Así es. —No debería haber tenido problemas para aterrizar —comentó Riordan, pensativo. —Pero algo no salió bien porque no hubo comunicaciones posteriores —concluyó Guille. Nadie dijo nada más, no hacía falta. Se miraron unos a otros y, no por primera vez, sintieron la mirada de mil ojos que les observaban desde las copas de los árboles. Sin pronunciar palabra, prosiguieron el camino. ***

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—¡Ayuuuuu! —gritó Guille corriendo con júbilo hacia la enorme máquina que aparecía en el claro que se había formado con su aparatoso descenso. Tesla dio un salto y también corrió en aquella dirección. Parecía que le habían puesto alas en los pies. El cansancio y la fatiga habían desaparecido de golpe ante la visión de la gigantesca mole metálica. Bueno, gigantesca era un decir. La Gorgona no llegaba ni a una décima parte de la Valkiria, pero la Valkiria era una nave espacial que no estaba diseñada para entrar en atmósfera alguna. La Gorgona era pequeña, aún así, era del tamaño de varios vagones de tren juntos. Justo a tiempo. Los rayos de Eos empezaban a tornarse de color rojo y pintaban el cielo de un surtido de tonos rosados y púrpuras. Media hora más y les hubiera atrapado la noche en medio de la espesura carmesí. Guille ya había llegado a la Gorgona pero se había resistido a entrar. Tesla corría entre los árboles sin mirar por dónde pisaba. No pudo evitar tropezar con una de las raíces y caer al suelo de bruces. Sólo su orgullo resultó dañado. Se levantó en seguida, deseando que sus compañeros no hubieran reparado en su estúpido traspiés, y se apresuró a quitarse los restos de tierra y hojas. —¿Estás bien? —le preguntó Riordan. Era la enésima vez que se lo preguntaban en lo que llevaba de día. —Sí, estoy bien —contestó exasperada, enfadada consigo misma—. He tropezado con una raíz, eso es todo. Riordan frunció el ceño, quizás molesto por el tono con que le había contestado. La verdad es que no tenía motivos para pagarlo con él. Empezó a articular mentalmente una disculpa pero algo en el brillo plateado de los ojos del leónida, le hizo ver qué había algo más. Riordan le sujetó la barbilla con delicadeza. —Rebecca —dijo usando su nombre propio con un tono que parecía de terciopelo. Eso no era bueno, nunca usaba su nombre propio—. No es una raíz. Era cierto. Semienterrado entre tierra y follaje aparecía lo que se antojaba una rama seca y ennegrecida. Sólo en una segunda mirada se descubría que la rama tenía dedos.

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Tesla se sintió desfallecer, el apoyo del brazo de Riordan evitó que cayera de nuevo al suelo. El leónida se aseguró que era capaz de mantenerse en pie antes de liberar su abrazo y acuclillarse para inspeccionar el cadáver. Estaba en el mismo estado que aquella especie de roedor que había caído sobre su pecho horas antes; completamente momificado. La piel negra y coriácea se enganchaba al cuerpo dibujando cada uno de sus huesos y tendones. La macabra calavera contemplaba el mundo a través de sus cuencas vacías; la boca abierta en un silencioso grito, confería al rostro un rictus agónico. —No descartaba encontrar cadáveres —dijo Riordan en voz baja—, la nave tenía dos tripulantes. ¡Pero sólo ha pasado una semana! Aunque hubiera muerto en el momento, no debería estar en este estado. No entiendo lo que está pasando. —¿Dos tripulantes? —repitió Tesla—. Eso significa que… Un grito de Guille atrajo su atención. El verde muchacho había entrado en la Gorgona y ahora reclamaba su presencia. Riordan saltó como activado por un resorte y salió corriendo hacia él. Tesla le imitó. «Preocupémonos por los vivos primero», se dijo mientras corría todo lo rápido que le permitían sus cansadas piernas. Cuando llegaron donde estaba Guille, lo primero que hizo fue alegrarse al ver que su amigo estaba ileso. No había sido una llamada de auxilio pero tanto Riordan como ella lo habían interpretado así. El descubrimiento del cadáver les había dejado los nervios a flor de piel. Guille estaba parado delante de una de las compuertas del aparato. Ésta estaba destrozada, completamente fuera de quicio, y las ramas de los árboles habían penetrado en el interior de la Gorgona cubriendo todo el umbral, impidiendo el paso. —¿Cómo demonios han crecido tanto en tan poco tiempo? —se preguntó Guille en voz alta. Nadie le contestó. Tesla tenía muy vívida la imagen del cadáver que acababan de encontrar. Riordan también, ¿cómo si no se explicaría la mirada de auténtico pavor dibujada en su rostro? Esa mirada le dio más miedo que todo lo que habían visto y no visto hasta el momento. Si Riordan demostraba miedo era que las cosas estaban peor. El leónida descubrió el escrutinio de Guille y mudó rápidamente su expresión, de nuevo la máscara de calma, pero ya era demasiado tarde.

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Como ninguno de sus compañeros hacía nada, Guille se quitó la mochila y rebuscó en su interior hasta sacar algo que parecía un machete, plegado sobre sí mismo. Lo desplegó y Tesla observó que la hoja vibraba como si se tratara de un diapasón. Antes de que nadie pudiera impedírselo, arremetió contra la vegetación. Atravesó las ramas como si fueran mantequilla y, al hacerlo, un chorro sanguinolento salió propulsado de la herida cubriéndolo de una sustancia carmesí. Tesla gritó presa de una repentina histeria mientras Guille, con su verde rostro mortalmente pálido, se hacía a un lado temblando violentamente. —¡No es sangre! —gritó Riordan sacudiéndola con energía, obligándola a fijar sus ojos en los suyos—. No es sangre —repitió más calmado cuando ella recuperó el control—. Las hojas son rojas así que es normal que, por lo que sea, su líquido conductor también sea rojo. Es savia roja, nada más. —Savia roja —musitó Tesla, avergonzada por su comportamiento—. Lo siento. Soy tan estúpida… —No pasa nada —dijo Riordan—, estamos un poco sensibles después del cadáver. —¿Cadáver? —preguntó Guille arqueando una ceja. —Uno de los tripulantes —explicó el leónida—, está unos metros hacia allá, en el mismo estado que el animal que encontramos. —Odio este bosque, Riordan, acabemos con esto y salgamos de aquí de una puta vez. Cogió de nuevo el machete de hoja vibrante y no lo bajó hasta que el hueco de la compuerta quedó completamente liberado de vegetación. Cuando acabó, toda la entrada de la Gorgona estaba llena de salpicaduras; parecía que se hubiera cometido una carnicería. A diferencia del casco, que demostraba signos inequívocos del impacto y de la acometida contra la vegetación, el interior estaba impecable y nada hacía parecer que la nave se había estrellado. En la cubierta de carga todo estaba en orden. —Se nos hace tarde —observó Riordan—. Colocaré los anclajes en el techo de la nave y mañana partiremos con las primeras luces. Vosotros revisad la cabina a ver si conseguís arreglar las comunicaciones.

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—¿Quién te ha puesto al mando? —gruñó Guille. Riordan le miró desafiante y Guille se limitó a agachar la cabeza. Rebuscó en su mochila y sacó un aparato que se asemejaba a un cepo de caza, sólo que más redondo y con una luz intermitente en un lateral. —Casi es de noche —observó Tesla en un hilo de voz. No le hacía la menor gracia que Riordan saliera allí, completamente solo. Lo que fuera que había atacado al tripulante podría estar en el exterior. —Súper visión —recordó Guille con sorna. —No te preocupes —dijo Riordan con una sonrisa—. Volveré en cinco minutos. —Ten cuidado —dijo Tesla. Tenía un mal presentimiento. El cristal de la cabina estaba intacto. Tesla se maravilló por ello y se lo comentó a Guille que le restó importancia. —¿Por qué se iba a romper? —dijo encogiéndose de hombros—. Es el material más resistente de la nave. Tesla suspiró y agitó la cabeza, ya estaba acostumbrada a ese tipo de equívocos por su parte. Era difícil hacerles ver que de donde ella venía los cristales se rompían. Examinó la consola de mandos. Se parecía bastante a la de la Valkiria. Apretó los botones y revisó los indicadores. Las luces de la cabina se encendieron, así como la mayor parte de los indicadores de la nave. —¿Cómo lo has hecho? —preguntó Guille asombrado. Tesla se limitó a encogerse de hombros. Era un don familiar, suponía, memoria fotográfica y una capacidad innata de saber cómo funcionaban las cosas. —¿Hola? —preguntó. La mayoría de las naves que había visto tenían una IA: Ésta no fue una excepción. —Reiniciando… —la voz artificial resonó en la cabina—. Apoyo vital … inoperante. Comunicaciones… inoperante. Se detectan fisuras en el casco. Dos pasajeros no identificados. Estado de la tripulación… sin datos. Mensaje en memoria. Presencias en el casco. Temperatura doscientos noventa y tres grados kelvin, ochenta y nueve por ciento de humedad…

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—Sí, sí, sí —apremió Guille—. Nombre. —Mi nombre es Euríale. —Muy bonito, Eu, necesitamos arreglar las comunicaciones. ¿Dónde…? —Guille buscó a Tesla, pero ésta ya se había arrastrado por el suelo y desarmaba uno de los paneles laterales—. ¿Qué estás haciendo? —Intentar arreglar las comunicaciones —dijo Tesla inspeccionando los circuitos. —¿Y sabes lo que haces? —No mucho, pero si no funciona no puedes echarme la culpa: ya estaba roto antes. Creo que… Sí, he localizado el error pero… —se incorporó y miró alrededor, buscando, antes de arrugar la nariz y centrar su atención en Guille— . Necesitaré tu camiseta. —¿Mi camiseta? —Sí, sí, tu camiseta —dijo con premura. Guille se la dio sin rechistar. Tesla se la puso y forcejeó durante un rato para liberarse del corsé que oprimía su cintura. Luego, utilizó su pequeña navaja multiusos para extraer una de las ballenas metálicas de la pieza de lencería y se sumergió de nuevo entre cables y circuitos. Guille miró por la ventana; la noche se cernía sobre ellos y apenas se podía ver nada en el exterior. —Disculpen —dijo Euríale—. ¿Son el equipo de rescate? —No exactamente —contestó Guille—. Recuperación, no queda nadie a quien rescatar. No te ofendas. —Entonces… ¿debo mostrar el mensaje en memoria? —¿Un mensaje para el equipo de rescate? Claro. No había acabado de hablar cuando la figura holográfica de uno de los tripulantes de la Gorgona se materializó en el centro de la cabina. —Me llamo Iván Ramírez y soy el piloto de la Gorgona —el tipo temblaba visiblemente nervioso, incluso se podía apreciar cierto tartamudeo—. Estamos en el día 47 del ciclo 342 desde la fractura, en una de las lunas de Verdara, creo que es U-29 pero no estoy seguro. Esta parte del sistema escapa a mi control y las bases de datos de Euríale no funcionan como deberían. Nada funciona como debería.

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Tesla había dejado la reparación por unos instantes, para escuchar el mensaje. El día cuarenta y siete… Dos días, dos días antes de que llegaran ellos había gente viva en la nave. —Primero falló el sistema de soporte vital —una risa nerviosa—. Eso me pasa por coger una de esas ofertas de Vadder. El aterrizaje no fue todo lo bien que debería haber ido. Se estropearon los sistemas de propulsión y el sistema de comunicaciones así que nos encontramos varados en el culo del mundo. Verán que faltan varias botellas del cargamento —otra risita—, bueno, ¡qué cojones! ¡Que me las quiten del sueldo! —ahora el piloto reía pero gruesas lágrimas resbalaban por su rostro, verde como el de Guille. Le llevo varios angustiosos minutos recuperar la templanza suficiente como para continuar la grabación—. Mi compañero, Emilio, murió la pasada noche y supongo que yo no les estoy contando en persona mi historia. Si están aquí, espero que sea de día. Mi madre decía que de día las plantas duermen, toman el sol y producen oxígeno; por la noche respiran. Por la noche comen. Salgan de aquí antes de que Eos se ponga. Lo digo por su bien; el bosque tiene hambre y lo devora todo. Tesla se incorporó completamente y miró a través de las ventanas. Nada, no se veía nada, la noche ya había hecho su aparición. —Riordan —murmuró con voz trémula. —¡No! —gritó Guille rebuscando en su mochila—. Yo voy a buscarle, tú acaba de arreglar eso: puede que sea la única forma de salir de aquí. *** Los últimos rayos de Eos se despedían del cielo nocturno. Otras dos lunas aparecían en el cielo ocupado, en gran medida, por el planeta cercano. Riordan aseguró las piezas del enorme anclaje georreferenciado que permitiría el rescate de la Gorgona. No era complicado, le llevó un par de minutos programar el aparato y anclarlo completamente al techo de la nave. Llegar hasta allí había sido otro cantar. Las ramas y los troncos habían estrangulado casi por completo el aparato con su fuerte abrazo. Había tenido que cortar muchos de ellos para abrirse camino. Ahora, toda la superficie metálica chorreaba el líquido sanguinolento y él mismo estaba bañado en esa sustancia. Había tenido que limpiarla a conciencia con su propia camiseta para poder fijar el sistema de anclaje porque resbalaba demasiado. Probó a levantar el cepo con sus brazos. Era una prueba completamente inútil, el aparato tenía que aguantar todo el peso de la Gorgona y aunque él

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estaba en buena forma, la presión que podía ejercer no podía compararse al resultado final. El cepo no se movió. Tendría que conformarse con eso. Ya estaba oscuro, pero su raza estaba genéticamente adaptada a la vida en la oscuridad. Sus ojos plateados podían distinguir perfectamente la silueta de los árboles e incluso captaba los brillos rojizos de sus hojas. Podía ver perfectamente; sin embargo, no lo vio venir. Algo agarró su pierna. Como un tentáculo, se enrolló alrededor de su pie y lo arrastró por la superficie resbaladiza y redondeada del techo de la nave. Riordan intentó agarrarse pero sus manos no encontraron nada. Miró hacia donde venía el ataque pero no vio más que árboles. Tanteó la superficie en un gesto desesperado, buscando cualquier cosa, una grieta, una fisura, algo en lo que anclarse para salvar su vida. Estiró el brazo y logró agarrarse al aparato de georreferenciación. El tentáculo tiró con más fuerza, el leónida resistió. Pero su atacante no se dio por vencido, cuando vio que tirar no era suficiente, estranguló su pierna. Riordan notó como cientos de agujas afiladas atravesaban su pantalón y se clavaban en su piel. Cada una de ellas parecía estar al rojo vivo. Resistió incluso cuando un nuevo tentáculo surgido de la nada se agarró a su cintura y clavó sus dientecillos en su abdomen. Gritó de dolor. Era como una mancha de ácido que se extendía alrededor de la presa. Escocía. Quemaba. La presión cedió de golpe bajo el sonido oscilante de la hoja vibratoria de Guille. Había cortado de cuajo aquello que lo atrapaba y tiró de su pie ayudándole a bajar. La fuerza que lo arrastraba había desaparecido pero todavía notaba las agujas clavadas en su pierna y en su vientre. Luego se preocuparía de eso, ahora tenía que salir de allí. Mientras intentaba ponerse en pie, un nuevo tentáculo surgió de la nada y se abalanzó sobre el brazo de Riordan, pero ya estaba preparado y en su otra mano blandía el machete. Guille parecía ocupado con sus propios atacantes. Venían de todas partes a la vez. Era como si el bosque entero se hubiera propuesto acabar con ellos. Con esfuerzo, Riordan logró llegar a la compuerta de entrada perseguido por varios tentáculos que se proyectaban por la apertura intentando capturarlos. —¡Euríale! —gritó Guille—. ¡Sella las compuertas! —Negativo, el sistema de cierre de la escotilla de estribor está averiado.

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—A la cabina —sugirió Riordan mientras cortaba las ramas que se empecinaban en seguirlos. Ambos corrieron hacia la cabina mientras el bosque entero se personaba en el interior de la nave siguiéndolos con la eficiencia de un cazador experimentado. —¡Euríale! —gritó de nuevo Guille—. ¿Funcionan los sistemas de aislamiento de la cabina? —Afirmativo. —En cuanto hayamos entrado, cierra cualquier entrada a la cabina. ¿Has oído? Séllala por completo. Que nada pueda entrar. —Afirmativo. Y así lo hizo. En cuanto hubieron cruzado la puerta, ésta se selló dejándolos completamente atrapados. *** —¡Riordan! —exclamó Tesla arrojándose a su cuello. —Estoy bien —contestó él a media voz, no parecía ser del todo cierto. —Yo también estoy bien, gracias —comentó Guille con cierta sorna—. ¿Cómo vas con el sistema de comunicaciones? Tesla sonrió y le miró con superioridad, quizás no era el momento más apropiado para presumir pero… ¡Diantres! Era un genio, bien podían reconocérselo alguna vez. —Funciona a la perfección —dijo ufana—. Se había desprendido uno de los conectores y había un punto que se había quedado sin… —Bien, bien —la interrumpió Guille con malas formas—. Euríale, abre comunicaciones con la Valkiria, nave en órbita. —Afirmativo: estableciendo comunicaciones… Tesla frunció el ceño y arrugó la nariz, un maldito gracias habría bastado. Se volvió de nuevo hacia Riordan, éste estaba mortalmente pálido y a duras penas podía mantenerse en pie. Ella le ayudó a sentarse en uno de los sillones de la cabina. —Ayúdame a quitarme esto —pidió. Enroscado alrededor de su abdomen había algo que parecía un zarcillo vegetal de color ceniza que, poco a poco, iba adquiriendo tonalidades rojizas.

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Tesla agarró uno de los extremos y tiró, primero con suavidad, pero la planta no se movió ni un ápice. Antes de tirar con más fuerza miró a Riordan, éste afirmó con la cabeza. Tesla, agarró el zarcillo con las dos manos y tiró de él, reuniendo todas su fuerzas en un estirón seco. Riordan gritó y el zarcillo se agitó en el aire liberando pequeñas gotas de sangre. Tesla contempló boquiabierta la rama que tenía en la mano: era cálida y latía. En un lateral, se podía observar un centenar de pequeñas oberturas punzantes, con forma de estrella. Cada una, había abierto una herida en el abdomen del leónida donde se podía apreciar un rosario de profundas incisiones. —¡Sangre! —exclamó Tesla aterrorizada—. El bosque se alimenta de sangre. Por eso no quedan animales… ¡los devoró todos! —Y nosotros seremos los siguientes si no salimos de aquí —observó Riordan—. ¡Guille! —¡Valkiria, mierda, contesta! —gritó al ordenador, llamando a su nave. —Capitán Julio Santacana de la Valkiria —se presentó el rostro verde que se formó en la pantalla—. ¿Guille? —preguntó al reconocer a su hermano menor. —Julio, ¿puedes sacarnos de aquí? —preguntó Guille. —¿Sacaros? ¿Qué está pasando? —¡Que el puto bosque nos quiere de cena! ¡No hagas preguntas idiotas y mira a ver si la Valkiria puede realizar el rescate de la Gorgona! Como un eco a su pregunta, la Gorgona se balanceó a consecuencia de un fuerte impacto. Un golpe y después otro, resonaron en todo el casco como si la muerte en persona llamara a la puerta. El cristal recibió la acometida de la vegetación; parecía que el bosque jugara con alevosía, alimentando sus temores. —¿La cabina tiene sello hermético? —preguntó Julio. —¿Euríale? —Afirmativo: la cabina es un compartimiento estanco. —Ya has oído a la señora —dijo Guille. —¿Habéis colocado el cepo? —S-sí —contestó Riordan a media voz, desde su sillón.

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—Podemos intentar un rescate en dos fases… La conversación se vio ahogada por una nueva oleada de coléricos ataques. —Dijiste que el cristal era la parte más resistente, ¿verdad? —murmuró Tesla preguntándose cuándo empezaría resquebrajarse. —Poneros los cinturones de seguridad —ordenó Guille sentándose él mismo en una de las butacas. Tesla ayudó a Riordan a asegurar sus protecciones y luego, siguió el ejemplo de Guille y se sentó en la butaca que estaba a su lado, accionando los mecanismos que la sujetarían. Dos angustiosos minutos más tarde, comenzó el rescate. Tesla nunca se hubiera imaginado el sistema de rescate que utilizaba la Valkiria. Si su llegada a la luna había sido accidentada, su salida de ella prometía algo similar. Un golpe fuerte, seco y preciso, precedido por un estruendoso silbido, indicaba el inicio de la delicada maniobra. —¿Qué diantres…? —empezó a decir pero se vio interrumpida por las sacudidas. No era el bosque, estas nuevas oscilaciones eran completamente verticales: ¡Algo estaba tirando de ellos hacia arriba! Pero la arboleda no iba a renunciar a su presa tan fácilmente. Cientos de ramas se amarraron a la Gorgona estrangulándola con su abrazo. Debatiéndose contra aquello que fuera que quería arrebatarle su alimento. La ayuda exterior tiró de ellos más fuerza, rompiendo las ramas que salieron disparadas provocando una lluvia sanguinolenta de fluidos vegetales. La Gorgona se elevó hacia el cielo a una velocidad pasmosa. Pronto, las copas de los árboles fueron reemplazadas por estrellas. Mientras abandonaban la luna para no regresar jamás, les pareció escuchar el bramido furioso y lastimero de la vegetación. *** —No tiene sentido —musitó Tesla pensando en voz alta. Llevaban un buen rato vagando en el espacio esperando a que se realizaran la segunda fase de las maniobras de rescate, y había tenido tiempo de sobra de pensar en lo sucedido.

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—No tiene ningún sentido —repitió—. No hay forma alguna de que ese bosque sobreviva si no tiene comida, tal vez se lo ha comido todo. ¿Cómo puede haber evolucionado de esta forma? —Los designios de la evolución son misteriosos —dijo Riordan con sorna mientras terminaba de quitarse los restos del zarcillo de la pierna. —He aquí la moraleja de esta historia —dijo Guille—. Nunca te fíes de la evolución: es una puta y favorece a los fuertes. FIN

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