México: Imagen-país. Por Sergio González Rodríguez

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México: imagen-país Sergio González Rodríguez Lo que hay esencialmente nuevo en mi

teoría es la idea de que la memoria está

presente no una sola, sino varias veces y

que se compone de diversas clases de signos. Aby Warburg

el compuesto verbal imagen-país remite a un concepto de lo

fantasmagórico que perdura, se pierde, se recupera, se vuelve presente y tiende a desaparecer, pero nunca del todo.

Como ha descrito Georges Didi-Huberman, hay que situar en la cultura

un modelo espectral de la historia que no se calca una y otra vez, sino que se expresa por obsesiones, supervivencias, remanentes, reapariciones y diversificaciones de las formas-contenidos. 1 Tal modelo refleja las tensiones entre

la actualidad y la memoria, y tiende a identificarse de inmediato mediante palabras-clave que son como el médium del acontecimiento que concitan.

Una imagen-país es algo de mayor complejidad que la suma de los

estereotipos culturales, los signos o prejuicios de factores telúricos o raciales. Se puede emplear un ejemplo revelador: México, su imagen-país. Méxi-

co, en su origen náhuatl, acepta entre otros dos significados en pugna: ombligo de la Luna, o bien, sitio de Huitzipochtli,2 el dios de la guerra, de la sangre, de los sacrificios.

1 Georges Didi-Huberman, La imagen superviviente. Historia del arte y tiempo de los fantasmas según Aby Warburg, Madrid, Abada Editores, 2009, p. 25.

2 Gutierre Tibón, Historia del nombre y la fundación de México, Fondo de Cultura Económica, México, 1993, 885 pp.;


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Más que el determinismo ontológico, es decir, la condición de un ser

destinado a reiterar su origen y que en el nombre lleva sus atributos y des-

tino fatal, lo que se debe observar es el cumplimiento histórico-cultural de dicho origen. En el marco de la realidad resuena una anterioridad y le otor-

ga aplicaciones, apropiaciones o significaciones sociopolíticas en distintas etapas de un trayecto temporal. Incluso, se llega a utilizar el modelo espec-

tral para el interés geopolítico o geoestratégico: como un vector de dominio absoluto que capitaliza las asimetrías entre distintas sociedades o países para imponer una homogeneidad desde la biopolítica.3

Si el control de la sociedad sobre los individuos no sólo se efectúa me-

diante la conciencia o la ideología, sino también por el cuerpo y con el cuerpo o a través de éste, entonces lo biológico, lo somático, lo corporal advienen

una entidad biopolítica. La tecnología también constituye una geoestrategia biopolítica: en la actualidad, por ejemplo, los artilugios, las redes y pantallas modelan la conducta individual y colectiva bajo el orden de la economía, la guerra y el consumo de entretenimiento.4

Imagen-país: México. Para cada quien y para otros. Al nombrar la pala-

bra México, hoy y desde antes, surge su pasado primordial, las crónicas y

testimonios sobre las guerras cíclicas, el sojuzgamiento de pueblos enteros bajo la teocracia militar de Tenochtitlan, las decapitaciones y el canibalismo

ritual, el fervor belicoso. Y luego, la Conquista española a sangre y fuego, el exterminio biológico por enfermedades traídas de Europa, el sojuzgamiento de México y su ulterior Conquista espiritual.

El México prehispánico superviviente tras los altares cristianos, los

tzompantli o empalizadas con calaveras, el esplendor del barroco y la gesta

del mestizaje, la Virgen de Guadalupe/Tonantzin y la cultura del Virreina-

to, cuyo trasfondo de barbarie reconfigura el modelo espectral: el tiempo que vuelve y alterna con lo vivo.

también en: www.sitesmexico.com/mexico/significado-mexico.htm [Consulta: 28 de julio de 2016]

3 Michel Foucault, Nacimiento de la biopolítica. Curso en el Collège de France, 1978-1979, México, fce , 2007, 401 pp.

4 Pasi Väliaho, Biopolitical Screens: Image, Power, and the Neoliberal Brain, Cambridge, The

mit Press, 2014, 208 pp.; también: Sergio González Rodríguez, Campo de guerra, Barcelona,

Anagrama, 2014, 166 pp.


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Un episodio emerge en su amplitud simbólica para dar sentido a estas

reflexiones: ante la corte de Carlos v, harto ya de discusiones con letrados y consejeros que opinaban sin saber acerca de las acciones a tomar en los

nuevos territorios conquistados, el capitán Hernán Cortés caminó dos pa-

sos, tomó un papel pergamino de un escritorio, lo arrugó al instante y lo puso frente a los ojos del emperador que regía sobre un imperio donde nunca se ponía el sol: “esto es México”.5 El país informe.

Cortés, una extraña mezcla de “conquistador e investigador”, apuntó

Luis Villoro, fue un hombre comprometido con el “saber secreto” de la tie-

rra conquistada: el país informe y misterioso, poblado de “gente de tanta

capacidad, que todo lo entienden y conocen muy bien”, hábiles en “ardides en cosas de guerra”.6

Nacía la imagen-país de México, algo enorme, feroz, agreste, pleno de

riquezas patentes o virtuales, de orografía volcánica, una gran civilización

que se compara en muchos aspectos con España, montañosa, incomunica-

ble. Y, sobre todo, aparte de ser gente de razón, atenta al “orden y la policía”,

asiento de insurrectos: “pelearon muy valientemente hasta que murieron” (Cortés dixit).7 El episodio aquel permite construir ahora una posibilidad

analítica: México, su imagen-país es, como medio milenio antes, un papel arrugado que, para comprenderlo, tenemos que desarrugar y tratar de leer

sus líneas contradictorias y entrelíneas cruzadas y sus asimetrías intrigantes entre pliegues curvos o poligonales. Memoria y genealogía conceptual.

Cuando se menciona la palabra México, suele surgir un conjunto de

imágenes instantáneas que reflejan una síntesis de la historia del país, casi

siempre sancionada por la presencia extranjera. Allí está el acoso anglosajón en la guerra de Estados Unidos contra México entre 1846 y 1848; los gra-

5 Julio Ortega, et al., Los días de Fuentes, México, Fondo Editorial de Nuevo León, 2008, p. 17. 6 Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México, México, El Colegio de México-El Colegio Nacional-fce , 2013, p. 27 y ss. (edición electrónica). En esta obra, Villoro ana-

liza el pensamiento occidental sobre la cuestión indígena y el contenido de ésta en la formación de “lo mexicano” desde la Conquista hasta el periodo virreinal y la época moderna.

7 Hernán Cortés, Segunda Carta de Relación, S. Folio, S. Año, cfr. en: www.biblioteca.tv/art-

man2/publish/1520_277/Segunda_Carta_de_Relaci_n_de_Hern_n_Cort_s_459.shtml . [Consulta: 28 de julio de 2016].

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bados de José Guadalupe Posada; la violencia revolucionaria al inicio del

siglo x x (Pancho Villa y Emiliano Zapata, como emblemas); y ya en la época posrevolucionaria, el culto a la muerte, el muralismo, la pintura sufriente de

Frida Kahlo; y volcanes, montañas, agua, playas, multitudes sujetas a vio-

lencia cíclica, desorden o resistencia o insurrección que desafía el poder político, urbes y pueblos caóticos, barbarie en suspenso; la subcultura del tráfico de drogas o la creencia sectario-criminal en la Santa Muerte.

El estadounidense Evelyn Waugh llegó a escribir: “El hechizo que des-

pierta México reside en su estímulo a la imaginación. Cualquier cosa pudo

suceder allá; casi todo ha sucedido allá; se ha visto allá todo lo extremo de

la naturaleza humana; lo bueno, lo malo y lo ridículo”.8 Dicha imagen-país, que se conjuga en plural, es consustancial a la historia y su lectura construida desde la conciencia de una alteridad compartida y reiterada, una lectura

que implica la construcción de un sujeto transtemporal depositario de ella: el pueblo mexicano, el individuo mexicano. Para comprender la dinámica de la imagen-país México se debe recordar su genealogía: la identidad

mexicana o mexicanidad, su presencia instrumental, que evoluciona a par-

tir de las abstracciones teológico-seculares en Europa hasta la puesta en

acción de un modelo civilizador en lo que será el continente americano, aquello que Edmundo O’Gorman denominó “la invención de América”.9

Entre el descubrimiento de América (1492) y la Conquista de México

(1521), los territorios americanos viven en una anterioridad que el pensamiento eurocentrista acabará de inscribir en los habitantes del nuevo con-

tinente: de ser nativos de la terra incognita pasan a ser pre-encarnaciones

de la universalidad occidental en los territorios de ultramar sujetos a una estrategia de espaciar el mundo a través de trayectos, enclaves, mapas y dominios coloniales, formas minuciosas de expolio.

En un principio, sus pobladores carecerán del estatuto humano desde

el punto de vista europeo: se ubican entre el designio de la barbarie al mar-

gen de la razón y el cariz infernal de su proveniencia precristiana: serán 8 R. J. Martin, “Evelyn Waugh’s Thoughts Upon the State of Mexico”, The New York Times, 19 de noviembre de 1939.

9 Edmundo O’ Gorman, La invención de América. Investigación acerca de la estructura his-

tórica del Nuevo Mundo y del sentido de su devenir, Fondo de Cultura Económica, México, 1977, 195 pp.


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“salvajes”.10 Una vez consumada la Conquista bélica, surgirá la Conquista espiritual, que sienta las bases de un colonialismo en torno de la idea de la

Nueva España y el “gran teatro de Dios”,11 la Contrarreforma y su expresión cultural: el barroco y la “guerra de las imágenes”.12

Hasta aquí, Europa compagina el libro de Dios con el libro del Mundo,

donde los americanos enfrentarán un proceso de mestizaje accidentado bajo el autoritarismo virreinal, el orden castizo y las insurrecciones indíge-

nas a lo largo de los siglos.13 Con el levantamiento independentista encabezado por criollos (1810-1821), comenzará en México la idea de un Estado-Nación liberado de la Corona española.

El pueblo mexicano se verá frente a una consolidación de su reconoci-

miento prehispánico y su herencia hispana de cara a la modernidad cultu-

ral francesa y anglosajona. En el centro estará el mito nacionalista en torno de la Virgen de Guadalupe/Tonantzin.

Mientras tanto, surgirá Estados Unidos de Norteamérica en su frontera

norte, polo anglosajón, blanco, protestante, que considerará a los hispanos y

los aborígenes representantes de razas inferiores y su producto, los mestizos, incapaces de gobernarse a sí mismos al carecer de una visión puritana, ade-

más de vivir fuera del progreso y la civilización por falta de la lengua precisa, el inglés.14 A la fecha, persiste la idea de México en tanto traspatio del norte.

10 Roger Bartra, El salvaje en el espejo, Ediciones Era, México, 1998, 219 pp.

11 Alexander Randa, El imperio mundial, Luis de Caralt Editor, Barcelona, 1968, 316 pp. Sobre

la idea del Gran Teatro de Dios, Peter Sloterdijk ha comentado: “Hay una bella expresión de un historiador austriaco, Alexander Randa, que ha hablado de una Commonwealth católica. Sería la aportación del hispanismo a una cultura mundial definida de manera

europea. Su rasgo característico no sería la plutocracia, sino la idea de que en el gran teatro de Dios todos los papeles tienen que desempeñarse razonablemente, y que, si bien

hay ricos y pobres, todos están integrados en una gran partitura divina. En esto habría

un gran potencial pacificador”, cfr. Ciro Krauthausen, “Entrevista: Peter Sloterdijk”, El País,

12 de abril de 2003, en:

www.elpais.com/diario/2003/04/12/babelia/1050104350_850215.html .

12 Serge Gruzinski, La guerre des images, de Christophe Colomb á “Blade Runner”, Éditions Fayard, France, 1989, 389 pp.

13 Sobre la permanencia de la civilización precortesiana, véase: Guillermo Bonfil Batalla, México profundo: una civilización negada, Editorial Grijalbo, México, 1994, 250 pp.

14 José Emilio Pacheco y Andrés Reséndez, Crónica del 47, Clío, México, 95 pp.

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La mexicanidad habrá de definirse en el siglo xix a partir de tres suce-

sos sangrientos: la guerra contra Estados Unidos de Norteamérica (18461848) en la que México perdió la mitad de su territorio; la separación

Estado-Iglesia (Constitución de 1857); la intervención francesa (1862-1967) y su impronta monárquica.

En este periodo y hasta principios del siglo xx, una mexicanidad des-

garrada por la pérdida de aquel territorio, la orfandad peninsular, la secularización creciente que erosiona el catolicismo, su vínculo último con el

Gran Teatro de Dios, defiende y fortalece el Estado-Nación y construye su

propia cultura a partir de presuposiciones europeas, por ejemplo, cuando en 1845 Guillermo Prieto dictamina que la literatura nacional en México se

debe fundar en los “cuadros de costumbres”:15 se trata de un eco del prerromanticismo y el romanticismo alemán (Fichte, Herder, Schlegel), que de-

fienden la particularidad nacional de cariz inmutable contra la Ilustración cosmopolita.16 Otra paradoja que afirma lo propio mediante lo ajeno. La

mexicanidad, como concepto y uso en ambos lados del Océano Atlántico, es indisoluble de la memoria que conlleva, y su contenido se comparte tan-

to allá como aquí. México ha construido su identidad y, al mismo tiempo, ésta la han construido los extranjeros. Cada irrupción del presente ratifica a la vez que modifica la memoria de dicha mexicanidad. Es una imagen-país ambivalente.

Por lo tanto, la mexicanidad es un concepto móvil y proteico que ha

tendido a su desgaste/metamorfosis conforme se ha transformado el Estado-Nación.

La identidad mexicana se funda en gran parte por el peso que tendrá

para el mundo occidental a lo largo del tiempo la afirmación ilustrada de

Alexander von Humboldt acerca del “indígena mexicano” como un ser apacible, melancólico y con un rescoldo de salvajismo que podía emerger en cualquier momento.

En su célebre Ensayo político sobre el reino de la Nueva España (publi-

cado en francés por vez primera a principios del siglo xix , y que, algo muy

15 Guillermo Prieto, “Literatura nacional”, en Atentamente, Guillermo Prieto, Promexa Editores, México, 1979, pp. 224-228.

16 Cfr. Isaiah Berlin y Henry Hardy, Vico y Herder, Ediciones Cátedra, Madrid, 2000, 271 pp.


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importante, reverbera las ideas de Francisco Javier Clavijero), Alexander von

Humboldt recogió un prejuicio colonial y racial que atribuía a los indígenas, en su naturaleza de “vencidos”, una actitud que a la vez traducía su ser profundo, la tristeza o melancolía:

El indígena mexicano es grave, melancólico, silencioso mientras los licores no le sacan de sí; y esta gravedad se hace aún más notable en los niños indios, los cuales a la edad de cuatro o cinco años descubren mucha más inteligencia y chispa que los hijos de los blancos. El mexicano gusta de hacer un misterio de sus acciones más indiferentes; no se pintan en su fisonomía aún las pasiones más violentas; presenta un no sé qué de espantoso cuando pasa de repente del reposo absoluto a una agitación violenta y desenfrenada.17

un “no sé qué”, metáfora imposible de lo informe El ensayista dieciochesco Benito Jerónimo Feijoo precisó que “el no sé qué” atañe a los objetos gratos, pero también a los enfadosos; de suerte, que “como en algunos de aquéllos hay un primor que no se explica, en algunos

de éstos hay una fealdad que carece de explicación”. Por lo tanto habría “un

no sé qué que fastidia, un no sé qué que da en rostro, un no sé qué que ho-

rroriza”. Feijoo explica que, bajo tal apreciación, habita una discordancia grata o ingrata respecto de un modelo primordial.18 El intercambio simbólico entre lo perfecto y lo imperfecto desde la mirada subjetiva.

Aquel diagnóstico del viajero alemán será resonado de muchas formas

y en muchas partes, y contribuirá a configurar una imagen-país.

Hacia 1780, Clavijero describió en su Historia antigua de México el ca-

rácter de los mexicanos, a quienes reconoce un alma igual que la de los europeos y los hace partícipes de la razón universal: “su ingenio es capaz de

todas las ciencias”; “no se ven comúnmente en los mexicanos aquellos arrebatos de cólera, ni aquel frenesí de amor tan comunes en otros países”; “son

17 Alexander von Humboldt, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, Porrúa, Méxi

co, 1984, p. 63. Cfr. Historia antigua de México, en:

www.cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080023605/1080023605_11.pdf, pp. 46-49.

18 Benito Jerónimo Feijoo, “El no sé qué”, en Antología del ensayo, ensayistas.org, spi , en: www.ensayistas.org/antologia/xviii /feijoo/

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lentos en sus operaciones y tienen una paciencia increíble en aquellos trabajos que exigen tiempo y prolijidad”; “la desconfianza habitual en que viven con respecto a los que no son de su nación, los induce muchas veces a

la mentira y a la perfidia”; “son también naturalmente serios, taciturnos y severos, más inclinados a castigar los delitos que a recompensar las acciones”; “la generosidad y el desprendimiento de toda mira personal son atributos principales de su carácter”; “el oro no tiene para ellos el atractivo que

tiene para otras naciones”; “esta indiferencia por los intereses pecuniarios, y el poco afecto con que miran a quienes los gobiernan, los hacen rehusarse a los trabajos a que los obligan”; “el valor y la cobardía ocupan sucesivamente sus ánimos, de tal manera que es difícil decir cuál de estas dos cualidades

es la que en ellos predomina”.19 En otras palabras, la oscilación incierta de sus actos y emociones.

El aserto del humanista mexicano condensa el gran mitograma de la

mexicanidad inscrito en la imagen-país desde su pasado profundo hacia la época moderna.

La caracterología del indígena melancólico e inescrutable que encierra

una oscuridad ominosa y terrible en el exceso del alcohol, se reiteró a lo

largo del siglo xix y persistió hasta el xx. José María Luis Mora, en su ensa-

yo México y sus revoluciones de 1836, repitió palabra por palabra el aspecto

grave, melancólico y silencioso del indígena y agregó que era tenaz, adicto a sus opiniones, usos y costumbres. Tal inflexible terquedad implicaba un obstáculo insuperable al progreso.20

Algo semejante diagnosticó De Gobineau años después: “En razón de

calificar como bárbaro sin heroísmo y sin generosidad, el mexicano carece

sin duda de energía y de poder”.21 Ahí está contenido uno de los mandamientos de los liberales mexicanos y extranjeros que llega hasta el presente ultra liberal: civilizar a quien de por sí era y es incivilizable.

El prejuicio de la época virreinal se convertirá en estereotipo poscolo-

nial y éste en concepto del discurso y la narrativa sobre el “ser del mexica19 Cfr. Historia antigua de México, en: www.cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080023605/ 1080023605_11.pdf, pp. 46-49. También, Villoro, op. cit.

20 Cfr. José María Luis Mora, México y sus revoluciones, México, Porrúa, 1950, 3 tomos.

21 Joseph Arthur de Gobineau, Essai sur l’inégalité des races humaines, París, Éditions Pierre Belfond, Vol. VI, 1967, p. 319.


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no”, así como prolongará y vulgarizará prejuicios semejantes que llegan hasta la actualidad: el mexicano es misterioso, flojo, egoísta, miedoso, dominador, mentiroso, irresponsable, cerrado, etcétera. U otros estereotipos similares, cuya persistencia es innegable.22

Conviene precisar que el romanticismo europeo heredó de la antigüe-

dad griega y el Renacimiento el término melancolía. Para los griegos el hu-

mor melancholicus era algo negativo, sus víctimas eran tristes, dolidos, deprimidos, misántropos, solitarios, desconfiados, proclives a la fantasía e

incluso a la locura. En el siglo x vi , la melancolía comenzó a tener un valor positivo, se le asoció con la imaginación y la creatividad artísticas. Hacia

finales del siglo x viii , el romanticismo recuperaba ya la idea de la cultura

como fuerza telúrica, y “espíritu del pueblo” que dominaba a los individuos establecía correspondencias entre paisaje y soledad íntima, y surtía modos expresivos referentes a sentimientos patéticos.

Con esos antecedentes prestigiosos, en la tercera década del siglo xix

empezó a prosperar en México el romanticismo, que será fundamento del

proyecto de “mexicanizar” la cultura europea. Si había en el país un susten-

to indígena hecho de melancolías ancestrales, perennes como la tierra y el

clima, el credo romántico, augurio de progreso europeo y vía de identidad nacional, lo revalidará mediante la mixtura tensa de aquellos distingos y las transferencias culturales.

Cuando se aborda el papel ideológico de la melancolía como “rasgo del

ser mexicano” por lo regular se atiende sólo a uno de los polos que lo constituyen: la nostalgia del Edén mítico, ya sea rural o prehispánico, que enviaría desde la profundidad del pasado señales primigenias y mitológicas a

contracorriente de las transformaciones profundas que ha vivido México desde finales del siglo x viii .

Hay otra nostalgia más poderosa debido a su fuente de vigencia sólida:

la que se dirige hacia el tiempo y los centros civilizadores de donde provie-

nen la herencia cultural de la melancolía y aquellos procesos históricos: Europa, las metrópolis. La experiencia de una nostalgia eurocentrista y, aho-

22 Cfr. Jorge G. Castañeda, Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos, Aguilar, México, 2011, 432 pp.; Heriberto Yépez, La increíble hazaña de ser mexicano, Planeta, México, 2010, 251 pp.

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ra, el apego al modelo norteamericano de civilización, o a sus versiones académicas como centro de aspiración.

La mezcla de las resonancias de Clavijero o Humboldt y las revaloracio-

nes nacionalistas del pasado precortesiano, el helenismo naturalizado y el

temor inefable ante el indígena y su mundo, forma de barbarie contenida, constituirá el estilo ecléctico de lo mexicano que triunfa a principios del si-

glo xx y se reafirmará hasta la mitad de tal siglo a través de la mirada de antropólogos, arqueólogos, historiadores y políticos, cuando la modernización acelerada de México comienza a moldearse en torno de la cultura de los

Estados Unidos de Norteamérica, que se quiere urbana, individualista, mer-

cantilizada, bélico-deportiva, espectacular y poco a poco adicta al consumo.

Julio Guerrero, Antonio Caso, Samuel Ramos y Octavio Paz,23 entre otros,

discurrirán sobre los atavismos y la ontología del mexicano en busca de

civilizarlo, de “hacerlo contemporáneo de todos los hombres”. En otras pala-

bras, de desposeerlo de sus atributos ancestrales para que asuma otros más modernos. O bien, a últimas fechas, más afines a las ideas de las clases dirigentes del país y sus nexos con el poder económico transnacional.

El deseo de modernizar a los mexicanos se volcará en dos tendencias:

la esperanza progresista que se hereda del siglo xix ; y el dogma originado en el siglo

xx

de que, al abandonar su pasado hispano-católico-mestizo,

México se volverá próspero y superior. Sin embargo, hoy más que nunca, Europa y los resabios de su invención de América parecen dirigir los rasgos cambiantes del “ser del mexicano”.

La modernización en México en el último tercio del siglo xix implicó

una mayor influencia europea, al grado de que entre el siglo

xix

y el

xx

México enfrentaría una cultura nacional que intercalaba el mestizaje hispano-indígena, el neoclasicismo, el romanticismo y las ideas más contem-

poráneas, como el positivismo, el evolucionismo o el darwinismo social en sus vertientes franco-inglesas. La mexicanidad, hasta entonces, expresa un pasaje gradual del colonialismo al poscolonialismo, donde las perspectivas

europea y norteamericana se volcarán a la definición de lo folclórico, el exotismo y lo pintoresco del territorio mexicano.

23 Cfr. Roger Bartra, selección y prólogo, Anatomía del mexicano, Libro de Bolsillo, México, 318 pp.


méxico: imagen-país

Como se ha visto, la imagen-país configura un conjunto de estratos tem-

porales y significaciones cuya estructura compleja es dinámica: cada vez que

la realidad de México como Estado-Nación atraviesa por una crisis o experimenta cambios súbitos, su estatuto de existencia se pone en cuestión.

Así, mediante debates de sus elites que buscan renovar ideas funda-

mentales, se instrumenta un nuevo concepto de identidad o visión ante el espejo para comprender las urgencias de la hora. Esto aconteció en México

bajo los efectos de la Independencia; después, entre 1833 y 1867; asimismo, en el trance entre el siglo xix y el siglo x x ; en la época post-revolucionaria

(1921-1950) y, por último, al inicio del siglox xi ante la quiebra del Estado de

derecho, la violencia y el auge del crimen organizado y el delito en el país, debido a la fuerza de la economía informal de la globalización, la hegemonía geopolítica de los Estados Unidos de Norteamérica y el desgaste de las instituciones mexicanas.

Hacia el fin de la Revolución mexicana (1921) cobrará enorme fuerza

una constelación de mitos, símbolos, imágenes, iconos, representaciones

y relatos que perdurará, como complemento de los regímenes políticos posrevolucionarios, hasta el final del siglo xx. Desde Europa, el territorio mexicano será sujeto del examen antropológico y de la apreciación vanguardista que culmina, por ejemplo, con el aserto de André Breton acerca

de que México es un país surrealista por excelencia: convulso, al borde la violencia, mágico, prodigioso:24 un misterio por desvelar.

La imagen-país de México empieza como una representación o, como

se diría ahora, un performance cortesiano, y se prolonga mediante los usos

del grabado, la letra impresa, la pintura, hasta elaborarse como mitograma por el efecto ilustrado Clavijero-Humboldt. Más adelante, serán decisivos la fotografía y el cine, hasta llegar a las nuevas tecnologías de la información

y la comunicación, donde el ámbito receptivo en diversos países asume un conocimiento histórico que se ha vulgarizado.

En los últimos años, la realidad impuso la imagen-país en decenas de

mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, frontera con los Estados Unidos de Nor-

24 Jean-Clarence Lambert, “André Breton en México”, en: www.letraslibres.com/pdf/2608.

pdf ; Fabienne Bradu, André Breton en México, Fondo de Cultura Económica, México, 2012, 212 pp.

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teamérica, durante la última década del siglo xx; también, en 2006 proliferó la imagen-país de los decapitados por la violencia, de los traficantes de drogas y sus usos rituales de la violencia efectuados a través de Internet; así

como surgió la imagen-matanza de migrantes con la ejecución de 72 latino-

americanos San Fernando, Tamaulipas, en 2010; y, en 2014, dio la vuelta al

planeta la imagen-país del Estado a-legal con la desaparición, asesinato e incineración de 43 estudiantes en Iguala, Guerrero.

Tales crímenes tienen en común una impunidad total o parcial. Así,

México se convirtió en el país de la impunidad fáctica.

Georges Didi-Huberman ha examinado las cualidades de la imagen-ar-

chivo, de la imagen-montaje o mentira y, sobre todo, de la imagen-escudo: debemos aprender a dominar el dispositivo de las imágenes para saber qué

hacer con nuestro saber y nuestra memoria. Aprender a manejar el escudo: la imagen-escudo.

Contra la ideología de lo “indecible”, lo “inerrable”, “lo incomprensible”,

en otras palabras, el imperio de lo arcano, se requiere exponer, imaginar y comprender la barbarie para contrarrestarla.25

El gran distingo del impacto que produce una imagen-país, esa produc-

ción actualizada de un modelo espectral, reside en que, mientras la fantasmagoría cultural se desplaza y acopia en una dimensión transtemporal, los

hechos son patentes e históricos, y sus causas e inercias traducen implicaciones sociopolíticas e inmersas en el juego geoestratégico de grandes potencias mundiales.

La imagen-país de México, o cualquier imagen-país, refleja las tensio-

nes entre una memoria y el presente más vivo: es y no es al mismo tiempo. Expresa una superposición de imágenes alteradas por el tiempo cuyas capas revelan una energía específica y expansiva en sus vaivenes.

Si se puede trazar su genealogía, como se ha hecho aquí en forma sin-

tética, en una serie de trazos lineales que requieren el teatro mental de

cada quien para evocar su espesor de estratos tan espectrales como vívidos, también se podría imaginar su figuración abstracta, su montaje de trans-

25 Cfr. Georges Didi-Huberman, Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto, Barcelona, Paidós, 2004, 268 pp.


méxico: imagen-país

parencias, encarnaciones y des-encarnaciones.26 Cada expresión cultural

—literatura, arte, música, escena, cine, fotografía video— colabora a cons-

truir la imagen-país de México y resuena a las demás expresiones. En la fotografía mexicana del siglo x x , por ejemplo, se distingue una cadena de información reproducible que incluye el nominalismo: Ramos+Casasola+

Strand+Eisenstein+Modotti+ÁlvarezBravo+Juan Guzmán+Gabriel Figueroa+Héctor García+Nacho López+Juan Rulfo, et al.

Así, se aprecian el derecho y el revés de la anterioridad siempre fantas-

magórica, siempre causal, siempre urgida de explicar su funcionamiento y sus riesgos actuales. Y, desde luego, siempre esclarecedora frente al imperativo de plantear un mundo mejor. El horizonte utópico que el arte lleva consigo y que debe ser escrutado en sus propios términos.

26 El fotógrafo, artista y programador en computación Phil McCarthy ha propuesto el concepto de “Pareidoloop” basado en la superposición de 6 000 mil fotografías cada vez. Se

propone utilizar polígonos y un sistema de reconocimiento facial que construye características faciales de cualquier persona. El experimento produce figuras de arduo reconoci-

miento para el ojo humano. Pareidoloop es un ensamble de pareidolia (estímulo vago y aleatorio, por lo general una imagen que se percibe en forma errónea como si fuera una

forma reconocible) y loop (un bucle de programación), cfr. Guillermo Basavilvazo, “Pareidoloop: Sistema de reconocimiento facial a base de polígonos”, unocero.com, 6 de agosto

de 2013, en: www.unocero.com/2012/08/06/pareidoloop-sistema-de-reconocimiento-facial-a-base-de-poligonos/

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