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Historias

LAS CRIADAS EN EL MEDIO RURAL

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Criada de casa Albano de Baldellou

Continuamos con este artículo la descripción del servicio doméstico habitual en las grandes casas de nuestra comarca y sus condiciones de vida, esta vez hablando de las criadas de los siglos XVIII y XIX que, mientras sus homólogos masculinos se ocupaban de los trabajos agrícolas, se dedicaban a realizar las tareas relacionadas con la casa.

Tener criada daba a la casa un cierto estatus de riqueza, mayor cuanto más numeroso era el número de personas a su servicio. Las grandes familias terratenientes literanas construyeron grandes casas-palacio en nuestros pueblos que tenían, y aún se pueden apreciar en muchas de ellas, considerables cocinas, salón de baile, infinidad de habitaciones y alcobas, salones, salas de estar más pequeñas y otras estancias diversas que hacían que el trabajo no faltara a lo largo del día.

Este era dirigido por la conocida como «ama de llaves», que solía ser la que más tiempo llevaba de servicio y que era de la total confianza de la familia, aunque tampoco era raro que fuese la misma matrona o dueña de la casa la encargada de dirigir el buen funcionamiento del hogar. Además del ama de llaves podía haber cocinera, niñera y otras criadas sin una especialización concreta que se ocupaban de la ropa, la limpieza y la ayuda en la cocina. Por regla general las criadas entraban en el servicio desde muy jóvenes y si eran ya adolescentes o más mayores, se procuraba que fueran solteras. Como no podía ser de otra manera, procedían de las familias más humildes y, aunque su salario era escaso, seguramente las condiciones de vida en las grandes casas eran infinitamente mejores que las de la procedencia de las jóvenes. Eso sí, estaban de servicio todo el año y a todas horas con muy pocos días festivos.

La documentación que atesora el CELLIT sobre esta ocupación es muy abundante, lo que nos facilita sobremanera poder explicar con ejemplos —extensibles a cualquiera de nuestros pueblos— sus condiciones de trabajo. En 1784 entró de servicio “Joaquineta la de Castillo”. Su salario consistía en seis escudos de sueldo y una camisa al año, además de un rosario para sus oraciones, la manutención y una habitación para dormir.

“Teresa, la de Baldellou” ejer-

cía de niñera y acompañaba a su patrona a la iglesia haciéndose cargo de los críos. Como no tenía ropa apropiada para tal menester, su señora se la facilitaba. En ocasiones era ropa reciclada que había en la casa, pero lo que se adquiría se iba restando de su sueldo. Teresa cobraba 16 reales y se le fueron descontando un pañuelo de algodón (4 reales), un pañuelo de seda (10 reales), unas alpargatas (4 reales), unos zapatos (6 reales) y unas medias de lana (12 reales), de forma que el dinero que ganaba la pobre niñera se iba en la ropa que debía utilizar en su quehacer diario. Además, era habitual que los padres acudieran a la señora para pedirle dinero adelantado del sueldo de la hija, como consta en prácticamente todas las contabilidades a las que tenemos acceso, por lo que realmente las muchachas disponían de muy poco efectivo para permitirse algunos caprichos. Uno de ellos era la ropa, que resultaba muy cara para sus escasas ganancias. De esta forma, cuando la criada Josefa, de Calasanz, quiso hacerse un corsé, entre la tela, las ballenas y el sastre se gastó el equivalente a dos meses de su salario.

La mayoría de los contratos se hacían de San Miguel a San Miguel y en ocasiones incluían clausulas peculiares, como el que se redactó al emplear a Teresa, de Alins, a la que se le garantizaba que iría bien calzada. Algunos incluían la cláusula de que, si las muchachas caían enfermas y se hacía necesario comer carne en Cuaresma, se les descontaría el cargo de la bula eclesiástica (permiso de la iglesia para comer carne), que costaba 3 reales. Sin duda se trataba de un mal oficio para prosperar, del que la mayoría salía únicamente tras contraer matrimonio, dadas las pocas oportunidades laborales para la mujer en aquellos tiempos.