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¡SI TU ABUELA NO LO RECONOCE COMO COMIDA, NO TE LO COMAS!
M
e llena de gozo sentarme a comer en un restaurante vegano, orgánico, teniendo en mente que invierto en mi salud y la de mis futuros hijos, y en el campo mexicano, generando trabajo en mi país, apoyando un cultivo sano y sustentable que ayuda al ecosistema. Tal vez hemos crecido escuchando estos conceptos cada vez menos exóticos, pero podría ser que ya no les des tanta importancia o no comprendamos el impacto que tienen en nuestra salud, la economía y la ecología. Un par de amigos y yo tenemos la costumbre de avisarnos qué opciones sanas van surgiendo para sustituir la comida y costumbres tóxicas que aprendimos en una sociedad dominada por intereses económicos basada en la rapidez de una vida efímera e incoherente. —Yars, tira todas tus bolsas de atún porque están llenas de soya transgénica y tienen un conservador que da taquicardia. —Mánix, tira tu desodorante y pasta de dientes, tiene plata y ambos tienen químicos neurotóxicos. —Güerita, tira todo lo que tenga glutamato monosódico y un conservador que se llama TBHQ. Así ha crecido nuestra amistad, cuidándonos. Lejos de sentirme angustiada, me siento liberada por contar con opciones y la información necesaria para tener el control de mi salud, de mi cuerpo y de mi destino. Me enoja que colorantes, saborizantes y conservadores, medicinas, productos de higiene y envases plásticos se van prohibiendo alrededor del mundo y en México no. No sabemos qué comemos, qué productos son transgénicos, porque no hemos exigido que los etiqueten como tales. Creemos que porque nuestro país tiene grandes p ro b l e m a s alimentarios no significaría cambio alguno. Mi pasión por investigar lo que realmente nos estamos comiendo comenzó hace diez años cuando me la vivía con migrañas, gastritis, alergias y un malestar continuo. Un día, leyendo la página de Greenpeace, comencé a comprender que lo que me meto en el estómago era un problema, una pesadilla contra la que millones de agricultores habían estado luchando y la prensa no informaba del problema. A los veintiséis años, cuando retiré los químicos de mi comida, todos mis achaques desaparecieron. La comida debería ser natural, como nosotros; nuestro cuerpo tiene una energía especial, capaz de regenerarse mediante la respiración, el sueño y la comida. La comida es un reflejo de nuestra cultura, economía y creencias, que en nuestros tiempos se ha convertido en un arma de doble filo, pues existen múltiples empresas en el mundo que la han secuestrado de su esencia por puros intereses económicos. Nunca pensé que lo que percibimos como una inocente manzana (con químicos y sin nutrientes) significara mala salud y la esclavitud de granjeros, que sus tierras han sido secuestradas por una empresa llamada Monsanto, que por años ha controlado alrededor de 90% del mercado mundial de semillas transgénicas. En
México, esta transnacional es la principal beneficiaria de los primeros permisos de siembra experimental de maíz transgénico, jugando con nuestra salud, contaminando el agua y otras siembras con químicos sumamente nocivos. A fin de obtener ganancias, hacen lo que sea: violan la ley, sobornan funcionarios, matan al medio ambiente, y de paso animales y a nosotros. Monsanto ha acumulado un sucio expediente de hechos, irregularidades y sanciones. Son padres de la aberración de insecticida llamada DDT y los PCB, químicos causantes de cáncer, daños en el sistema nervioso e inmunitario, que provocan desórdenes reproductivos e incluso obesidad. Su siguiente creación diabólica es el herbicida Roundup, prohibido ya en Francia y otros países, donde determinaron que causa autismo, alergias, Parkinson, enfermedades gastrointestinales, depresión y cáncer, entre otros males. Medios alternativos han confirmado que podrían ser los causantes de la microcefalia que presentan muchísimos niños en lugares como Brasil, y no el virus del Zika, pues grandes cantidades de Roundup fueron rociadas en esas zonas. En donde estén encontrarán u n a manera de aniquilar la salud de todo ser vivo. Son tan poderosos que lo manipulan todo. La información ahora más que nunca nos hará libres. Más allá de alarmar a los lectores, quiero transmitirles que tenemos un gran poder: nuestro dinero manda, y donde compremos estará la demanda. Podemos apostar por comida orgánica de empresas mexicanas como Aires del Campo y la cooperativa Pascual. Tuve la oportunidad de entrevistar al británico Dale Pinnock, el chef medicinal, que con sus nueve libros —dos traducidos al español por editorial Planeta—, con recetas sencillas y un pensamiento de que la comida libre de químicos es nuestra mejor aliada, ha ayudado a miles de personas explicando qué alimentos combaten qué enfermedades y para mantenernos como un reloj hermoso y perfecto. Nadie lo patrocina, excepto el sentido común. En breve podrán ver la entrevista que le hice en mascultura.mx: “No entiendo por qué un health coach o un nutriólogo pueden atreverse a cambiar datos reales de la comida, hechos analizados de cómo afectan los alimentos al cuerpo, para sugerir que tomes un atajo y compres sus productos, sus pastillas, sus malteadas hechas a base de polvos de dudosa procedencia. Acaban sustituyendo todo el gozo y el propósito de comer”. ¿Los documentales Súper engórdame y Food Inc. no nos asustaron? Tal vez el cambio venga con amor; porque me amo como bien y trato de tener un estilo de vida diferente al común; porque me amo me quito los pretextos, los mitos de que lo sano sabe mal o es muy caro. Espero que esta información siembre algo positivo y comencemos a preguntarnos por qué es tan barata la comida mala y es tan caro enfermarnos. +
Por Yara Sánchez de la Barquera