24
Adivino que han oído antes la paradoja del árbol que cae: si en un bosque cae un árbol pero no hay nadie cerca que lo escuche, ¿el árbol hace ruido al caer? ¿Existen por sí mismos los ruidos? Seguido encuentro libros que exploran la pregunta de cuánto de nuestro entorno existe por sí solo y cuánto es producto de nuestra invención. En El maravilloso sombrero de María, de Satoshi Kitamura (Oceano Travesía) seguimos a una niña que, de regreso de la escuela, entra a una tienda de sombreros. El vendedor le muestra uno de los exhibidos en el aparador y a cambio María le enseña lo que guarda en su monedero vacío. El vendedor mira al techo, también María. ¡Ajá! —exclama el vendedor—. Creo que tengo algo para usted. El hombre vuelve unos minutos más tarde con una caja entre las manos. María se lleva puesto su sombrero nuevo. Éste es magnífico. Tiene todo lo que ella desea en ese momento. Y algo más: María no es la única en la calle con un sombrero especial. Será que para producir un cambio en nuestro entorno, el primer paso es imaginar que ese cambio sucede. Crear una ciudad más civilizada no se traduce necesariamente en mayor industrialización, mucho menos en que el pensamiento de sus habitantes se asemeje cada día más a la respuesta mecanizada de un artefacto que alguien tuvo el mal tino de bautizar como "inteligente". El oso que no lo era, de Frank Tashlin (Alfaguara), es una metáfora poderosísima que ilustra ese afán humano de urbanizar sin parar y que al final del día convierte a las personas en simples piezas de construcción, sin memoria de sí mismos ni de que haya existido al-
guna vez un entorno natural en el que crecieron los primeros individuos del mundo. Así las cosas, cualquier grupo humano puede convertirse en una máquina feroz, capaz de amedrentar y confundir a la propia naturaleza. Frank Tashlin nos relata en su cuento el caso de un oso que, como cada invierno, se va a hibernar a una cueva en el bosque y duerme hasta llegada la primavera. Al despertar, el oso nota algo extraño; el mundo a su alrededor ya no es el mismo: en lugar de bosque hay una fábrica y a él nadie le cree que sea un oso; aun los demás osos lo llaman un hombre tonto, sin afeitar y con un abrigo de pieles. Cientos de teorías sugieren que el medio ambiente nos transforma por dentro, pero también que cuanto nos sucede dentro transforma el afuera que habitamos. El pájaro bigote, de Nicolás Schuff y Claudia Degliuomini (AH Pípala), pertenece a una rara especie que lo mismo vive afuera, incrustado en la cara de un poeta, que adentro, en los sueños del poeta; un lugar donde la ciudad que duerme afuera despierta. Y lo que pasa en aquella ciudad soñada,
LOS+VENDIDOS GANDHI EL PRINCIPITO Antoine de Saint-Exúpery EMECE
DESTROZA ESTE DIARIO Keri Smith PAIDÓS
MI LIBRO MÁGICO Carmen Espinosa Elenes de Álvarez NORI
a veces escapa del sueño y se cuela en la ciudad de afuera, en la que vive el poeta y vivimos cada uno de los lectores del libro. Sin duda, se trata de una buena manera de explicar el cómo, dónde y por qué de esas cosas extrañas que a diario ocurren en la vida cotidiana pero que escapan a la lógica común; como el hecho de ir por la calle y atrapar de pronto una palabra llegada de quién sabe dónde o reconocerse con alguien a quien nunca antes habías visto. Los bigotes, hoy me queda claro, son mucho más que una maraña de pelos que algunos hombres —y una que otra mujer— consiguen peinarse con estilo. Quizá la contaminación del aire y de los océanos, el calentamiento global y los alimentos modificados traigan consigo lo opuesto al apocalipsis y los residentes del planeta mutemos para convertirnos en seres extraordinarios. Mientras lo descubrimos, podemos darnos el lujo de sólo mutar a ratos, cada vez que resulte apremiante convertirnos en versiones novelescas de nosotros mismos para protegernos de algún peligro imaginario, sin que para ello tengamos que arruinar por adelantado la salud del mundo. Para muestra el conejo de Yo no soy un conejo, de Pepe Márquez y Natalia Colombo (fce), que si bien parece un conejo, por momentos se transforma en un zombi alienígena mutante. Puede que coma zanahorias, que se confunda con los demás conejos a la hora de correr y saltar todo el día, que viva en una madriguera o tal vez en una casa… Puede incluso que haya días en los que le sucedan cosas maravillosas y se olvide de ser un zombi alienígena mutante, para alegrarse de parecer únicamente un conejo. +
INFANTIL
DIARIO DE GREG 9: UN VIAJE DE LOCOS Jeff Kinney OCEANO TRAVESÍA
HUESOS DE LAGARTIJA Federico Navarrete SM