76_24Horas_LibrosYTiempo_2015

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RAQUEL CASTRO

Lo que necesitaba era un plan de organización. Una muy buena opción era volverme vampiro, no de los que brillan sino de los que rockean: si no los conocen, échenle un ojo a Entrevista con el vampiro, de Anne Rice (Zeta Bolsillo) y si les gusta, síganse con el resto de las Crónicas vampíricas (yo soy muy fan). En esta serie de libros, los vampiros son glamurosos, sexis, ricos y nunca tienen hambre… de comida. Me imaginaba a mí misma con mis largos colmillos, leyendo sin parar durante siglos, hasta la eventual punzada de hambre que me llevaría a buscar a un guapo con sangre tipo O positivo… "O leyendo sin parar hasta las seis de la mañana que saliera el sol y te achicharrara", dijo mi hermano cuando le conté, echando a perder mi fantástica idea. Cierto: como vampiro tendría que leer sólo de noche, a menos que pusiera una lamparita en mi ataúd y… ni modo, había que pensar en otra cosa.

O eso cantaba Café Tacvba hace algunos años. Y eso mismo pensaba yo: con tanto que hacer, con tantas películas que ver (y tanta tarea que dejaban los jijos maestros, que se pensaban que cada uno era el único); ah, y por si fuera poco, ¡con tanto por leer! Cada noche, en la cama, me quedaba leyendo hasta que me ardían los ojos. A veces ni cuenta me daba de esto y despertaba con el libro de almohada; y un par de veces desperté, sobresaltada, por el golpe de un libro en la nariz: al quedarme dormida el libro se me había resbalado de las manos para aterrizar en mi cara. Ouch. Después de la segunda vez que me ocurrió puse una nueva regla: nada de libros gordos y de pasta dura a la hora de dormir. Mientras buscaba estrategias para que me rindiera más el tiempo, se me ocurrió que una opción sería inventar un medio de transporte que girara a la velocidad de la Tierra pero que avanzara en sentido inverso, para que siempre fuera la misma hora y yo pudiera ir dentro, apoltronada en alguna especie de diván, leyendo con luz matutina que entraría por mi

ventana… Si suena muy fumado, ustedes disculpen: seguro eran ideas alucinatorias causadas por la falta de sueño y por La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne, que leí por esas fechas. Lo leí porque me lo dejaron en la escuela y, para mi sorpresa, me gustó mucho. Tanto que me seguí con Los hijos del capitán Grant, una historia de aventuras que comienza con un mensaje en una botella. Si les gustan las novelas con misterios, viajes por el mundo, mensajes en clave, mucha acción y tantito romance, busquen una buena edición de esta novela y dense. De verdad que no se van a arrepentir. Volviendo al tema, el principal problema de mi vehículo soñado (aparte de que construirlo no era viable, cof, cof) era que no resolvía las necesidades que interrumpen constantemente al lector: comer, dormir, ir a la escuela… bien pensado, no resolvía ninguna, y sólo daba el bonito plus de leer con luz de sol. Para colmo… “¡Pero si tú te mareas si lees en el coche!”, me dijo mi papá cuando le conté mi plan, y hasta ahí llegó mi carrera de inventora.

De pronto tuve una iluminación: ¡tenía que volverme un cyborg, o por lo menos, mandarme a hacer algunos clones! Así, en vez de ir yo a la escuela o ir a reuniones familiares, podía mandar a los clones a esas labores engorrosas y quedarme encerradita leyendo. Y si al cuerpo le daba sueño o la vista se me cansaba, podría transplantar mi conciencia a otro cuerpo, un clon fresquecito y listo para entrarle al maratón de lectura. Esta gran idea me llegó a partir de otro libro que me sigue pareciendo genial: Y mañana serán clones, de John Varley (La factoría de ideas). Fue publicado originalmente en la década de los setenta del siglo pasado, pero sigue de lo más actual. Si lo de ustedes es la ciencia ficción, no se lo deben perder de ninguna manera. Cuando se lo conté a mi mejor amiga, se quedó pensando y luego de un rato dijo: “Oye, cyborg, ¿y entonces no me acompañarías a las fiestas? En la del viernes pasado Mickey preguntó por ti…”. Mickey era del equipo de futbol de la escuela, guapísimo… y todavía no hay tecnología para hacer clones como los que yo quiero… Ni hablar, tuve que optar por quitarle algunas horas del día a la lectura para dedicarlas a otras actividades: a fin de cuentas, también disfruto algunas de ellas, y mientras las llevo a cabo sé que un libro me espera… +


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