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Unidos para siempre Guadalupe Flores Liera

Dossier: Relato

Relato

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Unidos para siempre

Guadalupe Flores Liera

Estuvieron ahí desde el principio, acechando, inoculando nuestros actos. Crecieron hasta envenenar el presente y convertir el futuro en una habitación donde el reposo no existiría. Pero entonces no lo sabíamos, aunque los mensajes se habían ido haciendo cada vez más claros.

La víspera de nuestra boda, Juan quiso que fuéramos a pasar un último n de semana como novios. Después de diez años de relación y un montón de reveses habíamos conseguido jar la fecha para unirnos ante Dios y los hombres y continuar nuestra vida ahora sí bajo el mismo techo. Diez años se dicen fácil, pero tuvimos que esperar a que se titulara, hiciera el servicio militar, encontrara un trabajo prometedor, a que sus tres hermanas se casaran, a que en el banco donde trabajaba le cumplieran la promesa de darle la planta, a que su madre viuda se acostumbrara a la idea de que él también tenía derecho a organizar su vida. Por mi parte, mientras desempeñaba mis labores de contabilidad en una fábrica de ropa para caballeros, me había ido convirtiendo en la columna principal de la casa familiar. También yo tenía tres hermanos que habían decidido que me quedaría a velar a nuestros padres durante su vejez; en determinado momento se nos unió una tía que había quedado sola y sin hijos; por lo tanto, la suerte estaba echada para mí. Pero mi tía, que me quería bien, se encargó de convencer a todos de que se las arreglarían perfectamente sin que hubiera necesidad de sacricar mi futuro por ellos. Finalmente la casa donde viviríamos Juan, su madre y yo estaría a tiro de piedra. Nos ayudaríamos entre todos.

El Comité 1973

Juan arregló las cosas para que saliéramos el viernes por la tarde a Valle de Bravo, me recogería afuera del trabajo, regresaríamos el domingo por la noche. No nos veríamos los días siguientes sino hasta el sábado en la puerta de la iglesia. Con qué emoción preparé mi pequeña maleta, ese n de semana sería la antesala de un cambio signicativo en nuestras vidas.

Muchas cosas nos unían a los dos, el gusto por los paseos, el apego a nuestras familias, el amor por la lectura, la música y los buenos amigos, los restaurantitos apartados, los cielos estrellados. Y un sentimiento oscuro y vigilante que en ocasiones nos inamaba a tal grado que nos hacía perder la conciencia, pero que se manifestaba en forma diametralmente opuesta en los dos. Juntos habíamos recorrido prácticamente todas las zonas arqueológicas próximas a la capital, aprovechábamos para dar largas caminatas por el monte o el campo y él me explicaba las cosas que veíamos. Una de sus distracciones principales era la botánica, parecía increíble que una persona que trabajaba en un ambiente tan severo y apegado a la exactitud de los números y los inexibles plazos de pago pudiera conmoverse tanto ante la presencia de una or silvestre. Conocía las yerbas comestibles, las curativas, los árboles y los arbustos, además de la historia y la sabiduría popular. Era un libro ambulante, amenísimo, lleno de sorpresas.

Ya instalados en el cuarto de hotel, cansados de la semana laboral y el ajetreo de los preparativos de la boda nos dimos un duchazo, nos acostamos a descansar media hora y al cabo salimos a buscar un sitio donde cenar. Yo estaba tan feliz que lo convencí de pedir otra botella de vino y continuar conversando sin prisas hasta que los meseros nos corrieran, reíamos a mandíbula batiente y hablábamos del futuro. Hasta que Juan comenzó a dar signos de nerviosismo, a mirar a su alrededor con esa mirada era y vidriosa que tan bien le conocía de instantes muy precisos que no había conseguido olvidar. Súbitamente, sin pedir mi opinión exigió la cuenta, mientras mascullaba no sé qué improperios y me hizo ponerme de pie casi a la fuerza. Avergonzada eché una mirada a nuestro alrededor, había solamente otras dos mesas ocupadas, una por una pareja y la otra por un pequeño grupo de hombres. Éstos nos observaban curiosos, por lo que Juan se interpuso entre ellos y yo, como si quisiera protegerme de sus miradas. La dicha que sentía se disolvió y la alegría algo embriagada recobró al punto la sobriedad. Conocía bien esa reacción siempre injusticada pero siempre igualmente incontrolable. Pasamos el resto de la noche sin hablar, en realidad estaba tan cansada que decidí no hacer caso de nada más y me entregué al sueño que todo lo borra y todo lo alivia.

Dossier: Relato Me despertó muy temprano el canto de los pájaros, a mi lado Juan dormía profundamente y como no supe a qué horas se había acostado decidí no despertarlo y salir a dar una pequeña vuelta para tomar el fresco matinal. Me vestí sin hacer ruido y salí sigilosa. El hotelito tenía un jardín maravilloso y una vista espectacular de la presa. Cuando vi que el sitio reservado a los desayunos comenzaba a llenarse decidí volver por Juan. Mientras avanzaba distraida a punto estuve de tropezar con un hombre, reaccioné con sorpresa porque no lo había visto y me paré en seco, se detuvo para abrirme el paso, nos reímos perplejos, nos dimos los buenos días, a continuación hizo ademán de cederme el paso indicando con la mano que el camino estaba libre, nos alejamos en direcciones opuestas riendo tontamente.

No bien puse la llave en el ojo de la cerradura la puerta de nuestra habitación se abrió con violencia y una mano me sujetó con brusquedad por un brazo y me arrastró al interior. La puerta se cerró con estruendo. De nuevo esa mirada era y vidriosa se clavó en mis ojos. Juan me acusó de estarme burlando de él, dijo que lo había sospechado la noche anterior, pero que no había comentado nada porque no estaba seguro, pero que acababa de verme con ese hombre del restaurante con el que había estado coqueteando la noche anterior y con el que seguramente me había puesto de acuerdo para encontrarnos hoy a sus espaldas; por eso, dijo, yo había insistido en que pidiéramos una segunda botella de vino. Empecé a articular algunas frases, asustada, intimidada por esos celos siempre injusticados pero siempre lacerantes y terribles a los que ya tantas veces había tenido que hacer frente. Una vez más le reclamé su falta de conanza que no era otra cosa, le dije, que falta de amor. No terminé la frase, una bofetada que quiso detenerse en el último instante pero que no alcanzó a perder toda su fuerza me cruzó el rostro. Las frases se helaron en mi garganta, me quedé petricada. Era la primera vez que Juan perdía el control de esa manera, mucha veces antes me había herido con sus celos, con sus palabras crueles y desconadas que supe siempre calmar, en muchas ocasiones, también, las huellas de sus dedos habían quedado por días marcadas en mis brazos o en mis muñecas que llegó a zarandear con furia cegado siempre por sus inseguridades. De las lágrimas que había derramado por esta causa qué decir, lo mismo que de la amargura con que habían concluido días que pudieron haber sido maravillosos. Pero nunca antes se había atrevido a levantar la mano contra mí para golpearme en el rostro. En ese momento decidí que no habría boda. Ese n de semana mal compartido sería el último para nosotros. Con inusitada frialdad me sequé las lágrimas con las manos y comencé a

preparar mi maleta, ni siquiera había terminado de sacar todas las cosas de su interior. Juan trató de convencerme de mi error, si se había equivocado en algo de nuevo tenía yo la culpa por no saber refrenar mis gestos y dar lugar a malas interpretaciones, dijo. Salí de la habitación sin mirar atrás. Sin mirar atrás me despedí de él en la puerta de mi casa después de un recorrido en silencio obstinado que sólo rompí para pedirle que no volviera a buscarme. Lo dije y me mantuve, en adelante me negué incluso a contestarle el teléfono. Aquella semana transcurrió en medio del caos, al volver del trabajo estaba siempre alguna prima, algún amigo cercano tratando de mediar para una solución. Papá me apoyó en todo, lo había hecho siempre; mamá puso el grito en el cielo, ahora que por n iba a dejar de ser la comidilla de familiares y amigos

El Comité 1973 me daba por ponerme mis moños, ya no estaba en posición-añadió -de realizar caprichos porque ni por la edad ni por la fama se iba a acercar nadie más a mí. ¿Qué fama, la interrogué intrigada. ¿Es que no me había jado en la forma en que me miraban todos, no había notado que cuando iba a las casas de nuestros parientes en plan de visita los tíos estaban siempre ausentes, que pretextaban dolor de cabeza o algún mandado que los hacía llegar cuando yo estaba a punto de marcharme Me dejaban sola con mis primos, pero hasta ellos, hablaban mal de mí. ¿No había notado el silencio que se hacía cuando llegábamos Juan y yo a alguna esta En adelante todo eso terminaría, cuando formalizáramos nuestra relación, ¿por qué lo volvía todo tan difícil En cuanto a la tía, ésta se limitó a decir que los cambios debían ser para mejorar, que si estaba segura de que no sería así, era mejor que me quedara como estaba. El tiempo dirá–añadió –a lo mejor con esto aprende su lección. No volví a contestarle el teléfono a Juan y me negué a salir de mi recámara todas las veces que intentó hablar conmigo. Uno de mis hermanos se ofreció a hacer cualquier cosa que yo le pidiera, lo que fuera para arreglar la situación, pero solamente si yo se lo pedía. Le aseguré que mi decisión era rme e inamovible. Me abrazó y me dijo que no esperaba otra cosa de mí.

Algunos años después Juan se casó y muy pronto se convirtió en padre de un par de hijos. Su madre, que nunca me había querido, era un pan con su nuera, pero no les duró mucho, un domingo al volver de un paseo familiar le dio una embolia y eso fue todo.

Y un día, once años después de nuestra ruptura, una de mis primas, que había conservado la amistad con él, vino a verme de su parte. Estaba muy enfermo y deseaba verme por última vez. Me mantuve rme en mi juramento, le deseé que se fuera en paz, solo eso. 25

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No me casé, no me abrí a otra relación, cumplí mi ciclo laboral y pedí mi retiro anticipado a la primera oportunidad y me consagré a cuidar a mis padres y a mi tía. Pero no lo olvidé jamás, ni pude superar la ruptura. Mamá me preguntó una vez si haberlo dejado prácticamente plantado con la boda en puertas no había sido una venganza de mi parte, pero bien a bien ella desconocía muchos pasajes de mi relación con él, a nadie le había conado mis sufrimientos a causa de sus celos, aunque no habían sido pocas las veces en que me habían interrogado a causa de mis ojos llorosos. La miré intrigada, ¿por qué una venganza

Juan era más que guapo muy atractivo y carismático, delgado y de mediana estatura, a pesar de su situación modesta y la falta de un padre había sabido salir adelante y dar siempre la imagen de despreocupación y solvencia, se vestía bien, con gusto a pesar de la sencillez, porque sabía elegir las corbatas, las mancuernillas y los zapatos. Cuando estábamos juntos, juntos hacíamos frente a los gastos de nuestros paseos. No pocas veces le acompleté a la hora de pagar un traje o el calzado, mientras él bromeaba con las vendedoras y mostraba su parte más encantadora, al tiempo que me daba la espalda, seguramente ellas pensaban que yo era la esposa tonta que le aguantaba todo. Lo mismo sucedía en los restaurantes, de inmediato se hacía agradable a las meseras. Tal vez por eso no quiso nunca que lo fuera a buscar al trabajo, tampoco nunca me presentó a sus compañeros de ocina. En una ocasión se encontró con una chica en la calle a la que saludó con especial cordialidad, se alejó de mí y tuvo con ella un pequeño tête-a-tête, pero no me la presentó. Otra vez, durante un paseo a Cholula se topó con un grupo de amigos, se citaron para una copa después de comer, me dejó en el hotel y se fue a alcanzarlos. Nunca le reclamé nada, tal vez porque no hubiera podido sostener una discusión en la tónica necesaria sin sentirme ridícula, además tampoco me lo hubiera perdonado. Sin embargo, aquella sensación de ahogo que me subía por la garganta y me cegaba nunca la he podido olvidar, apretaba tan fuerte los puños que me hería las palmas con las uñas; aquella impotencia se transformaba en lágrimas. Yo no soy bella, ni atractiva, ni me sé vestir, ni peinar, ni maquillar como lo hacen por ejemplo mis primas, no sé brillar en sociedad, no soy buena conversadora, paso en todas partes inadvertida. Pero a su lado me sentí plena, segura en mis zapatos, tan segura como lo estaba de su amor por mí, si no ¿por qué iba él a sentir esos celos

El Comité 1973

Aquellas imágenes pasaron por mi memoria cuando me abofeteó, todas las heridas acumuladas se abrieron al mismo tiempo, volví a escuchar sus gritos la primera vez que me agravió, y la segunda y todas las otras. Me había hecho sentir ridícula muchas veces, desesperadamente desarmada y aigida. Los días con él guardaban siempre un rincón para el miedo, y una reserva de amargura. A nuestro futuro lo trasminó de resentimiento; estaba escrito que no íbamos a ser felices a pesar de que hubo instantes en que a su lado toqué el cielo. No le perdono que no supo cumplir las expectativas que hizo nacer en mí. Yo sabía, desde la primera vez que lo ví, que estaríamos unidos para siempre. Aunque no imaginé que sería así. Su golpe me quemaría siempre como a él mi rechazo y mi silencio. La ruptura no fue un acto premeditado, pero sucedió en el momento justo. Mejor entonces que no estábamos casados, ni teníamos hijos. La verdad, me hubiera gustado ver su cara cuando fue a cancelar el salón y la misa.

(26-28 de mayo de 2020.)