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De pinta a Ventoquipa

¿Para qué somos buenos los mexicanos? En torno a la película Roma.

Bernardo Marcellin

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La película Roma permite unir los dos temas

propuestos para este número de la Revista, tanto en los aspectos positivos como en los negativos.

En primer lugar, recalcando lo esencial de la película, su extraordinaria calidad y su impacto tanto en México como en el resto del mundo, podemos decir que los mexicanos somos buenos para hacer buen cine.

No se trata aquí de apropiarse del crédito que corresponde a los involucrados en la realización de la película, sino de recordar que Roma no es la única película mexicana de calidad en las últimas décadas y que junto a Alfonso Cuarón hay otros mexicanos, como Alejandro González Iñárritu o Guillermo del Toro, que han demostrado su capacidad para la dirección y producción de películas, esto sin contar las películas de la Época de Oro del Cine Nacional. De igual forma, se cuenta con actores mexicanos que han destacado a nivel internacional en los últimos veinte años. Esta brillantez del cine mexicano llevó hace un tiempo a Donald Trump a quejarse porque México parecía adueñarse de los óscares.

Roma muestra asimismo que, en una época en la que parece que los efectos visuales son el principal, sino es que el único, elemento para valorar la calidad de una película, es posible enfocarse en el contenido del film, en la historia en sí misma más que en una serie de explosiones y escenas violentas. En Roma hay talento no sólo en la dirección y la actuación, también lo hay en el guion que va más allá de una narrativa interesante o entretenida, sino que plantea una serie de cuestionamientos de orden social, cuestionamientos que, aunque la acción transcurra en el pasado, permanecen vigentes al día de hoy. Se trata así de un tipo de cine que no sólo entretiene, sino que invita a la reflexión, algo muy poco frecuente en la actualidad.

Lo mencionado en el párrafo anterior con respecto de los efectos visuales no significa que se haya prescindido totalmente de ellos a lo largo de la película. Al contrario, son notables las reconstrucciones de los rincones de la Ciudad de México que han cambiado de la década de 1970 a la fecha, pero este uso de la tecnología no se convierte en el foco principal, sino que sirve para subrayar lo esencial en la trama de la cinta y no se convierte en el elemento central que más llama la atención del público.

Por otro lado, en torno a Roma también se evidenciaron algunos de los aspectos más negativos para los que los mexicanos, desgraciadamente, también somos buenos. En especial, estalló a la luz pública uno de los peores vicios nacionales: la envidia. Esto resultó evidente en el caso de la polémica que giró en torno a la nominación al óscar de Yalitza Aparicio. Aunque a la mayoría de la gente le alegró este

reconocimiento al trabajo de una actriz desconocida hasta entonces (la simple nominación a un Óscar es, de por sí, un triunfo en la carrera de un actor), numerosos miembros del gremio actoral no pudieron contener los comentarios despectivos, cuando no racistas, sobre ella. No es muy difícil confirmar qué sentimiento motivaba esas críticas a todas luces viscerales: ¿cuántas nominaciones al óscar sumaban los actores que despreciaron a Yalitza? Obviamente, entre todos ellos no alcanzaban ni una y una actriz novel, de tipo indígena para colmo, lograba en su primer intento lo que ellos no podrán obtener en toda su vida.

Desafortunadamente, no se trata de un caso aislado. Las envidias y las rivalidades destructivas son la contraparte de otro de los grandes vicios de México: el amiguismo. Desde cualquier posición de poder, se acostumbra tratar de favorecer a los “cuates” y de excluir a quienes no pertenecen al grupo. Es posible ver esto tanto en la política nacional como en las pugnas por el poder en las empresas, desde las más grandes hasta las microempresas, o bien hasta en los “equipos” deportivos. La historia patria está llena de ejemplos semejantes, como por ejemplo cuando liberales y conservadores rehusaban ayudarse entre sí frente a la invasión norteamericana, prefiriendo la aniquilación de sus rivales ideológicos a la defensa del territorio nacional.

Pero retomemos mejor a los aspectos positivos que aportó la película Roma y al derroche de talento que permitió su realización. Esperemos que su éxito no sólo motive a seguir produciendo grandes filmes, sino que el cine, y el arte en general, contribuyan a una mejor comprensión de la realidad mexicana, que permitan develar muchos de los prejuicios e injusticias que permanecen latentes e inviten a los mexicanos a abordarlos, que la reflexión sobre los problemas nacionales ocupe un espacio junto a los comentarios admirativos sobre los efectos especiales del resto de la cinematografía o a los partidos de futbol y los chismes sobre los miembros de la farándula que, muchas veces, parecen convertirse en los temas torales de la realidad mexicana. Necesitamos más de este tipo de cine, que no sólo entretiene, sino que invita a la reflexión, un tipo de cine para el que somos buenos los mexicanos.

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